padre Serafín Rose
Ahora,
para trazar un retrato pleno del significado de la revolución de nuestro
tiempo, contemplaremos una serie de pensadores del s. XIX que fueron llamados
‘reaccionarios’; personas que se oponían a la revolución. Pues, al ver qué
argumentos se presentaron contra la revolución, y al observar cómo varios de
ellos estaban influidos por ideas más profundas que compartían también los
revolucionarios, obtendremos una comprensión más profunda de cuán honda es esta
revolución.
El
nuevo orden europeo en 1815, tras el derrocamiento de Napoleón, fue la
Reacción, la Santa Alianza, esto es, la restauración de los monarcas de Europa.
Y hubo una clara reacción. Los movimientos revolucionarios fueron desalentados
e incluso aplastados. Rusia tomó un papel principal en esto – incluso el Zar
Alejandro, que se halló bajo una fuerte influencia masónica en sus años más
tempranos. Más tarde, tras esta época, tras el Congreso de Viena, comenzó a
entender que la revolución era algo serio y el cristianismo era algo bastante
distinto de lo que se había figurado. Especialmente bajo la influencia del
Archimandrita Focio [Pyotr Nikitich Spassky], que le había persuadido de que
los masones buscaban destruir su reino, y advertido contra la infiltración
protestante y de la Sociedad Bíblica. Frente a la Revolución de 1820 en España,
ofreció enviar 100.000 cosacos para aplastarla, lo los otros poderes europeos
consideraron demasiado arriesgado, prefiriendo dejarlo en manos de los
franceses, que así hicieron. Pero desde entonces los zares rusos se hicieron
muy conscientes de su responsabilidad de combatir la revolución, especialmente
en Rusia y, fuese posible, fuera de ella; con una excepción: cuando la rebelión
griega contra los turcos comenzó [1821], los rusos la apoyaron
Más
tarde, entre 1827 y 1828, cuando los turcos amenazaban con someter Grecia de
nuevo, el zar Nicolás, el archiconservador, vino en su ayuda, aunque el gran
estadista Metternich le advirtiese de que había también masones entre estos
rebeldes, a lo que respondió “Pero, en todo caso, son ortodoxos; venimos en
ayuda de los reinos ortodoxos”. Y, en gran parte a los zares rusos, Grecia
conserva hoy su condición de reino independiente, libre del dominio turco.
Metternich
El
estadista principal de esta época en la Europa Occidental era Metternich,
Ministro de Asuntos Exteriores de Austria y voz del movimiento conservador,
aunque no fuese tan reaccionario como se le suele retratar. Hay también una
breve descripción de su filosofía básica en estos libros de la era
posrevolucionaria.
Nació
en 1773 y murió en 1859. Descendiente “de una familia católica noble de
Renania, fue testigo en su juventud de los excesos jacobinos”, esto es, excesos
revolucionarios, “en Estrasburgo se confirmó en su desprecio por las
democracias-de-turbas y su fe en ‘una sociedad europea fundamentada en la
civilización latina consagrada por la fe cristiana y embellecida por el
tiempo’. Creció con una profunda reverencia por la tradición. El Antiguo
Régimen en sus últimos días produjo en él su más capaz, si no más noble
representante. Era una bella flor de una era que ahora es solo recuerdo: un
pulido y cortés aristócrata, calmado, urbano e imperturbable, patrón de las
artes, diplomático de primer rango, amante de la belleza, el orden y la
tradición; algo cínico, quizás, pero siempre amable y simpático… Ingresó al
servicio diplomático austriaco y forjó su reputación al vencer a Napoleón en
los días críticos de 1813 tras la retirada de Moscú. Tras la caída del
emperador se erigió como ‘primer ministro de Europa’, hasta la Revolución de
1848 que lo derrocó.”[1]
“Vio que estaba
viviendo en una era de transición; el viejo orden, que había parecido tan firme
y seguro, se disolvía por doquier, y nadie podía aventurar qué tomaría su
lugar. Antes de alcanzar un nuevo equilibro, debía sobrevenir un periodo de
caos y anarquía. La obra de la vida de Metternich fue evitar el colapso tanto
tiempo como fuese posible y mantener la estabilidad por el momento a cualquier
precio. Era totalmente consciente del carácter efímero de sus logros, diciendo
con amargura que pasaba sus días apuntalando instituciones carcomidas, que
debería haber nacido en 1700 o en 1900, porque nunca encajó en la Europa
revolucionaria del siglo XIX. El futuro”, sabía, “estaba con la democracia y el
nacionalismo”, y “todo lo que tenía por sagrado — la monarquía, la Iglesia, la
aristocracia, la tradición— estaba condenado, pero sentía que era su
deber resistir, replegarse si era necesario hasta la última línea de defensa
antes de rendirse”[2]
Así
es, pues, este estadista, que escribió unas memorias también, un hombre muy
conservador. Se oponía a lo que llamaba los “hombres presuntuosos”, esos
revolucionarios alzándose constantemente con sus teorías egotísticas con la
pretensión de rehacer la sociedad. Fue derrocado en 1848, durante la nueva
oleada revolucionaria que barrió toda Europa.
Otro
de los grandes – hay, de hecho, tres principales filósofos conservadores de
esta era: uno en Inglaterra, otro en Francia, otro en España. En Inglaterra, el
conservador es Edmund Burke, uno de los primeros en protestar contra la
Revolución, ya en 1790, cuando escribió sus reflexiones sobre la Revolución en
Francia, un libro inspirado por muchos de estos autores mentados. Brevemente
así expone algunas de sus opiniones, en uno de sus libros.
En Reflexiones
sobre la Revolución, dice: “¿Acaso se muestra destreza en destruir y
derribar? Tu turba” —es decir, los revolucionarios— que, “pueden hacerlo al
menos tan bien como vuestras asambleas. El entendimiento más superficial, la
mano más tosca, bastan para esa tarea. La rabia y el frenesí
derribarán más en media hora de lo que la prudencia, la deliberación y la
precaución pueden erigir en cien años… Al mismo tiempo, preservar y reformar
son cosas bien distintas. Un espíritu innovador es generalmente el resultado de
un temperamento egoísta y estrechez de miras. No oteará a la posteridad aquel
que nunca se voltee hacia sus ancestros… A través de una política
constitucional que siga los trazos de la naturaleza”, esto es, de nosotros los
ingleses, “transmitimos nuestros gobiernos y privilegios de la misma forma en
que disfrutamos y transmitimos nuestra propiedad y nuestras vidas. Las
instituciones de lo político, los bienes de la fortuna, las dotes de la
Providencia, nos son transmitidos; y de nosotros deben proceder en tal curso y
orden. Nuestro sistema político se sitúa en una justa correspondencia y
simetría con el orden del mundo, en que, por designio de una sabiduría
estupenda, que se amolda a la gran misteriosa incorporación de la raza humana;
el conjunto es a la vez nunca viejo, ni adulto, ni joven, sino que, en una
condición de inmutable constancia, se mueve a través del variado tenor de la
perpetua decadencia, caída, renovación y progresión. Así, preservando los
caminos de la naturaleza en la conducta del Estado, nunca somos completamente
nuevos en lo que mejoramos; nunca somos completamente obsoletos en lo que
retenemos… Una disposición a preservar y una habilidad para mejorar, en
conjunto, serán mi estándar de lo que es un estadista.”[3].
Por
supuesto, estas son palabras muy sensatas, dichas en contra de quienes hablan
de la novedad por la novedad misma y muestran que no saben cómo llevarla a
cabo. Y cuando finalmente lo hacen, en realidad alteran profundamente toda la
sociedad. Pero, por supuesto, era un inglés; su idea de conservadurismo es la
de preservar lo que sea que tengamos. Y lo que sea que tenemos es la monarquía
británica, con la ya floreciente idea de la democracia. Por entonces aún era
bastante conservadora: solo los aristócratas tenían derecho a voto. Y el
Parlamento que no representaba al pueblo entero, estaba evolucionando
gradualmente en esa dirección. Y, por supuesto, era indudablemente un
anglicano, y ya eso es una desviación del catolicismo, siendo el catolicismo
una desviación de la ortodoxia. Significa que, por conservador que sea, no hay
un principio subyacente sobre el que se pueda asentar, y es solo cuestión de
tiempo que, como vemos, este tipo de conservadurismo pueda evolucionar hacia
algo bastante democrático y ya utópico. Así, este conservadurismo no puede
perdurar mucho.
Donoso
Cortés
Hay
otro pensador de esta era algo posterior, nacido en 1809 y fallecido en 1853,
que vivió en España, Juan Donoso Cortés. Creo que era un príncipe o conde. No
es muy conocido en Occidente, aunque uno de sus libros ha sido traducido al
inglés. Es también el más filosófico de todos los que en Occidente escribieron
sobre y contra la Revolución. Escribió su obra maestra en 1852, titulada Ensayo
sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo. Era un marqués,
Marqués de Valdegamas.
Y
es de sumo interés porque vio claramente que esta revolución no era algo sin
ningún objetivo; tiene un claro propósito que subyace en la misma. Dijo incluso
que la Revolución es teológica. Para vencerla, debemos tener una teología
contrapuesta.[4]
Estaba
especialmente en contra del gran anarquista de su tiempo, Proudhon, de quien
hablaremos en la próxima lección. Proudhon, veremos, es bastante profundo, más
que muchos otros revolucionarios. Y Cortés lo cita al principio mismo del
libro. Dice, en el ensayo De cómo en toda gran cuestión política va
envuelta siempre una gran cuestión teológica:
“En
sus Confesiones de un revolucionario Monsieur Proudhon ha
escrito estas notables palabras: ‘¡Es maravilloso cómo nos tropezamos con la
teología en todas nuestras cuestiones políticas!’ No hay nada aquí que deba
causar sorpresa sino la sorpresa de Monsieur Proudhon. La teología, en tanto
ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, pues
Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas”[5]. Y este libro entero es una exposición
primero del liberalismo, pero principalmente del socialismo, al que considera
ante todo como anti-Dios. Al liberalismo tampoco le tiene mucho respeto, pues
lo ve como el mero camino de paso de la monarquía al socialismo.
Así
como Metternich llamaba a estos revolucionarios “hombres presuntuosos”, Donoso
Cortés los llamaba “los hombres adoradores de sí mismos”. Y le gustaban más que
los liberales porque al menos tenían sus propios dogmas, se los podía
confrontar en el terreno dogmático. Veía que el fin de la influencia teológica
en lo político, esto es, la revolución atea, produciría en el futuro el más
gigantesco y destructivo despotismo jamás conocido. De hecho, en uno de sus
discursos ante el Parlamento en España en 1852, les dijo que el fin de la
revolución es el Anticristo, que ya se vislumbra en el horizonte del siglo
siguiente. En ese sentido, es bastante profundo. Aquí ofrece algunas citas
generales sobre los liberales y los socialistas:
“La
escuela liberal”, decía, “… se halla entre dos mares, cuyas olas constantemente
crecientes acabarán por naufragarla, entre el socialismo y el Catolicismo… No
se puede admitir la soberanía constituyente del pueblo sin ser democrático,
socialista y ateo; tampoco admitir la verdadera soberanía de Dios sin ser
monárquico y Católico…”[6]
“Esta escuela no
domina sino cuando la sociedad desfallece; el período de su dominación es aquel
transitorio y fugitivo en que el mundo no sabe si irse con Barrabás o con
Jesús, y está suspenso entre una afirmación dogmática y una negación suprema.
La sociedad entonces se permite ser gobernada por quienes ni afirman ni
niegan, sino que están siempre haciendo distinciones. (…) Este
período angustioso, por mucho que dure, es siempre breve; el hombre ha nacido
para obrar y la discusión perpetua contradice a la naturaleza humana, siendo
como es enemiga de las obras. Apremiados los pueblos por todos sus instintos,
llega un día en que se derraman por las plazas y las calles pidiendo a Barrabás
o pidiendo a Jesús resueltamente, y volcando en el polvo las cátedras de los
sofistas. Las escuelas socialistas” – es decir las de Marx,
Proudhon, Saint-Simon, Owen, Fourier, todos estos pensadores – “poseen grandes
ventajas sobre la escuela liberal, precisamente porque se refieren a todos los
grandes problemas y cuestiones, dando siempre una respuesta perentoria y
decisiva. El socialismo no es fuerte sino porque es una teología, y no es destructor
sino porque es una teología satánica.”[7]
“Las
escuelas socialistas, en tanto teológicas, prevalecerán sobre la liberal porque
ésta es antiteológica y escéptica. Pero ellas mismas, a causa de su elemento
satánico, serán vencidas por la escuela Católica, que es a la vez teológica y
divina. Los instintos del socialismo parecen concordar con nuestra afirmación,
pues odia al Catolicismo mientras tan solo desprecia al liberalismo”.[8]
Y la historia
parece darle la razón, porque efectivamente el comunismo se apodera del mundo y
la democracia se vuelve cada vez más radical y más utópica para poder competir
con el socialismo. Una vez más, él dice:
“Entre
socialistas y católicos no hay más que esta diferencia: los segundos afirman el
mal del hombre y la redención por Dios, los primeros afirman el mal de la
sociedad y la redención por el hombre. El católico con sus dos afirmaciones no
hace otra cosa sino afirmar dos cosas sencillas y naturales: que el hombre es
hombre y ejecuta obras humanas, que Dios es Dios y acomete empresas divinas. El
socialismo con sus dos afirmaciones no hace otra cosa sino afirmar que el
hombre acomete y lleva a cabo empresas de un Dios, y que la sociedad ejecuta
las obras propias del hombre. ¿Qué va ganando la razón humana con dejar el
Catolicismo por el socialismo, sino dejar lo que es a un mismo tiempo evidente
y misterioso, por lo que es a un tiempo mismo misterioso y absurdo?”[9]
Su
razonamiento es bastante claro. Tenía reflexiones sobre Rusia también, temía
mucho ‘el peligro ruso’. Pensaba que Rusia desbordaría a Occidente y, tras
ello, bebería ella misma el veneno de la Revolución y moriría como Europa.
De Maître:
Veremos qué piensa de Rusia el siguiente
pensador, probablemente el más famoso de los conservadores radicales, los
verdaderos reaccionarios: Joseph de Maître, que no era en realidad francés sino
sardo, aunque francoparlante. Fue el embajador de Cerdeña en San Petersburgo
durante el tiempo de Napoleón y tras él.
Nació
en 1753 y murió en 1821. Fue el apologista del derecho divino de los reyes,
dentro de la tradición del siglo XVIII. De hecho, incluso llegó a sentirse algo
incómodo porque su libro sobre el derecho divino de los reyes fue publicado sin
su conocimiento. Habiéndolo escrito varios años antes, fue publicado justo en
el momento en que el rey Borbón restaurado, Louis XVIII, aceptó la
Constitución. Por eso, el rey pensó que él estaba en su contra. Y, por
supuesto, él terminó aceptándolo y comprometiéndose, aunque estableció con
claridad el principio del derecho divino. El objetivo de su filosofía – y de la
filosofía conservadora, para él, era aniquilar el espíritu del s. XVIII. Como
veis, era bastante audaz. Ningún compromiso con Voltaire, Rousseau, la
Revolución, nada. La respuesta a la Revolución, dice, es el Papa y el verdugo.
De
hecho, tiene una página entera alabando al hombre, el verdugo que retorna a
casa junto a su esposa a la noche, con una conciencia limpia por haber
ejecutado el deber de la sociedad.[10]
Él
mismo es, de hecho, bastante racionalista. Simplemente parte de un lugar
distinto: del Catolicismo absoluto. Y es más bien un pensador frio, pero muy
astuto, muy lúcido. Puede ver que los otros racionalistas empiezan sin
Dios y por ello acaban en el absurdo.
Escribió
un libro sobre Dios en la sociedad, publicado en tiempos de Napoleón. He aquí
algunos fragmentos:
“Uno
de los mayores errores de un siglo que los abrazó todos”, observad cuán
inmediatamente se abalanza sobre el s. XVIII, “fue creer que una constitución
política podía ser creada a priori, cuando la razón y la
experiencia concuerdan en que una Constitución es una obra divina y son
precisamente los más fundamentales y esencialmente constituyentes elementos en
las leyes de la nación los que no pueden ser puestos por escrito”.[11]
Esta
cita es muy profunda pues, obviamente, estos países europeos tenían un gobierno
ordenado, sus propias tradiciones. Un monarca absoluto no es, por supuesto,
absoluto: está siempre limitado, primero por la Iglesia, luego por la nobleza,
luego por lo que quiere la gente; y ningún monarca absoluto ha sido jamás
meramente una suerte de déspota absoluto, salvo los déspotas revolucionarios,
que no hayan tradición que los detenga. Y, por supuesto, la constitución no es
trozo de papel. Es algo que emerge de la experiencia de la nación entera,
basado principalmente en la religión. Nuevamente él dice: “Todo nos trae de
vuelta a la regla general: El hombre no puede crear una
Constitución, y ninguna constitución legítima puede ser escrita.
[énfasis en el original] El corpus de las leyes
fundamentales que deben constituir una sociedad civil o religiosa nunca han
sido escrito y jamás lo serán. Esto puede hacerse tan solo cuando una sociedad
ya está constituida, pero es imposible enunciar o explicar con palabras ciertos
artículos individuales; estas declaraciones son siempre causa o efecto de
grandes males y siempre cuestan al pueblo más de lo que les proveen”.[12] Desde esta perspectiva, es bastante
sabio. Esta gente, que cree que de repente va poner por escrito un nuevo
gobierno, siempre acaban en el despotismo, las revisiones
constitucionales, la abolición de la Constitución y el establecimiento de
alguna suerte de nuevo monarca como Napoleón.
Vemos
esto en De Maître, el más fanático antirrevolucionario, y a su vez muy
racional; lo que le permitió llegar a nuevas conclusiones que no se hallaban en
la filosofía europea pasada. Veía que la Revolución era de veras fuerte, y
exigía algo fuerte para hacerle frente. Así, devino el apologeta del Papa,
diciendo, “Sin el Soberano Pontífice no hay Cristiandad”[13]. Llegó a decir “El Papa mismo es
la Cristiandad”[14].
Así
que su postura —antitradicional y amenazada por la revolución— lo lleva a un
nuevo tipo de absolutismo racionalista: el absolutismo del Papa. De hecho, fue
una de las figuras principales cuyas ideas estuvieron relacionadas con —y
condujeron a— la doctrina de la infalibilidad papal, proclamada en 1870, lo
cual es algo nuevo. Los católicos no la tenían antes. Dicen que se desarrolló a
partir del pasado, pero fue solo entonces, frente a la Revolución, que tuvieron
que proclamar algo nuevo: que el Papa mismo es el único referente visible que
puede protegerte de la Revolución. Su libro Du Pape de De
Maîstre, es un libro largo, tengo la edición francesa del libro.
Trata
muchos temas – entre ellos la Iglesia Rusa. Y veremos qué decía aquí sobre
ella. Pero es uno de los principales manuales del llamado “Ultramontanismo”,
esto es, la absoluta infalibilidad papal. Esto es algo nuevo incluso en la
Tradición Católica como un estándar externo y absolutamente claro con el que
confrontar la Revolución, pues veía a la Tradición Católica agonizando, y
requería algún tipo de monarca absoluto para salvarla, lo cual es muy lógico.
Veremos luego qué tenía Dostoyevski que decir sobre esto.
Este
libro suyo, Du Pape, fue concebido como respuesta a otro impreso en
francés en 1816 por el ministro ruso Sturdza, en declaraba, para gran disgusto
de De Maître, que la Iglesia de Roma era cismática y solo la Iglesia Ortodoxa
era la verdadera Iglesia de Cristo. Esto lo perturbó enormemente, pues para él
el Catolicismo era lo único que se erigía frente a la revolución. Y estos
rusos, este país bárbaro, osa decir que son la Iglesia verdadera. De hecho,
describía a Rusia como un país que yacía por entero en la pereza, que se levantaba
de vez en cuando para arrojar alguna blasfemia contra el Papa. Acusó a Rusia de
haberse perdido todo el desarrollo de la Civilización Occidental. Y no ve que
todo este desarrollo es el que engendró la Revolución, pues sólo se retrotrae a
lo que se desarrollo a partir del Renacimiento. La Edad Media, para él, estaba
bien; era el punto más alto. Dice que lo único de que carece Rusia es la idea
de universalismo, representada por el Papa. Veremos qué dice Dostoyevski – algo
muy profundo – sobre este mismo universalismo.
El zar
Nicolás I:
Nos
hallamos ahora ante algo nuevo, pues tratamos la cuestión del tradicionalismo
en Rusia. Empezaremos con Nicolás I, y haremos después comentarios más
generales sobre la tradición contrarrevolucionaria rusa.
Como
dije en la lección anterior, Nicolás I es un monarca ejemplar en la más pura
tradición del absolutismo ruso. No hay Constitución, no hay Parlamento. El Zar
reina supremo. Estaba familiarizado con la Revolución. Fue a ver a Owen y su
experimento. Estaba interesado en hacer lo mejor por el pueblo. En estos años
la Revolución Industrial incluso llegaba tenue a Rusia, aunque mucho menos que
en Occidente. Estudió la Revolución cuidadosamente y estudió las obras de Louis
XVI; tenía una visión ya lúcida de qué hacer.
Citaremos
ahora algunos fragmentos de este libro de Nicholas Talberg, que fue más tarde
profesor en Jordanville. Y, conforme llegamos a Rusia, veremos algo distinto
porque los pensadores occidentales se hallan todos en la Tradición Católica o
incluso la anglicana. Y son pensadores muy lúcidos. Ven a través de la
Revolución muy claramente, pero siguen inmersos en esta atmósfera occidental
racionalista. Carecen de un arraigo más profundo en la Tradición. Esta gente,
incluso este autor [Talberg], que murió hace apenas algunos años, uno puede ver
por lo que escribe que está profundamente enraizado en la tradición ortodoxa. Y
por eso sus conclusiones no son simplemente las de alguien que ha reflexionado
intelectualmente sobre el asunto, sino las de alguien que siente cuál
es la tradición de la religión, de la religión ortodoxa y también la tradición
política.
La mayor parte de
lo que dice proviene de citas de contemporáneos de Nicolás I, y al leerlo uno
puede ver que es profundamente conservador, no solo en su pensamiento, sino en
toda su vida, en todo su corazón. Y aún quedan muchos rusos así.
“Para
el emperador Nicolás I” —escribe—, “en las primeras horas mismas de su reinado
comenzó su ardor por sostener virilmente a Rusia frente a aquellas espantosas
desgracias que la amenazaban a causa de la criminal ligereza de los llamados
decembristas. Este entusiasmo —esta lucha— del zar concluyó treinta años más
tarde, cuando defendió a la patria —esta vez de enemigos externos que odiaban a
Rusia— durante la guerra de Crimea, en la que murió”.[15]
Era
ante todo un hombre de principios y deber. “El Emperador Nicolás estaba
completamente imbuido de la conciencia del deber. Durante su tiempo en la
guerra por la patria”, es decir, en el tiempo de la invasión napoleónica,
“cuando tenía dieciséis años, sentía terrible ansiedad por alistarse al
Ejército. ‘Me avergüenzo’, dijo, ‘de verme inútil, una fútil criatura sobre la
Tierra, inapto incluso para morir con una muerte valerosa.[16]
>>
Seis años antes de su ascenso al trono, sufrió hasta las lágrimas cuando el
Emperador Alejandro”, su hermano mayor, “le contó su intención de abandonar y
legarle el trono”, pese a que había otro hermano mayor que Nicolás,
Constantino, “debido a que el zárevich Constantino no quería reinar. Nicolás
escribió en su diario más tarde. ‘Esta conversación acabó, pero mi mujer y yo
quedamos postrados en una situación que puede compararse… con la sensación que
debe embargar a un hombre que camina tranquilamente por un camino agradable,
sembrado por todas partes de flores y desde el cual se contemplan los paisajes
más placenteros, cuando de pronto se abre un abismo ante sus pies, hacia el
cual una fuerza incontenible lo empuja, sin permitirle desviarse ni
retroceder.”
Así
se sentía desde el principio respecto a ser Zar. Lo sentía como una terrible
carga; no quería ser Zar. Aquí veis ya la diferencia: los revolucionarios
luchaban por vencer a todos los demás para ser ellos la cabeza; y en este
gobierno basado en la autoridad hereditaria la persona que no quiere el reino
lo obtiene, y debe reinar. Vemos mucha mas probabilidad de regir justamente
bajo tales condiciones.
Su
reinado empezó con la rebelión de los Decembristas, que estaban infectados por
ideas revolucionarias. “Así habló a los oficiales veteranos de la guardia
reunidos en torno a él la mañana del 14 de diciembre, cuando la Revolución se
había hecho conocida, y les dijo, ‘Soy pacífico dado que mi conciencia está
limpia. Saben Ustedes, Señores, que no buscaba la corona. Sé que no tengo ni la
experiencia ni el talento necesarios para cargar tan pesada carga, pero pues el
Señor me la confió, y como es también la voluntad de mis hermanos y de las
leyes fundamentales del reino, me atreveré a defenderla, y nadie en el mundo
será capaz de arrebatármela. Conozco mis obligaciones y podré cumplirlas. El
Zar de Rusia, en caso de desdicha, debe morir con la espada en la mano. Pero,
en el caso de no prever por qué medios podremos salir de esta crisis, pongo en
tal caso a mi hijo bajo vuestra égida”.[17]
Durante
esta rebelión de los Decembristas, que no fue un asunto sangriento como lo que
ocurrió en Francia – tan solo unos cuantos oficiales que demandaban una
Constitución y fueron fácilmente dispersados por la fortaleza del Zar – él fue
junto con ellos a la cabeza de sus tropas. Creo que los cinco líderes de la
camarilla fueron ahorcados y el resto exiliados. Y cuando le pidieron tener
misericordia con ellos, dijo, “La Ley dicta castigarlos, y no haré uso del
derecho a la misericordia que me corresponde. Seré inquebrantable, estoy
obligado a dar esta lección a Rusia y Europa”[18]. Estudiando Historia en su juventud, se
interesó especialmente en la Revolución Francesa, diciendo “El Rey Luis XVI no
entendió sus obligaciones, y por esto se lo castigó. Ser piadoso no significa
ser débil. El soberano no tiene el derecho de perdonar a los enemigos del
gobierno”[19]. Y en 1825 estos enemigos eran los
decembristas, por lo que el emperador los sometió al castigo. “Pero a la vez
que mantuvo esa rectitud, el Soberano reveló gran preocupación por el bienestar
de estos rebeldes, pese a estar atado por las leyes generales concernientes a
los prisioneros”.[20]
Veamos
ahora qué contraste hay entre esto y, no solo, los revolucionarios —que matan
sin piedad—, sino incluso los liberales. “De su puño y letra el emperador
ordenó lo siguiente al comandante de la prisión-fortaleza de San Pedro y San
Pablo: ‘El prisionero Ryleyev debería internarse en la prisión Alexeyevsky,
pero sus manos no deberían estar atadas. Se le dará papel para escribir, y todo
lo que escriba para mí se me hará llegar a diario. El prisionero Karhovsky debe
ser mejor cuidado que los prisioneros ordinarios. Se le dará té y todo lo demás
que desee, haré cargo de su manutención con mi propio patrimonio. Ya que
Batenkov está herido y enfermo, su condición se aligerará todo lo posible.
Sergei Muraviev deberá mantenerse bajo estricto arresto de acuerdo a nuestro
juicio; está enfermo y débil, se le dará todo cuanto necesite. Se la hará una
inspección médica diaria y tratarán sus heridas’. Después se ordenó por el Zar
que a todos los prisioneros se les diese mejor comida, tabaco, libros religiosos
y atención de un Padre para conversaciones espirituales. No se los prohibiría
hablar con sus familiares, claro está, a través del comandante”, esto es, él
inspeccionaría sus cartas. “El 19 de diciembre el Soberano envió a la esposa de
Ryleyev dos mil rublos y una carta reconfortante de su marido. Ella escribió a
Ryleyev ‘Mi amigo, no sé con qué palabras o sentimientos expresar la inefable
piedad de nuestro monarca. Tres días hace, el emperador envió tu carta y con
ella dos mil rublos. Muéstrame cómo agradecer al padre de nuestra patria’. Tras
la condena de los culpables, al año, hizo su condición aún más ligera. El medio
principal de su misericordia eran decretos secretos, el cumplimiento de sus
cuales confió al General Leparsky. ‘Ve con el comandante a Nerchinsk y aligera
la carga de los desafortunados que allí se encuentran. Te doy plena autoridad
en esto, sé que lograrás armonizar el deber de servicio con la compasión
cristiana’. Leparsky cumplió exactamente las directivas del Soberano y con ello
ganó el amor de los Decembristas y sus esposas. Y todo el bien que hizo por
ellos, consideraron se debía a su buen corazón, sin entender que solo estaba
felizmente haciendo lo que le había sido encomendado por el Soberano”.
Vemos
aquí, pues, un espíritu de compasión cristiana completamente extraño al
comunismo, el socialismo, el liberalismo e incluso los monarcas ordinarios de
Occidente.
Hubo
algunos incidentes en la vida del Zar Nicolás que revelan una actitud diferente
al proceso de la gobernanza y actitud respecto a sus súbditos. En 1849,
“durante el mes de mayo hubo un desfile en que tomaron parte 60.000 tropas.
Muchos espectadores se hallaban allí. Durante la ceremoniosa marcha” – por
supuesto, allí se hallaba el Zar para saludar a las tropas – “el segundo
batallón de la legión Yegersky, de que Lvov era líder, el Soberano, con su
inimitable voz, ordenó ‘¡Paren la marcha!’ El regimiento entero se paró en
seco. El Soberano con un gesto acalló la música y llamó a Lvov para que saliese
de los rangos. Ante oídos de todos, le dijo ‘Lvov, por un desgraciado error,
has injusta e inocentemente sufrido’”. Porque antes le había acusado de tomar
parte en aquella conspiración en la que se atrapó a Dostoyevsky: esta gente que
estudiaba los escritos de Fourier y discutía el derrocamiento del gobierno. Y
el Soberano confundió a Lvov por otro. Y aquí, ante 60.000 tropas y miles de
espectadores, se disculpa: ‘Ruego tu perdón ante los soldados y el pueblo. En
nombre de Dios, olvida todo lo que ha pasado y abrázame’. Bajándose de su
caballo con estas palabras, el Soberano besó a Lvov tres veces. Habiendo besado
la mano del emperador, Lvov, lleno por esto de contento, volvió a su puesto.
‘En este momento’, dijo un testigo ‘para aquellos que lo vieron y escucharon la
voz de su Soberano, los sentimientos que llenaron sus corazones en ese instante
no pueden llamarse éxtasis. Fue algo más allá del éxtasis. La sangre se detenía
en las venas”[21], al ver al Soberano de toda Rusia
detenerse y pedir perdón a un simple oficial.
En otra ocasión,
había una mujer cuyo marido estaba encarcelado por un asunto revolucionario de
algún tipo. Y ella detuvo al Zar en algún lugar en que estaba observando
instituciones varias, y él le permitió acercarse y presentar una petición que
comenzó a leer. Pedía tener piedad de su marido, que había sido miembro activo
de la reciente rebelión polaca, por lo que había sido enviado a Siberia. Y, por
cierto, se les enviaba a Siberia con condiciones ligeras. Tenían sus propias
casas, estaban bien alimentados, etc.
“El
Soberano escuchó atentamente y la mujer sollozó. Habiendo leído la petición, se
la devolvió y declaró agudamente, ‘Ni el perdón ni un aligeramiento del castigo
puedo dar a tu marido’. Y ordenó al chófer seguir adelante. Al volver el
Soberano a su oficina, hubo inmediatamente una necesidad de que Bibikov fuese
al Zar con un reporte. Había una puerta doble en su despacho. Habiendo abierto
la primera y pretendiendo entrar a la segunda, Bibikov dio un paso atrás en
indescriptible asombro. En el pequeño pasillo entre las dos puestas, el
Soberano se hallaba temblando entre sofocados sollozos, con lagrimones brotando
de sus ojos. ‘¿Qué le sucede, Su Majestad?’, murmuró Bibikov. ‘¡Oh, Bibikov’,
dijo, ‘si supieses tan solo cómo de difícil es <<no poder
perdonar>>! No puedo ahora perdonar a este hombre, eso sería flaquear,
pero tras algún tiempo hazme otro reporte sobre él”.[22]
Vemos
aquí la combinación de una estricta firmeza absoluta, porque sabe que la
debilidad conduce al derrocamiento del gobierno. Es de esto precisamente de que
se alimentan los revolucionarios: este liberalismo que se infiltra en sus
gobiernos y les permite decir constantemente “Bueno, creemos lo mismo que
vosotros – casi. Estamos trabajando para un mismo fin, os perdonaremos y todo
estará bien”. Él, al contrario, era muy riguroso y a su vez muy misericordioso.
Y cuando las condiciones eran tales que su debilidad no causaría al pueblo la
tentación de decir que era blando con los revolucionarios – dejando así a los
revolucionarios proliferar – entonces era extremadamente amable. Y ahora podéis
ver que su corazón estaba lleno de compasión por ellos; pero su sentido del
deber no le permitiría hacer lo que sería en detrimento del pueblo entero.
Su
actitud hacia su pueblo no es como la que se da en Occidente, en que se permite
que los representantes tengan una relación completamente fría con sus súbditos,
con los ciudadanos, o incluso los monarcas occidentales, que, gobernando toda
suerte de gentes de toda suerte de creencias, carece una calidez particular.
Pero
el reino de Nicolás I era “muy similar a una familia, muy patriarcal. Y en él
había algo paternal en su relación con sus súbditos. Siendo muy severo y
amenazante con los enemigos del Reino, era a la vez misericordioso y lleno de
amor por sus buenos y fieles súbditos. En sus alocuciones al pueblo y sus
soldados, solía referirse a ellos como ‘mis niños’”[23].
Una
vez, mientras viajaba, quiso dirigir unas palabras especiales a ciertas tropas.
“Se acercó a las tiendas en que estaban y encomendó, ‘Mis tropas, mis niños,
venid a mí, todos como estéis vestidos’. Esta orden se cumplió precisamente:
algunos en uniformes de gala, otros en capote, algunos en ropa interior.
Formaron en torno al Soberano y el zarévich. ‘¿Dónde está el Coronel Zaboga?’
preguntó. Este era un oficial de bajo rango que recientemente se había
distinguido. ‘Aquí, Su Majestad Imperial’, resonó sobre el Soberano la fuerte
voz de Zaboga que, vestido en ropa interior, había trepado un árbol para ver
mejor al Zar. El Soberano le ordenó bajarse y, cuando este cayó de bruces y se
levantó torpemente, el emperador le besó la cabeza y dijo, ‘Da esto a todos tus
camaradas por su valiente servicio’. El capitán de los cuarteles generales,
Philipson, que había presenciado esto, dijo, ‘Toda esta escena, tan sincera y
espontánea, produjo en las tropas una mucho más profunda impresión que
cualquier elocuente discurso’”[24].
Por
supuesto, bajo el sistema tradicional, esto era posible: que existiera una
relación tan humana entre el rey y sus súbditos. Por supuesto, lo principal en
su constitución espiritual era su fe ortodoxa. En su propio diario escribe el Zar lo que hizo el
14 de diciembre confrontado con la rebelión decembrista. “’Quedándome a solas,
me pregunté qué hacer y, santiguándome, me entregué a las manos de Dios,
decidiendo ir yo mismo a donde el peligro fuese mayor’. Y admitió más tarde que
en este tiempo, esta decisión aparte, no tenía plan de acción definido, sino el
de confiar en Dios’”[25].
Otra
vez, cayó de su caballo mientras viajaba y se rompió el hombro, habiéndose
quedando con solo uno de sus ordenanzas, y esto fue lo que le dijo al
ordenanza: “Creo que me he roto mi hombro. Esto es bueno; significa que Dios me
está despertando. Que uno no puede hacer ningún plan sin pedir Su ayuda
primero’”[26]. Que un rey piense de esta manera, por
supuesto, demuestra que reconoce —aunque en teoría sea un soberano absoluto—
que por encima de él está Dios.
Respecto
a su heredero, Alejandro, quien sería Alejandro II, dice “También hablábamos de
Shasha, y ambos pensamos que mostraba gran debilidad en su carácter, que se
permitía ceder fácilmente a las distracciones. Espero siempre que esto se le
pase cuando crezca ya que, siendo los fundamentos de su carácter tan buenos,
uno puede esperar mucho de él. Pero sin esto, caerá; pues su trabajo no será
más ligero que el mío. ¿Y qué es lo que me salva? Por supuesto, no mis
talentos. Soy un hombre simple, pero mi esperanza en Dios y mi firme voluntad
de actuar – eso es todo lo que tengo”[27].
Y
cuando celebraba el 25 aniversario de su reinado, y la gente lo rodeaba y
glorificaba, su hija se acercó a él y dijo: “‘¿No estás feliz ahora, padre? ¿No
estás satisfecho contigo mismo?’ Y él respondió: ‘¿Conmigo mismo?’ Y alzando su
mano al cielo, dijo, ‘No soy sino una astilla de madera’”. Es decir, eso mismo
que nosotros, los estadounidenses, sentimos con tanta fuerza —esa
autosatisfacción—, el propio zar ni siquiera la tenía. Era profundamente
consciente de que estaba sirviendo a algo más alto.
Tengo
aquí los comentarios de cierto escritor español de los 1850s sobre el Zar
Nicolás, un tal Vidal[28]. “En general”, dice, “la cuestión
oriental”, que tanto ocupaba a los diplomáticos occidentales, la cuestión
turca, “No es extraño que quienes tan a menudo se dejan cegar por las teorías
desordenadas de nuestros llamados gobiernos representativos sean incapaces de
resolver este problema; pero si observamos con atención e imparcialidad el
carácter de la diplomacia rusa, veremos de inmediato el enorme contraste que
siempre ha presentado la habilidad del gobierno de Moscú, por un lado, y las
paradojas de nuestros estadistas, por el otro”. (…) “La intriga y dinero son
los agentes que más influyen en el espíritu de nuestros gobiernos”[29]. Y sabemos que, de aquella, todos los
ingleses, franceses… – todos estaban ocupados en enviar agentes, ser sobornados
y todo el resto, pensando tan solo en sus estrechos intereses nacionales,
rompiendo tratados como si no fuesen nada, tan solo con que hubiese oportunidad
de hacerse con la suya. “por eso vemos por doquier a tan completas y genuinas
nulidades, con pocas excepciones, en los más altos cargos administrativos, al
mando de las tropas, en la dirección de asuntos diplomáticos e incluso en las cátedras
de nuestras universidades. El gobierno ruso no sigue estos malos ejemplos:
emplea a los mejores a su servicio, sin importar sus opiniones políticas, su
origen, su riqueza, sus vínculos familiares y sin importar sus prejuicios
religiosos; en una palabra, el gobierno ruso siempre ha seguido en este caso la
política más liberal, algo que nuestros gobiernos nunca han conocido y
probablemente nunca conocerán.
Durante siglos,
tras luchar contra el islamismo, la Europa cristiana ha acudido en su ayuda, lo
ha protegido cuando ya estaba a punto de derrumbarse, y, con el pretexto de
oponer una barrera al despotismo, ha afilado sus armas para defender otro
despotismo...”.[30]
Esto
se refiere, claro está, al hecho de que, considerando que el Zar se encontraba
en un gran peligro, ellos —los occidentales— no hacían sino intentar
expandirse; las potencias occidentales apoyaban constantemente a Turquía.
Incluso se dio
que, durante la Guerra de Crimea, el Zar fue amable, pues solo luchaba por los
pueblos ortodoxos de los Balcanes y Grecia. Y sabía que ingleses y franceses
irían al lado de los turcos solo para oponérsele. Y contaba con su primo, el
Emperador de Austria y de Alemania[31]. Que garantizaron que estarían de su
lado. Pero encontraron más conveniente diplomáticamente estar en el otro bando
por el balance de poder, rompiendo así sus promesas. Escribió al Emperador de
Austria diciendo. “No me digas que tú también vas a luchar bajo el signo de la
media luna turca. Ya basta con que esos bárbaros ingleses y franceses lo hagan,
pero tú, mi propio primo, se supone que debes defender la monarquía.” [32] Esa traición le dolió
profundamente, cuando alguien —su colega monarca— le había dado una promesa y
no la cumplió por razones políticas. Él, en cambio, siempre fue fiel a sus
promesas.
Este
escritor español continúa “El espíritu de prejuicio lleva a nuestros
publicistas a hablar del emperador Nicolás como un déspota y un hombre
ambicioso, que, por caprichos personales y orgullo desenfrenado, supuestamente
sacrifica la sangre de su pueblo, el equilibrio europeo y el bienestar del
mundo entero; pero, de hecho, hoy en día hay pocos soberanos
verdaderamente dignos de elogio, tanto por sus dotes como por sus virtudes
privadas y públicas. El emperador Nicolás fue un esposo devoto, un padre tierno
y afectuoso, un amigo y monarca fiel, que con todas sus fuerzas se preocupó por
la felicidad de sus súbditos. Todas sus hijas y nietos vivieron en su palacio,
con la excepción de la gran duquesa Olga, que residía en Stuttgart; el pueblo bendecía
su nombre, y es preciso admitir que toda Europa le debe la preservación del
orden, que el ardiente emperador Napoleón III ahora amenaza con perturbar con
su imprudencia y arrogancia.”[33].
Esto
es interesante como testamento fuera de Rusia. Por supuesto, en Rusia era muy
amado por todos excepto los revolucionarios. Veamos ahora cómo muere un hombre
tal, pues tengo una completa narración de sus últimos días. El doctor que lo
atendió dijo lo siguiente: “Desde que comencé a ejercer la medicina,
nunca he visto nada que se pareciera siquiera remotamente a una muerte así; ni
siquiera consideraba posible que la conciencia de un deber cumplido con
precisión, combinada con una firmeza de voluntad inquebrantable, pudiera
dominar hasta tal punto ese momento fatal en que el alma se libera de su
envoltura terrenal para partir hacia la paz y la felicidad eternas; repito, lo
habría considerado imposible si no hubiera tenido la desgracia de vivir para
presenciar todo esto”.
“La
emperatriz Alejandra Feodorovna sugirió que el zar comulgara. Le daba vergüenza
recibir los Santos Misterios acostado, desnudo. Su confesor, el arcipreste
Vasili Bazhanov, dijo que en su vida había asistido a muchos moribundos
piadosos, pero que nunca había visto una fe como la del emperador Nicolás I,
triunfante sobre la muerte inminente. Otro testigo de las últimas horas del
soberano expresó que si un ateo hubiera sido llevado entonces a la habitación
del zar, habría terminado creyendo en Dios. Tras comulgar, el zar dijo: ‘Señor,
recíbeme en paz’. La emperatriz recitó el ‘Padre Nuestro’. Cuando pronunció las
palabras favoritas del zar: ‘Hágase tu voluntad’, él dijo: ‘Siempre, siempre’.
Varias veces repitió entonces la oración: ‘Ahora, Señor, deja que tu siervo
parta en paz, según tu palabra’.
El
Emperador dio todas las instrucciones para el entierro. Exigió que se redujeran
los gastos funerarios al mínimo. Prohibió, como corresponde a una actitud
ortodoxa ante la muerte, cubrir de negro la sala donde reposaría su cuerpo.
Pidió que se colocara en el ataúd el icono de la Madre de Dios Odigitria,[34] con el cual la emperatriz Catalina
—su abuela, Catalina II— lo había bendecido en su bautismo. Bendijo a sus
hijos, incluso a los ausentes, a quienes bendijo a distancia. La Gran
Duquesa Olga Nikolaevna[35], tan querida por él, sintió la bendición
de su padre en Stuttgart. Llamó a sus amigos más cercanos. Al heredero del
trono le recomendó al Conde Alderburg diciendo, ‘Este consejero ha sido un
amigo cercano mío durante cuarenta años’. Al Conde Orloff dijo, ‘Tú mismo sabes
todo lo que debe hacerse. No necesito decirte nada’. Dio gracias a la criada
favorita de la Emperatriz, Madame Rorburg, por su cuidado. Y despidiéndose, le
dijo, ‘Saluda a mi querido Peterhof por mí…’.
>>
Todos los informes del Ejército ordenó fuesen entregados al zarévich. Después
pidió quedar solo por un rato. ‘Ahora’, dijo, ‘debo quedarme solo para
prepararme para el momento final. Os llamaré cuando llegue la hora’.
>>
Más tarde, el Emperador convocó a varios granaderos, se despidió de ellos y les
pidió que transmitieran sus saludos de despedida a los demás. Pidió al
zarévich saludar también a los guardas, el Ejército y especialmente a aquellos
que habían defendido Sebastopol”, porque moría justo cuando Rusia perdía la
Guerra de Crimea. “’Diles que seguiré rezando por ellos en el otro mundo’ Pidió
que se enviasen también telegramas finales a Sebastopol y Moscú con estas
palabras, ‘El Emperador muere y dice adiós a Moscú’. A las 8:20 a. m., su
confesor, el padre Boris Bazhanov, comenzó a recitar la oración por los
difuntos. El Soberano la escuchó atentamente santiguándose. Cuando el Padre lo
bendijo y le dio la Cruz para besarla, el Soberano agonizante dijo ‘Creo que
nunca hice el mal en mi vida conscientemente’.
Notemos
cómo Francisco [de Asís] dice “No reconozco ningún pecado en mí”, y él dice “Creo que
nunca hice el mal conscientemente”, esto es, confesó todos sus pecados y se da
cuenta de que está plagado de ellos, pero piensa que nunca hizo el mal
conscientemente.
“Sostuvo
la mano de la Emperatriz y el zarévich, y cuando ya no podía hablar les dijo
adiós con la mirada. A las 10 en punto el Soberano perdió la capacidad de
hablar. Pero antes de que comenzase su reposo empezó a hablar de nuevo. Ordenó
al zarévich erguir a una de las princesas, que estaba arrodillada, pues esto
era malo para su salud. Algunas de sus últimas palabras, hablando al zarévich,
fueron, ‘Aférrate a todo, aférrate a todo’, acompañado de un gesto decisivo.
Entonces comenzó la agonía y la Liturgia terminó en la Iglesia de Palacio”.
“‘Los
jadeos antes de su muerte’, escribió Tyucheva, ‘se hacían más fuertes. Su
respiración se hacía más difícil y esporádica. Finalmente, convulsiones
atravesaron su rostro y su cabeza cayó. Pensaban que este era el fin y los que
lo rodeaban lloraron. Pero el Emperador abrió sus ojos, los elevó al cielo y
fue entonces que todo acabó. Viendo su muerte, tan firme y piadosa, uno debe
pensar que el Emperador la había previsto largo tiempo atrás y se había
preparado para ella”[36].
El
Arzobispo Nicanor de Jersón dijo sobre su muerte “Su muerte fue la
imagen de la muerte de un cristiano, pues fue un hombre de arrepentimiento, en
pleno dominio de sus facultades y de una virilidad inquebrantable.”[37].
En
su testamento escribió: “Muero con corazón agradecido por todas las cosas
buenas que Dios ha tenido a bien regalarme en este mundo pasajero, con ardiente
amor por nuestra gloriosa Rusia, a la que he servido hasta mi fin según mejor
pude, con fe y justicia. Lamento no poder haber hecho las cosas buenas que
sinceramente deseaba. Mi hijo tomará mi lugar. Ruego a Dios que lo bendiga en
la difícil tarea que ahora emprende, y que le conceda afianzar a Rusia sobre el
fundamento firme del temor de Dios. ¡Oh, concédele” —es decir, a Rusia— “llegar
a cumplir su buen orden interior, y que él aleje todo peligro externo! En Ti,
oh Señor, he puesto mi esperanza; no permitas que sea avergonzado por los
siglos de los siglos.”.[38]
De
nuevo dice en su testamento al zarévich, “Mantén estrictamente todo lo que
nuestra Iglesia prescribe. Eres joven y te hallas en esos años en que las
pasiones se están desarrollando, pero recuerda siempre que debes ser un ejemplo
de piedad y conducirte de tal manera que tu vida pueda ser un vivo ejemplo”
para el pueblo. “Sé misericordioso y accesible a los desafortunados, pero no
gastes más allá de lo que permite el tesoro.” “Desprecia todo tipo de calumnias
y rumores, pero teme ir contra tu conciencia. Que Dios Todopoderoso te bendiga.
Pon toda tu esperanza en él. No te abandonará mientras recurras constantemente
a Él.”[39].
Zar
Ortodoxo, anti-revolución
[A
partir de esta sección, hay intermisiones prolongadas en las cintas de
grabación, por lo que la transcripción original de estas muestra cierta
dificultad lógica de seguir, siendo frecuentes palabras sueltas o sintagmas
sueltos entre los párrafos. Se procede a reproducir los párrafos que el padre
Serafín Rose cita, que siguen intactos en la transcripción original, y a omitir
la transcripción de los comentarios del padre Rose cuando en el original se
tratara tan solo de frases o palabras sueltas que obscurezcan la comprensión
del texto más que facilitarla].
“Comprendió
y defendió el origen trino de nuestra existencia histórica: Ortodoxia,
autocracia y nacionalidad. Así guió estricta y consistentemente su política
personal – tanto externa como interna. Creía en la Santa Rusia, en su deber en
el mundo, trabajó por el bien de Ella y si mantuvo en pie incansable en guarda
de su honor y dignidad” dice el historiador S. S. Tatishchev.
“T.
I. Tyutchev, en sus notas, Rusia y Revolución, escribió, ‘Déjenme
hacer esta observación: entre todos los soberanos de Europa, y entre todas las
figuras políticas que la guiaron en tiempos recientes, solo puede encontrarse
uno que desde el principio mismo reconoció y anunció la gran quimera de 1830 y,
desde entonces fue el único en Europa, y quizás el único de todos los que le
rodeaban, que rehusó siempre sucumbir a ella. En aquel momento (1848),
afortunadamente hubo un Soberano del trono ruso que encarnaba la Ideya
rusa[40] y en la situación mundial de
entonces era tan solo la Ideya rusa que se distinguía del
entorno revolucionario, y que podía evaluar los hechos que se habían
manifestado en él. Si hubiese muerto Nicolás en 1850 no habría vivido para ver
la desastrosa guerra con Francia e Inglaterra que acortó su vida y arrojó una triste
sombra sobre su reino. Pero esta sombra solo existió para los contemporáneos. A
la luz de la Historia desapasionada se desvanece, y Nicolás marcha entre las
filas de los más celebrados y valientes reyes de la Historia”[41]. (Russ. Arch. 1873)
Ayudo a
Austria sin tener ninguna retribución,
“En sus Pensamientos
y Recuerdos Otto Bismarck dice ‘En la historia de los Estados europeos
uno apenas puede hallar otro ejemplo de un monarca de tal poder mostrando a un
Estado vecino la gentileza que mostró el Emperador Nicolás ante Austria. Viendo
la peligrosa situación en que se halló en 1849 vino en su ayuda con 150.000
tropas, suprimió a Hungría, restauró el poder del Rey y retiró sus tropas, sin
demandar a Austria ningún tipo de concesión o compensación por esto, sin tocar
siquiera las disputadas cuestiones polacas u orientales.
>>En
Hungría y en Olomouc el Emperador Nicolás actuó con la convicción de que, como
representante del principio monárquico, estaba llamado por el destino a
declarar la guerra contra la revolución que se acercaba desde Occidente. Era un
idealista y se mantuvo fiel a sí mismo en todos los momentos de importancia
histórica”.[42]
Idealista
“El
famoso general A. Dyugamel escribió: ‘El trono nunca había sido ocupado por
caballero más noble, por hombre más honorable. Jamás consintió en tolerar el
menor indicio de revolución, y el mismo liberalismo le suscitaba sospecha. En
sus facultades como autócrata de todas las Rusias, el Emperador Nicolás llegó
tempranamente a la convicción de que no había otra salvación para el Imperio
que una unión con los principios conservadores, y durante el transcurso de su
reinado de treinta años nunca se desvió del camino que se había trazado de
antemano.”[43]
Reconoció a
Luis Felipe
“Confirmación
de lo anterior puede encontrarse en la relación del Soberano con la Revolución
de Julio de 1830 en Francia y con la toma del trono por el rey Luis Felipe de
Orleans, en violación de los derechos legítimos del nieto del rey Carlos X. El
Emperador se negó por mucho tiempo a reconocerlo pese a los argumentos del
embajador en Francia, el Conde Pozzo-Di-Bobro. Finalmente, a las razones de
este se unieron las del Ministro del Interior, el Conde Nesselrode, que
presentó al Zar un reporte al respecto. Sobre este resolvió el Soberano ‘No sé
qué es preferible – una república, o una supuesta monarquía de tal estilo’, y
añadió, ‘me rindo ante vuestros argumentos, pero pido al Cielo que presencia,
que esto está y siempre estará contra mi conciencia, y que es el esfuerzo más
doloroso que jamás haya hecho’”[44].
b. Gogol:
Andreyev paginas 135, 136 y 137
“Poseemos
un tesoro que no puede ser valorado” —así caracteriza Gógol a la Iglesia, y
continúa: “Esta Iglesia que como una virgen casta es la única que se ha
preservado desde la época de los Apóstoles en su inocente pureza original; esta
Iglesia que, completa en sus dogmas profundos y hasta en sus más mínimos
rituales exteriores, fue como descendida del cielo para el pueblo ruso; esta
Iglesia, que sola tiene el poder de resolver todas las complejidades de
nuestras perplejidades y preguntas. Y esta Iglesia, que fue creada para la
vida, nosotros, incluso hasta ahora, no la hemos traído a nuestra vida”[45].
“Gógol
declaró vivamente y con convicción que la Verdad esta en la Ortodoxia y en la
Autocracia ortodoxa rusa; ; que el dilema histórico del ser o no ser se
resuelve en la cultura rusa ortodoxa, y que el destino inmediato del mundo
entero depende de su preservación. El mundo se encuentra al borde de la muerte,
y estamos entrando en el período pre-apocalíptico de la historia mundial”[46].
“Indignado
por el hecho de que Gógol osara ver la salvación de Rusia en la actividad
interior religiosa y mística, en los podvigs ascéticos y en la
oración —y que, por lo tanto, considerara la predicación superior a todas las
demás obras—, Belinski, en relación con esto, escribió en una carta: ‘Rusia no
ve su salvación en el misticismo, ni en el ascetismo, ni en el pietismo, sino en
el éxito de la civilización, la ilustración y la humanidad. No necesita
sermones (ya ha oído bastantes), ni oraciones (ya ha tenido bastantes de sus
repeticiones interminables), sino el despertar en su pueblo un sentido de
dignidad humana’ ”[47]
C. Zar
Alejandro III:
a. Su preceptor, Pobedonostsev, le impartió una
educación firmemente ortodoxa y antirrevolucionaria.
Lo familiarizó con los antecedentes de la Revolución (¿o quizás con la
experiencia histórica previa a ella?) y lo introdujo en el pensamiento de
autores como:
- Rachinsky,
impulsor del desarrollo de las escuelas parroquiales,
- Dostoyevski,
- Melnikov-Pechersky (escritor
ortodoxo tradicionalista que retrató la vida del clero rural y la lucha
contra el nihilismo).
b. Existieron voces que lo exhortaban a adoptar
un rumbo antiliberal — véase Talberg (p.
229).
De
una carta de Pobedonostsev a Alejandro, 6 de marzo de 1881, 5 días tras el
asesinato del Zar Alejandro II: “Me resuelvo por volver a escribir, porque la
situación es terrible y no hay tiempo que perder. Si le cantan el viejo canto
de sirena que exige calma, si dicen que necesita mantener un rumbo liberal, que
necesita ceder a la llamada ‘opinión pública’ – Oh, por amor de Dios, no los
crea, Su Majestad, no escuche. Esto sería la ruina – la ruina de Rusia y la
suya. Esto es claro como el día para mí. Su seguridad no estaría protegida,
sino reducida por esto. Los locos villanos que mataron a su padre no se
satisfarán con ninguna cesión, y se harán solo más violentos. Y puede
suprimirse – la malvada semilla puede ser arrancada – solo luchando contra ella
hasta la muerte, por hierro y sangre. Ser victorioso no es difícil – hasta
ahora todos han deseado escapar el conflicto y han engañado al Soberano, a sí
mismos y a todo y todos en este mundo, porque no son gente de razón, poder y
corazón, sino flacos eunucos y conspiradores. No, Su Majestad – la única forma
segura y directa es mantenerte en pie y empezar, sin fatigarte ni por un
momento, una sagrada lucha, como solo la ha habido en Rusia. La nación entera
espera esta razón autoritativa y tan pronto sientan la voluntad soberana, todos
se alzarán y revivirán’.
>>
Ese día recibió una nota del Soberano: ‘Le agradezco de todo corazón su sentida
carta, con la que concuerdo plenamente. Pásese a verme mañana a las tres y me
congratulará charlar con Usted. Toda mi esperanza es en Dios’”.
[Esto no figura en el esquema general, pero la segunda
mitad del texto está marcada por el padre Serafín en su ejemplar del libro de
Talberg, e incluso una frase aparece subrayada. Se trata de una carta de
Pobedonostsev publicada en una revista llamada Archivo Ruso]
“‘Loris-Melikov
tenía la intención de hacer a Rusia el ‘favor’ de dar a Rusia una Constitución
o principiar su redacción invocando a diputados de toda Rusia. En este sentido
tuvo lugar una conferencia en febrero con el Emperador Alejandro II. El 2 de
marzo se designó al Consejo de Ministros para presentarse ante el Soberano para
una decisión final, pero mientras tanto Loris-Melikov ya había preparado la
publicación triunfal de la misma, que debía aparecer en el Heraldo del
Gobierno[48] el día 5. Y de repente, la
catástrofe. A partir del 2 de marzo las revistas comenzaron, en conexión al
regicidio, a exigir una Constitución. Loris-Melikov les envió un mensaje
pidiéndoles que guardaran silencio, aunque fuera por quince días. Así pues, nos
reunimos en el consejo de ministros para ver al zar el domingo a las 2 de la
tarde. Me invitaron a mí, el anciano S. G. Stroganov, los Grandes Duques. El
emperador, tras explicar el asunto, añadió que el difunto aún no había tomado
una decisión, que era dudoso, y que pedía a todos que hablaran con
tranquilidad. Loris-Melikov – quien supuestamente consideraba un
deber sagrado cumplir el testamento de su padre – comenzó a leer las actas y el
borrador del anuncio, ya preparado en nombre del nuevo emperador. E imagínense
– tenían la desvergüenza de dejar en esta declaración todos los mismos motivos
postulados que en la anterior: que el orden público había sido establecido por
doquier, las revueltas habían sido suprimidas, los exiliados habían retornado,
etcétera. No hay tiempo para describir todo esto en detalle. El primero en
confrontarla fue Stroganov, breve pero energicamente. Luego, Valuev, Abaza y
Milyutin pronunciaron discursos pomposos y repugnantes sobre cómo toda Rusia
esperaba esta bendición. Milyutin se fue de la lengua, refiriéndose al pueblo
como una masa irracional. Valuyev, en lugar de la palabra ‘pueblo’, dijo
‘pueblos’. Hablaron también Nabokov, Saburov, y el resto. Solo Posyet y Makov
se opusieron. Pero cuando se giraron hacia mí, no podía sostener ya mi rabia.
Habiendo explicado la total falsedad de la institución, dije que la vergüenza y
la desgracia inflamaban mi rostro pensando en cómo podíamos discutir esto en un
momento tal, cuando el cadáver de nuestro Soberano yacía aún sin enterrar. ¿Y
quién era el culpable? Su sangre estaba sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Todos fuimos culpables de su muerte. ¿Qué habíamos hecho durante su reinado?
Hablábamos y hablábamos, nos escuchábamos a nosotros mismos y los unos a otros,
y todo lo que provenía de su institución en nuestras manos se convertía en
mentira, y la libertad garantizada por él se volvía falsa. Y en los años
recientes, en años de explosiones y minas, ¿qué habíamos hecho para protegerlo?
Hablamos, hablamos – y nada más. Todos nuestros sentidos deberían haberse
concentrado en el temor de que pudiera ser asesinado, pero permitimos que en
nuestras almas entraran tantos temores bajos y despreciables, y comenzamos a
temblar ante la opinión pública, es decir, la opinión de periodistas
despreciables, y ante lo que Europa diría. Y sabemos eso a través de las
revistas.
>>
Se pueden imaginar que mis palabras cayeron cuál relámpago. Los que estaban a
mi lado, Abaz y Loris-Melikov, apenas podían contener su rabia contra mí. Abaza
replicó con bastante brusquedad: «De lo que ha dicho el Ober-Procurador del
Sínodo se seguiría que todo lo hecho en el reinado anterior no sirvió para nada
—la liberación de los siervos y lo demás— y que lo único que nos queda por
hacer después de esto es pedir nuestra dimisión» El Soberano, que cuando
pronuncié las palabras «Su sangre está sobre nosotros» me interrumpió con la
exclamación «Esto es verdad», me apoyó diciendo que realmente todos eran
culpables y que no se excluía a sí mismo. Hablamos más. Se oyeron palabras
lastimosas de que algo debería hacerse, pero que ese algo era la institución
(la constitución).”[49]
c. La mayoría de los ministros eran partidarios
del liberalismo y de las reformas en el gobierno.
Sin embargo, Pobedonostsev y otros defendían la autocracia.
El zar Alejandro decidió ir contra el espíritu de los tiempos,
y no entregarse a fantasías irrealizables ni al liberalismo sarnoso.
Estaba en contra de una Constitución. ¿Por qué?
Por nacionalismo: creía que Rusia ya tenía una constitución
en la Ortodoxia, en sus instituciones antiguas y en la confianza
mutua entre el Zar y el pueblo.
“El
29 de abril de 1881, la posición decisiva del Zar fue presentada en un
manifiesto, en que se decía: ‘La voz de Dios nos ordena emprender con vigor el
asunto del gobierno, esperando en la Divina Providencia, con fe en el poder y
la verdad del gobierno autocrático, que estamos llamados a sostener y preservar
de toda intromisión, para el bien del pueblo’.
>>
‘Espero que los corazones de nuestros leales súbditos – que aman a la patria y
sirven a la autoridad real, heredada de generación en generación – que han sido
confundidos por el ansia y el terror, se fortalezcan. Bajo la protección de la
autoridad real, y en indisoluble unión con ella, nuestra tierra ha sobrevivido
más de una vez a grandes conflictos y ha alcanzado un estado de poder y gloria
en medio de duras pruebas y desgracias, con fe en Dios, Quien determina su
destino. Dedicándonos a nuestra gran tarea, llamamos a todos nuestros fieles
súbditos a servirnos con fe y justicia en arrancar de raíz las revueltas que
han asolado la tierra rusa, a confirmar la fe y la moralidad, el futuro de
nuestros hijos, la aniquilación de la falsedad y mendacidad, el establecimiento
de la verdad en las actividades de las instituciones otorgadas a Rusia por su
benefactor, nuestro amado padre’.
>>
‘Y aquí la oscuridad de la sedición, atravesada por la luz de las palabras del
Zar, empezó rápidamente a dispersarse’, escribe Nazarevsky. ‘La revuelta, que
parecía invencible, se derritió como cera ante el fuego, se desvaneció como
humo bajo las alas del viento. La sedición en la mente del pueblo fue
rápidamente remplazada por la sensatez rusa; lo disoluto y veleidoso dio paso
al orden y la disciplina. El librepensamiento dejó de pisotear la ortodoxia
tachándola de ultramontanismo, o a nuestra querida Iglesia como clericalismo.
La autoridad del indiscutible y hereditario derecho divino nacional se mantuvo
en sus alturas históricas, tradicionales’.
>>
Pero no fue fácil para el Autócrata soportar este pesado yugo por el bien de
Rusia. El 31 de diciembre de 1881, en una carta en respuesta a Pobenonostsev,
el Soberano escribe: ‘Le agradezco, muy apreciado Constantino Petróvich, por su
amable carta y todos sus buenos deseos. Un terrible año se cierra; uno nuevo
comienza, y, ¿qué nos espera? Es tan difícil a veces, que si no fuese por mi fe
en Dios y Su misericordia infinita, no me quedaría otra que volarme los sesos.
Pero no soy débil de corazón, y lo más importante es que tengo fe en Dios y
creo que vendrán, al fin, días felices para nuestra querida Rusia. Muy a menudo
recuerdo las palabras del Santo Evangelio: ‘No dejéis que vuestro corazón se
atormente; creed en Dios y creed en Mí’. Estas poderosas palabras obran en
mí de manera saludable. Con plena esperanza en la misericordia de Dios, cierro
esta carta: “Hágase Tu voluntad, Oh, Señor’”[50].
Reposo
de san juan de Kronstadt
Respuesta del
Zar Alejandro III,
Retrato del zar Alejandro III (1845 - 1894)
“Una
descripción de sus últimos días es dada por Nazarevsky: ‘El 5 de octubre un
anuncio cuidadosamente compuesto por Zakharyn y el profesor Leiden respecto a
la seria enfermedad del Soberano hizo que no solo Rusia, sino el mundo entero
se estremeciese. Todos, temiendo por la vida del Emperador, que había ganado
una poderosa influencia por doquier, empezaron a rezar por su recuperación. Se
hizo claro para todos, y para el convaleciente mismo, que el fin se acercaba.
El alegre humor y la viril calma del Zar enfermo eran sorprendentes. Pese a su
debilidad, insomnio y palpitaciones, no deseaba yacer en la cama y se esforzaba
por continuar su trabajo en los asuntos de Estado, de los cuales los últimos
fueron reportes respecto a los asuntos del Extremo Oriente, y de Corea en
particular.
>>
Para el 9 de octubre, el enfermo le dijo a su confesor con certeza que sentía
la proximidad de la muerte y con gran alegría escuchó su sugerencia de que
recibiese los Santos Misterios. Lamentaba solo una cosa – que no podía como
antes, como se suele hacer durante la Gran Cuaresma, prepararse para este gran
Sacramento. En su confesión, que tomó lugar poco después, el Soberano se
arrodilló e hizo postraciones como un hombre sano. Pero para la Comunión ya no
era capaz de levantarse. Lo ayudaron la Emperatriz y su confesor. Con profunda
reverencia el Soberano comulgó con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
>>
En la mañana siguiente, el 10 de octubre, el Soberano recibió con alegría y
sinceridad al padre Juan de Kronstadt, quien había llegado a Livadia[51]; y a la tarde conoció a la prometida de
su primogénito, la Princesa Alix de Hesse[52], que se había apresurado a Crimea.
>>
Cuando saludó al respetado pastor el Soberano, con su característica humildad,
dijo: ‘Yo mismo no me atrevía a invitarlo a emprender un viaje tan largo, pero
cuando la gran duquesa Alexandra Iosifovna sugirió que lo invitara a Livadia,
lo acepté con gusto y le agradezco que haya venido. Le ruego que rece por mí –
me encuentro bastante mal’. Como contó el Padre Juan: “Entonces fue a la otra
habitación y me que rezáramos juntos. Se arrodilló y yo empecé a recitar las
oraciones. Su Majestad rezaba con profundo sentimiento; su cabeza estaba
doblada y él estaba inmerso en sí mismo. Cuando acabé, se irguió y me pidió que
rezase en el futuro”.
>>
A la tarde, para conocer a la prometida de su hijo, dio orden de que se le
diese su ropa de gala y se la pusieran, y, a pesar de la hinchazón de sus pies,
fue a su encuentro. Expresó sus sentimientos paternales hacia ella, aceptándola
como su hija querida, cercana a su corazón.
>>
La alegría de ese día evidentemente tuvo un efecto positivo sobre él, y empezó
a sentirse mejor. Esto continúo hasta el 18 de octubre, lo que alimentó la
esperanza en los que lo rodeaban de que se recuperase.
>>
En un día memorable, el 17 de octubre, el padre Juan de Kronstadt dio al
Soberano los Santos Misterios por segunda vez. Después de la Liturgia, entró
donde el enfermo con el Santo Cáliz en las manos. El zar repitió con firmeza,
claridad y profundo sentimiento las palabras del sacerdote: ‘Creo, oh Señor,
y confieso que Tú eres verdaderamente el Cristo’ y recibió reverentemente
Comunión del Cáliz. Lágrimas de contrición cayeron sobre su pecho. Sintió de
nuevo una ola de energía, y estaba dispuesto a ponerse a trabajar de nuevo,
incluso de noche. Pero su estado empeoró y emergió una inflamación pulmonar,
unida a una expectoración de sangre. El hombre agonizante aguantó con hombría
estos males y mostró el poder de su voluntad. El 18 un mensajero fue enviado a
San Petersburgo por última vez con asuntos por resolver. Al día siguiente
intentó de nuevo trabajar en varios reportes y escribió por última vez: ‘En
Livadia. Leído’. Pero este fue su último día de servicio a Rusia – el luchador
incansable por la Tierra Rusa se debilitó severamente y ahora esperaba su
cercano pasaje al otro mundo.
>>
El Soberano pasó la noche sin dormir, esperando con fervor el amanecer y,
levantándose de su lecho, se sentó en un sillón. Llegó el día, lúgubre y frío.
Se levantó un viento fuerte; el mar gemía agitado por el violento oleaje.
>>
A las siete el Soberano mandó llamar al zarévich y habló privadamente con él
entorno a una hora. Tras esto, llamó a la Emperatriz, que lo encontró entre
lágrimas. Le dijo: ‘Presiento mi fin’. La Emperatriz dijo: ‘Por Dios, no digas
eso – te mejorarás’. ‘No’, respondió firmemente el Soberano, ‘esto se ha
arrastrado demasiado. Siento que la muerte está cerca. Tranquilízate. Estoy
completamente en paz.’ A las 10 sus familiares se reunieron en torno al hombre
agonizante y él, plenamente consciente, intentó decir palabras amables a cada
uno. Recordando que el día 20 era el cumpleaños de la Gran Duqeusa Elizabeth
Fiódorovna, el Soberano quería felicitarla. Hablando con sus seres queridos, no
olvidó su alma, y pidió que su confesor fuese llamado para decir oraciones y
pidió de nuevo comulgar con los Santos Misterios.
>>
Habiendo comulgado el Soberano, el confesor deseaba retirarse para dejarlo solo
con su familia, pero él lo retuvo y le dio sinceras gracias El pastor,
inclinándose hacia el Soberano, le dio las gracias en nombre de la Santa
Iglesia, por haber sido siempre su hijo inquebrantable y fiel defensor y en
nombre del pueblo ruso, por el cual sacrificó todas sus fuerzas; y, finalmente,
expresó su firme esperanza de que en las moradas celestiales le estuviera
preparado un reino eterno de gloria y bienaventuranza con todos los santos.
>>
A las 11, el estado del paciente se agravó especialmente; su dificultad para
respirar aumentó, su actividad cardíaca disminuyó y pidió llamar al padre Juan
de Kronstadt que, al llegar, ungió el cuerpo del Soberano y, de acuerdo a su
petición, puso las manos sobre su cabeza. Temiendo que el respetado pastor se
cansase, el Zar le pidió que descansase, y cuando el padre Juan le preguntó si
no lo cansaba el que tuviera las manos sobre su la cabeza, le dijo: ‘Al
contrario, me siento aliviado cuando usted las sostiene’, y añadió
conmovedoramente: ‘El pueblo ruso te ama’. Con su voz debilitándose,
empezó a expresar su emoción por el adiós, primero a la Emperatriz y luego a
sus hijos. Se mantuvieron junto a él y la Emperatriz sostuvo su mano. A las 14
su pulso aumentó. Los últimos minutos habían llegado. El sufriente monarca,
sostenido por los hombros por el Zarévich, apoyó su cabeza en el hombro de la
Emperatriz, cerró sus ojos y reposó calladamente. Eran las dos y cuarto de la
tarde. Así acabó su este ‘buen sufriente por la Tierra Rusa’, como el la
antigua Rus se llamaba a su protector celestial, el recto Alexander Nevsky.
>>
El siempre memorable padre Juan describió así estos dolorosos días: ‘El 17 de
octubre, a petición del difunto Emperador, recibió de mí la comunión de los
Sagrados Misterios. Todos los días celebraba la Liturgia en la iglesia de
Livadia o, a veces, en la de Oreanda, y ese mismo día, justo después de
celebrar la Liturgia en esta última iglesia, me apresuré con el Cáliz de la
vida hasta el Augusto (enfermo), que recibió con reverentes sentimientos, de
mis manos, los Misterios creadores de Vida.
>>
El 20 de octubre el Emperador Soberano deseaba de nuevo verme. Me apresuré
inmediatamente tras haber celebrado la Liturgia y permanecí en su presencia
hasta su bendito reposo. Por deseo de la Emperatriz leí la oración por la
curación de los enfermos y ungí sus pies con aceite. El aceite era de una
lámpara de un venerado icono milagroso, que me dio uno de los pastores de
Yalta, el padre Alejandro, para la unción del Augusto. Recibiendo con sincera
fe este acto, el Soberano Emperador expresó el deseo de que posase mis manos
sobre su cabeza y, cuando las sostuve ahí, Su Majestad me dijo ‘El pueblo te
ama’. ‘Sí’, dije, ‘Su Majestad, Su pueblo me ama’. Después dijo, ‘Sí – porque
saben quién eres y qué eres’. Tras esto, el Augusto sintió un fuerte ataque de
falta de aire. Sufría intensamente. A su izquierda estaba la Emperatriz; ante
él sus dos hijos mayores y la prometida del Zarévich; a su derecha el Gran
Duque Miguel Alejandróvich y Olga Alejandróvna; y yo junto al cabecero del
sillón. ‘¿No es doloroso para su Majestad Imperial que sostenga mis manos sobre
su cabeza?’. ‘No’, respondió el Soberano, ‘el dolor es más ligero así’. Esto
era porque había aparecido inmediatamente tras oficiar Liturgia, y en las
palmas de mis manos había sostenido el Purísimo cuerpo del Señor, y había
participado en los Santos Misterios’.
Kronstadt, 8 de
Noviembre de 1894.
archiprieste Juan
Sergiev.”[53]
Dostoyevsky:
Dostoyevsky
vivió hasta 1882, y era joven justo en la época en que Gógol se estaba
convirtiendo, en los 1840s; por entonces él formaba parte de grupos de
intelectuales. Uno de ellos era el Grupo Petrochevsky, que discutía las ideas
socialistas de Fourier. Pero este grupo no era serio, no pretendía derrocar al
Gobierno. Cuando trataban temas así, era de forma muy naïve. No tenían
organización ni intenciones de tomar el poder. Simplemente tenían nociones
idealistas sobre cuán maravilloso sería si todo el mundo fuese pacífico y
armonioso, si el gobierno fuese perfecto y nadie fuese oprimido por nadie, y
Fouirer parecía indicar hacia ese fin.
Fourier
era simplemente un loco que vivió en Occidente; loco pero, eso sí, de acuerdo
al espíritu de su época. Más tarde legó esto a gente como Marx, que hicieron
todas estas ideas mucho más serias, llamándolas ‘científicas’. Pero Fourier
soñaba con un paraíso de fuentes de limonada y todo tipo de imágenes así. Este
tipo de espíritu igualitarista estaba en el aire, era así que la mayoría de
ideas occidentales llegaban de Europa.
Y
Dostoyevsky estaba hablándolas y soñando un brillante futuro, ya entonces
escribiendo novelas. Y entonces fue atrapado. Esto es, el grupo fue descubierto
por la policía del Zar. Irrumpieron y lo arrestaron junto a otros miembros. Y
fue sentenciado a muerte. Pensaban que se trataba de algo serio; iban a
ejecutarlos y arrancar la revolución de raíz. Pero el Zar tenía en mente – el
Zar Nicolás I, que tenía una actitud muy paternal hacia sus súbditos – esto es,
tenía un interés muy personal en el destino de cada uno. E hizo esto: permitió
que la sentencia de muerte fuese dada, pretendiendo no llevarla a cabo, para
que su pueblo – cuando se encontrase frente a los verdugos y la sentencia se
pospusiese o anulase – entrase en razón y se arrepintiese.
Y,
en el caso de Dostoyevsky, surtió exactamente ese efecto. Los otros, no sé cómo
acabaron. Y aquí tenemos a este hombre joven que ve los rifles frente a él – su
vida se acaba. ¿Qué ha hecho? No ha pensado mucho en la religión hasta
entonces. Y entonces, de repente, dicen que el Zar le ha indultado. Tendrá ocho
años en Siberia en cambio.
Así
que fue a Siberia, y ha escrito en alguno de sus libros su experiencia allí,
donde llevó una vida muy dura. Dormían sobre incómodas tablas, muchas personas
en una sola habitación. La comida era pobre, aunque Solzhenitsyn comparó las
historias como las de Dostoyevsky con las de las prisiones comunistas. Y lo que
nos parece terrible, comparado con las prisiones comunistas, parece una vida
lujosa. Por supuesto, Dostoyevsky, siendo de clase baja, no tuvo un exilio
cómodo como muchos de los de las clases más altas, que vivían como hombres
libres exiliados. Pero atravesó esta experiencia que, desde la perspectiva
política, lo hizo, tras ocho años muy difíciles y bajo un régimen difícil,
volver de ella siendo zarista, cristiano ortodoxo y convertido a la idea del
zarismo. Significa que había algo profundo sucediendo dentro de él, y cambió
sus ideas sobre la vida, el cristianismo, hacia dónde él se dirigía, el sentido
de la vida. Pero al mismo tiempo, desde el ángulo filosófico, sus ideas versarán
sobre el Gran Inquisidor y el significado de la historia moderna.
Cita
de Los demonios – analiza la mentalidad revolucionaria, tanto
sus estupideces como sus pensadores profundos:
“Virginsky
mismo se encontraba bastante mal aquella tarde, pero llegó y se sentó junto a
la mesa del té. Todos los invitados estaban sentados también, y la forma
ordenada en que se disponían en las sillas sugería una reunión. Todos estaban
esperando algo y estaban llenando el intervalo con ruidosa pero irrelevante
cháchara. Cuando Stavrogin y Verkovensky aparecieron se hizo un silencio
súbito.
>>
Pero me permito hacer algunas puntualizaciones en aras de ser más preciso.
>>
Creo que toda esta gente se había reunido con la agradable esperanza de oír
algo particularmente interesante, y tenían noticia de ello de antemano. Eran la
flor y nata del liberalismo del rojo más intenso que había en nuestra vetusta
ciudad, y habían sido cuidadosamente escogidos por Virginsky [54] para aquella ‘sesión’. Debo
observar, también, que algunos de ellos (aunque no muchos) nunca habían estado
en la casa. Por supuesto, la mayoría de los huéspedes no tenían una idea clara
de por qué habían sido convocados. El caso es que todos ellos creían entonces
que Pyotr Stepanovich era un emisario venido del extranjero, investido de
plenos poderes; esta idea arraigó enseguida entre ellos y, como es natural, les
resultaba halagadora. No obstante, entre aquel puñado de ciudadanos reunidos
con el pretexto de celebrar una onomástica también había unos cuantos a los que
les habían hecho propuestas concretas. Pyotr Stepanovich había tenido éxito en
formar un ‘quinteto’[55] en nuestra ciudad, a semejanza del
que ya estaba instaurado en Moscú y, como se descubriría después, entre los
oficiales del ejército de nuestra provincia. Dicen que además había formado
otro en la provincia de J. Este quinteto de elegidos se sentaba ahora en la
mesa común, y sus miembros habían conseguido, muy hábilmente, aparecer como
gente corriente, y nadie podía identificarlos. Eran – ya que esto ya no es un
secreto – Liputin, el propio Virginsky, Shigalov (un caballero de orejas
alargadas, hermano de Madame Virginsky), Lyamshin y un tipo extraño llamado
Tolkachenko, de cuarenta años, conocido por su vasto conocimiento del pueblo,
especialmente de los ladrones y maleantes. Solía frecuentar las tabernas
(aunque no solo con el propósito de estudiar a las gentes), y hacía ostentación
entre nosotros de su traje raído, sus botas engrasadas, sus pícaros guiños y el
gracejo de sus dichos populares. Lyamshin lo había llevado a las veladas en
casa de Stepan Trofimovich un par de veces, en que, sin embargo, no
causó gran impresión. Aparecía por la ciudad muy de tarde en tarde,
principalmente cuando no tenía trabajo, y estaba empleado en el ferrocarril.
>>
Todos estos cinco activistas habían entrado a formar parte de ese primer grupo
con ferviente convicción de que su quinteto era solo uno de cientos y miles de
grupos similares por toda Rusia, y que todos dependían de algún secreto pero
inmenso poder central, que a su vez estaba conectado con el movimiento
revolucionario de toda Europa.[56] Pero lamento admitir que ya por
entonces empezaban a surgir desavenencias entre ellos. El problema era que,
aunque ya desde la primavera venían aguardando la visita de Pyotr Verkovenski,
– cuya llegada había sido anunciada primero por Tolkachenko y luego por la
llegada de Shigalov – aunque esperaban extraordinarios prodigios de él, y
aunque habían respondido a sus primeras llamadas sin la más mínima crítica; aun
así, al poco de formar el quinteto todos sus miembros se sintieron en alguna
medida defraudados; y eso se había debido, en mi opinión, a la inmediatez misma
con que habían dado su consentimiento. Lo habían hecho, por supuesto, por un no
innoble sentimiento de vergüenza, por temor a lo que podría decir después la
gente de que no se habían atrevido a unirse; aun así sentían que Pyotr
Verkovensky tendría que haber sabido valorar su noble hazaña y haberlos
premiado, cuando menos, con alguna confidencia de primer orden. Pero
Verkovensky no estaba en absoluto dispuesto a satisfacer su legítima curiosidad,
y no les dijo nada salvo lo necesario; los trataba con gran severidad y más
bien informalmente. Esto era muy irritante, y el camarada Shigalov ya estaba
incitando a los otros a forzarle a ‘explicarse’ aunque, por supuesto, no en
casa de Virginsky, en la que había presentes tantos extraños al grupo.
>>
En relación con esos extraños, tengo la idea de que los miembros del primer
quinteto, antes mencionados, eran dados a sospechar que aquella noche, entre
los invitados de Virginsky, había también miembros de otros grupos a los que no
conocía, formados asimismo en nuestra ciudad por el propio Verkovensky; así que
todos los presentes sospechaban los unos de los otros, y posaban de varias
formas los unos para los otros, lo que daba a la reunión un aire desconcertante
y en parte hasta romántico. No obstante, allí también había personas libres de
toda sospecha. Por ejemplo, un general en servicio, amigo cercano de Virginsky,
una persona perfectamente inocente que no había sido invitada y había venido
por su propia iniciativa a la celebración del patronímico, así que era
imposible no recibirlo. Pero Virginsky no estaba molesto, ya que el general era
‘incapaz de traicionarles’; pues a pesar de su estupidez, había sido aficionado
toda su vida a frecuentar los lugares donde se reunían los liberales más
exaltados; no comulgaba con ellos, pero les encantaba escucharles. No solo eso,
sino que incluso había llegado a comprometerse: en su juventud, cuando todos
aquellos manifiestos y números de La Campana[57] habían pasado por sus manos, y
aunque había tenido miedo de abrirlos siquiera, habría considerado una completa
bajeza negarse a distribuirlos; aun hoy sigue habiendo en Rusia personas así.
>>
El resto de los invitados eran o tipos de honorable amour-propre amargados,
o tipos de la general impulsividad de la juventud ardiente. Había dos o tres
profesores, – uno de ellos, un cojo[58] de unos cuarenta y cinco años,
profesor de un gymnasium, era un hombre mordaz y visiblemente
vanidoso – y tres o cuatro oficiales. De estos últimos, un muy joven oficial de
artillería que acababa de volver del adiestramiento militar, un chaval callado
que no había hecho amistad con nadie y que, de buenas a primeras, se veía allí,
casa de Virguinski con un lápiz en mano y sin intervenir apenas en las
conversaciones, estaba continuamente tomando notas en su libreta. Todos veían
esto, pero todos fingían ignorarlo. Había, también, ocioso estudiante de
teología que había ayudado a Lyamshin a meter aquellas fotografías indecentes
en el Evangelio que se encontraba en el bolso una mujer. Era un joven fuerte
con maneras despreocupadas aunque desconfiadas, con una incambiante sonrisa
chulesca, junto a un calme aire de triunfante fe en su propia perfección.
Estaba también presente, no sé por qué, el hijo del alcalde, ese desagradable y
prematuramente exhausto joven al que ya me he referido contando la historia de
la joven esposa del lugarteniente. Estuvo callado toda la velada. Finalmente,
había un muy entusiasta y descerebrado escolar de dieciocho años, que se
sentaba con el lúgubre aspecto de un hombre joven cuya dignidad ha sido herida,
evidentemente molesto por su joven edad. Este crio ya estaba a la cabeza de un
grupo independiente de conspiradores que habían sido formados en el curso
superior del gymnasium, como se supo más tarde para sorpresa de
todos.
Sobre Shigalov
>>
No he mencionado aún a Shatov. Se sentaba el extremo más apartado de la mesa,
su silla apartada un poco del resto. Miraba al suelo, triste y silencioso,
rechazaba té y pan, y no soltó por un solo instante su gorro, como para mostrar
que no era un visitante, sino que había venido por negocios, y cuando gustase
podía levantarse y marcharse. Kirillov no estaba lejos de él. Él, también, era
muy silencioso, pero no miraba al suelo; al contrario, escrutaba con atención
cada persona que habla con sus ojos fijos carentes de brillo, y escuchaba todo
sin la menor emoción o sorpresa. Algunos de los visitantes que no lo habían
visto antes lo miraban discretamente. No sé si Madame Virginsky sabía algo de
la existencia del quinteto. Imagino que sabía todo precisamente a través de su
marido. La estudiante, por supuesto, no tomó parte en nada; pero tenía una
ansiedad propia: pretendía quedarse solo un día o dos y luego ir cada vez más
lejos de una ciudad universitaria a otra ‘para mostrar simpatía con los sufrimientos
de los estudiantes pobres e incitarlos a protestar’. Acarreaba varios cientos
de ejemplares de una alocución litografiada, al parecer redactada por ella
misma. Es notable que el escolar sintió un odio casi asesino hacia ella desde
el primer momento, aunque la veía por primera vez; y ella sentía lo mismo por
él. El alcalde era su tío, y la veía hoy por primera vez en diez años. Cuando
Stavrogin y Verkovensky vinieron, sus mejillas estaban rojas como arándanos;
acababa de discutir con su tío por la cuestión femenina”.
“[Unas
páginas más adelante] Shigalov prosiguió:
>>
‘Habiendo consagrado mis energías al estudio de la organización social que en
el futuro ha de remplazar la actual, he llegado a la conclusión de que todos
los creadores de sistemas sociales desde tiempos antiguos hasta el año presente
han sido soñadores, narradores de cuentos de hadas, idiotas que se contradecían
a sí mismos, que no entendían nada de la ciencia natural y del extraño animal
llamado Hombre. Platón, Rousseau, Fourier, son columnas de aluminio[59], solo valen para gorriones y no para la
sociedad humana. Pero, ahora que todos estamos al fin preparándonos para
actuar, ofrezco mi propio sistema de organización mundial para acabar con
nuestros titubeos. ¡Aquí lo tenemos! – Dio un golpecito en el cuaderno – habría
querido exponer brevemente, en la medida de lo posible, el contenido de mi
obra; pero veo que debería añadir numerosos comentarios adicionales, de modo
que la exposición requeriría no menos de diez veladas, tantas como capítulos
tiene el libro. – se oyeron risas – ‘Debo añadir, por otro lado, que mi sistema
aún no está completo’. (Risas de nuevo). ‘Estoy perplejo por mis propios datos
y mi conclusión es una contradicción a la idea original con la que empecé.
Partiendo de la libertad ilimitada, he llegado al despotismo ilimitado.[60] Debo añadir, sin embargo, que no
puede haber solución alguna al problema social salvo la mía’.
>>
Las risas eran cada vez más y más estruendosas, si bien se reían sobre todo los
jóvenes y, por así decir, los invitados menos devotos. Había una expresión de
enfado en los rostros de Madame Virgisnky, Liputin y el aburrido profesor.
>>
Si usted mismo no ha sabido dar una forma consistente a su sistema y se ve
desesperado, ¿Qué quiere que hagamos nosotros? – advirtió con cautela un
oficial.
>>
‘Tiene Usted razón, señor oficial – Shigalov se volvió bruscamente hacia él –
especialmente en usar la palabra desesperación. Sí, estoy desesperado, sin
embargo, lo que se expone en mi libro es irrefutable y no existe otra solución,
nadie puede inventar otra cosa. Así que me apresuro sin más dilaciones a
invitar al grupo entero a manifestar su opinión, después de haber escuchado, en
el curso de diez veladas, la lectura de mi libro. Si los miembros no están
dispuestos a escucharme, será preferible tomar caminos separados desde este
momento: los hombres que se dediquen a servir al gobierno y las mujeres a sus
cocinas, porque, si se rechaza mi libro, nadie va a encontrar ninguna otra
alternativa ¡absolutamente ninguna! Si dejan la oportunidad desperdiciarse,
será simplemente su pérdida, pues nunca más podrán volver a ella’.
>>
Hubo agitación entre los reunidos. ‘¿Está loco, o qué?’ preguntaban voces.
>>
‘¿Así que toda la verdad está en la desesperación de Shigalov’,
comentó Lyamshin, ‘y la cuestión esencial es si debemos o no desesperarnos?’.
>>
‘Propongo que sometamos a votación cuánto afecta la desesperación de Shigalov a
la causa común, y al mismo tiempo si merece la pena escucharlo o no’, sugirió
satisfecho un oficial.
>>
‘No es ésta la cuestión’. Intervino por fin el cojo para lamentar. Como regla
hablaba con una sonrisa más bien burlona, así que costaba saber si estaba
siendo sincero o bromeando. ‘No es ésta la cuestión, caballeros. El Señor
Shigalov está demasiado volcado en su labor y es también demasiado modesto.
Conozco su libro. Sugiere como solución final de la cuestión la división de la
humanidad en dos partes desiguales. Un décimo disfruta absoluta libertad y
poder ilimitado sobre los otros nueve décimos. Éstas tendrán que renunciar a su
individualidad y convertirse en una suerte de rebaño y, mediante su absoluta
sumisión, alcanzarán, en virtud de una serie de regeneraciones, la inocencia
primordial, algo como el Jardín del Edén. Tendrán que trabajar, aun así. Las
medidas propuestas por el autor para privar a nueve décimos de la humanidad de
su libertad y transformarlos en un rebaño a través de la educación de varias
generaciones enteras son muy notables, basada en los hechos de la naturaleza, y
sumamente lógica. Uno puede no estar de acuerdo con algunas de las deducciones,
pero sería difícil poner en duda la inteligencia y sabiduría de su autor. Es
una pena que el tiempo requerido – diez veladas – sea imposible de concordar;
si no podríamos escuchar muchas cosas de sumo interés’.
>>
‘¿Habla usted en serio?’, le pregunto al cojo Madame Virginsky con un claro
tenor de inquietud en la voz, ‘que este señor no sabe lo que hacer con el
pueblo así que convierte a nueve décimos de ellos en esclavos? He sospechado de
él desde hace tiempo’.
>>
‘Dice Usted eso de su propio hermano?’, preguntó el hombre cojo.
>>
‘¿Apela al parentesco? ¿Está Usted riéndose de mí?’
>>
‘Y, además, ¡trabajar para aristócratas y obedecerlos como si fuesen dioses es
repugnante!’, dijo fieramente la estudiante.
>>
‘Lo que propongo no es repugnante; es el paraíso, un paraíso terrenal, y no
puede haber otro sobre la tierra’, dijo Shigalov con autoridad.
>>
‘Por mi parte’, dijo Lyamshin, ‘si no supiese qué hacer con nueve décimos de la
humanidad, los cogería y los lanzaría hacia los cielos en lugar de ponerlos en
el paraíso. Dejaría solo un puñado de gente educada, que viviría feliz para
siempre en base a los principios científicos’.
>>
‘¡Nadie sino un bufón puede hablar así!’, gritó rabiando la chica.
>>
‘Es un bufón, pero uno útil’, le susurró Madame Virginsky.
>>
‘Y esa quizás sería la mejor solución del problema’, dijo Shigalov, girándose
hacia Lyamshin. ‘Ciertamente no sabes cuán profunda idea has logrado expresar,
querido amigo. Pero, dado que su idea es irrealizable, hay que conformarse con
el paraíso terrenal, que es como lo llaman.’
>>
‘¡Vaya disparate!’ irrumpió, como involuntariamente, Verkovensky. Sin alzar
siquiera los ojos, aun así, siguió cortándose las uñas con perfecta
indiferencia’.
>>
‘¿Por qué es un disparate?’ Respondió inmediatamente el profesor cojo, como si
hubiera esperado a que Verkovensky dijera algo para responder inmediatamente.
‘¿Por qué es un disparate? El Señor Shigalov es algo fanático en su amor por la
humanidad, pero recuerde que Fourier, aún más que Cabet e incluso Proudhon
mismo, abogaban por una serie de muy despóticas e incluso fantásticas medidas.
El Señor Shigalov es quizás mucho más sobrio en sus sugerencias que ellos. Les
aseguro que cuando uno lee su libro es casi imposible no concordar con algunas
cosas. Quizás esté menos lejos del realismo que nadie y su paraíso terrenal es
casi el verdadero, ese cuya perdida sigue haciendo suspirar a la humanidad, si
es que en efecto alguna vez existió’.
>>
‘Vaya, ya sabía yo la que me iba a caer encima’, murmuró de nuevo Verkovensky.
>>
‘Permítame’, dijo de nuevo el hombre cojo, emocionándose cada vez más. ‘Las
conversaciones y discusiones sobre la futura organización de la sociedad son
casi una verdadera necesidad para todas las mentes pensantes de nuestros días.
Herzen no se ocupó de otra cosa en toda su vida. Belinsky, como sé de buena
mano, solía pasar veladas enteras con sus amigos debatiendo y estableciendo de
ante mano hasta los más minuciosos, por así decir, domésticos, detalles de la
organización social del futuro’.
>>
‘Alguna gente se vuelve loca por ello’, observó el alcalde de repente.
>>
‘Es más probable que lleguemos a algo hablando, de cualquier manera, que
sentándonos en silencio y posando como dictadores’, siseó Liputin, como
atreviéndose al fin a empezar el ataque.
>>
‘No hablaba de Shigalov cuando dije que era un disparate’, murmuró Verkovensky.
‘Verán, caballeros’, alzó un poco las cejas, ‘para mí todos estos libros,
Fourier, Cabet, toda esta palabrería sobre el derecho a trabajar, y las teorías
de Shigalov y todo eso no son más que novelas, como otras cien mil más que uno
puede escribir. Un entretenimiento estético. Entendo que ustedes se aburran en
este pequeño pueblo y devoren cualquier papel escrito’.
>>
‘Disculpe’, dijo el hombre cojo, retorciéndose en su suya, ‘aunque seamos
provincianos y por supuesto objetos de conmiseración en base a eso, sabemos que
nada ha pasado hasta ahora en el mundo lo suficientemente novedoso como para
merecer nuestro llanto por habérnoslo perdido. Se nos sugiere en varios
panfletos hechos en el extranjero y secretamente distribuidos que deberíamos
unirnos y formar grupos con el solo fin de traer la destrucción universal, con
la excusa de que, hagamos lo que hagamos, el mundo no tiene remedio, mientras
que si cortamos de un tajo cien millones de cabezas podríamos, al aligerar
nuestra carga, saltar más fácilmente el foso. Una idea refinada, sin duda, pero
casi tan impráctica como las teorías de Shigalov, a las que Usted se acaba de
referir tan despectivamente’.
>>
‘Bueno, pero no he venido aquí para discutir’. Verkovensky soltó esta
significativa frase y, como inconsciente de su error, se acercó el candil para
ver mejor.
>>
‘Es una pena, una gran pena, que no haya venido usted para discutir, y es una
gran pena que esté tan ocupado justo ahora con su aseo’.
>>
Y ‘¿a usted qué le importa mi aseo?’
>>
‘Cortar cien millones de cabezas es tan difícil como transformar el mundo con
propaganda. Posiblemente más difícil, especialmente en Rusia’, aventuró de
nuevo Liputin.
>>
‘Es en Rusia que depositan sus esperanzas ahora’, dijo un oficial.
>>
‘Sí, hemos oído hablar de eso’ – asintió el cojo –. Sabemos que un
misterioso index[61] apunta a nuestra hermosa patria
como país idóneo donde realizar la gran misión. Ahora bien, en el caso de que
la cuestión se resuelva gradualmente por medio de la propaganda, algo ganaré yo
personalmente, aunque no sea más que un rato de charla agradable y algún
reconocimiento de las autoridades por mis servicios a la causa social. Pero de
la segunda manera, por el rápido método de cortar cien millones de cabezas,
¿qué beneficio personal obtendré? Si empiezas a abogar por eso, podrían
cortarte la lengua’.
>>
‘A Usted desde luego se la cortarían’, observó Verkovensky.
>>
‘Verá. Y, dado que aun en las más favorables circunstancias Usted no remataría
tal masacre en menos de cincuenta o, con suerte, treinta años – pues no son
ovejas, sabe, y quizás no se dejarían masacrar - ¿no sería mejor empacar una
maleta y migrar a una de las más tranquilas islas allende calmos mares y cerrar
allí los ojos tranquilamente? Créanme, ¡solo conseguirán fomentar la emigración
con tal propaganda, y nada más!’.
>>
‘Terminó evidentemente triunfal. Era uno de los intelectos de la provincia.
Sobre Shigalov
>>
[Más adelante, habla Verkovensky] ‘Dejémonos de chácharas, porque no podemos
seguir parloteando otros treinta años como hemos estado parloteando hasta hoy;
quiero preguntarles qué prefieren, si el camino lento, que consiste en la
redacción de novelas sociales y en la resolución sobre el papel de los destinos
de la humanidad de aquí a mil años, mientras el despotismo devora
los sabrosos bocados que casi volarían hacia sus bocas si tan solo se
molestasen un poco; ¿o prefieren, implique lo que implique, tomar una vía más
rápida que al fin les dejará las manos libres y dará a la humanidad un amplio
margen para organizarse socialmente por si misma, y ya no solo sobre el papel,
sino en la práctica?, Gritan ‘cien millones de cabezas’; quizás eso sea solo
una metáfora, pero, ¿por qué temerla, alimentando lentas fantasías sobre el
papel, si el despotismo en el curso de algunos siglos devorará no cien sino
cinco quinientos millones de cabezas? Tomen nota también de que un inválido
incurable no será curado sean cuales sean las prescripciones que se le receten
en papel. Al contrario, si hay tardanza, se corromperá tanto que nos infectará
también a nosotros y contaminará todas las frescas fuerzas que uno podría
emplear ahora, así que llegaremos todos al fin a la penuria juntos. Concuerdo
completamente en que es completamente agradable charlar liberal y
elocuentemente, pero la acción es un pequeño esfuerzo… En todo caso, no tengo
razón de discutir: vine aquí con mensajes que dar, así que ruego a toda la honorable
congregación que no vote, sino que simple y directamente declare qué prefiere:
¿cruzar el pantano al ritmo de un caracol o poner en marcha el motor a vapor
para atravesarlo?’
>>
‘¡Ciertamente soy favorable a cruzarlo a pleno vapor!’ gritó el escolar en
éxtasis.
>>
‘También yo’ añadió Lyamshin.
>>
‘No cabe duda’, murmuró un oficial, seguido de otro, y después de alguien más.
Lo que más impresión les había causado era que Verkovensky estaba allí para
‘comunicar’ algo y que había prometido hablar.
>>
‘Caballeros, veo que casi todos se deciden por la política de los manifiestos’,
dijo, mirando a uno y otro de los reunidos.
>>
‘¡Todos, todos!’ gritó la mayoría de voces.
>>
‘¡Shigalov es un hombre brillante! Saben ustedes que es un genio como Fourier,
pero más mordaz; más fuerte. Cuidará de él. ¡Ha descubierto la igualdad!’.”[62]
>>
“ [Más adelante] ‘Está febril, está delirando, algo muy extraño le ha
sucedido’, pensó Stavogrin, mirándolo una vez más. Ambos siguieron caminando.
>>
‘Ha escrito algo muy bueno en ese manuscrito’, siguió Verkovensky. ‘Sugirió un
sistema de espionaje. Todo miembro de la sociedad espía al resto, y está
obligado a informar. Cada uno pertenece a todos y todos a cada uno. Todos son
esclavos e iguales en su esclavitud. En los casos extremos aboga por la
difamación y el asesinato, pero lo más importante de ello es la igualdad. De
entrada, se rebaja el nivel de la educción, la ciencia y el
talento. Un alto nivel de educación y ciencia es solo posible para
grandes intelectos, y eso no es lo que se busca. Los grandes intelectos siempre
se han hecho con el poder y han sido unos déspotas. Los grandes intelectos no
pueden evitar ser déspotas y siempre han hecho más mal que bien. Serán
aplastados o ejecutados. A Cicerón se le cortará la lengua, a Copérnico se le
arrancarán los ojos, Shakespeare será apedreado – eso es el Shigalovismo. Los
esclavos están destinados a ser iguales. Nunca ha habido ni libertad ni
igualdad sin despotismo, pero en el rebaño debe haber igualdad, y eso es el
Shigalovismo, ¡ja, ja, ja! ¿Lo cree extraño? ¡Yo soy partidario del
Shigalovismo!’
>>
‘Escuche, Stavrogin. Nivelar las montañas es una buena idea, no es absurda.
¡Estoy del todo por Shigalov! ¡Abajo la cultura, hemos tenido suficiente
ciencia! Incluso sin ciencia tenemos material suficiente para perdurar mil
años, pero uno debe tener disciplina. Lo que falta en este mundo es disciplina.
La sed de cultura es una sed aristocrática. En el momento en que tienes lazos
familiares o románticos deseas propiedad. Destruiremos ese deseo, hagamos uso
de la embriaguez, la calumnia, el espionaje; hagamos uso de increíble
corrupción, sofocaremos a todo genio en su infancia. Los reduciremos a todos a
un denominador común. ¡Completa igualdad! «Hemos aprendido un oficio y somos
personas honradas, no necesitamos nada más», esa fue una respuesta dada por
obreros ingleses hace poco. Solo lo necesario es necesario, ese es el lema del
mundo entero de aquí en adelante. Pero también se necesita de un shock.
Para que nosotros, los directores, los cuidemos. Los esclavos deben tener
directores. Absoluta sumisión, absoluta pérdida de individualidad, pero una vez
cada treinta años Shigalov les dejaría tener un shock y de
repente se comerían los unos a los otros, hasta cierto limite,
únicamente para que no se aburran. El aburrimiento es una sensación
aristocrática. Los Shigalovianos no tendrán deseos. El deseo y el sufrimiento
son para gente como nosotros, pero el Shigalovismo es para los esclavos’.
>>
‘¿Se excluye Usted?’, irrumpió Stavrogin de nuevo.
>>
‘También le excluyo a usted. ¿Sabe, una cosa? He pensado en entregarle el mundo
al Papa. Que salga de pie, descalzo, y se muestre a la plebe, diciendo, “¡Ved a
qué me han rebajado!” y todo el mundo lo seguirá, incluidos los ejércitos. El
Papa al frente, con nosotros en su derredor, y por debajo de nosotros – el
Shigalovismo. Todo lo que se necesita es que la Internacionale llegue
a un acuerdo con el Papa, y así lo hará. Y el viejete dará su aprobación en un
santiamén; No hay nada más que pueda hacer’”[63].
Kirillov y
luego; sobre la nueva religión
Y luego tiene
este personaje llamado Kirillov, que es el filósofo que llega a la conclusión
de que, ya que no hay Dios, yo debo ser dios. Y si yo soy dios, tengo que hacer
algo que lo demuestre. Y no puedes simplemente vivir una vida ordinaria, debes
hacer algo espectacular. Algo absoluto y que pruebe que tienes autoridad sobre
ti mismo. ‘Porque la prueba principal de que tienes autoridad es tenerla sobre
tu propia vida – así que para probar que soy dios – debo suicidarme’. Esa es la
lógica. Para nosotros no tiene sentido. Ese hombre es un loco. Pero tiene
perfecto sentido. Una vez rechazas el cristianismo, eso es bastante lógico.
“ ‘Estoy obligado
a mostrar que no creo’, dijo Kirillov, caminando por la habitación. ‘Para mi no
hay idea más elevada de la que no hay un Dios. Tengo toda la historia del
hombre de mi lado. El hombre no ha hecho más que inventar a Dios para poder
seguir viviendo, para no suicidarse; esa es la totalidad de la historia
universal hasta ahora. Soy el primer hombre en la historia humana que no quiere
inventar a Dios. Que se sepa de una vez y para siempre’.
>> [Más
adelante] ¿No entiende Usted que la salvación consiste en demostrar esta idea a
todos? ¿Quién va a demostrarla? ¡Yo! No entiendo cómo hasta ahora un ateo ha
podido saber que Dios no existe y no suicidarse de inmediato. Reconocer que no
hay Dios y no reconocer al mismo tiempo que te has convertido en Dios es algo
absurdo, pues de lo contrario te matarías sin remedio. Si lo reconoces, eres el
rey y ya no te matas, sino que vivirás en la mayor de las glorias. Pero uno, el
primero, debe suicidarse sin remedio, ¿pues quién empezará y lo demostrará? Así
pues, debo ciertamente matarme, para ser el primero y demostrarlo. Ahora soy
solo un dios contra mi voluntad y soy infeliz, porque estoy obligado a
manifestar mi voluntad. Todos son infelices porque tienen miedo de expresar su
voluntad. El hombre hasta ahora ha sido tan infeliz y tan pobre porque ha
temido afirmar su voluntad de la forma más elevada y ha mostrado lo ha hecho
solo en minucias, como un escolar. Soy terriblemente infeliz, porque estoy
terriblemente asustado. El terror es la maldición del hombre… Pero afirmaré mi
voluntad. Estoy destinado a creer que no creo. Empezaré y acabaré, y así abriré
la puerta. Eso es lo único que salvará a todos los hombres y los transformará
físicamente en la próxima generación; porque en su aspecto físico actual, por
lo que he pensado, el hombre no puede existir, de ningún modo, sin su Dios
anterior. Durante tres años he buscado mi atributo divino y lo he
encontrado: ¡es la Voluntad! Eso es todo lo que puedo hacer para probar el más
alto punto de mi independencia y mi nueva y terrible libertad. Pues es
terrible. Me suicido para demostrar mi insubordinación y mi nueva y terrible
libertad’”.[64] [65]
Así pues,
finalmente, ya que tiene naturaleza humana, tiene miedo de suicidarse y está
constantemente dudando, después viene un personaje como Lenin, que es este
Verkovensky, que se aprovecha de esto, trata de persuadirlo para que se suicide
y luego le eche la culpa a alguien más, con el fin de provocar algún tipo de
desorden para que su círculo revolucionario pueda iniciar su ascenso al poder.
Y logra convencerlo. Dice ‘De acuerdo, adelante, suicídate. Firma este papel
que dice que acabarás con los capitalistas y todo eso, y después suicídate. Me
quedaré aquí mismo y sostendré la puerta abierta para ti’. Y Kirllov dice, ‘No,
no puedo, debo hacerlo a gran escala, debo hacerlo enfrente de todos’. Responde
Verkovensky: ‘No, no, simplemente hazlo aquí, ya está todo escrito aquí en la
nota’. Y creo que al final lo empuja. Este tipo de gente está por doquier a
nuestro alrededor.
Crimen y
castigo: sobre el hombre que quiere estar más allá del bien y del mal, mata por
una idea – Napoleón – Super-hombre. Pero acaba en el arrepentimiento y la
apertura a la vida cristiana:
[Tomado de la conferencia grabada del P. Serafín sobre la
literatura rusa]
...aunque una gran parte del libro (Crimen y castigo) se desarrolla antes de que mate a la
mujer, está pensando constantemente en hacerlo, y pasa por todo esto…
básicamente es la idea de Nietzsche de que si no hay Dios, todo está permitido.
Y esto, por supuesto, tiene manifestaciones, políticas, filosóficas… pero desde
el punto de vista cristiano significa que puedo hacer cualquier cosa. Y sigue
pensando en Napoleón. Aquí hay un hombre que viene de las filas y se convierte
en líder de un país. Y se le permite matar a quien quiera, tan solo porque es
la cabeza del Estado. Esto significa que debe haber una clase de Superhombres.
Se basa
enteramente, de hecho, en la contraposición entre los reinos de este mundo
frente al reino de Cristo. De acuerdo con el reino de Cristo debemos todos
humillarnos ante Dios. Pero según la filosofía del mundo, la del poder de este
mundo, hay personas que son fuertes, y si eres fuerte, tienes derecho a
aplastar a los demás. Aquí esta Maquiavelo: el gobierno puede hacer lo que sea
mientras el príncipe tenga poder. O Nietzsche: puedes hacer lo que quieras
mientras seas uno de esos Superhombres.
Así que está
atravesando estos agonizantes diálogos consigo mismo. Va y visita a la mujer.
Ve cómo se comporta. Está planeando todo, viendo cómo lo hará, adónde va ella,
dónde guarda el dinero. Y hay esta segunda mujer, su hermana, creo.[66] Y de una empieza a hacerse una idea
de que es repugnante, como un insecto. Todas estas cosas anticristianas que
vienen de las ideas racionalistas que venían de Occidente. Todas estas cosas
—profundamente no-cristianas— surgen de ideas racionalistas que venían de
Occidente. Si mirás lo que Marx propuso en Occidente, es básicamente la idea de
que uno puede hacer lo que quiera con tal de tomar el poder, hacer que la gente
se vuelva violenta, porque mientras dure la revolución, cuando las personas matan
a otros, se vuelven instrumentos de la revolución. En otras palabras, las
personas son utilizadas como cosas. Eso es exactamente lo contrario al
cristianismo.
Pero su
conciencia está ahí, no puede evitarlo. Por ello, sigue dudando, y se condena:
‘¿Eres tan débil que no puedes hacerlo?’. Se acusa a sí mismo. Y finalmente
consigue ir y hacerlo, preguntándose si debe matar a una o a ambas. Al final
ataca a una, y la otra mujer entra en el último minuto. No quería matarla y
esto le perturba enormemente, así que decide que tiene que matarla también a
ella. Y luego está atrapado. Creo que apenas coge dinero. Se pone tan histérico
que va y lo esconde en algún lugar. Y luego comienzan sus tormentos. Si es un
Superhombre debería sentirse completamente calmado. Ella es tan solo una
garrapata. No necesita vivir, y [N. de T. - como si se dijese a si mismo se
dice] yo soy el Superhombre. Pero su conciencia empieza a actuar, y
no puede entender por qué no encuentra paz.
En parte, se culpa a sí mismo por no haber conseguido
suficiente dinero.
Pero luego sucede algo dentro de él: la conciencia plantada por Dios y
cultivada por la Iglesia cristiana no puede ser silenciada.
Y así comienza un
terrible duelo entre él y el interrogador que está investigando el caso, y
nunca sabe si éste sabe que lo hizo, si sospecha de alguien más, pero está
constantemente atormentado. Si no tuviese mala conciencia, no tendría problema
alguno.
Y al final
resulta que su interrogador solo estaba esperando que confesase. Y acaba
preguntando ‘¿Quién cree que lo hizo? Dígame’. Y el interrogador responde ‘¿Por
qué, si fue Usted, Rodya Romanovich? Usted la mató, tan solo esperaba que
viniese Usted mismo a decírnoslo’. Así que se vuelve loco. ¿Qué debería hacer?
¿Fugarse?
Y conoce a esta
chica, Sonya, que es una prostituta, que es del estrato más bajo de la
sociedad, fuera del cristianismo, de simpatías cristianas o de cualquier cosa.
¿Por qué se prostituye? Porque tiene que ayudar a su madre. Y no quería
hacerlo; tiene fe cristiana. Pero tiene que hacerlo, es la única forma que
tiene de ganar dinero. En otras palabras, esta criatura absolutamente
desesperada. Y va a ser ella que salve a este hombre tan engañado por estas
ideas occidentales. Y empieza a hablarle. Le muestra el Evangelio. ‘¡Oh,
Evangelio, cualquier cosa menos el Evangelio!’, responde él. Y empieza a
hablarle de Jesucristo. Y poco a poco su corazón empieza a ablandarse. Y al
final va a ella, creo que hacia el final, para decidir si debería entregarse.
‘¿Qué debo hacer? Me enviarán a Siberia y estaré acabado’. Y ella dice ‘Oh, iré
contigo a Siberia’. Y él piensa: —“¿Cómo puede ser? ¿Alguien como ella, lo más
bajo de la sociedad? ¿Y me ama? ¿Está dispuesta a ir conmigo a Siberia?”.
Finalmente está tan torturado que cae de rodillas ante la policía y dice “¡Yo
lo hice! ¡Mátenme, arréstenme!”
Y esto es algo
muy potente, por cierto, en el temperamento ruso.
En el caso de [Sofia][67], ella conservó su Ortodoxia, su
cristianismo, aunque externamente era una pecadora: no podía comulgar, vivía en
pecado constante. Y él, por su voluntad, había abandonado la fe.
Por eso, esa pureza del cristianismo permanecía en ella,
incluso siendo pecadora. De hecho, su misma condición de pecadora tal vez
aumentaba esa pureza, porque sabía que no valía nada, que era el último desecho
de la sociedad, un caso perdido.
Y por eso pudo predicarle el
Evangelio a este estudiante sofisticado —bueno, no tan sofisticado— pero con
ideas elevadas y consiguió ablandar su corazón y convertirlo. Después creo que
cuenta que fueron a Siberia, habla un poco de ello y dice que el resto es una
historia distinta. No te dice qué pasó en Siberia. Porque fue a Siberia y
volvió como hombre converso él mismo.
Esa es
probablemente la más perfecta como obra de arte de Dostoyevsky: todo completo
en un solo volumen; no se dispersa. [Fin del pasaje de la
conferencia sobre literatura rusa]
(a) El Gran
Inquisidor:
[Tomado de la conferencia del Curso de Supervivencia de
1980 sobre Nietzsche]
Los hermanos
Karamázov presenta
la misma mentalidad fría y calculador occidental. Iván Karamázov está
teorizando sobre sus ideas del Gran Inquisidor. Pero Dostoyevsky deja muy claro
que hay una especie de hombrecillo en su estufa que viene una y otra vez a él;
es una imagen del diablo, que le sigue dando estas maravillosas ideas. Y
así, él va desarrollando esta idea —él sigue pensando que el cristianismo no
puede ser verdadero. Tiene discusiones con Aliosha, el hermano menor, que se
supone representa al héroe. Aliosha busca el cristianismo verdadero, y ve que
sus hermanos están profundamente atormentados.
No tienen paz, y su padre es un sinvergüenza, un depravado del viejo estilo, y
sus hijos están marcados por ese legado.
Está Iván, que es el tipo frío, calculador, sin fe en Cristo, incapaz de creer
nada de lo que Aliosha dice acerca de Él.
La
filosofía de Iván Karamázov:
“‘[No
puede creer en Cristo…] Para empezar, por el hecho de ser ruso. Las
conversaciones rusas sobre tales temas siempre se basan en la más inconcebible
estupidez. Y en segundo, también porque cuanto más estúpido es uno, más cerca
está de la realidad. Cuánto más estúpido es uno, resulta más claro. La
inteligencia es vil, mientras que la estupidez es abierta y honrada. He llevado
esta conversación hasta mi desesperación y, cuanto mayor era la estupidez con
que la he presentado, tanto más favorable para mí’.
>>
‘Me puedes explicar por qué «no aceptas el mundo»?’ dijo Alyosha.
>>
‘Por supuesto, no es ningún secreto, eso es lo que quería tratar todo este
tiempo. Querido hermano, no quiero corromperte o derribar tu fortaleza, quizás
quiera ser sanado por ti’. Iván sonrió de repente como un niño amable. Alyosha
nunca antes había visto tal sonrisa sobre su rostro.
4. Rebelión
>>
‘Debo confesarte algo’ comenzó Iván. ‘Nunca entendí cómo uno puede amar al
prójimo. Precisamente a los seres cercanos, a mi modo de ver, es imposible
amarlos, en todo caso a los lejanos. No sé dónde leí una vez de Juan el
Misericordioso[68], un santo, que cuando un vagabundo
hambriento y helando de frio y le pidió que le diese calor, se acostó con él,
en la misma cama, lo abrazo y empezó a echarle aliento en la boca purulenta y
maloliente a causa de una espantosa enfermedad. Estoy convencido de que lo hizo
en un arrebato de falsedad, movido por el deber de amar, por una penitencia que
él se hubiese impuesto. Para amar al hombre hace falta que éste se esconda, en
cuanto muestra el rostro el amor se desvanece.’
>>
‘El padre Zosima ha hablado de eso en más de una ocasión’ observó Alyosha,
‘dice, también, que el rostro de un hombre suele obstaculizar a muchas personas
inexpertas en las cuestiones del amor. Pero en la humanidad hay mucho amor, y
casi semejante al amor de Cristo, eso lo sé, Iván…’.
>>
‘Bueno, no sé nada de eso todavía, y no lo puedo entender, y conmigo un número
infinito de personas. De lo que se trata es si esto se debe a las malas
cualidades de los hombres o si es inherente a su naturaleza. A mi parecer, el
amor de Cristo hacia los hombres es un milagro imposible en la tierra. Él era
Dios. Pero nosotros no somos dioses. Supongamos, por ejemplo, que yo, sufro
intensamente. El otro no puede nunca saber cuánto sufro, pues es otro y no yo.
Y lo que es más, en raras ocasiones el hombre concede en reconocer que otro sea
un ser sufriente (como si se tratase de una categoría). ¿Por qué crees que no
lo concede? Porque, por ejemplo, huelo mal, porque tengo una cara estúpida,
porque una vez le pisé el pie. Aparte hay sufrimiento y sufrimiento: el
sentimiento humillante, que me rebaja, el hambre, por ejemplo, aun lo admite en
mí mi bienhechor; pero un sentimiento un poco más elevado, por una idea, por
ejemplo, no; lo acepta en muy raras ocasiones, porque él, por ejemplo, me mirará
y verá de pronto que mi cara no es en absoluto como la que debía ser, según su
fantasía, es un hombre que sufre por esa idea, por ejemplo. Entonces me priva
de sus beneficios, y no porque así se lo dicte su mal corazón. Los mendigos,
especialmente los mendigos nobles, nunca deberían mostrarse, sino pedir caridad
a través de los periódicos. Uno puede amar a su prójimo en abstracto, o incluso
a distancia, pero de cerca casi nunca. Si todo se sucediese como en el teatro,
en el ballet, donde los mendigos, cuando aparecen, salen con andrajos de seda y
encajes rotos, y piden una limosa bailando graciosamente, tal que uno podría
mirarlos con agrado. Pero incluso mirar con agrado, después de todo, no es
amar. Pero suficiente de esto. Simplemente quería mostrarte mi punto de vista.
Quiero hablar de los sufrimientos de la humanidad en general, aunque será mejor
que nos detengamos en los sufrimientos de los niños únicamente. Esto reducirá
las proporciones de mi argumentación en diez veces. Tanto peor para mí, desde luego.
Pero, en primer lugar, los niños pueden ser amados hasta de cerca, incluso
cuando son sucios, incluso cuando son feos (creo, aun así, que los niños nunca
son feos). La segunda razón por la que no hablo de adultos es que, además de
ser repugnantes y no merecen el amor, tienen una compensación, han comido de la
manzana y saben del mal, son «como dioses». Y siguen comiéndola. Pero los niños
no han comido nada, y de momento son inocentes. ¿Tienes en estima a los niños?
Sé que sí, Alyosha, y entenderás perfectamente por qué prefiero hablar de
ellos. Si ellos también sufren horriblemente sobre esta tierra, deben sufrir
por los pecados de sus padres, deben ser castigados por sus padres, que han
comido la manzana, pero ese razonamiento es del otro mundo y es incomprensible
para el corazón del hombre aquí sobre la tierra. Los inocentes no deben sufrir
por pecados ajenos, ¡especialmente tales inocentes! Puede sorprenderte,
Alyosha, pero yo también aprecio tremendamente a los niños. Y toma nota, los
hombres crueles, apasionados, lascivos, karamazovianos, a veces quieren mucho a
los niños. Estos, mientras lo son, hasta los siete años, por ejemplo, se hallan
terriblemente distanciados de los mayores: como si fuesen seres distintos y de
una naturaleza distinta. Conocí en prisión a un criminal que, en su carrera
como atracador, asesinó a familias enteras, incluyendo a sus hijos. Pero que,
cuando estaba en prisión, sentía afecto por ellos. Pasaba todo el tiempo en la
ventana viendo a los niños jugar en el patio de la cárcel… ¿No entiendes por
qué cuento esto, Alyosha? Me duele la cabeza y estoy triste’.
>>
‘Hablas de forma extraña’, observó Alyosha intranquilo, ‘como si no fueses tú
mismo’.
>>
‘Por cierto, un búlgaro que he frecuentado últimamente en Moscú’, continuó
Iván, como si no hubiese escuchado las palabras de su hermano, ‘me habló de los
crímenes cometidos por los turcos y los circasianos a lo largo de toda Bulgaria
por temor a una insurrección de los eslavos. Queman ciudades, asesinan, violan,
clavan a sus prisioneros a vallas por las orejas, los dejan así hasta la
mañana, y por la mañana los cuelgan; todo el tipo de cosas que no puedas
imaginar. La gente habla a veces de crueldad bestial, pero eso es una gran
injusticia e insulto a las bestias; una bestia nunca puede ser tan cruel como
un hombre, tan artísticamente cruel. El tigre solo desgarra y roe, eso es todo
lo que puede hacer. Nunca pensaría en clavar a la gente por las orejas, aunque
fuese capaz de hacerlo. Estos turcos tomaban placer en torturar niños, también;
arrancaban a los fetos de los vientres de sus madres, lanzándolos al aire y
clavándolos en bayonetas ante los ojos de las madres, y era esto último lo que daba
especial ánimo a la diversión. Aquí hay otra escena que encontré muy
interesante. Imagina una madre temblando con su bebé en brazos, un círculo de
turcos invasores alrededor de ella. Han planeado un divertimento: juegan con un
bebé, ríen para hacerlo reír. Lo logran, el bebé ríe. Entonces un turco apunta
una pistola a cuatro pulgadas de la cara del bebé. El bebé ríe con inocencia,
acerca las manos a la pistola, y el turco pulsa el gatillo y vuela los sesos
del bebé. Artístico, ¿no? Por cierto, a los turcos les gusta particularmente el
dulce, según se dice’.
>>
‘Hermano, ¿a dónde quieres llegar?’ preguntó Alyosha.
>>
‘Creo que si el diablo no existe, y por consiguiente, lo creó el hombre, lo
hizo a su imagen y semejanza’.
>>
‘’En tal caso, lo mismo que a Dios’, observó Alyosha.
>>
‘«Resulta maravillosa la manera que tienes de torcer las palabras», como dice
Polonio en Hamlet’, rio Iván. ‘Giras mis palabras contra mí. Bueno,
me alegro, será tú Dios, si el hombre lo creó a su imagen y semejanza. Me
preguntabas a qué viene todo esto: Verás, me gusta, recoger ciertos hechos e
incluso copio anécdotas de cierto tipo de los periódicos y libros, y tengo ya
una buena colección. Los turcos, por supuesto, han entrado en ella, pero son
extranjeros. También guardo cosas de nuestro país que en nada tienen que
envidiar a las turcas. Entre nosotros se da más el palo, el látigo, esa es nuestra
institución nacional. Clavar oídos es impensable para nosotros pues somos, al
fin y al cabo, europeos. Pero la vara y el látigo los llevamos siempre encima
nadie nos lo puede quitar. En el extranjero parece que no azotan ahora, puede
que las costumbres se hayan depurado o se ha legislado para que no flagelen a
los hombres. Pero tienen que hacerlo de alguna manera tan nacional como la
nuestra. Y tan nacional que sería casi imposible entre nosotros, aunque creo
que se nos está inoculando, ya que el movimiento religioso comenzó en nuestra
aristocracia. Tengo un encantador panfleto, traducido del francés, que describe
cómo, hace bastante poco, cinco años, un asesino, Richard, fue ejecutado; un
hombre joven. Creo que, de 23 años, que se arrepintió y se convirtió a la fe
cristiana en el cadalso mismo. Este Richard era un hijo ilegitimo; los padres,
cuando tenía seis años, lo regalaron a unos pastores en las
montañas suizas y estos lo criaron con la intención de emplearlo en su
trabajo... Creció como una pequeña bestia entre ellos. Los pastores no le
enseñaron nada, y apenas lo vestían o alimentaban, pero lo enviaron con siete
años a pastorear el rebaño bajo el frio y la lluvia, y nadie tenía reparos o
escrúpulos en tratarlo así. Muy al contrario, pensaban que tenían todo derecho,
pues Richard les había sido otorgado como propiedad, y ni siquiera veían la
necesidad de alimentarlo. Richard mismo describe cómo en aquellos años, como el
hijo pródigo del Evangelio, deseaba comer de la malta que se le daba a los
cerdos para engordarlos. Pero no le daban eso siquiera, y le pegaban cuando
robaba de los cerdos. Y así pasó toda su infancia y juventud, hasta que creció
y pudo escapar y ser un ladrón. El salvaje empezó a ganarse la vida como obrero
en Génova. Bebía lo que ganaba, vivía como un bruto, y acabó matando y robando
a un anciano. Fue capturado, juzgado y condenado a muerte. No son sentimentalistas
allí. Y en prisión fue inmediatamente rodeado por pastores, miembros de
hermandadas cristianas, damas filantrópicas, etcétera. Le enseñaron a leer y
escribir y le enseñaron el Evangelio. Lo exhortaron incesantemente hasta que al
fin confesó solemnemente su crimen’.
>>
[Más adelante] ‘¡pero se trata solo del absurdo euclidiano, pues yo sé que no
puedo avenirme a vivir en conformidad con él!; debo tener justicia, o me
destruiré. Y no justicia en un remoto tiempo y espacio infinito, sino aquí
sobre la tierra, que pueda ver yo mismo. Creo en ella y quiero verla, y si para
entonces estoy muerto, que se me resucite, pues si todo eso sucede sin mí, será
demasiado injusto. Ciertamente no he sufrido solo para que mis crímenes y mis
sufrimientos fertilicen el suelo de la futura armonía para algún otro. Quiero
ver con mis propios ojos a la gacela yacer con el cordero a la víctima abrazar
a su asesino. Quiero estar ahí cuando todos empiecen a entender para qué ha
sido todo. Todas las religiones del mundo se erigen en torno a esta creencia, y
soy creyente. Pero hay niños, ¿y que se va a hacer respecto a ellos? Esa es una
pregunta que no puedo contestar. Cien veces repito, hay muchas preguntas, pero
solo pregunto por los niños, porque en su caso lo que pregunto es tan incontestablemente
claro. ¡Escucha! Si todos deben sufrir para pagar por la armonía eterna, ¿qué
tienen que ver con ello los niños, dime, por favor? Está más allá de toda
nuestra comprensión el por qué deberían sufrir y pagar por la armonía. ¿Por qué
deberían ellos, también, ser el material que enriquezca el suelo de la futura
armonía? Entiendo la solidaridad en el pecado entre los hombres. Entiendo la
solidaridad en la retribución, y si es cierto que son solidarios con los padres
de todas las maldades de éstos, esta verdad, se entiende, no es de este mundo y
yo no puedo concebirla. Algún bromista dirá, quizás, que el niño habría crecido
y pecado, pero no lo viste crecer, fue desmembrado por los perros, con ocho
años. ¡Oh, Alyosha, no estoy blasfemando! Entiendo, por supuesto, qué revuelta
del universo habrá, cuando todo en el cielo y la tierra se una en un himno de
alabanza y todo lo que vive y ha vivido proclamará: «Eres justo, Oh, Señor,
pues tus caminos han sido revelados». Cuando la madre abrace al que arrojó a su
hijo a los perros y los tres canten llorando «Eres justo, Oh, Señor». Entonces,
claro, la corona del conocimiento habrá sido alcanzada y todo estará claro.
Pero no puedo aceptar esa armonía. Y mientras estoy aquí en la tierra,
procuraré tomar mis medidas. Verás, Alyosha, quizás realmente suceda que, si
vivo para ver ese momento yo, también, pueda alzarme y cantar con el resto,
viendo a la madre abrazar al torturador de niños, «Eres justo, Oh, Señor», pero
no querría cantar entonces. Mientras aun haya tiempo, me protejo a mí mismo y
así renuncio a la armonía celestial misma. ¡Esta armonía no vale la lágrima de
un solo niño martirizado que se golpea el pecho con su puñito y encerrado en un
lugar inmundo reza a su «Dios» con lágrimas que no fueron redimidas! Deben
serlo, o no hay armonía. Pero, ¿cómo? ¿Cómo vas a expiarlas? ¿Es posible?
¿Vengándolas? Pero, ¿qué me importa vengarlas? ¿Qué me importa un infierno para
los opresores? ¿Qué bien puede hacer un infierno, si esos niños ya han sido
torturados? Y, ¿qué es de la armonía si hay infierno? Quiero abrazar, quiero
perdonar, no quiero más sufrimiento. Y si los sufrimientos de los niños van a
inflar la suma de los sufrimientos que era necesaria para pagar por la verdad,
entonces protesto que la verdad no merece tal precio. ¡No quiero que la madre
abrace al opresor que arrojó a su hijo a los perros! ¡Que no se atreva a
perdonarlo! Si quiere, que lo perdone por lo que a ella se refiere, que en su
infinito dolor maternal perdone al verdugo. Pero los sufrimientos de su hijo
torturado no tiene derecho a perdonarlos; que no se atreva a perdonar al
torturador, incluso si el hijo lo perdonase. Y si eso es así, ¿si el niño no
perdona, qué es de la armonía? ¿Hay en el mundo entero un ser que tenga derecho
a perdonar y perdone? No quiero armonía. Por amor de la humanidad, no la
quiero. Preferiría quedarme con el sufrimiento sin vengar, preferiría quedarme
insatisfecho con mi sufrimiento y mi indignación, aunque no tenga razón.
Además, se exige un precio demasiado alto por la armonía; está allende nuestros
medios pagar tanto para llegar a ellas. Así que me apresuro a devolver mi
billete de entrada, y si soy un hombre honesto debo devolverlo tan pronto
pueda. Y eso hago. No es que no acepte a Dios, Alyosha, es que le devuelvo
respetuosamente el billete’.
>>
‘Eso es una rebeldía’, murmuró Alyosha, mirando al suelo.
>>
‘¿Rebeldía? Lamento que lo llames así’, dijo Iván de todo corazón. ‘Uno
difícilmente puede vivir en rebeldía, y yo quiero vivir. Dime tú mismo, te
reto; contesta. Imagínate que estás creando un diseño del destino humano con el
objeto de hacer al hombre feliz al fin, darle paz y descanso, pero que fuese
esencial e inevitable torturar hasta la muerte una sola pequeña criatura – ese
pequeño bebé batiendo su pecho con su puñito, por ejemplo – y fundar ese
edificio sobre sus lágrimas sin vengar, ¿consentirías ser el arquitecto de esas
condiciones? Dime, y dime la verdad’.
>>
‘No, no consentiría’, dijo Alyosha tenuemente.
>>
‘¿Y puedes consentir la idea de que los hombres para quien estás construyéndolo
aceptarían su felicidad sobre la base de la no expiada sangre de una pequeña
víctima? ¿Y que aceptándola serían por siempre felices?’.
>>
‘No, no puedo aceptarla, hermano’, dijo Alyosha de repente, con ojos
centelleantes, ‘acabas de decir ¿hay en el mundo entero un ser que tendría el
derecho de perdonar y perdonaría? Pero hay un Ser y Él puede perdonar todo, por
y para siempre, porque Él dio Su sangre inocente para todos y todo. Lo has
olvidado, y sobre Él se erige el edificio, y dirigiéndose a él exclamarán “Eres
justo, Oh, Señor, pues has revelado tus designios”’.
>>
¡Ah, el Uno sin pecado y Su sangre! No Lo he olvidado; al contrario, me he
estado preguntando todo este rato cómo es que no habías hablado de él hasta
ahora, pues normalmente todos los argumentos que empleas lo ponen en primer
plano. Sabes, Alyosha, ¡no te rías! Escribí un poema hará cosa de un año. Si
puedes desperdiciar otros diez minutos en mí, te lo contaré’.
>>
‘¿Escribiste un poema?’
>>
‘No, no lo escribí’ rio Iván, ‘y no he escrito dos líneas de verso en mi vida.
Pero me inventé este poema en prosa y lo recordé. Estaba ensimismado cuando lo
ideé. Serás mi primer lector, es decir, mi primer oyente. ¿Por qué el autor ha
de perder, aunque sea un único oyente? ¿Quieres que te lo cuente?’.
>>
‘Soy todo oídos’, dijo Alyosha.
>>
‘Mi poema se llama “El Gran Inquisidor”; es algo ridículo, pero quiero
contártelo.[69]
(b) El Gran
Inquisidor:
Así,
idea al Gran Inquisidor, que representa la idea del Anticristo, pero basada en
los ideales de la Iglesia de Roma, esto es, en todas las malas ideas de la
Iglesia romana que dieron lugar a la Inquisición y a toda esta noción de
cálculo racional que sustituye al verdadero cristianismo del
corazón. Así que elabora esta idea muy —de algún modo—
revolucionaria de una dictadura en la que se da al pueblo pan y circo, e
incluso quizá se le da religión, pero sin que haya ninguna realidad detrás; es
decir, sin vida eterna, sin Dios. Y el pueblo es engañado para mantenerlo
tranquilo...
“Entró
discretamente, sin ser observado, y aun así, por raro que parezca, todos Lo
reconocieron. Ese quizá sea uno de los mejores pasajes del poema. Quiero decir,
el por qué lo reconocen. El pueblo se siente irresistiblemente llamado a Él, Lo
rodea, Lo sigue. Él camina silencioso entre ellos con una sonrisa de infinita
compasión. El sol del amor arde en Su corazón, luz y poder sonríen desde Sus
ojos, y Su resplandor, y al desparramarse entre la gente, mueve a sus corazones
con amor. Les ofrece Su mano, los bendice, y una virtud sanadora viene de Su
contacto, incluso del de Sus ropajes. Un anciano entre la multitud, ciego desde
la infancia, grita ‘¡Cúrame, Señor, para que pueda verte!’ y de sus ojos se
desprenden como unas escamas y el ciego Lo ve. La multitud llora y besa la
tierra bajo Sus pies. Los niños Le lanzan flores, cantan y gritan hosanna.
‘¡Es Él! ¡Es Él’ dicen todos. ‘Debe ser Él, ¡no puede sino ser Él!’. Se detiene
en los escalones de la catedral de Sevilla en el momento en que los penitentes
traen un pequeño ataúd blanco abierto. En él yace una niña de siete años, la
única hija de un ciudadano prominente. Yace cubierta de flores, y el gentío
grita a la madre que llora ‘¡Él curará a tu niña!’. El sacerdote, que sale de
la catedral al encuentro del ataúd, se muestra perplejo y frunce el ceño, pero
he aquí que estalla el clamor de la madre de la muerta. Se arroja a Sus pies
con un llanto. ‘Si eres Tú, ¡resucita a mi hija!’, exclama, tendiendo hacia Él
sus manos. La procesión se detiene y deja el ataúd a Sus pies. Mira con
compasión, y Sus labios una vez más dicen suavemente ‘Talita cumi’ ‘¡Levántate,
doncella!’, y así sucede. La niña se sienta y mira a su alrededor, sonriendo
con ojos despiertos, sosteniendo un haz de rosas blancas que habían puesto en
su féretro.
>>Hay
gritos, sollozos y confusión entre el pueblo, y en ese momento el cardenal
mismo, el Gran Inquisidor, pasa por la catedral. Es un anciano de casi 90 años,
alto y erguido, de cara enjuta y ojos hundidos, en los que todavía brilla una
chispa de fuego. No está vestido con su hermoso atuendo de cardenal, como lo
estaba el día anterior, cuando quemaba a los enemigos de la Iglesia de Roma;
portaba tan solo su vieja y tosca sotana de monje. A lo lejos lo seguían sus
tristes ayudantes y esclavos y la ‘santa guardia’. Se detiene al ver a la
multitud y la observa desde lo lejos. Ve todo: cómo apoyan el ataúd a Sus pies,
cómo la niña se levanta; su rostro se ensombrece. Arruga sus gruesas cejas
grises y sus ojos destellan en su siniestro rostro. Indica con el dedo a los
guardas que Lo detengan. Y es tal su poder, tan completamente están sometidos a
él en temblorosa obediencia, que el gentío inmediatamente abre camio a los
guardias, y en el medio de un silencio mortal Lo agarran y alejan. La multitud se
arrodilla toda, como un solo hombre, ante el Gran Inquisidor. Bendice a la
gente en silencio y sigue su camino. Los guardas llevan al prisionero a una
tenebrosa y abovedada prisión en el antiguo palacio de la Santa Inquisición y
Lo encierran. Pasa el día, llega la oscura, calurosa e día pasa y
‘irrespirable’ noche de Sevilla. El aire está ‘lleno de la fragancia del laurel
y el limón’. En la absoluta oscuridad la puerta de hierro del presidio se abre
repentinamente, y el Gran Inquisidor mismo entra sosteniendo un farol. Se
detiene en la entrada y por un minuto o dos observa Su rostro. Al fin, se
acerca lentamente, deja el candil en la mesa y habla.
>>
‘¿Eres Tú? ¿Tú?’ y, al no recibir respuesta, añade ‘No respondas, mantente en
silencio. ¿Qué podrías Tú decir, de hecho? Sé demasiado bien lo que dirías. Y
no tienes ningún derecho a añadir nada a lo que has dicho de antaño. ¿Para qué
has venido a estorbarnos? Pues has venido a estorbar y tú mismo lo sabes. ¿Pero
sabes lo que sucederá mañana? No me importa quién eres ni me importa saber si
eres Tú o tan solo una reminiscencia de Él, pero mañana Te condenaré y quemaré
en la hoguera como el peor de los herejes. Y los mismos que hoy besaban Tus
pies, mañana, ante el menor gesto mío, se lanzaran apresurados a avivar las
brasas de Tu hoguera. ¿Sabes eso? Sí, quizá lo sepas’ añadió pensativo, sin
apartar su mirada ni un momento del prisionero.
‘No
entiendo, Iván. ¿Qué significa?’ Alyosha, que había estado escuchando en
silencio, dijo sonriente. ¿Es tan solo una fantasía disparatada, o un error por
parte del anciano – un imposible qui pro quo?[70]’
>>
‘Tómalo por eso último’, dijo Iván riendo, ‘si estás tan corrompido por el
realismo moderno y no puedes soportar nada fantástico. Si quieres que se trate
de un caso de qui pro quo, así sea. Una cosa es cierta’, siguió
riendo, ‘se trataba de un viejo de noventa años y muy bien había podido ocurrir
que su idea le hubiese hecho perder el juicio. Podría haberse sorprendido por
la apariencia del Prisionero. Podría, de hecho, ser un mero delirio suyo, las
quimeras de un anciano nonagenario, sobreexcitado por el auto de fe de cien
herejes el día anterior. ¿Pero nos importa si se trata de un error o una
fantasía aventurada? De lo único que aquí e trata es de que el viejo debía
manifestar su pensamiento y que a los noventa años lo hace, dice en voz alta lo
que durante esos noventa años había tenido callado.
>>
‘¿Y el prisionero está también en silencio? ¿Acaso Él lo observa y no dice una
palabra?’
>>
‘Así tiene que ser, incluso en todos los casos’, ríe Iván de nuevo. ‘El viejo
Le ha dicho que no tiene derecho a añadir nada a lo que ha dicho de antaño. Se
podría decir que esta la característica principal del catolicismo romano, al
menos en mi opinión. ‘Todo fue trasmitido por Ti al Papa’, dicen, ‘así que
ahora todo poder está en poder del Papa, y harías mejor en no venir en
absoluto, no nos molestes, al menos, hasta que llegue el momento’. Así es como
hablan y escriben, también; al menos los jesuitas. Lo he leído yo mismo en las
obras de sus teólogos. ‘¿Tienes Tú derecho a revelar ni un solo misterio del
mundo de donde has venido?’ le pregunta mi anciano, y responde por Él; “No, no;
no puedes añadir nada a lo que se dijo antaño, ni tomar de los hombres la
libertad que exaltaste cuando estuviste en la tierra. Sea lo que sea que
anuncies atentara contra la libertad de creer de los hombres, pues será como un
milagro, mientras que su libertad de fe era para Ti lo más amado aquellos días,
hace mil quinientos años. ¿No solías decir entonces «Os haré libres»? Pues
bien, ahora has visto a esos hombres libres’ – agrega de pronto el viejo con
una pensativa e irónica sonrisa –. Sí, esto nos ha costado muy caro – agrega
mirándole con severidad –, pero, pero al menos hemos concluido ese trabajo en
Tu nombre. Quince siglos nos ha atormentado Tu libertad, pero ahora la cuestión
ha sido terminada, y terminada definitivamente. ¿No crees que es bueno que se
haya acabado? Me miras con compasión y no te dignas siquiera a ser iracundo
conmigo. Has de saber que ahora y precisamente ahora estas gentes están
convencidas más que nunca de que son completamente libres, cuando ellas mismas
nos han traído su libertad y la han puesto sumisamente a nuestros pies. Pero eso
fue nuestra labor. ¿Fuiste Tú el que lo consiguió? ¿Fue esta Tu libertad?”.
>>
“Sigo sin entender”, irrumpió Alyosha. “¿Ironiza, bromea?”
>>
“¡Ni por asomo! Clama como mérito suyo de su Iglesia que al menos ellos han
aniquilado la libertad y lo han hecho para hacer feliz al hombre. ‘Pues solo
por ahora’ (se refiere, claro, a la Inquisición) ‘por primera vez se ha hecho
posible pensar en la felicidad de los hombres. El hombre fue creado rebelde, ¿y
cómo pueden los rebeldes ser felices? Fuiste advertido’ Le dice, ‘no te
faltaron advertencias e indicaciones, pero tú no las escuchaste, rechazaste la
única forma que podría llevar a la felicidad de los hombres. Pero, por suerte,
cuando te marchaste nos entregaste el trabajo. Has prometido, afirmaste con Tu
palabra, nos has dado el derecho de atar y desatar, y ahora, por supuesto, no
puedes pretender quitárnoslo. ¿Por qué, pues, has venido a estorbar?’”.
>>
“¿Qué significa entonces ‘advertencias e indicaciones?”, preguntó Alyosha.
>>
“Esto es lo principal de cuanto el viejo debía manifestar”.
>>
“‘El sabio y temible Espíritu, el espíritu de la autodestrucción y la
inexistencia’, continúa el anciano, ‘el gran espíritu habló contigo en el
desierto, y se nos cuenta en los libros que Te ‘tentó’. A Ti. ¿No es así? ¿Se
podría decir algo más verdadero de lo que él te manifestó en las tres preguntas
que tú rechazaste, y que en los libros son llamadas «tentaciones»? Si ha habido
alguna vez un verdadero y hermoso milagro sobre la tierra, tuvo lugar aquel
día, el día de las tres tentaciones. El planteamiento de esas tres preguntas es
de por sí un milagro. Si fuese posible imaginar que esas tres preguntas del
temible espíritu hubiesen desaparecido completamente de los libros, y que
tuviésemos que restaurarlas e inventarlas de nuevo, y para ello reuniésemos a
todos los hombres sabios de la tierra – gobernantes, sumos pontífices, hombres
instruidos, filósofos, poetas – pidiéndoles que discurriesen y redactasen tres
preguntas que, además de corresponderla a la magnitud del acontecimiento, expresasen
en tres palabras, solo en tres frases humanas, toda la historia futura del
mundo y de la humanidad ¿crees que toda la sabiduría de la tierra, toda
reunida, podría concebir algo semejante, por su fuerza y profundidad, a las
tres preguntas que Te preguntó el sabio y poderoso espíritu en el desierto? En
tan solo esas preguntas, del milagro de que fuesen formuladas, podemos ver que
no se trata tan solo de la pasajera inteligencia humana, sino con la eterna y
absoluta. Pues en esas tres palabras la entera historia humana es, por así
decir, unida en un solo punto, y profetizada, y en ellas se unen todas las
contradicciones irresueltas de la vida humana. En el momento quizás no
estuviese tan claro, pues el futuro aún era desconocido; pero, ahora que han
pasado mil quinientos años, vemos que todo quedó tan justamente adivinado y
profetizado en aquellas tres preguntas, y ha sido tan exactamente cumplido, que
nada puede añadírseles o quitárseles’.
>>
Juzga tú mismo quién tenía razón – ¿Tú o el que Te preguntó entonces? Recuerda
la primera pregunta; aunque no literalmente su significado era este: «Quieres
ir al mundo, y vas con las manos vacías, con la promesa de una libertad que los
hombres en su simplicidad y en su natural desenfreno no pueden siquiera
comprender, que les aterra; pues nada ha sido más insoportable para el hombre y
la sociedad humana que la libertad. Pero, ¿ves estas piedras en este desnudo y
abrasado desierto? Conviértelas en pan, y la humanidad te seguirá como un
ganado de ovejas, agradecida y obediente, aunque temblando por siempre, no vaya
a ser que apartes Tu mano y les niegues Tu pan». Pero Tú no quisiste privar al
hombre de la libertad y rechazaste la oferta, pensando, ¿qué es la libertad si
se compra con pan? Respondiste que no solo de pan vive el hombre. Pero, ¿sabes
que en nombre de ese mismo pan terrenal se iba levantar contra ti el espíritu
de la tierra, lucharía contigo y te vencería?, y seguiría tras él, exclamando:
‘¡¿Quién es semejante a esa bestia que nos dio el fuego del cielo?![71]’ ¿Acaso no sabes que pasarán las edades,
y la humanidad proclamará en los labios de sus sabios que no hay crimen, y por
tanto no hay pecado; que tan solo hay hambre? ‘¡Dadles de comer, y entonces
podrás pedirles que sean virtuosos!’, eso escribirán en sus banderas, que
alzarán contra Ti, y con las que destruirán Tu templo. Donde se alzaba Tu
templo, se levantará un nuevo edificio; la terrible torre de Babel se alzará de
nuevo y aunque, esta torre tampoco llegue a ser terminada, como la antigua, a
pesar de todo, Tú hubieras podido evitarla y reducir en mil años los
sufrimientos de los hombres; los aquellos volverán con sus sufrimientos de
nuevo a nosotros tras un milenio de agonía con su torre. Nos buscaran entonces
de nuevo bajo tierra, en las catacumbas de donde nos habíamos ocultado (porque
sufriremos nuevas persecuciones y martirios), nos encontraran y clamarán ante
nosotros: ‘¡Dadnos pan, pues los que prometieron, el fuego de los cielos
no nos lo han dado!’ y entonces acabaremos de construir su torre, pues aquel
que termine el edificio les dará pan. Y nosotros solos los alimentaremos en Tu
nombre. Oh, ¡jamás, jamás podrán alimentarse sin nosotros! Ninguna ciencia les
dará pan mientras permanezcan libres, pero la cosa terminará en que ellos
traerán su libertad a nuestros pies y al final nos dirán: ‘Es mejor que nos
esclavicéis y nos deis de comer’. Entenderán ellos mismos, al fin, que no puede
haber a la vez libertad y pan para todos, ¡pues nunca, jamás sabrán compartir
entre ellos! Los convenceremos, también, que nunca pueden ser libres, pues son
débiles, viciosos, insignificantes y rebeldes. Les prometiste el pan del Cielo,
pero, repito, ¿puede compararse con el pan terrenal a ojos de la débil, siempre
pecaminosa e innoble raza del hombre? Y, si en busca del pan del Cielo miles y
decenas de miles han de seguirte, ¿qué sea de los millones y decenas de miles
de millones de criaturas que no han de tener la fuerza para olvidar el pan
terrenal por el celestial? ¿Acaso Te importan tan solo las decenas de miles de
los grandes y fuertes, mientras que los millones, numerosos como las arenas del
mar, que son débiles, pero Te aman, han de existir solo de mero material para
los grandes y poderosos? No, también nosotros queremos a los débiles. Son
pecaminosos y rebeldes, pero al fin serán también obedientes. Se maravillarán
de nosotros y nos verán como dioses, pues estamos dispuestos a soportar la
libertad que tanto les ha horrorizado, y a gobernarles; ¡tan temible les
resultará ser libres! Pero nosotros diremos que te obedecemos a ti e imperamos
en tu nombre. Les engañamos de nuevo, porque ya no te permitimos que vengas a
nosotros. En este engaño se cifrará nuestro sufrimiento, pues debemos mentir.
>>Esto
significa la primera pregunta del desierto, y que tú has rechazado en nombre de
una libertad que has exaltado, sobre todo. Y en esta pregunta subyace el gran
secreto de este mundo. Al aceptar ‘panes’, tu habrías satisfecho el ansia
universal y eterna de la humanidad, encontrar alguien a quien venerar. Mientras
el hombre sea libre, no busca nada tan incesante y dolorosamente como alguien a
quien venerar. Pero el hombre ansía venerar lo que se ha establecido más allá
de toda disputa, para que todos los hombres puedan ponerse de acuerdo en
venerarlo. Porque la preocupación estas lamentables criaturas no se reduce a
buscar aquello ante lo que yo u otro debemos inclinarnos, sino que trata de
encontrar algo en loque todos crean yante lo que todos se inclinen, con la
condición obligatoria de que han de ser todos juntos. Esta sed
de comunidad en la veneración es la principal miseria de cada
hombre concreto y de la humanidad entera desde el principio de los tiempos. En
nombre de la veneración conjunta se han masacrado con la espada. Han erigido
dioses y se han desafiado los unos a los otros, ‘¡Dejad atrás vuestros dioses y
venid a venerar a los nuestros, u os mataremos a vosotros y vuestros dioses!’ Y
así será en el fin del mundo, aun cuando los dioses hayan desaparecido de la
tierra; caerán ante los ídolos como si fuesen dioses. Tú sabías, es imposible
que no supieses, este secreto esencial de la naturaleza humana, pero rechazaste
la única bandera infalible que se Te ofreció para hacer a todos los hombres
arrodillarse ante Ti; la consigna del pan terrestre; la rechazaste por la
libertad y por el pan celestial. Mira lo que has causado. ¡Y todo en nombre de
la libertad! Te digo que ningún hombre es atormentado por una ansiedad mayor
que la de encontrar a quien pudiera entregar cuanto antes aquel don de la
libertad con el que este desgraciado ser nace.
Pero solo alguien
que pueda apaciguar sus conciencias puede hacerse cargo de la libertad. En el
pan se Te ofreció un estandarte invencible: da pan, y el hombre te venerará,
pues nada es más tangible que el pan. Pero si alguien gana posesión de su
conciencia; ¡ay! Entonces arrojará Tu pan y seguirá al que ha atrapado su
conciencia. En esto tenías razón. Pues el secreto de la existencia no consiste
solamente en vivir, sino en saber para que se vive. Sin una noción firme de
para que ha de vivir, el hombre no aceptará la vida y el hombre no aceptaría
seguir viviendo, y preferiría destruirse que seguir en la tierra, aunque
tuviese pan abundante. Esto es así, pero ¿qué resultó? ¡En vez de adueñarte de
la libertad de los hombres, la aumentaste todavía más! ¿O has olvidado que la
tranquilidad y hasta la muerte son para el hombre preferibles a la libre
elección del conocimiento del bien y el mal?
Nada seduce más
al hombre que su libertad de conciencia, pero nada causa mayor sufrimiento. Y
en vez de adoptar unas bases firmes para tranquilizar la conciencia humana de
una vez para siempre, tomaste todo cuando hay de extraordinario, enigmático e
indefinido. Escogiste lo que estaba más allá de la fuerza del hombre, actuando
como si no los amases para nada – ¡Tú que viniste a dar Tu vida por ellos! En
lugar de tomar la posesión de la libertad del hombre, la incrementaste, y la
abrumaste por los siglos de los siglos con sus sufrimientos del reino
espiritual del hombre. Tu deseabas el amor digno del hombre, que él te siguiese
libremente, seducido y cautivado por Ti. En lugar de la rígida antigua ley, el
hombre debía desde entonces decidir por sí mismo con un corazón libre lo que es
el bien y el mal, teniendo solo Tu imagen ante él como guía. ¿Pero no sabías
que acabaría por rechazar incluso Tu verdad y Tu imagen, al pesarle tanto la
terrible carga del libre albedrío? Gritarán al fin que la verdad no está en ti,
pues no podrían haber sido abandonados en mayor confusión y sufrimiento que el
que Tú has causado, cargando sobre ellos tantas preocupaciones y problemas
irresolubles.
>>
Así, que, en realidad, Tú mismo pusiste los cimientos de la destrucción de Tu
reino, y a nadie más se puede culpar de ello. ¿Y que se Te ofreció? Hay tres
poderes, tres poderes solamente, capaces de conquistar y mantener cautiva por
siempre la conciencia de estos impotentes rebeldes, para su felicidad – esas
fuerzas son el milagro, el misterio y la autoridad. Las has rechazado todas y
has sentado el precedente para hacerlo. El hombre no busca tanto Dios sino lo
milagroso. Y, como el hombre no soporta estar sin lo milagroso, creará nuevos
milagros por sí mismo, y venerará ingenios de brujería y magia, aunque pueda
ser cien veces rebelde, hereje e infiel… Tú no querías esclavizar al hombre con
un milagro, y ansiaste la fe libre, no basada en el milagro… Te lo juro ¡tal
como ha sido creado el hombre es más débil y bajo de lo que tú te imaginabas!
Mostrándole tanto respeto dejaste de sentir por él, pues pediste demasiado de
él – ¡Lo has amado más que a ti mismo! Respetándolo menos, habrías pedido menos
de él. Eso habría sido más parecido al amor, pues esta carga habría sido más
ligera. ¿No podías simplemente haber venido a los elegidos y para los elegidos?
Pero, en todo caso, es un misterio y no podemos entenderlo… Hemos corregido Tu
trabajo y lo hemos asentado sobre el milagro, el misterio y
la autoridad… ¿Acaso no amamos a la humanidad, tan cariñosamente
reconociendo su debilidad, amorosamente aligerando su carga, y permitiendo a su
débil naturaleza incluso pecar bajo nuestra connivencia? Tomamos de aquél lo
que Tú rechazaste, ese último don que Te ofreció, mostrándote todos los reinos
de la tierra. Lo tomamos de Roma y la espada del Cesar, y nos proclamamos los
únicos gobernantes de la tierra… reyes únicos, y planificaremos la felicidad
universal del hombre, aunque hasta ahora no hayamos podido llevar nuestra
empresa hasta su completo término… Y sin embargo, tu hubieras podido tomar
entonces la espada del César ¿Por qué rechazaste este último don? Al
aceptar este tercer consejo se adquiere todo cuanto el hombre busca en la
tierra: ante quién inclinarse, alguien a quien entregar su conciencia y los
medios para unirse a todos en una unánime colonia de hormigas, pues el ansia de
la unidad universal es la tercera y última angustia del hombre. La humanidad en
su conjunto ha intentado siempre organizar un Estado universal… Pasaran siglos
de excesos del libre pensamiento, de su ciencia y antropofagia, porque al
iniciar la construcción de su torre de Babel sin nosotros, acabaran en la
antropofagia. Pero entonces es cuando la fiera se arrastrará hacia nosotros y lamerá
nuestros pies… Y nos sentaremos sobre la bestia y alzaremos la copa, y en ella
estará escrito, «Misterio». Pero entonces, y solo entonces, llegará el reino de
la felicidad y la paz a los hombres. Tú te enorgulleces de Tus elegidos
únicamente, pero nosotros tranquilizaremos a todos. Y, además, cuántos de esos
elegidos, esos poderosos que podrían convertirse en elegidos, se han cansado de
esperarte, y han transferido y transferirán los poderes de su espíritu y el
calor de su corazón al otro bando, y acabarán por levantar su libre estandarte
contra Ti… La libertad, el librepensamiento y la ciencia los llevarán a tales
laberintos y les harán confrontar a tales maravillas y misterios irresolubles
que algunos de ellos, los fieros y rebeldes, se destruirán; otros, los
rebeldes, pero débiles, se destruirán los unos a los otros; mientras, el resto,
débiles e infelices, se arrastrarán ante nuestros pies y lloriquearán: ‘Sí,
teníais razón, tan solo vosotros tenéis Su misterio, y volvemos a vosotros,
salvadnos de nosotros mismos’.
>>Y
todos serán felices, todos los millones de criaturas excepto las cien mil que
las gobiernen. Pues solo nosotros, nosotros que somos guardianes del misterio,
seremos infelices. En paz morirán, en paz expirarán en tu nombre, y allende la
tumba no hallarán más que la muerte. Pero nosotros mantendremos el secreto, y
en nombre de su felicidad los atraeremos con el regalo del cielo y la
eternidad”.
“El
Gran Inquisidor llevará a los hombres conscientemente a la muerte y la
destrucción, y aun así los engañará a lo largo de todo el camino para que no se
percaten de hacia dónde se dirigen, para que las pobres ciegas criaturas puedan
al menos pensarse felices durante el camino”.
El
Gran Inquisidor dice, ¿cómo puedes amar al hombre? Es una criatura terrible,
repugnante, esta criatura caída. Puedes cuidarlos y darles lo que necesitan,
pero, ¿cómo puedes amarlos? Y Cristo es el que ama al hombre.
[1] Saunders, J.J. The Age
of Revolution: A survey of European History Since 1915, Hutchinson &
Co., Ltd., sin fecha. Pág. 19.
[2] Ibid.,
pág. 20.
[3] Citado de Randall, op. Cit.,
p. 433.
[4] Fr.
Seraphim’s notes for “Order” chapter of Anarchism book includes quote
from Ensayo Sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo; Essays
on Catholicism, Liberalism, and Socialism, J.F. Wagner, Nueva York, 1925,
Libro I, Capitulo 1, p. 13: «La teología, considerada en su acepción más
general, es el tema perpetuo de todas las ciencias, así como Dios es el tema
perpetuo de todas las especulaciones humanas. Toda palabra que sale de la boca
del hombre es una afirmación de la Divinidad, incluso aquella con la que lo
blasfema o lo niega.»
[5] Cortes, Juan Donoso, An
Essay on Catholicism, Authority and Order, Joseph F. Wagner, Inc., New
York, 1925, reimpreso por Hyperion Press, Inc. Westport,
Connnecticut, 1979. Libro I, capitulo 1, pág 1: “Mr. Proudhon ha escrito, en
sus Confesiones de un revolucionario, estas notables palabras: “Es cosa que
admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos
siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la
sorpresa de Mr. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios,
es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el
océano que contiene y abarca todas las cosas”
[6] Ibid., libro, II, pág. 165
[7] Extraido del libro en castellano,
Juan Donoso Cortes; Ensayo sobre el catolicismo, liberalismo y el
socialismo, pag 216. Almar ediciones. Salamanca, España, 2003.
[8] Cortes, Juan Donoso, An
Essay on Catholicism, libro II, págs 166-168.
[9] Ibid, pág 197.
[10] DeMaistre, Joseph, The
Works of Joseph de Maistre, Jack Lively traductor, editorial MacMillan Co.,
Nueva York, 1965, págs 191-192: «Pero permitidme que, advertido por tan tristes
expresiones, detenga un instante vuestras miradas sobre un objeto que choca sin
duda al pensamiento, pero que es, sin embargo, muy digno de ocuparle. De esta
prerrogativa temible de que os hablaba poco ha, resulta la existencia necesaria
de un hombre destinado a imponer a los hombres los castigos decretados por la
justicia, humana; y ese hombre, en efecto, se encuentra en todas partes, sin
que haya ningún medio de explicarse el cómo; porque la razón no descubre en la
naturaleza del hombre ningún motivo capaz de determinar la elección de este
oficio. Yo os conceptúo muy acos tumbados a reflexionar, señores, para que no
os haya sucedido muchas veces el que meditaseis sobre la existencia del
verdugo. ¿Qué ser tan inexplicable es éste que prefiere a todos los oficios
agradables, lucrativos y aun honoríficos, que se ofrecen por do quiera a la
fuerza o a la destreza humana, el de atormentar y matar a sus semejantes? Esta
cabeza, este corazón, ¿se han formado como los nuestros? ¿No contienen nada de
particular y de extraño a nuestra naturaleza? En cuanto a mí, no puedo dudarlo.
Está formado como nosotros exteriormente; nace como nosotros, pero es un ser
extraordinario, y para que exista en la familia humana es menester un decreto
particular, un Fiat del poder creador. Es creado como un
mundo. ¡Obsérvad lo que es en opinión de los hombres, y comprended, si podéis,
cómo puede ignorar esta opinión y sobrellevarla! Apenas la autoridad ha
designado su morada, apenas ha tomado posesión de ella, cuando las otras
habitaciones retroceden hasta que no ven la suya. En medio de esta soledad y de
esta especie de vacío formado a su alrededor, vive sólo con su mujer y sus
pequeñuelos, que le hacen oír la voz del hombre; sin ellos, no conocería más
que sus gemidos... Se hace una señal lúgubre, un ministro abyecto de la
justicia llama a su puerta y le advierte que hace falta: marcha, llega a una
plaza pública cubierta de gentes que se oprimen y palpitan. Se le entrega un
envenenador, un parricida, un sacrílego; se apodera de él, lo tiende, lo ata a
una cruz horizontal, y levanta el brazo; entonces, en medio de un horrible
silencio, no se escucha más que el crujido de los huesos fracturados bajo la
barra, y los alaridos de la víctima. La desata, la lleva a la rueda, donde los
miembros destrozados se entrelazan a sus rayos; queda pendiente la cabeza, se
erizan los cabellos, y la boca, abierta como un horno, no envía, por
intervalos, más que un reducido número de palabras sangrientas que anuncian la
muerte. Ha concluido la operación: él corazón le late, pero es de alegría; se
alaba y dice en su interior: “Nadié sabe ejecutar mejor que yo.” Baja, alarga
su mano teñida en sangre, y la Justicia arroja en ella, desde lejos, algunas
piezas de oro, que se lleva consigo a través de dos filas de hombres que se
apartan horrorizados. Y, sin embargo, se pone a la mesa, y come; se acuesta y
duerme… Y a la mañana siguiente, al despertarse, en todo piensa menos en lo que
ha hecho el día anterior. ¿Es éste un hombre? Sí: Dios le recibe en, sus
templos, y le permite orar. No es criminal, y, sin embargo, ningún idioma
permite decir, por ejemplo, que es virtuoso, que es hombre honrado, que
es digno de estimación, etc. Ningún elogio moral puede convenirle, porque
todos suponen relaciones con los hombres, y él no tiene ninguna.
Y, sin embargo, toda grandeza, todo poder, toda
subordinación reposa sobre el verdugo: él es el horror y el vínculo de la
asociación humana. Quitad del mundo a este agente incomprensible, y en ese
mismo instante el orden se derrumba en caos, los tronos caen, y la sociedad
desaparece. Dios, que es el autor de la soberanía, es también el autor del
castigo: ha edificado nuestro mundo sobre estos dos polos; porque Jehová es el
señor de los dos polos, y sobre ellos hace girar al mundo. (I Samuel 2:8)»
[11] Ibid, pag 147.
[12] De Maistre, op. Cit., The
Generative Principle of Political Institutions, XXVIII, pág. 161
[13] De Maistre, Joseph, The
Pope, Howard Fertig, Inc., 1975, p. XXIV.
[14] Ibid., p. XXXIII: “El
cristianismo se basa por completo en el Pontífice Soberano” [énfasis en el
original]
[15] Talberg, Nicholas
Dimitrievich, Otechestvennaya Byl, Holy Trinity Monastery,
Jordanvielle, Nueva York, 1960, p. 151.
[16] Ibid, pág 161.
[28] Nota de traductor – El padre
Serafin Rose se refiere al autor del siglo XIX español Francisco de Paula
Vidal, quien escribió dos volúmenes titulados: Historia contemporánea
del Imperio Otomano ó sea de la Guerra de Oriente, desde la entrada del
príncipe de Menschikoff hasta el desenlace de la cuestión turco-rusa,
extractos de la misma obra son citados por Talberg en su obra Otechestbennaya
Byl. Talberg a su vez extrajo fragmentos de la obra de Francisco de Paula
Vidal de lo que el archiprieste ortodoxo en Madrid, Konstantin Kustodiev citó
en lo que escribió para la revista en ruso Archivo Ruso (1869)
[31] N. de T. – Cuando habla de traición, se refiere al
hecho de que, durante las revoluciones que sacudieron Europa en 1848, la
monarquía austriaca habría caído de no ser por la intervención militar del
Imperio ruso. Sin embargo, al estallar la Guerra de Crimea (1853-1856), cuando
150.000 efectivos del ejército ruso tenían la posible intención de cruzar la
frontera del Imperio austrohúngaro con motivo de atacar Constantinopla (capital
del Imperio otomano, enemigo de Rusia en aquel entonces) por tierra, el Imperio
austriaco, pese a haber sobrevivido gracias a la ayuda rusa movilizó tropas en
los Balcanes para presionar a Rusia a retirarse de los principados danubianos
(Moldavia y Valaquia), ocupados por los rusos. En las páginas
subsiguientes se dan más detalles de este hecho.
[34] N. de T. - Del griego
Όδηγήτρία, la que muestra el camino, es una de las principales
representaciones de la Virgen María en la iconografía ortodoxa. Su composición
general es la de la Virgen María sosteniendo al Niño Jesús en brazos y
señalándolo, sosteniendo este un pergamino que implica el famoso versículo del
Evangelio de Juan (XIV, 6): ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’.
[35] N. de T. - No confundir con su
tocaya, la primogénita de Nicolás II.
[40] N. de T. - No hemos traducido
al español la palabra rusa “Ideya”, pues si bien la traducción literal al
español sería “idea”, en este contexto su significado es mucho mayor pues en
este sentido esta palabra significaría, una idea motora que condiciona la vida
de un determinado grupo de individuos unidos bajo una mata en común.
[45] Gogol, Nicolás, citado en Ensayos
sobre la Historia de la Literatura rusa del siglo XIX, I.M. Andreyev, pág
135.
[46] Ibid, pág 136
[47] Ibid, pág. 137
[48] N. de T. – En ruso; Pravitel'stvennom vestnike
[51] Localidad cercana a Yalta, Crimea,
pero aquí esta haciendo referencia al palacio de Livadia, donde se encontraba
el Zar Alejandro III en ese momento.
[52] Más Conocida como Alejandra
Fiódorovna, esposa de Nicolás II.
[53] https://azbyka.ru/otechnik/Nikolaj_Talberg/russkaja-byl-ot-ekateriny-2-do-nikolaja-2/7
[54] N. de T. - se trata de
Virginsky, no confundir con Pyotr Stepanovich Verjovenski o su padre Stepán
Trofimovich Verjovenski
[55] N. de T. – “La estructura de poder
diseñada por Piotr Verjovenskiy se encuentra sometida a sus decisiones y está
basada en un sistema organizativo y burocrático preciso en el cual figuran
espías, secretarios y tesoreros entre otros, componiendo en su conjunto un
entramado policiaco en miniatura típico de las organizaciones de regímenes
totalitarios. Las células se componen de cinco miembros. Dostoievski toma el
número cinco de acuerdo con las ideas iluministas del ocultismo pitagórico
europeo de fines del siglo XVIII, para el cual la figura geométrica del
pentágono tenía una representación especial, idea que en Rusia había enraizado
en la segunda década del siglo XIX entre los decembristas quienes, a semejanza
de la mano, establecerían células con cinco miembros: cuatro ordinarios, como
otros tantos dedos, más el quinto, el líder, representado de manera figurada
por el pulgar, el cual era nexo de unión con un nivel superior. Cada miembro de
la célula era un eslabón de una red clandestina. En esa estructura, Piotr
Stepanovich ha hecho creer que hay una extensa red de células o nudos como se
dice en la novela, que cubre toda Rusia.” Dostovieski frente al
terrorismo, de Los Demonios a Al-Quaeda, pág. 122 y 123; Jorge Serrano
Martínez
[56] N. de T. – de esta misma mentira se
basó Nachayev (1847-1882) para fundar su “quinteto” en Rusia por encargo de
Bakunin
[57] N. de T. – La revista Kolokol (La
Campana), dirigida por Alexandr Herzen y Nikolai Ogariov, fue publicada,
primero en Londres y después en Ginebra, entre 1857 y 1867.
[58] N. de T. – “En Los demonios son
frecuentes los casos de cojera relacionados con personajes no del círculo de
Piotr Verjovenskiy, pero sí vinculados con Stavroguin, como si existiera una
conexión entre ellos y el protagonista de la novela fuera trasmisor de un
cierto defecto físico. A este respecto recuerda Leatherbarrow que estar cojo,
ser cojo o romperse una pierna es una característica que en el folklore ruso se
asocia al demonio. Se trataría por lo tanto de establecer un denominador común
entre los personajes más próximos a Stavroguin para reforzar el papel demoníaco
que éste ejerce sobre ellos.” Dostoievski frente al terrorismo,
de Los Demonios a Al-Quaeda, pág. 146; Jorge Serrano Martínez
[59] N. de T. – Se trata de una alusión
irónica a la obra ¿Qué hacer?, de Chernyshevski: en el cuarto sueño
de la protagonista, Vera Pávolovna, aparece un moderno edificio de cristal con
columnas y otros elementos de aluminio, que llaman la atención del personaje.
[60] N. de T. – Esta célebre frase que quedaría inmortalizada de Dostoievski, es la misma que diría Lenin, quizás sin saberlo, años después, al prolamar “Partiendo del despotismo ilimitado, llegaremos a la libertad sin limites” (Véase: El espiritu de Dostoievski, pág 66; Nicolás Berdiaev. Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, Argentina. 1978)
[61] N. de T. – Este index y
esta idea de Rusia como tierra fértil para realizar experimentos
revolucionarios existía en la conciencia revolucionaria de la época. Herzen en
una carta enviada a Moses Hess le confesaría: “Soy más indiferente frente al
respecto del terrible cáncer que está devorando a Europa
Occidental. En Rusia, sufrimos solo desde la infancia, y por dolores
materiales, ¡pero tenemos al futuro por delante! El mundo eslavo aún
no ha existido en el pleno florecimiento de su fuerza; actualmente se está
preparando por instinto una inmensa arena: Rusia.” (Véase el libro de Marvin
Antelman; To eliminate the opiate, vol II, pág.
41). Al respecto del index, también corría la idea por aquella época
de un gobierno oculto entre las sombras, integrado por notables (cuyos nombres
figuraban en un Índice o Index) dispuestos a remplazar el sistema
autocrático cuando este cayera. (Véase: :::::::::::::: )
[62] N. de T. – Esta extensa cita
corresponde a la Segunda parte. Capitulo VII, titulado Con los nuestros,
de Los Demonios, de Fiodor Dostovieski
[63] N. de T. – Esta cita corresponde a
la Segunda parte. Capitulo VIII, titulado El zarévich Iván,
de Los Demonios, de Fiodor Dostovieski
[64] N. de T. – Esta cita corresponde a
la Tercera parte. Capitulo VI, titulado Noche de afanes, de Los
Demonios, de Fiodor Dostovieski
[65] N. de T. – Cabe contrastar estas
palabras con la Filosofía de la redención de Philipp
Mainländer, gran precursor de Nietzche.
[66] N. de T. – Recuerde el lector que,
mientras que algunas de estas charlas están impartiéndose con materiales
académicos de referencia, y por eso las extensas citas, muchas otras obras se
tratan de forma más improvisada. Debido a la vida monástica y retirada que
llevaba el Padre Seraphim Rose, es muy seguro que la mayoría de obras
literarias que cita sean obras leídas años o hasta décadas antes de la charla,
de ahí ciertos ligeros olvidos en su comentario.
[67] N. de T. – La prostituta de Crimen
y Castigo se llama en realidad Sofia, Sonya es el diminutivo en idioma
ruso que se utiliza para el nombre Sofia, simbolizando así a la Sabiduría.
[68] N. de T. – Más conocido en Occidente
como Juan el Limosnero o Juan V de Alejandría.
[69] N. de T. – Estas citas de Los
hermanos Karamazov de Fiodor Dostovieski corresponden, en orden al
final del capítulo III – titulado Los hermanos se conocen – y
comienzos y final del capitulo VI – titulado La rebeldía – ,
del libro quinto, segunda parte, de la obra.
[70] N. de T. – En latín significa; caso de confusión de
identidad
[71] N. de T. – El fuego
del cielo es el Espíritu Santo