miércoles, 30 de julio de 2025

CURSO DE SUPERVIVENCIA ORTODOXA; EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN (PARTE VIII)

   padre Serafín Rose

 


El ejército aliado entrando en París en 1814, con el zar Alejandro, el rey de Prusia y el mariscal de campo austríaco Schwarzenberg al frente. Autor desconocido 

              Ahora, para trazar un retrato pleno del significado de la revolución de nuestro tiempo, contemplaremos una serie de pensadores del s. XIX que fueron llamados ‘reaccionarios’; personas que se oponían a la revolución. Pues, al ver qué argumentos se presentaron contra la revolución, y al observar cómo varios de ellos estaban influidos por ideas más profundas que compartían también los revolucionarios, obtendremos una comprensión más profunda de cuán honda es esta revolución.

              El nuevo orden europeo en 1815, tras el derrocamiento de Napoleón, fue la Reacción, la Santa Alianza, esto es, la restauración de los monarcas de Europa. Y hubo una clara reacción. Los movimientos revolucionarios fueron desalentados e incluso aplastados. Rusia tomó un papel principal en esto – incluso el Zar Alejandro, que se halló bajo una fuerte influencia masónica en sus años más tempranos. Más tarde, tras esta época, tras el Congreso de Viena, comenzó a entender que la revolución era algo serio y el cristianismo era algo bastante distinto de lo que se había figurado. Especialmente bajo la influencia del Archimandrita Focio [Pyotr Nikitich Spassky], que le había persuadido de que los masones buscaban destruir su reino, y advertido contra la infiltración protestante y de la Sociedad Bíblica. Frente a la Revolución de 1820 en España, ofreció enviar 100.000 cosacos para aplastarla, lo los otros poderes europeos consideraron demasiado arriesgado, prefiriendo dejarlo en manos de los franceses, que así hicieron. Pero desde entonces los zares rusos se hicieron muy conscientes de su responsabilidad de combatir la revolución, especialmente en Rusia y, fuese posible, fuera de ella; con una excepción: cuando la rebelión griega contra los turcos comenzó [1821], los rusos la apoyaron

              Más tarde, entre 1827 y 1828, cuando los turcos amenazaban con someter Grecia de nuevo, el zar Nicolás, el archiconservador, vino en su ayuda, aunque el gran estadista Metternich le advirtiese de que había también masones entre estos rebeldes, a lo que respondió “Pero, en todo caso, son ortodoxos; venimos en ayuda de los reinos ortodoxos”. Y, en gran parte a los zares rusos, Grecia conserva hoy su condición de reino independiente, libre del dominio turco.

 

Metternich

 


Klemens von Metternich (1773 - 1859) retrato de 1825

              El estadista principal de esta época en la Europa Occidental era Metternich, Ministro de Asuntos Exteriores de Austria y voz del movimiento conservador, aunque no fuese tan reaccionario como se le suele retratar. Hay también una breve descripción de su filosofía básica en estos libros de la era posrevolucionaria.

 

              Nació en 1773 y murió en 1859. Descendiente “de una familia católica noble de Renania, fue testigo en su juventud de los excesos jacobinos”, esto es, excesos revolucionarios, “en Estrasburgo se confirmó en su desprecio por las democracias-de-turbas y su fe en ‘una sociedad europea fundamentada en la civilización latina consagrada por la fe cristiana y embellecida por el tiempo’. Creció con una profunda reverencia por la tradición. El Antiguo Régimen en sus últimos días produjo en él su más capaz, si no más noble representante. Era una bella flor de una era que ahora es solo recuerdo: un pulido y cortés aristócrata, calmado, urbano e imperturbable, patrón de las artes, diplomático de primer rango, amante de la belleza, el orden y la tradición; algo cínico, quizás, pero siempre amable y simpático… Ingresó al servicio diplomático austriaco y forjó su reputación al vencer a Napoleón en los días críticos de 1813 tras la retirada de Moscú. Tras la caída del emperador se erigió como ‘primer ministro de Europa’, hasta la Revolución de 1848 que lo derrocó.”[1]

 

“Vio que estaba viviendo en una era de transición; el viejo orden, que había parecido tan firme y seguro, se disolvía por doquier, y nadie podía aventurar qué tomaría su lugar. Antes de alcanzar un nuevo equilibro, debía sobrevenir un periodo de caos y anarquía. La obra de la vida de Metternich fue evitar el colapso tanto tiempo como fuese posible y mantener la estabilidad por el momento a cualquier precio. Era totalmente consciente del carácter efímero de sus logros, diciendo con amargura que pasaba sus días apuntalando instituciones carcomidas, que debería haber nacido en 1700 o en 1900, porque nunca encajó en la Europa revolucionaria del siglo XIX. El futuro”, sabía, “estaba con la democracia y el nacionalismo”, y “todo lo que tenía por sagrado — la monarquía, la Iglesia, la aristocracia, la tradición—  estaba condenado, pero sentía que era su deber resistir, replegarse si era necesario hasta la última línea de defensa antes de rendirse”[2]


              Así es, pues, este estadista, que escribió unas memorias también, un hombre muy conservador. Se oponía a lo que llamaba los “hombres presuntuosos”, esos revolucionarios alzándose constantemente con sus teorías egotísticas con la pretensión de rehacer la sociedad. Fue derrocado en 1848, durante la nueva oleada revolucionaria que barrió toda Europa.

 

              Otro de los grandes – hay, de hecho, tres principales filósofos conservadores de esta era: uno en Inglaterra, otro en Francia, otro en España. En Inglaterra, el conservador es Edmund Burke, uno de los primeros en protestar contra la Revolución, ya en 1790, cuando escribió sus reflexiones sobre la Revolución en Francia, un libro inspirado por muchos de estos autores mentados. Brevemente así expone algunas de sus opiniones, en uno de sus libros.

 

              En Reflexiones sobre la Revolución, dice: “¿Acaso se muestra destreza en destruir y derribar? Tu turba” —es decir, los revolucionarios— que, “pueden hacerlo al menos tan bien como vuestras asambleas. El entendimiento más superficial, la mano más tosca, bastan para esa tarea.  La rabia y el frenesí derribarán más en media hora de lo que la prudencia, la deliberación y la precaución pueden erigir en cien años… Al mismo tiempo, preservar y reformar son cosas bien distintas. Un espíritu innovador es generalmente el resultado de un temperamento egoísta y estrechez de miras. No oteará a la posteridad aquel que nunca se voltee hacia sus ancestros… A través de una política constitucional que siga los trazos de la naturaleza”, esto es, de nosotros los ingleses, “transmitimos nuestros gobiernos y privilegios de la misma forma en que disfrutamos y transmitimos nuestra propiedad y nuestras vidas. Las instituciones de lo político, los bienes de la fortuna, las dotes de la Providencia, nos son transmitidos; y de nosotros deben proceder en tal curso y orden. Nuestro sistema político se sitúa en una justa correspondencia y simetría con el orden del mundo, en que, por designio de una sabiduría estupenda, que se amolda a la gran misteriosa incorporación de la raza humana; el conjunto es a la vez nunca viejo, ni adulto, ni joven, sino que, en una condición de inmutable constancia, se mueve a través del variado tenor de la perpetua decadencia, caída, renovación y progresión. Así, preservando los caminos de la naturaleza en la conducta del Estado, nunca somos completamente nuevos en lo que mejoramos; nunca somos completamente obsoletos en lo que retenemos… Una disposición a preservar y una habilidad para mejorar, en conjunto, serán mi estándar de lo que es un estadista.”[3].

 

              Por supuesto, estas son palabras muy sensatas, dichas en contra de quienes hablan de la novedad por la novedad misma y muestran que no saben cómo llevarla a cabo. Y cuando finalmente lo hacen, en realidad alteran profundamente toda la sociedad. Pero, por supuesto, era un inglés; su idea de conservadurismo es la de preservar lo que sea que tengamos. Y lo que sea que tenemos es la monarquía británica, con la ya floreciente idea de la democracia. Por entonces aún era bastante conservadora: solo los aristócratas tenían derecho a voto. Y el Parlamento que no representaba al pueblo entero, estaba evolucionando gradualmente en esa dirección. Y, por supuesto, era indudablemente un anglicano, y ya eso es una desviación del catolicismo, siendo el catolicismo una desviación de la ortodoxia. Significa que, por conservador que sea, no hay un principio subyacente sobre el que se pueda asentar, y es solo cuestión de tiempo que, como vemos, este tipo de conservadurismo pueda evolucionar hacia algo bastante democrático y ya utópico. Así, este conservadurismo no puede perdurar mucho.

 

Donoso Cortés

 



Retrato de Juan Donoso Cortés (1809 - 1853) en 1849 hecho por Federico Madrazo

              Hay otro pensador de esta era algo posterior, nacido en 1809 y fallecido en 1853, que vivió en España, Juan Donoso Cortés. Creo que era un príncipe o conde. No es muy conocido en Occidente, aunque uno de sus libros ha sido traducido al inglés. Es también el más filosófico de todos los que en Occidente escribieron sobre y contra la Revolución. Escribió su obra maestra en 1852, titulada Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo. Era un marqués, Marqués de Valdegamas.

 

              Y es de sumo interés porque vio claramente que esta revolución no era algo sin ningún objetivo; tiene un claro propósito que subyace en la misma. Dijo incluso que la Revolución es teológica. Para vencerla, debemos tener una teología contrapuesta.[4]

              Estaba especialmente en contra del gran anarquista de su tiempo, Proudhon, de quien hablaremos en la próxima lección. Proudhon, veremos, es bastante profundo, más que muchos otros revolucionarios. Y Cortés lo cita al principio mismo del libro. Dice, en el ensayo De cómo en toda gran cuestión política va envuelta siempre una gran cuestión teológica:

 

              “En sus Confesiones de un revolucionario Monsieur Proudhon ha escrito estas notables palabras: ‘¡Es maravilloso cómo nos tropezamos con la teología en todas nuestras cuestiones políticas!’ No hay nada aquí que deba causar sorpresa sino la sorpresa de Monsieur Proudhon. La teología, en tanto ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, pues Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas”[5]. Y este libro entero es una exposición primero del liberalismo, pero principalmente del socialismo, al que considera ante todo como anti-Dios. Al liberalismo tampoco le tiene mucho respeto, pues lo ve como el mero camino de paso de la monarquía al socialismo.

 

              Así como Metternich llamaba a estos revolucionarios “hombres presuntuosos”, Donoso Cortés los llamaba “los hombres adoradores de sí mismos”. Y le gustaban más que los liberales porque al menos tenían sus propios dogmas, se los podía confrontar en el terreno dogmático. Veía que el fin de la influencia teológica en lo político, esto es, la revolución atea, produciría en el futuro el más gigantesco y destructivo despotismo jamás conocido. De hecho, en uno de sus discursos ante el Parlamento en España en 1852, les dijo que el fin de la revolución es el Anticristo, que ya se vislumbra en el horizonte del siglo siguiente. En ese sentido, es bastante profundo. Aquí ofrece algunas citas generales sobre los liberales y los socialistas:

 

              “La escuela liberal”, decía, “… se halla entre dos mares, cuyas olas constantemente crecientes acabarán por naufragarla, entre el socialismo y el Catolicismo… No se puede admitir la soberanía constituyente del pueblo sin ser democrático, socialista y ateo; tampoco admitir la verdadera soberanía de Dios sin ser monárquico y Católico…”[6]

 

“Esta escuela no domina sino cuando la sociedad desfallece; el período de su dominación es aquel transitorio y fugitivo en que el mundo no sabe si irse con Barrabás o con Jesús, y está suspenso entre una afirmación dogmática y una negación suprema. La sociedad entonces se permite ser gobernada por quienes ni afirman ni niegan, sino que están siempre haciendo distinciones. (…) Este período angustioso, por mucho que dure, es siempre breve; el hombre ha nacido para obrar y la discusión perpetua contradice a la naturaleza humana, siendo como es enemiga de las obras. Apremiados los pueblos por todos sus instintos, llega un día en que se derraman por las plazas y las calles pidiendo a Barrabás o pidiendo a Jesús resueltamente, y volcando en el polvo las cátedras de los sofistas. Las escuelas socialistas”  – es decir las de Marx, Proudhon, Saint-Simon, Owen, Fourier, todos estos pensadores – “poseen grandes ventajas sobre la escuela liberal, precisamente porque se refieren a todos los grandes problemas y cuestiones, dando siempre una respuesta perentoria y decisiva. El socialismo no es fuerte sino porque es una teología, y no es destructor sino porque es una teología satánica.”[7]

 

              “Las escuelas socialistas, en tanto teológicas, prevalecerán sobre la liberal porque ésta es antiteológica y escéptica. Pero ellas mismas, a causa de su elemento satánico, serán vencidas por la escuela Católica, que es a la vez teológica y divina. Los instintos del socialismo parecen concordar con nuestra afirmación, pues odia al Catolicismo mientras tan solo desprecia al liberalismo”.[8]

 

Y la historia parece darle la razón, porque efectivamente el comunismo se apodera del mundo y la democracia se vuelve cada vez más radical y más utópica para poder competir con el socialismo. Una vez más, él dice:

 

              “Entre socialistas y católicos no hay más que esta diferencia: los segundos afirman el mal del hombre y la redención por Dios, los primeros afirman el mal de la sociedad y la redención por el hombre. El católico con sus dos afirmaciones no hace otra cosa sino afirmar dos cosas sencillas y naturales: que el hombre es hombre y ejecuta obras humanas, que Dios es Dios y acomete empresas divinas. El socialismo con sus dos afirmaciones no hace otra cosa sino afirmar que el hombre acomete y lleva a cabo empresas de un Dios, y que la sociedad ejecuta las obras propias del hombre. ¿Qué va ganando la razón humana con dejar el Catolicismo por el socialismo, sino dejar lo que es a un mismo tiempo evidente y misterioso, por lo que es a un tiempo mismo misterioso y absurdo?”[9]

 

              Su razonamiento es bastante claro. Tenía reflexiones sobre Rusia también, temía mucho ‘el peligro ruso’. Pensaba que Rusia desbordaría a Occidente y, tras ello, bebería ella misma el veneno de la Revolución y moriría como Europa.

 

 

De Maître:

 


Joseph de Maistre (1753 - 1821) retratado por Carl Christian Vogel von Vogelstein, ca. 1810

              Veremos qué piensa de Rusia el siguiente pensador, probablemente el más famoso de los conservadores radicales, los verdaderos reaccionarios: Joseph de Maître, que no era en realidad francés sino sardo, aunque francoparlante. Fue el embajador de Cerdeña en San Petersburgo durante el tiempo de Napoleón y tras él.

 

              Nació en 1753 y murió en 1821. Fue el apologista del derecho divino de los reyes, dentro de la tradición del siglo XVIII. De hecho, incluso llegó a sentirse algo incómodo porque su libro sobre el derecho divino de los reyes fue publicado sin su conocimiento. Habiéndolo escrito varios años antes, fue publicado justo en el momento en que el rey Borbón restaurado, Louis XVIII, aceptó la Constitución. Por eso, el rey pensó que él estaba en su contra. Y, por supuesto, él terminó aceptándolo y comprometiéndose, aunque estableció con claridad el principio del derecho divino. El objetivo de su filosofía – y de la filosofía conservadora, para él, era aniquilar el espíritu del s. XVIII. Como veis, era bastante audaz. Ningún compromiso con Voltaire, Rousseau, la Revolución, nada. La respuesta a la Revolución, dice, es el Papa y el verdugo.

 

              De hecho, tiene una página entera alabando al hombre, el verdugo que retorna a casa junto a su esposa a la noche, con una conciencia limpia por haber ejecutado el deber de la sociedad.[10]

 

              Él mismo es, de hecho, bastante racionalista. Simplemente parte de un lugar distinto: del Catolicismo absoluto. Y es más bien un pensador frio, pero muy astuto, muy lúcido. Puede ver que los otros racionalistas empiezan sin Dios y por ello acaban en el absurdo.

 

              Escribió un libro sobre Dios en la sociedad, publicado en tiempos de Napoleón. He aquí algunos fragmentos:

 

              “Uno de los mayores errores de un siglo que los abrazó todos”, observad cuán inmediatamente se abalanza sobre el s. XVIII, “fue creer que una constitución política podía ser creada a priori, cuando la razón y la experiencia concuerdan en que una Constitución es una obra divina y son precisamente los más fundamentales y esencialmente constituyentes elementos en las leyes de la nación los que no pueden ser puestos por escrito”.[11]

 

              Esta cita es muy profunda pues, obviamente, estos países europeos tenían un gobierno ordenado, sus propias tradiciones. Un monarca absoluto no es, por supuesto, absoluto: está siempre limitado, primero por la Iglesia, luego por la nobleza, luego por lo que quiere la gente; y ningún monarca absoluto ha sido jamás meramente una suerte de déspota absoluto, salvo los déspotas revolucionarios, que no hayan tradición que los detenga. Y, por supuesto, la constitución no es trozo de papel. Es algo que emerge de la experiencia de la nación entera, basado principalmente en la religión. Nuevamente él dice: “Todo nos trae de vuelta a la regla general: El hombre no puede crear una Constitución, y ninguna constitución legítima puede ser escrita. [énfasis en el original] El corpus de las leyes fundamentales que deben constituir una sociedad civil o religiosa nunca han sido escrito y jamás lo serán. Esto puede hacerse tan solo cuando una sociedad ya está constituida, pero es imposible enunciar o explicar con palabras ciertos artículos individuales; estas declaraciones son siempre causa o efecto de grandes males y siempre cuestan al pueblo más de lo que les proveen”.[12] Desde esta perspectiva, es bastante sabio. Esta gente, que cree que de repente va poner por escrito un nuevo gobierno, siempre acaban en el despotismolas revisiones constitucionales, la abolición de la Constitución y el establecimiento de alguna suerte de nuevo monarca como Napoleón.

 

              Vemos esto en De Maître, el más fanático antirrevolucionario, y a su vez muy racional; lo que le permitió llegar a nuevas conclusiones que no se hallaban en la filosofía europea pasada. Veía que la Revolución era de veras fuerte, y exigía algo fuerte para hacerle frente. Así, devino el apologeta del Papa, diciendo, “Sin el Soberano Pontífice no hay Cristiandad”[13]. Llegó a decir “El Papa mismo es la Cristiandad”[14].

 

              Así que su postura —antitradicional y amenazada por la revolución— lo lleva a un nuevo tipo de absolutismo racionalista: el absolutismo del Papa. De hecho, fue una de las figuras principales cuyas ideas estuvieron relacionadas con —y condujeron a— la doctrina de la infalibilidad papal, proclamada en 1870, lo cual es algo nuevo. Los católicos no la tenían antes. Dicen que se desarrolló a partir del pasado, pero fue solo entonces, frente a la Revolución, que tuvieron que proclamar algo nuevo: que el Papa mismo es el único referente visible que puede protegerte de la Revolución. Su libro Du Pape de De Maîstre, es un libro largo, tengo la edición francesa del libro.

 

              Trata muchos temas – entre ellos la Iglesia Rusa. Y veremos qué decía aquí sobre ella. Pero es uno de los principales manuales del llamado “Ultramontanismo”, esto es, la absoluta infalibilidad papal. Esto es algo nuevo incluso en la Tradición Católica como un estándar externo y absolutamente claro con el que confrontar la Revolución, pues veía a la Tradición Católica agonizando, y requería algún tipo de monarca absoluto para salvarla, lo cual es muy lógico. Veremos luego qué tenía Dostoyevski que decir sobre esto.

 

              Este libro suyo, Du Pape, fue concebido como respuesta a otro impreso en francés en 1816 por el ministro ruso Sturdza, en declaraba, para gran disgusto de De Maître, que la Iglesia de Roma era cismática y solo la Iglesia Ortodoxa era la verdadera Iglesia de Cristo. Esto lo perturbó enormemente, pues para él el Catolicismo era lo único que se erigía frente a la revolución. Y estos rusos, este país bárbaro, osa decir que son la Iglesia verdadera. De hecho, describía a Rusia como un país que yacía por entero en la pereza, que se levantaba de vez en cuando para arrojar alguna blasfemia contra el Papa. Acusó a Rusia de haberse perdido todo el desarrollo de la Civilización Occidental. Y no ve que todo este desarrollo es el que engendró la Revolución, pues sólo se retrotrae a lo que se desarrollo a partir del Renacimiento. La Edad Media, para él, estaba bien; era el punto más alto. Dice que lo único de que carece Rusia es la idea de universalismo, representada por el Papa. Veremos qué dice Dostoyevski – algo muy profundo – sobre este mismo universalismo.

 

El zar Nicolás I:

 


Retrato del Zar Nicolás I (1796 - 1855) por Franz Krüger, ca. 1852.

              Nos hallamos ahora ante algo nuevo, pues tratamos la cuestión del tradicionalismo en Rusia. Empezaremos con Nicolás I, y haremos después comentarios más generales sobre la tradición contrarrevolucionaria rusa.


              Como dije en la lección anterior, Nicolás I es un monarca ejemplar en la más pura tradición del absolutismo ruso. No hay Constitución, no hay Parlamento. El Zar reina supremo. Estaba familiarizado con la Revolución. Fue a ver a Owen y su experimento. Estaba interesado en hacer lo mejor por el pueblo. En estos años la Revolución Industrial incluso llegaba tenue a Rusia, aunque mucho menos que en Occidente. Estudió la Revolución cuidadosamente y estudió las obras de Louis XVI; tenía una visión ya lúcida de qué hacer.

 

              Citaremos ahora algunos fragmentos de este libro de Nicholas Talberg, que fue más tarde profesor en Jordanville. Y, conforme llegamos a Rusia, veremos algo distinto porque los pensadores occidentales se hallan todos en la Tradición Católica o incluso la anglicana. Y son pensadores muy lúcidos. Ven a través de la Revolución muy claramente, pero siguen inmersos en esta atmósfera occidental racionalista. Carecen de un arraigo más profundo en la Tradición. Esta gente, incluso este autor [Talberg], que murió hace apenas algunos años, uno puede ver por lo que escribe que está profundamente enraizado en la tradición ortodoxa. Y por eso sus conclusiones no son simplemente las de alguien que ha reflexionado intelectualmente sobre el asunto, sino las de alguien que siente cuál es la tradición de la religión, de la religión ortodoxa y también la tradición política.

 

La mayor parte de lo que dice proviene de citas de contemporáneos de Nicolás I, y al leerlo uno puede ver que es profundamente conservador, no solo en su pensamiento, sino en toda su vida, en todo su corazón. Y aún quedan muchos rusos así.

 

              “Para el emperador Nicolás I” —escribe—, “en las primeras horas mismas de su reinado comenzó su ardor por sostener virilmente a Rusia frente a aquellas espantosas desgracias que la amenazaban a causa de la criminal ligereza de los llamados decembristas. Este entusiasmo —esta lucha— del zar concluyó treinta años más tarde, cuando defendió a la patria —esta vez de enemigos externos que odiaban a Rusia— durante la guerra de Crimea, en la que murió”.[15]

 

              Era ante todo un hombre de principios y deber. “El Emperador Nicolás estaba completamente imbuido de la conciencia del deber. Durante su tiempo en la guerra por la patria”, es decir, en el tiempo de la invasión napoleónica, “cuando tenía dieciséis años, sentía terrible ansiedad por alistarse al Ejército. ‘Me avergüenzo’, dijo, ‘de verme inútil, una fútil criatura sobre la Tierra, inapto incluso para morir con una muerte valerosa.[16]

 

              >> Seis años antes de su ascenso al trono, sufrió hasta las lágrimas cuando el Emperador Alejandro”, su hermano mayor, “le contó su intención de abandonar y legarle el trono”, pese a que había otro hermano mayor que Nicolás, Constantino, “debido a que el zárevich Constantino no quería reinar. Nicolás escribió en su diario más tarde. ‘Esta conversación acabó, pero mi mujer y yo quedamos postrados en una situación que puede compararse… con la sensación que debe embargar a un hombre que camina tranquilamente por un camino agradable, sembrado por todas partes de flores y desde el cual se contemplan los paisajes más placenteros, cuando de pronto se abre un abismo ante sus pies, hacia el cual una fuerza incontenible lo empuja, sin permitirle desviarse ni retroceder.”

 

              Así se sentía desde el principio respecto a ser Zar. Lo sentía como una terrible carga; no quería ser Zar. Aquí veis ya la diferencia: los revolucionarios luchaban por vencer a todos los demás para ser ellos la cabeza; y en este gobierno basado en la autoridad hereditaria la persona que no quiere el reino lo obtiene, y debe reinar. Vemos mucha mas probabilidad de regir justamente bajo tales condiciones.

 

              Su reinado empezó con la rebelión de los Decembristas, que estaban infectados por ideas revolucionarias. “Así habló a los oficiales veteranos de la guardia reunidos en torno a él la mañana del 14 de diciembre, cuando la Revolución se había hecho conocida, y les dijo, ‘Soy pacífico dado que mi conciencia está limpia. Saben Ustedes, Señores, que no buscaba la corona. Sé que no tengo ni la experiencia ni el talento necesarios para cargar tan pesada carga, pero pues el Señor me la confió, y como es también la voluntad de mis hermanos y de las leyes fundamentales del reino, me atreveré a defenderla, y nadie en el mundo será capaz de arrebatármela. Conozco mis obligaciones y podré cumplirlas. El Zar de Rusia, en caso de desdicha, debe morir con la espada en la mano. Pero, en el caso de no prever por qué medios podremos salir de esta crisis, pongo en tal caso a mi hijo bajo vuestra égida”.[17]

 

              Durante esta rebelión de los Decembristas, que no fue un asunto sangriento como lo que ocurrió en Francia – tan solo unos cuantos oficiales que demandaban una Constitución y fueron fácilmente dispersados por la fortaleza del Zar – él fue junto con ellos a la cabeza de sus tropas. Creo que los cinco líderes de la camarilla fueron ahorcados y el resto exiliados. Y cuando le pidieron tener misericordia con ellos, dijo, “La Ley dicta castigarlos, y no haré uso del derecho a la misericordia que me corresponde. Seré inquebrantable, estoy obligado a dar esta lección a Rusia y Europa”[18]. Estudiando Historia en su juventud, se interesó especialmente en la Revolución Francesa, diciendo “El Rey Luis XVI no entendió sus obligaciones, y por esto se lo castigó. Ser piadoso no significa ser débil. El soberano no tiene el derecho de perdonar a los enemigos del gobierno”[19]. Y en 1825 estos enemigos eran los decembristas, por lo que el emperador los sometió al castigo. “Pero a la vez que mantuvo esa rectitud, el Soberano reveló gran preocupación por el bienestar de estos rebeldes, pese a estar atado por las leyes generales concernientes a los prisioneros”.[20]

 

              Veamos ahora qué contraste hay entre esto y, no solo, los revolucionarios —que matan sin piedad—, sino incluso los liberales. “De su puño y letra el emperador ordenó lo siguiente al comandante de la prisión-fortaleza de San Pedro y San Pablo: ‘El prisionero Ryleyev debería internarse en la prisión Alexeyevsky, pero sus manos no deberían estar atadas. Se le dará papel para escribir, y todo lo que escriba para mí se me hará llegar a diario. El prisionero Karhovsky debe ser mejor cuidado que los prisioneros ordinarios. Se le dará té y todo lo demás que desee, haré cargo de su manutención con mi propio patrimonio. Ya que Batenkov está herido y enfermo, su condición se aligerará todo lo posible. Sergei Muraviev deberá mantenerse bajo estricto arresto de acuerdo a nuestro juicio; está enfermo y débil, se le dará todo cuanto necesite. Se la hará una inspección médica diaria y tratarán sus heridas’. Después se ordenó por el Zar que a todos los prisioneros se les diese mejor comida, tabaco, libros religiosos y atención de un Padre para conversaciones espirituales. No se los prohibiría hablar con sus familiares, claro está, a través del comandante”, esto es, él inspeccionaría sus cartas. “El 19 de diciembre el Soberano envió a la esposa de Ryleyev dos mil rublos y una carta reconfortante de su marido. Ella escribió a Ryleyev ‘Mi amigo, no sé con qué palabras o sentimientos expresar la inefable piedad de nuestro monarca. Tres días hace, el emperador envió tu carta y con ella dos mil rublos. Muéstrame cómo agradecer al padre de nuestra patria’. Tras la condena de los culpables, al año, hizo su condición aún más ligera. El medio principal de su misericordia eran decretos secretos, el cumplimiento de sus cuales confió al General Leparsky. ‘Ve con el comandante a Nerchinsk y aligera la carga de los desafortunados que allí se encuentran. Te doy plena autoridad en esto, sé que lograrás armonizar el deber de servicio con la compasión cristiana’. Leparsky cumplió exactamente las directivas del Soberano y con ello ganó el amor de los Decembristas y sus esposas. Y todo el bien que hizo por ellos, consideraron se debía a su buen corazón, sin entender que solo estaba felizmente haciendo lo que le había sido encomendado por el Soberano”.

              Vemos aquí, pues, un espíritu de compasión cristiana completamente extraño al comunismo, el socialismo, el liberalismo e incluso los monarcas ordinarios de Occidente.

 

              Hubo algunos incidentes en la vida del Zar Nicolás que revelan una actitud diferente al proceso de la gobernanza y actitud respecto a sus súbditos. En 1849, “durante el mes de mayo hubo un desfile en que tomaron parte 60.000 tropas. Muchos espectadores se hallaban allí. Durante la ceremoniosa marcha” – por supuesto, allí se hallaba el Zar para saludar a las tropas – “el segundo batallón de la legión Yegersky, de que Lvov era líder, el Soberano, con su inimitable voz, ordenó ‘¡Paren la marcha!’ El regimiento entero se paró en seco. El Soberano con un gesto acalló la música y llamó a Lvov para que saliese de los rangos. Ante oídos de todos, le dijo ‘Lvov, por un desgraciado error, has injusta e inocentemente sufrido’”. Porque antes le había acusado de tomar parte en aquella conspiración en la que se atrapó a Dostoyevsky: esta gente que estudiaba los escritos de Fourier y discutía el derrocamiento del gobierno. Y el Soberano confundió a Lvov por otro. Y aquí, ante 60.000 tropas y miles de espectadores, se disculpa: ‘Ruego tu perdón ante los soldados y el pueblo. En nombre de Dios, olvida todo lo que ha pasado y abrázame’. Bajándose de su caballo con estas palabras, el Soberano besó a Lvov tres veces. Habiendo besado la mano del emperador, Lvov, lleno por esto de contento, volvió a su puesto. ‘En este momento’, dijo un testigo ‘para aquellos que lo vieron y escucharon la voz de su Soberano, los sentimientos que llenaron sus corazones en ese instante no pueden llamarse éxtasis. Fue algo más allá del éxtasis. La sangre se detenía en las venas”[21], al ver al Soberano de toda Rusia detenerse y pedir perdón a un simple oficial.

             

En otra ocasión, había una mujer cuyo marido estaba encarcelado por un asunto revolucionario de algún tipo. Y ella detuvo al Zar en algún lugar en que estaba observando instituciones varias, y él le permitió acercarse y presentar una petición que comenzó a leer. Pedía tener piedad de su marido, que había sido miembro activo de la reciente rebelión polaca, por lo que había sido enviado a Siberia. Y, por cierto, se les enviaba a Siberia con condiciones ligeras. Tenían sus propias casas, estaban bien alimentados, etc.

 

              “El Soberano escuchó atentamente y la mujer sollozó. Habiendo leído la petición, se la devolvió y declaró agudamente, ‘Ni el perdón ni un aligeramiento del castigo puedo dar a tu marido’. Y ordenó al chófer seguir adelante. Al volver el Soberano a su oficina, hubo inmediatamente una necesidad de que Bibikov fuese al Zar con un reporte. Había una puerta doble en su despacho. Habiendo abierto la primera y pretendiendo entrar a la segunda, Bibikov dio un paso atrás en indescriptible asombro. En el pequeño pasillo entre las dos puestas, el Soberano se hallaba temblando entre sofocados sollozos, con lagrimones brotando de sus ojos. ‘¿Qué le sucede, Su Majestad?’, murmuró Bibikov. ‘¡Oh, Bibikov’, dijo, ‘si supieses tan solo cómo de difícil es <<no poder perdonar>>! No puedo ahora perdonar a este hombre, eso sería flaquear, pero tras algún tiempo hazme otro reporte sobre él”.[22]

 

              Vemos aquí la combinación de una estricta firmeza absoluta, porque sabe que la debilidad conduce al derrocamiento del gobierno. Es de esto precisamente de que se alimentan los revolucionarios: este liberalismo que se infiltra en sus gobiernos y les permite decir constantemente “Bueno, creemos lo mismo que vosotros – casi. Estamos trabajando para un mismo fin, os perdonaremos y todo estará bien”. Él, al contrario, era muy riguroso y a su vez muy misericordioso. Y cuando las condiciones eran tales que su debilidad no causaría al pueblo la tentación de decir que era blando con los revolucionarios – dejando así a los revolucionarios proliferar – entonces era extremadamente amable. Y ahora podéis ver que su corazón estaba lleno de compasión por ellos; pero su sentido del deber no le permitiría hacer lo que sería en detrimento del pueblo entero.

 

              Su actitud hacia su pueblo no es como la que se da en Occidente, en que se permite que los representantes tengan una relación completamente fría con sus súbditos, con los ciudadanos, o incluso los monarcas occidentales, que, gobernando toda suerte de gentes de toda suerte de creencias, carece una calidez particular.

 

              Pero el reino de Nicolás I era “muy similar a una familia, muy patriarcal. Y en él había algo paternal en su relación con sus súbditos. Siendo muy severo y amenazante con los enemigos del Reino, era a la vez misericordioso y lleno de amor por sus buenos y fieles súbditos. En sus alocuciones al pueblo y sus soldados, solía referirse a ellos como ‘mis niños’”[23].

 

              Una vez, mientras viajaba, quiso dirigir unas palabras especiales a ciertas tropas. “Se acercó a las tiendas en que estaban y encomendó, ‘Mis tropas, mis niños, venid a mí, todos como estéis vestidos’. Esta orden se cumplió precisamente: algunos en uniformes de gala, otros en capote, algunos en ropa interior. Formaron en torno al Soberano y el zarévich. ‘¿Dónde está el Coronel Zaboga?’ preguntó. Este era un oficial de bajo rango que recientemente se había distinguido. ‘Aquí, Su Majestad Imperial’, resonó sobre el Soberano la fuerte voz de Zaboga que, vestido en ropa interior, había trepado un árbol para ver mejor al Zar. El Soberano le ordenó bajarse y, cuando este cayó de bruces y se levantó torpemente, el emperador le besó la cabeza y dijo, ‘Da esto a todos tus camaradas por su valiente servicio’. El capitán de los cuarteles generales, Philipson, que había presenciado esto, dijo, ‘Toda esta escena, tan sincera y espontánea, produjo en las tropas una mucho más profunda impresión que cualquier elocuente discurso’”[24].

 

              Por supuesto, bajo el sistema tradicional, esto era posible: que existiera una relación tan humana entre el rey y sus súbditos. Por supuesto, lo principal en su constitución espiritual era su fe ortodoxa. En su propio diario escribe el Zar lo que hizo el 14 de diciembre confrontado con la rebelión decembrista. “’Quedándome a solas, me pregunté qué hacer y, santiguándome, me entregué a las manos de Dios, decidiendo ir yo mismo a donde el peligro fuese mayor’. Y admitió más tarde que en este tiempo, esta decisión aparte, no tenía plan de acción definido, sino el de confiar en Dios’”[25].

 

              Otra vez, cayó de su caballo mientras viajaba y se rompió el hombro, habiéndose quedando con solo uno de sus ordenanzas, y esto fue lo que le dijo al ordenanza: “Creo que me he roto mi hombro. Esto es bueno; significa que Dios me está despertando. Que uno no puede hacer ningún plan sin pedir Su ayuda primero’”[26]. Que un rey piense de esta manera, por supuesto, demuestra que reconoce —aunque en teoría sea un soberano absoluto— que por encima de él está Dios.

 

              Respecto a su heredero, Alejandro, quien sería Alejandro II, dice “También hablábamos de Shasha, y ambos pensamos que mostraba gran debilidad en su carácter, que se permitía ceder fácilmente a las distracciones. Espero siempre que esto se le pase cuando crezca ya que, siendo los fundamentos de su carácter tan buenos, uno puede esperar mucho de él. Pero sin esto, caerá; pues su trabajo no será más ligero que el mío. ¿Y qué es lo que me salva? Por supuesto, no mis talentos. Soy un hombre simple, pero mi esperanza en Dios y mi firme voluntad de actuar – eso es todo lo que tengo”[27].

 

              Y cuando celebraba el 25 aniversario de su reinado, y la gente lo rodeaba y glorificaba, su hija se acercó a él y dijo: “‘¿No estás feliz ahora, padre? ¿No estás satisfecho contigo mismo?’ Y él respondió: ‘¿Conmigo mismo?’ Y alzando su mano al cielo, dijo, ‘No soy sino una astilla de madera’”. Es decir, eso mismo que nosotros, los estadounidenses, sentimos con tanta fuerza —esa autosatisfacción—, el propio zar ni siquiera la tenía. Era profundamente consciente de que estaba sirviendo a algo más alto.

 

              Tengo aquí los comentarios de cierto escritor español de los 1850s sobre el Zar Nicolás, un tal Vidal[28]. “En general”, dice, “la cuestión oriental”, que tanto ocupaba a los diplomáticos occidentales, la cuestión turca, “No es extraño que quienes tan a menudo se dejan cegar por las teorías desordenadas de nuestros llamados gobiernos representativos sean incapaces de resolver este problema; pero si observamos con atención e imparcialidad el carácter de la diplomacia rusa, veremos de inmediato el enorme contraste que siempre ha presentado la habilidad del gobierno de Moscú, por un lado, y las paradojas de nuestros estadistas, por el otro”. (…) “La intriga y dinero son los agentes que más influyen en el espíritu de nuestros gobiernos”[29]. Y sabemos que, de aquella, todos los ingleses, franceses… – todos estaban ocupados en enviar agentes, ser sobornados y todo el resto, pensando tan solo en sus estrechos intereses nacionales, rompiendo tratados como si no fuesen nada, tan solo con que hubiese oportunidad de hacerse con la suya. “por eso vemos por doquier a tan completas y genuinas nulidades, con pocas excepciones, en los más altos cargos administrativos, al mando de las tropas, en la dirección de asuntos diplomáticos e incluso en las cátedras de nuestras universidades. El gobierno ruso no sigue estos malos ejemplos: emplea a los mejores a su servicio, sin importar sus opiniones políticas, su origen, su riqueza, sus vínculos familiares y sin importar sus prejuicios religiosos; en una palabra, el gobierno ruso siempre ha seguido en este caso la política más liberal, algo que nuestros gobiernos nunca han conocido y probablemente nunca conocerán.

 

Durante siglos, tras luchar contra el islamismo, la Europa cristiana ha acudido en su ayuda, lo ha protegido cuando ya estaba a punto de derrumbarse, y, con el pretexto de oponer una barrera al despotismo, ha afilado sus armas para defender otro despotismo...”.[30]

 

              Esto se refiere, claro está, al hecho de que, considerando que el Zar se encontraba en un gran peligro, ellos —los occidentales— no hacían sino intentar expandirse; las potencias occidentales apoyaban constantemente a Turquía.

 

Incluso se dio que, durante la Guerra de Crimea, el Zar fue amable, pues solo luchaba por los pueblos ortodoxos de los Balcanes y Grecia. Y sabía que ingleses y franceses irían al lado de los turcos solo para oponérsele. Y contaba con su primo, el Emperador de Austria y de Alemania[31]. Que garantizaron que estarían de su lado. Pero encontraron más conveniente diplomáticamente estar en el otro bando por el balance de poder, rompiendo así sus promesas. Escribió al Emperador de Austria diciendo. “No me digas que tú también vas a luchar bajo el signo de la media luna turca. Ya basta con que esos bárbaros ingleses y franceses lo hagan, pero tú, mi propio primo, se supone que debes defender la monarquía.” [32] Esa traición le dolió profundamente, cuando alguien —su colega monarca— le había dado una promesa y no la cumplió por razones políticas. Él, en cambio, siempre fue fiel a sus promesas.

 

              Este escritor español continúa “El espíritu de prejuicio lleva a nuestros publicistas a hablar del emperador Nicolás como un déspota y un hombre ambicioso, que, por caprichos personales y orgullo desenfrenado, supuestamente sacrifica la sangre de su pueblo, el equilibrio europeo y el bienestar del mundo entero; pero, de hecho, hoy en día hay pocos soberanos verdaderamente dignos de elogio, tanto por sus dotes como por sus virtudes privadas y públicas. El emperador Nicolás fue un esposo devoto, un padre tierno y afectuoso, un amigo y monarca fiel, que con todas sus fuerzas se preocupó por la felicidad de sus súbditos. Todas sus hijas y nietos vivieron en su palacio, con la excepción de la gran duquesa Olga, que residía en Stuttgart; el pueblo bendecía su nombre, y es preciso admitir que toda Europa le debe la preservación del orden, que el ardiente emperador Napoleón III ahora amenaza con perturbar con su imprudencia y arrogancia.”[33].

 

              Esto es interesante como testamento fuera de Rusia. Por supuesto, en Rusia era muy amado por todos excepto los revolucionarios. Veamos ahora cómo muere un hombre tal, pues tengo una completa narración de sus últimos días. El doctor que lo atendió dijo lo siguiente: “Desde que comencé a ejercer la medicina, nunca he visto nada que se pareciera siquiera remotamente a una muerte así; ni siquiera consideraba posible que la conciencia de un deber cumplido con precisión, combinada con una firmeza de voluntad inquebrantable, pudiera dominar hasta tal punto ese momento fatal en que el alma se libera de su envoltura terrenal para partir hacia la paz y la felicidad eternas; repito, lo habría considerado imposible si no hubiera tenido la desgracia de vivir para presenciar todo esto”.

 

              “La emperatriz Alejandra Feodorovna sugirió que el zar comulgara. Le daba vergüenza recibir los Santos Misterios acostado, desnudo. Su confesor, el arcipreste Vasili Bazhanov, dijo que en su vida había asistido a muchos moribundos piadosos, pero que nunca había visto una fe como la del emperador Nicolás I, triunfante sobre la muerte inminente. Otro testigo de las últimas horas del soberano expresó que si un ateo hubiera sido llevado entonces a la habitación del zar, habría terminado creyendo en Dios. Tras comulgar, el zar dijo: ‘Señor, recíbeme en paz’. La emperatriz recitó el ‘Padre Nuestro’. Cuando pronunció las palabras favoritas del zar: ‘Hágase tu voluntad’, él dijo: ‘Siempre, siempre’. Varias veces repitió entonces la oración: ‘Ahora, Señor, deja que tu siervo parta en paz, según tu palabra’.

 

              El Emperador dio todas las instrucciones para el entierro. Exigió que se redujeran los gastos funerarios al mínimo. Prohibió, como corresponde a una actitud ortodoxa ante la muerte, cubrir de negro la sala donde reposaría su cuerpo. Pidió que se colocara en el ataúd el icono de la Madre de Dios Odigitria,[34] con el cual la emperatriz Catalina —su abuela, Catalina II— lo había bendecido en su bautismo. Bendijo a sus hijos, incluso a los ausentes, a quienes bendijo a distancia.  La Gran Duquesa Olga Nikolaevna[35], tan querida por él, sintió la bendición de su padre en Stuttgart. Llamó a sus amigos más cercanos. Al heredero del trono le recomendó al Conde Alderburg diciendo, ‘Este consejero ha sido un amigo cercano mío durante cuarenta años’. Al Conde Orloff dijo, ‘Tú mismo sabes todo lo que debe hacerse. No necesito decirte nada’. Dio gracias a la criada favorita de la Emperatriz, Madame Rorburg, por su cuidado. Y despidiéndose, le dijo, ‘Saluda a mi querido Peterhof por mí…’.

 

              >> Todos los informes del Ejército ordenó fuesen entregados al zarévich. Después pidió quedar solo por un rato. ‘Ahora’, dijo, ‘debo quedarme solo para prepararme para el momento final. Os llamaré cuando llegue la hora’.

 

              >> Más tarde, el Emperador convocó a varios granaderos, se despidió de ellos y les pidió que transmitieran sus saludos de despedida a los demás. Pidió al zarévich saludar también a los guardas, el Ejército y especialmente a aquellos que habían defendido Sebastopol”, porque moría justo cuando Rusia perdía la Guerra de Crimea. “’Diles que seguiré rezando por ellos en el otro mundo’ Pidió que se enviasen también telegramas finales a Sebastopol y Moscú con estas palabras, ‘El Emperador muere y dice adiós a Moscú’. A las 8:20 a. m., su confesor, el padre Boris Bazhanov, comenzó a recitar la oración por los difuntos. El Soberano la escuchó atentamente santiguándose. Cuando el Padre lo bendijo y le dio la Cruz para besarla, el Soberano agonizante dijo ‘Creo que nunca hice el mal en mi vida conscientemente’.

 

              Notemos cómo Francisco [de Asís] dice “No reconozco ningún pecado en mí”, y él dice “Creo que nunca hice el mal conscientemente”, esto es, confesó todos sus pecados y se da cuenta de que está plagado de ellos, pero piensa que nunca hizo el mal conscientemente.

 

              “Sostuvo la mano de la Emperatriz y el zarévich, y cuando ya no podía hablar les dijo adiós con la mirada. A las 10 en punto el Soberano perdió la capacidad de hablar. Pero antes de que comenzase su reposo empezó a hablar de nuevo. Ordenó al zarévich erguir a una de las princesas, que estaba arrodillada, pues esto era malo para su salud. Algunas de sus últimas palabras, hablando al zarévich, fueron, ‘Aférrate a todo, aférrate a todo’, acompañado de un gesto decisivo. Entonces comenzó la agonía y la Liturgia terminó en la Iglesia de Palacio”.

 

              “‘Los jadeos antes de su muerte’, escribió Tyucheva, ‘se hacían más fuertes. Su respiración se hacía más difícil y esporádica. Finalmente, convulsiones atravesaron su rostro y su cabeza cayó. Pensaban que este era el fin y los que lo rodeaban lloraron. Pero el Emperador abrió sus ojos, los elevó al cielo y fue entonces que todo acabó. Viendo su muerte, tan firme y piadosa, uno debe pensar que el Emperador la había previsto largo tiempo atrás y se había preparado para ella”[36].

 

              El Arzobispo Nicanor de Jersón dijo sobre su muerte “Su muerte fue la imagen de la muerte de un cristiano, pues fue un hombre de arrepentimiento, en pleno dominio de sus facultades y de una virilidad inquebrantable.[37].

 

              En su testamento escribió: “Muero con corazón agradecido por todas las cosas buenas que Dios ha tenido a bien regalarme en este mundo pasajero, con ardiente amor por nuestra gloriosa Rusia, a la que he servido hasta mi fin según mejor pude, con fe y justicia. Lamento no poder haber hecho las cosas buenas que sinceramente deseaba. Mi hijo tomará mi lugar. Ruego a Dios que lo bendiga en la difícil tarea que ahora emprende, y que le conceda afianzar a Rusia sobre el fundamento firme del temor de Dios. ¡Oh, concédele” —es decir, a Rusia— “llegar a cumplir su buen orden interior, y que él aleje todo peligro externo! En Ti, oh Señor, he puesto mi esperanza; no permitas que sea avergonzado por los siglos de los siglos.”.[38]

 

              De nuevo dice en su testamento al zarévich, “Mantén estrictamente todo lo que nuestra Iglesia prescribe. Eres joven y te hallas en esos años en que las pasiones se están desarrollando, pero recuerda siempre que debes ser un ejemplo de piedad y conducirte de tal manera que tu vida pueda ser un vivo ejemplo” para el pueblo. “Sé misericordioso y accesible a los desafortunados, pero no gastes más allá de lo que permite el tesoro.” “Desprecia todo tipo de calumnias y rumores, pero teme ir contra tu conciencia. Que Dios Todopoderoso te bendiga. Pon toda tu esperanza en él. No te abandonará mientras recurras constantemente a Él.”[39].

 

Zar Ortodoxo, anti-revolución

 

              [A partir de esta sección, hay intermisiones prolongadas en las cintas de grabación, por lo que la transcripción original de estas muestra cierta dificultad lógica de seguir, siendo frecuentes palabras sueltas o sintagmas sueltos entre los párrafos. Se procede a reproducir los párrafos que el padre Serafín Rose cita, que siguen intactos en la transcripción original, y a omitir la transcripción de los comentarios del padre Rose cuando en el original se tratara tan solo de frases o palabras sueltas que obscurezcan la comprensión del texto más que facilitarla].

 

              “Comprendió y defendió el origen trino de nuestra existencia histórica: Ortodoxia, autocracia y nacionalidad. Así guió estricta y consistentemente su política personal – tanto externa como interna. Creía en la Santa Rusia, en su deber en el mundo, trabajó por el bien de Ella y si mantuvo en pie incansable en guarda de su honor y dignidad” dice el historiador S. S. Tatishchev.

 

              “T. I. Tyutchev, en sus notas, Rusia y Revolución, escribió, ‘Déjenme hacer esta observación: entre todos los soberanos de Europa, y entre todas las figuras políticas que la guiaron en tiempos recientes, solo puede encontrarse uno que desde el principio mismo reconoció y anunció la gran quimera de 1830 y, desde entonces fue el único en Europa, y quizás el único de todos los que le rodeaban, que rehusó siempre sucumbir a ella. En aquel momento (1848), afortunadamente hubo un Soberano del trono ruso que encarnaba la Ideya rusa[40] y en la situación mundial de entonces era tan solo la Ideya rusa que se distinguía del entorno revolucionario, y que podía evaluar los hechos que se habían manifestado en él. Si hubiese muerto Nicolás en 1850 no habría vivido para ver la desastrosa guerra con Francia e Inglaterra que acortó su vida y arrojó una triste sombra sobre su reino. Pero esta sombra solo existió para los contemporáneos. A la luz de la Historia desapasionada se desvanece, y Nicolás marcha entre las filas de los más celebrados y valientes reyes de la Historia”[41]. (Russ. Arch. 1873)

 

             

Ayudo a Austria sin tener ninguna retribución,

 

“En sus Pensamientos y Recuerdos Otto Bismarck dice ‘En la historia de los Estados europeos uno apenas puede hallar otro ejemplo de un monarca de tal poder mostrando a un Estado vecino la gentileza que mostró el Emperador Nicolás ante Austria. Viendo la peligrosa situación en que se halló en 1849 vino en su ayuda con 150.000 tropas, suprimió a Hungría, restauró el poder del Rey y retiró sus tropas, sin demandar a Austria ningún tipo de concesión o compensación por esto, sin tocar siquiera las disputadas cuestiones polacas u orientales.

 

              >>En Hungría y en Olomouc el Emperador Nicolás actuó con la convicción de que, como representante del principio monárquico, estaba llamado por el destino a declarar la guerra contra la revolución que se acercaba desde Occidente. Era un idealista y se mantuvo fiel a sí mismo en todos los momentos de importancia histórica”.[42]

 

Idealista

 

              “El famoso general A. Dyugamel escribió: ‘El trono nunca había sido ocupado por caballero más noble, por hombre más honorable. Jamás consintió en tolerar el menor indicio de revolución, y el mismo liberalismo le suscitaba sospecha. En sus facultades como autócrata de todas las Rusias, el Emperador Nicolás llegó tempranamente a la convicción de que no había otra salvación para el Imperio que una unión con los principios conservadores, y durante el transcurso de su reinado de treinta años nunca se desvió del camino que se había trazado de antemano.”[43]

 

Reconoció a Luis Felipe

 

              “Confirmación de lo anterior puede encontrarse en la relación del Soberano con la Revolución de Julio de 1830 en Francia y con la toma del trono por el rey Luis Felipe de Orleans, en violación de los derechos legítimos del nieto del rey Carlos X. El Emperador se negó por mucho tiempo a reconocerlo pese a los argumentos del embajador en Francia, el Conde Pozzo-Di-Bobro. Finalmente, a las razones de este se unieron las del Ministro del Interior, el Conde Nesselrode, que presentó al Zar un reporte al respecto. Sobre este resolvió el Soberano ‘No sé qué es preferible – una república, o una supuesta monarquía de tal estilo’, y añadió, ‘me rindo ante vuestros argumentos, pero pido al Cielo que presencia, que esto está y siempre estará contra mi conciencia, y que es el esfuerzo más doloroso que jamás haya hecho’”[44].

 

b. Gogol: Andreyev paginas 135, 136 y 137

 

              “Poseemos un tesoro que no puede ser valorado” —así caracteriza Gógol a la Iglesia, y continúa: “Esta Iglesia que como una virgen casta es la única que se ha preservado desde la época de los Apóstoles en su inocente pureza original; esta Iglesia que, completa en sus dogmas profundos y hasta en sus más mínimos rituales exteriores, fue como descendida del cielo para el pueblo ruso; esta Iglesia, que sola tiene el poder de resolver todas las complejidades de nuestras perplejidades y preguntas. Y esta Iglesia, que fue creada para la vida, nosotros, incluso hasta ahora, no la hemos traído a nuestra vida”[45].

 

              “Gógol declaró vivamente y con convicción que la Verdad esta en la Ortodoxia y en la Autocracia ortodoxa rusa; ; que el dilema histórico del ser o no ser se resuelve en la cultura rusa ortodoxa, y que el destino inmediato del mundo entero depende de su preservación. El mundo se encuentra al borde de la muerte, y estamos entrando en el período pre-apocalíptico de la historia mundial”[46].

 

              “Indignado por el hecho de que Gógol osara ver la salvación de Rusia en la actividad interior religiosa y mística, en los podvigs ascéticos y en la oración —y que, por lo tanto, considerara la predicación superior a todas las demás obras—, Belinski, en relación con esto, escribió en una carta: ‘Rusia no ve su salvación en el misticismo, ni en el ascetismo, ni en el pietismo, sino en el éxito de la civilización, la ilustración y la humanidad. No necesita sermones (ya ha oído bastantes), ni oraciones (ya ha tenido bastantes de sus repeticiones interminables), sino el despertar en su pueblo un sentido de dignidad humana’ [47]

 

C.   Zar Alejandro III:

 

a. Su preceptor, Pobedonostsev, le impartió una educación firmemente ortodoxa y antirrevolucionaria.
Lo familiarizó con los antecedentes de la Revolución (¿o quizás con la experiencia histórica previa a ella?) y lo introdujo en el pensamiento de autores como:

 

  • Rachinsky, impulsor del desarrollo de las escuelas parroquiales,
  • Dostoyevski,
  • Melnikov-Pechersky (escritor ortodoxo tradicionalista que retrató la vida del clero rural y la lucha contra el nihilismo).

 

b. Existieron voces que lo exhortaban a adoptar un rumbo antiliberal — véase Talberg (p. 229).

 


Retrato de Konstantin Pobedonostsev (1827 - 1907); su rol fue determinante en el periodo comprendido de gobierno de los últimos tres zares

              De una carta de Pobedonostsev a Alejandro, 6 de marzo de 1881, 5 días tras el asesinato del Zar Alejandro II: “Me resuelvo por volver a escribir, porque la situación es terrible y no hay tiempo que perder. Si le cantan el viejo canto de sirena que exige calma, si dicen que necesita mantener un rumbo liberal, que necesita ceder a la llamada ‘opinión pública’ – Oh, por amor de Dios, no los crea, Su Majestad, no escuche. Esto sería la ruina – la ruina de Rusia y la suya. Esto es claro como el día para mí. Su seguridad no estaría protegida, sino reducida por esto. Los locos villanos que mataron a su padre no se satisfarán con ninguna cesión, y se harán solo más violentos. Y puede suprimirse – la malvada semilla puede ser arrancada – solo luchando contra ella hasta la muerte, por hierro y sangre. Ser victorioso no es difícil – hasta ahora todos han deseado escapar el conflicto y han engañado al Soberano, a sí mismos y a todo y todos en este mundo, porque no son gente de razón, poder y corazón, sino flacos eunucos y conspiradores. No, Su Majestad – la única forma segura y directa es mantenerte en pie y empezar, sin fatigarte ni por un momento, una sagrada lucha, como solo la ha habido en Rusia. La nación entera espera esta razón autoritativa y tan pronto sientan la voluntad soberana, todos se alzarán y revivirán’.

 

              >> Ese día recibió una nota del Soberano: ‘Le agradezco de todo corazón su sentida carta, con la que concuerdo plenamente. Pásese a verme mañana a las tres y me congratulará charlar con Usted. Toda mi esperanza es en Dios’”.

 

[Esto no figura en el esquema general, pero la segunda mitad del texto está marcada por el padre Serafín en su ejemplar del libro de Talberg, e incluso una frase aparece subrayada. Se trata de una carta de Pobedonostsev publicada en una revista llamada Archivo Ruso]

 

              “‘Loris-Melikov tenía la intención de hacer a Rusia el ‘favor’ de dar a Rusia una Constitución o principiar su redacción invocando a diputados de toda Rusia. En este sentido tuvo lugar una conferencia en febrero con el Emperador Alejandro II. El 2 de marzo se designó al Consejo de Ministros para presentarse ante el Soberano para una decisión final, pero mientras tanto Loris-Melikov ya había preparado la publicación triunfal de la misma, que debía aparecer en el Heraldo del Gobierno[48] el día 5. Y de repente, la catástrofe. A partir del 2 de marzo las revistas comenzaron, en conexión al regicidio, a exigir una Constitución. Loris-Melikov les envió un mensaje pidiéndoles que guardaran silencio, aunque fuera por quince días. Así pues, nos reunimos en el consejo de ministros para ver al zar el domingo a las 2 de la tarde. Me invitaron a mí, el anciano S. G. Stroganov, los Grandes Duques. El emperador, tras explicar el asunto, añadió que el difunto aún no había tomado una decisión, que era dudoso, y que pedía a todos que hablaran con tranquilidad. Loris-Melikov –  quien supuestamente consideraba un deber sagrado cumplir el testamento de su padre – comenzó a leer las actas y el borrador del anuncio, ya preparado en nombre del nuevo emperador. E imagínense – tenían la desvergüenza de dejar en esta declaración todos los mismos motivos postulados que en la anterior: que el orden público había sido establecido por doquier, las revueltas habían sido suprimidas, los exiliados habían retornado, etcétera. No hay tiempo para describir todo esto en detalle. El primero en confrontarla fue Stroganov, breve pero energicamente. Luego, Valuev, Abaza y Milyutin pronunciaron discursos pomposos y repugnantes sobre cómo toda Rusia esperaba esta bendición. Milyutin se fue de la lengua, refiriéndose al pueblo como una masa irracional. Valuyev, en lugar de la palabra ‘pueblo’, dijo ‘pueblos’. Hablaron también Nabokov, Saburov, y el resto. Solo Posyet y Makov se opusieron. Pero cuando se giraron hacia mí, no podía sostener ya mi rabia. Habiendo explicado la total falsedad de la institución, dije que la vergüenza y la desgracia inflamaban mi rostro pensando en cómo podíamos discutir esto en un momento tal, cuando el cadáver de nuestro Soberano yacía aún sin enterrar. ¿Y quién era el culpable? Su sangre estaba sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Todos fuimos culpables de su muerte. ¿Qué habíamos hecho durante su reinado? Hablábamos y hablábamos, nos escuchábamos a nosotros mismos y los unos a otros, y todo lo que provenía de su institución en nuestras manos se convertía en mentira, y la libertad garantizada por él se volvía falsa. Y en los años recientes, en años de explosiones y minas, ¿qué habíamos hecho para protegerlo? Hablamos, hablamos – y nada más. Todos nuestros sentidos deberían haberse concentrado en el temor de que pudiera ser asesinado, pero permitimos que en nuestras almas entraran tantos temores bajos y despreciables, y comenzamos a temblar ante la opinión pública, es decir, la opinión de periodistas despreciables, y ante lo que Europa diría. Y sabemos eso a través de las revistas.

 

              >> Se pueden imaginar que mis palabras cayeron cuál relámpago. Los que estaban a mi lado, Abaz y Loris-Melikov, apenas podían contener su rabia contra mí. Abaza replicó con bastante brusquedad: «De lo que ha dicho el Ober-Procurador del Sínodo se seguiría que todo lo hecho en el reinado anterior no sirvió para nada —la liberación de los siervos y lo demás— y que lo único que nos queda por hacer después de esto es pedir nuestra dimisión» El Soberano, que cuando pronuncié las palabras «Su sangre está sobre nosotros» me interrumpió con la exclamación «Esto es verdad», me apoyó diciendo que realmente todos eran culpables y que no se excluía a sí mismo. Hablamos más. Se oyeron palabras lastimosas de que algo debería hacerse, pero que ese algo era la institución (la constitución).”[49]

 

c. La mayoría de los ministros eran partidarios del liberalismo y de las reformas en el gobierno. Sin embargo, Pobedonostsev y otros defendían la autocracia.
El zar Alejandro decidió ir contra el espíritu de los tiempos, y no entregarse a fantasías irrealizables ni al liberalismo sarnoso.
Estaba en contra de una Constitución. ¿Por qué?
Por nacionalismo: creía que Rusia ya tenía una constitución en la Ortodoxia, en sus instituciones antiguas y en la confianza mutua entre el Zar y el pueblo.

 

              “El 29 de abril de 1881, la posición decisiva del Zar fue presentada en un manifiesto, en que se decía: ‘La voz de Dios nos ordena emprender con vigor el asunto del gobierno, esperando en la Divina Providencia, con fe en el poder y la verdad del gobierno autocrático, que estamos llamados a sostener y preservar de toda intromisión, para el bien del pueblo’.

 

              >> ‘Espero que los corazones de nuestros leales súbditos – que aman a la patria y sirven a la autoridad real, heredada de generación en generación – que han sido confundidos por el ansia y el terror, se fortalezcan. Bajo la protección de la autoridad real, y en indisoluble unión con ella, nuestra tierra ha sobrevivido más de una vez a grandes conflictos y ha alcanzado un estado de poder y gloria en medio de duras pruebas y desgracias, con fe en Dios, Quien determina su destino. Dedicándonos a nuestra gran tarea, llamamos a todos nuestros fieles súbditos a servirnos con fe y justicia en arrancar de raíz las revueltas que han asolado la tierra rusa, a confirmar la fe y la moralidad, el futuro de nuestros hijos, la aniquilación de la falsedad y mendacidad, el establecimiento de la verdad en las actividades de las instituciones otorgadas a Rusia por su benefactor, nuestro amado padre’.

 

              >> ‘Y aquí la oscuridad de la sedición, atravesada por la luz de las palabras del Zar, empezó rápidamente a dispersarse’, escribe Nazarevsky. ‘La revuelta, que parecía invencible, se derritió como cera ante el fuego, se desvaneció como humo bajo las alas del viento. La sedición en la mente del pueblo fue rápidamente remplazada por la sensatez rusa; lo disoluto y veleidoso dio paso al orden y la disciplina. El librepensamiento dejó de pisotear la ortodoxia tachándola de ultramontanismo, o a nuestra querida Iglesia como clericalismo. La autoridad del indiscutible y hereditario derecho divino nacional se mantuvo en sus alturas históricas, tradicionales’.

 

              >> Pero no fue fácil para el Autócrata soportar este pesado yugo por el bien de Rusia. El 31 de diciembre de 1881, en una carta en respuesta a Pobenonostsev, el Soberano escribe: ‘Le agradezco, muy apreciado Constantino Petróvich, por su amable carta y todos sus buenos deseos. Un terrible año se cierra; uno nuevo comienza, y, ¿qué nos espera? Es tan difícil a veces, que si no fuese por mi fe en Dios y Su misericordia infinita, no me quedaría otra que volarme los sesos. Pero no soy débil de corazón, y lo más importante es que tengo fe en Dios y creo que vendrán, al fin, días felices para nuestra querida Rusia. Muy a menudo recuerdo las palabras del Santo Evangelio: ‘No dejéis que vuestro corazón se atormente; creed en Dios y creed en Mí’. Estas poderosas palabras obran en mí de manera saludable. Con plena esperanza en la misericordia de Dios, cierro esta carta: “Hágase Tu voluntad, Oh, Señor’”[50].

 

              Reposo de san juan de Kronstadt

 

Respuesta del Zar Alejandro III,

 


Retrato del zar Alejandro III (1845 - 1894)

              “Una descripción de sus últimos días es dada por Nazarevsky: ‘El 5 de octubre un anuncio cuidadosamente compuesto por Zakharyn y el profesor Leiden respecto a la seria enfermedad del Soberano hizo que no solo Rusia, sino el mundo entero se estremeciese. Todos, temiendo por la vida del Emperador, que había ganado una poderosa influencia por doquier, empezaron a rezar por su recuperación. Se hizo claro para todos, y para el convaleciente mismo, que el fin se acercaba. El alegre humor y la viril calma del Zar enfermo eran sorprendentes. Pese a su debilidad, insomnio y palpitaciones, no deseaba yacer en la cama y se esforzaba por continuar su trabajo en los asuntos de Estado, de los cuales los últimos fueron reportes respecto a los asuntos del Extremo Oriente, y de Corea en particular.

 

              >> Para el 9 de octubre, el enfermo le dijo a su confesor con certeza que sentía la proximidad de la muerte y con gran alegría escuchó su sugerencia de que recibiese los Santos Misterios. Lamentaba solo una cosa – que no podía como antes, como se suele hacer durante la Gran Cuaresma, prepararse para este gran Sacramento. En su confesión, que tomó lugar poco después, el Soberano se arrodilló e hizo postraciones como un hombre sano. Pero para la Comunión ya no era capaz de levantarse. Lo ayudaron la Emperatriz y su confesor. Con profunda reverencia el Soberano comulgó con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

 

              >> En la mañana siguiente, el 10 de octubre, el Soberano recibió con alegría y sinceridad al padre Juan de Kronstadt, quien había llegado a Livadia[51]; y a la tarde conoció a la prometida de su primogénito, la Princesa Alix de Hesse[52], que se había apresurado a Crimea.

              >> Cuando saludó al respetado pastor el Soberano, con su característica humildad, dijo: ‘Yo mismo no me atrevía a invitarlo a emprender un viaje tan largo, pero cuando la gran duquesa Alexandra Iosifovna sugirió que lo invitara a Livadia, lo acepté con gusto y le agradezco que haya venido. Le ruego que rece por mí – me encuentro bastante mal’. Como contó el Padre Juan: “Entonces fue a la otra habitación y me que rezáramos juntos. Se arrodilló y yo empecé a recitar las oraciones. Su Majestad rezaba con profundo sentimiento; su cabeza estaba doblada y él estaba inmerso en sí mismo. Cuando acabé, se irguió y me pidió que rezase en el futuro”.

 

              >> A la tarde, para conocer a la prometida de su hijo, dio orden de que se le diese su ropa de gala y se la pusieran, y, a pesar de la hinchazón de sus pies, fue a su encuentro. Expresó sus sentimientos paternales hacia ella, aceptándola como su hija querida, cercana a su corazón.

              >> La alegría de ese día evidentemente tuvo un efecto positivo sobre él, y empezó a sentirse mejor. Esto continúo hasta el 18 de octubre, lo que alimentó la esperanza en los que lo rodeaban de que se recuperase.

 

              >> En un día memorable, el 17 de octubre, el padre Juan de Kronstadt dio al Soberano los Santos Misterios por segunda vez. Después de la Liturgia, entró donde el enfermo con el Santo Cáliz en las manos. El zar repitió con firmeza, claridad y profundo sentimiento las palabras del sacerdote: ‘Creo, oh Señor, y confieso que Tú eres verdaderamente el Cristo’ y recibió reverentemente Comunión del Cáliz. Lágrimas de contrición cayeron sobre su pecho. Sintió de nuevo una ola de energía, y estaba dispuesto a ponerse a trabajar de nuevo, incluso de noche. Pero su estado empeoró y emergió una inflamación pulmonar, unida a una expectoración de sangre. El hombre agonizante aguantó con hombría estos males y mostró el poder de su voluntad. El 18 un mensajero fue enviado a San Petersburgo por última vez con asuntos por resolver. Al día siguiente intentó de nuevo trabajar en varios reportes y escribió por última vez: ‘En Livadia. Leído’. Pero este fue su último día de servicio a Rusia – el luchador incansable por la Tierra Rusa se debilitó severamente y ahora esperaba su cercano pasaje al otro mundo.

 

              >> El Soberano pasó la noche sin dormir, esperando con fervor el amanecer y, levantándose de su lecho, se sentó en un sillón. Llegó el día, lúgubre y frío. Se levantó un viento fuerte; el mar gemía agitado por el violento oleaje.

 

 

              >> A las siete el Soberano mandó llamar al zarévich y habló privadamente con él entorno a una hora. Tras esto, llamó a la Emperatriz, que lo encontró entre lágrimas. Le dijo: ‘Presiento mi fin’. La Emperatriz dijo: ‘Por Dios, no digas eso – te mejorarás’. ‘No’, respondió firmemente el Soberano, ‘esto se ha arrastrado demasiado. Siento que la muerte está cerca. Tranquilízate. Estoy completamente en paz.’ A las 10 sus familiares se reunieron en torno al hombre agonizante y él, plenamente consciente, intentó decir palabras amables a cada uno. Recordando que el día 20 era el cumpleaños de la Gran Duqeusa Elizabeth Fiódorovna, el Soberano quería felicitarla. Hablando con sus seres queridos, no olvidó su alma, y pidió que su confesor fuese llamado para decir oraciones y pidió de nuevo comulgar con los Santos Misterios.

 

              >> Habiendo comulgado el Soberano, el confesor deseaba retirarse para dejarlo solo con su familia, pero él lo retuvo y le dio sinceras gracias El pastor, inclinándose hacia el Soberano, le dio las gracias en nombre de la Santa Iglesia, por haber sido siempre su hijo inquebrantable y fiel defensor y en nombre del pueblo ruso, por el cual sacrificó todas sus fuerzas; y, finalmente, expresó su firme esperanza de que en las moradas celestiales le estuviera preparado un reino eterno de gloria y bienaventuranza con todos los santos.

 


Retrato de san Juan de Kronstadt (1829 - 1909), fue a su vez un miembro de las Centuras Negras


              >> A las 11, el estado del paciente se agravó especialmente; su dificultad para respirar aumentó, su actividad cardíaca disminuyó y pidió llamar al padre Juan de Kronstadt que, al llegar, ungió el cuerpo del Soberano y, de acuerdo a su petición, puso las manos sobre su cabeza. Temiendo que el respetado pastor se cansase, el Zar le pidió que descansase, y cuando el padre Juan le preguntó si no lo cansaba el que tuviera las manos sobre su la cabeza, le dijo: ‘Al contrario, me siento aliviado cuando usted las sostiene’, y añadió conmovedoramente: ‘El pueblo ruso te ama’. Con su voz debilitándose, empezó a expresar su emoción por el adiós, primero a la Emperatriz y luego a sus hijos. Se mantuvieron junto a él y la Emperatriz sostuvo su mano. A las 14 su pulso aumentó. Los últimos minutos habían llegado. El sufriente monarca, sostenido por los hombros por el Zarévich, apoyó su cabeza en el hombro de la Emperatriz, cerró sus ojos y reposó calladamente. Eran las dos y cuarto de la tarde. Así acabó su este ‘buen sufriente por la Tierra Rusa’, como el la antigua Rus se llamaba a su protector celestial, el recto Alexander Nevsky.

 

              >> El siempre memorable padre Juan describió así estos dolorosos días: ‘El 17 de octubre, a petición del difunto Emperador, recibió de mí la comunión de los Sagrados Misterios. Todos los días celebraba la Liturgia en la iglesia de Livadia o, a veces, en la de Oreanda, y ese mismo día, justo después de celebrar la Liturgia en esta última iglesia, me apresuré con el Cáliz de la vida hasta el Augusto (enfermo), que recibió con reverentes sentimientos, de mis manos, los Misterios creadores de Vida.

 

              >> El 20 de octubre el Emperador Soberano deseaba de nuevo verme. Me apresuré inmediatamente tras haber celebrado la Liturgia y permanecí en su presencia hasta su bendito reposo. Por deseo de la Emperatriz leí la oración por la curación de los enfermos y ungí sus pies con aceite. El aceite era de una lámpara de un venerado icono milagroso, que me dio uno de los pastores de Yalta, el padre Alejandro, para la unción del Augusto. Recibiendo con sincera fe este acto, el Soberano Emperador expresó el deseo de que posase mis manos sobre su cabeza y, cuando las sostuve ahí, Su Majestad me dijo ‘El pueblo te ama’. ‘Sí’, dije, ‘Su Majestad, Su pueblo me ama’. Después dijo, ‘Sí – porque saben quién eres y qué eres’. Tras esto, el Augusto sintió un fuerte ataque de falta de aire. Sufría intensamente. A su izquierda estaba la Emperatriz; ante él sus dos hijos mayores y la prometida del Zarévich; a su derecha el Gran Duque Miguel Alejandróvich y Olga Alejandróvna; y yo junto al cabecero del sillón. ‘¿No es doloroso para su Majestad Imperial que sostenga mis manos sobre su cabeza?’. ‘No’, respondió el Soberano, ‘el dolor es más ligero así’. Esto era porque había aparecido inmediatamente tras oficiar Liturgia, y en las palmas de mis manos había sostenido el Purísimo cuerpo del Señor, y había participado en los Santos Misterios’.

 

Kronstadt, 8 de Noviembre de 1894.

 

archiprieste Juan Sergiev.”[53]

             

 

Dostoyevsky:

 


Caricatura de Dostoyevsky exorcizando con la Ortodoxia a los demonios 

              Dostoyevsky vivió hasta 1882, y era joven justo en la época en que Gógol se estaba convirtiendo, en los 1840s; por entonces él formaba parte de grupos de intelectuales. Uno de ellos era el Grupo Petrochevsky, que discutía las ideas socialistas de Fourier. Pero este grupo no era serio, no pretendía derrocar al Gobierno. Cuando trataban temas así, era de forma muy naïve. No tenían organización ni intenciones de tomar el poder. Simplemente tenían nociones idealistas sobre cuán maravilloso sería si todo el mundo fuese pacífico y armonioso, si el gobierno fuese perfecto y nadie fuese oprimido por nadie, y Fouirer parecía indicar hacia ese fin.

 

              Fourier era simplemente un loco que vivió en Occidente; loco pero, eso sí, de acuerdo al espíritu de su época. Más tarde legó esto a gente como Marx, que hicieron todas estas ideas mucho más serias, llamándolas ‘científicas’. Pero Fourier soñaba con un paraíso de fuentes de limonada y todo tipo de imágenes así. Este tipo de espíritu igualitarista estaba en el aire, era así que la mayoría de ideas occidentales llegaban de Europa.

 

              Y Dostoyevsky estaba hablándolas y soñando un brillante futuro, ya entonces escribiendo novelas. Y entonces fue atrapado. Esto es, el grupo fue descubierto por la policía del Zar. Irrumpieron y lo arrestaron junto a otros miembros. Y fue sentenciado a muerte. Pensaban que se trataba de algo serio; iban a ejecutarlos y arrancar la revolución de raíz. Pero el Zar tenía en mente – el Zar Nicolás I, que tenía una actitud muy paternal hacia sus súbditos – esto es, tenía un interés muy personal en el destino de cada uno. E hizo esto: permitió que la sentencia de muerte fuese dada, pretendiendo no llevarla a cabo, para que su pueblo – cuando se encontrase frente a los verdugos y la sentencia se pospusiese o anulase – entrase en razón y se arrepintiese.

 

              Y, en el caso de Dostoyevsky, surtió exactamente ese efecto. Los otros, no sé cómo acabaron. Y aquí tenemos a este hombre joven que ve los rifles frente a él – su vida se acaba. ¿Qué ha hecho? No ha pensado mucho en la religión hasta entonces. Y entonces, de repente, dicen que el Zar le ha indultado. Tendrá ocho años en Siberia en cambio.

 

              Así que fue a Siberia, y ha escrito en alguno de sus libros su experiencia allí, donde llevó una vida muy dura. Dormían sobre incómodas tablas, muchas personas en una sola habitación. La comida era pobre, aunque Solzhenitsyn comparó las historias como las de Dostoyevsky con las de las prisiones comunistas. Y lo que nos parece terrible, comparado con las prisiones comunistas, parece una vida lujosa. Por supuesto, Dostoyevsky, siendo de clase baja, no tuvo un exilio cómodo como muchos de los de las clases más altas, que vivían como hombres libres exiliados. Pero atravesó esta experiencia que, desde la perspectiva política, lo hizo, tras ocho años muy difíciles y bajo un régimen difícil, volver de ella siendo zarista, cristiano ortodoxo y convertido a la idea del zarismo. Significa que había algo profundo sucediendo dentro de él, y cambió sus ideas sobre la vida, el cristianismo, hacia dónde él se dirigía, el sentido de la vida. Pero al mismo tiempo, desde el ángulo filosófico, sus ideas versarán sobre el Gran Inquisidor y el significado de la historia moderna.

 

              Cita de Los demonios – analiza la mentalidad revolucionaria, tanto sus estupideces como sus pensadores profundos:

 

              “Virginsky mismo se encontraba bastante mal aquella tarde, pero llegó y se sentó junto a la mesa del té. Todos los invitados estaban sentados también, y la forma ordenada en que se disponían en las sillas sugería una reunión. Todos estaban esperando algo y estaban llenando el intervalo con ruidosa pero irrelevante cháchara. Cuando Stavrogin y Verkovensky aparecieron se hizo un silencio súbito.

 

              >> Pero me permito hacer algunas puntualizaciones en aras de ser más preciso.

 

              >> Creo que toda esta gente se había reunido con la agradable esperanza de oír algo particularmente interesante, y tenían noticia de ello de antemano. Eran la flor y nata del liberalismo del rojo más intenso que había en nuestra vetusta ciudad, y habían sido cuidadosamente escogidos por Virginsky [54] para aquella ‘sesión’. Debo observar, también, que algunos de ellos (aunque no muchos) nunca habían estado en la casa. Por supuesto, la mayoría de los huéspedes no tenían una idea clara de por qué habían sido convocados. El caso es que todos ellos creían entonces que Pyotr Stepanovich era un emisario venido del extranjero, investido de plenos poderes; esta idea arraigó enseguida entre ellos y, como es natural, les resultaba halagadora. No obstante, entre aquel puñado de ciudadanos reunidos con el pretexto de celebrar una onomástica también había unos cuantos a los que les habían hecho propuestas concretas. Pyotr Stepanovich había tenido éxito en formar un ‘quinteto’[55] en nuestra ciudad, a semejanza del que ya estaba instaurado en Moscú y, como se descubriría después, entre los oficiales del ejército de nuestra provincia. Dicen que además había formado otro en la provincia de J. Este quinteto de elegidos se sentaba ahora en la mesa común, y sus miembros habían conseguido, muy hábilmente, aparecer como gente corriente, y nadie podía identificarlos. Eran – ya que esto ya no es un secreto – Liputin, el propio Virginsky, Shigalov (un caballero de orejas alargadas, hermano de Madame Virginsky), Lyamshin y un tipo extraño llamado Tolkachenko, de cuarenta años, conocido por su vasto conocimiento del pueblo, especialmente de los ladrones y maleantes. Solía frecuentar las tabernas (aunque no solo con el propósito de estudiar a las gentes), y hacía ostentación entre nosotros de su traje raído, sus botas engrasadas, sus pícaros guiños y el gracejo de sus dichos populares. Lyamshin lo había llevado a las veladas en casa de  Stepan Trofimovich un par de veces, en que, sin embargo, no causó gran impresión. Aparecía por la ciudad muy de tarde en tarde, principalmente cuando no tenía trabajo, y estaba empleado en el ferrocarril.

 

              >> Todos estos cinco activistas habían entrado a formar parte de ese primer grupo con ferviente convicción de que su quinteto era solo uno de cientos y miles de grupos similares por toda Rusia, y que todos dependían de algún secreto pero inmenso poder central, que a su vez estaba conectado con el movimiento revolucionario de toda Europa.[56] Pero lamento admitir que ya por entonces empezaban a surgir desavenencias entre ellos. El problema era que, aunque ya desde la primavera venían aguardando la visita de Pyotr Verkovenski, – cuya llegada había sido anunciada primero por Tolkachenko y luego por la llegada de Shigalov – aunque esperaban extraordinarios prodigios de él, y aunque habían respondido a sus primeras llamadas sin la más mínima crítica; aun así, al poco de formar el quinteto todos sus miembros se sintieron en alguna medida defraudados; y eso se había debido, en mi opinión, a la inmediatez misma con que habían dado su consentimiento. Lo habían hecho, por supuesto, por un no innoble sentimiento de vergüenza, por temor a lo que podría decir después la gente de que no se habían atrevido a unirse; aun así sentían que Pyotr Verkovensky tendría que haber sabido valorar su noble hazaña y haberlos premiado, cuando menos, con alguna confidencia de primer orden. Pero Verkovensky no estaba en absoluto dispuesto a satisfacer su legítima curiosidad, y no les dijo nada salvo lo necesario; los trataba con gran severidad y más bien informalmente. Esto era muy irritante, y el camarada Shigalov ya estaba incitando a los otros a forzarle a ‘explicarse’ aunque, por supuesto, no en casa de Virginsky, en la que había presentes tantos extraños al grupo.

 

              >> En relación con esos extraños, tengo la idea de que los miembros del primer quinteto, antes mencionados, eran dados a sospechar que aquella noche, entre los invitados de Virginsky, había también miembros de otros grupos a los que no conocía, formados asimismo en nuestra ciudad por el propio Verkovensky; así que todos los presentes sospechaban los unos de los otros, y posaban de varias formas los unos para los otros, lo que daba a la reunión un aire desconcertante y en parte hasta romántico. No obstante, allí también había personas libres de toda sospecha. Por ejemplo, un general en servicio, amigo cercano de Virginsky, una persona perfectamente inocente que no había sido invitada y había venido por su propia iniciativa a la celebración del patronímico, así que era imposible no recibirlo. Pero Virginsky no estaba molesto, ya que el general era ‘incapaz de traicionarles’; pues a pesar de su estupidez, había sido aficionado toda su vida a frecuentar los lugares donde se reunían los liberales más exaltados; no comulgaba con ellos, pero les encantaba escucharles. No solo eso, sino que incluso había llegado a comprometerse: en su juventud, cuando todos aquellos manifiestos y números de La Campana[57] habían pasado por sus manos, y aunque había tenido miedo de abrirlos siquiera, habría considerado una completa bajeza negarse a distribuirlos; aun hoy sigue habiendo en Rusia personas así.

 

              >> El resto de los invitados eran o tipos de honorable amour-propre amargados, o tipos de la general impulsividad de la juventud ardiente. Había dos o tres profesores, – uno de ellos, un cojo[58] de unos cuarenta y cinco años, profesor de un gymnasium, era un hombre mordaz y visiblemente vanidoso – y tres o cuatro oficiales. De estos últimos, un muy joven oficial de artillería que acababa de volver del adiestramiento militar, un chaval callado que no había hecho amistad con nadie y que, de buenas a primeras, se veía allí, casa de Virguinski con un lápiz en mano y sin intervenir apenas en las conversaciones, estaba continuamente tomando notas en su libreta. Todos veían esto, pero todos fingían ignorarlo. Había, también, ocioso estudiante de teología que había ayudado a Lyamshin a meter aquellas fotografías indecentes en el Evangelio que se encontraba en el bolso una mujer. Era un joven fuerte con maneras despreocupadas aunque desconfiadas, con una incambiante sonrisa chulesca, junto a un calme aire de triunfante fe en su propia perfección. Estaba también presente, no sé por qué, el hijo del alcalde, ese desagradable y prematuramente exhausto joven al que ya me he referido contando la historia de la joven esposa del lugarteniente. Estuvo callado toda la velada. Finalmente, había un muy entusiasta y descerebrado escolar de dieciocho años, que se sentaba con el lúgubre aspecto de un hombre joven cuya dignidad ha sido herida, evidentemente molesto por su joven edad. Este crio ya estaba a la cabeza de un grupo independiente de conspiradores que habían sido formados en el curso superior del gymnasium, como se supo más tarde para sorpresa de todos.

 

Sobre Shigalov

 

              >> No he mencionado aún a Shatov. Se sentaba el extremo más apartado de la mesa, su silla apartada un poco del resto. Miraba al suelo, triste y silencioso, rechazaba té y pan, y no soltó por un solo instante su gorro, como para mostrar que no era un visitante, sino que había venido por negocios, y cuando gustase podía levantarse y marcharse. Kirillov no estaba lejos de él. Él, también, era muy silencioso, pero no miraba al suelo; al contrario, escrutaba con atención cada persona que habla con sus ojos fijos carentes de brillo, y escuchaba todo sin la menor emoción o sorpresa. Algunos de los visitantes que no lo habían visto antes lo miraban discretamente. No sé si Madame Virginsky sabía algo de la existencia del quinteto. Imagino que sabía todo precisamente a través de su marido. La estudiante, por supuesto, no tomó parte en nada; pero tenía una ansiedad propia: pretendía quedarse solo un día o dos y luego ir cada vez más lejos de una ciudad universitaria a otra ‘para mostrar simpatía con los sufrimientos de los estudiantes pobres e incitarlos a protestar’. Acarreaba varios cientos de ejemplares de una alocución litografiada, al parecer redactada por ella misma. Es notable que el escolar sintió un odio casi asesino hacia ella desde el primer momento, aunque la veía por primera vez; y ella sentía lo mismo por él. El alcalde era su tío, y la veía hoy por primera vez en diez años. Cuando Stavrogin y Verkovensky vinieron, sus mejillas estaban rojas como arándanos; acababa de discutir con su tío por la cuestión femenina”.

 

              “[Unas páginas más adelante] Shigalov prosiguió:

 

              >> ‘Habiendo consagrado mis energías al estudio de la organización social que en el futuro ha de remplazar la actual, he llegado a la conclusión de que todos los creadores de sistemas sociales desde tiempos antiguos hasta el año presente han sido soñadores, narradores de cuentos de hadas, idiotas que se contradecían a sí mismos, que no entendían nada de la ciencia natural y del extraño animal llamado Hombre. Platón, Rousseau, Fourier, son columnas de aluminio[59], solo valen para gorriones y no para la sociedad humana. Pero, ahora que todos estamos al fin preparándonos para actuar, ofrezco mi propio sistema de organización mundial para acabar con nuestros titubeos. ¡Aquí lo tenemos! – Dio un golpecito en el cuaderno – habría querido exponer brevemente, en la medida de lo posible, el contenido de mi obra; pero veo que debería añadir numerosos comentarios adicionales, de modo que la exposición requeriría no menos de diez veladas, tantas como capítulos tiene el libro. – se oyeron risas – ‘Debo añadir, por otro lado, que mi sistema aún no está completo’. (Risas de nuevo). ‘Estoy perplejo por mis propios datos y mi conclusión es una contradicción a la idea original con la que empecé. Partiendo de la libertad ilimitada, he llegado al despotismo ilimitado.[60] Debo añadir, sin embargo, que no puede haber solución alguna al problema social salvo la mía’.

              >> Las risas eran cada vez más y más estruendosas, si bien se reían sobre todo los jóvenes y, por así decir, los invitados menos devotos. Había una expresión de enfado en los rostros de Madame Virgisnky, Liputin y el aburrido profesor.

              >> Si usted mismo no ha sabido dar una forma consistente a su sistema y se ve desesperado, ¿Qué quiere que hagamos nosotros? – advirtió con cautela un oficial.

              >> ‘Tiene Usted razón, señor oficial – Shigalov se volvió bruscamente hacia él – especialmente en usar la palabra desesperación. Sí, estoy desesperado, sin embargo, lo que se expone en mi libro es irrefutable y no existe otra solución, nadie puede inventar otra cosa. Así que me apresuro sin más dilaciones a invitar al grupo entero a manifestar su opinión, después de haber escuchado, en el curso de diez veladas, la lectura de mi libro. Si los miembros no están dispuestos a escucharme, será preferible tomar caminos separados desde este momento: los hombres que se dediquen a servir al gobierno y las mujeres a sus cocinas, porque, si se rechaza mi libro, nadie va a encontrar ninguna otra alternativa ¡absolutamente ninguna! Si dejan la oportunidad desperdiciarse, será simplemente su pérdida, pues nunca más podrán volver a ella’.

              >> Hubo agitación entre los reunidos. ‘¿Está loco, o qué?’ preguntaban voces.

              >> ‘¿Así  que toda la verdad está en la desesperación de Shigalov’, comentó Lyamshin, ‘y la cuestión esencial es si debemos o no desesperarnos?’.

              >> ‘Propongo que sometamos a votación cuánto afecta la desesperación de Shigalov a la causa común, y al mismo tiempo si merece la pena escucharlo o no’, sugirió satisfecho un oficial.

              >> ‘No es ésta la cuestión’. Intervino por fin el cojo para lamentar. Como regla hablaba con una sonrisa más bien burlona, así que costaba saber si estaba siendo sincero o bromeando. ‘No es ésta la cuestión, caballeros. El Señor Shigalov está demasiado volcado en su labor y es también demasiado modesto. Conozco su libro. Sugiere como solución final de la cuestión la división de la humanidad en dos partes desiguales. Un décimo disfruta absoluta libertad y poder ilimitado sobre los otros nueve décimos. Éstas tendrán que renunciar a su individualidad y convertirse en una suerte de rebaño y, mediante su absoluta sumisión, alcanzarán, en virtud de una serie de regeneraciones, la inocencia primordial, algo como el Jardín del Edén. Tendrán que trabajar, aun así. Las medidas propuestas por el autor para privar a nueve décimos de la humanidad de su libertad y transformarlos en un rebaño a través de la educación de varias generaciones enteras son muy notables, basada en los hechos de la naturaleza, y sumamente lógica. Uno puede no estar de acuerdo con algunas de las deducciones, pero sería difícil poner en duda la inteligencia y sabiduría de su autor. Es una pena que el tiempo requerido – diez veladas – sea imposible de concordar; si no podríamos escuchar muchas cosas de sumo interés’.

              >> ‘¿Habla usted en serio?’, le pregunto al cojo Madame Virginsky con un claro tenor de inquietud en la voz, ‘que este señor no sabe lo que hacer con el pueblo así que convierte a nueve décimos de ellos en esclavos? He sospechado de él desde hace tiempo’.

              >> ‘Dice Usted eso de su propio hermano?’, preguntó el hombre cojo.

              >> ‘¿Apela al parentesco? ¿Está Usted riéndose de mí?’

              >> ‘Y, además, ¡trabajar para aristócratas y obedecerlos como si fuesen dioses es repugnante!’, dijo fieramente la estudiante.

              >> ‘Lo que propongo no es repugnante; es el paraíso, un paraíso terrenal, y no puede haber otro sobre la tierra’, dijo Shigalov con autoridad.

              >> ‘Por mi parte’, dijo Lyamshin, ‘si no supiese qué hacer con nueve décimos de la humanidad, los cogería y los lanzaría hacia los cielos en lugar de ponerlos en el paraíso. Dejaría solo un puñado de gente educada, que viviría feliz para siempre en base a los principios científicos’.

              >> ‘¡Nadie sino un bufón puede hablar así!’, gritó rabiando la chica.

              >> ‘Es un bufón, pero uno útil’, le susurró Madame Virginsky.

              >> ‘Y esa quizás sería la mejor solución del problema’, dijo Shigalov, girándose hacia Lyamshin. ‘Ciertamente no sabes cuán profunda idea has logrado expresar, querido amigo. Pero, dado que su idea es irrealizable, hay que conformarse con el paraíso terrenal, que es como lo llaman.’

              >> ‘¡Vaya disparate!’ irrumpió, como involuntariamente, Verkovensky. Sin alzar siquiera los ojos, aun así, siguió cortándose las uñas con perfecta indiferencia’.

              >> ‘¿Por qué es un disparate?’ Respondió inmediatamente el profesor cojo, como si hubiera esperado a que Verkovensky dijera algo para responder inmediatamente. ‘¿Por qué es un disparate? El Señor Shigalov es algo fanático en su amor por la humanidad, pero recuerde que Fourier, aún más que Cabet e incluso Proudhon mismo, abogaban por una serie de muy despóticas e incluso fantásticas medidas. El Señor Shigalov es quizás mucho más sobrio en sus sugerencias que ellos. Les aseguro que cuando uno lee su libro es casi imposible no concordar con algunas cosas. Quizás esté menos lejos del realismo que nadie y su paraíso terrenal es casi el verdadero, ese cuya perdida sigue haciendo suspirar a la humanidad, si es que en efecto alguna vez existió’.

 

              >> ‘Vaya, ya sabía yo la que me iba a caer encima’, murmuró de nuevo Verkovensky.

 

              >> ‘Permítame’, dijo de nuevo el hombre cojo, emocionándose cada vez más. ‘Las conversaciones y discusiones sobre la futura organización de la sociedad son casi una verdadera necesidad para todas las mentes pensantes de nuestros días. Herzen no se ocupó de otra cosa en toda su vida. Belinsky, como sé de buena mano, solía pasar veladas enteras con sus amigos debatiendo y estableciendo de ante mano hasta los más minuciosos, por así decir, domésticos, detalles de la organización social del futuro’.

              >> ‘Alguna gente se vuelve loca por ello’, observó el alcalde de repente.

              >> ‘Es más probable que lleguemos a algo hablando, de cualquier manera, que sentándonos en silencio y posando como dictadores’, siseó Liputin, como atreviéndose al fin a empezar el ataque.

              >> ‘No hablaba de Shigalov cuando dije que era un disparate’, murmuró Verkovensky. ‘Verán, caballeros’, alzó un poco las cejas, ‘para mí todos estos libros, Fourier, Cabet, toda esta palabrería sobre el derecho a trabajar, y las teorías de Shigalov y todo eso no son más que novelas, como otras cien mil más que uno puede escribir. Un entretenimiento estético. Entendo que ustedes se aburran en este pequeño pueblo y devoren cualquier papel escrito’.

              >> ‘Disculpe’, dijo el hombre cojo, retorciéndose en su suya, ‘aunque seamos provincianos y por supuesto objetos de conmiseración en base a eso, sabemos que nada ha pasado hasta ahora en el mundo lo suficientemente novedoso como para merecer nuestro llanto por habérnoslo perdido. Se nos sugiere en varios panfletos hechos en el extranjero y secretamente distribuidos que deberíamos unirnos y formar grupos con el solo fin de traer la destrucción universal, con la excusa de que, hagamos lo que hagamos, el mundo no tiene remedio, mientras que si cortamos de un tajo cien millones de cabezas podríamos, al aligerar nuestra carga, saltar más fácilmente el foso. Una idea refinada, sin duda, pero casi tan impráctica como las teorías de Shigalov, a las que Usted se acaba de referir tan despectivamente’.

              >> ‘Bueno, pero no he venido aquí para discutir’. Verkovensky soltó esta significativa frase y, como inconsciente de su error, se acercó el candil para ver mejor.

              >> ‘Es una pena, una gran pena, que no haya venido usted para discutir, y es una gran pena que esté tan ocupado justo ahora con su aseo’.

              >> Y ‘¿a usted qué le importa mi aseo?’

              >> ‘Cortar cien millones de cabezas es tan difícil como transformar el mundo con propaganda. Posiblemente más difícil, especialmente en Rusia’, aventuró de nuevo Liputin.

              >> ‘Es en Rusia que depositan sus esperanzas ahora’, dijo un oficial.

              >> ‘Sí, hemos oído hablar de eso’ – asintió el cojo –. Sabemos que un misterioso index[61] apunta a nuestra hermosa patria como país idóneo donde realizar la gran misión. Ahora bien, en el caso de que la cuestión se resuelva gradualmente por medio de la propaganda, algo ganaré yo personalmente, aunque no sea más que un rato de charla agradable y algún reconocimiento de las autoridades por mis servicios a la causa social. Pero de la segunda manera, por el rápido método de cortar cien millones de cabezas, ¿qué beneficio personal obtendré? Si empiezas a abogar por eso, podrían cortarte la lengua’.

              >> ‘A Usted desde luego se la cortarían’, observó Verkovensky.

              >> ‘Verá. Y, dado que aun en las más favorables circunstancias Usted no remataría tal masacre en menos de cincuenta o, con suerte, treinta años – pues no son ovejas, sabe, y quizás no se dejarían masacrar - ¿no sería mejor empacar una maleta y migrar a una de las más tranquilas islas allende calmos mares y cerrar allí los ojos tranquilamente? Créanme, ¡solo conseguirán fomentar la emigración con tal propaganda, y nada más!’.

              >> ‘Terminó evidentemente triunfal. Era uno de los intelectos de la provincia.

 

Sobre Shigalov

 

              >> [Más adelante, habla Verkovensky] ‘Dejémonos de chácharas, porque no podemos seguir parloteando otros treinta años como hemos estado parloteando hasta hoy; quiero preguntarles qué prefieren, si el camino lento, que consiste en la redacción de novelas sociales y en la resolución sobre el papel de los destinos de la humanidad  de aquí a mil años, mientras el despotismo devora los sabrosos bocados que casi volarían hacia sus bocas si tan solo se molestasen un poco; ¿o prefieren, implique lo que implique, tomar una vía más rápida que al fin les dejará las manos libres y dará a la humanidad un amplio margen para organizarse socialmente por si misma, y ya no solo sobre el papel, sino en la práctica?, Gritan ‘cien millones de cabezas’; quizás eso sea solo una metáfora, pero, ¿por qué temerla, alimentando lentas fantasías sobre el papel, si el despotismo en el curso de algunos siglos devorará no cien sino cinco quinientos millones de cabezas? Tomen nota también de que un inválido incurable no será curado sean cuales sean las prescripciones que se le receten en papel. Al contrario, si hay tardanza, se corromperá tanto que nos infectará también a nosotros y contaminará todas las frescas fuerzas que uno podría emplear ahora, así que llegaremos todos al fin a la penuria juntos. Concuerdo completamente en que es completamente agradable charlar liberal y elocuentemente, pero la acción es un pequeño esfuerzo… En todo caso, no tengo razón de discutir: vine aquí con mensajes que dar, así que ruego a toda la honorable congregación que no vote, sino que simple y directamente declare qué prefiere: ¿cruzar el pantano al ritmo de un caracol o poner en marcha el motor a vapor para atravesarlo?’

              >> ‘¡Ciertamente soy favorable a cruzarlo a pleno vapor!’ gritó el escolar en éxtasis.

              >> ‘También yo’ añadió Lyamshin.

              >> ‘No cabe duda’, murmuró un oficial, seguido de otro, y después de alguien más. Lo que más impresión les había causado era que Verkovensky estaba allí para ‘comunicar’ algo y que había prometido hablar.

              >> ‘Caballeros, veo que casi todos se deciden por la política de los manifiestos’, dijo, mirando a uno y otro de los reunidos.

              >> ‘¡Todos, todos!’ gritó la mayoría de voces.

              >> ‘¡Shigalov es un hombre brillante! Saben ustedes que es un genio como Fourier, pero más mordaz; más fuerte. Cuidará de él. ¡Ha descubierto la igualdad!’.”[62]

              >> “ [Más adelante] ‘Está febril, está delirando, algo muy extraño le ha sucedido’, pensó Stavogrin, mirándolo una vez más. Ambos siguieron caminando.

 

              >> ‘Ha escrito algo muy bueno en ese manuscrito’, siguió Verkovensky. ‘Sugirió un sistema de espionaje. Todo miembro de la sociedad espía al resto, y está obligado a informar. Cada uno pertenece a todos y todos a cada uno. Todos son esclavos e iguales en su esclavitud. En los casos extremos aboga por la difamación y el asesinato, pero lo más importante de ello es la igualdad. De entrada, se rebaja el nivel de la educción, la ciencia y el talento.  Un alto nivel de educación y ciencia es solo posible para grandes intelectos, y eso no es lo que se busca. Los grandes intelectos siempre se han hecho con el poder y han sido unos déspotas. Los grandes intelectos no pueden evitar ser déspotas y siempre han hecho más mal que bien. Serán aplastados o ejecutados. A Cicerón se le cortará la lengua, a Copérnico se le arrancarán los ojos, Shakespeare será apedreado – eso es el Shigalovismo. Los esclavos están destinados a ser iguales. Nunca ha habido ni libertad ni igualdad sin despotismo, pero en el rebaño debe haber igualdad, y eso es el Shigalovismo, ¡ja, ja, ja! ¿Lo cree extraño? ¡Yo soy partidario del Shigalovismo!’

 

              >> ‘Escuche, Stavrogin. Nivelar las montañas es una buena idea, no es absurda. ¡Estoy del todo por Shigalov! ¡Abajo la cultura, hemos tenido suficiente ciencia! Incluso sin ciencia tenemos material suficiente para perdurar mil años, pero uno debe tener disciplina. Lo que falta en este mundo es disciplina. La sed de cultura es una sed aristocrática. En el momento en que tienes lazos familiares o románticos deseas propiedad. Destruiremos ese deseo, hagamos uso de la embriaguez, la calumnia, el espionaje; hagamos uso de increíble corrupción, sofocaremos a todo genio en su infancia. Los reduciremos a todos a un denominador común. ¡Completa igualdad! «Hemos aprendido un oficio y somos personas honradas, no necesitamos nada más», esa fue una respuesta dada por obreros ingleses hace poco. Solo lo necesario es necesario, ese es el lema del mundo entero de aquí en adelante. Pero también se necesita de un shock. Para que nosotros, los directores, los cuidemos. Los esclavos deben tener directores. Absoluta sumisión, absoluta pérdida de individualidad, pero una vez cada treinta años Shigalov les dejaría tener un shock y de repente se comerían los unos a los otros, hasta cierto limite, únicamente para que no se aburran. El aburrimiento es una sensación aristocrática. Los Shigalovianos no tendrán deseos. El deseo y el sufrimiento son para gente como nosotros, pero el Shigalovismo es para los esclavos’.

 

              >> ‘¿Se excluye Usted?’, irrumpió Stavrogin de nuevo.

 

              >> ‘También le excluyo a usted. ¿Sabe, una cosa? He pensado en entregarle el mundo al Papa. Que salga de pie, descalzo, y se muestre a la plebe, diciendo, “¡Ved a qué me han rebajado!” y todo el mundo lo seguirá, incluidos los ejércitos. El Papa al frente, con nosotros en su derredor, y por debajo de nosotros – el Shigalovismo. Todo lo que se necesita es que la Internacionale llegue a un acuerdo con el Papa, y así lo hará. Y el viejete dará su aprobación en un santiamén; No hay nada más que pueda hacer’”[63].

 

Kirillov y luego; sobre la nueva religión

             

Y luego tiene este personaje llamado Kirillov, que es el filósofo que llega a la conclusión de que, ya que no hay Dios, yo debo ser dios. Y si yo soy dios, tengo que hacer algo que lo demuestre. Y no puedes simplemente vivir una vida ordinaria, debes hacer algo espectacular. Algo absoluto y que pruebe que tienes autoridad sobre ti mismo. ‘Porque la prueba principal de que tienes autoridad es tenerla sobre tu propia vida – así que para probar que soy dios – debo suicidarme’. Esa es la lógica. Para nosotros no tiene sentido. Ese hombre es un loco. Pero tiene perfecto sentido. Una vez rechazas el cristianismo, eso es bastante lógico.

 

“ ‘Estoy obligado a mostrar que no creo’, dijo Kirillov, caminando por la habitación. ‘Para mi no hay idea más elevada de la que no hay un Dios. Tengo toda la historia del hombre de mi lado. El hombre no ha hecho más que inventar a Dios para poder seguir viviendo, para no suicidarse; esa es la totalidad de la historia universal hasta ahora. Soy el primer hombre en la historia humana que no quiere inventar a Dios. Que se sepa de una vez y para siempre’.

 

>> [Más adelante] ¿No entiende Usted que la salvación consiste en demostrar esta idea a todos? ¿Quién va a demostrarla? ¡Yo! No entiendo cómo hasta ahora un ateo ha podido saber que Dios no existe y no suicidarse de inmediato. Reconocer que no hay Dios y no reconocer al mismo tiempo que te has convertido en Dios es algo absurdo, pues de lo contrario te matarías sin remedio. Si lo reconoces, eres el rey y ya no te matas, sino que vivirás en la mayor de las glorias. Pero uno, el primero, debe suicidarse sin remedio, ¿pues quién empezará y lo demostrará? Así pues, debo ciertamente matarme, para ser el primero y demostrarlo. Ahora soy solo un dios contra mi voluntad y soy infeliz, porque estoy obligado a manifestar mi voluntad. Todos son infelices porque tienen miedo de expresar su voluntad. El hombre hasta ahora ha sido tan infeliz y tan pobre porque ha temido afirmar su voluntad de la forma más elevada y ha mostrado lo ha hecho solo en minucias, como un escolar. Soy terriblemente infeliz, porque estoy terriblemente asustado. El terror es la maldición del hombre… Pero afirmaré mi voluntad. Estoy destinado a creer que no creo. Empezaré y acabaré, y así abriré la puerta. Eso es lo único que salvará a todos los hombres y los transformará físicamente en la próxima generación; porque en su aspecto físico actual, por lo que he pensado, el hombre no puede existir, de ningún modo, sin su Dios anterior.  Durante tres años he buscado mi atributo divino y lo he encontrado: ¡es la Voluntad! Eso es todo lo que puedo hacer para probar el más alto punto de mi independencia y mi nueva y terrible libertad. Pues es terrible. Me suicido para demostrar mi insubordinación y mi nueva y terrible libertad’”.[64] [65]   

 

Así pues, finalmente, ya que tiene naturaleza humana, tiene miedo de suicidarse y está constantemente dudando, después viene un personaje como Lenin, que es este Verkovensky, que se aprovecha de esto, trata de persuadirlo para que se suicide y luego le eche la culpa a alguien más, con el fin de provocar algún tipo de desorden para que su círculo revolucionario pueda iniciar su ascenso al poder. Y logra convencerlo. Dice ‘De acuerdo, adelante, suicídate. Firma este papel que dice que acabarás con los capitalistas y todo eso, y después suicídate. Me quedaré aquí mismo y sostendré la puerta abierta para ti’. Y Kirllov dice, ‘No, no puedo, debo hacerlo a gran escala, debo hacerlo enfrente de todos’. Responde Verkovensky: ‘No, no, simplemente hazlo aquí, ya está todo escrito aquí en la nota’. Y creo que al final lo empuja. Este tipo de gente está por doquier a nuestro alrededor.

             

Crimen y castigo: sobre el hombre que quiere estar más allá del bien y del mal, mata por una idea – Napoleón – Super-hombre. Pero acaba en el arrepentimiento y la apertura a la vida cristiana:

 

[Tomado de la conferencia grabada del P. Serafín sobre la literatura rusa]

 

...aunque una gran parte del libro (Crimen y castigose desarrolla antes de que mate a la mujer, está pensando constantemente en hacerlo, y pasa por todo esto… básicamente es la idea de Nietzsche de que si no hay Dios, todo está permitido. Y esto, por supuesto, tiene manifestaciones, políticas, filosóficas… pero desde el punto de vista cristiano significa que puedo hacer cualquier cosa. Y sigue pensando en Napoleón. Aquí hay un hombre que viene de las filas y se convierte en líder de un país. Y se le permite matar a quien quiera, tan solo porque es la cabeza del Estado. Esto significa que debe haber una clase de Superhombres.

 

Se basa enteramente, de hecho, en la contraposición entre los reinos de este mundo frente al reino de Cristo. De acuerdo con el reino de Cristo debemos todos humillarnos ante Dios. Pero según la filosofía del mundo, la del poder de este mundo, hay personas que son fuertes, y si eres fuerte, tienes derecho a aplastar a los demás. Aquí esta Maquiavelo: el gobierno puede hacer lo que sea mientras el príncipe tenga poder. O Nietzsche: puedes hacer lo que quieras mientras seas uno de esos Superhombres.

 

Así que está atravesando estos agonizantes diálogos consigo mismo. Va y visita a la mujer. Ve cómo se comporta. Está planeando todo, viendo cómo lo hará, adónde va ella, dónde guarda el dinero. Y hay esta segunda mujer, su hermana, creo.[66] Y de una empieza a hacerse una idea de que es repugnante, como un insecto. Todas estas cosas anticristianas que vienen de las ideas racionalistas que venían de Occidente. Todas estas cosas —profundamente no-cristianas— surgen de ideas racionalistas que venían de Occidente. Si mirás lo que Marx propuso en Occidente, es básicamente la idea de que uno puede hacer lo que quiera con tal de tomar el poder, hacer que la gente se vuelva violenta, porque mientras dure la revolución, cuando las personas matan a otros, se vuelven instrumentos de la revolución. En otras palabras, las personas son utilizadas como cosas. Eso es exactamente lo contrario al cristianismo.

 

Pero su conciencia está ahí, no puede evitarlo. Por ello, sigue dudando, y se condena: ‘¿Eres tan débil que no puedes hacerlo?’. Se acusa a sí mismo. Y finalmente consigue ir y hacerlo, preguntándose si debe matar a una o a ambas. Al final ataca a una, y la otra mujer entra en el último minuto. No quería matarla y esto le perturba enormemente, así que decide que tiene que matarla también a ella. Y luego está atrapado. Creo que apenas coge dinero. Se pone tan histérico que va y lo esconde en algún lugar. Y luego comienzan sus tormentos. Si es un Superhombre debería sentirse completamente calmado. Ella es tan solo una garrapata. No necesita vivir, y [N. de T. - como si se dijese a si mismo se dice] yo soy el Superhombre. Pero su conciencia empieza a actuar, y no puede entender por qué no encuentra paz.

 

En parte, se culpa a sí mismo por no haber conseguido suficiente dinero.
Pero luego sucede algo dentro de él: la conciencia plantada por Dios y cultivada por la Iglesia cristiana no puede ser silenciada.

Y así comienza un terrible duelo entre él y el interrogador que está investigando el caso, y nunca sabe si éste sabe que lo hizo, si sospecha de alguien más, pero está constantemente atormentado. Si no tuviese mala conciencia, no tendría problema alguno.

Y al final resulta que su interrogador solo estaba esperando que confesase. Y acaba preguntando ‘¿Quién cree que lo hizo? Dígame’. Y el interrogador responde ‘¿Por qué, si fue Usted, Rodya Romanovich? Usted la mató, tan solo esperaba que viniese Usted mismo a decírnoslo’. Así que se vuelve loco. ¿Qué debería hacer? ¿Fugarse?

 

Y conoce a esta chica, Sonya, que es una prostituta, que es del estrato más bajo de la sociedad, fuera del cristianismo, de simpatías cristianas o de cualquier cosa. ¿Por qué se prostituye? Porque tiene que ayudar a su madre. Y no quería hacerlo; tiene fe cristiana. Pero tiene que hacerlo, es la única forma que tiene de ganar dinero. En otras palabras, esta criatura absolutamente desesperada. Y va a ser ella que salve a este hombre tan engañado por estas ideas occidentales. Y empieza a hablarle. Le muestra el Evangelio. ‘¡Oh, Evangelio, cualquier cosa menos el Evangelio!’, responde él. Y empieza a hablarle de Jesucristo. Y poco a poco su corazón empieza a ablandarse. Y al final va a ella, creo que hacia el final, para decidir si debería entregarse. ‘¿Qué debo hacer? Me enviarán a Siberia y estaré acabado’. Y ella dice ‘Oh, iré contigo a Siberia’. Y él piensa: —“¿Cómo puede ser? ¿Alguien como ella, lo más bajo de la sociedad? ¿Y me ama? ¿Está dispuesta a ir conmigo a Siberia?”. Finalmente está tan torturado que cae de rodillas ante la policía y dice “¡Yo lo hice! ¡Mátenme, arréstenme!”

 

Y esto es algo muy potente, por cierto, en el temperamento ruso.

 

En el caso de [Sofia][67], ella conservó su Ortodoxia, su cristianismo, aunque externamente era una pecadora: no podía comulgar, vivía en pecado constante. Y él, por su voluntad, había abandonado la fe.

Por eso, esa pureza del cristianismo permanecía en ella, incluso siendo pecadora. De hecho, su misma condición de pecadora tal vez aumentaba esa pureza, porque sabía que no valía nada, que era el último desecho de la sociedad, un caso perdido.
Y por eso pudo predicarle el Evangelio a este estudiante sofisticado —bueno, no tan sofisticado— pero con ideas elevadas y consiguió ablandar su corazón y convertirlo. Después creo que cuenta que fueron a Siberia, habla un poco de ello y dice que el resto es una historia distinta. No te dice qué pasó en Siberia. Porque fue a Siberia y volvió como hombre converso él mismo.

 

Esa es probablemente la más perfecta como obra de arte de Dostoyevsky: todo completo en un solo volumen; no se dispersa. [Fin del pasaje de la conferencia sobre literatura rusa]

 

 

(a)    El Gran Inquisidor:


[Tomado de la conferencia del Curso de Supervivencia de 1980 sobre Nietzsche]

 

Los hermanos Karamázov presenta la misma mentalidad fría y calculador occidental. Iván Karamázov está teorizando sobre sus ideas del Gran Inquisidor. Pero Dostoyevsky deja muy claro que hay una especie de hombrecillo en su estufa que viene una y otra vez a él; es una imagen del diablo, que le sigue dando estas maravillosas ideas. Y así, él va desarrollando esta idea —él sigue pensando que el cristianismo no puede ser verdadero. Tiene discusiones con Aliosha, el hermano menor, que se supone representa al héroe. Aliosha busca el cristianismo verdadero, y ve que sus hermanos están profundamente atormentados.
No tienen paz, y su padre es un sinvergüenza, un depravado del viejo estilo, y sus hijos están marcados por ese legado.
Está Iván, que es el tipo frío, calculador, sin fe en Cristo, incapaz de creer nada de lo que Aliosha dice acerca de Él.

 

 

              La filosofía de Iván Karamázov:

 

              “‘[No puede creer en Cristo…] Para empezar, por el hecho de ser ruso. Las conversaciones rusas sobre tales temas siempre se basan en la más inconcebible estupidez. Y en segundo, también porque cuanto más estúpido es uno, más cerca está de la realidad. Cuánto más estúpido es uno, resulta más claro. La inteligencia es vil, mientras que la estupidez es abierta y honrada. He llevado esta conversación hasta mi desesperación y, cuanto mayor era la estupidez con que la he presentado, tanto más favorable para mí’.

 

              >> ‘Me puedes explicar por qué «no aceptas el mundo»?’ dijo Alyosha.

 

              >> ‘Por supuesto, no es ningún secreto, eso es lo que quería tratar todo este tiempo. Querido hermano, no quiero corromperte o derribar tu fortaleza, quizás quiera ser sanado por ti’. Iván sonrió de repente como un niño amable. Alyosha nunca antes había visto tal sonrisa sobre su rostro.

 

4. Rebelión

 

              >> ‘Debo confesarte algo’ comenzó Iván. ‘Nunca entendí cómo uno puede amar al prójimo. Precisamente a los seres cercanos, a mi modo de ver, es imposible amarlos, en todo caso a los lejanos. No sé dónde leí una vez de Juan el Misericordioso[68], un santo, que cuando un vagabundo hambriento y helando de frio y le pidió que le diese calor, se acostó con él, en la misma cama, lo abrazo y empezó a echarle aliento en la boca purulenta y maloliente a causa de una espantosa enfermedad. Estoy convencido de que lo hizo en un arrebato de falsedad, movido por el deber de amar, por una penitencia que él se hubiese impuesto. Para amar al hombre hace falta que éste se esconda, en cuanto muestra el rostro el amor se desvanece.’

 

              >> ‘El padre Zosima ha hablado de eso en más de una ocasión’ observó Alyosha, ‘dice, también, que el rostro de un hombre suele obstaculizar a muchas personas inexpertas en las cuestiones del amor. Pero en la humanidad hay mucho amor, y casi semejante al amor de Cristo, eso lo sé, Iván…’.

 

              >> ‘Bueno, no sé nada de eso todavía, y no lo puedo entender, y conmigo un número infinito de personas. De lo que se trata es si esto se debe a las malas cualidades de los hombres o si es inherente a su naturaleza. A mi parecer, el amor de Cristo hacia los hombres es un milagro imposible en la tierra. Él era Dios. Pero nosotros no somos dioses. Supongamos, por ejemplo, que yo, sufro intensamente. El otro no puede nunca saber cuánto sufro, pues es otro y no yo. Y lo que es más, en raras ocasiones el hombre concede en reconocer que otro sea un ser sufriente (como si se tratase de una categoría). ¿Por qué crees que no lo concede? Porque, por ejemplo, huelo mal, porque tengo una cara estúpida, porque una vez le pisé el pie. Aparte hay sufrimiento y sufrimiento: el sentimiento humillante, que me rebaja, el hambre, por ejemplo, aun lo admite en mí mi bienhechor; pero un sentimiento un poco más elevado, por una idea, por ejemplo, no; lo acepta en muy raras ocasiones, porque él, por ejemplo, me mirará y verá de pronto que mi cara no es en absoluto como la que debía ser, según su fantasía, es un hombre que sufre por esa idea, por ejemplo. Entonces me priva de sus beneficios, y no porque así se lo dicte su mal corazón. Los mendigos, especialmente los mendigos nobles, nunca deberían mostrarse, sino pedir caridad a través de los periódicos. Uno puede amar a su prójimo en abstracto, o incluso a distancia, pero de cerca casi nunca. Si todo se sucediese como en el teatro, en el ballet, donde los mendigos, cuando aparecen, salen con andrajos de seda y encajes rotos, y piden una limosa bailando graciosamente, tal que uno podría mirarlos con agrado. Pero incluso mirar con agrado, después de todo, no es amar. Pero suficiente de esto. Simplemente quería mostrarte mi punto de vista. Quiero hablar de los sufrimientos de la humanidad en general, aunque será mejor que nos detengamos en los sufrimientos de los niños únicamente. Esto reducirá las proporciones de mi argumentación en diez veces. Tanto peor para mí, desde luego. Pero, en primer lugar, los niños pueden ser amados hasta de cerca, incluso cuando son sucios, incluso cuando son feos (creo, aun así, que los niños nunca son feos). La segunda razón por la que no hablo de adultos es que, además de ser repugnantes y no merecen el amor, tienen una compensación, han comido de la manzana y saben del mal, son «como dioses». Y siguen comiéndola. Pero los niños no han comido nada, y de momento son inocentes. ¿Tienes en estima a los niños? Sé que sí, Alyosha, y entenderás perfectamente por qué prefiero hablar de ellos. Si ellos también sufren horriblemente sobre esta tierra, deben sufrir por los pecados de sus padres, deben ser castigados por sus padres, que han comido la manzana, pero ese razonamiento es del otro mundo y es incomprensible para el corazón del hombre aquí sobre la tierra. Los inocentes no deben sufrir por pecados ajenos, ¡especialmente tales inocentes! Puede sorprenderte, Alyosha, pero yo también aprecio tremendamente a los niños. Y toma nota, los hombres crueles, apasionados, lascivos, karamazovianos, a veces quieren mucho a los niños. Estos, mientras lo son, hasta los siete años, por ejemplo, se hallan terriblemente distanciados de los mayores: como si fuesen seres distintos y de una naturaleza distinta. Conocí en prisión a un criminal que, en su carrera como atracador, asesinó a familias enteras, incluyendo a sus hijos. Pero que, cuando estaba en prisión, sentía afecto por ellos. Pasaba todo el tiempo en la ventana viendo a los niños jugar en el patio de la cárcel… ¿No entiendes por qué cuento esto, Alyosha? Me duele la cabeza y estoy triste’.

 

              >> ‘Hablas de forma extraña’, observó Alyosha intranquilo, ‘como si no fueses tú mismo’.

 

              >> ‘Por cierto, un búlgaro que he frecuentado últimamente en Moscú’, continuó Iván, como si no hubiese escuchado las palabras de su hermano, ‘me habló de los crímenes cometidos por los turcos y los circasianos a lo largo de toda Bulgaria por temor a una insurrección de los eslavos. Queman ciudades, asesinan, violan, clavan a sus prisioneros a vallas por las orejas, los dejan así hasta la mañana, y por la mañana los cuelgan; todo el tipo de cosas que no puedas imaginar. La gente habla a veces de crueldad bestial, pero eso es una gran injusticia e insulto a las bestias; una bestia nunca puede ser tan cruel como un hombre, tan artísticamente cruel. El tigre solo desgarra y roe, eso es todo lo que puede hacer. Nunca pensaría en clavar a la gente por las orejas, aunque fuese capaz de hacerlo. Estos turcos tomaban placer en torturar niños, también; arrancaban a los fetos de los vientres de sus madres, lanzándolos al aire y clavándolos en bayonetas ante los ojos de las madres, y era esto último lo que daba especial ánimo a la diversión. Aquí hay otra escena que encontré muy interesante. Imagina una madre temblando con su bebé en brazos, un círculo de turcos invasores alrededor de ella. Han planeado un divertimento: juegan con un bebé, ríen para hacerlo reír. Lo logran, el bebé ríe. Entonces un turco apunta una pistola a cuatro pulgadas de la cara del bebé. El bebé ríe con inocencia, acerca las manos a la pistola, y el turco pulsa el gatillo y vuela los sesos del bebé. Artístico, ¿no? Por cierto, a los turcos les gusta particularmente el dulce, según se dice’.

              >> ‘Hermano, ¿a dónde quieres llegar?’ preguntó Alyosha.

              >> ‘Creo que si el diablo no existe, y por consiguiente, lo creó el hombre, lo hizo a su imagen y semejanza’.

              >> ‘’En tal caso, lo mismo que a Dios’, observó Alyosha.

              >> ‘«Resulta maravillosa la manera que tienes de torcer las palabras», como dice Polonio en Hamlet’, rio Iván. ‘Giras mis palabras contra mí. Bueno, me alegro, será tú Dios, si el hombre lo creó a su imagen y semejanza. Me preguntabas a qué viene todo esto: Verás, me gusta, recoger ciertos hechos e incluso copio anécdotas de cierto tipo de los periódicos y libros, y tengo ya una buena colección. Los turcos, por supuesto, han entrado en ella, pero son extranjeros. También guardo cosas de nuestro país que en nada tienen que envidiar a las turcas. Entre nosotros se da más el palo, el látigo, esa es nuestra institución nacional. Clavar oídos es impensable para nosotros pues somos, al fin y al cabo, europeos. Pero la vara y el látigo los llevamos siempre encima nadie nos lo puede quitar. En el extranjero parece que no azotan ahora, puede que las costumbres se hayan depurado o se ha legislado para que no flagelen a los hombres. Pero tienen que hacerlo de alguna manera tan nacional como la nuestra. Y tan nacional que sería casi imposible entre nosotros, aunque creo que se nos está inoculando, ya que el movimiento religioso comenzó en nuestra aristocracia. Tengo un encantador panfleto, traducido del francés, que describe cómo, hace bastante poco, cinco años, un asesino, Richard, fue ejecutado; un hombre joven. Creo que, de 23 años, que se arrepintió y se convirtió a la fe cristiana en el cadalso mismo. Este Richard era un hijo ilegitimo; los padres, cuando tenía seis años, lo regalaron a unos pastores en las montañas suizas y estos lo criaron con la intención de emplearlo en su trabajo... Creció como una pequeña bestia entre ellos. Los pastores no le enseñaron nada, y apenas lo vestían o alimentaban, pero lo enviaron con siete años a pastorear el rebaño bajo el frio y la lluvia, y nadie tenía reparos o escrúpulos en tratarlo así. Muy al contrario, pensaban que tenían todo derecho, pues Richard les había sido otorgado como propiedad, y ni siquiera veían la necesidad de alimentarlo. Richard mismo describe cómo en aquellos años, como el hijo pródigo del Evangelio, deseaba comer de la malta que se le daba a los cerdos para engordarlos. Pero no le daban eso siquiera, y le pegaban cuando robaba de los cerdos. Y así pasó toda su infancia y juventud, hasta que creció y pudo escapar y ser un ladrón. El salvaje empezó a ganarse la vida como obrero en Génova. Bebía lo que ganaba, vivía como un bruto, y acabó matando y robando a un anciano. Fue capturado, juzgado y condenado a muerte. No son sentimentalistas allí. Y en prisión fue inmediatamente rodeado por pastores, miembros de hermandadas cristianas, damas filantrópicas, etcétera. Le enseñaron a leer y escribir y le enseñaron el Evangelio. Lo exhortaron incesantemente hasta que al fin confesó solemnemente su crimen’.

 

              >> [Más adelante] ‘¡pero se trata solo del absurdo euclidiano, pues yo sé que no puedo avenirme a vivir en conformidad con él!; debo tener justicia, o me destruiré. Y no justicia en un remoto tiempo y espacio infinito, sino aquí sobre la tierra, que pueda ver yo mismo. Creo en ella y quiero verla, y si para entonces estoy muerto, que se me resucite, pues si todo eso sucede sin mí, será demasiado injusto. Ciertamente no he sufrido solo para que mis crímenes y mis sufrimientos fertilicen el suelo de la futura armonía para algún otro. Quiero ver con mis propios ojos a la gacela yacer con el cordero a la víctima abrazar a su asesino. Quiero estar ahí cuando todos empiecen a entender para qué ha sido todo. Todas las religiones del mundo se erigen en torno a esta creencia, y soy creyente. Pero hay niños, ¿y que se va a hacer respecto a ellos? Esa es una pregunta que no puedo contestar. Cien veces repito, hay muchas preguntas, pero solo pregunto por los niños, porque en su caso lo que pregunto es tan incontestablemente claro. ¡Escucha! Si todos deben sufrir para pagar por la armonía eterna, ¿qué tienen que ver con ello los niños, dime, por favor? Está más allá de toda nuestra comprensión el por qué deberían sufrir y pagar por la armonía. ¿Por qué deberían ellos, también, ser el material que enriquezca el suelo de la futura armonía? Entiendo la solidaridad en el pecado entre los hombres. Entiendo la solidaridad en la retribución, y si es cierto que son solidarios con los padres de todas las maldades de éstos, esta verdad, se entiende, no es de este mundo y yo no puedo concebirla. Algún bromista dirá, quizás, que el niño habría crecido y pecado, pero no lo viste crecer, fue desmembrado por los perros, con ocho años. ¡Oh, Alyosha, no estoy blasfemando! Entiendo, por supuesto, qué revuelta del universo habrá, cuando todo en el cielo y la tierra se una en un himno de alabanza y todo lo que vive y ha vivido proclamará: «Eres justo, Oh, Señor, pues tus caminos han sido revelados». Cuando la madre abrace al que arrojó a su hijo a los perros y los tres canten llorando «Eres justo, Oh, Señor». Entonces, claro, la corona del conocimiento habrá sido alcanzada y todo estará claro. Pero no puedo aceptar esa armonía. Y mientras estoy aquí en la tierra, procuraré tomar mis medidas. Verás, Alyosha, quizás realmente suceda que, si vivo para ver ese momento yo, también, pueda alzarme y cantar con el resto, viendo a la madre abrazar al torturador de niños, «Eres justo, Oh, Señor», pero no querría cantar entonces. Mientras aun haya tiempo, me protejo a mí mismo y así renuncio a la armonía celestial misma. ¡Esta armonía no vale la lágrima de un solo niño martirizado que se golpea el pecho con su puñito y encerrado en un lugar inmundo reza a su «Dios» con lágrimas que no fueron redimidas! Deben serlo, o no hay armonía. Pero, ¿cómo? ¿Cómo vas a expiarlas? ¿Es posible? ¿Vengándolas? Pero, ¿qué me importa vengarlas? ¿Qué me importa un infierno para los opresores? ¿Qué bien puede hacer un infierno, si esos niños ya han sido torturados? Y, ¿qué es de la armonía si hay infierno? Quiero abrazar, quiero perdonar, no quiero más sufrimiento. Y si los sufrimientos de los niños van a inflar la suma de los sufrimientos que era necesaria para pagar por la verdad, entonces protesto que la verdad no merece tal precio. ¡No quiero que la madre abrace al opresor que arrojó a su hijo a los perros! ¡Que no se atreva a perdonarlo! Si quiere, que lo perdone por lo que a ella se refiere, que en su infinito dolor maternal perdone al verdugo. Pero los sufrimientos de su hijo torturado no tiene derecho a perdonarlos; que no se atreva a perdonar al torturador, incluso si el hijo lo perdonase. Y si eso es así, ¿si el niño no perdona, qué es de la armonía? ¿Hay en el mundo entero un ser que tenga derecho a perdonar y perdone? No quiero armonía. Por amor de la humanidad, no la quiero. Preferiría quedarme con el sufrimiento sin vengar, preferiría quedarme insatisfecho con mi sufrimiento y mi indignación, aunque no tenga razón. Además, se exige un precio demasiado alto por la armonía; está allende nuestros medios pagar tanto para llegar a ellas. Así que me apresuro a devolver mi billete de entrada, y si soy un hombre honesto debo devolverlo tan pronto pueda. Y eso hago. No es que no acepte a Dios, Alyosha, es que le devuelvo respetuosamente el billete’.

 

              >> ‘Eso es una rebeldía’, murmuró Alyosha, mirando al suelo.

 

              >> ‘¿Rebeldía? Lamento que lo llames así’, dijo Iván de todo corazón. ‘Uno difícilmente puede vivir en rebeldía, y yo quiero vivir. Dime tú mismo, te reto; contesta. Imagínate que estás creando un diseño del destino humano con el objeto de hacer al hombre feliz al fin, darle paz y descanso, pero que fuese esencial e inevitable torturar hasta la muerte una sola pequeña criatura – ese pequeño bebé batiendo su pecho con su puñito, por ejemplo – y fundar ese edificio sobre sus lágrimas sin vengar, ¿consentirías ser el arquitecto de esas condiciones? Dime, y dime la verdad’.

 

              >> ‘No, no consentiría’, dijo Alyosha tenuemente.

 

              >> ‘¿Y puedes consentir la idea de que los hombres para quien estás construyéndolo aceptarían su felicidad sobre la base de la no expiada sangre de una pequeña víctima? ¿Y que aceptándola serían por siempre felices?’.

 

              >> ‘No, no puedo aceptarla, hermano’, dijo Alyosha de repente, con ojos centelleantes, ‘acabas de decir ¿hay en el mundo entero un ser que tendría el derecho de perdonar y perdonaría? Pero hay un Ser y Él puede perdonar todo, por y para siempre, porque Él dio Su sangre inocente para todos y todo. Lo has olvidado, y sobre Él se erige el edificio, y dirigiéndose a él exclamarán “Eres justo, Oh, Señor, pues has revelado tus designios”’.

 

              >> ¡Ah, el Uno sin pecado y Su sangre! No Lo he olvidado; al contrario, me he estado preguntando todo este rato cómo es que no habías hablado de él hasta ahora, pues normalmente todos los argumentos que empleas lo ponen en primer plano. Sabes, Alyosha, ¡no te rías! Escribí un poema hará cosa de un año. Si puedes desperdiciar otros diez minutos en mí, te lo contaré’.

 

              >> ‘¿Escribiste un poema?’

 

              >> ‘No, no lo escribí’ rio Iván, ‘y no he escrito dos líneas de verso en mi vida. Pero me inventé este poema en prosa y lo recordé. Estaba ensimismado cuando lo ideé. Serás mi primer lector, es decir, mi primer oyente. ¿Por qué el autor ha de perder, aunque sea un único oyente? ¿Quieres que te lo cuente?’.

 

              >> ‘Soy todo oídos’, dijo Alyosha.

 

              >> ‘Mi poema se llama “El Gran Inquisidor”; es algo ridículo, pero quiero contártelo.[69]

 

 

(b)    El Gran Inquisidor:

 

              Así, idea al Gran Inquisidor, que representa la idea del Anticristo, pero basada en los ideales de la Iglesia de Roma, esto es, en todas las malas ideas de la Iglesia romana que dieron lugar a la Inquisición y a toda esta noción de cálculo racional que sustituye al verdadero cristianismo del corazón.  Así que elabora esta idea muy —de algún modo— revolucionaria de una dictadura en la que se da al pueblo pan y circo, e incluso quizá se le da religión, pero sin que haya ninguna realidad detrás; es decir, sin vida eterna, sin Dios. Y el pueblo es engañado para mantenerlo tranquilo...

 

              “Entró discretamente, sin ser observado, y aun así, por raro que parezca, todos Lo reconocieron. Ese quizá sea uno de los mejores pasajes del poema. Quiero decir, el por qué lo reconocen. El pueblo se siente irresistiblemente llamado a Él, Lo rodea, Lo sigue. Él camina silencioso entre ellos con una sonrisa de infinita compasión. El sol del amor arde en Su corazón, luz y poder sonríen desde Sus ojos, y Su resplandor, y al desparramarse entre la gente, mueve a sus corazones con amor. Les ofrece Su mano, los bendice, y una virtud sanadora viene de Su contacto, incluso del de Sus ropajes. Un anciano entre la multitud, ciego desde la infancia, grita ‘¡Cúrame, Señor, para que pueda verte!’ y de sus ojos se desprenden como unas escamas y el ciego Lo ve. La multitud llora y besa la tierra bajo Sus pies. Los niños Le lanzan flores, cantan y gritan hosanna. ‘¡Es Él! ¡Es Él’ dicen todos. ‘Debe ser Él, ¡no puede sino ser Él!’. Se detiene en los escalones de la catedral de Sevilla en el momento en que los penitentes traen un pequeño ataúd blanco abierto. En él yace una niña de siete años, la única hija de un ciudadano prominente. Yace cubierta de flores, y el gentío grita a la madre que llora ‘¡Él curará a tu niña!’. El sacerdote, que sale de la catedral al encuentro del ataúd, se muestra perplejo y frunce el ceño, pero he aquí que estalla el clamor de la madre de la muerta. Se arroja a Sus pies con un llanto. ‘Si eres Tú, ¡resucita a mi hija!’, exclama, tendiendo hacia Él sus manos. La procesión se detiene y deja el ataúd a Sus pies. Mira con compasión, y Sus labios una vez más dicen suavemente ‘Talita cumi’ ‘¡Levántate, doncella!’, y así sucede. La niña se sienta y mira a su alrededor, sonriendo con ojos despiertos, sosteniendo un haz de rosas blancas que habían puesto en su féretro.

 

              >>Hay gritos, sollozos y confusión entre el pueblo, y en ese momento el cardenal mismo, el Gran Inquisidor, pasa por la catedral. Es un anciano de casi 90 años, alto y erguido, de cara enjuta y ojos hundidos, en los que todavía brilla una chispa de fuego. No está vestido con su hermoso atuendo de cardenal, como lo estaba el día anterior, cuando quemaba a los enemigos de la Iglesia de Roma; portaba tan solo su vieja y tosca sotana de monje. A lo lejos lo seguían sus tristes ayudantes y esclavos y la ‘santa guardia’. Se detiene al ver a la multitud y la observa desde lo lejos. Ve todo: cómo apoyan el ataúd a Sus pies, cómo la niña se levanta; su rostro se ensombrece. Arruga sus gruesas cejas grises y sus ojos destellan en su siniestro rostro. Indica con el dedo a los guardas que Lo detengan. Y es tal su poder, tan completamente están sometidos a él en temblorosa obediencia, que el gentío inmediatamente abre camio a los guardias, y en el medio de un silencio mortal Lo agarran y alejan. La multitud se arrodilla toda, como un solo hombre, ante el Gran Inquisidor. Bendice a la gente en silencio y sigue su camino. Los guardas llevan al prisionero a una tenebrosa y abovedada prisión en el antiguo palacio de la Santa Inquisición y Lo encierran. Pasa el día, llega la oscura, calurosa e  día pasa y ‘irrespirable’ noche de Sevilla. El aire está ‘lleno de la fragancia del laurel y el limón’. En la absoluta oscuridad la puerta de hierro del presidio se abre repentinamente, y el Gran Inquisidor mismo entra sosteniendo un farol. Se detiene en la entrada y por un minuto o dos observa Su rostro. Al fin, se acerca lentamente, deja el candil en la mesa y habla.

 

              >> ‘¿Eres Tú? ¿Tú?’ y, al no recibir respuesta, añade ‘No respondas, mantente en silencio. ¿Qué podrías Tú decir, de hecho? Sé demasiado bien lo que dirías. Y no tienes ningún derecho a añadir nada a lo que has dicho de antaño. ¿Para qué has venido a estorbarnos? Pues has venido a estorbar y tú mismo lo sabes. ¿Pero sabes lo que sucederá mañana? No me importa quién eres ni me importa saber si eres Tú o tan solo una reminiscencia de Él, pero mañana Te condenaré y quemaré en la hoguera como el peor de los herejes. Y los mismos que hoy besaban Tus pies, mañana, ante el menor gesto mío, se lanzaran apresurados a avivar las brasas de Tu hoguera. ¿Sabes eso? Sí, quizá lo sepas’ añadió pensativo, sin apartar su mirada ni un momento del prisionero.

 

              ‘No entiendo, Iván. ¿Qué significa?’ Alyosha, que había estado escuchando en silencio, dijo sonriente. ¿Es tan solo una fantasía disparatada, o un error por parte del anciano – un imposible qui pro quo?[70]

 

              >> ‘Tómalo por eso último’, dijo Iván riendo, ‘si estás tan corrompido por el realismo moderno y no puedes soportar nada fantástico. Si quieres que se trate de un caso de qui pro quo, así sea. Una cosa es cierta’, siguió riendo, ‘se trataba de un viejo de noventa años y muy bien había podido ocurrir que su idea le hubiese hecho perder el juicio. Podría haberse sorprendido por la apariencia del Prisionero. Podría, de hecho, ser un mero delirio suyo, las quimeras de un anciano nonagenario, sobreexcitado por el auto de fe de cien herejes el día anterior. ¿Pero nos importa si se trata de un error o una fantasía aventurada? De lo único que aquí e trata es de que el viejo debía manifestar su pensamiento y que a los noventa años lo hace, dice en voz alta lo que durante esos noventa años había tenido callado.

 

              >> ‘¿Y el prisionero está también en silencio? ¿Acaso Él lo observa y no dice una palabra?’

 

              >> ‘Así tiene que ser, incluso en todos los casos’, ríe Iván de nuevo. ‘El viejo Le ha dicho que no tiene derecho a añadir nada a lo que ha dicho de antaño. Se podría decir que esta la característica principal del catolicismo romano, al menos en mi opinión. ‘Todo fue trasmitido por Ti al Papa’, dicen, ‘así que ahora todo poder está en poder del Papa, y harías mejor en no venir en absoluto, no nos molestes, al menos, hasta que llegue el momento’. Así es como hablan y escriben, también; al menos los jesuitas. Lo he leído yo mismo en las obras de sus teólogos. ‘¿Tienes Tú derecho a revelar ni un solo misterio del mundo de donde has venido?’ le pregunta mi anciano, y responde por Él; “No, no; no puedes añadir nada a lo que se dijo antaño, ni tomar de los hombres la libertad que exaltaste cuando estuviste en la tierra. Sea lo que sea que anuncies atentara contra la libertad de creer de los hombres, pues será como un milagro, mientras que su libertad de fe era para Ti lo más amado aquellos días, hace mil quinientos años. ¿No solías decir entonces «Os haré libres»? Pues bien, ahora has visto a esos hombres libres’ – agrega de pronto el viejo con una pensativa e irónica sonrisa –. Sí, esto nos ha costado muy caro – agrega mirándole con severidad –, pero, pero al menos hemos concluido ese trabajo en Tu nombre. Quince siglos nos ha atormentado Tu libertad, pero ahora la cuestión ha sido terminada, y terminada definitivamente. ¿No crees que es bueno que se haya acabado? Me miras con compasión y no te dignas siquiera a ser iracundo conmigo. Has de saber que ahora y precisamente ahora estas gentes están convencidas más que nunca de que son completamente libres, cuando ellas mismas nos han traído su libertad y la han puesto sumisamente a nuestros pies. Pero eso fue nuestra labor. ¿Fuiste Tú el que lo consiguió? ¿Fue esta Tu libertad?”.

 

              >> “Sigo sin entender”, irrumpió Alyosha. “¿Ironiza, bromea?”

 

              >> “¡Ni por asomo! Clama como mérito suyo de su Iglesia que al menos ellos han aniquilado la libertad y lo han hecho para hacer feliz al hombre. ‘Pues solo por ahora’ (se refiere, claro, a la Inquisición) ‘por primera vez se ha hecho posible pensar en la felicidad de los hombres. El hombre fue creado rebelde, ¿y cómo pueden los rebeldes ser felices? Fuiste advertido’ Le dice, ‘no te faltaron advertencias e indicaciones, pero tú no las escuchaste, rechazaste la única forma que podría llevar a la felicidad de los hombres. Pero, por suerte, cuando te marchaste nos entregaste el trabajo. Has prometido, afirmaste con Tu palabra, nos has dado el derecho de atar y desatar, y ahora, por supuesto, no puedes pretender quitárnoslo. ¿Por qué, pues, has venido a estorbar?’”.

 

              >> “¿Qué significa entonces ‘advertencias e indicaciones?”, preguntó Alyosha.

 

              >> “Esto es lo principal de cuanto el viejo debía manifestar”.

 

              >> “‘El sabio y temible Espíritu, el espíritu de la autodestrucción y la inexistencia’, continúa el anciano, ‘el gran espíritu habló contigo en el desierto, y se nos cuenta en los libros que Te ‘tentó’. A Ti. ¿No es así? ¿Se podría decir algo más verdadero de lo que él te manifestó en las tres preguntas que tú rechazaste, y que en los libros son llamadas «tentaciones»? Si ha habido alguna vez un verdadero y hermoso milagro sobre la tierra, tuvo lugar aquel día, el día de las tres tentaciones. El planteamiento de esas tres preguntas es de por sí un milagro. Si fuese posible imaginar que esas tres preguntas del temible espíritu hubiesen desaparecido completamente de los libros, y que tuviésemos que restaurarlas e inventarlas de nuevo, y para ello reuniésemos a todos los hombres sabios de la tierra – gobernantes, sumos pontífices, hombres instruidos, filósofos, poetas – pidiéndoles que discurriesen y redactasen tres preguntas que, además de corresponderla a la magnitud del acontecimiento, expresasen en tres palabras, solo en tres frases humanas, toda la historia futura del mundo y de la humanidad ¿crees que toda la sabiduría de la tierra, toda reunida, podría concebir algo semejante, por su fuerza y profundidad, a las tres preguntas que Te preguntó el sabio y poderoso espíritu en el desierto? En tan solo esas preguntas, del milagro de que fuesen formuladas, podemos ver que no se trata tan solo de la pasajera inteligencia humana, sino con la eterna y absoluta. Pues en esas tres palabras la entera historia humana es, por así decir, unida en un solo punto, y profetizada, y en ellas se unen todas las contradicciones irresueltas de la vida humana. En el momento quizás no estuviese tan claro, pues el futuro aún era desconocido; pero, ahora que han pasado mil quinientos años, vemos que todo quedó tan justamente adivinado y profetizado en aquellas tres preguntas, y ha sido tan exactamente cumplido, que nada puede añadírseles o quitárseles’.

 

              >> Juzga tú mismo quién tenía razón – ¿Tú o el que Te preguntó entonces? Recuerda la primera pregunta; aunque no literalmente su significado era este: «Quieres ir al mundo, y vas con las manos vacías, con la promesa de una libertad que los hombres en su simplicidad y en su natural desenfreno no pueden siquiera comprender, que les aterra; pues nada ha sido más insoportable para el hombre y la sociedad humana que la libertad. Pero, ¿ves estas piedras en este desnudo y abrasado desierto? Conviértelas en pan, y la humanidad te seguirá como un ganado de ovejas, agradecida y obediente, aunque temblando por siempre, no vaya a ser que apartes Tu mano y les niegues Tu pan». Pero Tú no quisiste privar al hombre de la libertad y rechazaste la oferta, pensando, ¿qué es la libertad si se compra con pan? Respondiste que no solo de pan vive el hombre. Pero, ¿sabes que en nombre de ese mismo pan terrenal se iba levantar contra ti el espíritu de la tierra, lucharía contigo y te vencería?, y seguiría tras él, exclamando: ‘¡¿Quién es semejante a esa bestia que nos dio el fuego del cielo?![71]’ ¿Acaso no sabes que pasarán las edades, y la humanidad proclamará en los labios de sus sabios que no hay crimen, y por tanto no hay pecado; que tan solo hay hambre? ‘¡Dadles de comer, y entonces podrás pedirles que sean virtuosos!’, eso escribirán en sus banderas, que alzarán contra Ti, y con las que destruirán Tu templo. Donde se alzaba Tu templo, se levantará un nuevo edificio; la terrible torre de Babel se alzará de nuevo y aunque, esta torre tampoco llegue a ser terminada, como la antigua, a pesar de todo, Tú hubieras podido evitarla y reducir en mil años los sufrimientos de los hombres; los aquellos volverán con sus sufrimientos de nuevo a nosotros tras un milenio de agonía con su torre. Nos buscaran entonces de nuevo bajo tierra, en las catacumbas de donde nos habíamos ocultado (porque sufriremos nuevas persecuciones y martirios), nos encontraran y clamarán ante nosotros: ‘¡Dadnos pan, pues los que prometieron, el fuego de los cielos no nos lo han dado!’ y entonces acabaremos de construir su torre, pues aquel que termine el edificio les dará pan. Y nosotros solos los alimentaremos en Tu nombre. Oh, ¡jamás, jamás podrán alimentarse sin nosotros! Ninguna ciencia les dará pan mientras permanezcan libres, pero la cosa terminará en que ellos traerán su libertad a nuestros pies y al final nos dirán: ‘Es mejor que nos esclavicéis y nos deis de comer’. Entenderán ellos mismos, al fin, que no puede haber a la vez libertad y pan para todos, ¡pues nunca, jamás sabrán compartir entre ellos! Los convenceremos, también, que nunca pueden ser libres, pues son débiles, viciosos, insignificantes y rebeldes. Les prometiste el pan del Cielo, pero, repito, ¿puede compararse con el pan terrenal a ojos de la débil, siempre pecaminosa e innoble raza del hombre? Y, si en busca del pan del Cielo miles y decenas de miles han de seguirte, ¿qué sea de los millones y decenas de miles de millones de criaturas que no han de tener la fuerza para olvidar el pan terrenal por el celestial? ¿Acaso Te importan tan solo las decenas de miles de los grandes y fuertes, mientras que los millones, numerosos como las arenas del mar, que son débiles, pero Te aman, han de existir solo de mero material para los grandes y poderosos? No, también nosotros queremos a los débiles. Son pecaminosos y rebeldes, pero al fin serán también obedientes. Se maravillarán de nosotros y nos verán como dioses, pues estamos dispuestos a soportar la libertad que tanto les ha horrorizado, y a gobernarles; ¡tan temible les resultará ser libres! Pero nosotros diremos que te obedecemos a ti e imperamos en tu nombre. Les engañamos de nuevo, porque ya no te permitimos que vengas a nosotros. En este engaño se cifrará nuestro sufrimiento, pues debemos mentir.

 

              >>Esto significa la primera pregunta del desierto, y que tú has rechazado en nombre de una libertad que has exaltado, sobre todo. Y en esta pregunta subyace el gran secreto de este mundo. Al aceptar ‘panes’, tu habrías satisfecho el ansia universal y eterna de la humanidad, encontrar alguien a quien venerar. Mientras el hombre sea libre, no busca nada tan incesante y dolorosamente como alguien a quien venerar. Pero el hombre ansía venerar lo que se ha establecido más allá de toda disputa, para que todos los hombres puedan ponerse de acuerdo en venerarlo. Porque la preocupación estas lamentables criaturas no se reduce a buscar aquello ante lo que yo u otro debemos inclinarnos, sino que trata de encontrar algo en loque todos crean yante lo que todos se inclinen, con la condición obligatoria de que han de ser todos juntos. Esta sed de comunidad en la veneración es la principal miseria de cada hombre concreto y de la humanidad entera desde el principio de los tiempos. En nombre de la veneración conjunta se han masacrado con la espada. Han erigido dioses y se han desafiado los unos a los otros, ‘¡Dejad atrás vuestros dioses y venid a venerar a los nuestros, u os mataremos a vosotros y vuestros dioses!’ Y así será en el fin del mundo, aun cuando los dioses hayan desaparecido de la tierra; caerán ante los ídolos como si fuesen dioses. Tú sabías, es imposible que no supieses, este secreto esencial de la naturaleza humana, pero rechazaste la única bandera infalible que se Te ofreció para hacer a todos los hombres arrodillarse ante Ti; la consigna del pan terrestre; la rechazaste por la libertad y por el pan celestial. Mira lo que has causado. ¡Y todo en nombre de la libertad! Te digo que ningún hombre es atormentado por una ansiedad mayor que la de encontrar a quien pudiera entregar cuanto antes aquel don de la libertad con el que este desgraciado ser nace.

Pero solo alguien que pueda apaciguar sus conciencias puede hacerse cargo de la libertad. En el pan se Te ofreció un estandarte invencible: da pan, y el hombre te venerará, pues nada es más tangible que el pan. Pero si alguien gana posesión de su conciencia; ¡ay! Entonces arrojará Tu pan y seguirá al que ha atrapado su conciencia. En esto tenías razón. Pues el secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para que se vive. Sin una noción firme de para que ha de vivir, el hombre no aceptará la vida y el hombre no aceptaría seguir viviendo, y preferiría destruirse que seguir en la tierra, aunque tuviese pan abundante. Esto es así, pero ¿qué resultó? ¡En vez de adueñarte de la libertad de los hombres, la aumentaste todavía más! ¿O has olvidado que la tranquilidad y hasta la muerte son para el hombre preferibles a la libre elección del conocimiento del bien y el mal?

 

Nada seduce más al hombre que su libertad de conciencia, pero nada causa mayor sufrimiento. Y en vez de adoptar unas bases firmes para tranquilizar la conciencia humana de una vez para siempre, tomaste todo cuando hay de extraordinario, enigmático e indefinido. Escogiste lo que estaba más allá de la fuerza del hombre, actuando como si no los amases para nada – ¡Tú que viniste a dar Tu vida por ellos! En lugar de tomar la posesión de la libertad del hombre, la incrementaste, y la abrumaste por los siglos de los siglos con sus sufrimientos del reino espiritual del hombre. Tu deseabas el amor digno del hombre, que él te siguiese libremente, seducido y cautivado por Ti. En lugar de la rígida antigua ley, el hombre debía desde entonces decidir por sí mismo con un corazón libre lo que es el bien y el mal, teniendo solo Tu imagen ante él como guía. ¿Pero no sabías que acabaría por rechazar incluso Tu verdad y Tu imagen, al pesarle tanto la terrible carga del libre albedrío? Gritarán al fin que la verdad no está en ti, pues no podrían haber sido abandonados en mayor confusión y sufrimiento que el que Tú has causado, cargando sobre ellos tantas preocupaciones y problemas irresolubles.

 

              >> Así, que, en realidad, Tú mismo pusiste los cimientos de la destrucción de Tu reino, y a nadie más se puede culpar de ello. ¿Y que se Te ofreció? Hay tres poderes, tres poderes solamente, capaces de conquistar y mantener cautiva por siempre la conciencia de estos impotentes rebeldes, para su felicidad – esas fuerzas son el milagro, el misterio y la autoridad. Las has rechazado todas y has sentado el precedente para hacerlo. El hombre no busca tanto Dios sino lo milagroso. Y, como el hombre no soporta estar sin lo milagroso, creará nuevos milagros por sí mismo, y venerará ingenios de brujería y magia, aunque pueda ser cien veces rebelde, hereje e infiel… Tú no querías esclavizar al hombre con un milagro, y ansiaste la fe libre, no basada en el milagro… Te lo juro ¡tal como ha sido creado el hombre es más débil y bajo de lo que tú te imaginabas! Mostrándole tanto respeto dejaste de sentir por él, pues pediste demasiado de él – ¡Lo has amado más que a ti mismo! Respetándolo menos, habrías pedido menos de él. Eso habría sido más parecido al amor, pues esta carga habría sido más ligera. ¿No podías simplemente haber venido a los elegidos y para los elegidos? Pero, en todo caso, es un misterio y no podemos entenderlo… Hemos corregido Tu trabajo y lo hemos asentado sobre el milagro, el misterio y la autoridad… ¿Acaso no amamos a la humanidad, tan cariñosamente reconociendo su debilidad, amorosamente aligerando su carga, y permitiendo a su débil naturaleza incluso pecar bajo nuestra connivencia? Tomamos de aquél lo que Tú rechazaste, ese último don que Te ofreció, mostrándote todos los reinos de la tierra. Lo tomamos de Roma y la espada del Cesar, y nos proclamamos los únicos gobernantes de la tierra… reyes únicos, y planificaremos la felicidad universal del hombre, aunque hasta ahora no hayamos podido llevar nuestra empresa hasta su completo término… Y sin embargo, tu hubieras podido tomar entonces la espada del César ¿Por qué rechazaste este último don?  Al aceptar este tercer consejo se adquiere todo cuanto el hombre busca en la tierra: ante quién inclinarse, alguien a quien entregar su conciencia y los medios para unirse a todos en una unánime colonia de hormigas, pues el ansia de la unidad universal es la tercera y última angustia del hombre. La humanidad en su conjunto ha intentado siempre organizar un Estado universal… Pasaran siglos de excesos del libre pensamiento, de su ciencia y antropofagia, porque al iniciar la construcción de su torre de Babel sin nosotros, acabaran en la antropofagia. Pero entonces es cuando la fiera se arrastrará hacia nosotros y lamerá nuestros pies… Y nos sentaremos sobre la bestia y alzaremos la copa, y en ella estará escrito, «Misterio». Pero entonces, y solo entonces, llegará el reino de la felicidad y la paz a los hombres. Tú te enorgulleces de Tus elegidos únicamente, pero nosotros tranquilizaremos a todos. Y, además, cuántos de esos elegidos, esos poderosos que podrían convertirse en elegidos, se han cansado de esperarte, y han transferido y transferirán los poderes de su espíritu y el calor de su corazón al otro bando, y acabarán por levantar su libre estandarte contra Ti… La libertad, el librepensamiento y la ciencia los llevarán a tales laberintos y les harán confrontar a tales maravillas y misterios irresolubles que algunos de ellos, los fieros y rebeldes, se destruirán; otros, los rebeldes, pero débiles, se destruirán los unos a los otros; mientras, el resto, débiles e infelices, se arrastrarán ante nuestros pies y lloriquearán: ‘Sí, teníais razón, tan solo vosotros tenéis Su misterio, y volvemos a vosotros, salvadnos de nosotros mismos’.

 

              >>Y todos serán felices, todos los millones de criaturas excepto las cien mil que las gobiernen. Pues solo nosotros, nosotros que somos guardianes del misterio, seremos infelices. En paz morirán, en paz expirarán en tu nombre, y allende la tumba no hallarán más que la muerte. Pero nosotros mantendremos el secreto, y en nombre de su felicidad los atraeremos con el regalo del cielo y la eternidad”.

 

              “El Gran Inquisidor llevará a los hombres conscientemente a la muerte y la destrucción, y aun así los engañará a lo largo de todo el camino para que no se percaten de hacia dónde se dirigen, para que las pobres ciegas criaturas puedan al menos pensarse felices durante el camino”.

 

              El Gran Inquisidor dice, ¿cómo puedes amar al hombre? Es una criatura terrible, repugnante, esta criatura caída. Puedes cuidarlos y darles lo que necesitan, pero, ¿cómo puedes amarlos? Y Cristo es el que ama al hombre.

 

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[1] Saunders, J.J. The Age of Revolution: A survey of European History Since 1915, Hutchinson & Co., Ltd., sin fecha. Pág. 19.

[2] Ibid., pág. 20.

[3] Citado de Randall, op. Cit., p. 433.

[4] Fr. Seraphim’s notes for “Order” chapter of Anarchism book includes quote from Ensayo Sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el SocialismoEssays on Catholicism, Liberalism, and Socialism, J.F. Wagner, Nueva York, 1925, Libro I, Capitulo 1, p. 13: «La teología, considerada en su acepción más general, es el tema perpetuo de todas las ciencias, así como Dios es el tema perpetuo de todas las especulaciones humanas. Toda palabra que sale de la boca del hombre es una afirmación de la Divinidad, incluso aquella con la que lo blasfema o lo niega.»

[5] Cortes, Juan Donoso, An Essay on Catholicism, Authority and Order, Joseph F. Wagner, Inc., New York, 1925, reimpreso por Hyperion Press, Inc. Westport, Connnecticut, 1979. Libro I, capitulo 1, pág 1: “Mr. Proudhon ha escrito, en sus Confesiones de un revolucionario, estas notables palabras: “Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de Mr. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas”

[6] Ibid., libro, II, pág. 165

[7] Extraido del libro en castellano, Juan Donoso Cortes; Ensayo sobre el catolicismo, liberalismo y el socialismo, pag 216. Almar ediciones. Salamanca, España, 2003.

[8] Cortes, Juan Donoso, An Essay on Catholicism, libro II, págs 166-168.

[9] Ibid, pág 197.

[10] DeMaistre, Joseph, The Works of Joseph de Maistre, Jack Lively traductor, editorial MacMillan Co., Nueva York, 1965, págs 191-192: «Pero permitidme que, advertido por tan tristes expresiones, detenga un instante vuestras miradas sobre un objeto que choca sin duda al pensamiento, pero que es, sin embargo, muy digno de ocuparle. De esta prerrogativa temible de que os hablaba poco ha, resulta la existencia necesaria de un hombre destinado a imponer a los hombres los castigos decretados por la justicia, humana; y ese hombre, en efecto, se encuentra en todas partes, sin que haya ningún medio de explicarse el cómo; porque la razón no descubre en la naturaleza del hombre ningún motivo capaz de determinar la elección de este oficio. Yo os conceptúo muy acos tumbados a reflexionar, señores, para que no os haya sucedido muchas veces el que meditaseis sobre la existencia del verdugo. ¿Qué ser tan inexplicable es éste que prefiere a todos los oficios agradables, lucrativos y aun honoríficos, que se ofrecen por do quiera a la fuerza o a la destreza humana, el de atormentar y matar a sus semejantes? Esta cabeza, este corazón, ¿se han formado como los nuestros? ¿No contienen nada de particular y de extraño a nuestra naturaleza? En cuanto a mí, no puedo dudarlo. Está formado como nosotros exteriormente; nace como nosotros, pero es un ser extraordinario, y para que exista en la familia humana es menester un decreto particular, un Fiat del poder creador. Es creado como un mundo. ¡Obsérvad lo que es en opinión de los hombres, y comprended, si podéis, cómo puede ignorar esta opinión y sobrellevarla! Apenas la autoridad ha designado su morada, apenas ha tomado posesión de ella, cuando las otras habitaciones retroceden hasta que no ven la suya. En medio de esta soledad y de esta especie de vacío formado a su alrededor, vive sólo con su mujer y sus pequeñuelos, que le hacen oír la voz del hombre; sin ellos, no conocería más que sus gemidos... Se hace una señal lúgubre, un ministro abyecto de la justicia llama a su puerta y le advierte que hace falta: marcha, llega a una plaza pública cubierta de gentes que se oprimen y palpitan. Se le entrega un envenenador, un parricida, un sacrílego; se apodera de él, lo tiende, lo ata a una cruz horizontal, y levanta el brazo; entonces, en medio de un horrible silencio, no se escucha más que el crujido de los huesos fracturados bajo la barra, y los alaridos de la víctima. La desata, la lleva a la rueda, donde los miembros destrozados se entrelazan a sus rayos; queda pendiente la cabeza, se erizan los cabellos, y la boca, abierta como un horno, no envía, por intervalos, más que un reducido número de palabras sangrientas que anuncian la muerte. Ha concluido la operación: él corazón le late, pero es de alegría; se alaba y dice en su interior: “Nadié sabe ejecutar mejor que yo.” Baja, alarga su mano teñida en sangre, y la Justicia arroja en ella, desde lejos, algunas piezas de oro, que se lleva consigo a través de dos filas de hombres que se apartan horrorizados. Y, sin embargo, se pone a la mesa, y come; se acuesta y duerme… Y a la mañana siguiente, al despertarse, en todo piensa menos en lo que ha hecho el día anterior. ¿Es éste un hombre? Sí: Dios le recibe en, sus templos, y le permite orar. No es criminal, y, sin embargo, ningún idioma permite decir, por ejemplo, que es virtuoso, que es hombre honrado, que es digno de estimación, etc. Ningún elogio moral puede convenirle, porque todos suponen relaciones con los hombres, y él no tiene ninguna.

Y, sin embargo, toda grandeza, todo poder, toda subordinación reposa sobre el verdugo: él es el horror y el vínculo de la asociación humana. Quitad del mundo a este agente incomprensible, y en ese mismo instante el orden se derrumba en caos, los tronos caen, y la sociedad desaparece. Dios, que es el autor de la soberanía, es también el autor del castigo: ha edificado nuestro mundo sobre estos dos polos; porque Jehová es el señor de los dos polos, y sobre ellos hace girar al mundo. (I Samuel 2:8)»

[11] Ibid, pag 147.

[12] De Maistre, op. Cit., The Generative Principle of Political Institutions, XXVIII, pág. 161

[13] De Maistre, Joseph, The Pope, Howard Fertig, Inc., 1975, p. XXIV.

[14] Ibid., p. XXXIII: “El cristianismo se basa por completo en el Pontífice Soberano” [énfasis en el original]

[15] Talberg, Nicholas Dimitrievich, Otechestvennaya Byl, Holy Trinity Monastery, Jordanvielle, Nueva York, 1960, p. 151.

[16] Ibid, pág 161.

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[28] Nota de traductor – El padre Serafin Rose se refiere al autor del siglo XIX español Francisco de Paula Vidal, quien escribió dos volúmenes titulados: Historia contemporánea del Imperio Otomano ó sea de la Guerra de Oriente, desde la entrada del príncipe de Menschikoff hasta el desenlace de la cuestión turco-rusa, extractos de la misma obra son citados por Talberg en su obra Otechestbennaya Byl. Talberg a su vez extrajo fragmentos de la obra de Francisco de Paula Vidal de lo que el archiprieste ortodoxo en Madrid, Konstantin Kustodiev citó en lo que escribió para la revista en ruso Archivo Ruso (1869)

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[31] N. de T. – Cuando habla de traición, se refiere al hecho de que, durante las revoluciones que sacudieron Europa en 1848, la monarquía austriaca habría caído de no ser por la intervención militar del Imperio ruso. Sin embargo, al estallar la Guerra de Crimea (1853-1856), cuando 150.000 efectivos del ejército ruso tenían la posible intención de cruzar la frontera del Imperio austrohúngaro con motivo de atacar Constantinopla (capital del Imperio otomano, enemigo de Rusia en aquel entonces) por tierra, el Imperio austriaco, pese a haber sobrevivido gracias a la ayuda rusa movilizó tropas en los Balcanes para presionar a Rusia a retirarse de los principados danubianos (Moldavia y Valaquia), ocupados por los rusos. En las páginas subsiguientes se dan más detalles de este hecho.

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[34] N. de T. - Del griego Όδηγήτρία, la que muestra el camino, es una de las principales representaciones de la Virgen María en la iconografía ortodoxa. Su composición general es la de la Virgen María sosteniendo al Niño Jesús en brazos y señalándolo, sosteniendo este un pergamino que implica el famoso versículo del Evangelio de Juan (XIV, 6): ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’.

[35] N. de T. - No confundir con su tocaya, la primogénita de Nicolás II.

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[40] N. de T. - No hemos traducido al español la palabra rusa “Ideya”, pues si bien la traducción literal al español sería “idea”, en este contexto su significado es mucho mayor pues en este sentido esta palabra significaría, una idea motora que condiciona la vida de un determinado grupo de individuos unidos bajo una mata en común.

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[45] Gogol, Nicolás, citado en Ensayos sobre la Historia de la Literatura rusa del siglo XIX, I.M. Andreyev, pág 135.

[46] Ibid, pág 136

[47] Ibid, pág. 137

[48] N. de T. – En ruso; Pravitel'stvennom vestnike

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[51] Localidad cercana a Yalta, Crimea, pero aquí esta haciendo referencia al palacio de Livadia, donde se encontraba el Zar Alejandro III en ese momento.

[52] Más Conocida como Alejandra Fiódorovna, esposa de Nicolás II.

[53] https://azbyka.ru/otechnik/Nikolaj_Talberg/russkaja-byl-ot-ekateriny-2-do-nikolaja-2/7

[54] N. de T. -  se trata de Virginsky, no confundir con Pyotr Stepanovich Verjovenski o su padre Stepán Trofimovich Verjovenski

[55] N. de T. – “La estructura de poder diseñada por Piotr Verjovenskiy se encuentra sometida a sus decisiones y está basada en un sistema organizativo y burocrático preciso en el cual figuran espías, secretarios y tesoreros entre otros, componiendo en su conjunto un entramado policiaco en miniatura típico de las organizaciones de regímenes totalitarios. Las células se componen de cinco miembros. Dostoievski toma el número cinco de acuerdo con las ideas iluministas del ocultismo pitagórico europeo de fines del siglo XVIII, para el cual la figura geométrica del pentágono tenía una representación especial, idea que en Rusia había enraizado en la segunda década del siglo XIX entre los decembristas quienes, a semejanza de la mano, establecerían células con cinco miembros: cuatro ordinarios, como otros tantos dedos, más el quinto, el líder, representado de manera figurada por el pulgar, el cual era nexo de unión con un nivel superior. Cada miembro de la célula era un eslabón de una red clandestina. En esa estructura, Piotr Stepanovich ha hecho creer que hay una extensa red de células o nudos como se dice en la novela, que cubre toda Rusia.” Dostovieski frente al terrorismo, de Los Demonios a Al-Quaeda, pág. 122 y 123; Jorge Serrano Martínez

[56] N. de T. – de esta misma mentira se basó Nachayev (1847-1882) para fundar su “quinteto” en Rusia por encargo de Bakunin

[57] N. de T. – La revista Kolokol (La Campana), dirigida por Alexandr Herzen y Nikolai Ogariov, fue publicada, primero en Londres y después en Ginebra, entre 1857 y 1867. 

[58] N. de T. – “En Los demonios son frecuentes los casos de cojera relacionados con personajes no del círculo de Piotr Verjovenskiy, pero sí vinculados con Stavroguin, como si existiera una conexión entre ellos y el protagonista de la novela fuera trasmisor de un cierto defecto físico. A este respecto recuerda Leatherbarrow que estar cojo, ser cojo o romperse una pierna es una característica que en el folklore ruso se asocia al demonio. Se trataría por lo tanto de establecer un denominador común entre los personajes más próximos a Stavroguin para reforzar el papel demoníaco que éste ejerce sobre ellos.”  Dostoievski frente al terrorismo, de Los Demonios a Al-Quaeda, pág. 146; Jorge Serrano Martínez

[59] N. de T. – Se trata de una alusión irónica a la obra ¿Qué hacer?, de Chernyshevski: en el cuarto sueño de la protagonista, Vera Pávolovna, aparece un moderno edificio de cristal con columnas y otros elementos de aluminio, que llaman la atención del personaje.

[60] N. de T. – Esta célebre frase que quedaría inmortalizada de Dostoievski, es la misma que diría Lenin, quizás sin saberlo, años después, al prolamar “Partiendo del despotismo ilimitado, llegaremos a la libertad sin limites (Véase: El espiritu de Dostoievski, pág 66; Nicolás Berdiaev. Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, Argentina. 1978)

[61] N. de T. – Este index y esta idea de Rusia como tierra fértil para realizar experimentos revolucionarios existía en la conciencia revolucionaria de la época. Herzen en una carta enviada a Moses Hess le confesaría: “Soy más indiferente frente al respecto del terrible cáncer que está devorando a Europa Occidental.  En Rusia, sufrimos solo desde la infancia, y por dolores materiales, ¡pero tenemos al futuro por delante!  El mundo eslavo aún no ha existido en el pleno florecimiento de su fuerza; actualmente se está preparando por instinto una inmensa arena: Rusia.” (Véase el libro de Marvin Antelman; To eliminate the opiate, vol II, pág. 41).  Al respecto del index, también corría la idea por aquella época de un gobierno oculto entre las sombras, integrado por notables (cuyos nombres figuraban en un Índice o Index) dispuestos a remplazar el sistema autocrático cuando este cayera.  (Véase: :::::::::::::: )

[62] N. de T. – Esta extensa cita corresponde a la Segunda parte. Capitulo VII, titulado Con los nuestros, de Los Demonios, de Fiodor Dostovieski

[63] N. de T. – Esta cita corresponde a la Segunda parte. Capitulo VIII, titulado El zarévich Iván, de Los Demonios, de Fiodor Dostovieski

[64] N. de T. – Esta cita corresponde a la Tercera parte. Capitulo VI, titulado Noche de afanes, de Los Demonios, de Fiodor Dostovieski

[65] N. de T. – Cabe contrastar estas palabras con la Filosofía de la redención de Philipp Mainländer, gran precursor de Nietzche.

[66] N. de T. – Recuerde el lector que, mientras que algunas de estas charlas están impartiéndose con materiales académicos de referencia, y por eso las extensas citas, muchas otras obras se tratan de forma más improvisada. Debido a la vida monástica y retirada que llevaba el Padre Seraphim Rose, es muy seguro que la mayoría de obras literarias que cita sean obras leídas años o hasta décadas antes de la charla, de ahí ciertos ligeros olvidos en su comentario.

[67] N. de T. – La prostituta de Crimen y Castigo se llama en realidad Sofia, Sonya es el diminutivo en idioma ruso que se utiliza para el nombre Sofia, simbolizando así a la Sabiduría.

[68] N. de T. – Más conocido en Occidente como Juan el Limosnero o Juan V de Alejandría.

[69] N. de T. – Estas citas de Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostovieski corresponden, en orden al final del capítulo III – titulado Los hermanos se conocen –  y comienzos y final del capitulo VI – titulado La rebeldía –  , del libro quinto, segunda parte, de la obra.

[70] N. de T. – En latín significa; caso de confusión de identidad

[71] N. de T. – El fuego del cielo es el Espíritu Santo

 

CURSO DE SUPERVIVENCIA ORTODOXA; EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN (PARTE IX)

      padre Serafín Rose   A.     Introducción: 1. Segunda mitad del siglo XIX: el realismo reemplaza al romanticismo, el socialismo ‘...