El
“Rasputín de Putin”: ese es el nombre que le dio un comentarista a Alexander
Dugin, el ideólogo más influyente de la Rusia contemporánea. Y así como fue
difícil determinar exactamente quién fue Rasputín en su vida, también ha sido
difícil precisar y clasificar a Dugin. Profesor de sociología y geopolítica en
la Universidad Estatal de Moscú, ha influido y en un momento se ha aliado con
casi todos los principales políticos de Rusia. Se le ha relacionado con la
extrema derecha y con la extrema izquierda, con el fascismo y con el comunismo,
con la ortodoxia y con el paganismo; más constantemente - con el eurasianismo.
Una cosa de la que nunca se le podría acusar es de liberal, y en un país donde
el “extremismo” es un crimen, uno puede estar seguro de una cosa: que Dugin es
un extremista (aunque se llama a sí mismo “un centrista radical”)…
Sin
embargo, él no es un extremista estúpido, y solo por momentos uno vulgar.
Cuando recientemente apareció en las pantallas de televisión en el este de
Ucrania, incitando a los separatistas y diciendo: “¡Putin es TODO!”, uno podría pasarlo por alto al pensar de que aquí estamos
tratando con un loco a quién se le puede descartar como de menor importancia.
Pero eso sería un error; y, a juzgar por la cantidad de artículos académicos
que han aparecido en los últimos años tratando de resumir su muy amplia y compleja
visión del mundo, los comentaristas de todo el mundo se han dado cuenta de que
para entender a Putin hay que entender a su Rasputín., Alexander Duguin.
Una aproximación al enigma de Dugin es a
través de una discusión de su poco conocida “eclesiología escatológica”, y en
particular su comprensión del papel de la Iglesia Ortodoxa y de Rusia en los
últimos tiempos. En 1999, Dugin se convirtió en viejo creyente; no está claro
si realmente se unió al cisma o solo a la sección yedinoverie (viejo creyente)
del patriarcado oficial de Moscú. Lo que está claro es que la comprensión Viejo
Creyente de la historia rusa y mundial le ha influido profundamente en su
pensamiento. De hecho, el presente escritor iría tan lejos como para decir que
es más fructífero y preciso ver su pensamiento como un producto de una especie
de Viejo Ritualismo modernizado que como una especie de política de derecha o
de izquierda. De ello se deduce que, para contrarrestar su indudable influencia
maligna en el pensamiento ruso contemporáneo, es necesario dilucidar su
escatologismo y someterlo a crítica sobre la base de la enseñanza de la Iglesia
Ortodoxa.
Eclesiología escatológica de Dugin
La “eclesiología escatológica” de Dugin
se expone en su libro Absoliutnaia Rodina
(La patria absoluta). Divide la historia de la Iglesia en tres fases: la fase
preconstantiniana (hasta el Edicto de Milán en 312), la fase bizantina (hasta
la caída de Constantinopla en 1453), que según Dugin es el "reinado de
Cristo de mil años", mencionado en el capítulo 20 del Apocalipsis, y la
fase moderna posbizantina. En esencia, la tercera, fase contemporánea a la
historia de la Iglesia, que viene después del "reino de mil años de
Cristo", es el reinado del Anticristo...
En la
segunda fase bizantina de la historia de la Iglesia, según Dugin, hubo una
relación casi ideal entre la Iglesia y el Estado que hizo posible el máximo
número de conversos a la fe y la preservación de una vida verdaderamente
cristiana tanto en esferas públicas como privadas. Cierto, la Iglesia
Occidental de la Antigua Roma cayó en 1054, convirtiéndose a partir de entonces
en la cuna de la civilización anticristiana de Occidente. Pero en Oriente se
preservó la verdadera piedad, y los emperadores bizantinos, actuando como los “restrictores”
de la profecía de San Pablo (II Tesalonicenses 2.7), retuvieron la aparición
del Anticristo.
Sin
embargo, en 1453 el Imperio Bizantino cayó, después de lo cual, según la
profecía, no hubo “restrictor” y debería haber aparecido el Anticristo. Pero
luego, según la gran misericordia de Dios, una especie de “veranillo” de un estado
verdaderamente ortodoxo, la “Tercera Roma” de Moscú, prolongando el “reinado de
Cristo de mil años” hasta el período moderno. Pero solo por un corto tiempo,
hasta 1656, al introducir el Patriarca Nicon el Nuevo Rito, o en el concilio de
1666-67, que colocó a el Antiguo Rito bajo anatema, o en el reinado de Pedro el
Grande, quien removería al patriarcado dando rienda suelta a las influencias
anticristianas occidentales en Rusia.
Al ser un
viejo creyente, Dugin puede ver muy pocas cosas buenas en el período de San
Petersburgo de la historia rusa. Para él, este es el período de la “Iglesia de
Laodicea”, que no es ni fría ni caliente, sino tibia. Es cierto que hay
destellos de piedad "filadelfiana" aquí, especialmente entre los
viejos creyentes. E incluso en la Iglesia Ortodoxa Rusa oficial hay “una
comprensión de la necesidad de dar una respuesta eclesiológica teológica
adicional al poder cada vez mayor del Anticristo, y a su penetración profunda
en la realidad social y natural” (p. 517). Sin embargo, Dugin no reconoce en
absoluto el sorprendente hecho de que se registran muchos más santos en el
periodo de San Petersburgo que en el período de Moscú, que el imperio de San
Petersburgo, a pesar de todas sus tendencias occidentalizadoras, llevó la luz
de la ortodoxia a muchos pueblos nuevos y protegió a la totalidad de la vasta
comunidad ortodoxa, y que la gran gloria del siglo XX, el coro de los santos
nuevos mártires y confesores del yugo soviético, fue en gran parte fruto del
Imperio y la Iglesia de San Petersburgo.
La actitud
de Dugin hacia la era soviética es ambigua. Por un lado, no niega los horrores
de las persecuciones y el intento de destruir los últimos vestigios de la fe y
la piedad ortodoxa. Por otro lado, en marcado contraste con la escatología de
la Iglesia Ortodoxa Verdadera, él no ve la revolución de 1917 como el comienzo
de los últimos días dada la remoción de “aquel que retiene” y la aparición del
“Anticristo colectivo”. (a pesar de que ese término es en origen Viejo Creyente).
La revolución le parece menos tragedia que la fecha que contiene los fatídicos
números “666”, el comienzo del cisma del Viejo Creyente de 1666. De hecho, ve
elementos positivos en el período posterior a 1917, especialmente porque en
1971 el Patriarcado de Moscú (seguido por la Iglesia Rusa en el Extranjero en
1974) eliminó los anatemas sobre el Antiguo Rito.
En general,
Dugin trata de suavizar las grandes diferencias entre la realidad ortodoxa
zarista y la soviética. Por lo tanto, discierne características positivas
similares en los eslavófilos prerrevolucionarios y sus seguidores, por un lado,
y en los revolucionarios social-revolucionarios, euroasiáticos y bolcheviques
nacionales, por el otro. El hecho de que los eslavófilos fueran súbditos fieles
del zar ortodoxo, mientras que los euroasiáticos y los bolcheviques nacionales
lo fueran de los bolcheviques antiortodoxos no parece ser una distinción
importante a los ojos de Dugin, quien, a pesar de su reconocimiento del rol
vital del “restrictor” en la historia cristiana, no ha mostrado celo por el
monarquismo contemporáneo, sino que ha pertenecido en diferentes momentos al
Partido Comunista, a los nacionalbolcheviques y a los euroasiáticos
(especialmente a estos últimos, su lealtad más constante)… En cuanto al régimen
soviético en sí mismo, Dugin admite que “derrocó a la monarquía y puso a la
Iglesia prácticamente al margen de la ley. Pero aquí nuevamente apareció esa
idea providencial que es compleja y a menudo inaccesible al humilde
razonamiento humano: que los bolcheviques a el nivel secular y con el uso de
consignas profundamente ajenas al pueblo establecen de forma extrema un orden
marcadamente antioccidental, y la contradicción entre el Imperio Romano de
Oriente y Occidente estalló con renovada fuerza en el enfrentamiento entre el socialismo
y capitalismo. Por un lado, los bolcheviques eran incluso peores que los
Romanov, ya que el ateísmo, el mecanicismo, el materialismo y el darwinismo
están mucho más lejos de la verdad que de una si bien mutilada, ortodoxia. Por
otro lado, incluso a través de los bolcheviques funcionó un poder extraño que asombrosamente
recordaba en algunos aspectos al reinado de Iván el Terrible, la oprichnina
y el retorno a elementos popular-religiosos arcaicos” (p. 517).
Está claro
que Dugin tiene una actitud positiva hacia este “poder extraño”. Incluso parece
ver en él el tema unificador de la historia rusa. Aquí llegamos al meollo de la
comprensión de Dugin de la historia rusa: que la verdadera ruptura en esa
historia se produjo, no en 1917, sino dos siglos y medio antes, y que el
"Imperio Romano de Oriente" no solo no llegó a terminó en 1917, sino
que de alguna manera misteriosa continuó existiendo bajo el poder soviético y
continuó sirviendo a Dios y a la Iglesia Verdadera al oponerse al verdadero
Anticristo: el poder estadounidense.
Con
respecto a la Iglesia, mientras que los patriarcas soviéticos comenzando con
Sergio (Stragorodsky) son levemente golpeados en los nudillos por Dugin por colocar
a la Iglesia ortodoxa en sujeción al poder soviético, este acto es considerado no
tanto peor que el “completo conformismo espiritual” de los jerarcas de la
Iglesia que condenaron el Antiguo Rito en 1666-67 (p. 518). Habiendo absuelto a
la Iglesia Ortodoxa Rusa oficial (sergianista) de todo pecado mortal, Dugin
considera que la Verdadera Iglesia de Filadelfia del futuro debería combinar la
Iglesia oficial, a los Viejos Creyentes y a la Iglesia Rusa en el Extranjero
(esto fue antes de la rendición de la Iglesia en el Extranjero a Moscú en
2007): “Por sí solas, las tres corrientes principales de la ortodoxia rusa
contemporánea… son insuficientes, pero llevan dentro de sí aspectos separados
de la verdad eclesiológica. Los Viejos Creyentes tienen una evaluación correcta
del cisma. La ROC (N. de T. – siglas en inglés de Iglesia Ortodoxa Rusa) tiene
el hecho de la presencia del patriarcado ruso, la plenitud jerárquica y la
solidaridad nacional con los destinos del Estado ruso a toda costa. Los
'extranjeros' poseen el énfasis sobre el papel de la monarquía como 'aquello
que restringe'". (pág. 519).
Y así, más de
560 años después del final del supuesto “reino de mil años de Cristo”, Dugin
cree que todos estos elementos sobrevivientes del pasado apóstata soviético han
“permanecido fieles a pesar de todo a la Iglesia Verdadera y al Reino
Verdadero, el Último Reino de la Santa Rus invicta e indestructible” (p. 521),
todo bajo el liderazgo del agente de la KGB que es “todo”, ¡Vladimir
Vladimirovich Putin!
Es obvio
que la "eclesiología escatológica" de Dugin está plagada de
inconsistencias. Sin embargo, podemos ver en él una idea general que ha sido
adoptada por Putin y que parece haberse convertido en una especie de
"ortodoxia" entre los comentaristas y analistas políticos rusos: que
el estado actual de la Federación Rusa está legitimado y fortalecido por su
unión dentro de sí de todo lo mejor de la historia de Rusia de antes y después
de la revolución.
Putin,
siguiendo la concepción general de Dugin en una forma secularizada, se ve a sí
mismo como el heredero tanto de los zares rusos como de los comisarios
soviéticos, tanto de los comunistas como de los demócratas; él es todo para
todos los hombres: un ortodoxo con los ortodoxos, un nacionalista con los
nacionalistas, un estalinista con los estalinistas y un demócrata con los
demócratas.
Sin embargo, hay que hacer una matización
importante a esta afirmación. Ni Putin ni Dugin son demócratas liberales. Putin
llama a su tipo de democracia “democracia soberana”, en otras palabras,
democracia controlada y limitada por un soberano, es decir, él mismo; mientras
que Dugin cree en una especie de democracia elemental y “orgánica” que puede
tener algunas raíces en la “democracia teocrática” de las comunidades sin
sacerdotes del Viejo Ritualismo, pero que es bastante compatible con una forma
de gobierno totalitaria. Porque, como escribe Laruelle, “este tipo de
democracia se expresaría tanto en la unanimidad política como en el retorno a
una 'jerarquía natural' de castas sociales, y en una corporación (profesional,
regional o confesional) que no dejaría espacio para el individuo fuera de la
colectividad”. Lo que ninguno de los dos puede tolerar es la forma liberal de
democracia basada en los derechos humanos que domina en Europa Occidental y
Estados Unidos. Putin ha hablado de boquilla sobre la democracia liberal y los
derechos humanos en el pasado, cuando intentaba unirse a clubes liberales como
el G8 y la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, siempre ha sostenido
que de la caída de la Unión Soviética a la democracia liberal en 1991 ha habido
“una tragedia geopolítica” de primer orden. Que ahora ha entrado en curso de
colisión con Occidente en Crimea y Ucrania, su desprecio por el liberalismo
occidental es evidente...
En Absoliutnaia Rodina, Dugin expresa un
odio hacia Estados Unidos tan intenso como para demostrar que, si bien él, con
la mayoría de sus compatriotas, puede haber abandonado la ideología de la era
soviética, de ninguna manera ha sido exorcizado de su espíritu dominante, su
odio al enemigo colectivo: “Un país ominoso y alarmante al otro lado del
océano. Sin historia, sin tradición, sin raíces. Una realidad artificial,
agresiva, impuesta, completamente desprovista de espíritu, concentrada sólo en
el mundo material y la eficacia técnica, fría, indiferente, un anuncio que
brilla con luces de neón y un lujo sin sentido; oscurecido por la pobreza
patológica, la degradación genética y la ruptura de todas y cada una de las
personas y cosas, de la naturaleza y de la cultura. Es el resultado de un puro
experimento de los utopistas racionalistas europeos.
Tapa del libro "Absoliutnaia Rodina" (La patria absoluta)
“Hoy está
estableciendo su dominio planetario, el triunfo de su forma de vida, su modelo
civilizatorio sobre todos los pueblos de la tierra. Y sobre nosotros. En sí
mismo y sólo en sí mismo ve ‘progreso’ y ‘normas civilizatorias’, negando a
todos los demás el derecho a su propio camino, su propia cultura, su propio
sistema de valores.
“Cuán exactamente maravilloso todo esto
nos recuerda a la profecía acerca de la venida al mundo del Anticristo… El rey
del muerto ‘país verde’, que surgió del abismo del antiguo crimen…
“Terminar América es nuestro deber
religioso…” (pp. 657-658)
No en vano Dugin procedía de la familia
de un Coronel General del Ejército Soviético, estudiaba en un Instituto de
Aviación militar (hasta su expulsión por sus inclinaciones ocultistas) y escribió
el manifiesto del líder del Partido Comunista Ruso, Gennady Ziuganov. . Su odio
por América lo bebe de la leche de su madre; es el espíritu soviético “puro”
que, si bien reconoce la derrota de la Rusia soviética en la Guerra Fría, arde
con el deseo de vengar esa derrota, si es necesario en la más caliente de las
guerras calientes, el Armagedón nuclear (como Dmitri Kiselev recientemente lo
dejó bien claro en la televisión rusa). La única diferencia significativa entre
este espíritu y el espíritu de la era soviética es que en esta mutación del
virus el “termino” (en otro lugar dice abiertamente “destrucción”) de América
no es nuestro “patriótico”, sino nuestro “deber religioso”. Porque la principal
diferencia entre la Rusia soviética y postsoviética es que la religión ahora se
ha integrado en la ideología antiestadounidense dominante. Tal unión
antinatural entre el ateísmo militante y la religión fue prefigurada por la
alianza de Stalin con la Iglesia ortodoxa oficial en 1943; pero es solo desde
1991, y especialmente desde el ascenso a la prominencia de Putin (y Dugin) a
principios de siglo, que la religión y la política realmente han crecido juntas
en la conciencia soviética rusa.
Pero, ¿qué religión exactamente? Como
hemos visto, Dugin probablemente pertenece a la Iglesia Ortodoxa oficial, pero
en su espiritualidad es Viejo Creyente (con abundantes mezclas de tonterías
esotéricas ocultistas). Este Viejo Ritualismo le da a su pensamiento un matiz
escatológico, del fin del mundo. Debido a que, a fines del siglo XVII, los
viejos creyentes huyeron a los bosques y se inmolaron precisamente para
escapar del “Anticristo”: el Estado ruso.
Como el p.
George Florovsky escribe, “la nota clave y el secreto del Cisma de Rusia no fue
el 'ritual' sino el Anticristo, y por lo tanto puede denominarse una utopía
socio-apocalíptica. Todo el significado y el pathos de la primera oposición
cismática radica en su intuición apocalíptica subyacente (“el tiempo se acerca”),
más que en cualquier apego ‘ciego’ a ritos específicos o a pequeños detalles de
costumbres. Toda la primera generación de raskolouchitelei
[‘maestros del cisma’] vivió en esta atmósfera de visiones, señales y
premoniciones, de milagros, profecías e ilusiones. Estos hombres estaban llenos
de éxtasis o poseídos, en vez de ser pedantes… Basta leer las palabras de
Avvakum, sin aliento por la emoción: ‘¿Qué Cristo es este? Él no está cerca; sólo
huestes de demonios’. No solo Avvakum sintió que la Iglesia ‘Nikon’ se había
convertido en una cueva de ladrones. Tal estado de ánimo se volvió universal en
el Cisma: ‘el incensario es inútil; la ofrenda abominable’.
El Cisma, un estallido de hostilidad y
oposición sociopolítica, fue un movimiento social, pero derivado de la
autoconciencia religiosa. Es precisamente esta percepción apocalíptica de lo
sucedido lo que explica el distanciamiento decisivo o rápido entre los
cismáticos. ‘Fanatismo en pánico’ es la definición de Kliuchevskii, pero
también era pánico ante ‘la última apostasía’…
El Cisma soñaba con una Ciudad actual,
terrenal: una utopía teocrática y milenarista. Se esperaba que el sueño ya se
hubiera cumplido y que el ‘Reino de Dios’ se hubiera realizado en el Estado
moscovita. Puede haber cuatro patriarcas en Oriente, pero el único zar ortodoxo
está en Moscú. Pero ahora incluso esta expectativa había sido engañada y hecha
añicos. La ‘apostasía’ de Nikon no inquietó a los viejos creyentes tanto como
la apostasía del zar, que en su opinión impartió una final desesperanza
apocalíptica a todo el conflicto.
‘En este momento no hay zar. Un zar
ortodoxo se había quedado en la tierra y, aunque él no lo sabía, los herejes
occidentales, como nubes oscuras, extinguieron este sol cristiano. Amados, ¿no
prueba esto claramente que el engaño del Anticristo está mostrando su máscara?’
La historia
había llegado a su fin. Más precisamente, la historia sagrada había llegado a
su fin; había dejado de ser sagrado y se había vuelto sin Gracia. En adelante
el mundo parecería vacío, abandonado, abandonado por Dios, y así seguiría. Uno
se vería obligado a retirarse de la historia al desierto. El mal había
triunfado en la historia. La verdad se había retirado a los cielos brillantes,
mientras que el Reino Santo se había convertido en el reino del Anticristo…”
Sin embargo, a pesar de este
apocalipticismo, algunos de los viejos creyentes llegaron a aceptar el Estado
ruso como el imperio ortodoxo legítimo. Así, un investigador del Antiguo Rito
en la década de 1860, V.I. Kel'siev, afirmó que “la gente sigue creyendo hoy
que Moscú es la Tercera Roma y que no habrá una cuarta. Rusia es, pues, el
nuevo Israel, un pueblo elegido, una tierra profética, en la que se cumplirán
todas las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en la que aparecerá
incluso el Anticristo, como apareció Cristo en la anterior Tierra Santa. El
representante de la ortodoxia, el zar ruso, es el emperador más legítimo de la
tierra, pues ocupa el trono de Constantinopla…”
Dugin ha adoptado esta versión del
Antiguo Ritualismo apocalíptico que ha llegado a un acuerdo con el Zar. Solo que
el Zar ahora es Putin, y es la Federación Rusa moderna el último reino verdadero
en la tierra. Estados Unidos es el Anticristo, y será destruido, si no por las
armas nucleares rusas, al menos por la Segunda Venida de Cristo...
Si esto parece suicida, entonces debemos
recordar que el suicidio en masa era parte de la cultura del Antiguo Ritualismo
temprano, como se dramatiza en la ópera Jovánschina
de Músorgski … Además, hace algunos años, en Munich, Putin hizo algo que no hizo
ninguno de los primeros ni de los más cautelosos líderes soviéticos; reivindicó
el derecho de primer golpe en una guerra nuclear… No en vano el presidente
ucraniano dijo recientemente que las acciones de Putin podrían conducir al
estallido de la Tercera Guerra Mundial; Dugin ha dicho algo similar.
El anticristo americano
Dugin presta mucha atención a “la idea
americana”, y la analiza en dos componentes: el liberalismo, cuya esencia es el individualismo, y el mesianismo o escatologismo protestante,
que es una especie de imagen especular de su escatologismo ruso. El análisis de
Dugin del liberalismo estadounidense es interesante. Él lo ve como el enemigo
final, algo mucho más que la simple economía del laissez-faire y la
democracia política, una ideología que ha sido sutil, hábil y persistentemente
insinuada en todos los países. Su esencia es la promoción del individuo por
encima del colectivo en todas sus formas; Los “derechos humanos” son siempre
los derechos del individuo frente al colectivo.
En una reciente conferencia dada en
Suecia, Dugin mostró cómo incluso algunos desarrollos sorprendentes recientes
en la ideología liberal, como los derechos de los homosexuales, pueden
explicarse en términos de esta enemistad liberal hacia el colectivismo y los
colectivos. Ya que el individualismo llevado a su extremo no sólo niega la
relevancia de cualquier hecho que haga de un individuo un individuo como
cualquier otro individuo, sino también miembro de un grupo que lo diferencia de
otros individuos. Entonces, la religión es irrelevante para los derechos
humanos porque diferencia a las personas; también lo es la nacionalidad;
también lo es el sexo… Estas identidades colectivas o grupales no sólo son
irrelevantes sino que deben ser destruidas: la religión es reemplazada por el
ecumenismo, la nacionalidad por el internacionalismo, el sexo por el unisex…
“El hombre es la medida de todas las cosas”, como dijo una vez Protágoras, y
“el hombre” aquí, según la ideología liberal, se entiende a el hombre como
individuo despojado de toda característica diferenciadora…
Dugin ve el fascismo y el comunismo como
intentos fallidos de contrarrestar el liberalismo al exaltar las nociones
colectivistas de la clase trabajadora y la raza aria, respectivamente. El
fascismo fue destruido en 1945 y el comunismo en 1991. Dugin afirma no querer
volver a ninguna de estas alternativas fallidas. Habla en cambio de una “cuarta
vía” o “cuarta teoría”, que está en proceso de desarrollar. Sin embargo, se puede
perdonársele a los comentaristas el que piensen que se engaña a sí mismo o a los
demás o a ambos en esta afirmación; porque no es solo que su “cuarta vía” hasta
ahora desarrollada no contenga alternativas claras y consistentes al
individualismo estadounidense o al colectivismo nazi o soviético: él mismo ha
hablado sobre crear un “fascismo verdaderamente fascista”…
También contenida en la idea americana,
según Dugin, está la idea mesiánica de “América, la tierra prometida”,
“América, el Nuevo Israel” (las diez tribus perdidas en lugar de los judíos de
Judá), “América la Nueva Jerusalén” (George Washington), la “república pura y
virtuosa” cuyo “destino manifiesto” es “gobernar el mundo y llevar a la gente a
la perfección” (John Adams).
Las ideas mesiánicas estadounidense y
rusa son diametralmente opuestas, estando “arraigadas en la oposición entre el
catolicismo (+protestantismo) y la ortodoxia, el Imperio Romano Occidental y
Bizancio. Las formas occidental y oriental del cristianismo constituyen dos
opciones, dos caminos, dos ideales
mesiánicos incompatibles, mutuamente
excluyentes. La ortodoxia se orienta en la transfiguración espiritual del
mundo dentro de los rayos de la luz increada del Tabor, y el catolicismo en la
reestructuración material de la tierra bajo la dirección administrativa del
Vaticano. Los ortodoxos valoran sobre todo la contemplación, los católicos – la
acción. La enseñanza política ortodoxa insiste en ‘la sinfonía de los poderes’,
que separa estrictamente los principios seculares (el basileo, el zar) y los
principios espirituales (el patriarca, el clero). Pero el catolicismo se
esfuerza por difundir el poder del Papa en la vida secular, provocando un
movimiento inverso y usurpador por parte de los monarcas seculares, que están
ansiosos por someter el Vaticano a sí mismos. Los ortodoxos consideran a los
católicos como ‘apóstatas’ que se han entregado a la ‘apostasía’; los católicos
ven a los ortodoxos como ‘una secta espiritualista bárbara’.
Los rasgos más antiortodoxos –hasta el
punto de rechazar el servicio [¿obras?] y muchos dogmas– han sido desarrollados
hasta su límite por los protestantes…
La historia no es lineal, a menudo hace desvíos,
se va al costado, fuerza los detalles, acentúa
las paradojas y las anomalías. Sin embargo, una línea axial es evidente. Sin
duda existe un cierto ‘Destino Manifiesto’ en sentido amplio. – Occidente lo
atribuye al modelo americano, al estilo de vida americano, a una superpotencia,
mientras que Oriente (en todo caso el Oriente cristiano) se encarna a lo largo
de los siglos en Rusia [la sucesora de Bizancio]. La fe socialista en la edad
de oro de los soviéticos rusos es como una antítesis absolutamente simétrica
del escatologismo de mercado. 'El fin del mundo' según el escenario liberal y
su opuesto: 'el fin del mundo' según el escenario ortodoxo ruso, socialista,
euroasiático, oriental. Para ellos este es una completa esclavización y
racionalización, para nosotros es una transfiguración y liberación completa.
La lógica
de la historia en los más variados niveles ilumina constante e insistentemente
el dualismo básico: Estados Unidos y la URSS, Occidente y Oriente, América y
Rusia…” (págs. 665, 666)
Hay mucho en lo que el cristiano ortodoxo
puede estar de acuerdo con Dugin en su análisis de la polaridad entre Oriente y
Occidente, y especialmente entre el cristianismo oriental y occidental. Pero
cuando en “Oriente” llega a incluir, no solo a Bizancio y la Santa Rusia, sino
también al socialismo soviético, esa construcción utópica completamente
occidental soñada por un judío alemán en la Sala de Lectura de la Biblioteca
Británica, entonces comenzamos a sospechar que esta es la retórica de la Guerra
Fría reelaborada para atraer a lectores ortodoxos semi-educados. Y, de hecho,
se podría decir sobre todo el proyecto y la ideología de Putin-Dugin lo mismo:
es esencialmente una resurrección de la Guerra Fría, su recalentamiento,
reencendido y reformulación ideológica como resultado de circunstancias
políticas cambiantes. Al quebrar con el marxismo-leninismo
y todo el bagaje del materialismo dialéctico, en el que ya nadie cree más allá
de Corea del Norte. Llegan a pensamientos pre-digeridos
sobre la luz increada y la sinfonía de poderes, condimentados con la nostalgia
por los ‘buenos viejos tiempos’ de las salchichas soviéticas y con una gran
dosis de ‘fascismo verdaderamente fascista’ y de histeria colectiva del Viejo
Ritualismo...
La ironía, y la hipocresía, es que la
Federación Rusa de hoy parece estar muy lejos de proporcionar algún tipo de
alternativa ideológica creíble al americanismo. Todos los vicios de Occidente
están allí en abundancia. En casi todos los índices sociales (corrupción,
desigualdad, suicidio, embriaguez, consumo de drogas, mortalidad infantil,
incluso ateísmo), Rusia está muy por debajo de Estados Unidos y al mismo nivel
que los peores países del Tercer Mundo. La iglesia oficial contempla, no a la
Luz Divina, sino sus propios saldos bancarios obscenamente inflados. En cuanto
a una “sinfonía de poderes” con el Estado, es una broma de mal gusto: la
iglesia dirigida por la KGB está completamente subordinada al Estado dirigido
por la KGB...
Dispensacionalismo protestante
Dugin completa su análisis de la idea
estadounidense con un estudio esclarecedor del lugar del “dispensacionalismo”
en la psique político-religiosa estadounidense. “Existe una enseñanza
escatológica protestante especial llamada 'dispensacionalismo',
de la palabra latina dispensatio, que podría traducirse como
'providencia' o 'plan'. Según esta teoría, Dios tiene un “plan” en relación con
los cristianos anglosajones, otro en relación con los judíos y un tercero en
relación con todos los demás países. Se considera que los anglosajones son “los
descendientes de las diez tribus de Israel, que no regresaron a Judea del
cautiverio en Babilonia”. Estas diez tribus “recordaron su origen y aceptaron a
el protestantismo como su principal confesión”.
“El ‘plan’ para los protestantes
anglosajones, en opinión de los seguidores del dispensacionalismo, es el
siguiente. – Antes del fin de los tiempos debe venir a época de inestabilidad (‘el
gran dolor’ o tribulación). En este punto las fuerzas del mal, del 'imperio del
mal' (cuando Reagan llamó a la URSS 'el imperio del mal', tenía en mente
precisamente este sentido bíblico escatológico), caerán sobre los protestantes
anglosajones (y también sobre los demás que han 'nacido de nuevo') y por un
corto tiempo reinará la 'abominación desoladora'. El principal antihéroe del
'período de la tribulación' es el 'Rey Gog'. Ahora aquí hay un punto muy
importante: esta persona es persistente y
constantemente identificada en la escatología de los dispensacionalistas con
Rusia.
Esto fue claramente formulado por primera
vez durante la guerra de Crimea, en 1855, por el evangelista John Cumming. En
ese momento identificó al zar ruso Nicolás I con el bíblico 'Gog, príncipe de
Magog', líder de la invasión de Israel predicha en la Biblia [Ezequiel
38-39]. Este tema volvió a explotar con particular fuerza en 1917, mientras que en la era de la ‘Guerra Fría’
se convirtió de facto en la posición oficial de la ‘mayoría moral’ de la
América religiosa.
Dios tiene otro ‘plan’, en la enseñanza
de los dispensacionalistas, con respecto a Israel. Por ‘Israel’ entienden el
restablecimiento literal de un estado judío antes del fin del mundo. A
diferencia de los ortodoxos y todos los demás cristianos normales, los
fundamentalistas protestantes están convencidos de que las profecías bíblicas
relativas a la participación del pueblo de Israel en los acontecimientos de ‘los
últimos tiempos’ deben entenderse literalmente, en un sentido estrictamente del
Antiguo Testamento, y que se refieren a aquellos judíos que continúan
confesando el judaísmo aún en nuestros días. Los judíos en los últimos tiempos
deben volver a Israel, restablecer su estado (esta ‘profecía dispensacionalista’
se cumplió de manera extraña literalmente en 1947) y luego ser sometidos a la
invasión de Gog, es decir, los ‘rusos’, ‘los euroasiáticos’.
Entonces comienza la parte más extraña
del 'dispensacionalismo'. En el momento de la ‘gran tribulación’ se supone que
los cristianos anglosajones serán ‘llevados’ al cielo (el arrebatamiento) –
'como en una nave espacial o en un platillo' – y allí esperarán el final del
guerra entre Gog (los rusos) e Israel. Entonces ellos (los anglosajones), junto
con el 'Cristo' protestante, descenderán de nuevo a la tierra, donde serán
recibidos por los israelitas que habían conquistado a Gog e inmediatamente se
convertirían al protestantismo. Entonces comenzará el ‘reino de los mil años’ y
Estados Unidos junto con Israel gobernarán sin límites en un paraíso estable de
‘la sociedad abierta’ y ‘un único mundo’”.
(págs. 667-668)
Dugin continúa explicando cómo el
dispensacionalismo ha sido difundido y fortalecido por figuras como Cyrus
Scofield (de la Biblia de referencia Scofield), Hal Lindsey y Jerry Falwell.
Luego concluye su diatriba contra el
Anticristo estadounidense de la siguiente manera: “Llegamos a una imagen
terrible (para los rusos). Los poderes, grupos, cosmovisiones y conformaciones
estatales que en su conjunto se denominan 'Occidente', y que tras su victoria
en la 'Guerra Fría' son los únicos gobernantes del mundo, detrás de la fachada
del 'liberalismo' confiesan una armónica doctrina teológica escatológica en la
que los acontecimientos de la historia secular, el progreso tecnológico, las
relaciones internacionales, los procesos sociales, etc. se interpretan bajo una
perspectiva escatológica. Las raíces civilizatorias de este modelo occidental
se remontan a la más profunda antigüedad y, en cierto sentido, aquí se ha
conservado un definido arcaísmo hasta nuestros días en paralelo a la
modernización tecnológica y social. Y estos poderes nos identifican persistente
y consistentemente, los rusos, con ‘los espíritus del infierno’, con las ‘hordas
demoníacas del rey Gog de la tierra de Magog’, con los portadores del ‘mal
absoluto’. La referencia bíblica a los apocalípticos ‘príncipes de Ros, Mesech
y Tubal’ se interpreta como una referencia inequívoca a Rusia: 'Ros' (= ‘Rusia’),
'Meshech' (= ‘Moscú’) y ‘Tubal’ (= el antiguo nombre de Escitia). En otras palabras,
la rusofobia de Occidente y especialmente de los EE.UU. de ninguna manera
procede de una preocupación farisaica por “las víctimas del totalitarismo” o
los notorios “derechos del hombre”. Estamos hablando de una demonización
doctrinal consistente y ‘justificada’ de la civilización de Europa del Este en
todos sus aspectos: histórico, cultural, teológico, geopolítico, social, económico,
etc.” (págs. 669-670)
Dugin ha llevado a cabo una talentosa crítica feroz sobre el escatologismo
protestante estadounidense. Sin embargo, si rechaza la interpretación
protestante de la profecía, debería, como supuesto creyente ortodoxo, poder proporcionar una interpretación ortodoxa; pero él no lo hace. Además, no
tiene en cuenta el hecho llamativo de que, cualesquiera que sean los defectos
de la visión escatológica estadounidense, la profecía de Ezequiel sobre Gog y
Magog parece señalar a Rusia como su contexto geográfico...
Los más antiguos exegetas colocaron a Gog
en la región al norte del Mar Negro, que ahora es el sur de Rusia y Ucrania. Algunos
colocan a Gog en Armenia. Así Plumptre escribe: “El nombre Gog parece
encontrarse en el nombre Gogarene, un distrito de Armenia, al oeste del Caspio
(Estrabón, XI, 528)”. En todo caso, “Gog” parece ser el nombre de un hombre, el
Anticristo, según el bienaventurado Jerónimo, mientras que “Magog” (el nombre
aparece por primera vez en Génesis 10,2 como hijo de Jafet) es su pueblo o su
ejército. Josefo, seguido por San Andrés de Cesarea, dice que Magog fue el
antepasado de los escitas, quienes también habitaron originalmente el área del
Mar Negro.
Las tierras sobre las que Gog gobierna se
llaman “Ros, Mesec y Tubal”. “Ros” en el griego del Antiguo Testamento griego,
la Septuaginta, es el nombre antiguo de Rusia. La identificación con Rusia se
ve reforzada por el hecho de que se dice que Gog y Magog provienen del “extremo
norte” “durante los últimos tiempos” (Ezequiel 38.6, 39.2). “Meshech” puede
referirse a Moscú, según algunos comentaristas, y “Tubal”, según el bienaventurado
Teodoreto de Ciro, a Georgia.
En su comentario sobre Ezequiel, M.
Skaballanovich cita, contra la identificación con Rusia, la observación de un
erudito alemán: “Los rusos no pueden ser incluidos entre los enemigos del Reino
de Dios”. Pero esa observación se hizo antes de la Primera Guerra Mundial: un
siglo después, tras la mayor persecución de los cristianos ortodoxos de la
historia, la idea de que los rusos del régimen neosoviético de Putin o su
sucesor pudieran ser incluidos entre los enemigos de Dios es mucho más
plausible, y especialmente desde un punto de vista ortodoxo. Además, los
aliados y oponentes de Gog en su invasión del Medio Oriente encajan bastante
bien con el actual sistema de alianzas en la región. Por lo tanto, se puede
discernir una correspondencia aproximada entre los aliados de Gog en la forma
de los armenios (“Togarmah”), los persas chiítas y los libios, por un lado, y
sus enemigos en la forma de Israel y los musulmanes sunitas de Turquía. y la
península arábiga (“Sheba” y “Dedan”), por el otro. Estas dos coaliciones ya
están librando una sangrienta guerra de poder en Siria, y es completamente
factible que Putin, quien declaró en agosto de 2013 que “destruiría” a Arabia
Saudita, intente llevar a cabo su amenaza con una invasión al Medio Oriente..
Los nombres “Gog y Magog” también
aparecen en el capítulo veinte del Apocalipsis de San Juan. Hay dos diferencias
importantes entre las profecías del Antiguo y Nuevo Testamento. La primera es
que mientras el Gog y el Magog de Ezequiel provienen del “extremo norte”, los
de San Juan provienen de “las cuatro partes de la tierra”. La segunda es que
mientras que a la destrucción de Gog y Magog de Ezequiel le siguen varios años
más de vida terrestre, a la descripta en San Juan le sigue el Juicio Final. Así
que el Gog y Magog de Ezequiel vienen antes en la historia terrestre que San
Juan. Evidentemente, sin embargo, son espiritualmente afines; ambos representan
poderes anticristianos, quizás los anticristos, el colectivo (soviético) y el
personal (judío) respectivamente.
19 de abril / 2 de Mayo, 2014.
Nuevo hieromártir Víctor, Arzobispo de Vyatka