domingo, 17 de agosto de 2025

CURSO DE SUPERVIVENCIA ORTODOXA; EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN (PARTE IX)

    padre Serafín Rose

 

A.    Introducción:


1. Segunda mitad del siglo XIX: el realismo reemplaza al romanticismo, el socialismo ‘científico’ reemplaza al utópico, la idea de ‘guerra de clases’ es promovida por propagandistas como Marx, el creciente industrialismo y las condiciones de las fábricas contribuyen a la inquietud y los disturbios. La revolución deja de soñar y llama a la acción.


2. Aquí veremos las más radicales filosofías revolucionarias – aunque ninguna en concreto nos revelará por completo la ‘teología’ de la Revolución – debemos observarlas todas y aplicar el estándar del cristianismo ortodoxo.


3. La actividad del diablo se hace cada vez más evidente, y su nombre empieza ahora a ser invocado.



 Lamartine, ante el ayuntamiento de París, se niega a la utilización de la bandera roja, 25 de febrero de 1848.


 

B.    La revolución de 1848:

 

            1. Produjo escasos resultados por sí misma – pero despertó el “Espíritu Rojo”. El Manifiesto Comunista de Marx se publica en enero de 1848, justo antes de las revoluciones. La Revolución comenzó en Francia, cuando el 22 de febrero los banquets[1] y las manifestaciones de los reformistas fueron prohibidas – en pocas horas el Rey huyo y ‘reformadores sociales’ se congregaron para planificar la República. En adelante, Webster 136–7–8–9[2].

 

            “Así, en unas pocas horas la monarquía fue barrida y se proclamó la ‘República social democrática’.

 

            >> Pero ahora los hombres que habían provocado la crisis se enfrentaban al trabajo de reconstruir; un asunto bien distinto. Pues una cosa es sentarse tranquilamente en un diván escribiendo las bellezas de la revolución y otra encontrarse en medio de una ciudad tumultuosa en que todos los cantaros de la ley y el orden se han quebrado; una cosa es hablar románticamente de ‘la soberanía del pueblo’, y otra es enfrentarse a hombres trabajadores de carne y hueso que demandan insolentemente el cumplimiento de las promesas que se le han hecho. Este fue el destino que les tocó vivir a los hombres que componían el Gobierno Provisional al día siguiente de la abdicación del Rey. Todos los promotores de la revolución social veían ahora por primera vez la revolución cara a cara, y les agradaba mucho menos que sobre el papel.

 

            >> El alzamiento de la bandera roja por el populacho; descrito por Lamartine como ‘el símbolo de las amenazas y los desórdenes’ – había llenado de terror los corazones de todos menos del de Louis Bland, y no fue hasta que Lamartine, ordenó a la multitud restaurar la tricolor en un apasionado discurso en el que la bandera roja fue finalmente arriada y los diputados pudieron retirarse al Hotel de Ville y discutir la nueva estructura de gobierno.

 

            >> En toda la historia del ‘movimiento obrero’ nunca se había dado una escena como la que ahora tenía lugar. Reunidos en torno a la mesa estaban los hombres que los últimos diez años habían jaleado al pueblo con entusiasmo por los principios de la primera Revolución – Lamartine, panegirista de los girondinos; Louis Bland, el Robespierrista; Ledru Rollin, cuyo mayor orgullo era su supuesto parecido a Danton.

 

            >> De pronto, la puerta de la sala del consejo se abrió de golpe y un obrero entró, fusil en mano, el rostro desencajado por la furia, seguido por varios de sus camaradas. Avanzando hacia la mesa donde estaban sentados los temblorosos demagogos, Marché[3] – pues tal era el nombre del líder de la delegación – golpeó el suelo con la culata de su fusil y dijo en voz alta: ‘Ciudadanos, hace veinticuatro horas desde que comenzó la revolución; el pueblo espera los resultados. Me envían para deciros que no soportarán más demoras. Desean el derecho a trabajar – el derecho a trabajar de una vez’.

 

            >> Veinticuatro horas desde la revolución, ¡y los Nuevos Cielos y la Nueva tierra aún no habían sido creados! Los teóricos habían calculado sin tener en cuenta la inmensa impaciencia del ‘Pueblo’, habían olvidado que para mentes simples y prácticas dar es dar rápido y de una vez; que los inmensos cambios sociales representados por Louis Blanc en su Organisation du travail[4] como asunto sencillo habían sido asumidos por los trabajadores sin cuestionarlos; Marché y sus camaradas no tenían concepto alguno de las enormes dificultades inherentes al reajuste de las condiciones del trabajo, del tiempo que llevaría reconstruir el sistema social entero. Se les había prometido ‘el derecho al trabajo’, y la gigante organización que esa idea comportaba debía establecerse en un día e inmediatamente ponerse a funcionar.

 

            >> Louis Blanc admite que su primera emoción al escuchar a Marché fue de enfado; habría sido mejor si hubiese dicho de vergüenza. Era él, más que ningún otro, quien había mostrado a los trabajadores la tierra prometida y, ahora que resultaba ser un espejismo él, más que ningún otro, era el culpable. Antes de prometer uno debe saber cómo ejecutar; y ejecutar sin tardanzas.

 

            >> Aparentemente, era a Lamartine a quien los obreros consideraban el principal obstáculo para su demanda del derecho al trabajo, pues durante todo su discurso, Marche había mantenido sus ojos – ardiendo con audacia – fijos en los del poeta de la Gironda[5]. Lamartine, airado por esta actitud, replicó con tono imperioso que, aunque le amenazasen con mil muertes, aunque fuese llevado por Marché y sus camaradas ante los cañones, nunca firmaría un decreto cuyo significado no entendía. Pero, venciendo a su enfado, adoptó un tono más conciliador y, posando su mano en el brazo del enfadado proletario le pidió tener paciencia, señalando que por legítima que fuese su demanda, una medida tan grande como la organización del trabajo debe llevarse a cabo con tiempo, que ante tantas necesidades el gobierno necesita tiempo para formular sus soluciones, que todos los hombres competentes deben ser consultados.

 

            >> La elocuencia del poeta triunfó, y la indignación de Marché fue apaciguándose; los trabajadores, hombres honestos convencidos por la evidente sinceridad del orador, se miraron los unos a los otros inquisitivos, con expresión de conceder, y Marché, viendo esto, gritó: ‘Bien, pues, sí, esperaremos. Confiaremos en nuestro gobierno. ¡El pueblo esperará; ponen tres meses de miseria al servicio de la República!’.

 

            >> ¿Se han pronunciado alguna vez más patéticas palabras en la historia entera de la revolución social? Como sus precedentes de 1792 estos hombres estaban dispuestos a sufrir, a sacrificarse por una nueva República que se les presentaba como la única esperanza de salvación para Francia, y animados por este noble entusiasmo estaban dispuestos a confiar en los charlatanes que los habían guiado con hermosas promesas hacia una insurrección abortada. Incluso mientras Lamartine urgía a la paciencia, Louis Blanc, obcecado con probar sus teorías, se había retirado a un alféizar donde, con Flocon y Ledru Rollin, escribió el decreto, fundamentado en el artículo 10 de la Declaración de los Derechos del Hombre de Robespierre, en virtud del cual el Gobierno Provisional se comprometía a ‘garantizar trabajo a todos los ciudadanos’. Louis Blanc era, probablemente, el único presente que creía en la posibilidad de llevar a cabo su promesa, pero todos acabaron sumándose a ella, y ese mismo día el decreto fue proclamado públicamente por todo París.

 

            >> Dos días después los talleres nacionales [ateliers nationaux], destinados a garantizar dicho empleo, fueron abiertos bajo la dirección de Emile Thomas y M. Marie. El resultado fue inevitablemente desastroso: al no haber trabajo suficiente, los trabajadores eran enviados aquí y allá de un empleador a otro, se crearon empleos inútiles que resultaban despreciables para los hombres que los ejercían, mientras que los trabajadores de oficios cualificados para los que no se podía encontrar puesto tenían que ser mantenidos con subsidios de desempleo. Esta última medida, la más desmoralizante de todas, tuvo el efecto de atraer cientos de trabajadores de todo el país, e incluso del extranjero, a la capital.[6]

 

            >> Los trabajadores, por su parte, de mostraron por lo general perfectamente cuerdos y razonables, exigiendo protección de explotación por parte de los burgueses, y una reducción en las horas de trabajo de diez u once al día, fundamentaban esta petición en una teoría que quizá era válida en una época en que los días de trabajo consistían en catorce o quince horas, pero que hoy ha sido pervertida en el desastroso sistema conocido como Ca’Canny[7], es decir, ‘cuanto más larga es la jornada menos trabajadores son empleados, y los que lo son absorben un salario que podría dividirse entre un mayor número de trabajadores’. También ‘criticaron el trabajo excesivo como obstáculo para su educación y el desarrollo intelectual del pueblo’.

 

            >> En todo caso, fuesen o no lúcidos en su política económica, el pueblo de París no se mostró violento durante esta crisis; no deseaba barricadas y derramamiento de sangre, edificios en llamas y destrucción. Reduciéndolo a la fórmula más simple, pedían solo dos cosas: pan y trabajo, ¿qué más justa demanda podría haberse formulado? Y estaban listos para, como Marché había dicho, esperar, sufrir, sacrificarse no solo por su propio bien sino también por la gloria de Francia. Mal encaminados por los visionarios como podían estarlo, llenos de falsas ilusiones sobre las bondades de la primera Revolución, no pedían repetir sus horrores, tan solo que les dejasen trabajar en paz y fraternidad.

 

            >>‘Ciudadanos…’, escribieron los trabajadores textiles al gobierno provisional a finales de marzo de 1848, ‘nosotros, los trabajadores mismos, os ofrecemos nuestra humilde cooperación, os ofrecemos 2000 francos para ayudar al éxito de vuestra noble creación… ¡Que estén tranquilos aquellos que quizás crean en un regreso a las escenas sangrientas de nuestra historia! ¡Que estén tranquilos! ¡Ni guerra civil, ni guerra en el extranjero agitarán nuestra hermosa Francia! ¡Que estén seguros de nuestra Asamblea Nacional, pues no habrá ni Montañeses[8] ni Girondinos! ¡Que estén tranquilos y ayudémosles a dar a Europa una visión mágica, que muestren al universo que en Francia no ha habido violencia en la revolución, solo un cambio de sistema; que el honor ha triunfado sobre la corrupción, la soberanía del pueblo y la equidad al odioso despotismo, la fuerza y el orden a la debilidad, la unión a las castas; y, por encima de la tiranía, ha prevalecido este hermoso lema: “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad, Progreso, Civilización, Felicidad para Todos y Todos por la Felicidad!”’>>.

 

             Pero el Gobierno comenzó a impulsar reformas utópicas y el pueblo de París y las Provincias empezó a temer tanto a los ‘trabajadores’ como revolucionarios. Louis Blanc proclamó el objetivo de ‘el absoluto dominio del proletariado’. Y una manifestación a favor de Polonia llevó a escena a…

 

            “… Los revolucionarios, ahora legalmente excluidos del Gobierno, debían buscar ahora un nuevo pretexto para agitar al pueblo. Este les fue proporcionado por lo una revuelta en Polonia en la que las tropas prusianas habían reprimido despiadadamente el 5 de mayo; los trabajadores de París fueron llamados a reunirse por los miles y protestar contra esta muestra de autoridad arbitraria. Así, el 13 de mayo una congregación de unas 5000 personas llegó a la Place de la Concorde, gritando “¡Vive la Pologne!”.

 

Los obreros presentes en la multitud, que habían salido con buena fe para manifestarse – como se les había indicado – en favor de la oprimida Polonia y no soñaban siquiera con derrocar la Asamblea elegida por sufragio universal. Pero, como de costumbre, agentes del caos se habían infiltrado entre sus filas, extraños de aspecto siniestro listos para hostigar a la policía o la masa con tal de provocar una revuelta, mujeres bien vestidas que no pertenecían al pueblo fueron observadas incitándolo a la violencia.

 

            >> En el puente de la Concorde la congregación pareció dudar, pero Blanqui, ahora poniéndose en cabeza, gritó “¡Adelante!”, y la masa entera se dirigió hacia el palacio ocupado por la Asamblea. El pequeño número de Guardias Nacionales fue incapaz de contener la marea de 150.000 hombres y mujeres que se arrojaban hacia ellos, empujando con tal fuerza que un gran número de gente fue aplastada en la entrada del Palacio.

 

            >> Fue entonces Lamartine, más valiente que sus predecesores los revolucionarios de 1792, salió de la Asamblea y se dirigió al pueblo.

 

            >> ‘Ciudadano Lamartine’, dijo uno de los líderes, Laviron, hemos venido a leer una petición a la Asamblea a favor de Polonia…’

 

            >> ‘No pasaréis’, dijo imperioso Lamartine.

 

            >> ‘¿Con qué derecho nos prohibirás el paso? Somos el pueblo. Por mucho tiempo habéis elaborado hermosos versos; el pueblo quiere algo más que palabras. Quiere ir él mismo a la Asamblea y hacer valer sus deseos’.

 

            >> “Qué ciertas las palabras pronunciadas por una voz entre la multitud en ese momento: ¡Infelices! ¿Qué estáis haciendo? ¡Estáis postergando la causa de la libertad por más de un siglo!”

 

            >> En vano intentaban ahora calmar la tempestad los mismos hombres que la habían desatado. Mientras la multitud se agolpaba en el recinto de la Asamblea, Thomas, Raspail, Barbes, Ledru Rollin, Buchez y Louis Blanc luchaban para hacerse oír en medio del calor sofocante y el hedor de la multitud aglomerada durante el primero de mayo. Louis Blanc desde la tribuna declaro que ‘el pueblo con sus gritos ha violado su propia soberanía’; el gentío respondió con gritos de ‘¡Vive la Pologne! ¡Vive l’organisation du travail!’.

 

Louis Blanc, atacado por el arma que él mismo había forjado, fue reducido a la impotencia; ya no era el teórico que los había seducido que las palabras que el pueblo quería oír, sino a Blanqui, el hombre de acción, el instigador de la violencia y la furia. ‘¡Blanqui! ¿Dónde está Blanqui? ¡Queremos a Blanqui!’ fue el grito de la multitud.

 

Y de inmediato apareció, llevado en hombros por la multitud, la extraña figura del famoso agitaador: un hombrecito prematuramente encorvado, con salvajes ojos irradiando llamas de cuencas abismalmente hundidas en la enfermiza palidez de su rostro, con él pelo negro rasurado como el de un monje, su negra levita abotonada hasta su negra corbata, y sus manos cubiertas de negros guantes –  ante esta visión se hizo el silencio entre la multitud.

 

Blanqui, adecuándose al temperamento de su audiencia, lanzó una arenga exigiendo que Francia declarase inmediatamente la guerra a Europa por la liberación de Polonia – una medida peculiar para aliviar la pública miseria de París. Entretanto Louis Blanc, con una bandera polaca en las manos, hizo un valiente esfuerzo por recuperar su popularidad. Un elocuente discurso sobre la ‘soberanía del pueblo’ surtió al fin efecto, y entre los gritos de ‘¡Larga vida a Louis Blanc! ¡Larga vida a la República Social y Democrática!’ fue también aupado por el pueblo y llevado triunfalmente. Pero la emoción del momento probó ser demasiado para su frágil cuerpo; Louis Blanco, chorreando sudor su rostro, intentó en vano dirigirse a la multitud, pero ningún sonido emergió de sus labios y, finalmente, cayó desmayado.

 

            >> La demencia de la multitud, avivada por los ‘Clubistes[9] había alcanzado su cénit. Mientras Barbés intentaba en vano dar un discurso la tribuna era asaltada por un grupo de maníacos, que con el puño se amenazaban los unos a los otros y ahogaban su voz en gritos tumultuosos. Para más confusión, las galerías empezaron a romperse bajo el peso de la creciente muchedumbre y un tanque de agua estalló inundando el pasillo.

 

>> En este punto Huber, que también se había desmayado, recuperó la consciencia de repente y, subiéndose a la tribuna, declaró con una voz estruendosa que la Asamblea era disuelta en nombre del pueblo.

 

            >> En el mismo momento Buchez fue expulsado de su asiento, Louis Blanc fue arrastrado por la multitud hasta la esplanada de los Invalides, Raspail se desmayó en el césped, Sobrier fue llevado triunfalmente por los proletarios y Huber desapareció.

 

            >> Entonces llegó la reacción inevitable. Las tropas llegaron a escena y dispersaron a la multitud, Barbés fue arrestado. Louis Blanc, hecho harapos, logró escapar de los Guardias Nacionales y se refugió en la Asamblea, solo para encontrarse asaltado con gritos de indignación.

 

            >> ‘¡Siempre hablas de ti mismo! ¡No tienes corazón!’.

 

            >> Mientras estas escenas tenían lugar en la Asamblea, otra turba de 200 personas había tomado la Prefectura de la Policía, donde Caussidiére, siguiendo el ejemplo de Pétion el 10 de agosto, permanecía discretamente, esperando ver hacia dónde viraría la marea antes de decidir qué hacer. Confrontado por una iracunda masa de insurgentes el miserable Caussidiére, hasta entonces vanguarda de la revolución, empezaba a hablar de ‘autoridad constitucional’ y amenazaba con atravesar a un rebelde con su sable.

 

            >> Con ayuda de la Guardia Republicana la Prefectura de Policía fue finalmente evacuada, y a lo largo de París las tropas comenzaron a restaurar el orden. ‘La represión’, escribe la Condesa d’Agoult, ‘fue despiadada porque el ataque había sido terrible’; palabras que han de ser recordadas siempre por los artífices de las revoluciones. Cuanto más feroz la masacre más feroz debe ser la resistencia, y la anarquía solo puede acabar en despotismo. Incluso los líderes revolucionarios se vieron obligados a admitir los efectos reaccionarios del 15 de mayo, y el pueblo mismo, siempre impresionado por una demostración de autoridad, se puso del lado de los vencedores. Cuando el 16 de mayo los conspiradores arrestados marchan a Vincennes ‘escuchan, yendo a través de Faubourg St. Antoine, imprecaciones de una multitud de hombres, mujeres y niños que, pese al extremo calor del día, siguen los carruajes con insultos hasta llegar a Vincennes’.

 

            >> Pero este vuelco del sentir popular fue temporal; en poco tiempo los Socialistas restablecieron su popularidad sobre el pueblo. En las elecciones del 5 de junio Pierre Leroux, Proudhon y Caussidiére tuvieron éxito, y la situación se tornó aún más complicada con la victoria de Louis Napoleón Bonaparte.

 

            >>Fue así que los planes imperialistas de los bonapartistas se hicieron aparentes, y se oyó el grito ‘¡Vive l’Empereur!’. Los líderes de esta facción, no menos que los de la socialista, se percataron de que el derrocamiento del gobierno existente debía forzarse mediante una insurrección popular, y ambos bandos recurrieron con igual falta de escrúpulos al arma habitual del odio de clases”.

 

            Cuando las elecciones se llevaron a cabo, la mayoría en la Asamblea era monárquica; tres días después, todos los partidos estaban en las calles, y los Guardias Nacionales los acribillaron.

 

            “Siguieron después los tres terribles días entre el 22 y el 25 de junio. Se erigieron de nuevo barricadas en las calles, y la guerra a cuchillo fue declarada contra la República. Como en toda erupción de la Revolución Mundial, los insurgentes estaban compuestos de elementos belicosos, todos resueltos a destruir el orden existente, todos animados por fines opuestos. Así, las masas que tomaron parte en la insurrección incluían, aparte de los trabajadores guiados por el hambre y la desesperación, gran cantidad de gente crédula y honesta engañada por los agitadores: comunistas, soñadores de una utopía de entre los cuales cada uno tenía su propio sistema y todos estaban en desacuerdo entre sí; Legitimistas, que exigían la restauración de la dinastía borbónica en la persona del Duc de Chambord; Bonapartistas, partidarios de una regencia; y, finalmente, ‘la escoria de todos los partidos, convictos y gandules; en una palabra: los enemigos de toda sociedad, hombres consagrados por instinto a las ideas de insurrección, robo y pillaje’.

 

            >>Contra este temible ejército las tropas, reforzadas por Guardas Nacionales de toda Francia, mostraron enorme vigor, y el 26 de junio, tras una terrible lucha que dejó no menos de 10.000…”[10] muertos en París. La revolución se esparció a Alemania, Austria, Italia, Inglaterra, España. Hubo protestas en muchos lugares, pero en casi todos fue reprimida bastante rápido; fue el fracaso de esta revolución que inspiró a Marx. Marx decidió que era entonces el momento de planificar con sumo cuidado una revolución exitosa en el futuro, y no tener simplemente grandes ideales y hacer muestras de fuerza.

 

            En la propia Francia Napoleón se hizo con el poder rápidamente y convocó elecciones; todos los varones de Francia votaron y hubo 7.000.000 de votos a favor de hacerlo Emperador frente a 700.000 en contra, lo cual demostraba que era lo que realmente creía el pueblo cuando se le daba la oportunidad de elegir. A un hombre al que preguntaron, “¿Por qué votaste a Napoleón?, ¿qué tiene?” respondió “¿Acaso yo, que estuve con Napoleón en Rusia, podría votar por alguien sino su descendiente?”.[11]


 Marx y Engels

 

            Ahora llegamos a aquellas gentes, socialistas y anarquistas de finales del siglo XIX que prepararon la historia del siglo XX.

 

            El primero al que observaremos brevemente es Marx, quien, junto a Engels, sentó las bases del marxismo en Rusia. Engels mismo era un propietario industrial y pasó tiempo en Inglaterra; poseía una fábrica en Manchester. Marx era un periodista judío que, al parecer, no dio pie con bola en su vida, estaba constantemente inspirado por ideas revolucionarias y pensando en cómo hacer advenir la revolución.

 

En 1844 ambos se conocieron en París; en 1847 se unieron a la Liga Comunista, un pequeño grupo secreto de revolucionarios similar a los ‘quintetos’ mencionados por Dostoyevsky. Según Engels, este grupúsculo era poco más que la rama alemana de las sociedades secretas francesas. Este grupo intentó infiltrar otros, produjo propaganda y trabajó para conseguir un sistema revolucionario eficiente, en particular con el uso de las armas.

 

            En 1848, justo antes de que la revolución comenzase, Marx publicó su Manifiesto Comunista haciendo un llamado a todos los “obreros del mundo a unirse” y a “romper sus cadenas”. A lo largo de su vida, nunca se preocupó demasiado por los proletarios; que siempre fueron mucho más conservadores. Le interesaba tan solo en utilizar su descontento para instaurar un nuevo gobierno que pondría en funcionamiento sus principios.

 

            Sus principios los obtuvo de varias fuentes. Por supuesto, la principal fue la de la Revolución Francesa y la de los socialistas idealistas − aunque más tarde se volvió muy crítico de ellos porque no eran “científicos” −, pero sus ideas milenaristas provienen directamente de ese entorno.

 

Otra fuente fueron los economistas británicos de su tiempo, cuyas ideas, en su mayoría, fueron luego revisadas y abandonadas por considerárselas poco realistas; pero Marx adoptó precisamente esas primeras formulaciones, ya obsoletas. Otra fuente fue el idealismo alemán, especialmente el de Hegel, con su idea de la marcha de Dios a través de la Historia, con la excepción de que eliminó a Dios. De hecho, se decía que Hegel estaba “de cabeza”, y que ellos lo pusieron “de pie” al quitarle a Dios y transformar su sistema idealista en uno materialista; convirtieron así su sistema dialéctico en un materialismo dialéctico, esto es, explicar todo lo que sucede en el mundo como el resultado de una suerte de ‘providencia’ que actúa sobre el mundo, solo que sin Dios: bajo algún tipo de causas necesarias e irreversibles. Esto da a los comunistas la confianza de que están del lado de la Historia porque, simplemente, las cosas deben de ir así, así es el devenir del mundo.

            Estas ideas eran ateas, materialistas y extremadamente naïve: consideraban la ciencia respuesta de todo. El sistema filosófico en sí es tremendamente estúpido y hay poco en él que merezca la pena creer, pero el poder de Marx emanaba de su pasión por derrocar el orden existente. Y utilizaba como chivo expiatorio a la burguesía, quien veía que estaba esclavizando a los proletarios.

 

            Así, la revolución entra en una nueva etapa: antes, era la burguesía que quería derrocar a la aristocracia y la monarquía; y ahora son las clases bajas, supuestamente, que quieren derrocar a la burguesía. Trabajó para desarrollar la idea de la conciencia de clase con el propósito de que todos los trabajadores odiasen a la burguesía y viceversa; y, en gran parte, tuvo éxito, pues muy pronto emergieron muy violentas escenas revolucionarias.

 

            En 1864, un grupo de organizaciones de trabajadores se reunió en Londres para formar lo que se conocería como la Primera Internacional, y Marx tomo el liderazgo de ella, que empleó para difundir sus ideas. A cualquiera que no estuviera de acuerdo con él, lo combatía con fanatismo, y se oponía a prácticamente todos, incluyendo a la mayoría de los trabajadores, porque no compartían su filosofía. Consiguió expulsar a todos los disidentes. También odiaba a los campesinos. Al proletariado que odiaba lo llamaba como ‘lumpen proletariado’. No amaba a nadie. Desde entonces, especialmente en años 1880 y 1890, los distintos partidos socialistas se comenzaron a organizar y desarrollarse, y fue entonces que se formó el Partido Comunista Ruso.

 

Bakunin




 Bakunin, en 1862, en imagen tomada por Nadar.

            El segundo de estos pensadores es Mikhail Bakunin. Marx vivió de 1818 a 1883, Engels de 1820 a 1885, y su principal función fue apoyar a Marx, estar de acuerdo con sus ideas, etc. Marx era un intelectual, pero Bakunin era un pensador de distinto tipo. Vivió de 1814 a 1876. Venía de una familia noble rusa, era bastante inteligente, extremadamente vago, pasaba los días en la cama, fue a la escuela militar, pero fracasó por su inmensa pereza. Se interesó por la filosofía y convirtió en un revolucionario profesional. Estaba constantemente pidiendo dinero prestado para ir de una ciudad a otra en buscas de empezar una revolución. Se hizo amigo de Marx en unos de sus viajes; Marx vio inmediatamente que tenía una intensa energía revolucionaria, ardiente como estaba de ira en contra del viejo orden, e intentó usarlo para sus fines propios. “Claramente reconoció el valor del ruso como fuerza dinámica para ser utilizada y luego desechada cuando hubiera cumplido su propósito”[12]. Lo que debe entenderse es que el poder del marxismo está en el odio, y cuando Lenin llegó al poder fue completamente despiadado, matando, destruyendo, sin compasión hacia nadie, sin misericordia.

 

            He aquí una descripción de Bakunin cuando era muy joven, de unos 29 años, y conoció a Marx en París, en 1844: “Marx y yo somos viejos conocidos. Lo vi por primera vez en París en 1844… éramos bastante buenos amigos. Estaba mucho más avanzado que yo, y aún hoy lo está”, en las ideas revolucionarias, “no más avanzado, sino incomparablemente mejor instruido” [13]. Marx había estudiado muchos filósofos y sistemas, mientras que Bakunin era más bien espontáneo: “No sabía nada de economía política, seguía sin deshacerme aun de las abstracciones metafísicas, y mi socialismo era solo instintivo. Él, aun siendo más joven, ya era ateo, un instruido materialista, y un reflexivo socialista. Fue precisamente en aquella época cuando elaboró los primeros fundamentos de su sistema actual. Nos veíamos con bastante frecuencia, pues lo respetaba mucho por su saber y su entrega apasionada y seria aunque siempre teñida de vanidad personal a la causa del proletariado; buscaba con fervor su conversación, que siempre era instructiva e ingeniosa, cuando no estaba inspirada por algún odio mezquino; lo cual, ¡ay!, sucedía demasiado. Nunca hubo, sin embargo, franca cercanía entre nosotros. Nuestros temperamentos no lo permitían. Él me decía que era un idealista sentimental, y tenía razón; yo le decía que era un soberbio, pérfido e insidioso, y tenía razón también”[14].

 

            Cuando estalló la Revolución de 1848 en Francia, Bakunin quiso tomar parte en ella. Uno de sus camaradas socialistas franceses dijo de él: “¡Qué hombre! El primer día de una revolución es un tesoro; el segundo, sólo sirve para fusilarlo.”[15]

 

            Este juicio mordaz ilustra bien la naturaleza impetuosa e incontrolable de Bakunin. No le importaban las ideas de la revolución; tan solo la energía, el poder demoníaco que liberaba. Tenemos una descripción de cómo se comportó en la revolución de 1870. Primero citaremos los hechos de 1848. Estando en París fue enviado con una misión para agitar la revolución en los países del Este. Viajó por la Rusia occidental, Praga, Dresden, y finalmente fue arrestado y enviado a Rusia por las autoridades austriacas. Encerrado en la fortaleza de San Pedro y Pablo, el Conde Orloff vino a visitarlo y le instó a escribir una confesión de sus errores al Emperador como a un confesor. Bakunin aceptó, y Nicolás la leyó y dijo: “Es un muchacho valiente, con un ingenio vivo, pero es un hombre peligroso y debe mantenerse bajo llave”[16].

 

Esto era bastante realista. Desde allí, Bakunin escapó de nuevo, cruzando por Asia hacia los Estados Unidos, hasta regresar a Londres. A partir de entonces, pasó la mayor parte de su vida entre Londres, Italia y Europa Occidental, siempre implicado en conspiraciones revolucionarias y movimientos anarquistas.

 

            Fundó varias sociedades secretas y tuvo como discípulo a un tal Nechayev, un joven que se convertiría en uno de los más despiadados nihilistas que su tiempo conoció. Bakunin tenía un fervor revolucionario que lo hizo rodearse en los 60s de conspiradores de todas las nacionalidades. Urdía siempre nuevas tramas, agitaba por doquier, intentaba que los polacos se rebelasen. Y el liberal Herzen describe así su encuentro en Londres: “Bakunin reanimó su juventud; estaba en su elemento. No era solo el rumor de la insurrección, el ruido de los clubes, el tumulto de las calles y plazas, ni siquiera las barricadas, lo que forjaba su alegría; amaba la agitación del día anterior, el trabajo de preparación, la vida de agitación, las conferencias, las noches en vela, las negociaciones, las rectificaciones, la tinta oculta, códigos cifrados, señas concordadas”. Y Herzen, que se tomaba la revolución más en serio, añade que Bakunin, “se entusiasmaba como si se tratara de preparar un árbol de Navidad”[17]. Es decir, no era un revolucionario serio en el sentido racional o doctrinario, pero poseía un ardor revolucionario febril, que resultaba muy útil para quienes deseaban derrocar gobiernos. Su entusiasmo inagotable por la agitación conspirativa lo convertía en una fuerza elemental del caos, más que en un arquitecto de una nueva sociedad.

 

Necháyev, este joven anarquista, fue en un comienzo discípulo de Bakunin. Pero con el tiempo, Bakunin empezó a darse cuenta de que era aún más radical de lo que había imaginado.

 

Ambos colaboraron en la redacción de lo que se conoce como el “El revolucionario no puede dejar que nada quede en pie entre él y su labor de destrucción. Para él existe un solo placer, un solo consuelo, un premio, una satisfacción; el éxito de la revolución. Día y noche debe tener un solo pensamiento, un solo fin: destrucción implacable… Si sigue habitando este mundo es tan solo para aniquilarlo con mayor brutalidad”.

 

            Sin embargo, hacia 1870, Bakunin descubrió que Necháyev, mientras fingía ser su discípulo más devoto, pertenecía en realidad a otra sociedad aún más secreta, cuyos misterios jamás había revelado a Bakunin.

Este escribió a un amigo:

 

“Nechayev (…) es un fanático con entrega pero al mismo tiempo un fanático muy peligroso y cuya alianza sólo podría ser funesta para todos. Ahora viene el por qué de esta carta. Formó parte primero de un Comité oculto que realmente existió en Rusia. Este Comité ya no existe. Todos sus componentes fueron detenidos. Nechayev quedó solo, y a solas él está constituyendo hoy por hoy lo que llama el Comité. Ya diezmada la organización rusa en Rusia, él se esfuerza por crear otra nueva en el extranjero. Todo esto sería muy natural, muy legítimo, muy útil, pero la manera cómo se porta resulta detestable. Sumamente impresionado por la catástrofe que acaba de destruir la organización secreta en Rusia, él se fue paulatinamente convenciendo de que para fundar una sociedad seria e indestructible era preciso tomar por base la política de Maquiavelo y adoptar de lleno el sistema de los jesuitas: por cuerpo la única violencia, por alma la mentira.

 

            >> La verdad, la confianza mutua, la solidaridad seria y severa sólo existen entre una decena de individuos que conforman el sanctus sanctorum [el lugar más santo] de la sociedad. Todos los demás debe servir como instrumento ciego y como materia explotable en manos de esta decena de hombres realmente solidarizados. Está permitido, incluso se manda, engañarles, comprometerles, robarles y, de ser necesario, hundirles. Son carne de conspiración. Un ejemplo: usted recibió a Nechayev gracias a nuestra carta de recomendación, le dio en parte su confianza, les confió a sus amigos (entre otros al señor y a la señora Mroczkowski).

 

Ya está implantado en el mundo de usted. ¿Qué hará? Le soltará primero una sarta de mentiras para aumentar la simpatía y la confianza en usted. Pero no se conformará con eso. Las simpatías de hombres tibios, que sólo se entregan en parte a la causa revolucionaria, y que fuera de dicha causa tienen aún intereses humanos, como amor, amistad, familia, vínculos sociales, estas simpatías no son a sus ojos una base suficiente. En nombre de la causa, él debe adueñarse de toda su personalidad, sin que usted se dé cuenta. Para ello, le estará espiando, procurando apoderarse de todos los secretos de usted, y por eso mismo, de estar usted ausente, una vez solo en su aposento, abrirá todos los cajones, leyendo la correspondencia de usted, y cuando una carta le parezca interesante, es decir comprometedora desde cualquier punto de vista que fuere, sea para usted mismo, sea para uno de sus amigos, la robará guardándola con sumo cuidado como un documento en contra de usted o de su amigo.

 

Si usted le presentó a un amigo, su primer cuidado será sembrar entre ustedes la división, los chismes, la intriga, en una palabra, enemistarles. Su amigo tiene una mujer, una hija, buscarán seducirla, hacerle un niño, para arrancarle a la moralidad oficial y lanzarla en una protesta revolucionaria forzada contra la sociedad. Cualquier relación personal, cualquier amistad, cualquier vínculo están considerados por ellos como un mal, que tienen el deber de destruir, porque todo esto constituye una fuerza que por estar fuera de la organización secreta debilita la fuerza única de la misma. No grite por ver exageración, todo eso me fue ampliamente desarrollado y probado.”[18]

 

            Sin embargo, Bakunin no es precisamente quien para criticarlo, ya que su propia filosofía es muy similar; la única diferencia es que no fue tan sistemático ni tan extremo como ese Necháyev. Escribió en su Catecismo Revolucionario: “Nuestra tarea es la destrucción terrible, total, inexorable y universal”. De nuevo, dice: “Pongamos nuestra fe en el eterno espíritu que destruye y aniquila, solo porque es la invisible y eternamente creativa fuente de toda vida. La pasión por la destrucción es también una pasión creadora”.

 

            Y, una vez en que le preguntaron qué haría si la revolución tuviese éxito y su soñado nuevo orden se hiciese realidad, dijo: “Entonces empezaría inmediatamente a derrocar todo lo que había construido”. En él vemos una voluntad humana primordial de destruir y rebelarse. Esta es la pasión por la rebelión que también aparece en escritores más recientes como Albert Camus, el existencialista que afirmó que lo único que prueba que existo es el hecho de que tengo la voluntad de rebelarme.

 

            Bakunin, cuando loaba al proletariado en 1871, llamó a la Comuna de París “el moderno Satán, el autor de la sublime insurrección de la Comuna”[19]. Más tarde, hablando sobre el fracaso de la revolución de 1871, dice: “La causa está perdida, parece que los franceses, que el proletario mismo, no se conmueven por este estado de las cosas. ¡Qué terrible lección! Pero no basta. Deben sufrir mayores calamidades, más violentos encontronazos. Todo apunta a que abundarán. Y quizás entonces el demonio despierte. Pero mientras dormite no podemos hacer nada. Sería una pena tener que pagar por los cristales rotos… Nuestra labor es hacer el trabajo preparatorio. Organizarnos y extendernos tanto como para estar preparados cuando el demonio haya despertado”[20].

 

            Este deseo de rebelión, entendemos, es una parte muy profunda del movimiento revolucionario, no una meramente accidental. La revolución no viene de ociosos soñadores que simplemente quieren errar hacia un mejor estado de las cosas o revisar el gobierno, su principal motivo, como vemos claramente en estos pensadores radicarles de la última parte del siglo XIX, es en realidad la idea de que todo debe ser destruido. Y no pensaron demasiado en qué habría de pasar después. Tienen esta inspiración satánica de destruir.

 

            Más adelante, en el ámbito del arte, vemos que en 1914 estalló un movimiento llamado Dada, considerado muy influyente para los artistas posteriores. Estos artistas pegaban recortes de anuncios de periódicos en collages o colocaban copias de los grandes maestros boca abajo, simplemente para lograr un efecto extraño y desconcertante. Pero detrás de todo esto había un sentido.

 

La filosofía del arte del Dadaísmo se resume en uno de sus manifiestos:

 

“Que todo sea barrido; nada más de nada. Nada. Nada. Nada.”[21]

Esto es lo que se llama nihilismo, el deseo de barrer a Dios, al gobierno, la moralidad, la cultura, la civilización – todo. Esta actitud refleja precisamente la filosofía proclamada por Weishaupt y los Illuminati: la subversión total de la civilización. Lo que viene después, como veremos, es algo distinto.

 

            Pero todo esto es aún filosofía. Debemos observar cómo se puso en marcha. De hecho, si no pudiésemos ver en los últimos años cómo esto se hizo efectivo, no entenderíamos qué es esta filosofía. Pensaríamos que fue un incidente aislado de algunos tarados. Pero, especialmente desde 1871, esta filosofía fue llevada a cabo.

 

            Cuando el Imperio Napoleónico – el Tercer Imperio – fue derrocado tras la desastrosa derrota frente a los prusianos de 1870, la revolución estalló de nuevo en Francia. Comenzó en las provincias. Bakunin, que estaba en Italia, fue tan rápido pudo a Lyon para participar en ellas. Él y sus discípulos eran los principales en hacer esto. Pidió prestado algo de dinero, por supuesto, para llegar allí y dirigirse al ayuntamiento en que el nuevo gobierno revolucionario estaba atrincherado, y nadie tenía ninguna idea clara de qué querían hacer. Había charlas públicas de extraordinaria violencia, en que las más violentas protestas eran recibidas con entusiasmo. Y esto, por supuesto, era lo que Bakunin amaba. “El 28 de septiembre, el día de su llegada, el pueblo había tomado el Hotel de Ville”, el centro cívico. “Bakunin se instaló allí; llegó entonces el momento crítico, el momento tantos años esperado, en que Bakunin consiguió llevar a cabo el más revolucionario acto que el mundo haya jamás presenciado. Decretó la abolición del Estado. Pero el Estado, personificado por dos compañías de la Guardia Nacional burguesa burgueses, entró por una puerta trasera y lo expulso.”[22]

 

No obstante, la idea está ahí: abolir el Estado.

            Entonces la revolución estalló en París, y la Primera Internacional, bajo órdenes de Marx, intentó dictar el progreso de la revolución desde Londres. Pero no fueron capaces de hacer esto con mucha maestría, así que la revolución de París tomó su propio rumbo, que fue cada vez más y más violento. Las iglesias fueron clausuradas y convertidas en clubes, los sacerdotes fueron arrestados y ejecutados de forma sangrienta, y las instituciones de la primera revolución de 1793 fueron restauradas. Se restauró el Calendario Revolucionario, proclamándose que aquel era el año 79 del nuevo orden; se reinstauró el Comité de Salvación Pública del Terror, la institución encargada de dirigir la represión en la Revolución Francesa; la cruz sobre la iglesia del Panteón demolida y en su lugar alzada la bandera roja, dedicando el templo a “los grandes hombres de todas las épocas”. Había un gran obelisco de 150 metros, comparable en tamaño al Monumento de Washington, en la Place Vendome, adornado con escenas de sus grandes triunfos, coronada por una gran estatua de Napoleón en una toga. Decidieron que esto era una efigie del antiguo orden y la derribaron. Pensaron en como hacerlo por largo tiempo, y decidieron al final serrarla por la base y hacerla caer como un árbol. Estaba hecha de cemento y bronce, la fueron serrando y prepararon el gran día en que caería para rematar con el viejo orden. En realidad, no tenían ni idea de lo que pasaría, algunos pensaban que causaría un terremoto; pesaba miles de toneladas. Otros decían que podía romper el suelo y arruinar el sistema de alcantarillado de todo París. Pero decidieron que merecía la pena, en todo caso. Así que pusieron toneladas y toneladas de heno para amortiguar la caída y se reunieron a las tres de la tarde; supervisando y ordenando que se tirase de las cuerdas. Al tirarlas, no consiguieron derribarla; varias personas murieron en el proceso y alguien gritó “Traición, traición”. Tras un nuevo intento, todo se derrumbó y estalló en mil pedazos, quedando destrozada la estatua de Napoleón. Esto era un símbolo de su triunfo sobre el viejo orden – un acto completamente insensato pero, desde su punto de vista, símbolo que mostraba que serían libres de todas las influencias del pasado. Arrestaron al arzobispo de París, que más tarde sería asesinado.

 

            Conforme la revolución avanzaba, devino más violenta: arrestaron incluso al pintor Renoir, que se afanaba en bosquejar unos barcos en el Sena, diciendo “¡Ajá, espía!”. Inmediatamente tras su arresto, iba a ser ejecutado, pues tal era su principio: la ejecución inmediata de un espía tras su arresto. Dio la casualidad que el jefe de la policía secreta era un viejo amigo suyo y, al ver su destino, lo abrazó y ordenó su liberación; de otra forma, Renoir nunca habría pintado todos esos cuadros que nos son tan conocidos. Había muchos pintores radicales, como por ejemplo Gustave Courbet, uno de los líderes de la Comuna; fue él uno de los que idearon derrumbar la torre al considerarla ‘un insulto al sentido artístico’.

 

            Cuando el Ejército Republicano tomó París – pues no había ya ni monarquía ni Napoleón – la batalla se habría de decidir entre republicanos y comunistas, desplegándose gran violencia en ambos bandos; ambos se masacraban con gran alegría. Cuando los comunistas vieron que la revolución había de fracasar, pues perdían París calle tras calle, decidieron destruir París. Así que pusieron una inmensa cantidad de dinamita y pólvora en las Tullerías, el palacio real en que estaba Napoleón III. Y explotó, con lo que proclamaron “Las últimas reliquias de la realeza acaban de desvanecerse”. Luego procedieron a destruir el siguiente edificio: Hicieron estallar el Hotel de Ville, un edificio del siglo XIII en que se hallaba el ayuntamiento, y fueron a por la catedral de Notre Dâme, pero decidieron dejarla en pie al ver que se hallaba al lado un hospital en que se hallaban camaradas suyos.

 

Y luego, algunas mujeres exaltadas, como aquellas que participaron en la primera revolución de 1793, comenzaron a recorrer las calles con materiales inflamables, provocando incendios por toda la ciudad. Avenidas enteras de París ardían en llamas. Por la noche, parecía que todo París estaba en llamas (de hecho, existe un libro titulado ¿Arde París?).

 

            La Comuna inspiró a Marx, que la vio como un gran hito en la Revolución Roja; de hecho, fue su principal apologeta y dijo “Este es el estándar de lo que debemos hacer en el futuro. El pueblo se está despertando y esto es lo que necesitamos para llevar a cabo la revolución”.

 

            Desde entonces hasta 1917 la revolución empezó a tomar formas muy violentas: el zar fue asesinado en Rusia en 1881; en Estados Unidos, el presidente Garfield fue asesinado por un revolucionario rojo, en 1901 McKinley fue asesinado de nuevo por un anarquista. El presidente de Francia fue asesinado en 1890[23] y hubo muchos intentos de asesinato en contra príncipes rusos, reyes y presidentes occidentales. Todos sin aparente objetivo, simplemente con la idea de deshacerse del orden antiguo. Este es el espíritu del que Bakunin era un gran representante, pero que ahora se convierte en la herencia del movimiento revolucionario entero: destruir el viejo orden.

 

Proudhon


            Hay otro escritor, filósofo y anarquista de esta época al que deberíamos estudiar brevemente, pues introduce unas cuantas ideas que ayudan a entender esta filosofía. Este hombre es P. J. Proudhon. Estuvo activo a mediados de siglo. Participó en la revolución de 1848. Suya es la famosa frase: “La propiedad es un robo”, la cual consideraba su principal contribución al movimiento revolucionario, aunque algo muy similar había sido expresado por Rousseau y otros pensadores del siglo XVIII.

 

            Es notable en, al menos, en tres puntos. En primer lugar, proclamó que la revolución no era atea, sino anti–teística: “La revolución no es atea en el sentido estricto de la palabra… No niega el absoluto; lo elimina”[24]. “El primer deber del hombre para devenir inteligente y libre es expulsar continuamente la idea de Dios de su mente. Pues Dios, si existe, es esencialmente hostil a nuestra naturaleza Cada paso que damos hacia adelante es una victoria en la que aplastamos a la Divinidad.”[25]. “Dios, si es que existe un Dios, es el enemigo de la humanidad”[26]. Bakunin había dicho también algo parecido: “Si Dios existiese de veras, sería necesario abolirlo”[27]. Y vemos ahora en Rusia, tras sesenta años, que el gobierno no es en realidad ateo, sino anti–teístico – lucha contra Dios.

 

            En segundo lugar, invocaba a Satán. Bakunin dijo que estaba del lado de “Satán, el eterno rebelde, el primer librepensador y emancipador de mundos”. Nietzsche se proclamó a sí mismo Anticristo. Poetas, decadentes y la vanguardia en general desde el romanticismo se han visto siempre fascinados por el satanismo, y algunos han intentado convertirlo en religión. Y Proudhon dice: “¡Ven a mí, Lucifer, Satán, quienquiera que seas! Diablo que la fe de mis padres constriñó con Dios e Iglesia. Haré de portavoz tuyo y no pediré de ti nada”[28]. Vemos aquí que el movimiento revolucionario deviene conscientemente en satanista.

 

            La tercera idea de Proudhon, que resulta muy notable, es que finalmente concluyó que debíamos conservar el catolicismo tal como es, es decir, sus ritos, pero dándoles un nuevo significado.

Bajo la apariencia exterior del catolicismo, se transmitiría el mensaje revolucionario: igualdad, satanismo, etc.

Con esto, por supuesto, no hacía más que continuar la idea de Saint–Simon, quien proponía una “nueva cristiandad”, es decir, mantener la forma del antiguo cristianismo, pero transformándolo en algo nuevo.

Y hoy podemos ver claramente cómo el socialismo y el catolicismo están de hecho acercándose cada vez más.

Este profundo revolucionario entiende que la idea de comunismo, socialismo o anarquismo es, de algún modo, una idea religiosa que toma el lugar de la religión.

 

            Hacia fines del siglo XIX, vemos que el movimiento revolucionario se ha vuelto explícitamente despiadado y sangriento. Ya se habían dado varios ejemplos – en especifico el de la Comuna de 1871 –  en los que la idea de la destrucción universal y del asesinato implacable comenzaba a ponerse en práctica. Una persona muy consciente de las corrientes que recorrían el mundo podía ya entonces predecir que el siglo XX sería algo atroz; pues estas ideas no eran tan solo propiedad de unos cuantos delirantes, sino que penetraban el alma del pueblo europeo y producirían un horrible efecto cuando todo permease hasta el nivel más bajo, hasta el hombre común. Nietzsche llegó a decir: “Cuando mis ideas, las ideas del nihilismo, penetren en el último cerebro de la última persona, entonces habrá una tormenta tal como jamás ha presenciado el mundo”[29].

 

Los protocolos de Sion



Ilustración de la portada de la edición de 1911 del libro de Serguei Nilus Lo grande en lo pequeño, que contenía Los Protocolos de los Sabios de Sión.

Las leyendas (entre símbolos ocultistas y la versión de Eliphas Lévi de la carta del Tarot “El Carro”) dicen: «Así venceremos», «Marca del Anticristo» (etiquetando un pentagrama con el Tetragrámaton según Eliphas Lévi), «Ilegalidad», «Tarot», «INRI», «Gran misterio».
Impreso en la tipografía de la Laura de la Trinidad-Sergio (Troitse-Sergiyeva Lavra).


            Hay un último documento que me gustaría comentar, un documento bastante controvertido de inicios del siglo XX, inmediatamente previo al periodo de los grandes revolucionarios de nuestro siglo. Se llama Los Protocolos de los Sabios de Sion y, por presentarse como un documento judío, ha suscitado numerosas disputas. Si uno lee cualquier libro de historia – especialmente los que tratan de las dos guerras mundiales – encontrará allí una afirmación casi unánime de que “Los Protocolos de los Sabios de Sion” son una ficción que busca deliberadamente desacreditar a los judíos, que es una absoluta fantasía sin base alguna en la realidad, y se señalara que quien los descubrió era un agente al servicio de alguien y los inventó deliberadamente o – al menos así afirma una fuente – que a este la policía zarista lo engaño, la cual simplemente quería inventar estos documentos para tener una excusa que les permitiera eliminar a los judíos en los pogromos. Hay otros que se toman el documento tan en serio que tienden a irse al extremo opuesto y ven una conspiración judía en todas partes, hasta tal punto que apenas pueden dar un paso sin desmayarse. Debemos observar este documento con objetividad, para ver qué hay verdaderamente en él, cómo se halló y cuál es su importancia.

 

            Desde el punto de vista ortodoxo, es sumamente interesante cómo se presentó al mundo por primera vez. Fueron descubiertos por una señora, cuya exacta identidad desconocemos, que los entregó a la persona que los imprimió y, se supone, que provenía de Occidente y que fueron redactados por primera vez en francés y más tarde traducidos al ruso. Pero la persona a quien se le entregó este documento fue un hombre llamado Serguei Nilus, quien lo imprimió junto con otro documento que había descubierto recientemente, La conversación de Motovilov con san Serafín.  Presentó ambos documentos al mismo tiempo con vistas a mostrar 1) Cuál es la verdad de la Ortodoxia y la adquisición de la Gracia del Espíritu Santo y 2) Cuál era el plan de Satán para derrocar la Ortodoxia. Fue impreso en 1905[30].

 

            Nilus mismo fue un muy respetado escritor eclesiástico, un periodista popular que viajó a Optina y vivió allí y en otros lugares, y no cabe duda de que no tenía intención alguna de falsificar un texto. Aceptó el documento como legítimo y lo presentó al mundo como advertencia. Veremos que el texto tiene dos puntos nuevos que no han aparecido en escritos revolucionarios previos. Pero, aparte de estos, contiene exactamente la misma filosofía de Bakunin, Weishaupt y todos estos otros pensadores. Algunos dicen que no es un documento muy original – que es plagiario, etc. – y probablemente así sea, pues todas estas ideas ya circulaban. De hecho, se puede ver que una escritora, Webster, lo compara al texto de Weishaupt escrito en 1785. y cuya filosofía se expresa de una manera muy judía, del mismo modo que, anteriormente, hubo quienes presentaron la revolución como un triunfo de la Pangermania y otros la mostraron como si todo el mundo fuera a convertirse en una especie de república francesa. En este caso, la revolución adopto la forma dada por algunos masones o illuminati judíos quienes la presentaron como si se tratase de su propia conspiración.

 

            Hay aquí algunas ideas que son de suma relevancia para nosotros. Si son responsables de la Revolución Francesa como dicen, o si son tan influyentes, ¿quién sabe? Hemos visto que todas estas sociedades secretas son tan pequeñas, tan divididas, tan secretas, tan llenas de señas ocultas, de apretones de mano y tinta invisible, etc., que ¿quién podría descifrar quién es de veras responsable de qué? Nuestra opinión es que esto es muy sintomático de los procesos en marcha en este momento.

 

            Y veremos después que este documento jugó un papel importante en Alemania. La filosofía que se describe en el texto es completamente implacable, no sólo en el objetivo de implantar un gobierno revolucionario, sino también en los medios utilizados para lograrlo: utilizar a las personas (como Marx utilizó a Bakunin), recurrir a la más completa hipocresía, eliminar a los enemigos, difundir pornografía para corromper a la juventud, provocar revoluciones, de aliarse con monarcas, socialistas, liberales, demócratas, aliarse con cualquiera tan solo con hacer avanzar la propia perspectiva y llegar al fin al poder. Hablan del control de la prensa, el control del dinero, etc. Citaré a continuación algunos fragmentos para mostrar el espíritu de este documento:

 

            “Aquel que desee gobernar debe recurrir a la estafa y la hipocresía”.

 

            “No debemos detenernos ante el soborno, el engaño o la traición, si éstos sirven para alcanzar nuestra causa”.

Y esta misma filosofía puede encontrarse en el Talmud, donde se afirma que todo está permitido; que se puede engañar a cualquier no judío, un goy, con tal de conseguir los fines de uno.

 

            “Los fines justifican los medios. Proyectando nuestros planes debemos prestar atención no a lo que sea bueno y moral, sino a lo que es necesario y provechoso”.

 

            “Con la prensa actuaremos del modo siguiente… La someteremos y la guiaremos con riendas firmes; también tendremos que hacernos con el control de todas las demás empresas editoriales…”.

 

            “con el hecho de que todas las noticias del mundo se juntan en unas pocas oficinas noticiosas, donde se confeccionan y se entregan recién entonces a las distintas redacciones, autorizadas etc. Las oficinas pasarán poco a poco y por entero a nuestras manos, pudiendo, así, publicar solamente aquello que les dictaremos.”.

 

            “Nadie que desee atacarnos con una pluma encontrará quien lo publique”.

 

            Es interesante notar que, de todos los grupos del mundo, los judíos son los más fuertes en este sentido, ya que no es posible ni siquiera mencionarlos en un tono levemente crítico sin que aparezca un representante de la Liga Antidifamación a visitarte. Por eso las editoriales ortodoxas tienen mucho cuidado de no decir nada sobre los judíos, pues saben que alguien vendrá a investigarlos, y, si hay algo que no les gusta, iniciarán una campaña de calumnias, agitando la opinión pública y todo tipo de acciones en contra de uno. Hay algunas personas que hablan del “peligro judío”. Por supuesto, se exceden con ello  – como Gerald K. Smith, cuya principal preocupación es el peligro judío; y está obsesionado con eso.

 

            “Nuestro proyecto inducirá a un tercio del populacho a vigilar al resto desde un puro sentido del deber y como un servicio voluntario gubernamental. No se considerará deshonroso ser un espía; al contrario, será algo loable”.

 

            “Transformaremos las universidades y las reconstruiremos de acuerdo a nuestros planes. Sus decanos y profesores estarán especialmente preparados mediante cuidadosos programas secretos de acción”.

 

            “Nosotros aparecemos en cierto modo como los salvadores de los obreros, librándolos de este servilismo, mediante la proposición de entrar en nuestro ejército de socialistas, anarquistas y comunistas. Nuestra máxima es fomentar este movimiento, fingiendo ayudarles por principio fraternal y los intereses generales de la humanidad, invocados por nuestra masonería socialista”.

 

            “En los países considerados más desarrollados hemos divulgado literatura malsana, sucia y repugnante”.

 

            “En sustitución de los gobiernos existentes pondremos un monstruo, que se llamará la Administración del Super–Gobierno. Sus manos se extenderán como pinzas que todo lo abarcan, y estará organizada de tal forma que no fallará en someter a todos los países”.

 

            “Tendremos un Super–Gobierno internacional”.

 

            Esto nos lleva de vuelta a Weishaupt, la Revolución Francesa y la idea del internacionalismo.

 

            “Destruiremos la vida familiar de los Gentiles”.

 

    “Los distraeremos también con varias formas de entretenimientos, juegos, pasatiempos, pasiones, etc.”

 

            “Los pueblos cristianos, embotados por el alcohol, y sus jóvenes enloquecidos por el clasicismo y por los vicios precoces a los que han sido inducidos por nuestros agentes (…) [y] por nuestras mujeres en los lugares de diversión”.

 

            “La logia masónica a lo largo del mundo actúa inconscientemente como máscara para nuestros propósitos”.

 

            “La mayoría de los que ingresan a las sociedades secretas son aventureros, que quieren de alguna forma abrirse camino en la vida, y no muy serios. Con gente como esta nos será fácil alcanzar nuestro objetivo. Haremos que pongan en marcha nuestra maquinaria”.

 

            Por supuesto, esta es la idea que subyace a muchos de estos grupos, la de que “tenemos la verdadera sociedad secreta, y vamos a manipular a toda esta otra gente”. Los comunistas infiltran constantemente a los anarquistas; los anarquistas, a los socialistas; los socialistas, a todo el mundo; y nadie puede confiar en nadie, nadie sabe quién está detrás de qué.

 

            “Nos serviremos de toda opinión y partido; hombres que buscan restaurar monarquías, socialistas…”

 

            “Hemos tenido sumo cuidado en desacreditar al clero de los gentiles ante el pueblo, y hemos conseguido así perjudicar a su misión, que nos habría perjudicado. La influencia del clero sobre el pueblo se desvanece día tras día. Hoy, la libertad de religión prevalece por doquier, pero pronto llegará el tiempo en que el cristianismo se desmoronará por completo”.

 

            “Debemos eliminar el concepto mismo de Dios de la mente de los cristianos”.

 

            “Debemos destruir toda profesión de fe”.

 

            “Persuadimos a los gentiles de que el liberalismo los llevaría a un reino de la razón”.

 

            “Inyectamos el veneno del liberalismo en el órgano del Estado”.

 

            “Decidiremos de antemano la elección de presidentes cuyo pasado esté ensuciado por un ‘Escándalo de Panamá’[31] o alguna otra transacción oscura”.

 

            Siguen hablando de crear una crisis económica universal, utilizando a las logias masónicas.

 

            “No debemos tener en cuenta las numerosas víctimas que habrán de sacrificarse para obtener la prosperidad futura”.

 

            Hay dos cosas nuevas en todo este plan. Por supuesto, lo imputan todo al poder judío; y no hay duda de que hay grupos judíos así que piensan que han de conquistar el mundo. Las ideas nuevas son, sin embargo: 

1) No son ateos. 

2) Creen en una revolución mundial. 

En el protocolo XIV dicen “Cuando lleguemos a nuestro reino será indeseable que exista cualquier religión distinta de la nuestra: la del Dios único con Quien nuestro destino está atado por nuestra posición como Pueblo elegido, y a través de Quien nuestro destino mismo está unido a los destinos del mundo. Aniquilaremos entonces toda otra forma de creencia. Si esto da a luz a los ateos que hoy vemos, no interferirá, al tratarse de un estadio transitorio, con nuestros planes; servirá de aviso para aquellas generaciones que escucharán nuestra prédica de la religión de Moisés; con su estable y urdido sistema postrará a todos los pueblos del mundo como súbditos nuestros. Será entonces que enfatizaremos su veracidad mística”.


      Por supuesto, esto encaja con los más profundos revolucionarios que vieron que la revolución habría de devenir religiosa al final. El ateísmo es tan solo una transición para eliminar las ideas religiosas previas.

 

            “El rey de los judíos será el verdadero papa y patriarca de la iglesia mundial judía. Sin embargo, mientras tengamos que educar todavía a la juventud según los principios adecuados para el estado de transición, la que debe convertirse paulatinamente a nuestras creencias, no tocaremos abiertamente las iglesias existentes, sino que las combatiremos con críticas que provoquen el cisma”.

 

            El segundo nuevo ingrediente en esta propuesta revolucionaria es la de un monarca mundial. El tercer protocolo dice:

 

            “Desde entonces hemos estado guiando a los pueblos de un descontento a otro, para que al final nos den también a nosotros la espalda en favor de ese Rey Déspota de la sangre de Sion, que estamos preparando para el mundo”.

 

            “Probablemente sea indiferente para el mundo quién sea su señor soberano, sea el Papa de Roma o nuestro déspota de la sangre de Sion. Pero para nosotros, el pueblo elegido, no es para nada indiferente”.

 

            Vemos ya aquí un rival al Papa como gobernante mundial:

 

            Décimo protocolo: “El reconocimiento de nuestro déspota puede llegar también antes de la destrucción de la constitución; el momento de su coronación llegará cuando los pueblos, insoportablemente cansados por las irregularidades e incompetencia – un asunto que prepararemos – de sus regentes, clamen: ‘Al diablo con ellos, dadnos un rey que gobierne la tierra entera, que nos una y aniquile las causas de discordia – fronteras, nacionalidades, religiones, deudas estatales – que nos dé paz y tranquilidad, que no podemos encontrar bajo nuestros gobernantes y representantes’”.

 

            “Cuando el Rey de Israel pose sobre su sagrada cabeza la corona ofrecida por Europa se hará patriarca del mundo. Las indispensables víctimas que la habrán sido ofrecidas nunca alcanzarán el número de víctimas ofrecidas durante el discurso de los siglos por el delirio de magnificencia de los gobiernos Goy”.

 

            “Nuestro rey estará en constante comunión con los pueblos, dándole desde una tribuna discursos que a la misma hora serán vistos en todo el mundo”.

 

            “El señor supremo que remplazará a todos los gobernantes actuales”, dice el protocolo 23, “arrastrando su existencia en sociedades desmoralizadas por nosotros, sociedades que han negado incluso la autoridad de Dios, de las cuales emergerá por doquier el fuego de la anarquía, deberá primero de todo acallar esta llama que todo lo devora. Así, deberá aniquilar esas sociedades, bañándolas en su propia sangre, para poder resucitarlas en la forma de tropas reglamentariamente ordenadas contra todo tipo de infección que pueda dañar el cuerpo del Estado”.

 

            “El soberano mundial, elegido por Dios, tiene la tarea de romper las fuerzas absurdas de la revolución, guiadas por instintos bestiales y no por el entendimiento humano. Estas fuerzas celebran ahora sus victorias, llevando a efecto toda clase de despojos y violencias, bajo las apariencias del derecho y de la libertad. Ellas han destruido todo orden social, para erigir sobre sus escombros el trono del rey de los judíos. Pero su misión estará cumplida, una vez que el rey de los judíos haya asumido el Poder. Entonces será necesario apartarlos de su camino, en el que no debe quedar una sola astilla”.

 

            “Entonces podremos decir a los pueblos del mundo: ‘Dad gracias a Dios y arrodillaos ante aquél que lleva en su frente el sello de la predestinación del hombre, a quien Dios mismo ha guiado con buena estrella, ya que nadie sino solo él puede librarnos de todas estas fuerzas y males’”.

 

            Todo esto concuerda con la filosofía del Talmud, el deseo de los judíos por un Mesías de este mundo; y no sorprende que haya organizaciones judías con estas ideas. La filosofía es, de hecho, aquella de Marx; la brutalidad, el uso de todos los demás para los fines propios, el establecimiento de un gobierno mundial – salvo por el hecho de que Marx no creía en Dios.

 

            Lo interesante de este documento es su relevancia histórica que tuvo en el siglo XX. Cierto hombre llamado Rosenberg que llegó a Alemania desde Rusia llevó este libro y se lo mostró a Hitler, que inmediatamente vio en él algo a utilizar en dos sentidos:


1) Mostrando esto a su pueblo, encendería su odio hacia los judíos, – ya que éstos estarían tratando de establecer una monarquía mundial –, y podría así culparlos de todos los problemas de Alemania, la crisis monetaria, la depresión, el desempleo, etc. –, y así afirmar que existe una sociedad secreta cuya pretensión era la de hacerse con el poder en Alemania; y

  2) Al admitir que el libro estaba muy bien escrito, afirmo; “Utilizaré esto como filosofía para gobernar”[32].  De este modo, este documento se convirtió en una de las fuentes importantes del nacionalsocialismo de Hitler, que se colocó así mismo en el lugar del monarca mundial de los judíos.

 

            Ahora examinaremos estos tres grandes movimientos del siglo XX que demuestran que todos estos filósofos no eran simples pensadores ociosos; hablaban de cosas que estaban permeando la realidad.

 

Los tres grandes sistemas totalitarios del siglo XX:


El Fascismo

 

            Uno de ellos no es particularmente interesante para nosotros, y ese es el sistema de Mussolini, el fascista. Tal vez no se suele tener en cuenta que en su juventud Mussolini fue marxista; participó en muchas manifestaciones marxistas, habló de la ‘dictadura del proletariado’, de la llegada del Estado comunista, el gradual desvanecimiento del Estado, y era un típico radical, un agitador marxista más. Cuando tuvo la oportunidad de llegar al poder, vio que combinando varios elementos de la sociedad y dando un mensaje a unos y otro a otros, podía llegar al poder sobre una plataforma que parecía diferente. Fue así como desarrolló el fascismo, una especie de socialismo romántico; llegando a ganarse el favor del Rey, hacer un concordato con el Papa y, así hacerse en dictador sobre una base que no era plenamente comunista, pero que se apoyaba en la misma lógica de una dictadura implacable. Por lo tanto, no estamos ante un ejemplo de comunismo implacable en el sentido estricto, sino ante el mismo tipo de hombre que es generado por la filosofía comunista. El hecho de que se aliase con las llamadas fuerzas de derecha fue solo ocasional, ya que Lenin fue alguien que tuvo poder y se adueñó del poder; y por eso basó su sistema en Lenin, es decir, en el sistema práctico de cómo alcanzar el poder.

 

El bolchevismo

 

            El segundo gran movimiento, de hecho el más importante del siglo XX, que hoy abarca casi medio mundo, es el bolchevismo. El marxismo en Rusia nos convence más que nada de que todas estas ideas, desde Weishaupt hasta los Protocolos, son muy realistas: que el mundo cristiano está efectivamente siendo derrocado y algo nuevo puede tener éxito. A diferencia de todas las revoluciones del siglo pasado, esta ha triunfado durante casi sesenta años. Se trata de un exterminio despiadado del viejo orden: destrucción de iglesias y asesinato de sacerdotes hasta un punto jamás antes visto. En todas las revoluciones previas hubo en torno a medio millón de víctimas, quizás un millón en total. Ahora llegamos a un punto en que, según las estimaciones, en torno a 60 millones fueron asesinados como resultado directo de la Revolución. Así, la idea que vimos en Los Demonios de masacrar 100 millones de personas no se aleja de la realidad. El sistema del comunismo se moderó un poco por las necesidades de los gobernantes, por lo que el comunismo de Rusia no es la aplicación perfecta de los principios de Weishaupt o Marx. La idea del amor libre, por ejemplo, fue probada hasta que demostró ser demasiado poco práctica y restituyeron el matrimonio, acompañado de una suerte de ceremonia falsa. Se dieron cuenta de que, cuando la gente vive como perros en la calle, esto genera una desarmonía social que impide hacer avanzar la revolución. Así que empezaron a poner orden a todo esto, es decir, a reintroducir la idea del matrimonio; sin sacramento alguno, por supuesto. Y es un hecho bien conocido (como nos dijo un muchacho que estuvo en Moscú) que se puede conseguir una chica por el precio de una taza de café. No existe ninguna idea de moralidad.

 

            Lenin fue un gran admirador de Nechayev – el más radical de los revolucionarios – motivado por ningún principio excepto el triunfo del comunismo. Su ideal era, primero de todo, establecer la dictadura del proletariado de acuerdo con Marx. Según Lenin esta dictadura es “un dominio no limitado por ninguna ley y basado en la violencia”[33]. De acuerdo a su visión “antes de que la dictadura del proletariado toque a su fin, la sociedad entera se habrá convertido en una oficina y una fábrica con igual trabajo e igual paga, y no habrá forma de salir de ella. No habrá adónde ir”[34].

 

            En el comunismo vemos una revolución muy violenta cuyas víctimas se cuentan en millones, incluso aunque parezca no haber una necesidad práctica de ello. Y aquí deberíamos observar a Marx y Lenin para entender qué sucede al hombre cuando entra en la revolución. La violencia de la revolución y este amor por la violencia, por quemar y destruir no buscan tan solo derrocar el orden antiguo. Hay otro propósito. Marx dice: “tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista y como para el éxito de la causa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases”.[35] (…) “En la actividad revolucionaria, el cambio de uno mismo coincide con el cambio de las circunstancias”.[36]

 

            Así pues, la humanidad debe ser cambiada. sabemos en qué se convierte el hombre durante una revolución: se vuelve una bestia, totalmente dominada por la fiebre de sangre y destrucción. Es algo realmente espantoso: los demonios quedan sueltos y la persona se vuelve demoníaca. Y esto es lo que Marx quiere: que el hombre sea algo nuevo, incapaz ya de amar familia, patria, de tener una moralidad normal, de amar a Dios, de tener todos esos atributos normales que la sociedad normal acepta como un estándar de conducta. Surgirá un hombre nuevo, completamente desarraigado, un hombre del momento, alguien a quien se le puede decir: “Sal y mata un millón de personas”, y lo hará sin pensarlo. Este es el tipo de hombre nuevo que los comunistas buscan crear.

 

            Por supuesto, esta creación del hombre nuevo no es solo el resultado de la actividad comunista. Con el predominio de las filosofías radicales y ateas, el declive de la moralidad y la laxitud del modo de vida en Occidente – allí donde no hay comunistas que tomen el poder – vemos igualmente el surgimiento de un hombre implacable, sin contacto con la tradición, con el pasado, con Dios…

 

Un escritor contemporáneo sobre este tema, Erich Kahler, ha dicho algo interesante: “La poderosa tendencia hacia la ruptura e invalidación del individuo… manifiestamente presente en las más diversas corrientes de la vida moderna – económicas, tecnológicas, científicas, educativas, psíquicas y artísticas – parece tan desbordante que creemos ver en ella una verdadera mutación, una transformación de la naturaleza humana”[37]. Dejaremos esto hasta la próxima charla, en que trataremos sobre otros que han hablado precisamente de la cuestión de cómo la naturaleza humana ha de ser transformada.

 

Hitler


 Hitler junto al busto del filósofo en su visita al Archivo de Bayreauth 

            Pasaremos ahora a Hitler, sobre el cual no diremos demasiado, y luego volveremos para tratar los puntos en común entre el nazismo y el comunismo. El sistema entero del nacionalsocialismo de Hitler es, sin entrar en su lado romántico – su amor por Wagner, El Crepúsculo de los Dioses… –bolchevismo con algunos compromisos, como los que hizo Mussolini para controlar los elementos gobernantes; pero básicamente su filosofía es el bolchevismo adaptado a una diferente escala de valores. En el bolchevismo todo se entiende en los términos de la economía y las clases; hay una guerra de clases entre la clase baja y la alta. Hitler piensa lo mismo, solo que en lugar de una guerra de clases postula una guerra racial: Alemania contra el mundo. Su sistema es bastante milenarista y, de hecho, llamó a su imperio El Reich de los Mil Años, el imperio milenario que está sacado directamente del Apocalipsis. También tomó como modelo en tanto a la crueldad y su filosofía no es diferente. Es un claro ejemplo del hombre desarraigado, no cree en Dios, ni en la moral, ni en valores superiores, y sentía profunda afinidad con el bolchevismo. Como Napoleón, pensó en la resurrección del Imperio Romano, pero también como Napoleón reconoció que los tiempos no estaban preparados para eso.

 

            Pero en el futuro, cuando ideas más románticas estén de moda, la entera resurrección del Imperio Romano es muy plausible. Su relación con los judíos fue sumamente interesante, porque los usó como chivo expiatorio, al igual que los bolcheviques utilizaron la clase media. Cada vez que algo salía mal, era culpa de los saboteadores burgueses o de los grandes campesinos que intentaban derrocar al gobierno. Así que si matas a un millón más estarás seguro por un tiempo. En el caso de Hitler, esa lógica se aplicó a los judíos y se articuló en torno a toda una filosofía racial de carácter romántico–místico[38] en que los alemanes son la raza superior, y el resto – gitanos, polacos, etc., son más y más degradados. Los rusos se hallan en un punto medio, siendo bastante inferiores.

 

            Fue observado de cerca por Hermann Rauschning, que se alejó del nazismo en torno a 1938. Era un simple alcalde en Danzig, y al principio pensó que Hitler salvaría el conservadurismo. Pero se hizo íntimo, tuvo largas conversaciones con él, y empezó a ver que se trataba de un loco. Quizás no un loco, pero sí un hombre con una filosofía muy concreta que jamás antes se había escuchado. Y fue el primero que empezó a advertir al mundo qué pretendía este hombre. En una de esas conversaciones le pregunto:[39]

 

¿Por qué estás tan obsesionado con los judíos? ¿Por qué tenéis que ser tan fanático con respecto a los judíos? —le preguntó.
Y él le respondió—: ¿Qué caracteriza a los judíos?
Rauschning contestó: —Bueno, ellos se consideran el pueblo elegido; tienen una especie de complejo mesiánico.[40]
—Exactamente – respondió Hitler –. ¿Y qué pasa con nosotros, los alemanes? Si nosotros somos la raza superior y hemos de conquistar el mundo, ¿cómo podemos permitir que exista otro pueblo que se considere a sí mismo como el pueblo elegido? Si los judíos son el pueblo elegido, entonces los alemanes no pueden serlo. Por lo tanto debemos exterminar a los judíos, para que los alemanes ocupen su lugar.
Y yo seré su Mesías, es decir, el Mesías de los alemanes.
Y llegó incluso a decir en cierta ocasión: “Si quieren, seré el Anticristo; me da exactamente lo mismo.”[41]

 

Hitler, pese a ser él mismo muy irreligioso, tenía como Napoleón un profundo interés en cuestiones religiosas. Y dijo “Cuando haya conquistado el mundo, daré mi mayor contribución a la humanidad. Resolveré la cuestión religiosa”[42]. No dijo exactamente cómo iba a resolverla. Sí llegó a decir que ordenaría erigir en todos los altos lugares, en todas las cumbres montañosas, telescopios, bajo los cuales estaría la inscripción “Al Dios desconocido”. Y, por supuesto, si se hubiese convertido en conquistador del mundo, difícilmente habría resistido la tentación de pensar que era un dios. Pero el hecho de que tuviese esta idea de resolver la cuestión religiosa lo hace, como Napoleón, uno de los precursores del Anticristo.

 

            Por cierto, abolió todas las sociedades secretas. Para él, todo era un complot judeomasónico. Los masones fueron prohibidos, por supuesto, por el mismo motivo por que los comunistas y Napoleón destruyeron todas las sociedades secretas: porque el que está en el poder no necesita sociedad secreta alguna. Solo causan discordia, como bien sabía él, habiendo pasado por todo tipo de sociedades secretas.

 

            Y, por supuesto, luchaba contra el bolchevismo porque reconocía que ellos dos eran los que estaban luchando en disputa por la supremacía sobre el mundo. Uno de ellos había de conquistarlo. En cuanto a los últimos días en Berlín, han llegado a nuestros días preservadas notas de sus últimos días. Y dijo que iba a perder. Y no podía soportar que los británicos y americanos le hubiesen vencido, pues los veía como afeminados, débiles, atrasados y anacrónicos. Así que dijo, como una suerte de testamento “El futuro pertenece tan solo a la fuerte nación del Este”. Por eso dijo, como especie de testamento final: “El futuro pertenece exclusivamente a la más fuerte de las naciones orientales.”[43]


Era como si entregara su herencia al bolchevismo, lo cual muestra que reconocía allí el mismo tipo de fuerza que lo había llevado a él al poder: esa revolución primordial destinada a conquistar el mundo y destruir el pasado.

            Hitler dijo, cuando aún estaba haciéndose al poder, y había pensado ya en el imperio mundial “Quizás seamos destruidos, pero si es así, arrastraremos el mundo con nosotros, un mundo en llamas”[44]. Vemos aquí el mismo impulso que estaba tras la Comuna de París.

 

            En los últimos días de la guerra, cuando Alemania estaba obviamente cercada por todos los flancos y niños de 14 años eran enviados a combatir, el fin era claro. Los alemanes luchaban hasta el último momento.

 

            Por cierto, no debemos pensar que el Reich de Hitler pueda equipararse al de los bolcheviques, porque en todos los aspectos Hitler fue mucho más humano. Era posible hablar con las SS o con la Gestapo; se les podía incluso convencer de no enviarte a un campo de concentración, e incluso se podía esperar, hasta cierto punto, alguna forma de justicia. Y cualquiera que haya vivido bajo ambos regímenes – el de Hitler y el de los comunistas – dirá que no había comparación posible y cada vez que el frente de batalla se desplazaba, preferían volver a la zona controlada por Alemania. Conocemos a muchas personas que estuvieron en Alemania en aquella época y todas afirman que, por supuesto, era un lugar un tanto demencial, y que Hitler era alguien muy extraño. Sin embargo, todavía era posible una cierta forma de vida normal; mientras que bajo los bolcheviques el totalitarismo era absoluto.

 

            En este sentido, Hitler era una pequeña imitación de los bolcheviques; mantenía sus compromisos con el pasado. Pero en los últimos días de la guerra, su Ministro de Propaganda Goebbels explicó en la radio algo que suena muy marxista, mientras caían bombas al derredor: “El terror de los bombardeos no se apiada de las moradas de ricos ni pobres; ante la labor de la guerra total, las últimas barreras de clase han debido caer... Junto con los monumentos de la cultura, también se desmoronan los últimos obstáculos para el cumplimiento de nuestra tarea revolucionaria. Ahora que todo está en ruinas, nos vemos forzados a reconstruir Europa. En el pasado, las posesiones privadas nos vinculaban a una restricción burguesa. Ahora, las bombas, en vez de matar a todos los europeos, solo han destrozado las murallas de las prisiones que los mantenían cautivos... Al intentar destruir el futuro de Europa, el enemigo solo ha tenido éxito en destrozar su pasado; y, con ello, todo lo viejo y gastado ha desaparecido[45].

 

            Es así que el objetivo del nazismo, la función del nazismo en la Historia, era la de destruir el pasado. Y los bolcheviques, que hacían lo mismo en Rusia, una vez triunfaron, tuvieron como finalidad la de extenderse sobre todo el mundo para destruir ese pasado. En los últimos días del Reich, incluso llegaron a organizar verdaderas “manadas de lobos” de jóvenes destinados a demoler edificios: eran los propios alemanes destruyendo sus construcciones, para que el enemigo no encontrara ningún vestigio de la civilización pasada.
Llegados a este punto, nos preguntamos qué hay más allá de todo esto. Si lo que vemos es una destrucción total, ¿cuál es entonces la idea revolucionaria del futuro? Comienza a perfilarse algo: la transformación del hombre.

 

       Veamos dos breves citas de Nietzsche, del que hablaremos en la charla siguiente como unos de los principales profetas de esta nueva era. Dice dos cosas que son de sumo interés desde este punto de vista. En primer lugar, dice en su libro La voluntad de poder: “En ciertas circunstancias, la apariencia de la forma más extrema de Pesimismo y Nihilismo actual puede ser el signo de un proceso de crecimiento incisivo y más esencial, y del tránsito de la humanidad hacia condiciones de existencia completamente nuevas. Esto es lo que he comprendido”[46].

 

            De nuevo, cuando habla de su concepto de la transvaloración de todos los valores, dice “Con esta fórmula encuentra expresión un contramovimiento, con respecto a un principio y a una misión; un movimiento que en algún futuro remoto suplantará a este nihilismo perfecto; pero que, no obstante, lo considera un paso necesario, tanto desde el punto de vista lógico como psicológico, hacia su propio advenimiento, y que no puede venir de manera positiva, excepto sobre él y saliendo de él[47].

 

            Ahora veremos una interesante cita de Lenin. Hablando de su ideal de una fábrica mundial de la que nadie pueda escapar, dice: “Pero esta disciplina de ‘fábrica’, que el proletariado extenderá a toda la sociedad tras derrotar a los capitalistas y derrocar a los explotadores, no es en absoluto nuestro ideal, ni nuestro fin último. Es un asidero necesario para la purificación radical de la sociedad de toda la abominación y asquerosidad de la explotación capitalista, a fin de avanzar más aún[48]. Y Lenin mismo, pese a todas sus invectivas contra los anarquistas, se ve forzado a admitir que el fin último del comunismo es exactamente el mismo que el de Bakunin: esto es, una suerte de anarquía absoluta. En la próxima charla hablaremos de qué pueda significar esto, pues desde luego tiene un significado concreto en la teología de la revolución.

 

            Cerraremos con una breve cita del poeta de nuestro siglo, W. B. Yeats, poeta irlandés muy involucrado en el ocultismo, que fundó su propia logia, simpatizó mucho con Hitler, al creer ver en él la encarnación de una suerte de nuevo principio esotérico. Y, de hecho, Hitler mismo se proclamó el primer dictador de una nueva era de magia.

 

            Yeats escribe: “Queridas aves de presa, preparaos para la guerra... Amad la guerra por su horror, esa creencia se puede cambiar, la civilización renovarse... Creer nace del choque... La creencia se renueva continuamente en el calvario de la muerte[49]

 

            Y hablaremos en la próxima charla sobre esta idea de que los revolucionarios mismos no conocen el significado de toda esta destrucción. Todo lo que saben es que ansían destruir. Todos los estándares del pasado desaparecieron y ya hay nada ya que los contenga. Sus pasiones salen a la luz y simplemente matan, destruyen – con la más temible avidez. De hecho, nunca hemos visto un siglo tan sangriento como el nuestro, en el que esta puramente alocada brutalidad se ejecuta.


            Y el libro de Sholzenitsyn, Archipiélago Gulag, es una lectura esencial para quien quiera entender lo que la revolución significa. Cómo puede ser que aquellos que hablan de libertad y hermandad hayan establecido la más terrorífica tiranía en la Historia de la humanidad, sin excluir a cualquiera de los déspotas antiguos u orientales, asirios o egipcios, o cualquier otro. El más temible despotismo que el mundo haya jamás visto, el más sangriento régimen, creado por aquellos que creen en la libertad y la hermandad, y de cómo este régimen es tremendamente efectivo a la hora de empequeñecer al hombre y aniquilarlo.

 

Los que hacen las revoluciones, por lo general, no ven lo que hay más allá. Sólo sienten que destruyen el peso de la civilización, de la religión, de la tradición. Y vemos cuánto tiempo lleva este proceso: desde la Revolución francesa, que no triunfó plenamente porque aún quedaba mucho pasado, demasiada tradición. Solo cuando todo haya sido destruido – y el propio hombre haya sido moldeado como una criatura nueva, acostumbrada a la violencia – podrá proseguir esa revolución.


            Y vemos en Occidente a los niños frente al televisor. Ven a gente ser masacrada todos los días. Se hacen indolentes frente a la violencia, frente al derramamiento de sangre. Lo mismo sucede en el mundo libre que en el otro.


            Y una vez llegue esta nueva persona, habituada a la violencia, llegará una nueva revelación religiosa. Y W. B. Yeats mismo dice que todo esto es positivo. Quisimos mostrar todo este proceso de revolución y guerra y destrucción porque significa que una nueva revolución nace. Y ahora veremos, en la próxima lección, que esta nueva religión, entremezclada con la idea de la anarquía y de la superación del nihilismo, es el fin de la revolución, algo que varias personas muy sagaces han sabido ver, y sobre lo que han hablado.


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[1] N. de  T. – Se conoce como campagne des banquets una serie de actos públicos asamblearios que se llevaron a cabo entre julio y diciembre de 1847. Buscaban evadir legalmente la prohibición de un edicto de 1835 de las asambleas públicas – operando de iure como reuniones privadas. La prohibición de varios actos de esta naturaleza por el Gobierno de François Guizot fue el detonante inmediato de las revueltas de febrero.

[2] N. de  T. – El texto citado por el padre Serafin Rose es el artículo The Revolution of 1848, de Nesta H. Webster, que forma parte de un compendio titulado World Revolution: The Plot Against Civilization. editorial Small, Maynard & Company. Boston, Estados Unidos, 1921.

[3] N. de  T. – Este hombre de apellido Marché figura en el volumen I de la Histoire de la révolution de 1848 de Louis Blanc (página 127 en adelante), Nesta Webster extrae de dicha obra el relato de los sucesos que se narran. En cuanto a Marché, este era el jefe de una delegación de trabajadores.

[4] N. de  T. – Publicado en 1839, en este libro Blanc expone su modelo de reforma social mediante la acción Estatal, a través de la formación de asociaciones industriales autónomas cuyo personal se escoge de forma asamblearia por los trabajadores de cada corporación. En este proyecto se basaron los ateliers nationaux – emulación de los ateliers de charité del Antiguo Régimen – puestos en práctica durante la IIª República, con resultados bastante estrepitosos, durando unos tres meses; como se verá infra.

[5] N. de  T. – El departamento 33 de la República Francesa, cuya capital es Burdeos, conocido como Gironda, es el origen del nombre del grupo moderado de la Convención Nacional durante la revolución, por formarse en torno a diputados de allí provenientes.

[6] “Le siguió la ‘semana sangrienta’ de combates callejeros. Al tercer día las tropas de Versalles ya habían alcanzado las inmediaciones de las Tullerías, y fue entonces cuando los generales de la Comuna, Brunel y Bergeret, prendieron fuego al palacio y a la Rue Royale. (…) Ocho meses antes de aquella terrible noche del 23 de mayo, había aparecido en los escaparates de las ciudades alemanas una caricatura que representaba a París en llamas, y debajo las palabras: ‘Gefallen, gefallen ist Babylon die Stolze’ (‘¡Ha caído, ha caído Babilonia la orgullosa!’). (…) El Palacio de las Tullerías quedó reducido a cenizas…” Nesta Webster; World Revolution: The Plot Against Civilization, pág 212-213

[7] N. de  T. – Del término Scots ‘ca’canny’ (ir despacio, actuar con prudencia, especialmente en la caza), se refiere en general a cualquier reducción deliberada de una actividad industrial, principalmente por motivos bélicos o por los que indica la autora. Hoy es un término en desuso.

[8] N. de  T. –  Se conocía así al grupo parlamentario que, durante la Iª República, se sentaba en los bancos altos de la Asamblea. Aunque no exactamente correspondientes, es una expresión intercambiable con ‘Jacobinos’.

[9] N. de  T. – Durante los primeros meses de la IIª República se forman clubs de naturaleza política, normalmente con un periódico propio; asociados a algún grupo parlamentario unos, más marginales otros. Algunos eran comandados por personajes tan inmiscuidos en la política institucional como François-Vincent Raspail, creador del club des amis de peuple. En junio de 1849, Luis Napoleón Bonaparte promulgaría la Ley anti-clubs, que facultaba su ilegalización.

[10] Proudhon, Principio del derecho, citado en The Pocket Book of Quotations, ed. Henry Davidoff, Pocket Books, Nueva York, 1952, p. 302; asimismo ¿Qué es la propiedad?, citado en The Worldly Philosophers, Robert L. Heilbroner, Simon and Schuster, A Clarion Book, Nueva York, 1967, p. 139; Webster, p. 257, dice que se trata del “axioma de Brissot”.

[11] Proudhon; De la Justice poursuivie par l’Église, t. III, p. 179. editorial, Garnier Frères, Paris, Francia, 1858.

[12] World Revolution: The Plot Against Civilization, Nesta Webster. pág 181. Editorial Small, Maynard & Company. Boston, Estados Unidos, 1921.

[13] Ibid, pág 174

[14] Ibid, pág 174

[15] Citado en Webster, ibid, pág. 174.

[16] Citado en Webster, ibid, pág. 175.

[17] Citado en Webster, ibid, pág. 176.

[19] Bakunin, Mijaíl A., Dios y el Estado, 1882: “El antiguo orden debe ser destruido y sustituido por uno nuevo.”

[20] «Marx… publicó entonces un panegírico de la Comuna titulado La guerra civil en Francia, en el cual se refiere al Estado como “ese parásito que explota e impide los movimientos libres de la sociedad”… Guillaume, comentando el repentino volte-face [cambio de postura[cambio de postura] de Marx, se pregunta si en realidad se había convertido a los principios del federalismo, y cita a Bakunin, quien declaraba que el poder de la Comuna había resultado tan formidable que incluso los marxianos se habían visto obligados a quitarse el sombrero ante ella. Pero el verdadero alcance de la sinceridad de Marx al escribir su panegírico sobre la Comuna se reveló más tarde, cuando su correspondencia con su amigo Sorge fue publicada en 1906. Nesta H. Webster; World Revolution: The Plot Against Civilization. pág 215

[23] N. de  T. – En realidad, 1894. Se trata de Sadi Carnot, asesinado por el anarquista italiano Sante Geronimo Caserio.

[24] Proudhon, Système des contradictions économiques ou philosophie de la misère (1846), Prólogo, cap. VIII, citado en Löwith, Meaning in History, p. 63:

«Proudhon afirma que “el primer deber de un hombre libre e inteligente es expulsar incesantemente de su mente y de su conciencia la idea de Dios”; porque, si Dios existe, es esencialmente hostil a nuestra naturaleza. “Alcanzamos la ciencia a pesar de él, alcanzamos el bienestar a pesar de él, alcanzamos la sociedad a pesar de él: todo progreso es una victoria en la que aplastamos a la divinidad”.

[30] N. de  T. – El padre Serafín Rose hace alusión en realidad a la obra de Sergei Nilus titulada Lo grande en lo pequeño y el Anticristo como posibilidad política inminente (Великое в малом и антихрист как близкая политическая возможность). La primera edición de la misma data de 1903, pero para la segunda edición, la de 1905, Nilus agrega en la sección de apéndices de esta voluminosa obra (de tres tomos) el texto de los Protocolos de los Sabios de Sion. Los Protocolos de los Sabios de Sion, según el académico italiano Cesare de Michelis datan de 1903, pese a que existían ya referencias sobre los Protocolos en otras publicaciones escritas de antes de 1903. Vease el libro de Cesare G. de Michelis titulado The Non-Existent Manuscript: A Study of the Protocols of the Sages of Zion. Editorial University of Nebraska Press. Lincoln, Nebraska, Estados Unidos. 2004.

[31] N. de  T. – Uno de los mayores escándalos de corrupción del siglo XIX, causó la ruina de un inmenso número de franceses. Involucraba a gran parte de políticos y empresarios franceses.

[32] Rauschning, Revolution of Nihilism, p. 53: «Sería un grave error suponer que un individuo tan astuto como el ministro alemán de Propaganda ignore que la propaganda de atrocidades contra los judíos, incluidos los Protocolos de los Sabios de Sión, es un disparate absurdo, o que no ve con la misma claridad que tantos de sus compatriotas —a los que precisamente esa propaganda ha obligado a abandonar su país— el carácter fraudulento de este engaño racial. (...)
Las bases de esa “filosofía”... han sido deliberadamente fabricadas por su eficacia demográfica y con vistas al avance de los fines políticos del partido.»

[33] The Great Quotations, comp. por George Seldes, Pocket Books, Nueva York, 1967, p. 285:

«La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder conquistado y mantenido mediante la violencia del proletariado contra la burguesía, un poder que no está restringido por ninguna ley.» (V. I. Lenin, citado en La revolución proletaria y el renegado Kautsky, International Publishers, Nueva York, 1934)

«La dictadura del proletariado no es otra cosa que un poder basado en la fuerza y que no está limitado por nada — por ninguna ley y absolutamente por ninguna ley.» (Seldes citando a V. I. Lenin, Œuvres complètes [edición francesa], vol. XVIII, p. 361)

[34]  Lenin, El Estado y la Revolución, pagina 122-123. Fundacion Federico Engels, Madrid, España, 1997.

[35] Marx & Engels, The German Ideology, Parte I, International Publishers, Nueva York, 1947, p. 69. (Véase en castellano. Marx & Engels, La ideologia Alemana, pág 82, ediciones Grijalbo, Madrid, España, 1974.

[36] Marx & Engels, The German Ideology, Notas, International Publishers, Nueva York, 1947, p. 204. (Véase en castellano. Marx & Engels, La ideologia Alemana, pág 245, ediciones Grijalbo, Madrid, España, 1974.

[37] Kahler, Erich, The Tower and the Abyss, George Braziller, Inc., Nueva York, 1957, pp. 225-6.

[38] N. de  T. – Es de interés, sobre todo desde la perspectiva ortodoxa, que Alfred Rosenberg, quizás el teórico más serio del nacionalsocialismo, cierra su libro El mito del siglo XX con una alabanza a Meister Eckhart, al que proclama autor del “credo que ha de forjar nuestro tiempo”.

[39] N. de  T. – Recogidas en el libro Gespräche mit Hitler.

[45] Citado en H. R. Trevor-Roper, The Last Days of Hitler, Nueva York, The Macmillan Company, 1947, pp. 50-51 (Extraído del libro del pe. Seraphim Rose; Nihilismo: La raíz de la revolución de la era moderna. pág 122. Amazon Independently published 2025)

[46] The Will of Power, p. 92. En español; La Voluntad de Poder, de F. Nietzsche (Extraído del libro del pe. Seraphim Rose; Nihilismo: La raíz de la revolución de la era moderna. Pág145. Amazon Independently published 2025)

[47] Ibid., p. 2. (Extraído del libro del pe. Seraphim Rose; Nihilismo: La raíz de la revolución de la era moderna. pág 145. Amazon Independently published 2025)

[48] State and Revolution, V. Lenin, p. 84. En español; El Estado y la Revolución, V. Lenin (Extraído del libro del pe. Seraphim Rose; Nihilismo: La raíz de la revolución de la era moderna. pág 145. Amazon Independently published 2025)

[49] A Vision, 1937, pp. 52-53. (Extraído del libro del pe. Seraphim Rose; Nihilismo: La raíz de la revolución de la era moderna. pág 143. Amazon Independently published 2025)

CURSO DE SUPERVIVENCIA ORTODOXA; EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN (PARTE IX)

      padre Serafín Rose   A.     Introducción: 1. Segunda mitad del siglo XIX: el realismo reemplaza al romanticismo, el socialismo ‘...