padre Serafín Rose
Ahora
terminaremos presentando algunos otros síntomas de la Revolución y del
quiliasmo, que es el tema central de la época moderna.
Algunos
alemanes han penetrado profundamente en esta cuestión.
El arte: del humanismo al subhumanismo
Este autor,
Hans Sedlmayr, habla sobre la historia del arte moderno, especialmente de los
últimos dos siglos, describiéndola como irrumpen en el arte y la cultura
occidental fenómenos enteramente nuevos, que más adelante interpretará en
cuanto a su significado.
Comienza comentando el hecho de que en el siglo XIX no existió un estilo
dominante, sino que nuevos estilos parecían surgir cada década o dos.
Atribuye esta falta de estilo al hecho de que ya no existe una creencia común
que sostenga a la sociedad.
No hay una idea unificada a la que el arte se consagre, como ocurría en la Edad
Media con las catedrales.
Luego
aborda el tema de la arquitectura.
Observa que, justamente en la época de la Revolución Francesa, o un poco antes,
aparece este arquitecto, Ledoux, quien propone el diseño de un edificio
perfectamente esférico, no sólo como monumento, el diseño de un edificio
perfectamente esférico, no sólo como monumento, sino incluso como casa para un sheriff;
es decir, confiriendo a una función completamente ordinaria una forma
extraordinaria.
Más tarde, esta idea desaparece porque resulta prácticamente irrealizable, pero
vuelve a resurgir justo antes y durante la Revolución Rusa en el siglo XX.
Allí la idea es superar la sensación de estar ligado a la tierra; esto,
también, es una idea quiliástica.
La
arquitectura asimismo se vuelve inestable: ya no vemos edificios ordenados que
surgen de la tierra y se elevan hacia el cielo, sino estructuras que parecen
estar desequilibradas, como si fueran a derrumbarse.
Finalmente
aparece la idea del edificio como máquina: una casa es una “máquina para
habitar”, una silla es una “máquina para sentarse”.
Esto ocurre en el siglo XX.
Tenemos una cita de Le Corbusier, uno de los grandes arquitectos modernos,
quien incluso llegó a construir un convento siguiendo estos principios —una
construcción de aspecto espantoso—.
Él dice:
"El
corazón de nuestras antiguas ciudades, con sus agujas y catedrales, debe ser
hecho pedazos y reemplazado por los rascacielos.”
Y este es
justamente el mundo que hoy, viviendo en las ciudades, debemos afrontar.
De modo que no sólo la filosofía revolucionaria y los sistemas políticos
revolucionarios nos afectan, sino también la arquitectura y el arte
revolucionarios.
En segundo
lugar, Sedlmayr habla sobre el torso, que por primera vez a mediados del siglo
XIX, en la escultura de Rodin —cuyas obras, por cierto, se encuentran en San
Francisco, en el Museo Legion of Honor—, se convierte en una realidad
artística.
Antes de aquel entonces, un torso no era más que un boceto, un fragmento sin
terminar.
Pero ahora el fragmento completo, la obra totalmente fragmentaria, se convierte
en obra de arte en sí misma.
Esto muestra que el propósito superior del arte se había perdido por completo.
Y llegamos
ahora a la esfera más llamativa: la pintura.
Sedlmayr analiza a Goya, quien vivió precisamente en esta época, contemporáneo
de Napoleón, es decir, a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Y sobre él
dice lo siguiente: “Siempre que uno estudia sobre el arte de Goya siente crecer
la convicción de que” fue “como Kant en
la filosofía, como Ledoux en la arquitectura, uno de los grandes demoledores
que inician una época nueva. No sólo irrumpen en su obra, con la fuerza de los
elementos, nuevas tendencias que son sintomáticas de corrientes decisivas en la
pintura moderna; además, Goya encarna el tipo del artista insolidario» en el
sentido antes definido, a pesar de que todavía ocupa oficialmente el cargo de
pintor de cámara de los reyes, tal como Ledoux trabajó para el antiguo régimen [ancien
regime] y dedicó a dos monarcas su gran obra de arquitectura. Lo más nuevo
del arte de Goya no emana de la vida pública que lo circunda, sino de una zona
de la experiencia que es absolutamente subjetiva e individual: del sueño.
Por primera vez expresa un artista sin equívocos ni
excusas el mundo de lo ilógico. Las dos series de grabados tituladas Los
caprichos y Los disparates son la auténtica clave para la
comprensión no sólo de su obra, sino también de lo esencial en el arte moderno.
Y disparates son también los óleos con que adornó las paredes de su propia casa
en las afueras de Madrid, la Quinta del Sordo, y no pocos de sus cuadros.
“Por primera vez se halla en aquellas obras convertida en materia
representable una profunda experiencia de lo onírico y lo carente de sentido.
No cabe duda de que es errónea la creencia de que aquellos grabados fueron
concebidos primariamente para corregir o educar a las gentes, o para atacar a
unos adversarios políticos. Estas explicaciones tan inofensivamente idealistas
no dan cuenta de la elemental furia de las figuras.”[1]
Antiguamente el infierno era un
recinto cerrado, emplazado en el más allá. Las imágenes del infierno contenían
y objetivaban, por así decir, exorcizándolos, todos los fantasmas que aparecían
para atormentar a la fantasía de los hombres. La irrupción del infierno en el
mundo real aparecía sobre todo en representaciones de las tentaciones de los
santos, y de los hombres deshumaniza-dos que hacen mofa de Nuestro Señor”[2]
Pero en Goya el mundo de lo infernal se ha hecho inmanente, cismundano,
está en el hombre mismo. Con ello se manifiesta toda una nueva concepción del
hombre. Es él quien es demoníaco, no sólo su aspecto; él y su mundo están
librados al imperio demoniaco. El hombre está a la defensiva.
Es el Infierno el que posee el poder abrumador, y las fuerzas que el
hombre puede reunir contra él son débiles y desesperadas.”
“En las visiones de los «Caprichos» y los «Disparates» aparecen todas
las perversiones y tentaciones del hombre y de su dignidad; demonios con figura
humana, y con ellos alucinados demonios de todas suertes: abortos, fantasmas,
brujas, gigantes, bestias, murciélagos, vampiros. Saturno devora a sus hijos;
como la personificación de una pesadilla, el gigante desnudo se sienta en el
horizonte del angustiado Universo. Este pandemonio de espíritus impuros posee
una inquietante y enérgica vitalidad. No es fantasía del artista, sino
sangrienta realidad experimentada.”[3]
“Los Caprichos fueron concebidos en 1792, en el momento
culminante de la Revolución francesa, tras una grave enfermedad de Goya, cuya
naturaleza se ignora. Son los decenios en que muchos artistas se ven posesos
por el demonio: el escultor Messerschmidt no puede evitar representar
caricaturescamente su propio rostro (7): en el arte, a menudo glacial, de
Füssli se manifiestan síntomas innegables de auténtica alucinación (3);
entonces se le aparece a Flaxman el rostro del diablo, al que da, ignoro por
qué, el nombre de the Ghost of the Flea. Es la época de la fama de
Mesmer (1733-1815) y del florecimiento espiritista. Parece como si los hombres
hubieran abierto una puerta que da al mundo infrahumano, y que la locura
amenazara a quienes han visto demasiado.”[4]
Hay un segundo artista del que él habla, que es bastante lo contrario,
pero que también revela algo muy similar.
Un pintor llamado Friedrich, un pintor alemán de esa época.
En
su pintura:
“En las relaciones entre el hombre y el Universo no impera ningún calor
humano. La Luna, que, muerta por su parte, refleja fríamente la luz del Sol que
se ha puesto y envuelve a la Tierra en un sudario, es el magno símbolo de este
nuevo sentido del Universo que brota en el hombre, con su nostalgia y su pena
por el desamparo de Dios, tan aislado en el todo como la cruz con el
Hombre-Dios en el despiadado silencio de la montaña”[5]
El tercer aspecto
del que él habla en esta época —y que es muy sintomático— es la caricatura.
Sobre esto dice: “La caricatura no era" totalmente "desconocida en
épocas anteriores...” pero “A partir de fines del siglo XVIII, y primero en
Inglaterra, comenzó a extenderse la caricatura como un género determinado; en
el siglo XIX, con Daumier, llegó a constituir la ocupación central de un gran
artista. Lo que es un síntoma de primer orden no es, por consiguiente, la
aparición de la caricatura, sino su ascenso a la categoría de un arte digno y
significativo. En 1830 comenzó a aparecer la revista política titulada «La
caricature»: «Una noche sabática – dice Paul Valery –, un pandemonio, una
licenciosa comedia satánica, a veces llena de locura, a veces de crueldad».
Estas frases expresan el fondo del cual surge la caricatura; es esencialmente
una deformación del hombre y, en los casos extremos, una encarnación de lo
infernal (compuesto de rasgos humanos vueltos del revés) en lo humano.
La deformación
puede asumir las más diversas direcciones; por ejemplo, puede convertirse al
hombre en una máscara, y es significativo que así se inicie la obra
caricaturesca de Daumier: el primer «Daumier auténtico» son las máscaras de
1831, una hoja con quince retratos en forma de máscaras teatrales cómicas.
Pero generalmente
la inconsciente labor deformadora utilizad dos métodos, por así decir, uno
positivo y otro negativo. El negatido despoja al hombre de su valor, su forma y
su dignidad, y lo muestra feo, informe, miserable y ridículo. El hombre, la
corona de la creación, es destronado y rebajado, pero [aun así] conserva su carácter
humano.” [6]
“El método
positivo de deformación transforma al hombre en algo distinto, infrahumano.
Utiliza para ello el mismo registro conocido por las representaciones
occidentales del infierno.
El hombre es
convertido en una mueca, en un trazo grotesco, en un aborto, una bestia, un
insecto, un esqueleto, un fantasma, un ídolo, un muñeco, un saco, un autómata.
Se le ve feo, despreciable, informe, grotesco, obsceno. Sus acciones son
carentes de sentido, insinceras, cómicas, brutales, demoníacas.”[7]
“El primer aguijón es la duda o incluso la desesperación acerca del
hombre, su ser y su belleza. La forma convencional de la ca-ricatura es una
cortina tras la cual puede desarrollarse libremente esta visión del hombre.
En Daumier, sin embargo, y a diferencia de las caricaturas de principios
de nuestro siglo, mucho más pesimistas y cínicas, la duda acerca del hombre se
halla equilibrada por una conciencia de su grandeza. Daumier vio la nobleza del
hombre como tal vez ningún otro artista de su siglo (. «La deformación de la
caricatura es compensada por un sentido, tanto más agudo, de la grandeza y la
miseria del hombre (K. Bertels) (1). Ambas se funden en la experiencia de lo
tragicómico.”[8]
“A principios del siglo XX son rechazados aquellos contrapesos y, junto
con un nuevo florecimiento de una caricatura despiadada y que en el fondo
desespera del hombre, la imagen del hombre desfigurado (que se impone a los
artistas con inesquivable fuerza) se mostrará al desnudo en las figuras humanas
del arte moderno, que para el ingenuo son caricaturas terribles, habiendo en
efecto surgido de los mismos oscuros abismos de que proviene la caricatura.”
Y antes de esto, en el siglo XVIII, aún existía una idea corriente y
equilibrada del ser humano; uno pintaba retratos, es decir, alguien te pagaba
—la nobleza te pagaba— y tú pintabas sus retratos; había una función para ello,
aunque no fuera religiosa ni particularmente profunda.
Seguía siendo arte, tenía un lugar definido, una función, y uno podía reconocer
al ser humano; y, a menudo, estaba muy bien logrado.
Había un sentido de las tres dimensiones.
Este tipo de arte era perfecto a su manera.
Y ahora, todo esto se está disolviendo: aparecen el torso, lo demoníaco
se introduce, la caricatura, o bien una frialdad glacial.
Todo esto está destruyendo la misma idea de la pintura como algo relacionado
con el ser humano.
Luego pasa a discutir brevemente el arte de Cézanne y la pintura
moderna.
“El arte de Cézanne es un caso extremo. Es como una estrecha cresta
entre el impresionismo y el expresionismo, y, con su calma antinatural, prepara
la irrupción de lo extrahumano. [énfasis en el original]
Conduce, en efecto, a equiparar al hombre, contra la experiencia
natural, con las restantes cosas del Universo. Poco tardará Seurat en
representar al hombre como un muñeco de madera, un maniquí o un autómata (lám.
49), y más tarde, en Matisse, la figura humana no tendrá más importancia que la
muestra de una alfombra, mientras que los cubistas la rebajarán al nivel de un
diagrama de construcción.”
La pintura
de Cézanne era una “pintura pura”; es decir, primero vinieron los
impresionistas, que de alguna manera disolvieron las cosas en lo que es
simplemente el momento:
ya no había una idea de cómo deberían ser las cosas, ni tampoco una idea
profunda detrás de ellas, sino solo la apariencia inmediata.
Si ves caballos galopando, aparecen como si tuvieran veinte patas diferentes en
lugar de solo cuatro.
Lo que querían era capturar el momento.
Estaban influidos por la fotografía, por toda esta idea de reducir el arte al
instante presente.
Y algunas de sus obras son muy encantadoras.
Pero ya puede verse que en ellas la realidad empieza a disolverse.
Cézanne
decía que quería tomar el impresionismo y convertirlo en un arte clásico.
Por eso lo tomó y, en cierto modo, lo "congeló".
De hecho, este autor comenta que el arte de Cézanne es como aquello que uno ve
apenas abriendo los ojos, medio dormido.
Y eso no es arte: es algo momentáneo, pasajero, que resulta muy
peligroso para el arte clásico.
En sus paisajes, aunque aún se puede reconocer que son paisajes, hay algo
extraño: están como geometrizados; él mismo decía que su intención era
volverlos algo geométrico.
Luego, los cubistas
intentaron tomar la realidad, despedazarla y recomponerla en piezas
separadas.
En vez de representar un rostro completo, tomaban el rostro, colocaban el ojo
aquí, la mejilla allá, la boca en otro lugar, y luego lo “pegaban” nuevamente.
Y el resultado era algo extremadamente extraño, como si destruyeran la realidad
y solo la recombinaran parcialmente.
El arte
moderno en realidad se divide en dos grandes categorías:
una es el arte muy racionalista, que fragmenta las cosas y apenas las
vuelve a ensamblar; y la otra es el arte muy expresionista, donde
alguien tiene una idea y distorsiona la realidad de forma extrema para
transmitirla.
Finalmente,
esto lleva a casos como el de Jackson Pollock, que simplemente se paraba
frente a un lienzo enorme —de unos seis metros—, se “inspiraba”, lanzaba
pintura... y cobraba diez mil dólares por ello.
Y a veces, si uno observa, puede notar que hay un cierto patrón:
hay algo de inspiración, porque el mundo tiene orden, y si una persona
realmente está interesada en el arte, quizás puede darle cierta forma a ese
caos.
Conozco a
un pintor religioso —de hecho, creo que ahora es bastante famoso—; fui a la
universidad con él, Sombach (?).
Él decía que quería pintar temas religiosos, y que para hacerlo miraba un
crucifijo, tomaba la inspiración y luego —(hace un sonido de golpe)— arrojaba
pintura sobre el lienzo.
El resultado era una especie de espantosa distorsión de Cristo en la cruz.
“En este
punto, el proceder del puro pintor linda con lo patológico, con los fenómenos
enfermizos en los cuales se produce una desaparición del sentimiento. En ellos,
todo parece muerto y extraño, y los hombres son vistos desde fuera, sin que el
enfermo tenga conciencia de la vida anímica de los demás.
Al propio
tiempo, el mundo comienza a hacerse inestable. Cuando vemos fenómenos
desprovistos de significado, parecen vacilantes, flúidos, indefinidos (Usnadze).
Se explica así que las tendencias hacia un mundo inestable condujeran, en
último término, a la pintura no-objetiva, absoluta.”
La pintura
que se inició inmediatamente después de 1900 y que triunfó en el tercer decenio
del siglo, además de ser contemporánea de la moderna arquitectura tecnicizada y
de hallar como ella sus modelos alrededor de 1800, se halla en profunda
conexión con ella, y fue, en toda Europa y más allá de este Continente,
defendida y propagada por los mismos espíritus que continuaban el espíritu de
1789. La conexión es indudable, aunque la nueva arquitectura parezca tan fría y
objetiva, y la pintura tan alocada y extravagante. Una es el reflejo de la
otra. Y esto, a pesar de que se ha perdido absolutamente la unidad de cuadro y
edificio. Aquella pintura no sirve para contribuir a crear un ámbito espacial o
para interpretarlo, como todavía pretendía hacer, en el fin de siglo alemán, el
estilo de los fresquistas de la Sezession; el cuadro vive para sí mismo, y más
que una estable mancha en la pared», es algo así como un libro que uno consulta
y luego guarda de nuevo. Le Corbusier, el teorizante de las nuevas doctrinas,
propugna que los cuadros se guarden en armarios y no se cuelguen en la pared
más que en un momento de capricho; el cuadro estable es para él insufrible.
Aquella
pintura fue durante unos años apasionadamente discutida, lo que no favoreció la
posibilidad de juzgarla fríamente.
Pero
incluso los críticos más desfavorables a ella no la desenmascararon con tanta
crueldad como lo ha conseguido la interpretación histórica, que revela lo
cuestionable de aquellos intentos mediante la mera descripción de los mismos.
El íntimo
parentesco de esta pintura con la arquitectura que ayer se llamaba moderna se
delata en primer lugar por una tendencia común a la disolución de los órdenes
antiguos. Del mismo modo como hoy pueden existir edificios en los que no se
distingue claramente la parte superior de la inferior, existen cuadros en los
que se puede confundir el arriba con el abajo. Cierto que esto no es más que un
síntoma exterior, pero muy delator, ya que nada semejante se había dado nunca
en la historia de la pintura, ni si-quiera en sus más osadas desviaciones. Es
un signo indicador de lo extrahumano, inhumano de este arte. Con ello hemos pronunciado
la palabra que constituye la clave decisiva para la comprensión de la pintura
moderna, en cualesquiera de sus sectas, que sólo se distinguen en los medios de
expresión.
Todas las
perspectivas sobre el mundo que esta pintura abre son extrahumanas incluso en
un sentido exterior.”
La
fotografía del tercer decenio de nuestro siglo evita muy claramente el rostro
humano normal, reduciéndolo al uso de algunas fórmulas mecánicas: visión desde
abajo o desde arriba, excesiva nitidez o excesiva vaguedad de la imagen,
microscopia, ángulos desusados, iluminación deformadora, distorsiones como en
los espejos cóncavos, superposición de varias imágenes y montaje con trozos de
imágenes distintas; he aquí algunos de los procedimientos externos a los que se
recurre tan sólo porque la precedente pintura ha aspirado, incluso en el
sentido más íntimo, a los aspectos extrahumanos.”
Claro, en el
cine ves lo mismo. Todo tipo de experimentos para ver cómo puedes fragmentar la
imagen o mostrar diferentes imágenes una al lado de la otra y crear algún tipo
de efecto impactante.
“Cierto que
todo arte arrebata al mundo, con vehemencia o con discreción, a sus apariencias
cotidianas para darle un aspecto de novedad; pero aquel arte muestra en
particular una irresistible tendencia a ir, en sus intuiciones, más allá de los
límites de lo únicamente humano.”[9]
Esto
explica cómo los temas habituales de las pinturas de mediados del siglo XIX
adquieren una especie de aspecto [in extremis], extremo, en el que el hombre
parece renunciar a su humanidad esencial y comienza a ver las cosas como las ve
en un delirio, en una pesadilla, bajo la influencia de drogas, como en los
inicios de la locura o en la angustia excesiva, y estas circunstancias en los
márgenes de lo humano dan origen a la aparición de nuevas y extraordinarias
fisionomías. El mundo visible y el imaginado (retrato, paisaje, bodegón, sobre todo
la pintura de genero sin excepción, incluso los temas que quieren ser religiosas)
se convierten, tanto el uno como el otro, en extraños, deformes, horribles,
inquietantes.
Sus órdenes
vacilan y se derrumban las formas se deshacen, se despedazan y llegan a un
estado de caótica fluidez. Partes del mundo se oponen unas a otras, se combaten
angustiosamente y se interpenetran... en enfurecidas persecuciones y ataques
alocados, en un estado de clarividente embriaguez y de volcánica efervescencia,
aceptando demoníacamente el desgarramiento del ser. O se da también el caso de
que el hombre y su mundo sean captados en un estado de remota distancia y de
inmovilidad mortal, que las cosas habituales se hagan extrañas y que la
Naturaleza toda se transforme en Naturaleza muerta” – incluso la vida.
“Se ha
dicho del arte griego que se halla en un estado de tensión entre dos inmensas
fuerzas de categoría cósmica, de las que el Arte no consigue desprenderse y a
las que alude siempre para afirmarse frente a ellas. Estas fuerzas primigenias
son el caos y la muerte ("). La nueva pintura las ha introducido en el
interior del arte, a consecuencia de su ansiosa aspiración a liberarse de las
coerciones de lo únicamente humano, añadiendo, además, una tercera potencia
desconocida para los griegos, que la Edad Media descubrió: la del infierno.
Tres potencias contrapuestas a lo humano. Y la pintura moderna se ha consagrado
a la representación del mundo por ellas deformado.
La
proximidad del Arte y la muerte, con su atmósfera de inmovilidad, existió ya
antes en la historia artística: en aquel a arte anticlásico, al que se da el
nombre superficial de ‘romántico’. En él surge, de las honduras de lo humano,
una visión nocturna, sublime, de la vida, de la Naturaleza y de la Antigüedad.
Pero el hombre no abdica su dignidad ante aquella amenaza. La proximidad a la
muerte de los románticos alemanes (de Gilly, de Beethoven, de Kleist, Hölderlin
y Novalis, de Runge y Friedrich) es humana, trágica. Abandonándose al todo
universal, que sigue siendo remoto, el hombre afirma mediante el Arte su ley
frente al caos, del que tanto sabe.
Pero luego
se mezcló con la conciencia de la muerte (que acecha en mil formas detrás de
todo ser viviente y lo convierte en una máscara de la muerte, que manifiesta su
aspecto en una flor marchita, en una estancia vacía, incluso en un bodegón) la
duda angustiosa acerca de la dignidad del hombre, y su esencia, manifestándose
ora en una renuncia dolorosa, ora en un abandono cínico. La proximidad de la
muerte no es ya trágica, es infernal y asiente al caos. Y lo que colma su
horror, es que no existe ya ningún dominio de la existencia que se vea
enteramente al abrigo de aquella irrupción de lo infernal. Antes el infierno
era un recinto cerrado frente al Universo dotado de sentido. Pero tal como en
el siglo XIX el brillo del mundo celeste fue, en forma de luz natural,
derramado sobre todas las cosas del mundo, hasta que iluminó de vislumbres
celestiales incluso a un almiar, siendo así degradado y disminuido en su valor
- hoy las fisonomías de angustia del limbo y de los distintos círculos del
infierno penetran, sin que lo sepan quienes las conjuran, en la entera
realidad, sin dejar nada intacto (1). Lo nocturno e inquietante, lo enfermizo,
mórbido, muerto, corrupto y deforme, lo atormentado, desfigurado, excesivo, lo
obsceno y perverso, lo mecánico y maquinal, todos estos registros, atributos y
aspectos de lo inhumano se apoderan del hombre y su mundo habitual, de la
Naturaleza y sus explicaciones. Convierten al hombre en una ruina y un
autómata, en lémur y larva, en cadáver y fantasma, en chinche y en insecto, y
lo describen como un ser brutal, cruel, vil, obsceno, monstruoso, maquinal. En
las distintas direcciones de la pintura moderna aparece una u otra combinación
de estos rasgos comunes, de forma que, como primera aproximación, la muerte
domina en el cubismo, el caos ardiente en el expresionismo, y lo demoníaco frío
del infierno inferior y glacial en el superrealismo. Aunque se perdieran las
obras, los títulos deliberadamente elegidos por sus autores delatarían la
auténtica patria de aquéllas (Angustia», «Ciudad moribunda», «Moribun-dus», «Mon
portrait squelettisé», «Peste arriba, peste abajo, peste por todas partes», «El
chiste ha vencido al sufrimiento, Montón de estiércol», «La bestia más cruel»,
«Regreso a la noches»).
Esta
interpretación parecerá fantástica a quien no la haya todavía verificado. Pero
si la examinamos con toda frialdad, ve-remos que proporciona lo que de una
teoría cabe esperar: explica una multitud de casos que hasta ahora aparecían
inconexos, per-mite reconocer que todos los diferentes ismos, desde el
futurismo hasta el superrealismo, huyendo todos de la realidad superior, son
manifestaciones, distintas sólo en la superficie, de la misma fuerza generadora
(puesto que lo humano es en sus caracteres uno, mientras que sus negaciones son
muchas); y permite analizar sus diferencias hasta llegar a las particularidades
de la técnica, que ha desarrollado medios poderosos para la expresión de
aquellas irrealidades. “[10]
“Desde un punto de vista puramente estético, existe un arte auténtico de
lo cruel y de lo infernal: es inútil negar esta temible posibilidad del Arte.
Como una entre otras, se halla presente desde los principios en el arte
nórdico, que con la representación del infierno introdujo la imagen del Cristo
desfigurado por la muerte, desconocida en el arte cristiano de Oriente. Bosch,
Bruegel, Grünewald llevaron el arte de lo horrendo a la misma altura del arte
sereno. Goya amplió su dominio, sin salirse de los límites del Arte. También en
la culminación del nuevo arte secularizado de la muerte y del infierno se
hallan algunos artistas extraordinarios: Ensor, Munch, Kubin, Schiele.”[11]
“Van Gogh, Munch, Seurat (nacidos todos alrededor de 1860) anuncian lo
nuevo sin todavía pertenecerles plenamente; con Ensor (1800) la novedad impera
sin discusión . Para la generación nacida después de 1880, aquella novedad era
ya un destino. Mucho antes de la guerra se había hecho perceptible la pesadilla
que pesa sobre el mundo de las grandes ciudades modernas. La posguerra es ya,
en cuanto al Arte, una época de decadencia, en la que se manifiestan las más
excesivas degeneraciones del espíritu. Con la farsa de la Neue Sachlichkeit
(Nuevo Realismo) se alcanzó la más muerta y banal de las formas. Políticamente considerado,
este último arte es partidario de la anarquía, y psicológicamente es una
expresión de una extraordinaria angustia y de un odio contra los hombres que
muchas veces se revuelve también contra el propio artista. La explicación más
profunda de tales engendros la dio Goya, cuando, al pie del grabado que
primitivamente debía abrir la serie de los Caprichos, puso la leyenda: El
sueño de la razón produce monstruos.”
Cuando la razón duerme, los monstros nacen.
Y finalmente el expone sobre el surrealismo:
“El tema guiador de la producción
superrealista es el absoluto caos. Se toma donde se le encuentra en las zonas
más oscuras del mundo de los sueños, en las alucinaciones, la deformación de lo
banal, y en todo dominio de la realidad que presente amalgamas inconexas de
objetos heterogéneos, el desorden de la moderna ciudad y de la guerra total, o
el mercado de prendería, cuyos tesoros fueron celebrados con verdadero
entusiasmo por los superrealistas. Éstos no buscan más que el caos de la total
decadencia»: no lo que se está formando, sino lo que pierde ya su forma; no lo
cálido, sino lo glacial; no un caos fecundo, sino corrupto; no el de la
naturaleza fértil, sino el de lo antinatural; un caos del que ni el propio
espíritu de Dios podría extraer un mundo digno de él» (Goethe).[12]
Es innegable la fuerza [de este
movimiento]" del surrealismo.
“De todos los movimientos del
siglo XIX y de principios del XX, sólo dos, aparte la nueva arquitectura, han
sobrevivido a la segunda guerra mundial: el realismo positivo en la pintura y
el «sub-realismo», dos adversarios encarnizados, pero estrechamente emparentados
uno con otro, Ya existen celulas superrealistas en muchos países, no
sólo europeos. En cam-bio, el expresionismo no sale fuera de una insignificante
minoría.
No sirve de nada tratar de
bagatelas a tales fenómenos, imitando a quienes hacen como los niños, que
cuando ven algo a lo que temen en el hombre o en la Naturaleza, o algo que les
molesta, apartan la mirada o cierran los ojos y niegan que exista el objeto
desagradable; o como los que opinan que, por el honor del artista, hay que
disimular tales escándalos en las obras, ignorarlos o negarlos, y, en
definitiva, mentir ad majorem Dei gloriam (Franz von Baader). No sirve
de nada tranquilizarse con la idea que no se trata más que de extravagancias,
sandeces o juegos del espíritu. Proféticamente, Dostoyevski, en sus Memorias
del subsuelo, reconoció, hacia 1860, que el tipo de hombre que ha aflorado
a la cultura mediante el superrealismo, no sólo puede darse, sino que debe
darse, «si pensamos en las circunstancias en las que se ha constituido nuestra
sociedad». Y finalmente, el superrealismo no es más que un momento de
aceleración en la caída vertical del hombre y del Arte, que Nietzsche percibió
ya en 1881, cuando escribió su fragmento El hombre insensato:
«¿No nos estamos cayendo sin
parar? ¿Hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, hacia todas partes? ¿No
erramos acaso por la nada infinita? ¿No sopla en nuestra cara el espacio vacío?
¿No sentís que hace más frío?».
Vemos aquí una conexión intrínseca entre filosofía, política y arte...
El
autor extrae aqui algunas conclusiones:
“Nuestro diagnóstico” del arte moderno “Confirma su exactitud el hecho
indiscutible de que el arte moderno posee una gran aptitud para representar al
demonio y al hombre poseso por el demonio, pero una muy escasa para figurar al
hombre grande y humano, y ninguna para la representación del santo y del
hombre-Dios”[13]
El arte moderno “Mágicamente atrae del artista lo
extrahumano y extranatural, las tinieblas, lo irreal e inconsciente, el caos y
la nada” Paul Klee dice: “Nuestro corazón palpitante nos arrastra más hacia las
honduras del abismo”[14]
Ahora él
habla en general sobre todo este movimiento desde la época de la Ilustración
hasta hoy:
“El panteísmo
y el deísmo del siglo XVIII abren un abismo entre Dios y el hombre. Al
principio, la idea de Dios parece haberse depurado y ennoblecido relativamente
a la del Dios personal. Se expulsa de la idea de Dios, como de la arquitectura,
a los elementos en apariencia antropomorfos. Pero aquel Dios de los filósofos
se disuelve en la Naturaleza y se esfuma. Finalmente, se le arrebatan al hombre
sus elementos teomorfos, y con ello se le amarra, creyendo afirmar la autonomía
de lo humano, al nivel del autómata o del demonio”[15]
“…la pérdida de Dios como realidad destruye el sentido original de la
realidad en su conjunto.
Al perder ese sentido, el hombre se convierte en un anti-realista, en un
idealista, un ser que vive entre fantasmas...”
lo que abre la posibilidad a la venida de los demonios.
padre H: Imaginación.
padre Serafin: “En la forma radical del deísmo, el corte se produce por
cuanto a Dios se le relega a la máxima lejanía, y se concibe a Dios y al mundo
como completamente distintos y separados uno de otro. Se piensa en un «Dios
ausentes, que ha compuesto y puesto en marcha la máquina de relojería del
Universo, y desde entonces procede siguiendo la regularidad cósmica y se
manifiesta automáticamente. Con esto queda excluida toda relación personal con
Dios. Se rechaza el misterio - la obra capital de uno de los corifeos del
deísmo, Toland, se titula Christianity not Mysterious-; la religión cae
bajo el dominio de la razón natural.” Como ya hemos
visto.
“Todas las relaciones vivas se enfrían y son remplazadas por relaciones
racionales; la duda asume un papel importante, y se transforma cuanto es
afectado por aquel enfriamiento: el Universo se convierte en una máquina, así
como el hombre [como “homme-machine” ]”[16];
el hombre maquina,
Como decía este... ¿cómo era? ¿Avichy(?), creo, que escribió un libro en la
época de Voltaire: “[Y] el Estado se convierte en una máquina estatal.” LeDoux
—¿recuerdas?, el arquitecto que hacía edificios redondos, esféricos—, quien sin
duda era un adepto de este peculiar tipo de sentimiento religioso, pregunta al
contemplar la Tierra: : [„Cette machine ronde, n’est elle pas sublime?’]”
[«¿Esta máquina redonda no es sublime?»]
“Después de aislase
frente a Dios el hombre se aísla frente a los demás hombres y frente a la
Naturaleza, esta «enteramente aislado» (Ledoux).
Es de sospechar, por consiguiente, que el deísmo se hay en la raíz de los múltiples
fenómenos que hemos caracterizado” anteriormente que hemos descrito “como «una
tendencia a lo inorgánico»”. Su efecto es, en todas partes, mortífero, y hace
que los hombres se vuelvan extraños a Dios y entre sí”. Así que, en realidad,
este arte sí tiene un trasfondo religioso; tiene primero un trasfondo de Deísmo.
A continuación tenemos el panteísmo. Y él analiza esto en el poeta
Hölderlin, justamente en esta época, en el cambio del siglo XVIII al XIX.
“Los individuos divino-humanos, en los cuales Hölderlin adora también a
«lo divino» - Cristo, Heracles y Dionisos -, se disuelven en la generalidad de algo,
por así decir, supradivino u originariamente divino.
Ello resulta mucho más claro cuando Hölderlin se dirige a «lo más santo», la Naturaleza. En ella adora
a lo que para él es más antiguo y santo que las figuras personales de Dios. «Lo
santo supremo» que Hölderlin halla en la Naturaleza no es
algo próximo y familiar a los hombres; éstos no pueden sentir» ante la Naturaleza,
verse en ella y considerarla como una aliada y amiga, según creían épocas
pasadas. Lo santo supremo es lo opuesto a lo humano, artificial, orgánico,
personal y fatídico; es precisamente lo opuesto a la esencia del hombre, a
saber, lo general, aórgico, insensible, infinito. El término predilecto de
Hölderlin para designar a aquella esencia apartada del juego de los
impulsos humanos es el de «calma» o los del «silencio» . Para aproximársele, el
hombre debe aniquilarse a sí mismo y caer en la muerte (1). Por esto a menudo
atrae al mortal.”[17]
Y finalmente él ofrece una especie de resumen de todas estas influencias
destructivas y oscuras tal como se han manifestado en la historia del arte
occidental. Y aunque él mismo era un amante del arte anterior a la Revolución,
es decir, hasta el siglo XVIII, en esta pequeña historia suya muestra muy bien
que estas influencias destructivas se remontan precisamente al momento en que
hablamos del comienzo de la apostasía, es decir, al siglo XII.
El primer estallido de estos elementos demoníacos,
dice él, ocurre en el Románico tardío:
“En esta fase se produjo una temible demonización del
mundo de los santos. En los pórticos de Autun, Vézelay, Moissac, Souillac,
Beaulieu, las figuras santas aparecen como espectros y cadáveres, incluso
abstrayendo los caracteres propios al arte poco naturalista de la Edad. Media.
El Cristo se asemeja a un ídolo o un déspota asiático. Un
extraordinario demonismo convulsa a las bestias apocalípticas y a los ángeles.
El fenómeno no puede ser suficientemente explicado sobre la base de que es
intención general de todo el arte medieval la de impresionar al espectador
mediante el absurdo de la imagen, y así inducir a su intelecto a elevarse
hasta la zona de la contemplación espiritual. Junto a las figuras de santos, en
efecto, y apenas distintas de ellas, aparecen otras figuras de demonios, de
bestias demoníacas y de quimeras, que se introducen hasta el interior de los
templos.
Al mismo tiempo, asistimos a la aparición de una
fluidez en las formas, nunca vista hasta entonces. Se inclinan y agitan inquietas
las figuras del tímpano de Vézelay, apoyadas en círculos inclinados.
Aparecen en aquella época las figuras tangenciales a los arcos de los pórticos,
y la figura circular de la rueda de la Fortuna, que eleva a los hombres en su
rotación, dejándolos luego caer implacable, y que por vez primera da ocasión a
presentar figuras arquitectónicas cabeza abajo. Es una expresión de la temible volubilitas
rerum la mutabilidad de todo estado, vivamente sentida entonces; y como tal
expresión, constituye la forma simbólica del sentimiento del mundo y de las
cosas.
El temple en que descansa la religión es el de la
angustia. El motivo principal del pensamiento religioso es el del Juicio Final,
con su más extremado carácter de horror. En la tiniebla de las iglesias, a
menudo próxima a la del sepulcro, los creyentes se apiñan ante Dios, llenos de
temor y de temblor». El mysterium tremendum ha alcanzado su expresión
más recargada.”[18]
Así que, ya por alguna razón, el arte comienza a volverse inestable. Aunque la gran tradición gótica continúa con sus grandes catedrales, aun así él percibe aquí algún tipo de inestabilidad. ¿Por qué? Porque en esa época comenzaron a darse cuenta de que habían perdido la Ortodoxia[19]. Y el artista es más sensible que otras personas. Esto comienza a manifestarse en él. Y cuando se pierde la Ortodoxia, los demonios comienzan a entrar. Y, por tanto, los demonios inspiran directamente a los artistas.
Luego hay un
segundo período, que es el de Hieronymus Bosch: “En el románico, lo demoníaco
no ha alcanzado todavía substantividad independiente. No es hasta el gótico que
la luz y la tiniebla se separan, y que la catedral aparece, contrapuesta a lo
celeste, este sin embargo ya comienza a ocupar un lugar subordinado. Luego, con
el arte realista de la tardía Edad Media, comienza la presentación realista del
infierno en la pintura. El punto culminante de tal evolución lo alcanza, al
final del gótico, Jerónimo Bosch (activo desde 1480 hasta 1516).
Como una caótica
contraposición al nuevo arte cósmico del Renacimiento, Bosch, coetáneo de
Leonardo da Vinci, crea el mundo infernal. Lo crea a partir de varias
condiciones históricas, pero su creación tiene, sin embargo, un carácter de
novedad, ya que su universo infernal posee un peculiar principio generador, una
estructura caótica y determinadas leyes formales, con lo cual consigue
realmente contraponerse al universo de lo celestial y de lo terrestre. A partir
de Bosch existe una imagen infernal del mundo.
Es nuevo, en
primer lugar, el aspecto de los seres infernales. No son hijos caídos de los
hombres, convertidos por simples metamorfosis en animales del diablo, sino
extraños y desconocidos seres vivos, compuestos a partir de toda suerte de
géneros y modos naturales: engendros de mágicos y de brujas, de pájaros y
peces, de ogros y quimeras, de fantasmas y mandrágoras, productos de una
infinita lascivia cósmica, que incluso produce el ayuntamiento de seres
inanimados con seres vivos. Todo ello supera, con mucho, todas las
posibilidades de épocas anteriores.
No es menos nuevo
el escenario infernal. Aspectos de la tierra nunca representados hasta entonces
se combinan en el paisaje infernal.
Sus terrenos son
negros barrancos, y la vacuidad desolada de la tierra y del mar, el
desconsolador aislamiento de las ciudades abandonadas, lugares extraños cuya
vegetación la forman el patíbulo y la rueda del tormento, el fango y los
pantanos. No existen ni sol ni luna; la luz procede de monstruosas llamas o de
la mágica fosforescencia de extrañas apariciones. En el infierno aparecen obras
humanas, pero en estado de corrupción y de ruina. Ruinas, sobre todo. En su
arsenal se hallan raras máquinas y aparatos, a veces sin función comprensible,
a veces instrumentos de tortura, y por el aire cruzan aeronaves tripuladas por
demonios.
Sería un grave
error considerar a tal universo como producto de una fantasía extraviada. Las fantasías
de Bosch no son obra de un juego imaginativo, sino que surgen de hondas
regiones, y con una fuerza impresionante dotan de realidad a la experiencia de
un mundo que Dios ha abandonado. Proporcionan una fisiología visible del
infierno.”[20]
“De todos modos,
en tanto que el mundo de la fe cristiana rige a la conciencia, la visión del
Universo manifestada en Bosch no puede ser más que un fruto de la tentación; y,
en efecto, la tentación es una de las experiencias fundamentales en el mundo
del artista. La imagen del infierno es, por así decir, encerrada entre
paréntesis, y sus formas excesivas y últimas aparecerán cuando el Arte haya
abandonado definitivamente la esfera cristiana. Es, por lo tanto, muestra del
proceder coherente de la Historia, el hecho de que Jerónimo Bosch fuera
redescubierto en el tercer decenio del siglo XX, convirtiéndose en uno de los
antepasados del superrealismo.”[21]
En Bruegel apunta
otro motivo de la época moderna: la degradación del hombre, que es mirado desde
fuera como un ser de otro planeta, extraño e incomprensible. Visto así, se le
ve con rasgos enteramente nuevos: es bajo, sospechoso, perverso, extravagante,
alocado, ridículo, tonto, pueril y torpe. Bruegel extiende a todos los hombres
este juicio, que la baja Edad Media acostumbraba aplicar a los campesinos. En
su arte, varias corrientes secundarias medievales se unen para manifestar una
nueva visión del hombre, contrapuesta a la que se fija en los hombres santos,
magnánimos y nobles, en los sabios; el mundo del infierno, de los campesinos,
de los locos.
El mundo del
hombre y de su acción es perverso, caótico e insensato. Lo habitan los
demonios, la locura y la muerte. Es muy digno de notar el hecho de que la
atención de Bruegel se dirige precisamente a los fenómenos que las modernas
antropología y psicología estudian también con predilección: además de los
campesinos (primitivos), aparecen en sus cuadros los niños, locos, lisiados,
epilépticos, ciegos; la embriaguez, la masa y los simios. Así se convierte
también el mundo cotidiano en algo maravillosos e incomprensible: las figuras
humanas parecen troncos ambulantes de árbol, y los juegos infantiles,
movimientos alocados”[22]
“Esta breve mirada al pasado deja en claro que lo que habría de
convertirse en una enfermedad general en el siglo XIX fue formándose
gradualmente a lo largo del desarrollo de Occidente y, en distintos momentos,
mostró abiertamente algunos de sus síntomas.”[23]
Y concluye el capitulo de este libro al decir: “Por
muy peligroso que sea el creer que la propia época haya de resultar decisiva en
la Historia Universal, apenas es posible librarse de la impresión de que, desde
1920, han sido alcanzadas situaciones sin analogía alguna, mas allá de las
cuales no podemos imaginar ya más que la entera catástrofe, o el comienzo de la
regeneración” [24]
Por supuesto, lo que se avecina parece ser una especie de combinación de
ambos.
Música
Sobre la
música no entraremos en detalle; es un tema demasiado extenso, pero basta con
mencionar a un gran historiador de la música occidental, Alfred Frankenstein,
que murió hace algunos años. Él era un experto en el período barroco, el
período clásico, el período romántico y la música medieval. Ha escrito, creo,
un extenso manual de música occidental. Y cuando llega al siglo XX dice: “Con
esto termino mi historia de la música.”
Porque
después del inicio del siglo XX ya no hay música en Occidente. Hay algo que se
basa en principios enteramente nuevos, que no puede comprenderse a partir de la
historia de la música occidental.
Y por eso se le ha criticado mucho el hecho de que considere que la música
moderna está totalmente fuera de toda tradición. Por supuesto que es así.
Porque en esta época tenemos ya a los románticos, que dijeron todo lo que
podían decir. Con Scriabin se llega a una especie terrible de música extática
que no es más que un chillido, y más allá de eso...
P. H.: ¿Qué escribió él...?
P. S.: De hecho escribió una especie de Misa Negra.
P. H.: ¿Una Misa Negra musical?
P. S.: Así es. Y más allá de esto ya no se puede continuar dentro de los
los antiguos modos de la música europea. Entonces comienzan estos espantosos
experimentos: el sistema de doce tonos, Schoenberg y sus horribles óperas;
escribió Verklärte Nacht (Noche transfigurada), donde la gente grita
unos a otros durante horas, y evidentemente está hecho para volverte loco. Pero
refleja muy bien la época: es expresionista, como los expresionistas alemanes,
con sus figuras gritando y sus horrores espantosos: expresa el mismo tipo de
sentimientos.
Y desde entonces hay toda clase de experimentos, hasta llegar al presente,
donde hay conciertos para cinta magnética, tres grabadoras que se reproducen
simultáneamente hacia adelante y hacia atrás a cinco velocidades distintas, y
todas estas ideas de que una cacofonía de sonidos producirá algún tipo de nueva
maravilla.
Incluso hay
un manual de música —creo que se llama Música desde Debussy— en el que
se dice que actualmente no se produce música que valga la pena, porque todo es
experimento. Pero añade: “Quizás de todo este experimento surja una nueva Edad
de Oro, como la época de Bach y Haendel.” Una vez que todos estos experimentos
hayan terminado.
Y probablemente —es algo que tiene parte de verdad—, porque la humanidad ya se
ha acostumbrado a todos estos elementos; y por tanto, es posible que, si surge
un genio, sea capaz de tomar todos estos elementos de desorden y crear algún
tipo de nueva armonía. Y ya hay una nueva armonía que expresará los
sentimientos de las personas... pero será para el Anticristo. De hecho, Thomas
Mann ya ha escrito una novela sobre ello.
Thomas Mann
Bien,
diremos unas palabras sobre Thomas Mann. Probablemente sea el único gran
novelista que produjo el siglo XX. M-A-N-N. Murió en 1955, a los 80 años. Fue
un exiliado de Alemania durante el régimen de Hitler. Políticamente es bastante
aburrido —es un demócrata— y buscaba la reconstrucción de la humanidad después
de que haya pasado el totalitarismo.
Pero en su
arte es muy sensible, más bien como un verdadero alemán, va muy al fondo. [Se
insertan secciones de la conferencia sobre Nietzsche de 1980].
Quizá recuerden que en uno de sus libros habla de unos jóvenes estudiantes que
pasan toda la noche conversando, discutiendo sobre qué es la realidad, qué es
la verdad, si hay vida después de la muerte. Y en medio de la conversación
dicen: “¿Saben?, apuesto a que nosotros, los alemanes, somos los únicos en el
mundo, salvo quizás los rusos, que hacemos este tipo de cosas: pasar toda la
noche hablando sobre qué es real y qué no es real.” Reconoce que los rusos son
los otros expertos en esto.
Y escribió
varias novelas que reflejan esto —desde el punto de vista de un artista que
observa a toda la sociedad—, reflejan lo que está ocurriendo. No es un
nihilista; es un humanista que tiene una visión bastante positiva de la vida.
Pero escribe sobre algunos de estos movimientos, y a veces de manera muy, muy
profunda.
Escribió un
libro llamado La montaña mágica, uno de sus mejores libros, que es una
descripción de la vida en un sanatorio para tuberculosos, en las montañas de
Suiza. Este sanatorio se supone que es una alegoría de la historia moderna de
Europa al final —o al principio— de la Primera Guerra Mundial; en todo caso, en
el amanecer de nuestra época.
Es un lugar peculiar donde cada persona tiene todo tipo de filosofías extrañas,
que representan las diferentes y conflictivas filosofías de Europa. Y todos los
que llegan allí se enferman, porque Europa está enferma. Es una especie de
parábola: todo el que entra en contacto con la civilización occidental absorbe
esta enfermedad. No se puede escapar. Y el lugar donde se supone que deben
curarse —es decir, Europa— tiene la idea de que “somos nosotros los que sabemos
todo, los que vamos a curarte con nuestra Ilustración.” Pero si vas allí, te
mezclas con Europa, te enfermas tú también. Por mucho que lo intentes, no te
curas. Nadie regresa con vida. Todos terminan, de alguna manera, destruidos por
esta enfermedad. De hecho, ni siquiera puedes visitar a tus parientes en este
lugar sin enfermarte tú mismo y quedar atrapado allí.
En otras palabras, no tienen otra filosofía de vida capaz de superar la
enfermedad de Europa.
Hay, de
hecho, una escena muy interesante en la que van al cine. Y Thomas Mann da su
percepción sobre el cine: que el cine es algo muy anormal, algo horrible,
porque lo que es sagrado para el hombre —su propia imagen— es capturado, puesto
independientemente en una pantalla y luego actúa fuera de su control, y uno se
siente impotente, desesperado. La imagen continúa actuando por sí misma. Es
como si una parte de tu alma te hubiera sido arrancada. Puedes sentarte y verte
actuar como si fueras otro ser separado.
Mann expresa su sentimiento desde un sentido humano natural, porque estaba allí
al comienzo del cine, en la década de 1920, cuando Alemania vivió el gran
florecimiento del cine.
Él tenía un sentimiento espantoso hacia el cine: le parecía algo demoníaco.
Dice que todo el fenómeno es muy anormal, que lo hacía sentir muy incómodo, al
ver esas figuras fantasmales en la pantalla, que no tienen realidad en sí
mismas, sino que son sólo celuloide, una especie de imagen parpadeante, algo
que en realidad no está allí.
Por cierto,
tuve un profesor alemán que sentía lo mismo respecto a los teléfonos. Decía:
“No soporto los teléfonos. Cada vez que escucho sonar uno y atiendo, me invade
un terrible miedo. Oigo la voz de alguien que está a miles de kilómetros, y
siento que son demonios.” Es muy interesante cómo estos pensadores profundos
tienen ese tipo de percepciones.
Y [Thomas
Mann] también se adentró en cuestiones como las sesiones de espiritismo; fue
deliberadamente a una sesión para experimentar y ver si sucedía algo. Y
sucedió: la mesa se movió por el aire o algo similar. Quedó convencido de que
había algún tipo de poder en acción. Esto también aparece en La montaña
mágica.
Al final, presenta una escena muy impactante: alguien propone hacer una sesión
de espiritismo, diciendo que tienen allí a una persona capaz de invocar
espíritus. Todos aceptan con entusiasmo. La mayoría bromea: “Bueno, si podemos
creer en tantas cosas, ¿por qué no creer en esto? ¡Probémoslo!” Así que se
reúnen, y de repente un espíritu comienza a apoderarse de ellos, y ven
materializarse ante sus ojos una figura, una forma. Y cuando miran, ven el
espectro de alguien que todos conocían, el fantasma del padre de uno de ellos o
algo parecido, que aparece de pronto frente a todos. El terror que esto les
produce es enorme.
Esta escena queda allí, sin demasiadas explicaciones, pero sabemos que Thomas
Mann, en sus escritos de no ficción, manifestó gran interés por el espiritismo;
asistió a sesiones, tomó notas, y quedó convencido de que efectivamente había
algún poder actuando en estos fenómenos.
Y en una Europa que no tiene ya filosofía propia, que está enferma, todo esto
comienza a volverse muy atractivo.
Uno de sus
últimos libros se titula Doctor Faustus, una descripción de un genio
musical en la época moderna, narrada por un joven estudiante de clase media que
fue compañero de escuela de este genio.
Generalmente Mann cuenta sus historias a través de una tercera persona que es
un típico alemán de clase media, con valores promedio: limpieza, precisión,
estudio, ahorro, todas esas virtudes tradicionales alemanas. Y tiene una manera
de presentar sus novelas que, cuando toca temas como el espiritismo o cualquier
fenómeno demoníaco o extraordinario, lo hace a través de los ojos de alguien
completamente normal y práctico, de modo que el horror resulte aún mayor.
Del mismo
modo en que Dostoievski describía a Iván Karamázov en su visión del diablo
—como una alucinación—, pero transmitiendo un punto fundamental, así también lo
hace Mann.
Así, tenemos a este hombre completamente normal cuyo compañero de estudios en
la universidad es un estudiante de música. Describe la carrera de este
compositor como la de un hombre ordinario, muy talentoso, pero con algo
extraño: un deseo de algo que no puede alcanzar con las cosas comunes. Quiere
más.
Observa que, al salir de la universidad, este músico quiere convertirse en un
gran compositor. Y sufre tremendas ráfagas de energía e inspiración, que lo
llevan a crear cosas fantásticas. Empieza a componer todo tipo de piezas
extrañas, inventa nuevos sistemas atonales, escalas de quince notas en lugar de
ocho, y todo tipo de innovaciones, como impulsado por una fuerza interna.
Finalmente
compone su obra maestra: El Apocalipsis, para mil voces y mil quinientos
instrumentos —la obra musical más fantástica jamás compuesta—, y logran
representarla en algún lugar con esos mil intérpretes.
La historia muestra cómo el diablo le otorgó este tremendo talento para
fascinar a las audiencias, a cambio de vender su alma. El narrador se pregunta
de dónde saca su inspiración, hasta que logra observarlo mientras trabaja.
Descubre entonces que el compositor recibe visitas: habla con alguien que no
está allí. Y durante esas conversaciones invisibles recibe una inspiración
extraordinaria, vislumbra posibilidades de ir aún más profundo en la música, de
componer algo que nadie jamás había logrado.
Resulta que quien lo visita es el diablo. Finalmente, vende su alma para
obtener este éxtasis supremo de creación musical.
Y entonces ofrece esta música al público, que declara: “Esto es maravilloso;
¡este es el gran pináculo de la música moderna!”
Pero es evidente que el hombre ha vendido su alma, como el Doctor Fausto. Mann
no lo dice con todas las letras, pero lo que describe es exactamente eso: el
hombre, por el bien de una creación terrenal, entrega su alma, y los demonios
lo invaden.
Así tenemos
a otro escritor que —aunque no tan profundo como Dostoievski— es muy consciente
de muchas de las corrientes subterráneas del pensamiento moderno.
De este
modo, hemos visto en este libro (Arte en crisis) cómo todo el fenómeno
que hemos estado estudiando —la visión revolucionaria del hombre moderno, que
no se limita a la revolución política, sino que implica toda una nueva
revolución anticristiana— estalla no sólo en la revolución política, ni sólo en
la filosofía, sino también de manera independiente en el arte, la poesía y
muchas otras áreas.
Y estalla en el arte antes de la Revolución.
Esos esquemas para las esferas que vimos, las obras demoníacas de Goya —las
primeras de ellas, anteriores a la Revolución— muestran que no se trata
simplemente de inspiración provocada por un evento político, sino que la
misma fuerza que produjo ese evento está produciendo también ese arte.
Es decir, existen inspiraciones que, sin duda, vienen de los demonios.
Aunque no vemos exactamente cómo los demonios inspiran, es evidente que su obra
está detrás de estas creaciones.
Y, por cierto, estos artistas no son simplemente unos locos.
Sería muy cómodo decir que son personas trastornadas, atípicas, diferentes de
la gente común que vemos en el supermercado, y que, por lo tanto, podemos
olvidarnos de ellos.
Esa es la
misma clase de psicología que te dice: “Bueno, está bien para los rusos o los
vietnamitas. Si ellos quieren ese tipo de gobierno, que lo tengan, y nosotros
simplemente seguiremos adelante.”
De hecho, Solzhenitsyn dijo ayer [julio de 1975], cuando estuvo en Washington y
habló ante un grupo de senadores y congresistas —unos cien en total—, que al
final de su intervención dijo:
“Aquí, en los vastos espacios de este continente, es difícil creer lo
que está ocurriendo en el mundo. Pero, señores, ya no habrá más una vida
segura. Ni nosotros ni ustedes tendrán una vida segura. Que Dios les conceda
que, cuando llegue su crisis, tengan líderes como los que tuvieron al comienzo
de la Revolución, que aún creían en la naturaleza humana y no se burlaban de la
idea del bien y del mal.”
Lamentablemente, sucede que esta época del humanismo —que produjo
incluso América, a los padres fundadores, y el arte de aquel siglo— es ahora
casi como una utopía. No podemos volver a ella. Aquella fue una época situada a
medio camino entre la antigua Edad Ortodoxa y la Nueva Era del Caos y la Revolución.
Y por un momento existió algún tipo de armonía y paz, pero el proceso que había
comenzado ya arrastraba a la humanidad más allá.
Este proceso se expresa con mayor claridad en los grandes revolucionarios, en
los filósofos radicales y en esos artistas desenfrenados.
Es así como, en realidad, vemos en ellos cómo lo demoníaco irrumpe en el
mundo.
Pero si ese elemento demoníaco no tuviera ya el control de todas las personas
que viven en el mundo, estos pintores habrían sido olvidados. No serían
conocidos, no serían ensalzados como ejemplos de grandes artistas. Sus
revoluciones habrían muerto; no habría nadie que los siguiera.
El hecho de que la mayoría de las personas comparta la misma mentalidad, de que
estén preparadas para aceptar aquello que estos profetas de los nuevos tiempos
vislumbran, es la razón por la que vivimos en una época tan desordenada.
Y, de hecho, podemos decir que incluso las personas comunes que van al
supermercado y están satisfechas consigo mismas están en peor situación que
esos otros, porque esos otros —los artistas, los pensadores— son los que a
menudo son torturados en su interior, los que se rebelan contra esa mentalidad
de supermercado, de la gente que dice: “Oh, todo está bien. Todo marcha
perfectamente. Y el Gulag... no me afecta.”
Ese tipo de personas lleva a la furia a quienes son realmente profundos, a los
que anhelan algo, a los que quieren a Dios.
Y Dios ha sido apartado.
Y así, ellos terminan acudiendo al diablo.
Pero el diablo tiene el control sobre todo el mundo.
Y por eso ellos sobresalen.
Espiritismo
El fenómeno del espiritismo es un claro síntoma de la época moderna,
surgido en los últimos dos siglos. Este nos lleva a mediados del siglo XIX,
precisamente cuando este arte irrumpe con sus apariciones demoníacas. El año es
1848, el mismo año de las grandes revoluciones en Europa. Como si esta misma
fuerza demoníaca estallara, por un lado, en las revoluciones, y por otro lado,
de repente, empezara a producir (golpea tres veces) una serie de golpeteos, que
abren la posibilidad de comunicarse con otro mundo.
Todo comenzó en
Hydesville, Nueva York, cerca de Rochester. Allí había dos hermanas, las
hermanas Fox, que fueron capaces de interpretar esos golpeteos. Más tarde
atravesaron diversas acusaciones de fraude y engaño; una de ellas confesó que
había producido los golpeteos con sus nudillos o algo similar. Luego se
retractó de su confesión. Una de ellas incluso llegó a hacerse monja católica,
y...
De todos modos, no
importa demasiado lo que haya sucedido con ellas. El hecho es que esos
golpeteos comenzaron a producirse, y después los médiums tomaron el relevo. En
muy poco tiempo, los médiums comenzaron a ir a Inglaterra.
Inglaterra y América son los dos centros básicos del espiritismo. Comenzaron a
formar su propia iglesia, y hasta el día de hoy existen templos espiritistas en
toda América y en Inglaterra, y algunos pocos en otros lugares.
Este es otro caso
en el que la mentalidad práctica y cotidiana anglosajona —la misma mentalidad
que también está detrás de los sueños del socialismo, como en el caso de Owen—
tiene una afinidad muy poderosa con este lado místico, con el espiritismo.
No con el verdadero misticismo, no con ningún tipo de contacto genuino con
Dios, sino más bien con algo vinculado a una exteriorización de cierto tipo de
misticismo.
Porque el espiritismo consiste en un contacto con otro mundo que no depende
de cuánto haya transformado uno su alma, sino simplemente de cuánto haya
desarrollado sus facultades mediúmnicas.
Por supuesto, para poder creer en el espiritismo, primero es necesario haber
dejado de creer en el cristianismo, haber llegado a creer en una forma muy vaga
de cristianismo.
Ya no se distingue entre los fenómenos divinos y los fenómenos demoníacos, y
uno está dispuesto a aceptar cualquier cosa que pruebe la existencia de algo
sobrenatural o preternatural como proveniente del “espíritu” —la misma
mentalidad que está detrás del movimiento pentecostal, que se desarrolla más
adelante en el siglo.
Hay muchos
fenómenos en este movimiento: golpeteos, a veces voces, apariciones en las que
supuestamente un fantasma entero se manifiesta; manifestaciones parciales, como
cuando aparece repentinamente una mano.
Thomas Mann, de hecho, vio materializarse una mano.
Existe también algo llamado “escritura automática”.
De hecho, yo mismo vi un ejemplo: una vez compré un libro sobre espiritismo, y
dentro había una hoja de papel con la escritura más diminuta imaginable —tan
pequeña que era imposible que una mano humana la hubiera escrito—, varias
páginas condensadas en una sola hoja, y empezaba de manera muy suave diciendo:
"Este mensaje
no está escrito por una mano humana."
Y luego trazaba el
mensaje.
Sabemos que esto es posible porque Madame Blavatskaya, la fundadora de la
Teosofía, era experta en cosas como la materialización de objetos.
Le daban, por ejemplo, un papel, lo encerraban en algún tipo de recipiente o
gabinete, y ella se concentraba durante unos diez minutos; al abrir el
gabinete, el papel tenía algo escrito, gracias a que sus demonios la habían
ayudado a escribirlo.
A veces incluso se podía ver una pluma aparecer de la nada y comenzar a
escribir sin que hubiera mano alguna detrás.
Todos estos son
trucos clásicos de los demonios, que son capaces de materializar objetos,
golpear personas, levantar mesas.
Existe toda una técnica —ya mencionada en nuestro artículo sobre el movimiento
carismático— acerca de cómo lo hacen: se reúnen, forman un círculo, y generan
algún tipo de energía psíquica al tomarse de las manos.
Esto involucra la esfera del inconsciente, la psique humana, que es una esfera
muy profunda y poco conocida.
Existe allí una gran cantidad de energía que puede ser canalizada.
Y, por supuesto,
el principal ingrediente de estos fenómenos son los propios demonios, que
acuden en ayuda del médium.
Una persona que está bien entrenada en el mediumnismo y que tiene ciertas
facultades para ello, es capaz de conjurar demonios entrando en un estado de
trance profundo.
Por supuesto, la
razón por la cual esto es condenado por Dios es que se trata de una esfera muy
peligrosa de realidades espirituales que son demasiado para nosotros.
Cuando estas realidades se manifiestan ante los santos —es decir, cuando los
demonios atacan a los santos— se libran terribles batallas.
Pero ahora la humanidad se ha vuelto civilizada, y los demonios aparecen bajo
formas muy civilizadas.
Surgen entonces filosofías que son absurdas, contradictorias y, sin embargo,
totalmente en armonía con lo que Emerson o algún otro predicador de su estilo
afirma.
Tan pronto como el comunismo se pone de moda, los teósofos empiezan a hablar
como comunistas, y así sucesivamente: simplemente absorben lo que está “en el
aire”.
Y los espíritus ofrecen exactamente lo que cualquier predicador puede dar en un
templo espiritista —sin necesidad de espíritus— o en cualquier iglesia
protestante.
Hay algo en lo que
los espiritistas insisten mucho como prueba de la existencia de los espíritus:
el hecho científicamente comprobable de que, cuando los espíritus se
manifiestan, la temperatura de la habitación baja varios grados.
Han realizado experimentos con termómetros y han demostrado que la temperatura
desciende, no sé, tres o cinco grados, algo así, cuando los espíritus se hacen
presentes.
Por supuesto, para nosotros eso es una prueba concluyente de que se trata de
demonios, porque los demonios son fríos, y eso se manifiesta incluso
físicamente.
Experimentar un escalofrío en presencia de algún fenómeno demoníaco no es
simplemente imaginación.
Estos nuevos
poderes son los que ahora deben dar a la humanidad una nueva religión.
Y ya no se tratará de una religión en la que el hombre entrega libremente su
alma a Dios en obediencia.
Ahora el hombre será obligado a creer, porque habrá pruebas externas que
demostrarán la existencia de los espíritus.
La filosofía occidental había llegado al punto en que ya no se creía en Dios ni
en ningún ser de otro mundo.
Y ahora, como si surgieran desde lo profundo, estas realidades espirituales
comienzan a manifestarse.
Esto hace posible...
[se corta el audio]
Conduce a
un "enfoque científico" de la religión — Steiner, la Sociedad para la
Investigación Psíquica, fenómenos extrasensoriales — especialmente la
parapsicología, muy desarrollada en Rusia y otros países comunistas. Afinidad
del socialismo ateo con el ocultismo y el espiritismo. Desarrollo de sentidos
superiores, de una ciencia superior — la ciencia debe terminar en el
espiritualismo: Steiner, p. 54.
...Saint-Simon y Teilhard de Chardin, entre otros, soñaron con la reconciliación entre la ciencia y la religión.
Y desde esta época comienzan a formarse sociedades dedicadas al estudio
científico de los fenómenos espirituales.
En Inglaterra se fundó la Sociedad para la Investigación Psíquica (Society
for Psychical Research), donde Sir Arthur Conan Doyle fue uno de los
principales representantes.
Aquí fue donde los distinguidos agnósticos de la Inglaterra victoriana
encontraron el camino de regreso hacia la espiritualidad.
Y escribieron libros sobre ello que resultan increíblemente ingenuos y
fantásticos.
Sir Arthur Conan Doyle —con su mentalidad de detective, su puro racionalismo al
estilo de Sherlock Holmes— se sintió atraído por el espiritismo: lo
mismo sucede con la mentalidad práctica, que, al tener cerrada la realidad
superior, apenas un atisbo de realidad espiritual entra en el ámbito de los
fenómenos, cae presa de ella.
Y ya no tienen ningún criterio con el cual juzgar lo que reciben.
...
P. H.: ¿Es ese el libro?...
P. S.: Si, “Cristianismo sin
misterio” es el que ha dado paso ahora, en realidad, podría denominarse como un
“no-cristianismo con misterio”.
En nuestros tiempos existen diversas sociedades dedicadas al estudio de
los fenómenos extrasensoriales. A esto se lo llama "parapsicología",
como en el laboratorio de la Universidad de Duke, en Virginia.
Y esta ciencia, incidentalmente, está extremadamente desarrollada en la Unión
Soviética y también en otros lugares como Hungría.
Porque los soviéticos son muy realistas y están abiertos a cualquier cosa que
pueda ser poderosa.
Y como han descubierto que hay algo real en la percepción extrasensorial —que
existen ciertas facultades en el ser humano que parecen estar por encima de
nuestros cinco sentidos ordinarios—, están tratando de desarrollarlas para ver
si pueden convertirlas en algún tipo de arma para la guerra, para fortalecer el
comunismo, o simplemente para avanzar en la ciencia.
Incluso hubo un ejemplo —lamentablemente he perdido el recorte de periódico—:
en el Congreso del Partido Comunista de 1955 o 1956, una mujer se levantó en
Moscú y dio su testimonio de cómo Lenin se le había aparecido y le había
indicado lo que debía votarse en la siguiente asamblea del Partido Comunista.
Y este testimonio fue registrado y simplemente aceptado.
En este mismo período tenemos otro ejemplo interesante: Annie Besant, una
inglesa de mentalidad socialista y ocultista, destacada activista por los
derechos de la mujer, convertida por Madame Blavatsky.
Llegó a ser presidenta de la Sociedad Teosófica y terminó educando al “mesías”:
es decir, al joven niño indio Krishnamurti, a quien, cuando apenas tenía cuatro
años, ella proclamó como el futuro mesías.
Su nombre es Annie Besant, B-E-S-A-N-T.
Finalmente, Krishnamurti creció, renegó del mesianismo, y comenzó a enseñar por
su cuenta. Hasta el día de hoy enseña; viaja, por ejemplo, al norte de Santa
Bárbara, donde hay un campamento, Ojai.
En Holanda también hay un lugar, una especie de campamento de verano donde da
conferencias y escribe libros.
Afirma que no es el mesías, pero que está transmitiendo el
"evangelio" de la nueva era.
Creo que todavía está vivo. Su nombre es Krishnamurti.
Esta también es la época de la fundación de la Sociedad Teosófica por
parte de Madame Blavatsky, la médium rusa que afirmaba ser, desde el mismo día
de su bautismo, enemiga jurada de los reyes y de la Iglesia.
Según relataba, cuando fue bautizada, el sacerdote casi murió quemado porque
una vela cayó y prendió fuego sus vestiduras.
Desde su infancia, Madame Blavatsky había mostrado talentos psíquicos, como la
capacidad de hacer aparecer objetos y otros fenómenos.
Madame Blavatsky escribió enormes volúmenes, como Isis sin velo (Isis
Unveiled).
Ella afirmaba que estaba enseñando la sabiduría oriental que había recibido de
los "mahatmas" del Tíbet.
Y existían métodos muy curiosos mediante los cuales recibía revelaciones: de
repente una carta comenzaba a descender flotando en el aire, y al leerla,
encontraba el último mensaje revelado por los mahatmas de la India.
Entre las personas vinculadas a estos movimientos ocultistas hay una
figura quizás más interesante que las demás: su nombre es Rudolf Steiner.
También fue teósofo, pero finalmente fue expulsado de la Sociedad Teosófica
porque era un poco demasiado inteligente.
Así que fundó su propia sociedad, llamada Antroposofía —la sabiduría del
hombre.
Era más inteligente que la mayoría de los ocultistas, quienes suelen ser
extremadamente ingenuos: la mayoría de los teósofos y espiritistas son muy
superficiales, simplemente abiertos a lo que los espíritus les dicten.
Steiner, en cambio, era más filósofo.
Fue un gran estudioso de Goethe, y encontró en él al gran místico de nuestra
época, aquel que uniría religión y ciencia.
Desarrolló una especie de espiritualismo que consideraba científico; es
decir, contemplaba tanto la realidad exterior —que estudia la ciencia— como la
realidad interior —a la que accedía mediante visiones—.
Intentó hacer algún tipo de síntesis entre ambas.
Y sus escritos siguen siendo estudiados seriamente por todo tipo de personas
serias.
Fundó algunas escuelas que todavía existen, en las que se enseñan prácticas
como la euritmia, que consiste en mover el cuerpo y danzar para
alcanzar, de algún modo, la espiritualidad, lo que parece dar ciertos
resultados.
Tiene también un pensamiento interesante respecto a lo que buscaba lograr:
“El científico contempla la materia como algo completo en sí mismo, sin
ser consciente de que está en presencia de una realidad espiritual que se
manifiesta en forma material. No sabe que el espíritu se metamorfosea en
materia para lograr modos de acción que sólo son posibles en esta metamorfosis.
Por ejemplo, el espíritu se expresa a través de un cerebro material para que el
hombre, mediante el conocimiento conceptual, pueda alcanzar la libre
autoconciencia. Por medio del cerebro, el hombre extrae el espíritu de la
materia, pero el instrumento que utiliza es en sí mismo creación del
espíritu."”
Hoy en día, cuando la ciencia ha llegado a un callejón sin salida y ya
no sabe qué es la materia —y encuentra que no puede definirla por sí sola—,
Steiner pretendía acudir en su auxilio, ofreciéndoles una ciencia basada en
algo “superior”: en la realidad espiritual, que, según él, es verificable en la
experiencia.
De hecho, el lema de todos los teósofos y espiritistas es: “Pruébalo tú
mismo.”
Uno puede convencerse por su propia experiencia, si sigue las reglas para
entrar en contacto con los espíritus.
Por supuesto, esto es contrario a la libertad cristiana, que consiste en
tener fe en Dios y entregarse a Él libremente, no porque algo haya sido “probado”
mediante un contacto forzado con una realidad espiritual.
Todo este fenómeno espiritualista desemboca, al igual que el arte
moderno —con el cual tiene mucho en común; de hecho, muchos de estos artistas
sostienen ideas muy ocultistas—, en un mundo desarticulado y fragmentario,
donde de repente surgen seres de algún espacio desconocido, aparece de pronto
una mano, se materializan objetos o fantasmas.
Y todo esto es profundamente extraño para la mentalidad moderna, ilustrada, que
sólo concibe la realidad material.
[De la conferencia sobre Nietzsche, 1980; posiblemente fechada en
invierno de 1981-82:]
No mencioné aquí todos los cultos y sectas que surgieron como resultado
de esta idea de Kant, según la cual el Yo, la mente, es el centro del universo.
Pero hay muchos ejemplos:
- El mormonismo, con la idea de confiar en las propias revelaciones.
- Todo el siglo XIX está lleno de personas que confiaron en cualquier
tipo de impresión que recibieran y fundaron nuevas religiones.
Por ejemplo:
- Mary Baker Eddy fundó la Ciencia Cristiana.
- Ellen G. White fundó los Adventistas del Séptimo Día.
- William Miller, también adventista, dio origen a los Testigos de
Jehová.
Todos ellos basados, de algún modo, en la idea de que ellos mismos son
como dioses que reciben nuevas revelaciones, y todo el mundo los sigue.
Aquí tengo un ejemplo reciente: una revista de uno de estos cultos que
se hace llamar hindú, aunque en realidad es una versión adaptada para el
público estadounidense.
Es la revista del movimiento Hare Krishna, de gran tirada y muy colorida,
titulada Back to Godhead.
Aquí podemos ver cómo la filosofía occidental auto-centrada se enlaza con el
hinduismo.
Este movimiento comenzó en el siglo XIX.
En el hinduismo, uno se convierte en dios: meditando, cantando, se alcanza un
estado donde Dios entra en ti y, por tanto, te vuelves literalmente un dios; tu
propio Yo se convierte en dios.
Esto encaja muy bien: el hinduismo se adapta perfectamente a toda la
filosofía de la evolución, de Nietzsche y demás.
Pero es una combinación: el hinduismo, cuando está en la India, no pasa de ser
simple paganismo; cuando llega a suelo estadounidense, se adapta a nuestra
mentalidad auto-centrada y consentida.
Es muy sensual.
Se ven jóvenes, chicas americanas o muchachos estadounidenses que se afeitan la
cabeza, se ponen túnicas y parecen representantes de la nueva religión.
Todos felices, cantando y danzando.
Y su “dios” —el gran profeta—, que resulta tan “inspirador”, murió hace
un año o dos.
Publican además artículos y grabaciones: sonidos trascendentales, cintas
tituladas Golden Avatar, con todo tipo de ruidos supuestamente capaces
de elevar la mente a reinos celestiales.
Hablan de temas contemporáneos como la ciencia.
Organizan banquetes de comida yoga, invitan a compartir cánticos, traducen
antiguos textos sagrados.
En sus teatros montan representaciones de la Bhagavad Gita, con
vestimentas sensuales de seda, horas de maquillaje ante los espejos, y luego
danzan de manera que parecen ligeramente desviados sexualmente.
Obtienen una especie de éxtasis, rapándose la cabeza y asemejándose a un grupo
de excéntricos.
Recordemos que en Ortodoxia y la religión del futuro describimos
su templo de San Francisco: allí pasan horas enteras golpeando tambores,
rodeados de murales con gravados de la Bhagavad Gita, con esas
vestimentas sensuales de seda, hasta entrar en un estado de completa evasión,
como si estuvieran bajo efectos de drogas.
Además tienen historias fantásticas, porque hoy en día gusta la ciencia
ficción y las fantasías espaciales.
Así, cuentan la historia de El jabalí que luchó por la Tierra, donde un
cerdo cósmico intenta devorar el planeta.
Esto responde a las necesidades de fantasía contemporáneas.
Como Brahma, este jabalí también es mayor que la Tierra y podría tragársela si
quisiera.
Es el antiguo paganismo, que reaparece en nuestra vida moderna:
pero esta vez, con una forma profundamente auto-centrada y sensorial, donde
todo —el incienso, los cánticos, las túnicas exóticas— está diseñado para que
el individuo occidental se sienta importante, partícipe de algo “nuevo”.
Pero todo está centrado en uno mismo.
Está perfectamente adaptado a las necesidades americanas.
Y este hombre —el gurú, su “avatar”— no era más que un empresario indio
corriente, sin futuro en su país.
Vino a América y descubrió que aquí podía ganarse la vida haciendo de “dios”
para toda esta gente.
Pero ahora los estadounidenses están tan reducidos que, si no despiertan
conscientemente a la realidad del cristianismo, si no perciben la enorme
batalla espiritual que se libra por las almas, pueden caer fácilmente en estas
trampas.
Y aquellos que no caen en el Hare Krishna caen en otro tipo de movimientos.
Incluso
en diversos movimientos protestantes...
P. H.: A veces también caen en la Ortodoxia, con todos los íconos y el
incienso...
P. S.: También.
P. H.: Y los cánones y todo ese asunto. Se les da todo el paquete
completo.
P. S.: Por lo tanto, debe haber una crítica, debe haber una conciencia de lo
que es qué. ¿En qué se basa nuestra religión?
Así que hay dos grandes fuerzas en lucha: una es el verdadero
cristianismo, la Ortodoxia, y la otra es esta nueva filosofía de la que la
mayoría de la gente ni siquiera es consciente.
La mayoría de las personas que siguen el ritmo contemporáneo, el rock’n’roll o
las diversas formas de cultura moderna —arte, música y religión— no son
particularmente conscientes de que forman parte de este movimiento.
Simplemente se suman a ello porque “está en el aire”.
Las personas a su alrededor lo hacen, sienten una necesidad de hacerlo, y lo
siguen sin ser conscientes de lo que sucede.
Pero nosotros, que estamos estudiando esto, debemos ser conscientes de lo que
está ocurriendo.
¿Alguna pregunta sobre todo esto hasta ahora?
¿Está claro qué combinación de ideas está produciendo todo esto?
Hume destruye la realidad externa.
Kant restaura el Yo como centro de la realidad —la mente o el Yo como centro de
la realidad— y entonces este Yo se convierte en el nuevo dios.
Este es el nuevo dios; el Dios antiguo ha muerto.
P. H.: Pero para aquellos que no son ortodoxos, los que no mantienen ni
protegen la Ortodoxia...
P. S.: Aquellos que simplemente siguen la corriente, lo que sea que esté
en el aire.
P. H.: Exacto.
Estudiante: ¿Cree usted que Kant (¿sabía? ¿previó?) que esta filosofía
evolucionaría de esta manera...?
P. S.: Probablemente, probablemente sí... porque, en cierto modo, uno puede
ver que él simplemente estaba expresando la filosofía de su época. Ese elemento
ya estaba presente; por lo tanto, probablemente el proceso habría seguido su
curso de todos modos.
Kant no fue tanto un influyente en el sentido de que la gente lo leyera y
extrajera esas ideas, sino que más bien fue un síntoma: expresó lo que ya
estaba en el aire.
Ese es un aspecto.
Ahora se revela otro aspecto.
Justamente recibimos una revista que trata este tema: se llama Empowering
the Self.
Parece que la publican personas muy bien intencionadas, unos científicos del Spiritual
Counterfeits Project de Berkeley.
Son una especie de fundamentalistas que analizan diversos aspectos de la
espiritualidad falsa.
Y casi todo lo que escriben es bueno: exponen al Maharishi, a la Cienciología y
a todos estos cultos, todo lo que no es cristianismo verdadero.
Tienen toda una serie de artículos sobre el Yo, el humanismo cósmico, o el
potencial humano.
Eso también es auto-centrismo: el movimiento del “potencial humano” tan
característico de nuestra época, derivado del psicoanálisis y de otras fuentes
similares.
En esta revista se analiza varios movimientos que pueden ser muy sintomáticos.
Uno de estos artículos analiza el movimiento del “potencial humano” y
explica que, como condición para mantener la fe en la razón humana, es
necesario adoptar una nueva visión de la humanidad, una que contribuya a la
creencia en la autotransformación.
Este movimiento del “potencial humano” enfatiza lo que yo puedo hacer,
cómo yo puedo desarrollarme, cómo yo puedo descubrir algo mejor.
“Nuestra cultura tradicionalmente sostiene una visión cristiana del ser
humano como criatura limitada, separada de Dios, mezcla curiosa y paradójica de
cualidades buenas y malas. Esa visión ahora está siendo desafiada por un
concepto oriental/ocultista de la humanidad, implícito en el movimiento del ‘potencial
humano’.
El principio básico de esta visión ocultista del mundo es que todo es uno:
el mundo de la materia y el mundo del espíritu son de la misma esencia.
Si todo es uno, entonces las diferencias son ilusorias.
La realidad no es lo que parece, compuesta de una multitud de objetos,
personas, pensamientos, ideas de Dios, moralidad o belleza.
Lo que aparece es meramente subjetivo para cada persona; la realidad es una
unidad que está más allá de las apariencias.”
Aquí podemos ver la influencia de Hume y Kant.
Y de allí hay sólo un pequeño paso hasta la conclusión de que uno crea
su propia realidad:
“Uno percibe lo que desea percibir.
Estas percepciones no son correctas ni incorrectas; son simplemente parte de la
ilusión que cubre la verdadera unidad.”
“Si todo es Uno, la existencia de cada persona como parte de esa unidad
es tan sagrada y poderosa como cualquier otra parte del todo.
Dios entonces se convierte en parte de esa unidad, de la cual cada individuo es
una manifestación.
Cuando las personas rompen el dominio de la ilusión (la realidad percibida del
mundo material), pueden experimentar una especie de trascendencia divina, una
experiencia de unidad con el universo.
El punto culminante de la jerarquía de necesidades humanas es la experiencia de
unidad con todas las cosas.
Las personas, en esencia, se convierten en Dios.”
“Los pacientes que se someten a psicoanálisis, tienen dentro de sí
mismos las respuestas a sus propios problemas.”
Dentro del cristianismo, uno viene con sus problemas, y se le dan
respuestas.
Eso es lo que Dios manda.
Uno debe cambiar su vida en conformidad con la voluntad divina.
Según esta nueva idea —y el psicoanálisis está impregnado de ella—, las
respuestas están dentro de uno mismo.
“Vamos a trabajarlas; vamos a ver cuáles son tus necesidades y cómo podemos
expresarlas.”
Estudiante: Eso se parece bastante a la Cienciología, ¿no?
P. S.: Sí, exactamente, es lo mismo.
El terapeuta simplemente crea un “clima de aceptación” que permite a la persona
descubrir las respuestas dentro de sí misma.
Liberar la “sabiduría humana universal” en un individuo —lo que
tradicionalmente era tarea del chamán o del sacerdote ocultista— ahora se
convierte en trabajo del psicoterapeuta.
Así que, definitivamente, se trata de un culto al Yo: uno fabrica su
propia realidad, y la nueva realidad surge desde el interior de uno mismo.
Y si dentro de ti hay alguna clase de perversión, debes encontrar la manera de
expresarla de forma que la sociedad pueda aceptarla, sin importar si es
correcta o incorrecta.
El psicoanalista no te dirá si está bien o mal.
Si te ofreciera un juicio de valor, estaría imponiéndote una religión, y eso no
sería “científico”.
Por lo tanto, debes resolverlo desde tu interior.
Las premisas de esta psicología son:
- La humanidad es buena.
- El ser humano tiende naturalmente al crecimiento.
- Todos los valores correctos ya están en el individuo; no vienen de
fuera.
- El potencial humano es ilimitado.
- Lo más importante es la experiencia.
- El individuo es autónomo.
El objetivo es la toma de conciencia personal.
Y, en cuanto al mundo exterior, todo es relativo.
Ya no se sabe si existe Dios o no.
El único absoluto es el cambio.
Y no hay mal. Todo el bien reside dentro del individuo.
“Con este conjunto de presupuestos acerca de la naturaleza del ser
humano, de Dios y del mundo, la psicología humanista se convirtió en el terreno
donde floreció el ‘movimiento del potencial humano’.
El clima cultural de los años 60 fue perfecto para ello.”
“Para los años 70, el 0movimiento del potencial humano’, extendiéndose
hacia el este desde California, había generado 8.000 diferentes terapias: una
mezcla de restos de psicoanálisis, religiones orientales, experimentación
sexual, juegos psicológicos y avivamiento religioso tradicional.”
Uno de estos movimientos fue la Análisis Transaccional, una de
las primeras manifestaciones importantes del pensamiento del potencial humano.
Hay un libro famoso titulado I'm OK, You're OK.
La idea era: todo está bien tal como está.
Recuerdo que cuando estudiaba Zen, eso era lo que más se enfatizaba:
aceptar la realidad tal como es, sin agregarle ningún valor.
Simplemente aceptarla.
Relajarse, soltarse, dejar que la naturaleza fluya.
Y si creías en Dios o en la “mente cósmica”, dejabas que se hiciera cargo.
El individuo es bueno y debe seguir su propia experiencia:
“Estoy bien tal como soy, por lo tanto, no necesito seguir ninguna
estructura ni valores impuestos desde fuera.
Debo liberarme de mis padres o de la conciencia.”
La idea es que uno ha estado bajo la tiranía de los padres, y ahora debe
despertar y convertirse en una personalidad independiente y autónoma.
Esto encaja perfectamente, porque el adolescente desea rebelarse, afirmarse
como individuo, rechazar la figura paterna —que equivale a la conciencia— y
seguir sus propios deseos, creyendo que son buenos.
Esto conduciría a su “crecimiento” y a la realización de su “pleno potencial”.
El manual de Análisis Transaccional aconseja:
“Mírate en el espejo dos veces al día, y declara:
'Estoy bien... tal como soy. Soy perfecto.'”
[1] Pag 103 y 104
[2] Pag 105, es interesante notar que en la traducción en castellano dice “hacen
mofa de los hombres buenos y los atormentan”, en el original en inglés de Hans
Sedlmayr se puede leer: “and of those dehumanized human beings that mocked and
tormented Our Lord.” Hans Sedlmayr, Art in Crisis:
The lost center. pág. 119. ed. Henry
Henry Company. Chicago. Estados
Unidos. Traducido al castellano: “y
de aquellos seres humanos deshumanizados que se burlaban y atormentaban a
Nuestro Señor”
[3] 105
[4] 106
[5] 108 y 109
[6] 109 110
[7] 110
[8] 112
[9] 120
[10] 121 122
[11] 123
[12] 125
[13] 145
[14] Pag 147
[15] Pag 159
[16] Pag 162 - 163
[17] 164
[18] Pag 169 y 170
[19] Recomendamos encarecidamente el escrito de san Hilarion Troitsky Sobre la catedral de colonia, presente en este blog para poder notar de manera más penetrante la vívida contraposición entre el arte occidental y el ruso.
[20] Pag 171 y 172
[21] 173
[22] Pag 176 177
[24] Pag 189 y 190