Este fragmento donde Fiodor Dostovieski expone sobre el papismo corresponde al capitulo primero de marzo de 1876 de Diarios de un Escritor, en especifico se extrajo el mismo fragmento del subcapítulo intitulado La fuerza muerta y las fuerzas venideras.
En los anteriores subcapítulos de este primer capitulo
Dostovieski desarrolla sobre la situación europea, en especifico la atomización
de la sociedad (atomización que él denomina como "aislamiento") que sufría especialmente Francia, y la creciente animosidad
latente entre las clases sociales, en particular, la proletaria que cada dio se
volvía mas adepta a la causa del socialismo, frente a estos últimos, según las
observaciones de Fiodor Mijailovich, se situaba la República francesa, un
gobierno burgués hecho por burgueses y defensor de los derechos de los
burgueses. A los proletarios Dostovieski los llama “el demos”, mientras que sobre
los segundos (los burgueses) y su sistema republicano Dostovieski no vacila en
denunciarlo como moribundo, que necesita del soporte de personajes fuertes,
como Bismark y su política de “sangre y hierro” para seguir viviendo. El Papa,
frente a este conflicto, traiciona a los príncipes y a los reyes, al orden burgués
y en abierta guerra contra Bismark se coloca al frente del demos proletario francés,
aliándose con el socialismo.
El presente fragmento corresponde a las paginas 856 a 863
del Tomo I de Diarios de un Escritor de FM Dostovieski, primera edición de
Paginas de Espuma a cargo de Paul Viejo.
Fiodor Dostovieski
¿Y el Papa? Si muere hoy o mañana[1], ¿qué va a suceder entonces? ¿Acaso querrá la Iglesia católica romana morir junto con él para hacerle compañía? ¡No, nunca había anhelado vivir tanto como ahora! Por otra parte, ¿es posible que nuestros profetas no se rían del Papa? La cuestión del Papa ni siquiera nos la planteamos y la hemos reducido a la nada. Con todo, este «aislamiento» es demasiado grande y demasiado lleno de deseos tan inmensos e ilimitados como para consentir en renunciar a ellos en pro de la paz en todo el mundo.
Además, ¿renunciar, para qué, en beneficio de quiénes? ¿Será
para el bien de la humanidad? La Iglesia católica, desde hace mucho, se
considera superior a toda la humanidad. Hasta el momento ha coqueteado
solamente con los omnipotentes, porque tenía confianza en ellos hasta el
último momento. Este momento ha llegado, definitivamente según parece, y la Iglesia
católica, seguramente, va a abandonar a los todopoderosos, a la que, por otra
parte, ya han traicionado y desde hace mucho han desencadenado en toda Europa
su acoso, que en nuestros días ha adoptado una forma bien acabada.
¿Qué le vamos a hacer? La Iglesia católica romana ha hecho
otros virajes, aún más sorprendentes: una vez, cuando le fue necesario, incluso
traicionó, sin pensar mucho, a Cristo a cambio del poder terrenal. Al proclamar
como dogma que «el cristianismo no puede mantenerse en este mundo sin el poder
terrenal del papa», anunció el advenimiento de un Cristo nuevo, en nada
parecido al de antes, seducido por la tercera tentación del diablo, por la
promesa de los reinos terrenales: «Te daré todo esto, ríndete a mí!».
Oh, he oído réplicas acaloradas en contra de este juicio; ha
habido objeciones en el sentido de que la fe y la imagen de Cristo siguen
persistiendo en los corazones de una multitud de católicos en toda su verdad y
su antigua pureza. Es así, indudablemente, pero la fuente principal se ha
enturbiado y se ha envenenado irremediablemente. Además, hace demasiado poco
que Roma manifestó su completa disposición a sucumbir a la tercera tentación
del diablo, redactando su firme dogma, y por eso todavía no nos hemos dado
cuenta de todas las consecuencias directas de esa extraordinaria decisión.
Llama la atención el que la proclamación de ese dogma, el
descubrimiento de «todo el secreto», se celebró en el mismo momento que la
Italia unificada llamó a las puertas de Roma. Aquí había mucha gente que se
reía de él: «Es bravo, pero no tiene fuerza...». No creo que no tenga fuerza.
No, las personas capaces de tales decisiones y virajes no pueden rendirse sin
luchar.
Me van a replicar en contra que el catolicismo siempre había
procedido de esta manera, por lo menos, esto se sobrentendía, así que no hubo
ninguna revolución. Eso sí, pero siempre había un secreto: durante muchos
siglos el papa fingió estar contento con su pequeñísima posesión, el Territorio
Papal, pero no fue más que una alegoría; lo más importante es que esta alegoría
escondía siempre un germen de la idea principal, de germen creciera en el
futuro en un frondoso árbol que cubriera con su sombra toda la tierra. Y pues,
en el último momento, cuando le quitaban la última desiatina de sus posesiones
terrenales, el soberano de los católicos, al sentir que se le acercaba la
muerte, se levantó de pronto y profirió a todo el mundo la pura verdad sobre su
persona: «¿Habéis creído que me voy a contentar con el título del soberano del
Territorio Papal[2],
Sabed que siempre me he considerado rey de todo el mundo y de todos los reyes,
no solo el rey espiritual, sino terrenal, su señor verdadero, soberano y
emperador en la tierra. Yo soy el rey de los reyes, el soberano de todos los
soberanos, y solo a mi me corresponde decidir destinos, tiempos y plazos en la tierras
lo estoy proclamando ahora para todo el mundo en el dogma de mi infalibilidad».
No, es una fuerza, es una grandeza seria que no provoca ninguna risa; es la
resurrección de la antigua ides de Roma sobre el dominio y la unión de todo el
mundo, que siempre ha sobrevivido en el catolicismo romano; es la Roma de
Juliano el Apóstata[3],
pero no vencida sino vencedora de Cristo en la nueva v última batalla. De este
modo, se ha efectuado la venta del Cristo verdadero a cambio de reinos
terrenales.
El catolicismo romano la va a realizar y concluir también de
hecho. Voy a repetir, ese ejército temible tiene ojo demasiado perspicaz para
no discernir, al fin, dónde se ubica el poder verdadero en el que podría
apoyarse. Al perder a sus aliados reyes, no hay duda de que el catolicismo va a
recurrir al demos. Tiene a su disposición decenas de millares de
seductores, sabios listos, buenos conocedores de los corazones humanos, y psicólogos,
dialécticos y confesores, en cambio el pueblo, siempre y en todas partes, ha
tenido un corazón sincero y bueno como el pan. Además, el pueblo de Francia, y
en nuestros días incluso el de muchas otras partes de Europa, aunque odie y
desprecie la religión, desconoce el Evangelio del todo, por lo menos, en
Francia. Todos esos conocedores de los corazones humanos y psicólogos echarán a
correr entre el pueblo trayéndole al nuevo Cristo, esta vez conforme con todo,
al Cristo proclamado en el último y sacrílego Concilio romano.
«Si, amigos y hermanos nuestros – dirán –, todo por lo que
vosotros os esforzáis tanto, todo eso ya lo tenemos para vosotros en este libro
desde hace mucho, vuestros dirigentes nos lo habían robado. Y si hasta ahora os
lo explicábamos de manera un tanto diferente, era porque vosotros erais como
niños pequeños y era muy pronto para que conocierais la verdad, en este momento
ya ha llegado la hora de vuestra verdad. Sabed que el Papa tiene las llaves de
San Pedro y creer en Dios es creer to el Papa, al que Dios mismo había puesto
para suplirlo ante vosotros. Es infalible, le ha sido dado el poder Divino y es
el señor de los tiempos y de los plazos, ha decidido que ha llegado hora.
Antes, el mayor poder de la fe lo constituía la humildad, ahora el tiempo de la
humildad ha llegado a su término y el Papa tiene el poder para suprimirla,
porque le ha sido dado el poder para todo. Si, todos vosotros sois hermanos,
Cristo mismo os mandó ser hermanos de todos; y si vuestros hermanos mayores no
quieren aceptaros como hermanos, agarrad palos, entrad en sus casas y
obligadlos a ser vuestros hermanos a la fuerza, Cristo ha esperado durante
largo tiempo a que vuestros pervertidos hermanos mayores se arrepientan y ahora
él mismo os permite proclamar: ¡Fraternité ou la mort![4]
(Sé mi hermano o te degüello). Si tu hermano no quiere repartir contigo su
propiedad en partes iguales, quítaselo todo, porque Cristo ha esperado durante
largo tiempo su arrepentimiento y ha llegado ya la hora de la ira y la
venganza.»
«Sabed que no tenéis culpa de ninguno de vuestros pecados,
pasados ni futuros, puesto que todos vuestros pecados habían procedido
únicamente de vuestra pobreza. Así os lo habían anunciado anteriormente
vuestros antiguos dirigentes y maestros, sabed que aunque os hubieran dicho la
verdad, no habían tenido el derecho a anunciároslo antes del tiempo, ya que
este poder solo lo tiene el Papa, el que lo ha recibido del mismo Dios, lo
comprueba el que esos maestros no os han llevado nada bueno, aparte de castigos
y otros desastres aún peores, y el que cualquier cosa que emprendían se echaba
a perder por sí sola; además, os engañaban mucho y aprovechaban vuestro apoyo
para parecer más fuertes y para poder venderse luego a precio más alto a vuestros
enemigos. En cambio, el Papa no os va a traicionar porque no hay quien sea más
fuerte que él, es el primero entre los primeros, solo tenéis que creer, y no
creer en Dios, sino únicamente en el papa y también en que únicamente él es el
rey del mundo y los demás deben desaparecer, porque ha pasado su tiempo.
Alegraos ahora y festejad, pues ha llegado el paraíso terrenal, todos os haréis
ricos y, mediante vuestra riqueza, justos, porque se cumplirán todos vuestros
tendréis ninguna razón para ser malos».
Estas palabras no son más que falsedades, sin embargo, no
deseos y no cabe duda de que el demos aceptará la proposición: sabrá descubrir
en el inesperado aliado una gran fuerza unificadora, que esté conforme con todo
y que no impida nada, una fuerza real e histórica, en lugar de los caudillos,
soñadores y especuladores, cuyas capacidades prácticas y, a veces, su
honestidad no le inspiran confianza, incluso en este momento. Mientras que el
nuevo aliado tanto le indica el punto de aplicación de su fuerza, como le
provee de una palanca, solo hace falta apretar todos juntos y darle vuelta. ¿Es
posible que el pueblo no le dé crédito? ¿Será que al pueblo le falta fuerza? Si
para colmo se le devuelve la fe, tranquilizando con esto demasiados corazones,
ya que muchos echaban a Dios de menos desde hace bastante tiempo...
Ya he hablado de todo esto, pero de pasada, en una novela.
Que mis lectores me disculpen la presunción, pero estoy convencido de que todo
lo que digo se va a realizar en la Europa occidental de una forma u otra, es
decir, que el catolicismo se va a dirigir a la democracia, al pueblo y dejará a
los reyes terrenales, por haberlo dejado ellos mismos. Todas las autoridades en
Europa también lo desprecian, porque en este momento parece ser demasiado pobre
y estar vencido, y, sin embargo, no se lo imaginan con aspecto y en posición
tan cómicos como lo pintan ingenuamente nuestros ensayistas políticos.
Con todo, no lo habría perseguido tanto, por ejemplo, Bismarck
si no hubiera sentido en él un futuro enemigo, temible, inmediato y próximo. El
príncipe Bismarck tiene demasiado orgullo como para gastar demasiada fuerza
luchando contra un Papa es más fuerte que Bismarck. Voy a repetir: el
pontificado es enemigo tan débil que hace reír a la gente. A pesar de todo, el
en este momento quizá el más fuerte de todos los «aislamientos>> que
amenazan la paz en todo el mundo. Y hay muchas cosas que amenazan la paz. Nunca
antes ha estado Europa tan llena de elementos de enemistad como ahora. Todo
parece estar socavado y lleno de pólvora, solo espera la primera chispa... «¿Y
qué nos importa a nosotros? Si todo eso sucede en Europa y no aquí». Si que nos
importa, porque es a nuestras puertas donde va a llamar Europa y pedirnos
ayuda, cuando el reloj toque la última hora de su orden de cosas de hoy».
Entonces exigirá nuestra ayuda, como si tuviera derecho a exigirla, lo hará
desafiante y mandona; nos dirá que también nosotros somos europeos y, por lo
tanto, tenemos el mismo «orden de cosas, que no en vano la habíamos imitado
durante cuatrocientos años y nos habíamos vanagloriado de ser europeos y que,
salvando a Europa nos salvaremos también a nosotros mismos.
Tal vez no estaríamos dispuestos a resolver el asunto a
favor de una sola parte, pero ¿tendríamos una fuerza, correspondiente a la
magnitud de esta tarea y no estaríamos demasiado desacostumbrados, desde hace
mucho, a pensar en qué es lo que constituye nuestra verdadera independencia
como nación y cuál es el papel que desempeñamos en Europa? No es solo que no
comprendamos hoy semejantes cosas, sino que creemos que demostramos nuestra
tontería y nuestro atraso con tan solo escuchar semejantes preguntas. Si
Europa, efectivamente, nos llama a que nos levantemos y vayamos a salvar su Ordre,
quizá entonces, por primera vez y todos al mismo tiempo, nos demos cuenta de
hasta qué punto nos hemos diferenciado siempre de Europa, a pesar de nuestros
deseos y sueños de doscientos años de hacernos europeos, deseos que llegaban a
la condición de un apasionado ímpetu. Tal vez, incluso entonces no lleguemos a
comprenderlo, porque va a ser demasiado tarde. En ese casi tampoco llegaremos a
comprender qué es lo que Europa quien que hagamos, qué es lo que nos pide y en
qué podemos ayudar la. ¿No va a ocurrir lo contrario, no va a ocurrir que
vayamos a aplastar al enemigo de Europa y de su orden a sangre y hierro el
mismo método usado por Bismarck? Entonces, en caso de una hazaña de esta
índole, sí que podríamos felicitarnos con llegar a ser europeos por completo.
Pero todo esto está por delante, son fantasías y, de
momento, ¡todo está tan claro, tan claro!
[1] Pio
IX (1792-1878), en aquel momento, estaba próximo a cumplir ochenta y cuatro
años.
[2] Estado independiente situado en la
Italia central; existió entre 756 y 1870 como posesiones del Papa. Los límites
de la Región Papal habían cambiado muchas veces; desde 1860 la Región papal la
constituyó solamente Roma con alrededores inmediatos; después de entrar Roma en
el Reino de Italia en 1870 quedaron en la posesión del papa tan solo dos
palacios, el Vaticano y el Laterano.
[3] El
emperador Flavio Claudio Juliano (332-363), educado en la religion cristiana, al
coronarse emperador, trató de devolver al paganismo su antigua importancia
mediante su edicto de la tolerancia religiosa, permitió a los sacerdotes
paganos regresar del exilio, devolvió los bienes confiscados a los templos, privó
a los sacerdotes cristianos de sus privilegios y prohibió a los cristianos
enseñaran en las escuelas y que desempeñaran cargos estatales. Después de
muerte, el cristianismo volvió a recuperar su posición.
[4] «Fraternidad
o la muerte»
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