lunes, 26 de mayo de 2025

LA FUERZA MUERTA Y LAS FUERZAS VENIDERAS (sobre el Papismo)

Este fragmento donde Fiodor Dostovieski expone sobre el papismo corresponde al capitulo primero de marzo de 1876 de Diarios de un Escritor, en especifico se extrajo el mismo fragmento del subcapítulo intitulado La fuerza muerta y las fuerzas venideras.

En los anteriores subcapítulos de este primer capitulo Dostovieski desarrolla sobre la situación europea, en especifico la atomización de la sociedad (atomización que él denomina como "aislamiento") que sufría especialmente Francia, y la creciente animosidad latente entre las clases sociales, en particular, la proletaria que cada dio se volvía mas adepta a la causa del socialismo, frente a estos últimos, según las observaciones de Fiodor Mijailovich, se situaba la República francesa, un gobierno burgués hecho por burgueses y defensor de los derechos de los burgueses. A los proletarios Dostovieski los llama “el demos”, mientras que sobre los segundos (los burgueses) y su sistema republicano Dostovieski no vacila en denunciarlo como moribundo, que necesita del soporte de personajes fuertes, como Bismark y su política de “sangre y hierro” para seguir viviendo. El Papa, frente a este conflicto, traiciona a los príncipes y a los reyes, al orden burgués y en abierta guerra contra Bismark se coloca al frente del demos proletario francés, aliándose con el socialismo.

El presente fragmento corresponde a las paginas 856 a 863 del Tomo I de Diarios de un Escritor de FM Dostovieski, primera edición de Paginas de Espuma a cargo de Paul Viejo.

 

 


  Fiodor Dostovieski


¿Y el Papa? Si muere hoy o mañana[1], ¿qué va a suceder entonces? ¿Acaso querrá la Iglesia católica romana morir junto con él para hacerle compañía? ¡No, nunca había anhelado vivir tanto como ahora! Por otra parte, ¿es posible que nuestros profetas no se rían del Papa? La cuestión del Papa ni siquiera nos la planteamos y la hemos reducido a la nada. Con todo, este  «aislamiento» es demasiado grande y demasiado lleno de deseos tan inmensos e ilimitados como para consentir en renunciar a ellos en pro de la paz en todo el mundo.

Además, ¿renunciar, para qué, en beneficio de quiénes? ¿Será para el bien de la humanidad? La Iglesia católica, desde hace mucho, se considera superior a toda la humanidad. Hasta el momento ha coqueteado solamente con los omnipotentes, porque tenía confianza en ellos hasta el último momento. Este momento ha llegado, definitivamente según parece, y la Iglesia católica, seguramente, va a abandonar a los todopoderosos, a la que, por otra parte, ya han traicionado y desde hace mucho han desencadenado en toda Europa su acoso, que en nuestros días ha adoptado una forma bien acabada.

¿Qué le vamos a hacer? La Iglesia católica romana ha hecho otros virajes, aún más sorprendentes: una vez, cuando le fue necesario, incluso traicionó, sin pensar mucho, a Cristo a cambio del poder terrenal. Al proclamar como dogma que «el cristianismo no puede mantenerse en este mundo sin el poder terrenal del papa», anunció el advenimiento de un Cristo nuevo, en nada parecido al de antes, seducido por la tercera tentación del diablo, por la promesa de los reinos terrenales: «Te daré todo esto, ríndete a mí!».

Oh, he oído réplicas acaloradas en contra de este juicio; ha habido objeciones en el sentido de que la fe y la imagen de Cristo siguen persistiendo en los corazones de una multitud de católicos en toda su verdad y su antigua pureza. Es así, indudablemente, pero la fuente principal se ha enturbiado y se ha envenenado irremediablemente. Además, hace demasiado poco que Roma manifestó su completa disposición a sucumbir a la tercera tentación del diablo, redactando su firme dogma, y por eso todavía no nos hemos dado cuenta de todas las consecuencias directas de esa extraordinaria decisión.

Llama la atención el que la proclamación de ese dogma, el descubrimiento de «todo el secreto», se celebró en el mismo momento que la Italia unificada llamó a las puertas de Roma. Aquí había mucha gente que se reía de él: «Es bravo, pero no tiene fuerza...». No creo que no tenga fuerza. No, las personas capaces de tales decisiones y virajes no pueden rendirse sin luchar.

Me van a replicar en contra que el catolicismo siempre había procedido de esta manera, por lo menos, esto se sobrentendía, así que no hubo ninguna revolución. Eso sí, pero siempre había un secreto: durante muchos siglos el papa fingió estar contento con su pequeñísima posesión, el Territorio Papal, pero no fue más que una alegoría; lo más importante es que esta alegoría escondía siempre un germen de la idea principal, de germen creciera en el futuro en un frondoso árbol que cubriera con su sombra toda la tierra. Y pues, en el último momento, cuando le quitaban la última desiatina de sus posesiones terrenales, el soberano de los católicos, al sentir que se le acercaba la muerte, se levantó de pronto y profirió a todo el mundo la pura verdad sobre su persona: «¿Habéis creído que me voy a contentar con el título del soberano del Territorio Papal[2], Sabed que siempre me he considerado rey de todo el mundo y de todos los reyes, no solo el rey espiritual, sino terrenal, su señor verdadero, soberano y emperador en la tierra. Yo soy el rey de los reyes, el soberano de todos los soberanos, y solo a mi me corresponde decidir destinos, tiempos y plazos en la tierras lo estoy proclamando ahora para todo el mundo en el dogma de mi infalibilidad». No, es una fuerza, es una grandeza seria que no provoca ninguna risa; es la resurrección de la antigua ides de Roma sobre el dominio y la unión de todo el mundo, que siempre ha sobrevivido en el catolicismo romano; es la Roma de Juliano el Apóstata[3], pero no vencida sino vencedora de Cristo en la nueva v última batalla. De este modo, se ha efectuado la venta del Cristo verdadero a cambio de reinos terrenales.

El catolicismo romano la va a realizar y concluir también de hecho. Voy a repetir, ese ejército temible tiene ojo demasiado perspicaz para no discernir, al fin, dónde se ubica el poder verdadero en el que podría apoyarse. Al perder a sus aliados reyes, no hay duda de que el catolicismo va a recurrir al demos. Tiene a su disposición decenas de millares de seductores, sabios listos, buenos conocedores de los corazones humanos, y psicólogos, dialécticos y confesores, en cambio el pueblo, siempre y en todas partes, ha tenido un corazón sincero y bueno como el pan. Además, el pueblo de Francia, y en nuestros días incluso el de muchas otras partes de Europa, aunque odie y desprecie la religión, desconoce el Evangelio del todo, por lo menos, en Francia. Todos esos conocedores de los corazones humanos y psicólogos echarán a correr entre el pueblo trayéndole al nuevo Cristo, esta vez conforme con todo, al Cristo proclamado en el último y sacrílego Concilio romano.

«Si, amigos y hermanos nuestros – dirán –, todo por lo que vosotros os esforzáis tanto, todo eso ya lo tenemos para vosotros en este libro desde hace mucho, vuestros dirigentes nos lo habían robado. Y si hasta ahora os lo explicábamos de manera un tanto diferente, era porque vosotros erais como niños pequeños y era muy pronto para que conocierais la verdad, en este momento ya ha llegado la hora de vuestra verdad. Sabed que el Papa tiene las llaves de San Pedro y creer en Dios es creer to el Papa, al que Dios mismo había puesto para suplirlo ante vosotros. Es infalible, le ha sido dado el poder Divino y es el señor de los tiempos y de los plazos, ha decidido que ha llegado hora. Antes, el mayor poder de la fe lo constituía la humildad, ahora el tiempo de la humildad ha llegado a su término y el Papa tiene el poder para suprimirla, porque le ha sido dado el poder para todo. Si, todos vosotros sois hermanos, Cristo mismo os mandó ser hermanos de todos; y si vuestros hermanos mayores no quieren aceptaros como hermanos, agarrad palos, entrad en sus casas y obligadlos a ser vuestros hermanos a la fuerza, Cristo ha esperado durante largo tiempo a que vuestros pervertidos hermanos mayores se arrepientan y ahora él mismo os permite proclamar: ¡Fraternité ou la mort![4] (Sé mi hermano o te degüello). Si tu hermano no quiere repartir contigo su propiedad en partes iguales, quítaselo todo, porque Cristo ha esperado durante largo tiempo su arrepentimiento y ha llegado ya la hora de la ira y la venganza.»

«Sabed que no tenéis culpa de ninguno de vuestros pecados, pasados ni futuros, puesto que todos vuestros pecados habían procedido únicamente de vuestra pobreza. Así os lo habían anunciado anteriormente vuestros antiguos dirigentes y maestros, sabed que aunque os hubieran dicho la verdad, no habían tenido el derecho a anunciároslo antes del tiempo, ya que este poder solo lo tiene el Papa, el que lo ha recibido del mismo Dios, lo comprueba el que esos maestros no os han llevado nada bueno, aparte de castigos y otros desastres aún peores, y el que cualquier cosa que emprendían se echaba a perder por sí sola; además, os engañaban mucho y aprovechaban vuestro apoyo para parecer más fuertes y para poder venderse luego a precio más alto a vuestros enemigos. En cambio, el Papa no os va a traicionar porque no hay quien sea más fuerte que él, es el primero entre los primeros, solo tenéis que creer, y no creer en Dios, sino únicamente en el papa y también en que únicamente él es el rey del mundo y los demás deben desaparecer, porque ha pasado su tiempo. Alegraos ahora y festejad, pues ha llegado el paraíso terrenal, todos os haréis ricos y, mediante vuestra riqueza, justos, porque se cumplirán todos vuestros tendréis ninguna razón para ser malos».

Estas palabras no son más que falsedades, sin embargo, no deseos y no cabe duda de que el demos aceptará la proposición: sabrá descubrir en el inesperado aliado una gran fuerza unificadora, que esté conforme con todo y que no impida nada, una fuerza real e histórica, en lugar de los caudillos, soñadores y especuladores, cuyas capacidades prácticas y, a veces, su honestidad no le inspiran confianza, incluso en este momento. Mientras que el nuevo aliado tanto le indica el punto de aplicación de su fuerza, como le provee de una palanca, solo hace falta apretar todos juntos y darle vuelta. ¿Es posible que el pueblo no le dé crédito? ¿Será que al pueblo le falta fuerza? Si para colmo se le devuelve la fe, tranquilizando con esto demasiados corazones, ya que muchos echaban a Dios de menos desde hace bastante tiempo...

Ya he hablado de todo esto, pero de pasada, en una novela. Que mis lectores me disculpen la presunción, pero estoy convencido de que todo lo que digo se va a realizar en la Europa occidental de una forma u otra, es decir, que el catolicismo se va a dirigir a la democracia, al pueblo y dejará a los reyes terrenales, por haberlo dejado ellos mismos. Todas las autoridades en Europa también lo desprecian, porque en este momento parece ser demasiado pobre y estar vencido, y, sin embargo, no se lo imaginan con aspecto y en posición tan cómicos como lo pintan ingenuamente nuestros ensayistas políticos.

Con todo, no lo habría perseguido tanto, por ejemplo, Bismarck si no hubiera sentido en él un futuro enemigo, temible, inmediato y próximo. El príncipe Bismarck tiene demasiado orgullo como para gastar demasiada fuerza luchando contra un Papa es más fuerte que Bismarck. Voy a repetir: el pontificado es enemigo tan débil que hace reír a la gente. A pesar de todo, el en este momento quizá el más fuerte de todos los «aislamientos>> que amenazan la paz en todo el mundo. Y hay muchas cosas que amenazan la paz. Nunca antes ha estado Europa tan llena de elementos de enemistad como ahora. Todo parece estar socavado y lleno de pólvora, solo espera la primera chispa... «¿Y qué nos importa a nosotros? Si todo eso sucede en Europa y no aquí». Si que nos importa, porque es a nuestras puertas donde va a llamar Europa y pedirnos ayuda, cuando el reloj toque la última hora de su orden de cosas de hoy». Entonces exigirá nuestra ayuda, como si tuviera derecho a exigirla, lo hará desafiante y mandona; nos dirá que también nosotros somos europeos y, por lo tanto, tenemos el mismo «orden de cosas, que no en vano la habíamos imitado durante cuatrocientos años y nos habíamos vanagloriado de ser europeos y que, salvando a Europa nos salvaremos también a nosotros mismos.

 

Tal vez no estaríamos dispuestos a resolver el asunto a favor de una sola parte, pero ¿tendríamos una fuerza, correspondiente a la magnitud de esta tarea y no estaríamos demasiado desacostumbrados, desde hace mucho, a pensar en qué es lo que constituye nuestra verdadera independencia como nación y cuál es el papel que desempeñamos en Europa? No es solo que no comprendamos hoy semejantes cosas, sino que creemos que demostramos nuestra tontería y nuestro atraso con tan solo escuchar semejantes preguntas. Si Europa, efectivamente, nos llama a que nos levantemos y vayamos a salvar su Ordre, quizá entonces, por primera vez y todos al mismo tiempo, nos demos cuenta de hasta qué punto nos hemos diferenciado siempre de Europa, a pesar de nuestros deseos y sueños de doscientos años de hacernos europeos, deseos que llegaban a la condición de un apasionado ímpetu. Tal vez, incluso entonces no lleguemos a comprenderlo, porque va a ser demasiado tarde. En ese casi tampoco llegaremos a comprender qué es lo que Europa quien que hagamos, qué es lo que nos pide y en qué podemos ayudar la. ¿No va a ocurrir lo contrario, no va a ocurrir que vayamos a aplastar al enemigo de Europa y de su orden a sangre y hierro el mismo método usado por Bismarck? Entonces, en caso de una hazaña de esta índole, sí que podríamos felicitarnos con llegar a ser europeos por completo.

Pero todo esto está por delante, son fantasías y, de momento, ¡todo está tan claro, tan claro!

 



[1] Pio IX (1792-1878), en aquel momento, estaba próximo a cumplir ochenta y cuatro años.

[2] Estado independiente situado en la Italia central; existió entre 756 y 1870 como posesiones del Papa. Los límites de la Región Papal habían cambiado muchas veces; desde 1860 la Región papal la constituyó solamente Roma con alrededores inmediatos; después de entrar Roma en el Reino de Italia en 1870 quedaron en la posesión del papa tan solo dos palacios, el Vaticano y el Laterano.

[3] El emperador Flavio Claudio Juliano (332-363), educado en la religion cristiana, al coronarse emperador, trató de devolver al paganismo su antigua importancia mediante su edicto de la tolerancia religiosa, permitió a los sacerdotes paganos regresar del exilio, devolvió los bienes confiscados a los templos, privó a los sacerdotes cristianos de sus privilegios y prohibió a los cristianos enseñaran en las escuelas y que desempeñaran cargos estatales. Después de muerte, el cristianismo volvió a recuperar su posición.

[4] «Fraternidad o la muerte»

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