domingo, 23 de marzo de 2025

EL PENSAMIENTO DE IVAN KIREYEVSKY (PARTE I)

 

Vladimir Moss


Nota: Las obras principales de Iván Kireyevski se pueden encontrar traducidas online al inglés, tanto Sobre el carácter de la Ilustración en Europa y su relación con la Ilustración en Rusia (traducción casi total del original en ruso) como Sobre la necesidad y la posibilidad de nuevos principios para la filosofía (traducción completa), así también en nuestro blog se puede encontrar su Respuesta a Jomiakov traducida al castellano. 


Imagen de Ivan Kireyevsky (1806 - 1856) 

Los eslavófilos creían que la civilización occidental, desde el Cisma del siglo XI, había dado origen a un nuevo tipo de ser humano: el homo occidentalis. La pregunta, entonces, era: ¿cuáles eran las características principales de este nuevo hombre y en qué se diferenciaba del homo orientalis, el tipo más antiguo y original de cristiano y europeo, que por entonces solo podía encontrarse en Rusia y los Balcanes?

 

La primera respuesta clara a esta cuestión fue formulada por Iván Vasílievich Kireevski, un hombre de formación, gustos y hábitos completamente occidentales, que en su vida adulta se convirtió al ideal ortodoxo, volviéndose en discípulo del starets Macario de Óptina. En su Respuesta a Jomiakov (1839) y Sobre el carácter de la civilización europea y su relación con la civilización rusa (1852), ofreció su propia explicación sobre la causa del surgimiento del homo occidentalis: la eclosión racionalismo occidental.

 

Puede decirse que el inicio de la emancipación espiritual de Kireevski se remonta a 1829, cuando —como escribe el padre Serguéi Chetverikov— “se dio a conocer por primera vez en el ámbito literario con un artículo sobre Pushkin, que revelaba una comprensión notablemente clara de la obra de este poeta. En ese artículo ya expresaba dudas sobre la verdad absoluta de la filosofía alemana, y señalaba la necesidad urgente de desarrollar una escuela de pensamiento científico original ruso. ‘La filosofía alemana no puede echar raíces entre nosotros. Nuestra filosofía debe surgir de las cuestiones actuales, del interés predominante de nuestro pueblo y de sus modos de vida particulares.’

 

Pero al mismo tiempo, no debemos rechazar la experiencia del pensamiento europeo occidental. ‘La corona del iluminismo europeo fue la cuna de nuestra educación. Nació cuando los demás Estados ya habían completado el ciclo de su desarrollo intelectual; y donde ellos completaron, allí comenzamos nosotros. Como una hermana menor en una gran familia armoniosa, Rusia se vio enriquecida por la experiencia de sus hermanos y hermanas mayores antes de su entrada en el mundo.’”[1]

 

“Europa”, — escribió Kireevski en 1830 — “presenta ahora una imagen de estupor. Tanto su desarrollo político como moral han llegado a su fin.” Solo dos pueblos “de toda la humanidad ilustrada… no participan del adormecimiento general; dos pueblos, jóvenes y vigorosos, florecen con esperanza: los Estados Unidos y nuestra patria.”[2]

En aquel entonces, Kireevski probablemente todavía no contemplaba la dimensión única y salvífica de la Ortodoxia. El momento decisivo de su conversión, como escribe Nina Lazareva, fue su matrimonio con Natalia Petróvna Arbeneva en 1834:


“El comienzo de su vida familiar fue para Iván Vasílievich también el inicio de la transformación de su mundo interior, el inicio de su salida del callejón sin salida al que lo había llevado su anterior visión racionalista del mundo. La diferencia entre toda la estructura de vida de Natalia Petróvna —educada en las normas de una estricta piedad— y la de Iván Vasílievich, que pasaba días y noches en habitaciones llenas de humo de tabaco, leyendo y discutiendo las últimas obras filosóficas, no podía dejar de herirlos a ambos.”

 

En la nota escrita por A. I. Koshelev a partir de las palabras de N. P. Kireevski y titulada ‘La historia de la conversión de Iván Vasílievich’, leemos lo siguiente:

 

‘En el primer período tras su matrimonio, el cumplimiento por parte de ella de los ritos y costumbres de nuestra Iglesia le causaba una impresión desagradable, pero, gracias a la tolerancia y delicadeza que le eran naturales, no la obstaculizaba en absoluto. Por su parte, ella se sentía aún más dolida por su falta de fe y el completo descuido de todas las prácticas de la Iglesia Ortodoxa. Mantuvieron conversaciones que concluyeron en un acuerdo: él no la impediría en el cumplimiento de sus deberes religiosos y sería libre en sus propias acciones, pero se comprometía, en su presencia, a no blasfemar y, en lo posible, a interrumpir las conversaciones de sus amigos que le resultaran ofensivas a ella.

 

En el segundo año de su matrimonio, él le pidió a su esposa que leyera a Cousin. Ella accedió con gusto, pero cuando él le pidió su opinión sobre el libro, ella respondió que había muchas cosas buenas en él, pero que no había encontrado nada nuevo, pues todo lo allí expuesto se encontraba ya en los escritos de los Santos Padres, de forma mucho más profunda y satisfactoria. Él se rió y guardó silencio. Luego le propuso leer juntos a Voltaire. Ella le dijo que estaba dispuesta a leer cualquier libro serio que él quisiera sugerirle, pero que detestaba la burla y todo tipo de blasfemia, y que ni podía escuchar ni leer ese tipo de cosas.

 

Tiempo después comenzaron a leer juntos a Schelling, y cuando pensamientos elevados y luminosos los detenían, e Iván Vasílievich esperaba que su esposa se maravillara, ella le decía que ya conocía esas ideas por los escritos de los Santos Padres. A menudo se los señalaba en sus libros, lo cual obligaba a Kireevski a leer páginas enteras por momentos. Le resultaba desagradable reconocer que realmente había mucho en los Santos Padres que él había admirado en Schelling. No le gustaba admitirlo, pero en secreto tomaba los libros de su esposa y los leía con interés.

 

“En aquella época, las obras de los Santos Padres apenas se publicaban en Rusia; los amantes de la literatura espiritual las copiaban a mano ellos mismos o contrataban copistas por pequeñas sumas de dinero. Natalia Petróvna tomaba notas de aquellos libros que su padre espiritual, el hieromonje Filareto (Puliashkin), le daba para leer. En su tiempo, él había trabajado arduamente para preparar la publicación de la Filocalía eslava. Se trataba de obras de los Santos Padres recopiladas por San Paisio Velichkovsky, que contenían enseñanzas sobre la oración mental —es decir, sobre la purificación del alma de las pasiones, los medios para alcanzarla y, en particular, sobre la unión de la mente y el corazón en la oración de Jesús.

 

En 1836, Iván Vasílievich leyó por primera vez las obras de San Isaac el Sirio, conocido como el maestro del silencio. Así, el filósofo descubrió por primera vez aquella sabiduría espiritual ortodoxa, viva desde hacía siglos, que siempre ha dado testimonio de la Luz verdadera: nuestro Señor Jesucristo.”

 

El contacto con el monje Filareto del monasterio de Novospassky, las conversaciones con el santo starets y la lectura de diversas obras de los Santos Padres le producían alegría y lo atraían hacia la piedad. Iba a ver al padre Filareto, pero cada vez lo hacía, por así decirlo, a regañadientes. Era evidente que deseaba acudir a él, pero siempre le era necesario un pequeño empujón.

 

Esto continuó hasta que, por la Providencia de Dios, y gracias a la clarividencia del starets Filareto y a su conocimiento del alma humana, ocurrió un hecho verdaderamente prodigioso: “I. V. Kireevski, hasta entonces, nunca había llevado una cruz en el cuello. Su esposa se lo había pedido más de una vez, pero Iván Vasílievich no respondía. Finalmente, le dijo en una ocasión que se la pondría si se la enviaba el padre Filareto, cuya inteligencia y piedad admiraba profundamente. Natalia Petróvna fue a ver al padre Filareto y le comunicó esto. El starets hizo la señal de la cruz, se quitó del cuello su propia cruz y le dijo a Natalia Petróvna: ‘Que esta sea para la salvación de Iván Vasílievich.’

 

Cuando Natalia Petróvna regresó a casa, Iván Vasílievich, al encontrarse con ella, le dijo: ‘Bueno, ¿y qué dijo el padre Filareto?’ Ella sacó la cruz y se la entregó a Iván Vasílievich. Iván Vasílievich le preguntó: ‘¿Qué es esta cruz?’ Natalia le respondió que el padre Filareto se había quitado la cruz que llevaba y había dicho: ‘Que esta sea para su salvación.’ Entonces Iván Vasílievich cayó de rodillas y dijo: ‘Ahora sí espero la salvación de mi alma, porque en mi interior había determinado: si el padre Filareto se quita su cruz y me la envía, entonces será claro que Dios me está llamando a la salvación.’ A partir de ese momento, se hizo evidente un giro decisivo en los pensamientos y sentimientos de Iván Vasílievich.’”[3]

 

Poco después, Kireevski conoció al célebre starets Macario de Óptina, con el cual inició una serie de traducciones realizadas en Óptina de las obras de los Santos Padres al ruso. Esto, además de por si de gran importancia, marcó el comienzo del regreso de parte de la clase educada a una pertenencia real —y no meramente nominal— dentro de la Iglesia.

Fue sobre la base de las enseñanzas de los Santos Padres que Kireevski decidió construir una filosofía capaz de afrontar los problemas que afectaban a la intelectualidad rusa de su tiempo y de ofrecerle una ilustración verdadera.

 

Un elemento muy importante de esta filosofía sería una correcta “ubicación” de Rusia en relación con Europa Occidental.

 

     Según Kireyevsky: “Tres elementos constituyen el fundamento de la educación europea (es decir, la europea occidental): el cristianismo romano, el mundo de los ignorantes bárbaros que destruyeron el Imperio romano y el mundo clásico del paganismo antiguo.

 

El mundo clásico del paganismo antiguo, que Rusia no heredó, constituyó en esencia el triunfo de la razón formal sobre todo lo que se encuentra dentro y fuera de él, el triunfo de una razón pura, basada en sí misma, que no reconoce que haya nada por encima ni fuera de ella y que se presenta en dos variantes: la de la abstracción formal y la de la sensualidad formal. El efecto de la civilización clásica sobre la educación europea, influida por el clasicismo, asumió de igual manera esa naturaleza.

 

Ya sea porque los cristianos en Occidente cedieron a la influencia del mundo clásico o porque la herejía se fundió casualmente con el paganismo, lo que distingue a la Iglesia romana de la oriental es precisamente la victoria del racionalismo sobre la tradición, de la racionalidad exterior sobre la razón interior del espíritu.

 

Así, como consecuencia de un silogismo externo, del que dedujeron el concepto de la igualdad divina del Padre y el Hijo, fue modificado el dogma de la Trinidad en oposición a su significado espiritual y la Tradición; así, como consecuencia de otro silogismo, el Papa se convirtió en cabeza de la Iglesia, ocupando el lugar de Jesucristo, y más tarde llegó a ser un soberano terrenal, haciéndose incluso infalible; así se probó la existencia de Dios por medio de un silogismo en el mundo cristiano; así, toda la fe se apoyó en los silogismos de la escolástica. Todo el cuerpo de la fe se basaba en el escolasticismo silogístico; La Inquisición, el jesuitismo, en resumen, todas las particularidades del catolicismo se desarrollaron en función del mismo proceso formal de la razón, de manera que incluso el protestantismo, cuya racionalidad reprochan los católicos, tuvo su origen en la racionalidad del catolicismo.

 

Por lo que el racionalismo fue, desde el principio, un elemento añadido a la educación europea, y todavía sigue siendo una característica singular de la Ilustración y de la forma de vida europeas. Lo veremos con más claridad si comparamos los principios fundamentales de las formas de existencia privada y social de Occidente con los principios básicos de la existencia particular y popular que, si bien no tuvo tiempo de desarrollarse plenamente, al menos sí se manifestó en Rusia, bajo la influencia directa del cristianismo puro y sin la adición del mundo pagano.

 

Todas las formas de vida de Occidente, tanto privadas como sociales, se basan en la idea de la independencia individual y particular, que supone el aislamiento del individuo. De aquí proviene la sacralidad de las relaciones exteriores y formales: la sacralidad de la propiedad y de las disposiciones convencionales sean más importantes que los seres humanos. Cada individuo se percibe como un ente particular, sea un caballero, un príncipe o una ciudad; cada uno, dentro de sus derechos, es una persona autócrata e ilimitada que promulga leyes para su propio uso. El primer paso de cada persona en la sociedad consiste en encerrarse en una fortaleza desde cuyas profundidades entabla negociaciones con otros y con otros poderes independientes.

 

“… He hablado de la diferencia entre la Ilustración occidental y la rusa. En nuestro país, el principio educativo se encontraba dentro de la Iglesia. En Europa, el desarrollo de la Ilustración recibió no solo la influencia del cristianismo, sino también la de los todavía fructíferos restos del antiguo mundo pagano. El mismo cristianismo occidental, al separarse de la Iglesia universal, aceptó el germen de aquel principio que constituyó el rasgo común de todo el desarrollo greco-pagano: el principio racionalista. En consecuencia, el carácter de la educación europea se diferencia por el predominio de la racionalidad.

 

No obstante, ese exceso no se manifestó sino después, cuando el desarrollo lógico ya había, por así decirlo, desbordado al cristianismo. En los primeros tiempos el racionalismo, como ya he dicho, aparecía sólo de manera embrionaria. La Iglesia romana se separó de la oriental por el hecho de modificar ciertos dogmas que existían en la Tradición cristiana, y lo hizo a partir de un silogismo; otros dogmas fueron ampliados mediante el mismo proceso lógico y, como en el primer caso, en contra de las tradiciones y el espíritu de la Iglesia universal. De este modo, la convicción lógica llegó a ser la base originaria del catolicismo. Sin embargo, por un tiempo se limitó así la acción del racionalismo.

 

La organización interna y externa de la Iglesia, que ya se había configurado con anterioridad según otros principios, se mantuvo sin transformaciones perceptibles hasta el momento en que todo el volumen de la doctrina eclesiástica pasó a la conciencia de la parte pensante del clero. Esto sucedió con la filosofía escolástica, la cual, a causa del principio lógico presente en el mismo fundamento de la Iglesia católica, no pudo reconciliar la contradicción existente entre fe y razón de otra forma que no fuera mediante el silogismo, que de este modo se convirtió en la primera condición de toda convicción. Primeramente, como es natural, este mismo silogismo se utilizó para argumentar a favor de la fe y en contra de la razón, sometiendo la última a la primera con la ayuda de las evidencias racionales. Pero la fe, probada y confrontada con la razón por medios lógicos, ya no era una fe viva, una fe propiamente dicha, sino una fe formal que no representaba otra cosa que la negación lógica de la razón. Por eso, en el período del desarrollo escolástico del catolicismo la Iglesia occidental, precisamente a causa de su racionalismo, fue enemiga de la razón, una enemiga opresora, mortal, acérrima. Al desarrollarse hasta sus últimos extremos, continuando el mismo proceso lógico, la humillación incondicional de la razón produjo una cierta contradicción cuyas consecuencias constituyen el carácter de la moderna ilustración. Esto es a lo que me refería cuando hablaba del elemento racional del Catolicismo.

 

     “El cristianismo oriental no conoció ni la lucha de la fe contra la razón ni el triunfo de ésta sobre aquélla. Por lo tanto, su influencia sobre la ilustración no se parecía a la ejercida por el catolicismo.

 

     “Si examinamos la estructura social de la antigua Rusia encontramos muchas cosas que son distintas de las occidentales, y la primera de ellas es la organización de la sociedad en las llamadas obshinas. La originalidad personal, la individualidad, que constituía la base del desarrollo occidental, entre nosotros se conocían tan poco como el autoritarismo en la sociedad. El hombre pertenecía a la obshina y ésta le pertenecía a él. La propiedad de la tierra, fuente de los derechos individuales en Occidente, en nuestro país correspondía a la sociedad. La persona participaba en el derecho de la propiedad por cuanto que formaba parte de la sociedad.

 

La sociedad no era autónoma, y no podía autoorganizarse ni inventarse leyes porque no estaba separada de otras sociedades similares que se regían por costumbres uniformes. Estas innumerables obshinas, que formaban el conjunto de Rusia, estaban cubiertas por la red de iglesias, monasterios y ermitas apartadas desde donde se propagaban continuamente las mismas ideas sobre las relaciones sociales y personales. Estas ideas debieron convertirse paulatinamente en la convicción general, la convicción en la costumbre, que sustituía a la ley, quedando establecidas por toda la extensión territorial las mismas ideas, los mismos puntos de vista, las mismas aspiraciones y el mismo orden de vida. Esta homogeneidad de las costumbres, iguales en todas partes, fue probablemente una de las causas de su increíble fortaleza, que conservó vivos sus restos hasta nuestros días, pasando por todas las vicisitudes derivadas de las influencias destructivas que durante doscientos años intentaron sustituirlas por otros principios.

 

Como consecuencia de estas costumbres, fuertemente arraigadas, homogéneas y universales, todo cambio en la estructura social que no armonizara con el orden establecido era imposible. Las relaciones familiares de cada uno estaban determinadas antes de su nacimiento, y en el mismo orden instaurado la familia obedecía a la obshina, el ámbito más extenso de la obshina se sometía a su vez a la asamblea de obshinas, la reunión de obshinas al veche, etc., hasta que todos los círculos particulares se unieran en un centro: la Iglesia Ortodoxa. Ninguna opinión particular, ningún acuerdo artificial podía dar origen a un nuevo orden, crear nuevos derechos y privilegios. La misma palabra derecho, en su significado occidental, era desconocida para nosotros: solo significaba justicia, verdad, Por eso ningún poder era capaz de ceder un derecho a una persona o a un grupo social, ya que uno no puede ni vender la verdad y la justicia ni apropiarse de ellas, pues tienen una existencia propia y no dependen de relaciones convencionales. Por el contrario, en Occidente todas las relaciones sociales se fundamentan en un convenio o aspiran a alcanzar esta condición artificial. Fuera del convenio no hay relaciones correctas, solo arbitrariedad, que en la clase gobernante se denomina como autoritarismo, y en la clase subordinada, como libertad.

Sin embargo, en ambos casos, la arbitrariedad no es prueba del desarrollo de la vida interna, sino solo el del desarrollo de la vida exterior y formal. Todas las fuerzas, intereses y derechos sociales existen de manera aislada, separados entre sí, sin integrarse conforme a una norma orgánica, sino de manera fortuita o mediante un acuerdo artificial.

 

En el primero de los casos, triunfa la fuerza material; en el segundo, predomina la suma de opiniones individuales. Pero la fuerza material, la superioridad material, la mayoría material y la acumulación de opiniones individuales constituyen, en esencia, el mismo principio, solo que en diferentes momentos de su desarrollo. Por lo que, el contrato social no fue un invento de los enciclopedistas, sino un ideal real hacia el cual todas las sociedades occidentales aspiraron primero de manera inconsciente y ahora de forma consciente, bajo la influencia del elemento racional, que prevalece sobre el elemento cristiano..”[4]

 

Como citamos anteriormente, Kirieevski había escrito: “Todas las formas de vida de Occidente, tanto privadas como sociales, se basan en la idea de la independencia individual y particular, que supone el aislamiento del individuo. De aquí proviene la sacralidad de las relaciones exteriores y formales: la sacralidad de la propiedad y de las disposiciones convencionales sean más importantes que los seres humanos.”

 

“Solo le quedó al hombre una cosa seria: la industria. Para él, la realidad del ser subsistía únicamente en su persona física. La industria gobierna el mundo sin fe ni poesía. En nuestros tiempos, une y divide a los hombres. Determina la patria, delimita las clases, está en la base de las estructuras estatales, moviliza a las naciones, declara guerras, firma la paz, cambia las costumbres, orienta la ciencia y define el carácter de la cultura. Los hombres se inclinan ante ella y le erigen templos. Es la verdadera deidad en la que la gente cree sinceramente y a la que se somete. La actividad desinteresada se ha vuelto inconcebible; ha adquirido en el mundo contemporáneo el mismo significado que tenía la caballería en los tiempos de Cervantes.”[5]

 

     Este largo y trágico desarrollo tenía, según Kireevski, su raíz en la apostasía de la Iglesia romana. “Y así la Iglesia occidental, ya para el siglo IX, sembró en sí misma la semilla inevitable de la Reforma que colocó a la misma Iglesia ante el juicio de esta misma razón lógica que la Iglesia romana había exaltado. Un hombre perspicaz del siglo IX ya podía ver detrás del Papa Nicolás I a Lutero, al igual que (…) un hombre perspicaz del siglo XVI podía prever, la llegada del protestantismo liberal del siglo XIX. detrás de Lutero....”[6]

 

Según Kireevski, así como en un matrimonio la separación o el divorcio ocurre cuando uno de los cónyuges afirma su propio yo por encima de la otra persona, del mismo modo en la Iglesia los cismas y las herejías surgen cuando un partido se afirma a sí mismo en detrimento de la unidad católica. En la Iglesia primitiva e indivisa, “cada patriarcado, cada pueblo, cada país del mundo cristiano conservaba sus rasgos propios, participando al mismo tiempo de la unidad común de toda la Iglesia.”[7]

 

Un patriarcado o un país se apartaba de esa unidad únicamente si introducía una herejía, es decir, una enseñanza contraria a la comprensión católica de la Iglesia. El patriarcado romano se apartó de la Unidad y la Catolicidad de la Iglesia por medio de un desarrollo desequilibrado y arbitrario de una tendencia propia: el desarrollo lógico de conceptos, al introducir el Filioque en el Credo, en desafío a la conciencia teológica de la Iglesia en su conjunto.

Pero también se apartó de esa Unidad y Catolicidad de otro modo: predicando una herejía sobre la propia Unidad y Catolicidad. Porque los papas enseñaron que la Iglesia, para ser católica, debía ser ante todo y principalmente romana —y “romana” no en el sentido en que lo empleaban los griegos al llamarse a sí mismos “romanos”, es decir, como miembros del Imperio cristiano romano, que incluía tanto a italianos como a griegos y a pueblos de muchas otras nacionalidades.

 

Los papas comenzaron a entender “Roma”, “la Iglesia romana” y “la fe romana” en un sentido distinto, particularista y anti-católico: es decir, “romana” en oposición a “griega”, “la Iglesia romana” en oposición a “la Iglesia griega”, y “la fe romana” como algo diferente, e intrínsecamente superior, a “la fe de la Iglesia griega”. Desde ese momento, la Iglesia romana dejó de ser parte de la Iglesia católica, al haber pisoteado el dogma de la catolicidad. En su lugar, se convirtió en la Iglesia anticatólica, o romanista, o latina, o papista.

 

“El cristianismo penetró en la mente de los pueblos occidentales únicamente a través de la enseñanza de la Iglesia romana; en cambio, en Rusia irradio desde los candelabros de toda la Iglesia ortodoxa. La teología en Occidente adquirió un carácter racionalista y abstracto; en el mundo ortodoxo preservó la plenitud interior del espíritu. Allá hubo una división en las facultades de la razón; aquí, un anhelo por su unidad viva. Allá: el avance de la mente hacia la verdad mediante una cadena lógica de conceptos; aquí: la búsqueda de la verdad mediante la elevación interior de la autoconciencia hacia la integridad del corazón y la concentración del intelecto. Allá: búsqueda de una unidad externa, muerta; aquí: aspiración a una unidad interior, viva.

 

Allá, la Iglesia se confundió con el Estado, uniendo el poder espiritual con el poder secular al confundir lo eclesiástico con lo mundano dentro de una misma institución de carácter mixto; en Rusia, en cambio, la Iglesia se mantuvo libre de las aspiraciones temporales y de toda institución.

 

Allá: universidades escolásticas y jurídicas; en la antigua Rusia:  monasterios consagrados a la oración, que concentraban en sí el conocimiento más elevado; donde, el saber no se alcanzaba mediante el estudio escolástico y racionalista de las verdades supremas, sino mediante el anhelo de una comprensión vivida e integral de ellas. Mientras en Occidente se dio una fusión progresiva entre la educación pagana y la cristiana, en Rusia se aspiraba constantemente a la purificación de la verdad.

 

Allá: el surgimiento del poder estatal desde la imposición armada; aquí, surgió del desarrollo natural de la vida popular, impregnada por la unidad de una convicción fundamental. Allí, la división hostil entre las clases; aquí, su unidad armoniosa dentro de una diversidad natural. Allí, las fortalezas de los caballeros y sus posesiones formaban estados separados; aquí, el consenso espiritual de toda la tierra expresaba una unidad indivisible. Allí, la propiedad de la tierra era el fundamento de las relaciones civiles; aquí, la propiedad era apenas una expresión circunstancial de vínculos personales. Allí, la legalidad tenía un carácter formal y lógico; aquí, brotaba del modo de vida. Allí, el derecho tendía hacia una justicia externa; aquí, se privilegiaba la justicia interior. Allí, la jurisprudencia buscaba la coherencia de un código lógico; aquí, no una conexión externa puramente formal, sino una coherencia interna entre la convicción jurídica, la fe y las costumbres.

 

Allí, todo progreso se alcanzaba por medio de cambios forzosos; aquí, por un crecimiento armónico y espontáneo. Allí, el espíritu de partido agitaba la vida social; aquí, la solidez de una convicción fundamental la sostenía. Allí, el capricho de la moda; aquí, la firmeza de las costumbres. Allí, la fragilidad del individualismo arbitrario; aquí, la fortaleza de los lazos familiares y sociales. Allí, la ostentación del lujo y la artificialidad de la existencia; aquí, la sencillez de las necesidades vitales y el vigor del coraje moral. Allí, la afeminación soñadora; aquí, la integridad saludable de las fuerzas racionales. Allí, la ansiedad interior del espíritu, junto a la confianza racional en la propia perfección moral; en Rusia, en cambio, una profunda calma y serenidad del alma, acompañadas de una constante desconfianza de sí mismo y una exigencia ilimitada de perfección moral.

 

Para decirlo en breve:

Allí: desunión del espíritu, desunión del pensamiento, desunión de las ciencias, del Estado, de las clases, de la sociedad, de los derechos y deberes familiares, desunión de la unidad misma y de todas las formas particulares de la existencia humana, tanto social como personal; aquí: anhelo constante de integridad en la existencia cotidiana, interior y exterior, social y personal, especulativa y práctica, estética y moral.

 

Por tanto, si lo expuesto es verdadero, la disgregación frente a la integridad, y el racionalismo [rassudochnost’] frente a la razón viva [razumnost’], constituirían la expresión más acabada de la educación europea occidental y la de la antigua educación rusa.”[8]

 

“Podríamos preguntarnos si el contraste entre Oriente y Occidente no ha sido trazado aquí de forma demasiado tajante o excesivamente esquemática. A pesar de esto, no cabe duda de que Kireevski señaló con precisión los ejes fundamentales de bifurcación entre el desarrollo del Oriente ortodoxo y el Occidente católico-protestante. La clave de ello reside en su propio camino espiritual. ‘habiendo sido él mismo un hijo de Occidente y habiendo ido a Alemania a estudiar con los filósofos más avanzados, - escribió el p. Serafín Rose – ‘Kireyevsky estaba fue completamente impregnado del espíritu occidental, y luego se convirtió completamente a la ortodoxia, y por lo tanto vio que estas dos cosas no pueden combinarse; quiso comprender por qué eran diferentes, y cuál era la respuesta que le nacía desde lo profundo del alma: qué era lo que uno debía elegir.’”[9]



[1] Chetverikov, Elder Ambrose of Optina, Platina, CA: St. Herman of Alaska Brotherhood, 1997, pp. 124-125.

[2] Kireyevsky, Polnoe Sobranie Sochinenij, Moscow, 1861, vol. 2, p. 237; vol. 1, pp. 45, 46. Citado en S.V. Khatunev, “Problema ‘Rossia-Evropa’ vo vzgliadiakh K.N. Leontieva (60-e gg. XIX veka)” (The Russia-Europe’ problem in the views of K.N. Leontiev (60s of the 19th century), Voprosy Istorii, 3/2006, p. 117.

[3] Lazareva, “Zhizneopisanie” (“Biografia”), introducción a I.V. Kireyevsky, Razum na puti k Istine (La razón en el camino hacia la Verdad), Moscú: “Pravilo very”, 2002, pp. XXXVI- XXXIX.

[4] Kireyevsky, “V otvet A.S. Khomiakovu” (Una réplica a A.S. Khomiakov), Razum na puti k Istine (La razón en el camino hacia la Verdad), Moscú, 2002, pp. 6-12.

[5] Kireyevsky, Polnoe sobranie sochinenij (Obras Completas), Moscú, 1911, vol. I, pp. 113, 246; citado en Walicki, op. cit., pp. 94, 95.

[6] Kireyevsky, citado por el padre Alexey Young, A Man is His Faith: Ivan Kireyevsky and Orthodox Christianity, Londres: St. George Information Service, 1980.

[7] Kireyevsky, en Young, op. cit.

[8] Kireyevsky, “O kharaktere prosveschenia Evropy i o ego otnoshenii k prosvescheniu Rossii” (Sobre el carácter de la Ilustración en Europa y su relación con la Ilustración en Rusia), en Razum na puti k istine, op. cit., pp. 207-209.

[9] Monk Damascene Christenson, Not of this World: The Life and Teaching of Fr. Seraphim Rose, Forestville, Ca.: Fr. Seraphim Rose Foundation, 1993, pp. 589-590

EL PENSAMIENTO DE IVAN KIREYEVSKY (PARTE I)

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