martes, 9 de septiembre de 2025

HOMILIAS DE SAN MARCOS DE EFESO AL RESPECTO DEL "PURGATORIO"

 



El amor de Dios es el fuego del infierno
san Isaac el sirio

 

En la medida que se nos requiere, preservando nuestra ortodoxia y los dogmas de la Iglesia trasmitidos por los Padres, para responder con amor a lo que habéis dicho, como regla general citaremos cada argumento y testimonio que usted ha presentado por escrito, a fin de que se le continúe a cada uno de estos una réplica y resolución de forma clara y breve.

 

1. Y así, en el comienzo de vuestro informe habláis de este modo: «Si aquellos que se arrepienten verdaderamente han partido de esta vida en el amor (hacia Dios) antes de haber podido dar satisfacción mediante frutos dignos por sus transgresiones o faltas, sus almas son purificadas después de la muerte mediante sufrimientos purgatoriales; pero para el alivio (o ‘liberación’) de ellos de tales sufrimientos, son auxiliados por la ayuda que se les muestra por parte de los fieles que viven, como por ejemplo: oraciones, Liturgias, limosnas y otras obras de piedad.»

 

A esto respondemos lo siguiente: al hecho de que los que necesitan en la fe son indudablemente ayudados por las liturgias y las oraciones y las limosnas ofrecidas por ellos, y de que esta costumbre ha estado presente desde la antigüedad, existe el testimonio de muchas y variadas afirmaciones de los doctores, tanto latinos como griegos, escritas en distintas épocas y en distintos lugares.

Pero que las almas son liberadas gracias a un cierto sufrimiento del purgatorio y a un fuego temporal que posea tal poder (purgatorial) y que tenga carácter de auxilio —esto no lo hallamos ni en las Escrituras ni en las oraciones e himnos por los difuntos, ni en las palabras de los Maestros.

 

Pero lo que se nos ha legado es que incluso las almas retenidas en el infierno y ya entregadas a tormentos eternos —ya sea en la realidad misma de su sufrimiento o en la desesperanza de tal expectativa— pueden ser socorridas y recibir algún alivio, aunque no en el sentido de ser plenamente liberadas del tormento ni de alcanzar esperanza de una liberación definitiva. Y esto se ve de las palabras del gran asceta Macario el Egipcio quién, al encontrar una calavera en el desierto, fue instruido por esta en lo concerniente a esto por la acción del Poder Divino.[2] Y Basilio el Grande, en las oraciones leídas en Pentecostés, escribe literalmente lo siguiente: “que también en esta fiesta tan perfecta y salvadora, te dignas recibir oblaciones y súplicas por causa de los que están vinculados en el infierno, y nos concedes la gran esperanza de mejoramiento para aquellos que están encarcelados por las impurezas que los han aprisionado, y que Tú enviarás tu consolación” (Tercera oración de Genuflexión en las Vísperas)

Pero si las almas que se apartaron de esta vida en la fe y en el amor, pero llevando consigo ciertas faltas, sean pequeñas, de las que no se arrepientan en absoluto, o grandes, de las que, aunque se hayan arrepentido de ellas, no se han esforzado para mostrar los frutos del arrepentimiento: tales almas, creemos, deben ser limpiadas de este tipo de pecados, pero no por algún fuego purgatorio o un castigo específico en alguna parte (porque esto, como hemos dicho, no se nos ha trasmitido de ninguna manera) . Algunos deben ser purificados a la salida del cuerpo, sólo gracias al miedo, como literalmente lo muestra San Gregorio el Dialogista[3]; mientras que otros, por el contrario, han de ser purificados después de la salida del cuerpo: unos permanecen aún en el mismo lugar terrenal, antes de presentarse a adorar a Dios y ser dignos de la herencia de los bienaventurados; otros —cuyos pecados más graves los atan por mayor tiempo— son retenidos en el infierno, no para permanecer allí eternamente en fuego y tormento, sino como en una cárcel, bajo encierro y vigilancia.

 

Todos estos, afirmamos, son ayudados por las oraciones y Liturgias realizadas por ellos, con la cooperación de la bondad divina y el amor de Dios por los hombres. Esta cooperación divina de inmediato desprecia y remite ciertos pecados, como los cometidos por la debilidad humana, como dice Dionisio el Grande (Areopagita) en la “Contemplación sobre el misterio de los que descansan en la fe” (en La Jerarquía Eclesiástica, VII, 7); mientras que otros pecados, tras cierto tiempo, mediante juicios justos también los libera y perdona —y eso de manera completa— o aligera la responsabilidad por ellos hasta aquel Juicio final.

 

Y, por lo tanto, no vemos la necesidad de ningún otro castigo o fuego purificador; porque algunos son purificados por el miedo, mientras que otros son devorados por el carcomer de la conciencia con un mayor tormento que el de cualquier fuego, y otros son purificados solo por su propio gran terror experimentado ante la Gloria Divina y la incertidumbre sobre cómo el futuro será.

 

Y que esto es mucho más atormentador y castigador que cualquier otra cosa, la experiencia misma lo demuestra, y San Juan Crisóstomo nos lo testimonia en casi todas o al menos en la mayoría de sus homilías morales, que afirman esto, al igual que el asceta santo Doroteo en su homilía “Sobre la conciencia...”

 

2. Por lo tanto, nos encomendamos a Dios y creemos que libera a los difuntos del tormento eterno, y no de otro tormento o fuego aparte de aquellos tormentos y aquel fuego que han sido proclamados como eternos. Y que además las almas de los difuntos son liberadas por la oración del confinamiento en el infierno, como de cierta prisión, lo testifica, entre muchos otros, Teófanes el Confesor, llamado “el Marcado” (pues las palabras de su testimonio por el Icono de Cristo, palabras escritas en su frente, las selló con sangre)[4]. En uno de los cánones por los difuntos ora así por ellos: “Libera, oh Salvador, a tus siervos que están en el infierno de lágrimas y suspiros” (Octoechos, canon del sábado para los que reposaron, Tono 8, Cántico 6, Gloria).

 

¿Oyes? Dijo “lágrimas” y “suspiros”, y no ningún castigo ni fuego purgatorial. Y si en tales himnos y oraciones se halla alguna referencia al fuego, no es a un fuego pasajero con virtud purgatoria, sino al fuego eterno y al tormento interminable. Los santos, movidos por el amor al género humano y la compasión hacia sus semejantes, deseando y osando lo casi imposible, oran por la liberación de los difuntos en la fe.

 

Así lo dice san Teodoro el Estudita, confesor y testigo mismo de la verdad, al comienzo de su canon por los difuntos:

 

“Roguemos todos a Cristo, celebrando hoy una conmemoración por los muertos de todos los tiempos, para  que Él pueda librar del fuego eterno los que partieron en la fe y en la esperanza de la vida eterna.” (Triodión de Cuaresma, sábado de la Abstinencia de la Carne, canon, Cántico 1). Y luego, en otro Troparion, en el cántico 5 del Canon, dice: “Libera, oh Salvador nuestro, a todos los que murieron en la fe del fuego eterno y de las tinieblas sin luz, del crujir de dientes, del gusano que nunca descansa, y de todos los tormentos”

 

¿Dónde está el fuego del purgatorio aquí? Y si de hecho existiese ¿dónde sería más apropiado que el Santo hablara de este, si no fuera aquí? Sea o no escuchada la oración de los santos por Dios, no nos corresponde a nosotros inquirirlo. Pero que ellos mismos sabían, así como el Espíritu que moraba en ellos; y por el cual se movían, y hablaron y escribieron con tal conocimiento; como así también lo sabía Cristo el Maestro, Quién nos dio el mandamiento de orar por nuestros enemigos, y que oró por quienes le crucificaron, e inspiró al Primer Mártir Esteban, cuando estaba siendo lapidado a muerte, de hacer lo mismo.

 

Y aunque nadie puede decir que se nos escucha cuando oramos por estas personas, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance.

 

Y he aquí que, algunos de los santos que oraron no solo por los fieles, sino también por los impíos, fueron escuchados y con sus oraciones los rescataron del tormento eterno, como la Primera Mujer Mártir Tecla rescató a Falconila, y san Gregorio el Dialoguista, según esta relatado, rescató al emperador Trajano.[5]

 

(El Capítulo 3 demuestra que la Iglesia también ora por aquellos que ya disfrutan de la bienaventuranza con Dios, quienes, por supuesto, no tienen necesidad de pasar por el “fuego del purgatorio”).

 

4. Después de eso, un poco más adelante, usted quiso probar el dogma del fuego purgatorial antes mencionado, primero citando lo que se dice en el libro de los Macabeos: Es santo y piadoso ... orar por los muertos ... para que sean librados de sus pecados (2 Macabeos 12: 44-45).

Luego, tomando del Evangelio según Mateo el lugar donde el Salvador declara que "todo aquel que blasfeme en contra del Espíritu Santo, no obtendrá perdón ni en este siglo ni en el venidero" (Mateo 12:32), afirmas que de aquí se ve que existe remisión de pecados en la vida futura.

 

Pero es más claro que el sol que de esto de ninguna manera se infiere la idea de un fuego purgatorial, porque ¿qué tiene en común la remisión, por un lado, con la purificación por fuego y el castigo, por el otro?

 

Porque si la remisión de pecados se cumple por las oraciones, o simplemente por el amor divino hacia los hombres, entonces no hay necesidad de castigo ni de purificación (por fuego). Pero si se establece (por Dios) un castigo y, además, una purificación, entonces, parecería, las oraciones por los difuntos son en vano, y en vano entonamos himnos al amor divino.

 

Así pues, estas citas son menos una prueba de la existencia del fuego purgatorial que una refutación del mismo; pues la remisión de los pecados de los transgresores se presenta en ellas como resultado de una cierta potestad real y del amor de Dios hacia los hombres, y no como una liberación de castigo ni una purificación.

 

5. En tercer lugar, (consideremos) el pasaje de la primera epístola del bienaventurado Pablo a los Corintios, de la cual él, hablando sobre edificar en el cimiento de oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, que es Cristo, agrega: Aquel día del Señor pondrá de manifiesto el valor de lo que cada uno haya hecho, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego. (1 Cor. 3:11-15). Esta cita, parecería, introducir más que ninguna otra la idea de un fuego del purgatorio; pero en hechos reales la refuta más que ninguna otra.

 

Antes que nada, el Divino Apóstol lo llamó no fuego purgador, sino (fuego) de prueba; luego declara que también las obras buenas y honorables han de pasar por él, y éstas, es claro, no necesitan de ninguna purificación; después dice que los que traen obras malas, tras arder éstas, sufren pérdida, mientras que los que son purificados no solo no sufren pérdida, sino que obtienen aún más; y finalmente, afirma que esto debe acontecer “en aquel día”, es decir, en el día del Juicio y del siglo venidero, ¿Y acaso no es un absurdo total suponer la existencia de un fuego purgatorial después de aquella temible Venida del Juez y de la sentencia final? Porque la Escritura no nos transmite nada por el estilo. Él mismo que nos juzgará dice: E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mateo 25:46) y nuevamente: y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. (Juan 5:29).

 

Por ende, no hay cabida para ningún tipo de lugar intermedio; sino que, después de dividir a todos los sometidos a juicio en dos partes, colocando a algunos en la derecha y a otros en la izquierda, y llamando a los primeros “ovejas” y a los segundos “cabras” no declaró en absoluto que hubiese algunos que deban ser purificados por ese fuego.

 

Parece ser que ese fuego del que habla el Apóstol es el mismo del que habla el profeta David: fuego consumirá delante de Él, y alrededor de él habrá gran tempestad (Salmo 49:4) y nuevamente: Fuego irá delante de Él, Y abrasará a sus enemigos alrededor. (Salmo 96:3). Daniel el Profeta también habla sobre este fuego. Un río de fuego procedía y salía de delante de Él (Daniel 7:10)

 

Como los santos no llevan consigo ninguna mala acción o macula, este fuego los manifiesta aún más luminosos, como el oro probado en el fuego, o como la piedra amianto, que, según se relata, cuando se la coloca en fuego se carboniza, pero cuando se saca del fuego se vuelve aún más pura, como si hubiera sido lavada con agua, como también sucedió con los cuerpos de los Tres Jóvenes en el horno de Babilonia.

Los pecadores, en cambio, que llevan consigo el mal, son tomados como materia apropiada para este fuego y de inmediato son consumidos por él; su “obra” —es decir, su mala disposición o hábito— se quema y queda totalmente destruida, de modo que se ven privados de lo que llevaban consigo, esto es, de su carga de maldad. Ellos mismos, sin embargo, son “salvos”, es decir, preservados y guardados para siempre, a fin de que no sean entregados a la destrucción junto con su maldad.

 

6. El divino Padre Crisóstomo (quien por nosotros es llamado “los labios de Pablo” así como este último es “los labios de Cristo”) juzga necesario interpretar este pasaje de ese modo en su comentario a la Epístola (Homilía 9 sobre Corintios I); y Pablo habla a través de Crisóstomo, como se hizo evidente gracias a la visión de Prócoro, su discípulo y sucesor en la Sede.[6] San Crisóstomo dedicó un tratado especial a este único pasaje, para que los origenistas no citaran estas palabras del Apóstol para confirmar su forma de pensar (que, según parece, conviene más a ellos que a vosotros), y no causaran daño a la Iglesia al introducir un fin del tormento del infierno y una restauración final (apocatastasis) de los pecadores. Pues la expresión de que el pecador “será salvo, más así como por fuego” (1 Cor. 3:15) significa que permanecerá atormentado en el fuego y que no será destruido conjuntamente con sus obras malvadas y sus malevolas disposiciones del alma.


Basilio el Grande también habla de esto en su “Moralia”, al interpretar el pasaje de la Escritura, la voz del Señor Que divide la llama del fuego (Salmo 28:7):

 

“El fuego preparado para el tormento del diablo y de sus ángeles, es dividido por la voz del Señor, para que después de eso haya dos poderes en él: uno que quema y otro que ilumina; el poder de tormento y castigo de ese fuego está reservado para los dignos de tormento, mientras que el poder iluminador y radiante está destinado al resplandor de los que se regocijan. Por lo tanto, la voz del Señor Que divide y separa la llama del fuego es para esto: que la parte oscura sea para un fuego de tormento y la parte que no quema, una luz de deleite.” (San Basilio, Homilía sobre el Salmo 28).

 

Y así, como puede verse, esta división y separación de este fuego se producirá cuando absolutamente todos pasen a través de él: las obras brillantes y resplandecientes se manifestarán aún más brillantes, y quienes las lleven consigo se convertirán en herederos de la luz y recibirán la recompensa eterna; mientras que aquellos quienes lleven malas obras dignas de quemarse, siendo castigados por su pérdida, permanecerán eternamente en el fuego y heredarán una salvación que es peor que la perdición, porque eso es lo que, estrictamente hablando, la palabra “salvo” significa: que el poder destructor del fuego jamás se les aplicará a ellos hasta aniquilarlos por completo.

 

Siguiendo a estos Padres, muchos otros de nuestros Doctores también entendieron este pasaje en el mismo sentido. Y si alguien lo interpretó de manera diferente y entendió “salvación” como “liberación del castigo” y “atravesar el fuego” como “purgatorio”, ese alguien, si podemos decirlo de esa manera, entiende este pasaje de una manera completamente equivocada. Y esto no es sorprendente, porque este es un hombre, y se puede observar a muchos incluso entre los Doctores interpretando pasajes de la Escritura de diversas maneras, y no todos han adquirido en igual medida su significado verdadero.

 

No es posible que un mismo texto se interprete de varias formas y todas las interpretaciones de este puedan corresponderse de igual nivel; pero nosotros, seleccionando las más importantes y las que mejor se corresponden con los dogmas de la Iglesia, debemos de colocar en segundo lugar las demás interpretaciones. Por tanto, no nos apartaremos de la interpretación antes citada a las palabras del Apóstol, incluso si Agustín o Gregorio el Dialoguista, u otro de vuestros Doctores dieran otra interpretación; ya que tal interpretación es menos favorable a la idea de un fuego purgatorio temporal que a la enseñanza de Orígenes, la cual, al hablar de una restauración final de las almas mediante aquel fuego y de una liberación del tormento, fue condenada y entregada al anatema por el Quinto Concilio Ecuménico, y fue definitivamente destronada como una impiedad general por la Iglesia.

 

(Capítulo 7-12, San Marcos responde a las objeciones planteadas por las citas de las obras del bienaventurado Agustín, San Ambrosio, San Gregorio el Dialoguista, San Basilio el Grande y otros Padres, mostrando que fueron mal interpretadas o quizás mal citadas y que estos Padres realmente enseñan doctrina ortodoxa, y de lo contrario, sus enseñanzas no deberían ser aceptadas. Además, señala que San Gregorio de Nisa no enseña nada sobre el “purgatorio”, sino que sostiene el error mucho peor que el de Orígenes: que habrá un fin de las llamas eternas del infierno; aunque tal vez estas ideas fueron añadidas a sus escritos posteriormente por los origenistas).

 

13. Y finalmente usted dice: «La verdad antes mencionada se desprende claramente de la Justicia Divina que no deja impune nada de lo que se ha hecho mal, y de esto se sigue que necesariamente que para aquellos que no han recibido la condenación aquí, y no pueden pagarla ni en el cielo ni en el infierno, queda por suponer que hay un tercer lugar especial, en el que se realiza esta limpieza, a través del cual cada uno es limpiado y es inmediatamente elevado al gozo celestial»

 

A esto respondemos lo siguiente —y ved cuán simple y al mismo tiempo cuán justo es—: se reconoce en general que la remisión de los pecados es, al mismo tiempo, liberación del castigo; pues quien recibe la remisión de ellos, al mismo tiempo queda libre del castigo que les correspondía. La remisión se da en tres formas y en distintos momentos:
(1) en el Bautismo; (2) después del Bautismo, mediante la conversión y la contrición, y reparando (los pecados) con buenas obras en la vida presente; y (3) después de la muerte, por medio de las oraciones y las buenas obras y gracias a todo lo demás que la Iglesia realiza en favor de los difuntos.

 

Así, la primera remisión de los pecados no está en absoluto unida a esfuerzo alguno; es común a todos e igual en honor, como la efusión de la luz, la visión del sol o los cambios de las estaciones del año; pues esto es gracia sola y nada más se requiere de nosotros que la fe.

 

Pero la segunda remisión es dolorosa, como para aquel que todas las noches baña su lecho con lágrimas, y con lágrimas inundo su lecho (Salmo 6: 5), para quien hasta las huellas de los golpes del pecado le son dolorosas, que camina de luto y con rostro contrito e imita la conversión de los ninivitas y la humildad de Manasés, sobre la cual hubo misericordia. La tercera remisión también es dolorosa, ya que está ligada al arrepentimiento y a una conciencia contrita que sufre por la insuficiencia del bien; sin embargo, no está en absoluto mezclada con castigo, si es una remisión de pecados: porque remisión y castigo de ningún modo pueden coexistir.

 

Además, en la primera y última remisión de los pecados la gracia de Dios tiene la mayor parte, con la cooperación de la oración, y muy poco se hace de nuestra parte. La remisión intermedia, en cambio, recibe poco de la gracia, y la mayor parte se debe a nuestro esfuerzo. La primera remisión de pecados se distingue de la última en esto: la primera es una remisión de todos los pecados por igual, mientras que la última lo es solamente de aquellos pecados que no son mortales y de los cuales la persona se ha arrepentido en vida.

 

Así piensa la Iglesia de Dios, y cuando suplica por los difuntos la remisión de los pecados, creyendo que se les concede, no establece como ley ningún género de castigo respecto de ellos, sabiendo bien que la bondad divina en tales cosas prevalece sobre la idea de justicia.

 

 

3. Afirmamos que ni los justos han recibido todavía la plenitud de su herencia y aquella condición bienaventurada para la cual se prepararon aquí mediante sus obras, ni los pecadores, después de la muerte, han sido ya llevados al castigo eterno en el que serán atormentados por siempre. Más bien, tanto lo uno como lo otro debe cumplirse necesariamente después del Juicio de aquel último día y de la resurrección de todos.

 

Sin embargo, ahora, ambos se encuentran en los lugares apropiados para ellos: los primeros, en absoluto reposo y libres, están en el cielo con los ángeles y ante Dios mismo, ya como si estuvieran en el paraíso del que cayó Adán (en el que entró el buen ladrón antes que los demás) y a menudo nos visitan en esos templos donde se les rinde culto, y escuchan a quienes los invocan y oran a Dios por ellos, habiendo recibido de Él este don sublime, y a través de sus reliquias han obrado milagros, y se deleitan con la visión en Dios y la iluminación de Él, con más perfección y pureza que antes, cuando estaban en vida en la tierra; mientras que los segundos, a su vez, confinados en el Hades, permanece en el abismo más profundo, en tinieblas y sombra de muerte (Sal. 87: 7), como dice David, y luego Job: a la tierra donde la luz es como tinieblas (Job 10: 21-22).

 

Los primeros permanecen en gozo y alegría, ya esperando la cercanía del Reino con todas sus bondades prometidas; y los segundos, por el contrario, permanecen en un completo encierro y sufrimiento inconsolable, como hombres condenados que esperan la sentencia del Juez y vislumbrando tales tormentos.

Ni siquiera los primeros han recibido la herencia del Reino y las cosas buenas que el ojo no vio, y el oído no oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor. 2: 9); ni los segundos han sido entregados todavía a los tormentos eternos ni al ardor del fuego inextinguible. Y esta enseñanza la hemos recibido transmitida por nuestros Padres desde la antigüedad, y fácilmente podemos presentarla también a partir de las mismas Divinas Escrituras.

 

10. Lo que algunos de los santos vieron en visión y revelación con respecto al futuro tormento de los malvados y pecadores que están allí, son ciertas imágenes certeras de las cosas por venir y, por así decirlo, representaciones, no lo que realmente está sucediendo ahora. Así es que, por ejemplo, Daniel, al describir este Juicio futuro, dice: Seguí mirando, hasta que se colocaron los tronos y vino un anciano y se sentó ... y se abrieron los libros (Daniel 7: 9-10); siendo claro que esto en la realidad aún no ha sucedido, sino que fue revelado de antemano en espíritu al Profeta.

 

19. Al examinar los testimonios que habéis citado del libro de los Macabeos y del Evangelio, hablando sencillamente con amor a la verdad, vemos que no contienen ningún testimonio de ningún tipo de castigo o purificación, sino que sólo hablan de la remisión de los pecados. Usted ha hecho una división bastante sorprendente, diciendo que todo pecado debe entenderse bajo dos aspectos: (1) la ofensa misma que se le hace a Dios, y (2) el castigo que sigue.

 

De estos dos aspectos enseñáis que la ofensa a Dios puede ser remitida tras el arrepentimiento y el apartarse del mal, pero que la obligación del castigo debe existir en todo caso; de modo que, según esta idea, es necesario que aquellos liberados de sus pecados deban, sin embargo, estar sujetos a castigo por ellos.

 

Pero nos permitimos decir que tal planteamiento contradice verdades claras y comúnmente conocidas: Pues si no sucede que un rey, después de conceder amnistía y perdón, someta al culpable a nuevo castigo, ¡con cuánta mayor razón Dios, en quien, entre sus muchas perfecciones, sobresale de modo eminente el amor por el género humano! Pues aun cuando castiga al hombre después de un pecado cometido, una vez perdonado, lo libra de inmediato también del castigo.

 

Y eso es natural. Porque si la ofensa a Dios conduce al castigo, entonces, cuando la culpa es perdonada y se produce la reconciliación, la consecuencia misma de la culpa, el castigo, debe llegar a su fin.





Para profundizar sobre el asunto véase el libro El Alma después de la muerte del hieromonje Serafín Rose


[1] Traducido de la traducción rusa del archimandrita Ambrossy Pogodin, en St. Mark of Ephesus and the Union of Florence, Jordanvielle, N.Y., 1963 pp. 58-73

[2]En la “Colección Alfabética” de los dichos de los Padres del Desierto, sobre “Macario el Grande” podemos leer: “Dijo abba Macario: «Marchando en  cierta ocasión por el desierto, encontré el cráneo     de un muerto, que yacía en el suelo. Cuando lo  toqué con el bastón de palma, el cráneo  me  habló. Le    digo:   “¿Quién  eres  tú?”. Me respondió el cráneo: “Yo  era un sacerdote de  los ídolos y de los paganos que vivían en este lugar; tú  eres Macario, el pneumatóforo.  Cuando te apiadas de los que están  en el    tormento, y oras por ellos, sienten un poco de alivio”.    El cráneo instruyó además a San Macario sobre los tormentos del infierno, concluyendo: “Nosotros, puesto que desconocíamos a Dios, recibimos    alguna misericordia, pero los que conocían a Dios y lo negaron, están debajo nuestro!” (The Sayings of the Desert Fathers, tr. By Benedicta Ward, London, A.R. Mowbray & Co., 1975, pp. 115-6).

[3]En el libro IV de los Diálogos

[4] N. de T. - San Teófanes el Confesor († ca. 845), apodado ho Graptós (“el Marcado” o “el Escrito”), fue un monje palestino que sufrió durante la persecución iconoclasta bajo el emperador Teófilo. Como castigo por su firme defensa de la veneración de los santos iconos, le marcaron la frente con hierros candentes, grabando en ella inscripciones injuriosas contra su fe. De ahí proviene su sobrenombre “el Marcado”, pues su propio rostro quedó convertido en un testimonio escrito de la confesión ortodoxa.

[5] Este último incidente es relatado en algunas de las primeras Vidas de San Gregorio, como por ejemplo en una Vida inglesa del siglo VIII: “Algunos de nuestros pueblos también cuentan una historia contada por los romanos sobre cómo el alma del emperador Trajano fue refrescada e incluso bautizada por las lágrimas de San Gregorio, una historia maravillosa de contar y maravillosa de escuchar. Que nadie se sorprenda de que digamos que fue bautizado, porque sin el bautismo nadie verá jamás a Dios, y el tercer tipo de bautismo por medio de lágrimas.

Un día, cuando él pasaba por el Foro, una obra magnífica de la que se dice que fue responsable Trajano, descubrió al examinarla cuidadosamente que Trajano, aunque pagano, había realizado un acto tan caritativo que parecía más probable que había sido un acto de un cristiano que de un pagano. Porque se cuenta que, mientras dirigía su ejército con gran prisa contra el enemigo, se sintió conmovido por las palabras de una viuda, y el emperador de todo el mundo dio un alto. Ella dijo: 'Señor Trajano, aquí están los hombres que mataron a mi hijo y no están dispuestos a pagarme una recompensa'. Él respondió: 'Cuéntamelo cuando regrese y haré que te recompensen'.

Pero ella respondió: 'Señor, si nunca regresas, no habrá nadie que me ayude'. Luego, armado como estaba, hizo que los acusados ​​pagaran inmediatamente la indemnización que le debían, en su presencia. Cuando Gregorio descubrió esta historia, reconoció que esto era exactamente lo que leemos en la Biblia, hacer justicia al huérfano, defender a la viuda. Pues bien, justifiquémonos, dice el Señor.

Como Gregorio no sabía qué hacer para consolar el alma de este hombre que le traía a la mente las palabras de Cristo, fue a la iglesia de San Pedro y lloró a torrentes de lágrimas, como era su costumbre, hasta que finalmente obtuvo la certeza por medio de la divina revelación de que sus oraciones fueron respondidas, ya que nunca se había atrevido a pedirlo a ningún otro pagano”. (The Earliest Life of Gregory the Great, por un monje anónimo de Whitby, tr. por Benram Colgrave, The University of Kansas Press, Lawrence, Kansas, 1968, cap. 29, pp. 127-9.) Dado que la Iglesia no ofrece oración pública por los difuntos no creyentes, es evidente que esta liberación del infierno fue el fruto de la propia oración personal de San Gregorio. Aunque esto es raro, da esperanza a aquellos que tienen seres queridos que han muerto fuera de la fe.

[6]Esto es relatado en la Vida de san Proclo (Nov. 20) que cuando san Juan Crisóstomo estaba trabajando en sus comentarios sobre las epístolas de san Pablo, san Proclo vio a san Pablo inclinado sobre san Juan Crisóstomo y susurrándole en su oído.

[7] Texto ruso en Pogodin, pp. 118-150




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