domingo, 13 de octubre de 2024

EL SACRAMENTO DE LA ÚNCION REAL

Vladimir Moss


Introducción


     La incomparable potencia y gloria del Imperio Romano, y la aceptación de su autoridad por parte de casi todas las naciones civilizadas del Mundo Antiguo, proporcionaron un nuevo fundamento legal y moral al poder político en el mundo antiguo.  En resumen, el poder político legítimo era el Poder Romano, o el de aquel poder que podía reclamar cierto parentesco o descendencia de él.  Esto fue aceptado (aunque con diferentes grados de convicción y satisfacción) tanto por guerreros germánicos como por los senadores romanos, por los coptos monofisitas así como por los griegos ortodoxos.

 

     De esta manera, el apóstol británico de Irlanda, San Patricio, llamó “tirano” al jefe escocés Coroticus porque su poder no provenía de Roma. San Patricio se consideraba como todos los demás britanos como ciudadano de Roma a pesar de que las ultimas legiones romanas abandonaran la isla en el año 410 [1]  Los reyes británicos e ingleses continuaron usando títulos y símbolos romanos y bizantinos hasta finales del siglo X.

 

El principio básico era que todo poder que fuera romano o siguiera el modelo romano era de Dios (Romanos 13.1), y todo poder que fuera antiromano era del diablo (Apocalipsis 13.2).  Porque Roma, se tenía en cuenta, que era el poder que retenía la llegada del Anticristo (II Tesalonisenses 2.7) y que solo sería destruido por el Anticristo. Como el Patriarca Nicón de Moscú dijo: “El Imperio Romano [del cual entendía que Rusia, la Tercera Roma, era la continuación] debe ser destruido por el Anticristo, y el Anticristo, por Cristo.”[2]

 

Después de que Roma se convirtió al cristianismo bajo San Constantino, un criterio adicional para que el poder político fuera legítimo era que debía de ser ortodoxo.      

Así fue, a finales del siglo VI, el hijo del rey visigodo de España, San Hermenegildo, se levantó contra su padre arriano Leovigildo en nombre de la ortodoxia y fue apoyado por los ejércitos de la provincia bizantina de Spania (suroeste de la actual España). La rebelión de Hermenegildo no tuvo éxito, y él mismo fue martirizado por negarse a recibir la comunión por parte de un obispo arriano en la Pascua del año 585.   

Sin embargo, ya para el Concilio de Toledo en 589, el nuevo rey, Recaredo, y toda la nobleza gótica aceptaron la Ortodoxia.      

Fue así que, como escribe San Dimitri de Rostov, “el fruto de la muerte de este único hombre fue la vida y la Ortodoxia para todo el pueblo de España”.[3]

 

Esto contribuyó a establecer el principio de que el poder político legítimo es o bien el poder romano o aquel que comparte la fe de los romanos, la Ortodoxia.

A un poder que no es ortodoxo puede derrocársele desde dentro o revelársele desde afuera siempre y cuando el motivo sea verdaderamente religioso; el establecimiento o restablecimiento de la Ortodoxia.   

  

Esto no significa, sin embargo, que los cristianos estén obligados a rebelarse contra todos los regímenes paganos o heterodoxos. Por el contrario, dado que la guerra civil es uno de los peores males, la decisión de rebelarse no puede tomarse a la ligera.[4] De hecho, tales rebeliones han sido raras en la historia ortodoxa y solo se han llevado a cabo con la bendición de la Iglesia, como cuando San Sergio de Radonezh bendijo la rebelión de los rusos en contra de la horda tártara.     

 

     ¿Podría considerarse como legítimo un emperador romano posterior a Constantino que no fuera ortodoxo? En general, los cristianos solían dar una respuesta positiva a esta pregunta sobre la base de que la raíz del árbol romano era buena aunque sus frutos fuesen por ocasiones malos, razón por la cual obedecían a los emperadores monofisitas e iconoclastas en todo menos en sus políticas religiosas.  Sin embargo, como veremos, existieron antecedentes de una posición más rigurosa que reconocía a un poder como legítimo y romano solo si también era ortodoxo. 

   

     ¿Qué hay de los numerosos emperadores que obtuvieron el poder mediante un golpe militar?      

 

La posibilidad de que un emperador pudiera gobernar por la fuerza pero no por el derecho dio lugar a la necesidad de una forma adicional y más eclesiástica de legitimación; específicamente, el sacramento de la unción real. Este sacramento se remonta a la época de los reyes del Antiguo Testamento Saúl y David, quienes fueron ungidos por el profeta y sacerdote Samuel.      

La gracia de la unción tanto separa como fortalece al rey para su tarea sagrada, y le confiere a su persona una inviolabilidad sagrada. El rey verdaderamente ungido participa en el Reinado de Cristo de la misma manera que un sacerdote debidamente ordenado participa en Su Sacerdocio.     

 

Unción pre-cristiana


     Por supuesto, los primeros Emperadores Romanos no recibieron el sacramento de la unción real porque eran paganos. Sin embargo, el hecho de que el Señor Jesucristo naciera en el Imperio Romano, de que fuera registrado en un censo y pagara impuestos a este, y de que el Apóstol Pablo incluso fuera ciudadano romano, indicaba que Roma había sido elegida, distinguida de los imperios paganos anteriores, para hacerse procreadora de un potencial para el bien.

Así como el Señor en el Antiguo Testamento “ungió” al Emperador persa Ciro “para someter naciones delante de él” (Isaías 45.1) y “enderezar los lugares torcidos” (45.2), para que el pueblo de Dios pudiera regresar a su tierra natal en la Jerusalén terrenal, así también, en los tiempos del Nuevo Testamento, el Señor “ungió” a los Emperadores romanos para someter naciones delante de ellos y enderezar los lugares torcidos, con el propósito de que el Evangelio cristiano pudiera llevar a todas las naciones del Imperio a su patria en la Jerusalén celestial.

 

     Es así que puede interpretarse que el sacramento de la unción real existió antes de Cristo, de la misma manera que el sacramento del matrimonio existía antes de Cristo.       Ambos son sacramentos “naturales” que existen para fortalecer los vínculos naturales de la vida familiar y estatal.      

De hecho, el Estado, como señaló el Metropolitano Filaret de Moscú, es simplemente una extensión de la familia, con el Zar-Batyushka en el lugar del paterfamilias.      

 

     Pero con la venida de Cristo, – lo cual providencialmente coincidió, como señalaron varios de los Santos Padres, con el nacimiento del Imperio Romano –, el poder estatal recibió una tarea más elevada: la de contener “el misterio de la iniquidad” y proteger a la Iglesia; lo cual exigía una mayor efusión de la Gracia Divina. Por supuesto, los Emperadores no eran conscientes de esta tarea, y la gracia que recibían, no la recibían directamente a través de la Iglesia, sino a través de la unción invisible de Dios Mismo.      

Pero los resultados, – en cuanto a la estabilidad y orden del Imperio Romano –, eran evidentes para que todos pudieran ver y admirar.

 

Con pocas excepciones, como las de Nerón y Domiciano, los emperadores romanos llevaron a cabo la tarea que les fue encomendada. Ya que, como el Profesor Sordi ha demostrado de manera convincente, la oposición a los cristianos en los primeros tres siglos de la historia cristiana generalmente no provenía de los emperadores, sino del Senado y la turba (tanto pagana como judía), y fueron los emperadores quienes protegieron a los cristianos de sus enemigos.[5] Es por eso que los cristianos consideraban al emperador, en palabras de Tertuliano, como “más nuestro (que vuestro), pues nuestro Dios lo hizo César.'“.[6]

     Sordi comenta sobre estas palabras: “Paradójicamente, podríamos decir que el imperio cristiano, hecho realidad por Constantino y sus sucesores, ya estaba potencialmente presente en esta afirmación de Tertuliano, que cierra una declaración final de lealtad hacia Roma y su imperio, sumamente comprometida y que desmiente a quienes consideran que la llamada ‘teología política’ es fruto de la paz constantiniana. Tertuliano dice que los cristianos rezan por los emperadores y piden para estos ‘una larga vida, imperio quieto, palacio seguro, ejércitos fuertes, Senado leal, pueblo honrado, un mundo en paz’.[7]

 

     “Y añade, - continúa Sordi, - ellos rezan: ‘por la estabilidad general del Imperio y por el poderío romano' porque saben que “a través del imperio se aplaza la enorme violencia que se cierne sobre el universo y el mismo fin del mundo, que trae horribles calamidades'“ Se trata de la interpretación, habitual en los Padres, del famoso pasaje de la segunda epístola a los Tesalonisenses (2. 6-7), sobre el obstáculo, algo o alguien, que impide la venida del Anti-Cristo.  Presidiendo aquí de todo intento de explicar este misterioso pasaje, el hecho de que la tradición cristiana hasta Lactancio, Ambrosio y Agustín, haya identificado a esta presencia obstaculizadora con el Imperio Romano, con el Imperio Romano, (...), sea como institución o como ideología” Mediante la convicción de que el Imperio Romano tendría la misma duración que el mundo (Tertuliano Ad Scapulam 2), los cristianos primitivos recuperan y hacen suyo el concepto de Roma aeterna ‘Cuando rezamos para retrasar el final – dice Tertuliano – (Apologeticum 32.1) – ‘ayudamos a que Roma dure para siempre’ [8]

 

 

En Occidente

 

      El rito de la unción real parece tener su origen en Occidente, aunque no se sabe con certeza dónde. Según una tradición, Clodoveo, primer rey cristiano de los francos, recibió el sacramento de forma milagrosa tras ser bautizado por San Remigio, arzobispo de Reims, el día de Navidad del año 496. Pero puede que en realidad se tratara del sacramento de la crismación que normalmente se administra inmediatamente después del bautismo, y no específicamente el de la unción real. “Cuando llegó el momento de ungir al Rey recién bautizado con el santo Crisma, el Obispo vio que faltaba. Levantando los ojos al Cielo, imploró a Dios que se lo proporcionara, ante lo cual una paloma blanca descendió del Cielo con una ampolla de aceite milagroso”.[9]

 

     A principios del siglo VI, el arzobispo italiano Gregorio ungió al primer rey cristiano del reino del sur de Arabia de Omir (o Himyar), Abraham, en presencia de San Elesbaan, rey de Etiopía: “Levantando los ojos, la mente y las manos al cielo, oró fervientemente y durante largo tiempo para que Dios, que conoce la vida y los pensamientos de cada hombre, le indicara al hombre digno del reino. Durante la oración del arzobispo, el poder invisible del Señor elevó de repente por los aires a cierto hombre llamado Abraham y lo colocó frente al rey Elesbaan. Todos gritaron asombrados durante largo rato: ‘¡Señor, ten piedad!’. El arzobispo dijo: ‘Aquí está el hombre a quien pedisteis que fuera ungido para el reino. Dejadle aquí como rey, seremos de un mismo sentir con él, y Dios nos ayudará en todo’. Gran alegría llenó a todos al contemplar la providencia de Dios. Entonces el rey Elesbaan tomó al hombre Abraham, que había sido revelado por Dios, lo condujo al templo de la Santísima Trinidad que estaba en la ciudad real de Afar, le puso la púrpura real y le colocó la diadema en la cabeza. Entonces San Gregorio lo ungió y el Sacrificio incruento fue ofrecido por los reyes y todo el pueblo, y ambos reyes comulgaron en los Divinos Misterios de manos del arzobispo...”[10]

 

     Es posible que la unción real se originara en Britania; pues San Gildas, refiriéndose a sucesos acaecidos en el siglo V, escribió: Reyes eran ungidos,[Ungebantur] no en el nombre de Dios, sino por haber superado a otros en crueldad, y al poco tiempo, y sin inquirir de manera alguna la verdad, eran asesinados por quienes los habían ungido, y otros aún más crueles eran elegidos para sustituirlos.”[11] 

 

     No mucho después, en 574, el apóstol irlandés de Escocia, San Columba, consagró al primer rey ortodoxo de Escocia, Aidan Mor, que se convertiría en el antepasado de todos los reyes celtas de Escocia y, a través de Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, de la actual familia real británica. [12] Los abades de Iona Cummineus Albus y Adomnan del siglo VII relatan cómo el santo que se encontraba “en la isla de Hymba [probablemente Jura], una noche entró en éxtasis mental y vio a un ángel del Señor que le había sido enviado, y que tenía en la mano un libro de cristal de la Ordenación de los Reyes”. El venerable hombre lo recibió de la mano del Ángel, y a su mandato comenzó a leerlo. Y cuando se negó a ordenar como rey a Aidan de acuerdo con lo que el libro mandaba, ya que amaba más a su hermano Iogenan, el Ángel, extendiendo repentinamente su mano, golpeó al santo con un azote, del que le quedó la marca lívida en su costado todos los días de su vida, y añadió estas palabras, diciendo: ‘Ten por cierto que Dios me ha enviado a ti con este libro de cristal, para que, de acuerdo con las palabras que has leído en él, órdenes a Aidan como rey, y si no estás dispuesto a obedecer esta orden, te golpearé de nuevo.’ Cuando, entonces, este Ángel del Señor se le apareció durante tres noches sucesivas, con ese mismo libro de cristal en su mano, y habiéndole reiterado las mismas órdenes del Señor concernientes a la ordenación de ese rey, el santo obedeció la Palabra del Señor, y navego hasta la isla de Iona donde, como se le había mandado, ordenó a Aidan como rey, Aidan habiendo llegado Aidan allí al mismo tiempo.”[13]

 

     San Columba acudió entonces con el rey Aidan al Sínodo de Drumceatt, en Irlanda, donde se acordó la independencia de Dalriada (la parte de Escocia occidental colonizada por los irlandeses) a cambio de una promesa de ayuda a la madre patria en caso de invasión desde el extranjero.

 

     Quizá sea significativo que estos primeros ejemplos de reyes cristianos sacramentales procedan de partes del mundo alejadas de los centros de poder imperial. Ni Etiopía ni Irlanda habían sido parte del Imperio Romano[14]; mientras que Gran Bretaña se había separado de él. Tal vez fue aquí, en donde la romanidad era débil o prácticamente inexistente que la Iglesia tuvo que intervenir mediante el sacramento para proveer de legitimidad política, especialmente dado que aquí se estaba creando una nueva dinastía en una tierra cristiana nueva, que requería tanto la bendición de los antiguos gobernantes como de una acción especial de la Iglesia.

 

     En la Europa continental, si excluimos el dudoso caso de Clodoveo, el sacramento de la unción real apareció por primera vez en España. Una posible razón para ello es que España carecía de una monarquía estable, y el sacramento puede haber sido visto como una ayuda para proporcionar estabilidad. Es por esto que Collins escribe que en la primera mitad del siglo VII, “los principios por los que se podía juzgar la legitimidad de cualquier rey, aparte del mero éxito en mantener su trono contra todos los vencedores, parecen brillar por su ausencia Así, Witerico había depuesto y asesinado a Liuva II en 603, Witerico había sido asesinado en 610, el hijo de Sisesbuto, Recaedro II, fue probablemente depuesto por Suintila en 621, Suintila fue depuesto con certeza por Sisenando en 631, Tulga por Chindasvinto en 642. Los reyes efímeros, como Iudila, que consiguió acuñar algunas monedas en la Bética y Lusitania a principios de la década de 630, también hicieron sus intentos por el poder.”[15]

 

     La única autoridad generalmente reconocida que podía poner orden en este caos era la Iglesia. Siendo así que, probablemente hacia mediados del siglo VII, la Iglesia Ortodoxa de España introdujera el rito de la unción real. A partir de ahora, los reyes no sólo serían llamados “reyes por la gracia de Dios”, sino que se vería que lo eran por la concesión visible de la gracia sacramental a manos del arzobispo.

 

     Además que, paradójicamente, daba algún tipo de justificación para la deposición de los reyes. Pues, como escribe P.D. King, “ellos nunca hablaban de deposición, y fue la ficción de la abdicación a la que recurrieron cuando Suintila fue de hecho derrocado por la revuelta. La introducción del rito veterotestamentario de la unción real, quizá en 631 para dejar visible y ceremonialmente claro que el sucesor usurpador de Suintila gobernaba por el favor de Dios, confirmó y apuntaló la exaltación del estatus monárquico”.[16]

 

     En 672, el rey Wamba fue ungido por el arzobispo de Toledo[17] en una ceremonia que fue descripta por san Julián de Toledo, contemporáneo a la misma, de esta manera:  “Pero cuando llegaron adonde recibiría la vexilla de la santa unción, en la Iglesia del Pretorio, la de los Santos Pedro y Pablo, resplandeciente con su indumentaria regia, de pie ante el divino altar, prestó juramento de fidelidad al pueblo según el ritual.   A continuación, hincado de rodil. las manos del bienaventurado obispo Quirico le esparcen por la cabeza el óleo de la bendición y el poder de la bendición se le muestra tan pronto se le derrama este signo de salvación.  En efecto, de seguida desde lo alto de la cabeza, donde el óleo había sido vertido, alzóse en forma de columna un vapor semejante al humo y del mismo sitio de la cabeza viose revolotear una abeja, señal que constituía un presagio de la buena fortuna que se avecinaba.”[18]

 

     Probablemente fue desde España desde donde se introdujo en Francia el rito de la unción de los reyes. Ya que después de que el Papa Esteban ungiera al rey franco Pepino en 754, el rito se convirtió en una práctica habitual en la rex facens[19] en todo Occidente. Siendo así que, en 781, el sucesor de Pepino, Carlomagno, mando que dos de sus hijos sean ungidos por el papa Adriano como reyes de Aquitania e Italia. Y en 786 el rey Offa de Mercia mando ungir a su hijo Egfrith.

 

     Sin embargo, pasó algún tiempo para que la unción se considerara constitutiva de la verdadera realeza. Al igual que en Roma y Bizancio, los reyes occidentales que eran elevados al trono sólo por elección o aclamación no se consideraban ilegítimos; simplemente la unción añadía una autoridad extra y un carácter sagrado a la monarquía. La autoridad y la gracia adicionales que proporcionaba el sacramento de la unción produjeron resultados tangibles: en España, Francia e Inglaterra la introducción de la unción, acompañada de severas advertencias conciliares de “no tocar al Ungido del Señor”, condujo a una reducción de los regicidios y las rebeliones y a un fortalecimiento del poder monárquico. En España, este proceso llegó a un abrupto final en 711, cuando la mayor parte de la península fue conquistada por los musulmanes árabes. En Francia occidental (la Francia moderna), los vikingos acabaron con ella a finales del siglo IX, a pesar de los esfuerzos de defensores del poder real (y opositores al despotismo papal) como el arzobispo Hincmaro de Reims; sin que Francia tuviera la posibilidad de desarrollar una monarquía fuerte hasta el siglo XII. Pero en Francia Oriental (la actual Alemania) y en Inglaterra, la monarquía sobrevivió y echó profundas raíces.

 

     Janet Nelson escribió: “Si relativamente muchos merovingios fueron asesinados mientras reinaban y no lo fue ningún carolingio, difícilmente esto se pueda explicar en base al efecto protector que tenía la unción para la última dinastía, al menos en su primer periodo. Más relevantes aquí son factores como la preservación de una forma bastante restrictiva de sucesión real (y el abandono de la poligamia por parte de los carolingios debió de estrechar rápidamente el círculo de la realeza) y el crecimiento de una ideología de realeza cristiana fomentada por el clero.”[20] Sin embargo, todos estos factores estaban relacionados. Una vez que se aceptó que la Iglesia tenía un rol importante que desempeñar en la rex facem mediante el sacramento de la unción, también se naturalizo que la Iglesia tuviera voz en la elección del mejor candidato para el trono, así como en el administrar un juramento de coronación, en el cual el rey juraba proteger a la Iglesia

 

     Teóricamente, también, la Iglesia podía negarse a sancionar a un rey, e incluso conducir al pueblo a la rebelión si este no gobernaba correctamente. Así decía San Isidoro de Sevilla: “Serás rey si actúas rectamente; si no, no lo eres”, que contiene un juego de palabras entre rex, “rey”, y recte, “rectamente”,[21] y una amenaza implícita por parte de la Iglesia de no reconocer al rey en determinadas circunstancias. Además, en la versión latina de la famosa Sexta Novella de Justiniano también se indica claramente que, para que la sinfonía de poderes sea eficaz, el rey debe reinar rectamente (recte).

 

     Joseph Canning escribe: “La contribución específica que los rituales de unción hicieron al desarrollo de la idea de la realeza teocrática apareció claramente en las ordines de Hincmaro. La unción se había convertido en el elemento constitutivo del proceso de formación del rey: eran los obispos quienes, como mediadores de la gracia divina, hacían al rey. Así pues, se produjo una relativa degradación de otros aspectos tradicionales de la inauguración: del consentimiento de los grandes hombres del reino, de la entronización y de la fiesta. La unción episcopal representaba la tercera etapa de la elaboración de la noción de realeza por la gracia de Dios, siendo la primera la visión paulina de que todo gobierno estaba sancionado divinamente, y la segunda la de que el poder del monarca derivaba directamente de Dios. La unción transformaba la realeza en otra dimensión superior, ya que dicha unción se entendía como un sacramento. Se produjo así un cambio crucial en el significado atribuido a la ‘gracia’ por la cual que gobernaba el rey medieval. Mientras que anteriormente, gratia en este contexto significaba ‘favor’, indicando así la fuente de su poder (la naturaleza probablemente sacramental de la unción del siglo VIII aún permanece oscura), ahora gratia también significaba definitivamente ‘gracia sobrenatural’ infundida en el rey a través de la mediación de los obispos con el fin de permitirle desempeñar su sagrado ministerio de gobierno sobre el clero y los laicos dentro de su Reino, concebido como una Iglesia en el más amplio sentido.”[22]

 

     San Constantino se había llamado a sí mismo “obispo de aquellos quienes están fuera”, entendiendo su ministerio de forma análoga a la de un obispo, pero extendido al mundo pagano, más allá de la jurisdicción de cualquier obispo y, por tanto, sujeto a la Iglesia en un sentido moral, pero no jurisdiccional. Sin embargo, en Occidente, en el siglo IX, cuando las fronteras del reino y de la Iglesia eran casi colindantes, el ministerio del rey se consideraba casi enteramente eclesiástico, percepción reforzada por su unción por la Iglesia y por el hecho de que el simbolismo del rito, incluidos el báculo, el anillo y las vestiduras, era casi idéntico al de la consagración episcopal. Esto sirvió para aumentar el carácter sagrado del rey; pero también permitió a la Iglesia intervenir de forma más decisiva tanto en el proceso de rex facem como en la definición de lo que el rey podía y no podía hacer y, si era necesario, en su deposición. Lo vemos por primera vez en 833, cuando los obispos francos intervienen para deponer al emperador carolingio Luis el Piadoso. Otro ejemplo llamativo fue cuando San Dunstan, arzobispo de Canterbury, intervino para ungir a San Eduardo Mártir como rey de Inglaterra en 979....

 

En la Roma Oriental

 

     El Sacramento de Unción para un reinado apareció mucho más tarde en Bizancio que en Occidente. Con certeza el primer caso de unción visible con Óleo Santo del Emperador a manos de un Patriarca se produjo durante la coronación del Emperador Teodoro I Lascaris en 1208. La entronización del Emperador había tardado varios siglos en adquirir este carácter estrictamente eclesiástico...

 

     Es así que Alexander Dvorkin escribe: “La ceremonia de coronación introducida por Diocleciano era llevada a cabo por el primer funcionario del Imperio[23]. Los primeros emperadores cristianos continuaron esta práctica. Por ejemplo, Teodosio II fue coronado por el prefecto de la ciudad de Constantinopla. Sin embargo, en la coronación de su sucesor, Marciano, el patriarca ya estaba presente. Por un lado, esto significaba que el patriarca se había convertido en la segunda persona oficial más importante del Imperio después del propio emperador. Pero, por otro lado, su participación convirtió la coronación en una ceremonia religiosa. En el transcurso de la misma, se le sometió al emperador a una especie de ordenación, recibió los dones del Espíritu Santo. A partir de entonces, el palacio imperial pasó a conocerse como el palacio sagrado. Las ceremonias del palacio adquirieron un carácter litúrgico en el que el emperador desempeñaba un doble papel: como representante de Dios en la tierra y como representante del pueblo ante Dios, símbolo de Dios mismo y de la Encarnación Divina. Sin embargo, durante toda la primera mitad de la historia bizantina la coronación sólo sancionaba de facto al ya proclamado emperador. La antigua tradición romana en la que el ejército y el senado proclamaron al emperador continuó siendo el criterio principal para su entrada en el cargo. Sin embargo, en el siglo XI apareció la opinión entre los canonistas (como el patriarca Arsenio el Estudita) de que la licitud de los emperadores se fundaba, no en la proclamación, sino en la coronación patriarcal.

 

     “Se daba un carácter especial a la posición del Emperador mediante las peticiones específicas en las letanías y las oraciones que se leían en las Iglesias en los días festivos. En una oración de Nochebuena se pidió a Cristo que se ‘levanten los pueblos de todo el mundo habitado para dar tributo a Vuestra Majestad, de la misma manera que los magos han traído presentes para Cristo’. En los cantos de Pentecostés se decía que el Espíritu Santo descendía en forma de lenguas ardientes sobre la cabeza del emperador. Constantino Porfirógenito escribió que era precisamente a través de las ceremonias de palacio: “que el poder imperial pueda, ejerciéndose con orden y mesura, reproducir el movimiento armonioso que el Creador imprime al universo, y, así, mostrarse más majestuoso y grato a nuestros súbditos”[24].

 

Los bizantinos creían fervientemente en precisamente esta concepción del papel del emperador. Sin embargo, esto no les impedía tomar parte en el derrocamiento de un emperador al que consideraban indigno o deshonroso. Su santidad no garantizaba que sufriera una muerte violenta. Los bizantinos veneraban al símbolo, que no coincidía necesariamente con cada personalidad concreta. Aquel emperador cuya personalidad a los ojos del pueblo y de la Iglesia no se correspondía con su elevada vocación era considerado un tirano y un usurpador, y su derrocamiento violento era sólo cuestión de tiempo y se lo veía como un acto agradable a Dios...

 

     “El Emperador era coronado por el Patriarca, y en la Bizancio tardía prevaleció la posición de que era precisamente este acto de coronación el que lo elevada a la Dignidad Imperial. El patriarca recibía su confesión de fe y podía negarse a coronarlo si no aceptaba cambiar de fe o corregir su moral. Como último recurso el patriarca podría excomulgar al emperador...”[25]

 

     G.A. Ostrogorsky describe el rito completo de la siguiente manera: “Antes de la coronación, el Emperador, al entrar en la iglesia de Santa Sofía, entregaba en primer lugar al Patriarca el texto del Símbolo de la Fe escrito de su puño y letra y firmado, y acompañado... de las promesas de seguir indefectiblemente las tradiciones apostólicas, los decretos de todos los Concilios Ecuménicos y Locales y la enseñanza de los Padres de la Iglesia, y de permanecer siempre fiel hijo y servidor de la Iglesia, etc.

 

Luego, antes de la realización del rito de coronación propiamente dicho, en el Augusteon (un patio que conduce a Santa Sofía) se daba lugar a la ceremonia de alzarlo sobre el escudo... El escudo era sujetado adelante por el Patriarca y el primer funcionario del Imperio, mientras que a los lados y por detrás, por los nobles que le seguían en rango... La unción y coronación del Emperador se incluían en el transcurso del servicio divino. En un momento determinado de la Liturgia, cuando el Patriarca salía del altar y subía al ambón, acompañado por los más altos rangos de la Iglesia, y ‘un gran silencio y quietud’ se instalaban en la iglesia, el Patriarca invitaba al Emperador a subir al ambón. El Patriarca leía las oraciones compuestas para el rito de la unción - una en voz baja, y las demás en voz alta -, tras lo cual ungía al Emperador con crisma formándole una cruz y proclamando: ‘¡Santo!’. Los que le rodeaban en el ambón repetían este grito tres veces, y luego el pueblo lo repetía tres veces. Después de esto, del sacaba del altar una corona, el Patriarca se la colocaba sobre la cabeza del que iba a ser coronado y proclamaba: ‘¡Digno!’. Esta proclamación se repetía nuevamente tres veces, primero por los jerarcas en el ambón y luego por el pueblo”.[26]

 

     La aparición tardía del rito completo, incluida la unción, requiere alguna explicación... Según Gilbert Dagron, la unción de Teodoro Lascaris por el patriarca en Nicea en 1208 fue inspirada en la unción de Balduino I por los occidentales en Constantinopla en 1204.[27] Esto a la vez que reforzaba el poder imperial, fortalecía la posición de la Iglesia en relación con el poder imperial.

 

     “Lejos de la capital histórica, en los modestos alrededores de Nicea, habría parecido necesario materializar el 'misterio de la realeza'. La Iglesia, siendo a partir de ahora la única fuerza capaz de frenar las tendencias secesionistas, supo aprovechar la ocasión para imponer su impronta con mayor profundidad en la coronación imperial. Aprovechando la petición de clérigos de Constantinopla que deseaban que se convocase un concilio para nombrar a un patriarca, Teodoro Lascaris, que aún no era oficialmente emperador, fijó una fecha que permitiría al nuevo titular en el cargo, el proceder a la fecha ‘habitual’, es decir, durante la Semana Santa [el Jueves Santo, para ser más precisos], para la confección del santo crisma (to qeion tou murou crisma). Por su parte, [el patriarca] Miguel Autoreianos, que acababa de ser elegido el 20 de marzo de 1208, multiplicó las iniciativas destinadas a reforzar la autoridad imperial, exhortando al ejército en una circular en la que nos asombra encontrar ecos de la idea de la guerra santa, remitiendo los pecados de los soldados y del emperador, y tomándole un juramento de fidelidad a la dinastía a los obispos reunidos en Nicea”[28]

 

     La unción real exaltaba la autoridad del emperador al asociarlo estrechamente con la Iglesia. El rito tenía similitudes con el rito de ordenación del clero y era administrado por el Patriarca. Como escribió el escritor bizantino Zosimas: “Tal era el vínculo entre la dignidad imperial y la dignidad jerarquica más alta que la primera no podía existir sin la segunda. Los súbditos eran mucho más audaces a la hora de decidir conspiraciones contra alguien a quien no consideraban consagrado por la religión nativa.”[29] 

 

     Quizá también los bizantinos introdujeron la Unción en este momento como reacción a la su degradación por parte del Papa Gregorio VII y sus sucesores, con el fin de reforzar el prestigio de los reyes ungidos frente al antimonarquismo de los papas, que constituían el mayor poder político del mundo en aquella época y la mayor amenaza para la supervivencia de la Iglesia y el Imperio bizantino. Frente a las pretensiones de los Papas de poseer todos los carismas, incluido el carisma del gobierno político, los bizantinos esgrimieron la unción de sus Emperadores. Era como si quisieran decir: un Emperador verdaderamente ungido y con una correcta confesión, supera a un Patriarca no canónicamente ordenado y falso creyente...

 

     La tardanza en la introducción de la unción imperial en Bizancio es paralela a una lentitud similar en el desarrollo del rito de la coronación en el matrimonio. Tanto el matrimonio como la coronación son sacramentos “naturales” que existían de alguna forma antes de la llegada del cristianismo; de forma que no necesitaban tanto ser sustituidos sino ser complementados, purificados y elevados a un nuevo nivel conscientemente cristiano. Siendo así que, la Iglesia sabiamente no se apresuró a crear ritos completamente nuevos para estos, sino que se limitó a eliminar los elementos más groseramente paganos, añadió una bendición y luego prescribio que los recién casados o a los recién coronados comulgasen con en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

 

     Dado que el rex facem, al igual que el matrimonio, era un sacramento “natural” anterior a la Iglesia del Nuevo Testamento, el rito eclesiástico no se consideraba constitutivo de la realeza legítima en Bizancio, al menos hasta la introducción del último elemento del rito, la unción, en 1208. Después de todo, los emperadores paganos habían sido reconocidos por Cristo aunque llegaron al poder independientemente de la Iglesia. Se creía que el Imperio Romano había sido creado sólo por Dios, independientemente de la Iglesia. Como dice la famosa Sexta Novella del emperador Justiniano: “Ambos proceden de una misma fuente”; Dios, razón por la cual el Imperio no necesitaba ser reinstituido por la Iglesia.

 

     Por supuesto, el hecho de que el Imperio, al igual que la Iglesia, fuera de origen divino no significaba que ambas instituciones tuvieran la misma dignidad. Mientras que la Iglesia era “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1.23), y como tal eterna, el Imperio, como todos los bizantinos creyentes sabían y aceptaban, estaba destinado a ser destruido por el Anticristo. La Iglesia era como el alma que sobrevive a la muerte del cuerpo, siendo por naturaleza superior a él.

 

     Dicho esto, el hecho de que el Imperio, como el cuerpo, fuera creado por Dios era de gran importancia frente a quienes afirmaban, como el papa Gregorio VII, que su origen estaba en las pasiones del hombre caído y el demonio.[30] Fue en contra este maniqueísmo político que la institución de la unción imperial en Bizancio se erigió como un poderoso testimonio. O, para usar una metáfora diferente: el “dogma” casi calcedoniano de la unión sin confusión de las dos instituciones en Bizancio, una institución ungiendo y la otra siendo ungida, sirvió para marcar una diferencia del monofisismo político de los Papas posteriores al cisma, para los que la divinidad de la Iglesia “engullía”, por así decirlo, la “mera humanidad” del Imperio.

 

     Otra razón para la introducción de la unción imperial en Bizancio puede haber sido la necesidad percibida de proteger la monarquía contra posibles usurpadores y reforzar la legitimidad de los emperadores legítimos contra los innumerables golpes de estado que, como hemos visto, tanto desfiguraron la imagen de la vida bizantina en las décadas anteriores a 1204. Como hemos visto, la introducción anterior de la unción en España, Francia e Inglaterra había tenido precisamente ese efecto beneficioso. Y, ciertamente, la necesidad de algún criterio superior de legitimidad nunca había sido más acuciante que en el período del imperio niceno, cuando el poder romano parecía estar dividido entre una serie de mini-estados.

 

     En siglos anteriores, el criterio de legitimidad de facto había sido: el emperador verdadero es el que se sienta en el trono en Constantinopla, sean cuales sean los medios que haya usado para obtener el trono. Este criterio pudo haber parecido muy cercano a la ley de la selva, pero en cualquier caso su ventaja estribaba en que era un criterio claro.  El problema se dio luego de 1204, ya que, el que estaba sentado en el trono de Constantinopla era un hereje latino que obtuvo esta posición, no sólo matando a unos pocos enemigos personales, sino mediante la matanza masiva de gente común y profanando todo lo que para los bizantinos era más sagrado, incluido el propio santuario de Santa Sofía. El patriarca no lo había reconocido y había muerto en el exilio. Para la mayoría de los bizantinos no había duda: ese no era el verdadero emperador.

 

     Es por esto que el verdadero emperador debía encontrarse en uno de los reinos griegos que sobrevivieron a la caída de la Ciudad: Nicea, Trebisonda y Epiro. ¿Pero cuál?  Durante un tiempo pareció que el gobernante epirota Teodoro Ángel, cuyos dominios se extendían desde el Adriático hasta el Egeo y que estaba emparentado con las grandes familias de los Comnenos y los Ducas, tenía más derecho al trono que el niceno Juan Vatatzes, yerno del primer emperador niceno, Teodoro Lascaris. Sin embargo, el punto débil de Teodoro Angel era que el Patriarca vivía en Nicea, y el metropolitano de Tesalónica se negó a coronarlo, por considerarlo una violación de los derechos del Patriarca. Por eso es que recurrió al arzobispo Demetrio (Chomatianos) de Ochrid, que lo coronó en Tesalónica en el año 1225 o en el 1227.

 

     Según con A.A. Vasiliev: “coronó a Teodoro, dándole la santa unción. De este modo el déspota del Epiro, con frase del cronista, “revistió la púrpura y el calzado rojo” distintivos característicos de los basileos bizantinos. Una carta de Demetrio Cómatenos nos informa de que la coronación de Teodoro del Epiro y su santa unción tuvieron ‘el consenso general de los miembros del Senado que estaban en Occidente (es decir, en el territorio de Tesalónica y del Epiro), del clero y de todo el gran ejército’. En otro documento que ha llegado a nosotros, leemos que coronación y unción recibieron el asentimiento de todos los obispos residentes en esta parte occidental'.  Y Teodoro firmó sus decretos (crisobulas) con todos los títulos del emperador bizantino: 'Teodoro, basileo en Cristo Dios y autócrata de los romanos' “[31] Además, por las cartas del metropolita Juan Apocaucus de Naupactus, como escribe V.G. Vasilievsky, “nos enteramos por primera vez de la activa participación del clero griego y especialmente de los obispos griegos. La proclamación de Teodoro Ángel como emperador de los romanos fue tomada muy en serio: Tesalónica, que había pasado a sus manos, se contraponía a Nicea; Constantinopla se le indicaba abiertamente como la meta más próxima de su ambición y como una conquista asegurada; en el habla, en el pensamiento y en la escritura, la opinión común era la de que estaba destinado a entrar en Santa Sofía y ocupar allí el lugar de los emperadores romanos ortodoxos del que se sentaban de manera ilegal los advenedizos latinos. La realización de tales sueños no estaba más allá de los límites de lo posible; sería incluso más fácil tomar Constantinopla desde Tesalónica que desde Nicea.”[32]

 

     Sin embargo, la posición de Teodoro Angel tenía un punto débil que resultó fatal para sus esperanzas: no había sido ungido por el Patriarca de Constantinopla. Los anteriores emperadores bizantinos, incluido el propio Constantino, habían recibido el trono por aclamación del ejército y/o del pueblo, lo que se consideraba suficiente para la legitimidad. Pero ahora, en el siglo XIII, no bastaba con la aclamación: se consideraba necesaria la unción imperial dispensada por el primer jerarca de la Iglesia.

 

     Aquí los lascaridas de Nicea tenían ventaja sobre los Angelos de Tesalónica y los Comnenos de Trebisonda. Ya que el primer Lascarida, Teodoro I, había sido ungido antes (en 1208) y por un jerarca al que todos reconocían como poseedor de una autoridad mayor: el Patriarca Miguel IV Autoreianus. Como escribió el sucesor de Miguel, Germano II, al arzobispo Demetrio: “Dime, varón sacratísimo, ¿qué padres te concedieron la suerte de coronar al reino? ¿Por cuál de los arzobispos de Bulgaria fue coronado algún emperador de los romanos? ¿Cuándo extendió el archipastor de Ochrid su mano derecha en calidad de patriarca y consagró una cabeza real? Indícanos un padre de la Iglesia, y es suficiente. Sufre los reproches, pues eres sabio, y ama aun incluso siendo golpeado. No te enfades. Porque, en verdad, la unción real introducida por ti no es para nosotros el aceite de la alegría, sino un aceite inadecuado de acebuche. ¿De dónde compraste este precioso crisma (que, como es bien sabido, se hierve en el patriarcado), ya que tus anteriores almacenes han sido devorados por el tiempo?”.[33]

 

     En respuesta, el arzobispo Demetrio señaló la necesidad de tener un emperador en Occidente para expulsar eficazmente a los latinos. Teodoro Angel había llevado a cabo su tarea con gran distinción, y él mismo era de sangre real. Además, “el Occidente griego ha seguido el ejemplo del Oriente: al fin y al cabo, a pesar de la antigua práctica constantinopolitana, en la diócesis de Bitinia se ha proclamado un emperador y se ha elegido un patriarca según las necesidades. ¿Y cuándo se ha oído que un mismo jerarca gobierne en Nicea y se haga llamar patriarca de Constantinopla? Y esto no tuvo lugar por decreto de todo el senado y de todos los jerarcas, ya que tras la toma de la capital tanto el senado como los jerarcas huyeron tanto a Oriente como a Occidente. Y creo que la mayor parte están en Occidente...

 

     “Por alguna razón desconocida te has atribuido a ti solo la consagración del crisma. Pero este es uno de los sacramentos que es administrado por todos los jerarcas (según Dionisio Areopagita). Si permites que todo sacerdote bautice, entonces ¿por qué la unción para el reino, que es secundaria en comparación con el bautismo, es condenada por usted? Pero, de acuerdo a las necesidades de la época, es administrado directamente por el jerarca de rango inmediatamente inferior al patriarca, según las infalibles costumbres y enseñanzas de la piedad. Sin embargo, el que es llamado a reinar suele ser ungido, no con crisma, sino con el óleo consagrado por la oración... No teníamos necesidad de un crisma preparado, pero tenemos el sepulcro del Gran Mártir Demetrio, del que brota crisma a raudales...”[34]

 

     Sin embargo, al final fue la unción del verdadero primer-jerarca de la Iglesia la que dio la victoria a los lascaridas. Hemos visto que este sacramento fue fundamental para fortalecer a los reinos ortodoxos occidentales en una época en la que las invasiones amenazaban desde el exterior y el caos desde lo interno. Ahora, cumplía el mismo propósito en la Ortodoxia Oriental. Como escribe Aristides Papadakis, “la continuidad y el prestigio conferidos a la casa lascarida por esta solemne bendición y por la posterior presencia de un patriarca en Nicea fueron decisivos. Ya que, para aquel entonces, se pensaba que la coronación por un patriarca reinante era necesaria para la legitimidad imperial. [35]

 

     Pronto empezaron a fracasar los adversarios de los emperadores ungidos en Occidente. El poder de los Ángelo fue aplastado por el zar búlgaro Juan Asen. Después, en 1242, el emperador niceno Juan III Vatatzes obligó al hijo de Teodoro Ángelo, Juan, a renunciar al título imperial en favor del de “déspota”; y cuatro años más tarde el emperador Juan conquistó Tesalónica.[36] Así pues, fue la unción que se dio de manera mas temprana y categorica entre los emperadores nicenos lo que les permitió a estos ganar la lucha dinástica...

 

     A partir de entonces, el rito de la unción se consideró un elemento esencial de la legitimidad de los emperadores bizantinos. Sin embargo, el último emperador, Constantino XI, no fue ungido: los zelotes de Mystra se lo impidieron porque era un uniata en comunión con Roma y, por tanto, no era verdaderamente ortodoxo. Fue durante su reinado que el Imperio de 1100 años finalmente cayó...



[1] Eoin MacNeill, Saint Patrick, Dublin, 1964; republicado en The True Vine, 26, vol. 7, no. 2, p. 37.

[2]  Quoted in Archbishop Seraphim (Sobolev), Russkaia Ideologia (La Ideologia Rusa), san Petersburgo, 1992, p. 84.

[3] St. Dmitri of Rostov, The Great Collection of the Lives of the Saints, 1ero de Noviembre.

[4] Cf. metropolitano Anthony (Khrapovitsky), The Christian Faith and War, Holy Trinity Monastery, Jordanville.

[5] Marta Sordi, The Christians and the Roman Empire, Londres & Nueva York: Routledge, 1994. Existe una traducción al español que hemos consultado: Los cristianos y el Imperio Romano, Marta Sordi. Ediciones Encuentro, Madrid, España. 1998, pág. 163

[6] Apologeticum 33.1.

[7] Sordi, op. cit., pp. 172-73. En español; pág. 163

[8] Sordi, op. cit., p. 173. En español; pág. 163

[9] El Synaxarion, Convento de la Anunciación de Nuestra Señora de Ormylia (Chalkidike), 1998, tomo I, 1 de octubre, p. 254. Harold Nicolson, relata la historia tal y como se contó durante 300 años: “En aquella ocasión había tal multitud en la iglesia que el sacerdote que llegó con el óleo sagrado con el que el rey iba a ser ungido no pudo abrirse paso entre la muchedumbre. El obispo, al no disponer de aceite, se detuvo; un estado de tensión embarazosa descendió sobre el rey y la congregación. En ese momento, una paloma entró revoloteando en la catedral llevando sobre su pico un lekythion o frasco de aceite perfumado traído directamente del cielo. Con este aceite sagrado fue ungido Clodoveo y, a partir de entonces, el lekythion se conservó en un relicario con forma de paloma. Esta preciosa reliquia, conocida como la sainte Ampoule, fue celosamente conservada por los sucesivos arzobispos de Reims, quienes insistieron que ningún monarca francés podía pretender haberse ungido de debida manera al menos de que la ceremonia se celebrara en Reims y con el aceite de la sainte Ampoule (que tenía la mágica propiedad de renovarse en cada coronación) vertido sobre su cabeza y sus manos. Incluso Juana de Arco se negó a reconocer a Carlos VII como rey de Francia y hasta el momento en el que fue ungido en Reims siempre se dirigió a él como Delfín”. (Monarchy, Londres: Weidenfeld y Nicolson, 1962, p. 23)

[10] “La vida del santo jerarca Gregorio”, Living Orthodoxy, vol. II, p. 1. XVII, N 6, Noviembre-Diciembre, 1996, pp. 5-6.

[11] San Gildas, Sobre la ruina de Bretaña, 21.4.

[12] Lucy Menzies, Saint Columba of Iona, Felinfach: J.M.F. Books, 1920, 1992, p. 134; John Marsden, The Illustrated Columcille, Londres: Macmillan, 1991, p. 145.

[13] San Adomnan de Iona, Life of Columba. se suele decir que San Columba fue un abad, pero también pudo ser obispo. El hieromonje Gorazd (Vopatrny), de la Universidad Carolina de Praga, ha sugerido, en base a la obra Irish Monasticism de John Ryan que “los obispos tuvieron un rol de clásico liderazgo en la Iglesia irlandesa hasta aproximadamente los años treinta del siglo VI”. Con la difusión del monacato, todo el sistema de control eclesiástico se vio afectado. La jurisdicción la ejercían no sólo los obispos, fueran también abades o no, sino también los abades que sólo eran sacerdotes. Aproximadamente la mitad de los abades principales eran obispos y la otra mitad sacerdotes”. (comunicación privada, 7 de noviembre de 2012)

[14] Tampoco lo había hecho la India, que ofrece otro ejemplo temprano de reyes sacramentales en la consagración del rey Barlaam por San Josefat. Véase San Juan Damasceno, Barlaam and Ioasaph, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1967, pp. 552-553.

[15] Roger Collins, “Julian of Toledo and the Royal Succession in Late Seventh-Century Spain”, en P.H. Sawyer & I.N. Wood, Early Medieval Kingship, University of Leeds, 1979, p. 47.

[16] King, "The barbarian kingdoms", en Cambridge History of Medieval Thought, c. 350 - c. 1450, Cambridge University Press, 1991, p. 144.

[17] Chris Wickham(The Inheritance of Rome: A History of Europe from 400 to 1000, Londres: Penguin, 2009, p. 130) considera que se trata de una "novedad" introducida por el propio Wamba.

[18] San Julián, en Collins, op. cit., pp. 41-42.

[19] Nota de Traductor – El autor utiliza el término “Kingmaking” que es intraducible al español y que significa: “Hacer a los reyes” o “hacedor de reyes”. El termino denota no solo la acción de la Unción real, sino también el proceso de elección del Rey.

[20] Nelson, J.L. "Inauguration Rituals", en Nelson, J.L. Politics and Ritual in Early Medieval Europe, Londres: Hambledon Press, 1986, p. 59.

[21] San Isidoro, Etymologiae, 9.3.4, col. 342.

[22] Canning, A History of Western Political Thought, 300-1450, Londres y Nueva York: Routledge, 1996,p. 55.

[23] Nota de Traductor – Se trataba del prefecto del pretorio.

[24] N. de T. – Esto recuerda al celebre pasaje de Castiglione en su manual para los cortesanos, titulado El Cortesano: «opinión de muchos sabios y famosos filósofos ser el mundo compuesto de música, y los cielos en sus movimientos hacer un cierto son y una cierta armonía, y nuestra alma con el mismo concierto y compás ser formada, y por esta causa despertar y casi resucitar sus potencias con la música». Como modelo del cortesano ideal los occidentales se basaron de muchos usos y costumbres que traían los emigrados bizantinos luego de la caída de Constantinopla en 1453.

Bajo esta concepción, todos los integrantes del Imperio, desde el funcionario más bajo, el monje, el agricultor, el soldado, hasta el centro del mismo, el basileos, ocupan un rol y una función, su vida tiene sentido.

[25] Dvorkin, Ocherki po Istorii Vselenskoj Pravoslavnoj Tserkvi (Esbozos sobre la historia de la Iglesia Ortodoxa Universal), Nizhni-Novogorod, 2006, pp. 695-696, 697-698. El patriarca recibió por primera vez la confesión de fe del emperador en el año 491 (Canning, op. cit., p. 14).

[26] Ostrogorsky, "Evoliutsia vizantijskogo obriada koronovania" ("La evolución del rito bizantino de coronación"), citado por S. Fomin y T. Fomina, Rossia pered Vtorym Prishestviem (Rusia antes de la Segunda Venida), Moscú, 1994, vol. 1, p. 117.

[27] Dagron, Empereur et Prêtre (Emperador y sacerdote), París : Gallimard, 1996, p. 282. Dvorkin adhiere a su opinión (op. cit., p. 698). De manera más cautelosa, Vera Zemskova, quien escribe que: "el rito de la unción surgió en Bizancio bajo la influencia de Occidente, donde el sacramento ya existía y tenía su fuente en la comprensión de la sacralidad del poder que era característica de los bárbaros. Es cierto que es imposible el decir de qué tipo de influencia se trataba. Ni siquiera en la historia de los intensos contactos entre el emperador Manuel Comneno (1143-1180) y los soberanos occidentales se menciona este tema. El rito apareció tras la conquista de Constantinopla con los emperadores del imperio Niceo...” (mencionado en comunicación personal con Vladimir Moss, el 11 de agosto de 2000)

     De hecho, hay poco acuerdo sobre la fecha en que se introdujo este sacramento en Bizancio. Según Fomin y Fomina ,(op. cit., vol. II, p. 1). I, p. 96), fue introducido en el siglo IX, cuando Basilio I fue ungido con el aceite de la crismación o con aceite de oliva (P.G. 102.765); según M.V. Zyzykin (Patriarkh Nikon (Patriarca Nicón), Varsovia, 1931, parte 1, p. 133) - en el siglo X, cuando Nicéforo fue ungido por el Patriarca Polyeuctus; según Canning (op. cit., p. 15) - en el sigloXII; según Dagron (op.cit., p. 282) y G. Podskalsky (Khristianstvo i Bogoslovskaia literatura v Kievskoj Rusi (988-1237) (Cristianismo y literatura teológica en la Rus de Kiev (988-1037), San Petersburgo, 1996, p. 70) - en el siglo XIII.  Nicetas Khoniates menciona que Alexis III fue "ungido" en su coronación en 1195; pero según Vera Zemskova (en una comunicación personal conmigo) es probable que esto significara "elevación al rango de emperador" más que unción con crisma en el sentido literal, corporal. En esta distinción entre unción visible e invisible reside el quid de la cuestión, pues incluso a los obispos, que (en Oriente) no recibían la unción visible, a menudo se hacía mención de ellos como si fueran ungidos.  Y cuando San Focio le dijo del emperador Miguel III que Dios "lo ha creado y ungido desde la cuna como emperador de Su Pueblo", hablaba claramente de una unción invisible. Véase también O.G. Ulyanov, “O vremeni vozniknovenia inauguratsionnogo miropomazania v Vizantii, na Zapade i v drevnej Rusi”, en Rus' i Vizantia, Moscú, 2008, pp. 133-140.

[28] Dagron, op. cit., pp. 282-283.

[29] Zosimas, citado en Fomin y Fomina, op. cit., vol. 1, p. 118.

[30] N. de T. – Vladimir Moss en otro escrito titulado The Mystery of royal anointing menciona: “El misterio de la Unción real”, mencionaría: “Solo unos pocos años después, sin embargo, el ideal (de Sinfonía de Poderes) no solo fue distorsionado, sino completamente destruido por el pontífice romano Gregorio VII al anatematizar a los reyes de Inglaterra y Alemania y ordenar a sus poblaciones que se levantaran contra sus soberanos, absolviéndolos de sus juramentos de lealtad. Roma se rebelo en contra de su propia herencia y de sus propios defensores, su propio legado inestimable de ley y orden; la enseñanza esencialmente romana sobre la obediencia a la autoridad secular, que fue expuesta en las epístolas de los Apóstoles romanos Pedro y Pablo, fue destruida por el propio Papa de Roma, convirtiéndose así en el primer revolucionario ideológicamente motivado en la historia europea y el antecesor directo, como señalaron Tyutchev, Kireyevsky y Dostoyevsky, de los revolucionarios socialistas rusos. Utilizando falsificaciones como la Donación de Constantino, Gregorio argumentó que tanto el poder secular como el eclesiástico, las llamadas “dos espadas de Pedro”, le habían sido otorgadas, de modo que el poder de los reyes les era simplemente delegado por el Papa y podía ser recuperado por él a voluntad, lo que significaba que un rey no era esencialmente superior al más simple de los laicos a pesar de su unción al reino. Así Gregorio escribiría: “¿Quién no sabría que reyes y duques tomaron su origen de aquellos que, ignorantes de Dios, a través del orgullo, la rapiña, la perfidia, los asesinatos y, finalmente, casi cualquier tipo de crimen, instigados por el Diablo, el príncipe de este mundo, buscaban con deseo ciego y presunción insoportable dominar a sus iguales, es decir, a otros hombres?" "¿Quién dudaría de que los sacerdotes de Cristo son considerados los padres y maestros de reyes, príncipes y de todos los fieles?”

[31] Vasiliev, A History of the Byzantine Empire, University of Wisconsin Press, 1955, p. 521. En español puede consultase: Historia del Imperio Bizantino. Tomo II. pagina 182-183. A.A. Vasiliev. Ed. Iberia – Joaquín Gil, Editores, S.A.. Barcelona, España. 1946

[32] Vasilievsky, citado en Vasiliev, op. cit., pp. 521-522.

[33] Patriarca Germano, en F.I. Uspensky, Istoria Vizantiiskoj Imperii (Historia del Imperio Bizantino), Moscú: "Mysl'", 1997, p. 412.

[34] Arzobispo Demetrio, en Uspensky, op. cit., p. 413.

[35] Papadakis, The Orthodox East and the Rise of the Papacy, Crestwood, NY: St. Vladimir's Seminary Press, 1994, p. 212.

[36] John Julius Norwich, Bizancio: The Decline and Fall, Londres: Penguin books, 1996, pp. 188, 189.

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