Vladimir Moss
Introducción
La incomparable potencia y gloria del
Imperio Romano, y la aceptación de su autoridad por parte de casi todas las
naciones civilizadas del Mundo Antiguo, proporcionaron un nuevo fundamento
legal y moral al poder político en el mundo antiguo. En resumen, el poder político legítimo era el
Poder Romano, o el de aquel poder que podía reclamar cierto parentesco o
descendencia de él. Esto fue aceptado
(aunque con diferentes grados de convicción y satisfacción) tanto por guerreros
germánicos como por los senadores romanos, por los coptos monofisitas así como
por los griegos ortodoxos.
De esta manera, el apóstol británico de
Irlanda, San Patricio, llamó “tirano” al jefe escocés Coroticus porque su poder
no provenía de Roma. San Patricio se consideraba como todos los demás britanos
como ciudadano de Roma a pesar de que las ultimas legiones romanas abandonaran
la isla en el año 410 [1] Los reyes británicos e ingleses continuaron
usando títulos y símbolos romanos y bizantinos hasta finales del siglo X.
El principio básico era que todo
poder que fuera romano o siguiera el modelo romano era de Dios (Romanos 13.1),
y todo poder que fuera antiromano era del diablo (Apocalipsis 13.2). Porque Roma, se tenía en cuenta, que era el
poder que retenía la llegada del Anticristo (II Tesalonisenses 2.7) y que solo
sería destruido por el Anticristo. Como el Patriarca Nicón de Moscú dijo: “El
Imperio Romano [del cual entendía que Rusia, la Tercera Roma, era la
continuación] debe ser destruido por el Anticristo, y el Anticristo, por
Cristo.”[2]
Después de que Roma se convirtió
al cristianismo bajo San Constantino, un criterio adicional para que el poder
político fuera legítimo era que debía de ser ortodoxo.
Así fue, a finales del siglo VI,
el hijo del rey visigodo de España, San Hermenegildo, se levantó contra su
padre arriano Leovigildo en nombre de la ortodoxia y fue apoyado por los
ejércitos de la provincia bizantina de Spania (suroeste de la actual España).
La rebelión de Hermenegildo no tuvo éxito, y él mismo fue martirizado por
negarse a recibir la comunión por parte de un obispo arriano en la Pascua del
año 585.
Sin embargo, ya para el Concilio
de Toledo en 589, el nuevo rey, Recaredo, y toda la nobleza gótica aceptaron la
Ortodoxia.
Fue así que, como escribe San
Dimitri de Rostov, “el fruto de la muerte de este único hombre fue la vida y la
Ortodoxia para todo el pueblo de España”.[3]
Esto contribuyó a establecer el
principio de que el poder político legítimo es o bien el poder romano o aquel
que comparte la fe de los romanos, la Ortodoxia.
A un poder que no es ortodoxo
puede derrocársele desde dentro o revelársele desde afuera siempre y cuando el
motivo sea verdaderamente religioso; el establecimiento o restablecimiento de
la Ortodoxia.
Esto no significa, sin embargo,
que los cristianos estén obligados a rebelarse contra todos los regímenes
paganos o heterodoxos. Por el contrario, dado que la guerra civil es uno de los
peores males, la decisión de rebelarse no puede tomarse a la ligera.[4] De hecho,
tales rebeliones han sido raras en la historia ortodoxa y solo se han llevado a
cabo con la bendición de la Iglesia, como cuando San Sergio de Radonezh bendijo
la rebelión de los rusos en contra de la horda tártara.
¿Podría considerarse como legítimo un
emperador romano posterior a Constantino que no fuera ortodoxo? En general, los
cristianos solían dar una respuesta positiva a esta pregunta sobre la base de
que la raíz del árbol romano era buena aunque sus frutos fuesen por ocasiones
malos, razón por la cual obedecían a los emperadores monofisitas e iconoclastas
en todo menos en sus políticas religiosas.
Sin embargo, como veremos, existieron antecedentes de una posición más
rigurosa que reconocía a un poder como legítimo y romano solo si también era
ortodoxo.
¿Qué hay de los numerosos emperadores que
obtuvieron el poder mediante un golpe militar?
La posibilidad de que un
emperador pudiera gobernar por la fuerza pero no por el derecho dio lugar a la
necesidad de una forma adicional y más eclesiástica de legitimación;
específicamente, el sacramento de la unción real. Este sacramento se remonta a
la época de los reyes del Antiguo Testamento Saúl y David, quienes fueron
ungidos por el profeta y sacerdote Samuel.
La gracia de la unción tanto
separa como fortalece al rey para su tarea sagrada, y le confiere a su persona
una inviolabilidad sagrada. El rey verdaderamente ungido participa en el
Reinado de Cristo de la misma manera que un sacerdote debidamente ordenado
participa en Su Sacerdocio.
Unción pre-cristiana
Por supuesto, los primeros Emperadores
Romanos no recibieron el sacramento de la unción real porque eran paganos. Sin
embargo, el hecho de que el Señor Jesucristo naciera en el Imperio Romano, de
que fuera registrado en un censo y pagara impuestos a este, y de que el Apóstol
Pablo incluso fuera ciudadano romano, indicaba que Roma había sido elegida, distinguida
de los imperios paganos anteriores, para hacerse procreadora de un potencial
para el bien.
Así como el Señor en el Antiguo
Testamento “ungió” al Emperador persa Ciro “para someter naciones delante de
él” (Isaías 45.1) y “enderezar los lugares torcidos” (45.2), para que el pueblo
de Dios pudiera regresar a su tierra natal en la Jerusalén terrenal, así
también, en los tiempos del Nuevo Testamento, el Señor “ungió” a los
Emperadores romanos para someter naciones delante de ellos y enderezar los
lugares torcidos, con el propósito de que el Evangelio cristiano pudiera llevar
a todas las naciones del Imperio a su patria en la Jerusalén celestial.
Es así que puede interpretarse que el
sacramento de la unción real existió antes de Cristo, de la misma manera que el
sacramento del matrimonio existía antes de Cristo. Ambos son sacramentos “naturales” que
existen para fortalecer los vínculos naturales de la vida familiar y
estatal.
De hecho, el Estado, como señaló
el Metropolitano Filaret de Moscú, es simplemente una extensión de la familia,
con el Zar-Batyushka en el lugar del paterfamilias.
Pero con la venida de Cristo, – lo cual
providencialmente coincidió, como señalaron varios de los Santos Padres, con el
nacimiento del Imperio Romano –, el poder estatal recibió una tarea más
elevada: la de contener “el misterio de la iniquidad” y proteger a la Iglesia;
lo cual exigía una mayor efusión de la Gracia Divina. Por supuesto, los
Emperadores no eran conscientes de esta tarea, y la gracia que recibían, no la
recibían directamente a través de la Iglesia, sino a través de la unción
invisible de Dios Mismo.
Pero los resultados, – en cuanto
a la estabilidad y orden del Imperio Romano –, eran evidentes para que todos
pudieran ver y admirar.
Con pocas excepciones, como las
de Nerón y Domiciano, los emperadores romanos llevaron a cabo la tarea que les
fue encomendada. Ya que, como el Profesor Sordi ha demostrado de manera
convincente, la oposición a los cristianos en los primeros tres siglos de la
historia cristiana generalmente no provenía de los emperadores, sino del Senado
y la turba (tanto pagana como judía), y fueron los emperadores quienes
protegieron a los cristianos de sus enemigos.[5]
Es por eso que los cristianos consideraban al emperador, en palabras de
Tertuliano, como “más nuestro (que vuestro), pues nuestro Dios lo hizo
César.'“.[6]
Sordi comenta sobre estas palabras:
“Paradójicamente, podríamos decir que el imperio cristiano, hecho realidad por
Constantino y sus sucesores, ya estaba potencialmente presente en esta
afirmación de Tertuliano, que cierra una declaración final de lealtad hacia
Roma y su imperio, sumamente comprometida y que desmiente a quienes consideran
que la llamada ‘teología política’ es fruto de la paz constantiniana.
Tertuliano dice que los cristianos rezan por los emperadores y piden para estos
‘una larga vida, imperio quieto, palacio seguro, ejércitos fuertes, Senado
leal, pueblo honrado, un mundo en paz’.[7]
“Y añade, - continúa Sordi, - ellos rezan:
‘por la estabilidad general del Imperio y por el poderío romano' porque saben
que “a través del imperio se aplaza la enorme violencia que se cierne sobre el
universo y el mismo fin del mundo, que trae horribles calamidades'“ Se trata de
la interpretación, habitual en los Padres, del famoso pasaje de la segunda
epístola a los Tesalonisenses (2. 6-7), sobre el obstáculo, algo o alguien, que
impide la venida del Anti-Cristo.
Presidiendo aquí de todo intento de explicar este misterioso pasaje, el
hecho de que la tradición cristiana hasta Lactancio, Ambrosio y Agustín, haya
identificado a esta presencia obstaculizadora con el Imperio Romano, con el
Imperio Romano, (...), sea como institución o como ideología” Mediante la
convicción de que el Imperio Romano tendría la misma duración que el mundo
(Tertuliano Ad Scapulam 2), los cristianos primitivos recuperan y hacen suyo el
concepto de Roma aeterna ‘Cuando
rezamos para retrasar el final – dice Tertuliano – (Apologeticum 32.1) – ‘ayudamos a que Roma dure para siempre’ [8]
En Occidente
El rito de la unción real parece tener su
origen en Occidente, aunque no se sabe con certeza dónde. Según una tradición,
Clodoveo, primer rey cristiano de los francos, recibió el sacramento de forma
milagrosa tras ser bautizado por San Remigio, arzobispo de Reims, el día de
Navidad del año 496. Pero puede que en realidad se tratara del sacramento de la
crismación que normalmente se administra inmediatamente después del bautismo, y
no específicamente el de la unción real.
“Cuando llegó el momento de ungir al Rey recién bautizado con el santo Crisma,
el Obispo vio que faltaba. Levantando los ojos al Cielo, imploró a Dios que se
lo proporcionara, ante lo cual una paloma blanca descendió del Cielo con una
ampolla de aceite milagroso”.[9]
A principios del siglo VI, el arzobispo
italiano Gregorio ungió al primer rey cristiano del reino del sur de Arabia de
Omir (o Himyar), Abraham, en presencia de San Elesbaan, rey de Etiopía:
“Levantando los ojos, la mente y las manos al cielo, oró fervientemente y
durante largo tiempo para que Dios, que conoce la vida y los pensamientos de
cada hombre, le indicara al hombre digno del reino. Durante la oración del
arzobispo, el poder invisible del Señor elevó de repente por los aires a cierto
hombre llamado Abraham y lo colocó frente al rey Elesbaan. Todos gritaron asombrados
durante largo rato: ‘¡Señor, ten piedad!’. El arzobispo dijo: ‘Aquí está el
hombre a quien pedisteis que fuera ungido para el reino. Dejadle aquí como rey,
seremos de un mismo sentir con él, y Dios nos ayudará en todo’. Gran alegría
llenó a todos al contemplar la providencia de Dios. Entonces el rey Elesbaan
tomó al hombre Abraham, que había sido revelado por Dios, lo condujo al templo
de la Santísima Trinidad que estaba en la ciudad real de Afar, le puso la
púrpura real y le colocó la diadema en la cabeza. Entonces San Gregorio lo
ungió y el Sacrificio incruento fue ofrecido por los reyes y todo el pueblo, y
ambos reyes comulgaron en los Divinos Misterios de manos del arzobispo...”[10]
Es posible que la unción real se originara
en Britania; pues San Gildas, refiriéndose a sucesos acaecidos en el siglo V, escribió:
Reyes eran ungidos,[Ungebantur] no en el nombre de Dios, sino por haber
superado a otros en crueldad, y al
poco tiempo, y sin inquirir de manera alguna la verdad, eran asesinados por
quienes los habían ungido, y otros aún más crueles eran elegidos para
sustituirlos.”[11]
No mucho después, en 574, el apóstol
irlandés de Escocia, San Columba, consagró al primer rey ortodoxo de Escocia,
Aidan Mor, que se convertiría en el antepasado de todos los reyes celtas de
Escocia y, a través de Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, de la actual
familia real británica. [12] Los
abades de Iona Cummineus Albus y Adomnan del siglo VII relatan cómo el santo
que se encontraba “en la isla de Hymba [probablemente Jura], una noche entró en
éxtasis mental y vio a un ángel del Señor que le había sido enviado, y que
tenía en la mano un libro de cristal de la Ordenación de los Reyes”. El
venerable hombre lo recibió de la mano del Ángel, y a su mandato comenzó a
leerlo. Y cuando se negó a ordenar como rey a Aidan de acuerdo con lo que el
libro mandaba, ya que amaba más a su hermano Iogenan, el Ángel, extendiendo
repentinamente su mano, golpeó al santo con un azote, del que le quedó la marca
lívida en su costado todos los días de su vida, y añadió estas palabras,
diciendo: ‘Ten por cierto que Dios me ha enviado a ti con este libro de
cristal, para que, de acuerdo con las palabras que has leído en él, órdenes a
Aidan como rey, y si no estás dispuesto a obedecer esta orden, te golpearé de
nuevo.’ Cuando, entonces, este Ángel del Señor se le apareció durante tres
noches sucesivas, con ese mismo libro de cristal en su mano, y habiéndole
reiterado las mismas órdenes del Señor concernientes a la ordenación de ese
rey, el santo obedeció la Palabra del Señor, y navego hasta la isla de Iona
donde, como se le había mandado, ordenó a Aidan como rey, Aidan habiendo
llegado Aidan allí al mismo tiempo.”[13]
San Columba acudió entonces con el rey
Aidan al Sínodo de Drumceatt, en Irlanda, donde se acordó la independencia de
Dalriada (la parte de Escocia occidental colonizada por los irlandeses) a
cambio de una promesa de ayuda a la madre patria en caso de invasión desde el
extranjero.
Quizá sea significativo que estos primeros
ejemplos de reyes cristianos sacramentales procedan de partes del mundo
alejadas de los centros de poder imperial. Ni Etiopía ni Irlanda habían sido
parte del Imperio Romano[14]; mientras
que Gran Bretaña se había separado de él. Tal vez fue aquí, en donde la romanidad era débil o prácticamente
inexistente que la Iglesia tuvo que intervenir mediante el sacramento para proveer
de legitimidad política, especialmente dado que aquí se estaba creando una nueva dinastía en una tierra cristiana nueva, que requería tanto la bendición
de los antiguos gobernantes como de una acción especial de la Iglesia.
En la Europa continental, si excluimos el
dudoso caso de Clodoveo, el sacramento de la unción real apareció por primera
vez en España. Una posible razón para ello es que España carecía de una
monarquía estable, y el sacramento puede haber sido visto como una ayuda para
proporcionar estabilidad. Es por esto que Collins escribe que en la primera
mitad del siglo VII, “los principios por los que se podía juzgar la legitimidad
de cualquier rey, aparte del mero éxito en mantener su trono contra todos los
vencedores, parecen brillar por su ausencia Así, Witerico había depuesto y asesinado a Liuva II en
603, Witerico había sido asesinado en 610, el hijo de Sisesbuto, Recaedro II,
fue probablemente depuesto por Suintila en 621, Suintila fue depuesto con
certeza por Sisenando en 631, Tulga por Chindasvinto en 642. Los reyes
efímeros, como Iudila, que consiguió acuñar algunas monedas en la Bética y
Lusitania a principios de la década de 630, también hicieron sus intentos por
el poder.”[15]
La única autoridad generalmente reconocida
que podía poner orden en este caos era la Iglesia. Siendo así que,
probablemente hacia mediados del siglo VII, la Iglesia Ortodoxa de España
introdujera el rito de la unción real. A partir de ahora, los reyes no sólo
serían llamados “reyes por la gracia
de Dios”, sino que se vería que lo
eran por la concesión visible de la gracia sacramental a manos del arzobispo.
Además que, paradójicamente, daba algún
tipo de justificación para la deposición de los reyes. Pues, como escribe P.D. King, “ellos
nunca hablaban de deposición, y fue la ficción de la abdicación a la que
recurrieron cuando Suintila fue de hecho derrocado por la revuelta. La
introducción del rito veterotestamentario de la unción real, quizá en 631 para
dejar visible y ceremonialmente claro que el sucesor usurpador de Suintila
gobernaba por el favor de Dios, confirmó y apuntaló la exaltación del estatus monárquico”.[16]
En 672, el rey Wamba fue ungido por el
arzobispo de Toledo[17] en una
ceremonia que fue descripta por san Julián de Toledo, contemporáneo a la misma,
de esta manera: “Pero cuando llegaron
adonde recibiría la vexilla de la santa unción, en la Iglesia del
Pretorio, la de los Santos Pedro y Pablo, resplandeciente con su indumentaria
regia, de pie ante el divino altar, prestó juramento de fidelidad al pueblo
según el ritual. A continuación,
hincado de rodil. las manos del
bienaventurado obispo Quirico le esparcen por la cabeza el óleo de la bendición
y el poder de la bendición se le muestra tan pronto se le derrama este signo de
salvación. En efecto, de seguida
desde lo alto de la cabeza, donde el óleo había sido vertido, alzóse en forma
de columna un vapor semejante al humo y del mismo sitio de la cabeza viose
revolotear una abeja, señal que constituía un presagio de la buena fortuna que
se avecinaba.”[18]
Probablemente fue desde España desde donde
se introdujo en Francia el rito de la unción de los reyes. Ya que después de
que el Papa Esteban ungiera al rey franco Pepino en 754, el rito se convirtió
en una práctica habitual en la rex facens[19] en todo
Occidente. Siendo así que, en 781, el sucesor de Pepino, Carlomagno, mando que
dos de sus hijos sean ungidos por el papa Adriano como reyes de Aquitania e
Italia. Y en 786 el rey Offa de Mercia mando ungir a su hijo Egfrith.
Sin embargo, pasó algún tiempo para que la
unción se considerara constitutiva de
la verdadera realeza. Al igual que en Roma y Bizancio, los reyes occidentales
que eran elevados al trono sólo por elección o aclamación no se consideraban
ilegítimos; simplemente la unción añadía una autoridad extra y un carácter
sagrado a la monarquía. La autoridad y la gracia adicionales que proporcionaba
el sacramento de la unción produjeron resultados tangibles: en España, Francia
e Inglaterra la introducción de la unción, acompañada de severas advertencias
conciliares de “no tocar al Ungido del Señor”, condujo a una reducción de los
regicidios y las rebeliones y a un fortalecimiento del poder monárquico. En
España, este proceso llegó a un abrupto final en 711, cuando la mayor parte de
la península fue conquistada por los musulmanes árabes. En Francia occidental
(la Francia moderna), los vikingos acabaron con ella a finales del siglo IX, a
pesar de los esfuerzos de defensores del poder real (y opositores al despotismo
papal) como el arzobispo Hincmaro de Reims; sin que Francia tuviera la
posibilidad de desarrollar una monarquía fuerte hasta el siglo XII. Pero en
Francia Oriental (la actual Alemania) y en Inglaterra, la monarquía sobrevivió
y echó profundas raíces.
Janet Nelson escribió: “Si relativamente
muchos merovingios fueron asesinados mientras reinaban y no lo fue ningún
carolingio, difícilmente esto se pueda explicar en base al efecto protector que
tenía la unción para la última dinastía, al menos en su primer periodo. Más
relevantes aquí son factores como la preservación de
una forma bastante restrictiva de sucesión real (y el abandono de la poligamia
por parte de los carolingios debió de estrechar rápidamente el círculo de la
realeza) y el crecimiento de una ideología de realeza cristiana fomentada por
el clero.”[20] Sin
embargo, todos estos factores estaban relacionados. Una vez que se aceptó que
la Iglesia tenía un rol importante que desempeñar en la rex facem mediante el sacramento de la unción, también se
naturalizo que la Iglesia tuviera voz en la elección del mejor candidato para
el trono, así como en el administrar un juramento de coronación, en el cual el
rey juraba proteger a la Iglesia
Teóricamente,
también, la Iglesia podía negarse a sancionar a un rey, e incluso conducir al
pueblo a la rebelión si este no gobernaba correctamente. Así decía San Isidoro
de Sevilla: “Serás rey si actúas rectamente; si no, no lo eres”, que contiene
un juego de palabras entre rex, “rey”, y recte, “rectamente”,[21] y una
amenaza implícita por parte de la Iglesia de no reconocer al rey en
determinadas circunstancias. Además, en la versión latina de la famosa Sexta Novella de Justiniano también se
indica claramente que, para que la sinfonía de poderes sea eficaz, el rey debe
reinar rectamente (recte).
Joseph Canning escribe: “La contribución
específica que los rituales de unción hicieron al desarrollo de la idea de la
realeza teocrática apareció claramente en las ordines de Hincmaro. La
unción se había convertido en el elemento constitutivo del proceso de formación
del rey: eran los obispos quienes, como mediadores de la gracia divina, hacían
al rey. Así pues, se produjo una relativa degradación de otros aspectos tradicionales
de la inauguración: del consentimiento de los grandes hombres del reino, de la
entronización y de la fiesta. La unción episcopal representaba la tercera etapa
de la elaboración de la noción de realeza por la gracia de Dios, siendo la
primera la visión paulina de que todo gobierno estaba sancionado divinamente, y
la segunda la de que el poder del monarca derivaba directamente de Dios. La
unción transformaba la realeza en otra dimensión superior, ya que dicha unción
se entendía como un sacramento. Se produjo así un cambio crucial en el
significado atribuido a la ‘gracia’ por la cual que gobernaba el rey medieval.
Mientras que anteriormente, gratia en este contexto significaba ‘favor’,
indicando así la fuente de su poder (la naturaleza probablemente sacramental de
la unción del siglo VIII aún permanece oscura), ahora gratia también
significaba definitivamente ‘gracia sobrenatural’ infundida en el rey a través
de la mediación de los obispos con el fin de permitirle desempeñar su sagrado
ministerio de gobierno sobre el clero y los laicos dentro de su Reino,
concebido como una Iglesia en el más amplio
sentido.”[22]
San Constantino se había llamado a sí
mismo “obispo de aquellos quienes están fuera”, entendiendo su ministerio de
forma análoga a la de un obispo, pero extendido al mundo pagano, más allá de la
jurisdicción de cualquier obispo y, por tanto, sujeto a la Iglesia en un
sentido moral, pero no jurisdiccional. Sin embargo, en Occidente, en el siglo
IX, cuando las fronteras del reino y de la Iglesia eran casi colindantes, el
ministerio del rey se consideraba casi enteramente eclesiástico, percepción reforzada por su unción por la Iglesia y por el hecho de que el
simbolismo del rito, incluidos el báculo, el anillo y las vestiduras, era casi
idéntico al de la consagración episcopal. Esto sirvió para aumentar el carácter
sagrado del rey; pero también permitió a la Iglesia intervenir de forma más
decisiva tanto en el proceso de rex facem
como en la definición de lo que el rey podía y no podía hacer y, si era
necesario, en su deposición. Lo vemos por primera vez en 833, cuando los
obispos francos intervienen para deponer al emperador carolingio Luis el
Piadoso. Otro ejemplo llamativo fue cuando San Dunstan, arzobispo de
Canterbury, intervino para ungir a San Eduardo Mártir como rey de Inglaterra en
979....
En la Roma Oriental
El Sacramento de Unción para un reinado
apareció mucho más tarde en Bizancio que en Occidente. Con certeza el primer
caso de unción
visible con Óleo Santo del Emperador a manos de un Patriarca se produjo durante
la coronación del Emperador Teodoro I Lascaris en 1208. La entronización del
Emperador había tardado varios siglos en adquirir este carácter estrictamente
eclesiástico...
Es así que Alexander Dvorkin escribe: “La
ceremonia de coronación introducida por Diocleciano era llevada a cabo por el
primer funcionario del Imperio[23].
Los primeros emperadores cristianos continuaron esta práctica. Por ejemplo,
Teodosio II fue coronado por el prefecto de la ciudad de Constantinopla. Sin
embargo, en la coronación de su sucesor, Marciano, el patriarca ya estaba
presente. Por un lado, esto significaba que el patriarca se había convertido en
la segunda persona oficial más importante del Imperio después del propio
emperador. Pero, por otro lado, su participación convirtió la coronación en una
ceremonia religiosa. En el transcurso de la misma, se le sometió al emperador a
una especie de ordenación, recibió los dones del Espíritu Santo. A partir de
entonces, el palacio imperial pasó a conocerse como el palacio sagrado. Las
ceremonias del palacio adquirieron un carácter litúrgico en el que el emperador
desempeñaba un doble papel: como representante de Dios en la tierra y como
representante del pueblo ante Dios, símbolo de Dios mismo y de la Encarnación
Divina. Sin embargo, durante toda la primera mitad de la historia bizantina la
coronación sólo sancionaba de facto al ya proclamado emperador. La
antigua tradición romana en la que el ejército y el senado proclamaron al
emperador continuó siendo el criterio principal para su entrada en el cargo.
Sin embargo, en el siglo XI apareció la opinión entre los canonistas (como el
patriarca Arsenio el Estudita) de que la licitud de los emperadores se fundaba,
no en la proclamación, sino en la coronación patriarcal.
“Se daba un carácter especial a la
posición del Emperador mediante las peticiones específicas en las letanías y
las oraciones que se leían en las Iglesias en los días festivos. En una oración
de Nochebuena se pidió a Cristo que se ‘levanten los pueblos de todo el mundo
habitado para dar tributo a Vuestra Majestad, de la misma manera que los magos
han traído presentes para Cristo’. En los cantos de Pentecostés se decía que el
Espíritu Santo descendía en forma de lenguas ardientes sobre la cabeza del emperador.
Constantino Porfirógenito escribió que era precisamente a través de las
ceremonias de palacio: “que el poder imperial pueda, ejerciéndose con orden y
mesura, reproducir el movimiento armonioso que
el Creador imprime al universo, y, así, mostrarse más majestuoso y grato a
nuestros súbditos”[24].
Los bizantinos creían
fervientemente en precisamente esta concepción del papel del emperador. Sin
embargo, esto no les impedía tomar parte en el derrocamiento de un emperador al
que consideraban indigno o deshonroso. Su santidad no garantizaba que sufriera
una muerte violenta. Los bizantinos veneraban al símbolo, que no coincidía
necesariamente con cada personalidad concreta. Aquel emperador cuya
personalidad a los ojos del pueblo y de la Iglesia no se correspondía con su
elevada vocación era considerado un tirano y un usurpador, y su derrocamiento
violento era sólo cuestión de tiempo y se lo veía como un acto agradable a
Dios...
“El Emperador era coronado por el
Patriarca, y en la Bizancio tardía prevaleció la posición de que era
precisamente este acto de coronación el que lo elevada a la Dignidad Imperial.
El patriarca recibía su confesión de fe y podía negarse a coronarlo si no
aceptaba cambiar de fe o corregir su moral. Como último recurso el patriarca
podría excomulgar al emperador...”[25]
G.A. Ostrogorsky describe el rito completo
de la siguiente manera: “Antes de la coronación, el Emperador, al entrar en la
iglesia de Santa Sofía, entregaba en primer lugar al Patriarca el texto del
Símbolo de la Fe escrito de su puño y letra y firmado, y acompañado... de las
promesas de seguir indefectiblemente las tradiciones apostólicas, los decretos
de todos los Concilios Ecuménicos y Locales y la enseñanza de los Padres de la
Iglesia, y de permanecer siempre fiel hijo y servidor de la Iglesia, etc.
Luego, antes de la realización
del rito de coronación propiamente dicho, en el Augusteon (un patio que conduce a Santa Sofía) se daba lugar a la
ceremonia de alzarlo sobre el escudo... El escudo era sujetado adelante por el
Patriarca y el primer funcionario del Imperio, mientras que a los lados y por detrás, por
los nobles que le seguían en rango... La unción y coronación del Emperador se
incluían en el transcurso del servicio divino. En un momento determinado de la
Liturgia, cuando el Patriarca salía del altar y subía al ambón, acompañado por
los más altos rangos de la Iglesia, y ‘un gran silencio y quietud’ se
instalaban en la iglesia, el Patriarca invitaba al Emperador a subir al ambón.
El Patriarca leía las oraciones compuestas para el rito de la unción - una en
voz baja, y las demás en voz alta -, tras lo cual ungía al Emperador con crisma
formándole una cruz y proclamando: ‘¡Santo!’. Los que le rodeaban en el ambón repetían
este grito tres veces, y luego el pueblo lo repetía tres veces. Después de
esto, del sacaba del altar una corona, el Patriarca se la colocaba sobre la
cabeza del que iba a ser coronado y proclamaba: ‘¡Digno!’. Esta proclamación se
repetía nuevamente tres veces, primero por los jerarcas en el ambón y luego por
el pueblo”.[26]
La aparición tardía del rito completo,
incluida la unción, requiere alguna explicación... Según Gilbert Dagron, la
unción de Teodoro Lascaris por el patriarca en Nicea en 1208 fue inspirada en
la unción de Balduino I por los occidentales en Constantinopla en 1204.[27]
Esto a la vez que reforzaba el poder imperial, fortalecía la posición de la
Iglesia en relación con el poder imperial.
“Lejos de la capital histórica, en los
modestos alrededores de Nicea, habría parecido necesario materializar el
'misterio de la realeza'. La Iglesia, siendo a partir de ahora la única fuerza
capaz de frenar las tendencias secesionistas, supo aprovechar la ocasión para
imponer su impronta con mayor profundidad en la coronación imperial.
Aprovechando la petición de clérigos de Constantinopla que deseaban que se
convocase un concilio para nombrar a un patriarca, Teodoro Lascaris, que aún no
era oficialmente emperador, fijó una fecha que permitiría al nuevo titular en
el cargo, el proceder a la fecha ‘habitual’, es decir, durante la Semana Santa
[el Jueves Santo, para ser más precisos], para la confección del santo crisma (to qeion tou murou crisma). Por su
parte, [el patriarca] Miguel Autoreianos, que acababa de ser elegido el 20 de
marzo de 1208, multiplicó las iniciativas destinadas a reforzar la autoridad
imperial, exhortando al ejército en una circular en la que nos asombra
encontrar ecos de la idea de la guerra santa, remitiendo los pecados de los
soldados y del emperador, y tomándole un juramento de fidelidad a la dinastía a
los obispos reunidos en Nicea”[28]
La unción real exaltaba la autoridad del
emperador al asociarlo estrechamente con la Iglesia. El rito tenía similitudes
con el rito de ordenación del clero y era administrado por el Patriarca. Como
escribió el escritor bizantino Zosimas: “Tal era el vínculo entre la dignidad
imperial y la dignidad jerarquica más alta que la primera no podía existir sin
la segunda. Los súbditos eran mucho más audaces a la hora de decidir
conspiraciones contra alguien a quien no consideraban consagrado por la
religión nativa.”[29]
Quizá también los bizantinos introdujeron
la Unción en este momento como reacción a la su degradación por parte del Papa
Gregorio VII y sus sucesores, con el fin de reforzar el prestigio de los reyes
ungidos frente al antimonarquismo de los papas, que constituían el mayor poder
político del mundo en aquella época y la mayor amenaza para la supervivencia de
la Iglesia y el Imperio bizantino. Frente a las pretensiones de los Papas de
poseer todos los carismas, incluido el carisma del gobierno político, los
bizantinos esgrimieron la unción de sus Emperadores. Era como si quisieran
decir: un Emperador verdaderamente ungido y con una correcta confesión, supera
a un Patriarca no canónicamente ordenado y falso creyente...
La tardanza en la introducción de la
unción imperial en Bizancio es paralela a una lentitud similar en el desarrollo
del rito de la coronación en el matrimonio. Tanto el matrimonio como la
coronación son sacramentos “naturales” que existían de alguna forma antes de la
llegada del cristianismo; de forma que no necesitaban tanto ser sustituidos
sino ser complementados, purificados y elevados a un nuevo nivel
conscientemente cristiano. Siendo así que, la Iglesia sabiamente no se apresuró
a crear ritos completamente nuevos para estos, sino que se limitó a eliminar
los elementos más groseramente paganos, añadió una bendición y luego prescribio
que los recién casados o a los recién coronados comulgasen con en el Cuerpo y
la Sangre de Cristo.
Dado que el rex facem, al igual que el matrimonio, era un sacramento “natural”
anterior a la Iglesia del Nuevo Testamento, el rito eclesiástico no se
consideraba constitutivo de la realeza legítima en Bizancio, al menos hasta la
introducción del último elemento del rito, la unción, en 1208. Después de todo,
los emperadores paganos habían sido reconocidos por Cristo aunque llegaron al
poder independientemente de la Iglesia. Se creía que el Imperio Romano había
sido creado sólo por Dios, independientemente de la Iglesia. Como dice la
famosa Sexta Novella del emperador
Justiniano: “Ambos proceden de una misma fuente”; Dios, razón por la cual el
Imperio no necesitaba ser reinstituido por la Iglesia.
Por supuesto, el hecho de que el Imperio,
al igual que la Iglesia, fuera de origen divino no significaba que ambas
instituciones tuvieran la misma dignidad. Mientras que la Iglesia era “la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1.23), y como tal
eterna, el Imperio, como todos los bizantinos creyentes sabían y aceptaban,
estaba destinado a ser destruido por el Anticristo. La Iglesia era como el alma
que sobrevive a la muerte del cuerpo, siendo por naturaleza superior a él.
Dicho esto, el hecho de que el Imperio,
como el cuerpo, fuera creado por Dios era de gran importancia frente a quienes
afirmaban, como el papa Gregorio VII, que su origen estaba en las pasiones del
hombre caído y el demonio.[30] Fue en
contra este maniqueísmo político que la institución de la unción imperial en
Bizancio se erigió como un poderoso testimonio. O, para usar una metáfora
diferente: el “dogma” casi calcedoniano de la unión sin confusión de las dos
instituciones en Bizancio, una institución ungiendo y la otra siendo ungida,
sirvió para marcar una diferencia del monofisismo político de los Papas
posteriores al cisma, para los que la divinidad de la Iglesia “engullía”, por
así decirlo, la “mera humanidad” del Imperio.
Otra razón para la introducción de la
unción imperial en Bizancio puede haber sido la necesidad percibida de proteger
la monarquía contra posibles usurpadores y reforzar la legitimidad de los
emperadores legítimos contra los innumerables golpes de estado que, como
hemos visto, tanto desfiguraron la imagen de la vida bizantina en las décadas
anteriores a 1204. Como hemos visto, la introducción anterior de la unción en
España, Francia e Inglaterra había tenido precisamente ese efecto beneficioso.
Y, ciertamente, la necesidad de algún criterio superior de legitimidad nunca
había sido más acuciante que en el período del imperio niceno, cuando el poder
romano parecía estar dividido entre una serie de mini-estados.
En siglos anteriores, el criterio de
legitimidad de facto había sido: el emperador verdadero es el que se
sienta en el trono en Constantinopla, sean cuales sean los medios que haya
usado para obtener el trono. Este criterio pudo haber parecido muy cercano a la
ley de la selva, pero en cualquier caso su ventaja estribaba en que era un criterio claro. El problema se dio luego de 1204, ya que, el
que estaba sentado en el trono de Constantinopla era un hereje latino que
obtuvo esta posición, no sólo matando a unos pocos enemigos personales, sino
mediante la matanza masiva de gente común y
profanando todo lo que para los bizantinos era más sagrado, incluido el propio
santuario de Santa Sofía. El patriarca no lo había reconocido y había muerto en
el exilio. Para la mayoría de los bizantinos no había duda: ese no era el
verdadero emperador.
Es por esto que el verdadero emperador
debía encontrarse en uno de los reinos griegos que sobrevivieron a la caída de
la Ciudad: Nicea, Trebisonda y Epiro. ¿Pero cuál? Durante un tiempo pareció que el gobernante
epirota Teodoro Ángel, cuyos dominios se extendían desde el Adriático hasta el
Egeo y que estaba emparentado con las grandes familias de los Comnenos y los
Ducas, tenía más derecho al trono que el niceno Juan Vatatzes, yerno del primer
emperador niceno, Teodoro Lascaris. Sin embargo, el punto débil de Teodoro
Angel era que el Patriarca vivía en Nicea, y el metropolitano de Tesalónica se
negó a coronarlo, por considerarlo una violación de los derechos del Patriarca.
Por eso es que recurrió al arzobispo Demetrio (Chomatianos) de Ochrid, que lo
coronó en Tesalónica en el año 1225 o en el 1227.
Según con A.A. Vasiliev: “coronó a
Teodoro, dándole la santa unción. De este modo el déspota del Epiro, con frase
del cronista, “revistió la púrpura y el calzado rojo” distintivos
característicos de los basileos bizantinos. Una carta de Demetrio Cómatenos nos
informa de que la coronación de Teodoro del Epiro y su santa unción tuvieron ‘el
consenso general de los miembros del Senado que estaban en Occidente (es decir,
en el territorio de Tesalónica y del Epiro), del clero y de todo el gran
ejército’. En otro documento que ha llegado a nosotros, leemos que coronación y
unción recibieron el asentimiento de todos los obispos residentes en esta parte
occidental'. Y Teodoro firmó sus
decretos (crisobulas) con todos los títulos del emperador bizantino:
'Teodoro, basileo en Cristo Dios y autócrata de los romanos' “[31]
Además, por las cartas del metropolita Juan Apocaucus de Naupactus, como
escribe V.G. Vasilievsky, “nos enteramos por primera vez de la activa
participación del clero griego y especialmente de los obispos griegos. La
proclamación de Teodoro Ángel como emperador de los romanos fue tomada muy en
serio: Tesalónica, que había pasado a sus manos, se contraponía a Nicea;
Constantinopla se le indicaba abiertamente como la meta más próxima de su
ambición y como una conquista asegurada; en el habla, en el pensamiento y en la
escritura, la opinión común era la de que estaba destinado a entrar en Santa
Sofía y ocupar allí el lugar de los emperadores romanos ortodoxos del que se
sentaban de manera ilegal los advenedizos latinos. La realización de tales sueños no estaba más allá
de los límites de lo posible; sería incluso más fácil tomar Constantinopla
desde Tesalónica que desde Nicea.”[32]
Sin embargo, la posición de Teodoro Angel
tenía un punto débil que resultó fatal para sus esperanzas: no había sido
ungido por el Patriarca de Constantinopla. Los anteriores emperadores
bizantinos, incluido el propio Constantino, habían recibido el trono por
aclamación del ejército y/o del pueblo, lo que se consideraba suficiente para
la legitimidad. Pero ahora, en el siglo XIII, no bastaba con la aclamación: se
consideraba necesaria la unción imperial dispensada por el primer jerarca de la
Iglesia.
Aquí los lascaridas de Nicea tenían
ventaja sobre los Angelos de Tesalónica y los Comnenos de Trebisonda. Ya que el
primer Lascarida, Teodoro I, había sido ungido antes (en 1208) y por un jerarca
al que todos reconocían como poseedor de una autoridad mayor: el Patriarca
Miguel IV Autoreianus. Como escribió el sucesor de Miguel, Germano II, al
arzobispo Demetrio: “Dime, varón sacratísimo, ¿qué padres te concedieron la
suerte de coronar al reino? ¿Por cuál de los arzobispos de Bulgaria fue
coronado algún emperador de los romanos? ¿Cuándo extendió el archipastor de
Ochrid su mano derecha en calidad de patriarca y consagró una cabeza real?
Indícanos un padre de la Iglesia, y es suficiente. Sufre los reproches, pues
eres sabio, y ama aun incluso siendo golpeado. No te enfades. Porque, en
verdad, la unción real introducida por ti no es para nosotros el aceite de la
alegría, sino un aceite inadecuado de acebuche. ¿De dónde compraste este
precioso crisma (que, como es bien sabido, se hierve en el patriarcado), ya que
tus anteriores almacenes han sido devorados por el tiempo?”.[33]
En respuesta, el arzobispo Demetrio señaló
la necesidad de tener un emperador en Occidente para expulsar eficazmente a los
latinos. Teodoro Angel había llevado a cabo su tarea con gran distinción, y él
mismo era de sangre real. Además, “el Occidente griego ha seguido el ejemplo
del Oriente: al fin y al cabo, a pesar de la antigua práctica
constantinopolitana, en la diócesis de Bitinia se ha proclamado un emperador y
se ha elegido un patriarca según las necesidades. ¿Y cuándo se ha oído que un
mismo jerarca gobierne en Nicea y se haga llamar patriarca de Constantinopla? Y
esto no tuvo lugar por decreto de todo el senado y de todos los jerarcas, ya
que tras la toma de la capital tanto el senado como los jerarcas huyeron tanto
a Oriente como a Occidente. Y creo que la mayor parte están en Occidente...
“Por alguna razón desconocida te has
atribuido a ti solo la consagración del crisma. Pero este es uno de los
sacramentos que es administrado por todos los jerarcas (según Dionisio
Areopagita). Si permites que todo sacerdote bautice, entonces ¿por qué la
unción para el reino, que es secundaria en comparación con el bautismo, es
condenada por usted? Pero, de acuerdo a las necesidades de la época, es
administrado directamente por el jerarca de rango inmediatamente inferior al
patriarca, según las infalibles costumbres y enseñanzas de la piedad. Sin
embargo, el que es llamado a reinar suele ser ungido, no con crisma, sino con
el óleo consagrado por la oración... No teníamos necesidad de un crisma
preparado, pero tenemos el sepulcro del Gran Mártir Demetrio, del que brota
crisma a raudales...”[34]
Sin embargo, al final fue la unción del
verdadero primer-jerarca de la Iglesia la que dio la victoria a los lascaridas.
Hemos visto que este sacramento fue fundamental para fortalecer a los reinos
ortodoxos occidentales en una época en la que las invasiones amenazaban desde
el exterior y el caos desde lo interno. Ahora, cumplía el mismo propósito en la
Ortodoxia Oriental. Como escribe Aristides Papadakis, “la continuidad y el
prestigio conferidos a la casa lascarida por esta solemne bendición y por la
posterior presencia de un patriarca en Nicea fueron decisivos. Ya que, para aquel
entonces, se pensaba que la coronación por un patriarca reinante era necesaria
para la legitimidad imperial. [35]
Pronto empezaron a fracasar los
adversarios de los emperadores ungidos en Occidente. El poder de los Ángelo fue
aplastado por el zar búlgaro Juan Asen. Después, en 1242, el emperador niceno
Juan III Vatatzes obligó al hijo de Teodoro Ángelo, Juan, a renunciar al título
imperial en favor del de “déspota”; y cuatro años más tarde el emperador Juan
conquistó Tesalónica.[36] Así
pues, fue la unción que se dio de manera mas temprana y categorica entre los
emperadores nicenos lo que les permitió a estos ganar la lucha dinástica...
A partir de entonces, el rito de la unción
se consideró un elemento esencial de la legitimidad de los emperadores
bizantinos. Sin embargo, el último emperador, Constantino XI, no fue ungido:
los zelotes de Mystra se lo impidieron porque era un uniata en comunión con
Roma y, por tanto, no era verdaderamente ortodoxo. Fue durante su reinado que
el Imperio de 1100 años finalmente cayó...
[1] Eoin
MacNeill, Saint Patrick, Dublin,
1964; republicado en The True Vine,
26, vol. 7, no. 2, p. 37.
[2]
Quoted in Archbishop Seraphim (Sobolev), Russkaia Ideologia (La Ideologia Rusa), san Petersburgo, 1992, p.
84.
[3] St.
Dmitri of Rostov, The Great
Collection of the Lives of the Saints, 1ero de Noviembre.
[4] Cf.
metropolitano Anthony (Khrapovitsky), The
Christian Faith and War, Holy Trinity Monastery, Jordanville.
[5] Marta
Sordi, The Christians and the Roman
Empire, Londres & Nueva York: Routledge, 1994. Existe una traducción al español que hemos
consultado: Los cristianos y el Imperio
Romano, Marta Sordi. Ediciones Encuentro, Madrid, España. 1998, pág. 163
[6] Apologeticum 33.1.
[7] Sordi, op. cit., pp. 172-73.
En español; pág. 163
[8] Sordi, op. cit., p. 173. En
español; pág. 163
[9] El
Synaxarion, Convento de la Anunciación de Nuestra Señora de Ormylia
(Chalkidike), 1998, tomo I, 1 de octubre, p. 254. Harold Nicolson, relata la
historia tal y como se contó durante 300 años: “En aquella ocasión había tal
multitud en la iglesia que el sacerdote que llegó con el óleo sagrado con el
que el rey iba a ser ungido no pudo abrirse paso entre la muchedumbre. El
obispo, al no disponer de aceite, se detuvo; un estado de tensión embarazosa
descendió sobre el rey y la congregación. En ese momento, una paloma entró
revoloteando en la catedral llevando sobre su pico un lekythion o frasco
de aceite perfumado traído directamente del cielo. Con este aceite sagrado fue
ungido Clodoveo y, a partir de entonces, el lekythion se conservó en un
relicario con forma de paloma. Esta preciosa reliquia, conocida como la
sainte Ampoule, fue celosamente conservada por los sucesivos arzobispos de
Reims, quienes insistieron que ningún monarca francés podía pretender haberse
ungido de debida manera al menos de que la ceremonia se celebrara en Reims y
con el aceite de la sainte Ampoule (que tenía la mágica propiedad de
renovarse en cada coronación) vertido sobre su cabeza y sus manos. Incluso
Juana de Arco se negó a reconocer a Carlos VII como rey de Francia y hasta el
momento en el que fue ungido en Reims siempre se dirigió a él como Delfín”. (Monarchy, Londres: Weidenfeld y
Nicolson, 1962, p. 23)
[10] “La vida del santo jerarca Gregorio”, Living Orthodoxy, vol. II, p. 1. XVII, N
6, Noviembre-Diciembre, 1996, pp. 5-6.
[11] San Gildas, Sobre la ruina de Bretaña, 21.4.
[12] Lucy
Menzies, Saint Columba of Iona, Felinfach:
J.M.F. Books, 1920, 1992, p. 134; John Marsden, The Illustrated Columcille, Londres: Macmillan, 1991, p. 145.
[13] San Adomnan de Iona, Life of Columba. se suele decir que San Columba fue un abad, pero
también pudo ser obispo. El hieromonje Gorazd (Vopatrny), de la Universidad
Carolina de Praga, ha sugerido, en base a la obra Irish Monasticism de John Ryan que “los obispos tuvieron un rol de
clásico liderazgo en la Iglesia irlandesa hasta aproximadamente los años
treinta del siglo VI”. Con la difusión del monacato, todo el sistema de control
eclesiástico se vio afectado. La jurisdicción la ejercían no sólo los obispos,
fueran también abades o no, sino también los abades que sólo eran sacerdotes.
Aproximadamente la mitad de los abades principales eran obispos y la otra mitad
sacerdotes”. (comunicación privada, 7 de noviembre de 2012)
[14] Tampoco lo había hecho la India, que
ofrece otro ejemplo temprano de reyes sacramentales en la consagración del rey
Barlaam por San Josefat. Véase San Juan Damasceno, Barlaam and Ioasaph, Cambridge, Mass.:
Harvard University Press, 1967, pp. 552-553.
[15] Roger
Collins, “Julian of Toledo and the Royal Succession in Late Seventh-Century
Spain”, en P.H. Sawyer & I.N. Wood, Early
Medieval Kingship, University of Leeds, 1979, p. 47.
[16] King,
"The barbarian kingdoms", en Cambridge
History of Medieval Thought, c. 350 - c. 1450, Cambridge University Press,
1991, p. 144.
[17] Chris
Wickham(The Inheritance of Rome: A
History of Europe from 400 to 1000, Londres: Penguin, 2009, p. 130)
considera que se trata de una "novedad" introducida por el propio
Wamba.
[18] San Julián, en Collins, op. cit.,
pp. 41-42.
[19] Nota de Traductor – El autor utiliza el
término “Kingmaking” que es intraducible al español y que significa: “Hacer a
los reyes” o “hacedor de reyes”. El termino denota no solo la acción de la
Unción real, sino también el proceso de elección del Rey.
[20]
Nelson, J.L. "Inauguration Rituals", en Nelson, J.L. Politics and Ritual in Early Medieval
Europe, Londres: Hambledon Press, 1986, p. 59.
[21] San
Isidoro, Etymologiae, 9.3.4, col.
342.
[22]
Canning, A History of Western Political
Thought, 300-1450, Londres y Nueva York: Routledge, 1996,p. 55.
[23] Nota de Traductor – Se trataba del prefecto del pretorio.
[24] N. de T. – Esto recuerda al celebre
pasaje de Castiglione en su manual para los cortesanos, titulado El Cortesano: «opinión de muchos sabios
y famosos filósofos ser el mundo compuesto de música, y los cielos en sus
movimientos hacer un cierto son y una cierta armonía, y nuestra alma con el
mismo concierto y compás ser formada, y por esta causa despertar y casi resucitar
sus potencias con la música». Como modelo del cortesano ideal los occidentales
se basaron de muchos usos y costumbres que traían los emigrados bizantinos
luego de la caída de Constantinopla en 1453.
Bajo esta
concepción, todos los integrantes del Imperio, desde el funcionario más bajo,
el monje, el agricultor, el soldado, hasta el centro del mismo, el basileos, ocupan un rol y una función,
su vida tiene sentido.
[25] Dvorkin, Ocherki po Istorii Vselenskoj Pravoslavnoj Tserkvi (Esbozos sobre
la historia de la Iglesia Ortodoxa Universal), Nizhni-Novogorod, 2006, pp.
695-696, 697-698. El patriarca recibió por primera vez la confesión de fe del
emperador en el año 491 (Canning, op. cit., p. 14).
[26] Ostrogorsky, "Evoliutsia
vizantijskogo obriada koronovania" ("La evolución del rito bizantino
de coronación"), citado por S. Fomin y T. Fomina, Rossia pered Vtorym Prishestviem (Rusia antes de la Segunda
Venida), Moscú, 1994, vol. 1, p. 117.
[27] Dagron, Empereur et Prêtre (Emperador y sacerdote), París : Gallimard,
1996, p. 282. Dvorkin adhiere a su opinión (op. cit., p. 698). De manera
más cautelosa, Vera Zemskova, quien escribe que: "el rito de la unción
surgió en Bizancio bajo la influencia de Occidente, donde el sacramento ya
existía y tenía su fuente en la comprensión de la sacralidad del poder que era
característica de los bárbaros. Es cierto que es imposible el decir de qué tipo
de influencia se trataba. Ni siquiera en la historia de los intensos contactos
entre el emperador Manuel Comneno (1143-1180) y los soberanos occidentales se
menciona este tema. El rito apareció tras la conquista de Constantinopla con
los emperadores del imperio Niceo...” (mencionado en comunicación personal con
Vladimir Moss, el 11 de agosto de 2000)
De hecho, hay poco acuerdo sobre la fecha
en que se introdujo este sacramento en Bizancio. Según Fomin y Fomina ,(op.
cit., vol. II, p. 1). I, p. 96), fue introducido en el siglo IX, cuando
Basilio I fue ungido con el aceite de la crismación o con aceite de oliva (P.G. 102.765); según M.V. Zyzykin (Patriarkh Nikon (Patriarca Nicón),
Varsovia, 1931, parte 1, p. 133) - en el siglo X, cuando Nicéforo fue ungido
por el Patriarca Polyeuctus; según Canning (op. cit., p. 15) - en el
sigloXII; según Dagron (op.cit., p. 282) y G. Podskalsky (Khristianstvo i Bogoslovskaia literatura v
Kievskoj Rusi (988-1237) (Cristianismo y literatura teológica en la Rus de
Kiev (988-1037), San Petersburgo, 1996, p. 70) - en el siglo XIII. Nicetas Khoniates menciona que Alexis III fue
"ungido" en su coronación en 1195; pero según Vera Zemskova (en una
comunicación personal conmigo) es probable que esto significara "elevación
al rango de emperador" más que unción con crisma en el sentido literal,
corporal. En esta distinción entre unción visible e invisible reside el quid de
la cuestión, pues incluso a los obispos, que (en Oriente) no recibían la unción
visible, a menudo se hacía mención de ellos como si fueran ungidos. Y cuando San Focio le dijo del emperador
Miguel III que Dios "lo ha creado y ungido desde la cuna como emperador de
Su Pueblo", hablaba claramente de una unción invisible. Véase también O.G.
Ulyanov, “O vremeni vozniknovenia inauguratsionnogo miropomazania v Vizantii,
na Zapade i v drevnej Rusi”, en Rus' i
Vizantia, Moscú, 2008, pp. 133-140.
[28] Dagron, op. cit., pp. 282-283.
[29] Zosimas, citado en Fomin y Fomina, op.
cit., vol. 1, p. 118.
[30] N. de T. – Vladimir Moss en otro escrito
titulado The Mystery of royal anointing
menciona: “El misterio de la Unción real”, mencionaría: “Solo unos pocos años
después, sin embargo, el ideal (de Sinfonía de Poderes) no solo fue
distorsionado, sino completamente destruido por el pontífice romano Gregorio
VII al anatematizar a los reyes de Inglaterra y Alemania y ordenar a sus
poblaciones que se levantaran contra sus soberanos, absolviéndolos de sus
juramentos de lealtad. Roma se rebelo en contra de su propia herencia y de sus
propios defensores, su propio legado inestimable de ley y orden; la enseñanza
esencialmente romana sobre la obediencia a la autoridad secular, que fue
expuesta en las epístolas de los Apóstoles romanos Pedro y Pablo, fue destruida
por el propio Papa de Roma, convirtiéndose así en el primer revolucionario
ideológicamente motivado en la historia europea y el antecesor directo, como
señalaron Tyutchev, Kireyevsky y Dostoyevsky, de los revolucionarios
socialistas rusos. Utilizando falsificaciones como la Donación de
Constantino, Gregorio argumentó que tanto el poder secular como el
eclesiástico, las llamadas “dos espadas de Pedro”, le habían sido otorgadas, de
modo que el poder de los reyes les era simplemente delegado por el Papa y podía
ser recuperado por él a voluntad, lo que significaba que un rey no era
esencialmente superior al más simple de los laicos a
pesar de su unción al reino. Así Gregorio escribiría: “¿Quién no sabría que
reyes y duques tomaron su origen de aquellos que, ignorantes de Dios, a través
del orgullo, la rapiña, la perfidia, los asesinatos y, finalmente, casi
cualquier tipo de crimen, instigados por el Diablo, el príncipe de este mundo,
buscaban con deseo ciego y presunción insoportable dominar a sus iguales, es
decir, a otros hombres?" "¿Quién dudaría de que los sacerdotes de
Cristo son considerados los padres y maestros de reyes, príncipes y de todos
los fieles?”
[31]
Vasiliev, A History of the Byzantine
Empire, University of Wisconsin Press, 1955, p. 521. En español puede consultase: Historia del Imperio Bizantino. Tomo II.
pagina 182-183. A.A. Vasiliev. Ed. Iberia – Joaquín Gil, Editores, S.A..
Barcelona, España. 1946
[32] Vasilievsky, citado en Vasiliev, op.
cit., pp. 521-522.
[33] Patriarca Germano, en F.I. Uspensky, Istoria Vizantiiskoj Imperii (Historia
del Imperio Bizantino), Moscú: "Mysl'", 1997, p. 412.
[34] Arzobispo Demetrio, en Uspensky, op.
cit., p. 413.
[35]
Papadakis, The Orthodox East and the Rise
of the Papacy, Crestwood, NY: St. Vladimir's Seminary Press, 1994, p. 212.
[36] John
Julius Norwich, Bizancio: The Decline and
Fall, Londres: Penguin books, 1996,
pp. 188, 189.
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