sábado, 26 de octubre de 2024

EL MISTERIO DE LA ABDICACIÓN DEL ZAR

 Vladimir Moss




Sin duda la fecha más importante de la historia moderna es el 15/2 de marzo de 1917, fecha de la abdicación del Zar Nicolás II. Sin embargo, todavía el significado místico de este suceso es poco comprendido, incluso por los ortodoxos. Y, sin embargo, debemos intentar comprenderlo; de lo contrario, la historia del siglo pasado seguirá siendo, en palabras de Macbeth, “un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido...”

 

     El significado del misterio se contiene en tres visiones, inspiradas por la Gracia Divina.

 

     La primera tuvo lugar el mismo día de la abdicación del Zar, cuando la Madre de Dios se apareció a la campesina Eudocia Adrianovna y le dijo: “Ve al pueblo de Kolomenskoye; Allí encontrarás un gran ícono grande negro. Tómalo y embellecélo, y permite que la gente rece frente a él.” Eudocia encontró el icono a las 3 en punto, la hora precisa de la abdicación. “Por si solo, de milagro recuperó su esplendor y se reveló como el icono ‘Reinante’ de la Madre de Dios, el mismo que había guiado a los ejércitos rusos a la guerra contra Napoleón. En él se la representaba sentada sobre un trono real vestida con una túnica roja oscura y portando el orbe y el cetro de los zares ortodoxos, como para mostrar que el cetro de gobierno de la tierra rusa había pasado de los gobernantes terrenales a la Reina del Cielo…[1]

 

     Es así que, la Autocracia Ortodoxa, simbolizada por el orbe y el cetro, no se había destruido, sino que, de alguna forma, se mantiene ‘a salvo’ por la Reina del Cielo, hasta que a la tierra se considerase de nuevo como digna de esta...”[2]

 

     En el mismo año se le dio una segunda visión al santo metropolita Macario de Moscú, quien fue el único en la jerarquía de la Iglesia que se negó a aceptar el Gobierno Provisional debido a su juramento de lealtad al Zar, causa por la cual fue depuesto de su sede: “Vi un campo. El Salvador estaba caminando por un camino. Fui tras él llorando,

 

     «¡Señor, te estoy siguiendo!» 

 

     Finalmente nos acercamos a un inmenso arco adornado de estrellas. En el umbral del arco, el Salvador se volvió hacia mí y dijo de nuevo:

 

     «¡Sígueme!»

 

      Entró en un jardín maravilloso, yo me quedé en el umbral y desperté. Pronto volví a quedarme dormido y me vi de pie en el mismo arco, y junto al Salvador estaba el Zar Nicolás.  El Salvador dijo al Zar:

 

     «Ved en Mis manos dos copas: una amarga para tu pueblo y otra dulce para ti.» 

 

     El zar cayó de rodillas y durante mucho tiempo le suplicó al Señor que le permitiese beber la copa amarga junto con su pueblo.  El Señor se resistió a concedésela por un largo tiempo, pero el Zar suplicó con insistencia. Entonces, el Salvador sacó del cáliz amargo una gran brasa ardiente y se la colocó al Zar en la palma de la mano. El Zar comenzó a mover la brasa de una mano a otra y al mismo tiempo su cuerpo comenzó a iluminarse, hasta que se volvió completamente brillante, semejante al de un espíritu radiante. En ese momento volví a despertar.

 

     Al quedarme dormido nuevamente, vi un inmenso campo cubierto de flores.  En medio del campo estaba el Zar, rodeado por una multitud de personas, y con sus manos distribuía maná entre ellos.  Una voz invisible dijo en ese momento:

 

      «El Zar ha tomado la culpa del pueblo ruso sobre sí mismo, y el pueblo ruso es perdonado.»

 

      Pero, ¿cómo podría el pueblo ruso ser perdonado mediante el Zar?  A.Ya. Yakovitsky expresó el siguiente pensamiento: “El objetivo del Gobierno Provisional era celebrar elecciones para establecer una Asamblea Constituyente, que finalmente habría rechazado el principio monárquico. Pero esto también habría traído un anatema - el del Zemsky Sobor de 1613 - sobre toda la Rusia, ya que el anatema invocaba una maldición sobre la tierra rusa si esta alguna vez rechazaba al zar Miguel Románov y a sus sucesores.  La visión del metropolitano Macario demuestra que a través de su martirica paciencia el Zar obtuvo del Señor que no se realizase la Asamblea Constituyente.  Además, su distribución del maná al pueblo es un símbolo de la distribución de los Santos Dones de la Eucaristía. Así, la jerarquía eclesiástica, aunque vaciló en su lealtad en 1917, no rechazó finalmente el monarquismo, por lo que no quedó bajo anatema y pudo seguir alimentando espiritualmente al pueblo.  De esta manera el Zar salvó y redimió a su pueblo.

 

     Volviendo al icono reinante, Yakovitsky escribe: “A través de innumerables sufrimientos, sangre y lágrimas, y después del arrepentimiento, el pueblo ruso será perdonado y el poder real, preservado por la propia Reina del Cielo, sin duda será devuelto a Rusia. De lo contrario, ¿por qué la Santísima Madre de Dios habría conservado este Poder?[3]

 

     “Es imposible estar en desacuerdo con esto.  El pecado cometido sólo puede ser purificado con sangre. Pero para que surgiera la misma posibilidad de redención, algún otro pueblo tuvo que recibir el poder sobre el pueblo que había pecado, así como Nabucodonosor recibió este poder sobre el pueblo judío (así como lo atestiguó el profeta Jeremías), o Baty sobre el pueblo ruso (el primero en hacer mención de esto tras la devastación fue el concilio de obispos de la metrópolia de Kiev)… De lo contrario, los sufrimientos causados ​​por el derramamiento de sangre fraternal sólo hubieran profundizado la ira de Dios…”[4]

 

     De modo que la redención podría darse al pueblo ruso sólo si expiaba su pecado mediante los sufrimientos del martirio y el arrepentimiento, y siempre que en principio  no rechazase a la autocracia ortodoxa. El Zar sentó las bases para esta redención mediante su súplica ante el trono del Todopoderoso. Los Nuevos Mártires construyeron sobre esta base a través de sus martiricos sufrimientos.

 

     Y aún así, la redención, revelada en la restauración de la Autocracia Ortodoxa, aún no ha llegado.  Y esto se debe a que el tercer elemento, el arrepentimiento de todo el pueblo, que aún no ha tenido lugar. 

 

     Una tercera visión en el mismo fatídico año de 1917 se le dió a “una niña piadosa”.   El Anciano Nectario de Optina la interpretó de la siguiente manera: “Ahora su Majestad no es dueño de sí mismo, está sufriendo tal humillación por sus errores. 1918 será aún peor. Su Majestad y toda su familia serán asesinados y torturados. Una niña piadosa tuvo una visión: Jesucristo estaba sentado en un trono, mientras a su alrededor estaban los Doce Apóstoles, y terribles tormentos y gemidos resonaban desde la tierra. Y el Apóstol Pedro le preguntó a Cristo:

 

     «Oh Señor, ¿cuándo cesarán estos tormentos?»

 

     Y Jesucristo respondió: «Se los daré hasta 1922» Si la gente no se arrepiente, si no entra en razón, entonces todos perecerán de esta manera.

 

     Entonces, ante el trono de Dios, estaba nuestro Zar con la corona de un gran mártir. Sí, este Zar será un gran mártir. Recientemente, ha redimido su vida, y si la gente no vuelve a Dios, entonces no sólo Rusia, sino toda Europa colapsará...”[5]

 

*

 

     Para obtener una mayor comprensión de este misterio, volvamos a examinar más de cerca la abdicación en sí misma, comenzando con la pregunta: ¿Por qué el Zar aceptó abdicar?

 

     Yana Sedova retrocede a la crisis que tuvo lugar durante el conato revolucionario de 1905. “Su Majestad explicó la razón de su decisión. Escribió que tuvo que elegir entre dos caminos: la dictadura o una constitución. Una dictadura, en sus palabras, le daría un breve ‘espacio de respiro’, después del cual ‘nuevamente tendría que actuar por la fuerza dentro de unos meses’; pero esto costaría ríos de sangre y al final llevaría inexorablemente a la situación actual, es decir, el poder de la autoridad se habría hecho manifiesto, pero el resultado sería el mismo y no se podrían lograr reformas en el futuro’”. “Con el fin de escapar de este círculo cerrado, su Majestad prefirió conceder una constitución con la que no simpatizaba.”

 

     “Tales palabras sobre un ‘espacio de respiro’ después del cual tendría que volver a actuar por la fuerza podrían haberse puesto en practica tal vez ahora [en 1917]. “Dada la soledad en la que se encontraba su Majestad en 1917, la supresión de la revolución habría sido la cura, no de la enfermedad, sino de sus síntomas, una anestesia temporal, y además, por muy poco tiempo.”[6]

 

     Era muy capaz el Zar de enviar tropas para reprimir la revolución por la fuerza. De hecho, lo ordenó sólo unos días antes de su abdicación. Y actuando de esta manera habría estado en recto deber a fin de defender el trono, el orden y el principio monárquico en su conjunto. Pero ahora veía cuánto odio había contra él y creía que la revolución de febrero sólo se dirigía personalmente contra él. No quería derramar la sangre de sus súbditos para defender su propio reinado, sino la Institución de la Autocracia… [7]

 

     Además, al negarse a defenderse personalmente, el Zar estaba demostrando lo que es realmente la autocracia ortodoxa y en qué se diferencia de una tiranía absolutista, por un lado, y de una monarquía constitucional, por el otro. El tirano mata a sus propios súbditos para defender su gobierno personal; el monarca constitucional permite que sus súbditos le gobiernen. El Zar Nicolás rechazó ambos caminos.  Rechazó tanto el constitucionalismo que la Duma y los liberales en general querían imponerle. Como rechazó la tiranía que de forma involuntaria les impondría a sus súbditos un gobierno por la fuerza.

 

     Los constitucionalistas rusos exigieron del Zar Nicolás que les diera un gobierno “responsable”; es decir, un gobierno completamente bajo su control. Pero el reinado del Zar Nicolás le era ya responsable en el grado más alto, ante Dios.

 

Porque esta es la diferencia fundamental entre el autócrata ortodoxo y el monarca constitucional, ya que el autócrata realmente gobierna a su pueblo, mientras que el monarca constitucional “reina, pero no gobierna”, al decir de Adolfo Thiers. El primero es responsable únicamente ante Dios, pero el segundo, incluso aunque afirmara gobernar “por la Gracia de Dios” y recibiera una coronación de la Iglesia, es de hecho esclavo del pueblo y cumple su voluntad en lugar de la de Dios. Como escribe San Juan Maximovich, “los soberanos rusos nunca fueron zares por la voluntad del pueblo, sino que siempre fueron autócratas por la Misericordia de Dios. Eran soberanos de acuerdo con la dispensación de Dios, y no según la voluntad de la ‘turbamulta’ del hombre”.[8] Y es así que tenemos tres tipos de rey: el autócrata ortodoxo, que se esfuerza por cumplir únicamente la voluntad de Dios y es responsable únicamente ante Él, estando limitado únicamente por la Fe y la Tradición del pueblo representada por la Iglesia Ortodoxa; el monarca absoluto, como el francés Luis XIV o el inglés Enrique VIII, que sólo cumple su propia voluntad, no es responsable ante nadie y no está limitado por nada ni nadie; y el monarca constitucional, que cumple la voluntad del pueblo y puede por este ser ignorado o depuesto cuando le parezca.

 

     La monarquía por la gracia de Dios y la monarquía por la voluntad del pueblo son principios incompatibles. El primer rey designado por Dios en el Antiguo Testamento, Saúl, cayó porque intentó combinarlos; escuchó al pueblo, no a Dios. “Porque escuché la voz del pueblo” (I Reyes 15, 20) perdonó a Agag, el rey de los amalecitas, en lugar de matarlos a todos, como Dios había ordenado. En otras palabras, abdicó de la autoridad que Dios le había otorgado y se convirtió en un demócrata, escuchando al pueblo en lugar de a Dios.

 

     La importancia del reinado del Zar Nicolás II radica en el hecho de que demostró con sus acciones verdaderamente cristianas y abnegadas lo que realmente es un verdadero autócrata ortodoxo, a diferencia de un déspota absolutista o un monarca constitucional.  Este conocimiento había comenzado a desvanecerse de la mente del pueblo, y con este desvanecimiento la propia monarquía se había debilitado.  El Zar accedió a abdicar porque creía que la insatisfacción general con su gobierno personal podría ser mitigada por su retiro personal de la escena. Sin embargo, nunca consideró esto como la renuncia a la autocracia en sí misma; solo contemplaba la transferencia de poder de él mismo a otro miembro de la dinastía, ya sea su hijo o su hermano. Pensó que esto apaciguaría al ejército y, por tanto, aseguraría la victoria contra Alemania. Al sacrificarse, el Zar restauró la imagen de la Autocracia en todo su esplendor, quedando preservada así la posibilidad de su restauración en una generación futura...

 

     El Zar escribió en su diario: “Mi abdicación es necesaria. Ruzsky transmitió esta conversación al Estado Mayor y Alexeyev a todos los comandantes en jefe de los frentes. ­ Las respuestas de todos llegaron a las 2:05....  La cuestión es que para salvar a Rusia y mantener el ejército en el frente en paz, debo de decidirme a dar este paso.  Estuve de acuerdo. Desde el Cuartel General enviaron el borrador de un manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Shulgin. Discutí y les di el manifiesto firmado y editado. A la una de la madrugada salí de Pskov muy afectado por todo lo sucedido. Veo a mi alrededor traición, cobardía y engaño”.

 

     Al comentar estas palabras, el Padre Lev Lebedev escribe: “¡El Zar estaba convencido de que esta traición estaba dirigida personalmente a él, y no a la Monarquía, no a Rusia! Los generales estaban sinceramente convencidos de lo mismo: suponían que al traicionar al Zar no traicionaban a la Monarquía y a la Patria, ¡sino que incluso servían a estas, al actuar para su bien verdadero!... Pero la traición y la traición al Ungido de Dios es traicionar a todo lo que está encabezado por él. ¡La conciencia masónica de los generales, ebrios de su supuesto “poder real” sobre el ejército, no podía elevarse ni siquiera al nivel de esta simple verdad espiritual! ¡Y mientras tanto los traidores ya habían sido traicionados, los engañadores  engañados! Ya al ​​día siguiente, en el 3 de marzo, el general Alexeyev, habiendo recibido información más detallada sobre lo que estaba sucediendo en Petrogrado, exclamó: “’Nunca me perdonaré el haber creído en la sinceridad de algunas personas, haberles obedecido y enviado el telegrama a los comandantes en jefe sobre la abdicación de Su Majestad al trono!’... De manera similar, el general Ruzsky rápidamente “perdió la fe en el nuevo gobierno” y, como se escribió sobre él, sufrió grandes tormentos morales” debidos a su conversación con el Zar y los días 1ero y 2 de Marzo, “hasta el final de su vida” (su fin se produjo en octubre de 1918, cuando los bolcheviques acabaron con Ruzsky en el Cáucaso septentrional). Pero no debemos dejarnos conmover por estas “agonías” tardías y esta “recuperación de la visión” de los generales (y también de algunos de los Grandes Príncipes). No tenían que poseer información, ni ser particularmente clarividentes o sabios; simplemente tenían que ser fieles a su juramento – ¡y nada más! 

 

     “… En aquel momento, en el 1ero y 2 de marzo de 1917,  ante la conciencia y la integridad moral del Zar, la cuestión se planteó de la siguiente manera: la revolución en Petrogrado se lleva a cabo bajo banderas monárquicas: la sociedad, el pueblo (¡Rusia!) defienden la preservación del poder zarista, la continuación planificada de la guerra hasta la victoria, pero esto sólo se ve obstaculizado por una cosa: la personal desafección general con Nicolás II, la desconfianza general en su liderazgo personal, de modo que si él, se marchara ¡Por el bien y la victoria de Rusia, salvaría tanto a la Patria como a la Dinastía!

 

     “Convencido, como sus generales, de que todo era así, Su Majestad, que nunca sufrió de amor al poder (¡podía ser poderoso, pero no amante del poder!), pasadas las tres de la tarde del 2 de marzo, En 1917 envió inmediatamente dos telegramas: a Rodzyanko en Petrogrado y a Alexeyev en Mogilev. En el primero decía: “No hay sacrificio que yo no sea capaz de hacer en aras del verdadero bien y de la salvación de nuestra querida madre Rusia.  Estoy, pues, dispuesto a abdicar la corona en mi hijo, que seguirá a mi lado hasta llegar a la mayoría de edad, nombrando regente del reino a mi hermano el gran duque Miguel Alexandrovich.” El telegrama a los Cuarteles Generales proclamaba: “En nombre del bien de nuestra ardorosamente amada Rusia, de su calma y salvación, estoy dispuesto a renunciar al Trono en favor de Mi Hijo. Pido a todos que le sirvan fielmente y sin hipocresía” Como si Su Majestad dijera, por así decirlo, entre líneas: "No como vosotros me habéis servido..." Ruzsky, Danilov y Savich se fueron con los textos de los telegramas.

 

     "Al enterarse de esto, Voeikov corrió hacia el carruaje del Zar: '¿Puede ser cierto... que ha firmado la abdicación?' El Zar le entregó los telegramas que estaban sobre la mesa con las respuestas de los comandantes en jefe, y dijo: “¿Qué me quedaba por hacer, cuando todos me han traicionado? Y el primero de todos: Nikolasha (el gran duque Nicolas Nikolayevich)... ¡leed!” [9]

 

     Como en 1905, en 1917, probablemente el factor más importante que influyó en la decisión del Zar fue la actitud de su tío y ex comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el gran duque Nicolás Nikolayevich Romanov, “Nikolasha”, como lo conocían en la familia. En 1905 Nikolasha se había negado a aceptar el puesto de dictador, lo que obligó al Zar a conceder la constitución que socavaba su poder autocrático.  Ahora, en 1917, Nikolasha estaba entre los generales que le suplicaban que abdicara... Fue muy poco lo que el Zar podía hacer en vista de la traición de los generales y de Nikolasha.

 

     S.S. Oldenburg escribió: “Se puede especular si Su Majestad podría no haber abdicado.  Con la posición adoptada por el general Ruzsky y el general Alexeyev, la posibilidad de resistencia quedó excluida: las órdenes de Su Majestad no fueron entregadas, no se le comunicaron los telegramas a aquellos que le eran leales a él. Además, podrían haber anunciado la abdicación sin su voluntad: ¡el príncipe Marcos de Baden anunció la abdicación del emperador alemán (9.11.1918) cuando el Káiser no había abdicado en absoluto! Su Majestad al menos conservó la posibilidad de dirigirse al pueblo con su última palabra… Su Majestad no creía que sus oponentes pudieran lidiar con la situación. Por eso, hasta el último momento intentó mantener el timón con sus propias manos. Cuando esa posibilidad desapareció –estaba claro que estaba en cautiverio– Su Majestad quiso al menos hacer todo lo posible para facilitarle la tarea de sus sucesores… Sólo que no quería confiarles a su hijo: sabía que el joven monarca no podía abdicar, y para destituirlo podrían utilizar otros métodos sangrientos. Su Majestad dio a sus oponentes todo lo que pudo: aún así resultaron impotentes ante los acontecimientos. El volante fue arrancado de las manos del ‘‘chauffeur’-autocrata y el coche cayó al abismo…”[10]

 

     E. E. Alferev se hace eco de esta afirmación y añade: “La emperatriz, que nunca había confiado en Ruzsky, al enterarse de que el tren del Zar había sido retenido en Pskov, comprendió inmediatamente el peligro.  El 2 de marzo escribió a Su Majestad: “Pero estás solo, no tienes el ejército contigo, estás atrapado como un ratón en una trampa.  ¿Qué puedes hacer?'” [11]

 

     Quizás podría haber contado con el apoyo de algunas unidades militares. Pero el resultado habría sido sin duda una guerra civil, cuyo resultado era dudoso, pero cuyo efecto en la guerra con Alemania no podía dudarse: los alemanes habrían obtenido una ventaja decisiva en el momento crítico cuando Rusia estaba a punto de lanzar una ofensiva de primavera. Este último factor fue decisivo para el Zar: por ninguna razón no contemplaba socavar el esfuerzo bélico. Ya que el primer deber de un Zar ortodoxo después de la defensa de la fe ortodoxa es la defensa del país contra los enemigos externos; y en el caso de la guerra con Alemania coincidían los dos deberes. 

 

     El Zar siempre se había negado rotundamente a considerar cualquier cambio constitucional interno durante la guerra por la muy buena razón de que tales cambios estaban destinados a socavar el esfuerzo bélico. Pero sus enemigos querían obligarlo a realizar tales cambios precisamente mientras aún se libraba la guerra.  Porque, como observa perspicazmente George Katkov, el “miedo de los liberales y radicales rusos al fracaso militar y la humillación de Rusia era, si no nos equivocamos, sólo una cobertura decente para otro sentimiento: la profunda ansiedad interna de que la guerra terminase en victoria antes de que los planes políticos de la oposición pudieran cumplirse, y que desaprovecharían las excepcionales posibilidades que les presentaban las circunstancias del tiempo de guerra”.[12]

 

     Sin saber que el Zar ya había abdicado, los diputados de la Duma, Guchkov y Shulgin, llegaron alrededor de las 22.00 horas. el 2 de marzo. “A esta hora, es decir, por la noche, el Zar había cambiado un poco su decisión original. Esto era por la extremadamente peligrosa enfermedad de su Hijo, el zarevich Alexis, que todavía estaba destinado a gobernar, aunque bajo la regencia de su tío Miguel. El Padre-Zar, preocupado por esto, preguntó por última vez a los médicos: ¿existía la más mínima esperanza de que Alexis Nikolayevich se curara de la hemofilia? Y recibió una respuesta negativa: no había esperanza. Entonces el Zar tomó la decisión de quedarse con su hijo enfermo y abdicar en favor de su hermano Miguel. Sin embargo, el texto del manifiesto de abdicación seguía marcado como del 2 de marzo a las 15:00 horas, esto es, el momento cuando decidió renunciar a su poder.  Entonces, cuando Guchkov y Shulgin trajeron el texto del manifiesto que habían redactado, se encontraron con que ya no era necesario. El Zar les dio el suyo.  Y tuvieron que admitir con vergüenza cuan más poderoso, espiritual y magnanimo era en su simplicidad el manifiesto escrito por el Zar del que redactaron sin talento.[13] Le rogaron al Zar que nombrara al príncipe Lvov presidente del Consejo de Ministros y al general L.G. Kornilov como comandante del distrito militar de Petrogrado. El Zar firmó los decretos correspondientes.  Estas fueron las últimas designaciones realizadas por el Zar.

 

     Viéndose a sí mismos como gobernantes y conductores de los destinos de Rusia, Guchkov y Shulgin llegaron ambos a las escondidas, desconcertados, sin afeitar, con los cuellos notablemente sucios, y se marcharon con todos los documentos que se les habían dado de manera conspirativa, mirando a su alrededor y ocultándose de 'la gente' que pensaban gobernar... ¡Ladrones y bandidos!” El plan de Guchkov se había llevado a cabo, mientras que el propio Guchkov... ¡en qué situación infinitamente lamentable se encontraba este masón tan inteligente que había trabajado durante tantos años para cavar un pozo bajo el zar Nicolás II!

 

     “El manifiesto de Nicolás II declaraba: En los días de la gran lucha contra un enemigo externo que por casi tres años ha intentado esclavizar a nuestra Patria, Dios otorgó una nueva y difícil prueba a Rusia. Las conmociones interiores pueden tener un efecto funesto en la continuación de la guerra. El destino de Rusia, el honor de nuestro heroico ejército, el bien del pueblo, el futuro de nuestro querido país natal, exigen conseguir, a cualquier precio, la victoria en la guerra. El enemigo despiadado ejerce lo que le queda de fuerzas y no está lejos la hora cuando nuestro ejército valiente con nuestros gloriosos aliados pueda derrotar completamente al adversario.   



Icono ‘Reinante’ de la Madre de Dios


En estos días decisivos en la vida de Rusia, con el motivo de que la victoria pueda alcanzarse de manera más rápida, hemos decidido el facilitarle a nuestro pueblo el proceso de la unidad y la consolidación de toda nuestra fuerza nacional y, en acuerdo con la Duma Estatal, hemos aceptado la necesidad de abdicar al Trono del Estado Ruso y deponer el Poder Supremo.  Sin querer separarnos de nuestro querido hijo, traspasamos el trono a nuestro hermano, el gran duque Mijaíl Aleksándrovich y bendecimos su advenimiento al trono del Estado ruso. Le mandamos gestionar los asuntos estatales en concordia completa e inalterable con los representantes del pueblo en las instituciones legislativas, sobre la base de aquellos principios que estos puedan establecer, prestando un inviolable juramento para tal efecto. En nombre de nuestra querida patria convocamos a todos los fieles hijos a cumplir el deber sagrado de obedecer al Zar en la difícil hora de desafíos universales, y en ayudarlo a Él junto con los representantes del pueblo para sacar adelante al gobierno ruso en el camino de la victoria, la prosperidad y la gloria. Que Dios ayude a Rusia. Pskov. 2 de Marzo, 15.00 horas. 1917. Nicolás, firmado conjuntamente por el Ministro Imperial de la Corte, conde Fréderiks.  [14]

 

     “Entonces –ya era de noche el 2 de marzo– el Zar telegrafió acerca del quid de la cuestión, a su hermano Miguel y le pidió perdón por “no haber podido advertirle”. Pero este telegrama no llegó a su destinatario.

 

     “Entonces el tren partió. Abandonado solo, en su compartimento personal, el Zar oró durante mucho tiempo únicamente a la luz de una lampatka que ardía delante de un icono.  Luego se sentó y escribió en su diario: ‘A la una de la madrugada salí de Pskov muy afectado por todo lo sucedido. A mi alrededor todo es traición, cobardía y engaño.’

 

     Ésta es la situación que reinaba entonces en la ‘sociedad’, y especialmente en la sociedad democrática de la Duma, en los más altos círculos militares, en una parte especifica de los obreros y los reservistas de Petrogrado...”[15]

 

      El tiempo iba a demostrar que esta condición reinaba en la gran mayoría del pueblo ruso...

 

     Aunque había abdicado, aún se le consideraba al Zar como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Es por esto que su tren se dirigía ahora hacia Mogilev, y por eso ni Ruzsky ni Alexeyev ni siquiera Guchkov le impidieron regresar allí.

 

     El general Vladimir Voeikov, comandante de la guardia en Tsarskoye Selo, escribió: “Inmediatamente el tren salió de la estación, entré en el compartimento del Zar, que estaba iluminado por una lampatka encendida frente a un icono. Después de todas las experiencias de ese día difícil, el Zar, que siempre se distinguió por un gran dominio de sí mismo, no pudo controlarse. Me abrazó y sollozó... Mi corazón se rompió en pedazos al ver sufrimientos tan inmerecidos que habían recaído en el más noble y bondadoso de los zares. Acababa de soportar la tragedia de abdicar al trono, tanto para sí, como para su hijo, a causa de la traición y la bajeza del pueblo que abdicó de él, a pesar de que él solo les otorgo bien.  Fue arrancado de su amada familia. Todas las desgracias que le cayeron encima las soportó con la humildad de un asceta... No se me borrara de la memoria, hasta el fin de mi vida, la imagen del Zar con sus ojos llorosos en el compartimento medio iluminado...” [16]

 

     “Después, ‘dormí larga y profundamente’, escribió Nicolás. ‘Hablé con mi gente sobre ayer. Leí mucho sobre Julio César’”. Entonces se acordó de Misha: “a Su Majestad el Emperador Miguel. 

Los últimos acontecimientos me han llevado a tomar de manera irrevocable esta medida extrema. Perdóname si te duele y también por no advertirte, no hubo tiempo’”. [17]

 

     Podía recordar a Julio César.  Ya que al igual que el César, el Zar, el emperador de la Tercera Roma, fue apuñalado por la espalda en los idus de marzo, poniendo fin al Imperio Romano cristiano...

 

*

 

     En Stavka, el Zar nombró a Nikolasha comandante supremo de las fuerzas armadas y al príncipe George Lvov como presidente del Consejo de Ministros del Gobierno Provisional.  Por última vez, escuchó el reporte de un informe del general Alexeyev sobre la situación militar.  Al final, en voz baja, dijo que le resultaba difícil separarse de ellos y que le entristecía estar presente por última vez en un reporte de informe, “pero es evidente que la voluntad de Dios es más fuerte que mi voluntad”.[18]

 

     La hermana Florence Farmborough, una enfermera inglesa de la Cruz Roja que prestaba servicio en el Frente Ruso, escribe:  Pasó solo unos días allí y fue visitado por su madre, la Emperatriz Madre María.  Se separaron allí; ella, para regresar a su hogar en Kiev; él, para regresar como prisionero con su familia a Tsarskoe Selo [el Pueblo del Zar].  Aquellos que lo vieron en Mogilev se sorprendieron por el autocontrol y el coraje con los que llevó a cabo las ceremonias finales. Escribió a los hombres que combatían en diferentes frentes y se dirigió a las tropas en persona.  Les dijo que los dejaba porque sentía que él ya no era necesario; les agradeció por su lealtad constante; los elogió por su inquebrantable patriotismo y les rogó que obedecieran al Gobierno Provisional, que continuaran la guerra y llevaran a Rusia a la Victoria. Solo sus ojos melancólicos y hundidos, y su extrema palidez, revelaban el esfuerzo que estaba haciendo para mantener la calma que se le exigía. 

 

     “Incluso antes de que dejara Mogilev, se estaban llevando a cabo celebraciones estruendosas en la ciudad; grandes banderas rojas flameaban en las calles; todas las fotografías de él y su familia habían desaparecido; los emblemas imperiales siendo derribados de las de las paredes, se arrancaban de los uniformes; y, mientras el ex-Zar estaba solo en su habitación, los oficiales que lo visitaban, vitoreaban sus valientes palabras mientras que inclinados profundamente, muchos llorando, se despedían de él, en ese mismo momento formaban fila al aire libre, fuera de su ventana, para prestar el juramento de lealtad al Gobierno Provisional…”  [19]

 

     Después de su abdicación por casi una semana, el Zar continuó liderando todas las Fuerzas Armadas de Rusia... Aun así, y a pesar de que había muchos oficiales de alto rango dispuestos a morir por él, el Zar no hizo nada para utilizar su posición de poder y marchar en contra de la revolución.  El 7 de marzo, el Gobierno Provisional ordenó el arresto del Zar.  Y el 8 de marzo, cuatro diputados de la Duma fueron a Mogilev y lo arrestaron.  Esto significaba que no podía salir de Rusia (aunque no lo deseaba, ni él ni la zarina), y fue el paso que inexorablemente condujo a su martirio en Ekaterimburgo al año siguiente...

 

      Según Lebedev, el Zar estaba sinceramente convencido de que “su salida del poder podría ayudar a todos a unirse para la victoria decisiva e inminente contra el enemigo externo (la ofensiva general estaba programada para abril). Recordemos sus palabras de que no había sacrificio que no estuviera dispuesto a ofrecer por el bien de Rusia.  En esos días, el Zar se expresó de manera aún más definitiva: ‘...Si Rusia necesita un sacrificio expiatorio, permítanme ser ese sacrificio.  El Zar estaba convencido (y ellos lo convencieron) de que... el Gobierno Provisional, la sociedad y la revolución estaban todos (!) a favor de la preservación de la monarquía y de llevar la guerra a una victoria gloriosa...’ ”[20]

 

     Lebedev no suena convincente aquí. La primera prioridad del Zar era, sin duda, concluir con éxito la guerra. Después de todo, la noche de su abdicación, escribió en su diario: “Decidí dar este paso por el bien de Rusia y para mantener los ejércitos en campo de batalla”. Pero es difícil creer que todavía, después de toda la traición que había visto a su alrededor, creyera que “el Gobierno Provisional, la sociedad y la revolución [!] estaban todos a favor de la preservación de la Monarquía”… 

 

     La interpretación más probable es que él creía que sin la cooperación de los generales y la Duma, Rusia no podría ganar la guerra, que era el objetivo principal y sobre el cual dependía todo lo demás. Y así abdicó, no porque tuviera ilusiones sobre el Gobierno Provisional, sino porque, como un verdadero patriota, quería que Rusia ganara la guerra...

 

     Uno de los mejores comentarios sobre el Zar en la Revolución de Febrero viene de Winston Churchill: “Ninguna nación ha tenido seguramente un hado más maligno que Rusia.  Su navío se hundió a la vista del puerto... Había ya realmente pasado el temporal cuando todo se deshizo. Cuando ya se habían hecho toda clase de sacrificios y trabajos, la desesperación y la traición se apoderaron del mando, en el preciso momento en que la labor estaba concluída.  Habían terminado las largas retiradas; la escasez de municiones había cesado y llegaba armamento en cantidad; ejércitos más fuertes, más numerosos y mejor equipados guardaban el inmenso frente (...) Además, en estos momentos no era precisa ninguna acción difícil; bastaba mantener el frente, apoyarse pesadamente sobre la estirada línea teutónica, retener a las fuerzas enemigas debilitadas de enfrente sin necesidad de una actividad excepcional; en una palabra: aguantar, esto era lo único que se interponía entre Rusia y los frutos de una victoria general... (...) Es moda fútil de nuestros tiempos reputar al régimen zarista como una tiranía ciega, corrompida e incompetente.  Pero una mirada a sus treinta meses de guerra contra Alemania y Austria debería corregir esta impresión superficial y hacer resaltar los hechos dominantes.   Podemos medir la fuerza del Imperio ruso por los golpes que soportó, por los desastres a que pudo sobrevivir, por las fuerzas inagotables que supo desarrollar y por la recuperación que logró. En el gobierno de los Estados, cuando tienen lugar los grandes acontecimientos, el jefe de la nación, sea el que sea, es tenido por responsable de los fracasos y recoge el mérito de los éxitos.  No importa quien haya hecho el trabajo ni quienes hayan planeado la lucha; a la autoridad suprema corresponde toda la culpa o toda la alabanza.  ¿Por qué hay que negar esta prueba severa a Nicolás II? (...) En él se centraba todo el embate de las decisiones supremas.  En la cúspide, donde todos los problemas se reducen a un sí o a un no, donde los sucesos escapan a las facultades humanas y en donde todo es inescrutable, él era quien tenía que dar las respuestas.  Su función era la de una brújula: ¿guerra o paz? ¿Avanzar o retroceder?  ¿guerra o paz? ¿Avanzar o retroceder? ¿A la derecha o a la izquierda? ¿Democratizar o aguantar firme? ¿Persistir o abandonar?  Tales fueron los campos de batalla de Nicolás II ¿Por qué no habría de cosechar en ellos algún honor?

 

     El régimen que personificaba y presidía y al que su carácter personal daba el aliento vital, había ganado la guerra para Rusia que en estos momentos estaba, sin embargo, a punto de caer. Una mano oscura, disimulada al principio bajo un aspecto de locura, interviene de ponto.  El Zar desaparece.  Entregadlo a él y a todo cuanto él amó a las injurias y a la muerte. Empequeñeced sus esfuerzos, reprochad su conducta, insultad su memoria, pero parémonos un momento para preguntarnos quién habría sido capaz fuera de él.” [21]

 

     El autócrata, según la concepción ortodoxa, sólo puede gobernar en asociación o “sinfonía” con la Iglesia. Además, los líderes de la Iglesia y del Estado no pueden gobernar si el pueblo los rechaza; ya que en  Deuteronomio 17:14 el Señor había establecido que una de las condiciones para la creación de una monarquía con el beneplácito de Dios sea que el pueblo quisiera un rey con beneplácito divino.[22] Dada esta situación, el Zar, que comprendía muy bien el verdadero significado de la autocracia, no podía seguir gobernando si la Iglesia y el pueblo no lo deseaban.    

Así como se necesitan dos socios con disposición para contraer el matrimonio, de la misma manera se precisa de una cabeza y de un cuerpo cuya disposición sea la de trabajar en conjunción para conformar un Estado cristiano. En este caso, el novio estaba dispuesto y era digno, pero la novia no lo era...      

 

     Sin embargo, el Zar entregó su vida por su novia, el pueblo ruso, para que algún día fueran considerados nuevamente dignos de recibir el preciado regalo de la autocracia, de parte de la Madre Reinante de Dios.     

 

     En una importante ponencia titulada “Tsar and Patriarch" ("Zar y Patriarca"), P.S. Lopukhin aborda esta cuestión al señalar que el papel del Zar era el de servicio, servicio en la Iglesia y para la Iglesia. Y su propósito era llevar a las personas a la Iglesia y mantenerlas allí, en las mejores condiciones posibles para su salvación. Pero si la gente de la Iglesia, en su gran mayoría, cesa de entender el rol del Zar de esta manera, entonces literalmente él deja de serles de utilidad.

 

     “La comprensión, el amor y el deseo por el ‘servicio al Zar’[23] comenzaron a disminuir en Rusia.”  Por el contrario, comenzó a despertarse una simpatía por los fundamentos [del modelo] de estado racionalista de Europa Occidental. Comenzó a volverse atractiva la idea del estado democrático desligado de toda obligación con respecto a Dios, la Iglesia y el estado espiritual del pueblo. El movimiento en esta dirección en el pueblo ruso era de larga data y persistente, y ya desde hacía mucho tiempo comenzaba a suscitar una profunda alarma, porque este movimiento no era tanto ‘político’ sino espiritual y psicológico: los autoproclamados ‘movimiento de liberación’ ruso y luego el ‘movimiento revolucionario’ eran principalmente, con raras y atípicas excepciones, movimientos a-religiosos y anti-religiosos.     

 

     Fue precisamente esto lo que suscitó una profunda alarma en los corazones de San Serafín, el Padre Juan de Kronstadt, Dostoievski y el metropolitano Antonio.

 

     Este movimiento se desarrolló inexorablemente, y finalmente llegó el día en que su Majestad comprendió que estaba solo en su ‘servicio al Zar’...”

    

   “El Zar Ortodoxo tiene la autoridad para que exista un Estado Cristiano, para que allí se dé un ambiente de Cosmovisión Cristiana” El Zar presta su servicio imperial para tal fin.

 

     Cuando el deseo de un Estado y entorno cristiano se apaga en el pueblo, la monarquía ortodoxa pierde tanto la presuposición como el objetivo de su existencia, ya que a nadie se le puede obligar a convertirse en cristiano.”       El Zar necesita cristianos, no esclavos temblorosos.     

 

     En la vida de un pueblo y de un hombre hay períodos de oscurecimiento espiritual, de ‘pétrea falta de sensibilidad’, pero esto no significa que el hombre se haya vuelto completamente pétreo: los días de tentación y oscuridad pasan, y él resurge nuevamente. Cuando un pueblo es dominado por pasiones, es deber de las autoridades, mediante medios severos, desintoxicarlo y despertarlo. Y esto debe hacerse con decisión, y es sanador, al igual que una tormenta eléctrica es sanadora.

 

     Pero esto solo puede lograrse cuando la ceguera no es profunda y cuando aquel que es castigado y despertado comprende la justicia del castigo. Así, un campesino reprochó a un terrateniente, preguntándole por qué no había comenzado a luchar en contra de los pogromos con una ametralladora.   'Bueno ¿qué habría les habría sucedido?' '¡Habríamos recobrado el juicio!  Pero ahora estamos ebrios y nos matamos y nos golpeamos los unos a los otros'.

 

     Pero cuando la enfermedad espiritual ha penetrado incluso en el subconsciente, entonces la aplicación de la fuerza parecerá ser violencia, y no justa retribución, y entonces la gente enferma no será capaz de ser sanada Estarán en el estado en el que estaba el pecador a quien el Apóstol Pablo entrego “a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo” (1 Corintios  5.5).

 

     En el momento de su abdicación, Su Majestad se sintió profundamente solo, y a su alrededor reinaba ‘traición, cobardía y engaño’, y ante la pregunta de cómo pudo haber abdicado de su servicio imperial, es necesario responder: lo hizo porque nosotros habíamos renunciado a su servicio imperial, a su autoridad sagrada y santificada[24]

 

Como lo expresó San Juan Maximovich: “La malicia calculadora hizo su trabajo: separó a Rusia de su Zar, y en ese terrible momento en Pskov, él quedó abandonado... El terrible abandono del Zar... Pero no fue él quien abandonó a Rusia: Rusia lo abandonó a él, que amaba a Rusia más que su propia vida”. Al ver esto y con la esperanza de que su autohumillación calmara las apasionadas emociones del pueblo, su Majestad renunció al trono... Se regocijaron aquellos que deseaban la deposición del Zar.       Los demás guardaron silencio. Luego siguió el arresto de su Majestad y los acontecimientos posteriores fueron inevitables... Su Majestad fue asesinado, Rusia guardó silencio...     

 

     Estas explicaciones sobre por qué el Zar abdicó concuerdan entre sí y son esencialmente verdaderas. Pero podemos ir aún más más alla y con mayor profundidad. Michael Nazarov sostiene que el Zar, al ver que era imposible frenar la marea de apostasía en ese momento, se ofreció a sí mismo como sacrificio para la iluminación de las generaciones futuras, de acuerdo con la revelación dada al metropolitano Macario: "Su Majestad Nicolás II sintió muy profundamente el significado de su servicio como Zar       Su tragedia consistía en el hecho de que, a nivel gubernamental durante la crisis, cada vez aparecían menos colaboradores que combinaran habilidades administrativas, discernimiento espiritual y devoción. “A mi alrededor hay traición, cobardía y engaño”, escribió su Majestad en su diario el día de la abdicación... Por lo tanto, en las condiciones de casi completa traición, su humilde renuncia a luchar por el poder no solo estaba dictada por el deseo de evitar una guerra civil, que debilitaría al país frente al enemigo externo.     

 

Esta renuncia al poder era de alguna manera similar al rechazo de Cristo a luchar por su vida antes de su crucifixión, por el bien de la futura salvación de los hombres.       Quizás Su Majestad Nicolás II, el más ortodoxo de todos los Románov, intuitivamente sintió de que ya no había otro camino para que Rusia fuera salvada, excepto el camino del sacrificio propio para la iluminación de las generaciones futuras, confiando en la ayuda y la voluntad de Dios...      [25]

 

     Desde este punto de vista, fue la voluntad de Dios que el Zar abdicara, aunque significara un desastre para el pueblo ruso, de la misma manera que fue la voluntad de Dios que Cristo fuera crucificado, aunque significara la destrucción del pueblo judío.       Por lo tanto, las palabras de la anciana Paraskeva (Pasha) de Sarov (+1915), quien había predicho el destino del Zar durante los Días de Sarov: “Vuestra Majestad, descended del Trono tu mismo”.  [26] Por un lado, su abdicación fue incorrecta tanto en el sentido legal como en el sentido histórico, al ser contraria a las Leyes Básicas de la Autocracia, que no permiten la abdicación del Zar, y al significar “la remoción de aquel que retiene” la venida del Anticristo (II Tesalonicenses 2.7) con todas las catástrofes que eso conlleva.     

 



[1] También se ha comentado que, durante el asedio del Kremlin a Moscú en octubre de 1917, la Madre de Dios ordenó que el icono “Reinante” fuera llevado en procesión siete veces alrededor del Kremlin, y que luego sería salvado. monje Epiphany (Chernov), Tserkov’ Katakombnaia na Zemle Rossijskoj (La Iglesia de las Catacumbas en la Tierra de Rusia), Old Woking, 1980 (MS), http://www.vs-radoste.narod.ru/photoalbum09.html)

[2] Sin embargo, se discuten tanto los sucesos que rodean la aparición del icono como su interpretación teológica. See M. Babkin, “2 (15) marta 1917 g.: iavlenie ikony ‘Derzhavnoj’ i otrechenie ot prestola imperatora Nikolaia II” (March 2/15, 1917: the appearance of the “Reigning’ icon and Emperor Nicholas II’s abdication from the throne), Posev, March, 2009, pp. 21-24.

[3] Yakovitsky, in S. Fomin (ed.), Rossia pered Vtorym Prishestviem (Rusia antes de la Segunda Venida), Moscú, 2003, p. 235.

[4] Yakovitsky, “Sergianstvo: mif ili real’nost’”, Vernost’ (Fidelity), N 100, January, 2008.

[5] I. Kontsevich, Optina Pustyn’ i ee Vremia (Optina Desert and its Time), Jordanville, N.Y.: Holy Trinity Monastery, 1977.

[6] Sedova, “Pochemu Gosudar’ ne mog ne otrech’sa?” (Porque su Majestad no podía evitar la abdicación), Nasha Strana, March 6, 2010, N 2887, p. 2.

[7] Sedova, “Ataka na Gosudaria Sprava” (Un ataque de Su Majestad desde la Derecha), Nasha Strana, September 5, 2009.

[8] St. John Maximovich, Proiskhozhdenie Zakona o Prestolonasledii v Rossii (El origen de la ley de sucesión en Rusia), quoted in “Nasledstvennost’ ili Vybory?” (“Herencia o Elecciones”), Svecha Pokaiania (Vela del arrepentimiento), N 4, February, 2000, p. 12. La palabra "multaturba" fue usada por el Zar Iván el Terrible en su correspondencia con Kurbsky.

[9] Lebedev, Velikorossia (Gran Rusia), san Petersburgo, 1999, pp. 486-488.

[10] Oldenburg, Tsarstvovanie Imperatora Nikolaia II (El Reinado del Emperador Nicolás II), Belgrado, 1939, vol. 2, pp. 641-642.

[11] Alferov, Imperator Nikolaj II kak chelovek sil’noj voli (El Emperador Nicolas II como hombre de voluntad fuerte), Jordanville, Nueva York.: Holy Trinity Monastery, 1983, 2004, p. 121.

[12] Katkov, Fevral’skaia Revoliutsia (La Revolución de Febrero), Paris: YMCA Press, 1974, p. 236.

[13] Shulgin escribió: “Qué lamentable me pareció el boceto que le habíamos llevado... Es demasiado tarde para especular si Su Majestad podría no haber abdicado.” Teniendo en cuenta la posición que ocupaban el general Ruzsky y el general Alexeyev, se excluía la posibilidad de resistencia: las órdenes de Su Majestad ya no se transmitían, los telegramas de sus fieles no le eran comunicados... Al abdicar, Su Majestad al menos retuvo la posibilidad de apelar al pueblo con su propia última palabra” (en Oldenburg, op. cit., p. 253). (V. M.)

[14] El texto de Lebedev ha sido ligeramente modificado para incluir todo el texto del manifiesto (V.M.).  Por más información sobre el texto del manifiesto y pruebas de que fue escrito por el propio Zar, véase: “Manifest ob otrechenii i oktiabrskij perevorot: Kniaz’ Nikolai Davydovich Zhevakov (1874-1939)” en http://www.zhevakhov.info/?p=465.

[15] Lebedev, op. cit., pp. 488-489.

[16] Voeikov, So Tsarem i Bez Tsaria (Con y sin el Zar), Moscú, 1995, p. 190.

[17] Montefiore, The Romanov, Londres: Weidenfeld and Nicolson, 2016, p. 623.

[18] Alferov, op. cit., p. 105.

[19] Farmborough, Nurse at the Russian Front (Una enfermera en el frente ruso)  A Diary 1914-18 (Un Diario 1914-1918), Londres: Book Club Associates, 1974, pp. 271-272. Alexeyev informó del último discurso del Zar al ejército a Guchkov, ahora ministro de Guerra. Guchkov prohibió la distribución del discurso (Alferov, p. 108)

[20] Lebedev, op. cit., p. 491.

[21] Churchill, The World Crisis. 1916-18, vol. I, London, 1927, pp. 223-225. Churchill era masón, maestro de la logia “Rosemary” núm. 2851, desde 1902.  Sin embargo, esto no le impidió ser un admirador del Zar y un feroz anticomunista.

[22] Como Lev Alexandrovich Tikhomirov escribe: "Sin establecer un reino, Moisés lo vislumbro y se lo señaló de antemano a Israel... Moisés especificó de antemano dos condiciones para el surgimiento del poder real: En primer lugar, era necesario que el propio pueblo reconociera su necesidad. En segundo lugar, no era el pueblo quien debía elegir a un rey sobre sí mismo, sino que debía dejar eso en manos del Señor.  Además de eso, Moisés también indica el liderazgo para el mismo rey: 'Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, (...) para guardar todas las palabras de esta ley' (Monarkhicheskaia Gosudarstvennost’ (La Estatalidad Monárquica), san Petersburgo, 1992, pp. 127-129).

[23] N. de T. – En ruso “Tsarskaya Sluzhba” que seria traducible como “Servicio de Zar” o “Servicio zarista”, nosotros hemos traducido indistintamente “Servicio Imperial” como “Servicio zarista” para denota el servicio que el Zar como Autócrata prestaba a todos los súbditos del Imperio. Para ejemplificar este “servicio”, basta mencionar el renacimiento que se produjo de la escritura de iconos a nivel popular durante su reinado; en 1901 se establecería un “Comité para la Custodia de la escritura de Iconos rusos” bajo el patrocinio del Zar Nicolás II, todo esto en aras de rescatar y preservar antiguas técnicas de escritura de iconos que se estaban perdiendo en su momento. Esto ocurría porque todos tenían en cuenta el rol del Zar como custodio de la fe cristiana. A su ves, el “servicio del Zar” no solo se daba de arriba hacia abajo, sino también desde abajo hacia arriba, siendo el antes mencionado Piotr Stolypin (como muchos otros) uno de los referentes más cabales de lo que era una vida puesta al servicio del Zar.

[24] Lopukhin, “Tsar’ i Patriarkh” (El Zar y el Patriarca), Pravoslavnij Put’ (The Orthodox Way), Jordanville, 1951, pp. 103-104.

[25] Nazarov, Kto Naslednik Rossijskogo Prestola? (¿Quién es el heredero al trono ruso?), Moscú, 1996, pp. 72-73. Negritas del autor

[26] N. Gubanov (ed.), Nikolai II-ij i Novie Mucheniki (Nicolás II y los nuevos martires), san Petersburgo, 2000, p. 70.

EL MISTERIO DE LA ABDICACIÓN DEL ZAR

 Vladimir Moss Sin duda la fecha más importante de la historia moderna es el 15/2 de marzo de 1917, fecha de la abdicación del Zar Nicolás I...