Vladimir Moss
Sin duda la fecha
más importante de la historia moderna es el 15/2 de marzo de 1917, fecha de la
abdicación del Zar Nicolás II. Sin embargo, todavía el significado místico de
este suceso es poco comprendido, incluso por los ortodoxos. Y, sin embargo, debemos
intentar comprenderlo; de lo contrario, la historia del siglo pasado seguirá
siendo, en palabras de Macbeth, “un cuento narrado por un idiota, lleno de
ruido y de furia, que no tiene ningún sentido...”
El significado del misterio se contiene en
tres visiones, inspiradas por la Gracia Divina.
La primera tuvo lugar el mismo día de la
abdicación del Zar, cuando la Madre de Dios se apareció a la campesina Eudocia
Adrianovna y le dijo: “Ve al pueblo de Kolomenskoye; Allí encontrarás un gran
ícono grande negro. Tómalo y embellecélo, y permite que la gente rece frente a
él.” Eudocia encontró el icono a las 3 en punto, la hora precisa de la
abdicación. “Por si solo, de milagro recuperó su esplendor y se reveló como el
icono ‘Reinante’ de la Madre de Dios, el mismo que había guiado a los ejércitos
rusos a la guerra contra Napoleón. En él se la representaba sentada sobre un
trono real vestida con una túnica roja oscura y portando el orbe y el cetro de
los zares ortodoxos, como para mostrar que el cetro de gobierno de la tierra
rusa había pasado de los gobernantes terrenales a la Reina del Cielo…[1]
Es así que, la Autocracia
Ortodoxa, simbolizada por el orbe y el cetro, no se había destruido, sino que,
de alguna forma, se mantiene ‘a salvo’ por la Reina del Cielo, hasta que a la
tierra se considerase de nuevo como digna de esta...”[2]
En el mismo año se le dio
una segunda visión al santo metropolita Macario de Moscú, quien fue el único en
la jerarquía de la Iglesia que se negó a aceptar el Gobierno Provisional debido
a su juramento de lealtad al Zar, causa por la cual fue depuesto de su sede:
“Vi un campo. El Salvador estaba caminando por un camino. Fui tras él llorando,
«¡Señor, te estoy siguiendo!»
Finalmente nos acercamos a un inmenso arco
adornado de estrellas. En el umbral del arco, el Salvador se volvió hacia mí y
dijo de nuevo:
«¡Sígueme!»
Entró en un jardín maravilloso, yo me
quedé en el umbral y desperté. Pronto volví a quedarme dormido y me vi de pie
en el mismo arco, y junto al Salvador estaba el Zar Nicolás. El Salvador dijo al Zar:
«Ved en Mis manos dos copas: una amarga para tu pueblo y
otra dulce para ti.»
El zar cayó de rodillas y durante mucho
tiempo le suplicó al Señor que le permitiese beber la copa amarga junto con su
pueblo. El Señor se resistió a
concedésela por un largo tiempo, pero el Zar suplicó con insistencia. Entonces,
el Salvador sacó del cáliz amargo una gran brasa ardiente y se la colocó al Zar
en la palma de la mano. El Zar comenzó a mover la brasa de una mano a otra y al
mismo tiempo su cuerpo comenzó a iluminarse, hasta que se volvió completamente
brillante, semejante al de un espíritu radiante. En ese momento volví a
despertar.
Al quedarme dormido nuevamente, vi un
inmenso campo cubierto de flores. En
medio del campo estaba el Zar, rodeado por una multitud de personas, y con sus
manos distribuía maná entre ellos. Una
voz invisible dijo en ese momento:
«El Zar ha tomado la culpa del pueblo ruso sobre sí mismo, y
el pueblo ruso es perdonado.»
Pero, ¿cómo podría el pueblo ruso ser
perdonado mediante el Zar? A.Ya.
Yakovitsky expresó el siguiente pensamiento: “El objetivo del Gobierno
Provisional era celebrar elecciones para establecer una Asamblea Constituyente,
que finalmente habría rechazado el principio monárquico. Pero esto también
habría traído un anatema - el del Zemsky
Sobor de 1613 - sobre toda la Rusia, ya que el anatema invocaba una
maldición sobre la tierra rusa si esta alguna vez rechazaba al zar Miguel
Románov y a sus sucesores. La visión del
metropolitano Macario demuestra que a través de su martirica paciencia el Zar
obtuvo del Señor que no se realizase la Asamblea Constituyente. Además, su distribución del maná al pueblo es
un símbolo de la distribución de los Santos Dones de la Eucaristía. Así, la
jerarquía eclesiástica, aunque vaciló en su lealtad en 1917, no rechazó
finalmente el monarquismo, por lo que no quedó bajo anatema y pudo seguir alimentando
espiritualmente al pueblo. De esta
manera el Zar salvó y redimió a su pueblo.
Volviendo al icono reinante, Yakovitsky
escribe: “A través de innumerables sufrimientos, sangre y lágrimas, y después
del arrepentimiento, el pueblo ruso será perdonado y el poder real, preservado
por la propia Reina del Cielo, sin duda será devuelto a Rusia. De lo contrario,
¿por qué la Santísima Madre de Dios habría conservado este Poder?[3]
“Es imposible estar en desacuerdo con
esto. El pecado cometido sólo puede ser
purificado con sangre. Pero para que surgiera la misma posibilidad de
redención, algún otro pueblo tuvo que recibir el poder sobre el pueblo que
había pecado, así como Nabucodonosor recibió este poder sobre el pueblo judío
(así como lo atestiguó el profeta Jeremías), o Baty sobre el pueblo ruso (el
primero en hacer mención de esto tras la devastación fue el concilio de obispos
de la metrópolia de Kiev)… De lo contrario, los sufrimientos causados por el
derramamiento de sangre fraternal sólo hubieran profundizado la ira de Dios…”[4]
De modo que la redención podría darse al
pueblo ruso sólo si expiaba su pecado mediante los sufrimientos del martirio y
el arrepentimiento, y siempre que en principio no rechazase a la autocracia ortodoxa. El Zar
sentó las bases para esta redención mediante su súplica ante el trono del
Todopoderoso. Los Nuevos Mártires construyeron sobre esta base a través de sus
martiricos sufrimientos.
Y aún así, la redención, revelada en la
restauración de la Autocracia Ortodoxa, aún no ha llegado. Y esto se debe a que el tercer elemento, el
arrepentimiento de todo el pueblo, que aún no ha tenido lugar.
Una tercera visión en el mismo fatídico
año de 1917 se le dió a “una niña piadosa”.
El Anciano Nectario de Optina la interpretó de la siguiente manera:
“Ahora su Majestad no es dueño de sí mismo, está sufriendo tal humillación por
sus errores. 1918 será aún peor. Su Majestad y toda su familia serán asesinados
y torturados. Una niña piadosa tuvo una visión: Jesucristo estaba sentado en un
trono, mientras a su alrededor estaban los Doce Apóstoles, y terribles
tormentos y gemidos resonaban desde la tierra. Y el Apóstol Pedro le preguntó a Cristo:
«Oh Señor, ¿cuándo cesarán estos tormentos?»
Y Jesucristo respondió: «Se los daré hasta 1922» Si la gente no se arrepiente, si no entra en
razón, entonces todos perecerán de esta manera.
Entonces, ante el trono de Dios, estaba
nuestro Zar con la corona de un gran mártir. Sí, este Zar será un gran mártir.
Recientemente, ha redimido su vida, y si la gente no vuelve a Dios, entonces no
sólo Rusia, sino toda Europa colapsará...”[5]
*
Para obtener una mayor comprensión de este
misterio, volvamos a examinar más de cerca la abdicación en sí misma,
comenzando con la pregunta: ¿Por qué el Zar aceptó abdicar?
Yana Sedova retrocede a la crisis que tuvo
lugar durante el conato revolucionario de 1905. “Su Majestad explicó la razón de su decisión.
Escribió que tuvo que elegir entre dos caminos: la dictadura o una
constitución. Una dictadura, en sus palabras, le daría un breve ‘espacio de
respiro’, después del cual ‘nuevamente tendría que actuar por la fuerza dentro
de unos meses’; pero esto costaría ríos de sangre y al final llevaría
inexorablemente a la situación actual, es decir, el poder de la autoridad se habría
hecho manifiesto, pero el resultado sería el mismo y no se podrían lograr
reformas en el futuro’”. “Con el fin de escapar de este
círculo cerrado, su Majestad prefirió conceder una constitución con la que no
simpatizaba.”
“Tales palabras sobre un ‘espacio de
respiro’ después del cual tendría que volver a actuar por la fuerza podrían
haberse puesto en practica tal vez ahora [en 1917]. “Dada la soledad en la que
se encontraba su Majestad en 1917, la supresión de la revolución habría sido la
cura, no de la enfermedad, sino de sus síntomas, una anestesia temporal, y
además, por muy poco tiempo.”[6]
Era muy capaz el Zar de enviar tropas para
reprimir la revolución por la fuerza. De hecho, lo ordenó sólo unos días antes
de su abdicación. Y actuando de esta manera habría estado en recto deber a fin
de defender el trono, el orden y el principio monárquico en su conjunto. Pero
ahora veía cuánto odio había contra él y creía que la revolución de febrero
sólo se dirigía personalmente contra
él. No quería derramar la sangre de sus súbditos para defender su propio
reinado, sino la Institución de la Autocracia… [7]
Además, al negarse a defenderse
personalmente, el Zar estaba demostrando lo que es realmente la autocracia
ortodoxa y en qué se diferencia de una tiranía absolutista, por un lado, y de
una monarquía constitucional, por el otro. El tirano mata a sus propios
súbditos para defender su gobierno personal; el monarca constitucional permite
que sus súbditos le gobiernen. El Zar Nicolás rechazó ambos caminos. Rechazó tanto el constitucionalismo que la
Duma y los liberales en general querían imponerle. Como rechazó la tiranía que
de forma involuntaria les impondría a sus súbditos un gobierno por la fuerza.
Los constitucionalistas rusos exigieron
del Zar Nicolás que les diera un gobierno “responsable”; es decir, un gobierno
completamente bajo su control. Pero
el reinado del Zar Nicolás le era ya responsable en el grado más alto, ante
Dios.
Porque esta es la
diferencia fundamental entre el autócrata ortodoxo y el monarca constitucional,
ya que el autócrata realmente gobierna a su pueblo, mientras que el monarca
constitucional “reina, pero no gobierna”, al decir de Adolfo Thiers. El primero
es responsable únicamente ante Dios, pero el segundo, incluso aunque afirmara
gobernar “por la Gracia de Dios” y recibiera una coronación de la Iglesia, es
de hecho esclavo del pueblo y cumple su voluntad en lugar de la de Dios. Como
escribe San Juan Maximovich, “los soberanos rusos nunca fueron zares por la
voluntad del pueblo, sino que siempre fueron autócratas por la Misericordia de
Dios. Eran soberanos de acuerdo con la dispensación de Dios, y no según la
voluntad de la ‘turbamulta’ del hombre”.[8] Y es así que tenemos tres tipos de rey: el autócrata ortodoxo, que se
esfuerza por cumplir únicamente la voluntad de Dios y es responsable únicamente
ante Él, estando limitado únicamente por la Fe y la Tradición del pueblo
representada por la Iglesia Ortodoxa; el monarca absoluto, como el francés Luis
XIV o el inglés Enrique VIII, que sólo cumple su propia voluntad, no es
responsable ante nadie y no está limitado por nada ni nadie; y el monarca
constitucional, que cumple la voluntad del pueblo y puede por este ser ignorado
o depuesto cuando le parezca.
La monarquía por la gracia de Dios y la
monarquía por la voluntad del pueblo son principios incompatibles. El primer
rey designado por Dios en el Antiguo Testamento, Saúl, cayó porque intentó
combinarlos; escuchó al pueblo, no a Dios. “Porque escuché la voz del pueblo” (I
Reyes 15, 20) perdonó a Agag, el rey de los amalecitas, en lugar de
matarlos a todos, como Dios había ordenado. En otras palabras, abdicó de la
autoridad que Dios le había otorgado y se convirtió en un demócrata,
escuchando al pueblo en lugar de a Dios.
La importancia del reinado del Zar Nicolás
II radica en el hecho de que demostró con sus acciones verdaderamente
cristianas y abnegadas lo que realmente es un verdadero autócrata ortodoxo, a
diferencia de un déspota absolutista o un monarca constitucional. Este conocimiento había comenzado a
desvanecerse de la mente del pueblo, y con este desvanecimiento la propia
monarquía se había debilitado. El Zar
accedió a abdicar porque creía que la insatisfacción general con su gobierno personal podría ser mitigada por su
retiro personal de la escena. Sin
embargo, nunca consideró esto como la renuncia a la autocracia en sí misma; solo contemplaba la transferencia de poder
de él mismo a otro miembro de la dinastía, ya sea su hijo o su hermano. Pensó
que esto apaciguaría al ejército y, por tanto, aseguraría la victoria contra
Alemania. Al sacrificarse, el Zar restauró la imagen de la Autocracia en todo
su esplendor, quedando preservada así la posibilidad de su restauración en una
generación futura...
El Zar escribió en su diario: “Mi
abdicación es necesaria. Ruzsky transmitió esta conversación al Estado Mayor y
Alexeyev a todos los comandantes en jefe de los frentes. Las respuestas de
todos llegaron a las 2:05.... La
cuestión es que para salvar a Rusia y mantener el ejército en el frente en paz,
debo de decidirme a dar este paso.
Estuve de acuerdo. Desde el Cuartel General enviaron el borrador de un
manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Shulgin. Discutí y
les di el manifiesto firmado y editado. A la una de la madrugada salí de Pskov
muy afectado por todo lo sucedido. Veo a mi alrededor traición, cobardía y
engaño”.
Al comentar estas palabras, el Padre Lev
Lebedev escribe: “¡El Zar estaba convencido de que esta traición estaba
dirigida personalmente a él, y no a la Monarquía, no a Rusia! Los generales
estaban sinceramente convencidos de lo mismo: suponían que al traicionar
al Zar no traicionaban a la Monarquía y a la Patria, ¡sino que incluso servían
a estas, al actuar para su bien verdadero!... Pero la traición y la traición al
Ungido de Dios es traicionar a todo lo que está encabezado por él. ¡La
conciencia masónica de los generales, ebrios de su supuesto “poder real” sobre
el ejército, no podía elevarse ni siquiera al nivel de esta simple verdad
espiritual! ¡Y mientras tanto los traidores ya habían sido traicionados,
los engañadores engañados! Ya al
día siguiente, en el 3 de marzo, el general Alexeyev, habiendo recibido
información más detallada sobre lo que estaba sucediendo en Petrogrado,
exclamó: “’Nunca me perdonaré el haber creído en la sinceridad de
algunas personas, haberles obedecido y enviado el telegrama a los comandantes
en jefe sobre la abdicación de Su Majestad al trono!’...
De manera similar, el general Ruzsky rápidamente “perdió la fe en el
nuevo gobierno” y, como se escribió sobre él, sufrió grandes tormentos morales”
debidos a su conversación con el Zar y los días 1ero y 2 de Marzo, “hasta el
final de su vida” (su fin se produjo en octubre de 1918, cuando los
bolcheviques acabaron con Ruzsky en el Cáucaso septentrional). Pero no debemos
dejarnos conmover por estas “agonías” tardías y esta “recuperación de la
visión” de los generales (y también de algunos de los Grandes Príncipes). No
tenían que poseer información, ni ser particularmente clarividentes o sabios;
simplemente tenían que ser fieles a su juramento – ¡y nada más!
“… En aquel momento, en el 1ero y 2 de
marzo de 1917, ante la conciencia y la
integridad moral del Zar, la cuestión se planteó de la siguiente manera: la
revolución en Petrogrado se lleva a cabo bajo banderas monárquicas: la
sociedad, el pueblo (¡Rusia!) defienden la preservación del poder zarista, la
continuación planificada de la guerra hasta la victoria, pero esto sólo se ve
obstaculizado por una cosa: la personal desafección general con Nicolás
II, la desconfianza general en su liderazgo personal, de modo que si él,
se marchara ¡Por el bien y la victoria de Rusia, salvaría tanto a la
Patria como a la Dinastía!
“Convencido, como sus generales, de que
todo era así, Su Majestad, que nunca sufrió de amor al poder (¡podía ser
poderoso, pero no amante del poder!), pasadas las tres de la tarde del 2 de
marzo, En 1917 envió inmediatamente dos telegramas: a Rodzyanko en Petrogrado y
a Alexeyev en Mogilev. En el primero decía: “No hay sacrificio que yo no sea
capaz de hacer en aras del verdadero bien y de la salvación de nuestra querida
madre Rusia. Estoy, pues, dispuesto
a abdicar la corona en mi hijo, que seguirá a mi lado hasta llegar a la mayoría
de edad, nombrando regente del reino a mi hermano el gran duque Miguel
Alexandrovich.” El telegrama a los Cuarteles Generales proclamaba: “En nombre
del bien de nuestra ardorosamente amada Rusia, de su calma y salvación, estoy
dispuesto a renunciar al Trono en favor de Mi Hijo. Pido a todos que le sirvan
fielmente y sin hipocresía” Como si Su Majestad dijera, por así decirlo, entre
líneas: "No como vosotros me habéis servido..." Ruzsky, Danilov y
Savich se fueron con los textos de los telegramas.
"Al enterarse de esto, Voeikov corrió
hacia el carruaje del Zar: '¿Puede ser cierto... que ha firmado la abdicación?'
El Zar le entregó los telegramas que estaban sobre la mesa con las respuestas
de los comandantes en jefe, y dijo: “¿Qué me quedaba por hacer, cuando todos me
han traicionado? Y el primero de todos: Nikolasha (el gran duque Nicolas
Nikolayevich)... ¡leed!” [9]
Como en 1905, en 1917, probablemente el
factor más importante que influyó en la decisión del Zar fue la actitud de su
tío y ex comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el gran duque Nicolás
Nikolayevich Romanov, “Nikolasha”, como lo conocían en la familia. En 1905
Nikolasha se había negado a aceptar el puesto de dictador, lo que obligó al Zar
a conceder la constitución que socavaba su poder autocrático. Ahora, en 1917, Nikolasha estaba entre los
generales que le suplicaban que abdicara... Fue muy poco lo que el Zar podía
hacer en vista de la traición de los generales y de Nikolasha.
S.S. Oldenburg escribió: “Se
puede especular si Su Majestad podría no haber abdicado. Con la posición adoptada por el general
Ruzsky y el general Alexeyev, la posibilidad de resistencia quedó excluida: las
órdenes de Su Majestad no fueron entregadas, no se le comunicaron los
telegramas a aquellos que le eran leales a él. Además, podrían haber anunciado
la abdicación sin su voluntad: ¡el príncipe Marcos de Baden anunció la abdicación
del emperador alemán (9.11.1918) cuando el Káiser no había abdicado en
absoluto! Su Majestad al menos conservó la posibilidad de dirigirse al pueblo
con su última palabra… Su Majestad no creía que sus oponentes pudieran lidiar
con la situación. Por eso, hasta el último momento intentó mantener el timón
con sus propias manos. Cuando esa posibilidad desapareció –estaba claro que
estaba en cautiverio– Su Majestad quiso al menos hacer todo lo posible para
facilitarle la tarea de sus sucesores… Sólo que no quería confiarles a su hijo:
sabía que el joven monarca no podía abdicar, y para destituirlo podrían
utilizar otros métodos sangrientos. Su Majestad dio a sus oponentes todo lo que
pudo: aún así resultaron impotentes ante los acontecimientos. El volante fue
arrancado de las manos del ‘‘chauffeur’-autocrata y el coche cayó al
abismo…”[10]
E. E. Alferev se hace eco de esta
afirmación y añade: “La emperatriz, que nunca había confiado en Ruzsky, al
enterarse de que el tren del Zar había sido retenido en Pskov, comprendió
inmediatamente el peligro. El 2 de marzo
escribió a Su Majestad: “Pero estás solo, no tienes el ejército contigo, estás
atrapado como un ratón en una trampa.
¿Qué puedes hacer?'” [11]
Quizás podría haber contado con el apoyo
de algunas unidades militares. Pero el resultado habría sido sin duda una
guerra civil, cuyo resultado era dudoso, pero cuyo efecto en la guerra con
Alemania no podía dudarse: los alemanes habrían obtenido una ventaja decisiva
en el momento crítico cuando Rusia estaba a punto de lanzar una ofensiva de
primavera. Este último factor fue decisivo para el Zar: por ninguna razón no
contemplaba socavar el esfuerzo bélico. Ya que el primer deber de un Zar
ortodoxo después de la defensa de la fe ortodoxa es la defensa del país contra
los enemigos externos; y en el caso de la guerra con Alemania coincidían los
dos deberes.
El Zar siempre se había negado
rotundamente a considerar cualquier cambio constitucional interno durante la
guerra por la muy buena razón de que tales cambios estaban destinados a socavar
el esfuerzo bélico. Pero sus enemigos querían obligarlo a realizar tales
cambios precisamente mientras aún se libraba la guerra. Porque, como observa perspicazmente George
Katkov, el “miedo de los liberales y radicales rusos al fracaso militar y la
humillación de Rusia era, si no nos equivocamos, sólo una cobertura decente
para otro sentimiento: la profunda ansiedad interna de que la guerra terminase
en victoria antes de que los planes políticos de la oposición pudieran
cumplirse, y que desaprovecharían las excepcionales posibilidades que les
presentaban las circunstancias del tiempo de guerra”.[12]
Sin saber que el Zar ya había abdicado,
los diputados de la Duma, Guchkov y Shulgin, llegaron alrededor de las 22.00
horas. el 2 de marzo. “A esta hora, es decir, por la noche, el Zar había
cambiado un poco su decisión original. Esto era por la extremadamente peligrosa
enfermedad de su Hijo, el zarevich Alexis, que todavía estaba destinado a
gobernar, aunque bajo la regencia de su tío Miguel. El Padre-Zar, preocupado
por esto, preguntó por última vez a los médicos: ¿existía la más mínima
esperanza de que Alexis Nikolayevich se curara de la hemofilia? Y recibió una
respuesta negativa: no había esperanza. Entonces el Zar tomó la decisión de
quedarse con su hijo enfermo y abdicar en favor de su hermano Miguel.
Sin embargo, el texto del manifiesto de abdicación seguía marcado como del 2 de
marzo a las 15:00 horas, esto es, el momento cuando decidió renunciar a
su poder. Entonces, cuando Guchkov y
Shulgin trajeron el texto del manifiesto que habían redactado, se encontraron
con que ya no era necesario. El Zar les dio el suyo. Y tuvieron que admitir con vergüenza cuan más
poderoso, espiritual y magnanimo era en su simplicidad el manifiesto escrito
por el Zar del que redactaron sin talento.[13]
Le rogaron al Zar que nombrara al príncipe Lvov presidente del
Consejo de Ministros y al general L.G. Kornilov como comandante del distrito
militar de Petrogrado. El Zar firmó los decretos correspondientes. Estas fueron las últimas designaciones
realizadas por el Zar.
Viéndose a sí mismos como gobernantes y
conductores de los destinos de Rusia, Guchkov y Shulgin llegaron ambos a las
escondidas, desconcertados, sin afeitar, con los cuellos notablemente sucios, y
se marcharon con todos los documentos que se les habían dado de manera
conspirativa, mirando a su alrededor y ocultándose de 'la gente' que pensaban
gobernar... ¡Ladrones y bandidos!” El plan de Guchkov se había llevado a cabo,
mientras que el propio Guchkov... ¡en qué situación infinitamente lamentable se
encontraba este masón tan inteligente que había trabajado durante tantos años
para cavar un pozo bajo el zar Nicolás II!
“El manifiesto de Nicolás II declaraba: En
los días de la gran lucha contra un enemigo externo que por casi tres años ha
intentado esclavizar a nuestra Patria, Dios otorgó una nueva y difícil prueba a
Rusia. Las conmociones interiores pueden tener un efecto funesto en la
continuación de la guerra. El destino de Rusia, el honor de nuestro heroico
ejército, el bien del pueblo, el futuro de nuestro querido país natal, exigen
conseguir, a cualquier precio, la victoria en la guerra. El enemigo despiadado
ejerce lo que le queda de fuerzas y no está lejos la hora cuando nuestro
ejército valiente con nuestros gloriosos aliados pueda derrotar completamente
al adversario.
En estos días
decisivos en la vida de Rusia, con el motivo de que la victoria pueda
alcanzarse de manera más rápida, hemos decidido el facilitarle a nuestro pueblo
el proceso de la unidad y la consolidación de toda nuestra fuerza nacional y,
en acuerdo con la Duma Estatal, hemos aceptado la necesidad de abdicar al Trono
del Estado Ruso y deponer el Poder Supremo. Sin querer separarnos de
nuestro querido hijo, traspasamos el trono a nuestro hermano, el gran duque
Mijaíl Aleksándrovich y bendecimos su advenimiento al trono del Estado ruso. Le
mandamos gestionar los asuntos estatales en concordia completa e inalterable
con los representantes del pueblo en las instituciones legislativas, sobre la
base de aquellos principios que estos puedan establecer, prestando un
inviolable juramento para tal efecto. En nombre de nuestra querida patria
convocamos a todos los fieles hijos a cumplir el deber sagrado de obedecer al
Zar en la difícil hora de desafíos universales, y en ayudarlo a Él junto con
los representantes del pueblo para sacar adelante al gobierno ruso en el camino
de la victoria, la prosperidad y la gloria. Que Dios ayude a Rusia. Pskov. 2 de
Marzo, 15.00 horas. 1917. Nicolás, firmado conjuntamente por el Ministro
Imperial de la Corte, conde Fréderiks. [14]
“Entonces –ya era de noche el 2 de marzo–
el Zar telegrafió acerca del quid de la cuestión, a su hermano Miguel y le pidió perdón por “no haber podido
advertirle”. Pero este telegrama no llegó a su destinatario.
“Entonces el tren partió. Abandonado solo,
en su compartimento personal, el Zar oró durante mucho tiempo únicamente a la
luz de una lampatka que ardía delante de un icono. Luego se sentó y escribió en su diario: ‘A la
una de la madrugada salí de Pskov muy afectado por todo lo sucedido. A mi
alrededor todo es traición, cobardía y engaño.’
Ésta es la situación que reinaba
entonces en la ‘sociedad’, y especialmente en la sociedad democrática de la
Duma, en los más altos círculos militares, en una parte especifica de los
obreros y los reservistas de Petrogrado...”[15]
El tiempo iba a demostrar que esta condición reinaba en la gran mayoría
del pueblo ruso...
Aunque había abdicado, aún se le consideraba al Zar como Comandante
Supremo de las Fuerzas Armadas. Es por esto que su tren se dirigía ahora hacia
Mogilev, y por eso ni Ruzsky ni Alexeyev ni siquiera Guchkov le impidieron
regresar allí.
El general Vladimir Voeikov, comandante de
la guardia en Tsarskoye Selo, escribió: “Inmediatamente el tren salió de la
estación, entré en el compartimento del Zar, que estaba iluminado por una
lampatka encendida frente a un icono. Después de todas las experiencias de ese
día difícil, el Zar, que siempre se distinguió por un gran dominio de sí mismo,
no pudo controlarse. Me abrazó y sollozó... Mi corazón se rompió en pedazos al
ver sufrimientos tan inmerecidos que habían recaído en el más noble y bondadoso
de los zares. Acababa de soportar la tragedia de abdicar al trono, tanto para
sí, como para su hijo, a causa de la traición y la bajeza del pueblo que abdicó
de él, a pesar de que él solo les otorgo bien.
Fue arrancado de su amada familia. Todas las desgracias que le cayeron
encima las soportó con la humildad de un asceta... No se me borrara de la
memoria, hasta el fin de mi vida, la imagen del Zar con sus ojos llorosos en el
compartimento medio iluminado...” [16]
“Después, ‘dormí larga y profundamente’,
escribió Nicolás. ‘Hablé con mi gente sobre ayer. Leí mucho sobre Julio
César’”. Entonces se acordó de Misha: “a Su Majestad el Emperador Miguel.
Los últimos
acontecimientos me han llevado a tomar de manera irrevocable esta medida
extrema. Perdóname si te duele y también por no advertirte, no hubo tiempo’”. [17]
Podía recordar a Julio César. Ya que al igual que el César, el Zar, el
emperador de la Tercera Roma, fue apuñalado por la espalda en los idus de
marzo, poniendo fin al Imperio Romano cristiano...
*
En Stavka, el Zar nombró a Nikolasha comandante supremo de las fuerzas
armadas y al príncipe George Lvov como presidente del Consejo de Ministros del
Gobierno Provisional. Por última vez,
escuchó el reporte de un informe del general Alexeyev sobre la situación
militar. Al final, en voz baja, dijo que
le resultaba difícil separarse de ellos y que le entristecía estar presente por
última vez en un reporte de informe, “pero es evidente que la voluntad de Dios
es más fuerte que mi voluntad”.[18]
La hermana Florence Farmborough, una enfermera inglesa de la Cruz Roja
que prestaba servicio en el Frente Ruso, escribe: Pasó solo unos días allí y fue visitado por
su madre, la Emperatriz Madre María. Se
separaron allí; ella, para regresar a su hogar en Kiev; él, para regresar como
prisionero con su familia a Tsarskoe Selo [el Pueblo del Zar]. Aquellos que lo vieron en Mogilev se
sorprendieron por el autocontrol y el coraje con los que llevó a cabo las
ceremonias finales. Escribió a los hombres que combatían en diferentes frentes
y se dirigió a las tropas en persona.
Les dijo que los dejaba porque sentía que él ya no era necesario; les
agradeció por su lealtad constante; los elogió por su inquebrantable patriotismo
y les rogó que obedecieran al Gobierno Provisional, que continuaran la guerra y
llevaran a Rusia a la Victoria. Solo sus ojos melancólicos y hundidos, y su
extrema palidez, revelaban el esfuerzo que estaba haciendo para mantener la
calma que se le exigía.
“Incluso antes de que dejara Mogilev, se estaban llevando a cabo
celebraciones estruendosas en la ciudad; grandes
banderas rojas flameaban en las calles; todas las fotografías de él y su
familia habían desaparecido; los emblemas imperiales siendo derribados de las
de las paredes, se arrancaban de los uniformes; y, mientras el ex-Zar estaba
solo en su habitación, los oficiales que lo visitaban, vitoreaban sus valientes
palabras mientras que inclinados profundamente, muchos llorando, se despedían
de él, en ese mismo momento formaban fila al aire libre, fuera de su ventana,
para prestar el juramento de lealtad al Gobierno Provisional…” [19]
Después de su abdicación por casi una semana, el Zar continuó liderando
todas las Fuerzas Armadas de Rusia... Aun así, y a pesar de que había muchos
oficiales de alto rango dispuestos a morir por él, el Zar no hizo nada para
utilizar su posición de poder y marchar en contra de la revolución. El 7 de marzo, el Gobierno Provisional ordenó
el arresto del Zar. Y el 8 de marzo,
cuatro diputados de la Duma fueron a Mogilev y lo arrestaron. Esto significaba que no podía salir de Rusia
(aunque no lo deseaba, ni él ni la zarina), y fue el paso que inexorablemente
condujo a su martirio en Ekaterimburgo al año siguiente...
Según Lebedev, el Zar estaba sinceramente convencido de que “su salida
del poder podría ayudar a todos a unirse para la victoria decisiva e inminente
contra el enemigo externo (la ofensiva general
estaba programada para abril). Recordemos sus palabras de que no había
sacrificio que no estuviera dispuesto a ofrecer por el bien de Rusia. En esos días, el Zar se expresó de manera aún
más definitiva: ‘...Si Rusia necesita un sacrificio expiatorio, permítanme
ser ese sacrificio’. El Zar estaba convencido (y ellos
lo convencieron) de que... el Gobierno Provisional, la sociedad y la revolución
estaban todos (!) a favor de la preservación de la monarquía y de llevar
la guerra a una victoria gloriosa...’ ”[20]
Lebedev no suena convincente aquí. La primera prioridad del Zar era, sin
duda, concluir con éxito la guerra. Después de todo, la noche de su abdicación,
escribió en su diario: “Decidí dar este paso por el bien de Rusia y para mantener los ejércitos en campo de
batalla”. Pero es difícil creer que todavía, después de toda la
traición que había visto a su alrededor, creyera que “el Gobierno Provisional,
la sociedad y la revolución [!] estaban todos a favor de la preservación de la
Monarquía”…
La interpretación más probable es que él creía que sin la cooperación de
los generales y la Duma, Rusia no podría ganar la guerra, que era el objetivo
principal y sobre el cual dependía todo lo demás. Y así abdicó, no porque
tuviera ilusiones sobre el Gobierno Provisional, sino porque, como un verdadero
patriota, quería que Rusia ganara la guerra...
Uno de los mejores comentarios sobre el
Zar en la Revolución de Febrero viene de Winston Churchill: “Ninguna nación ha
tenido seguramente un hado más maligno que Rusia. Su navío se hundió a la vista del puerto...
Había ya realmente pasado el temporal cuando todo se deshizo. Cuando ya se
habían hecho toda clase de sacrificios y trabajos, la desesperación y la
traición se apoderaron del mando, en el preciso momento en que la labor estaba
concluída. Habían terminado las largas
retiradas; la escasez de municiones había cesado y llegaba armamento en
cantidad; ejércitos más fuertes, más numerosos y mejor equipados guardaban el
inmenso frente (...) Además, en estos momentos no era precisa ninguna acción
difícil; bastaba mantener el frente, apoyarse pesadamente sobre la estirada
línea teutónica, retener a las fuerzas enemigas debilitadas de enfrente sin
necesidad de una actividad excepcional; en una palabra: aguantar, esto era lo
único que se interponía entre Rusia y los frutos de una victoria general... (...)
Es moda fútil de nuestros tiempos reputar al régimen zarista como una tiranía
ciega, corrompida e incompetente. Pero
una mirada a sus treinta meses de guerra contra Alemania y Austria debería
corregir esta impresión superficial y hacer resaltar los hechos
dominantes. Podemos medir la fuerza del
Imperio ruso por los golpes que soportó, por los desastres a que pudo
sobrevivir, por las fuerzas inagotables que supo desarrollar y por la
recuperación que logró. En el gobierno de los Estados, cuando tienen lugar los
grandes acontecimientos, el jefe de la nación, sea el que sea, es tenido por
responsable de los fracasos y recoge el mérito de los éxitos. No importa quien haya hecho el trabajo ni
quienes hayan planeado la lucha; a la autoridad suprema corresponde toda la
culpa o toda la alabanza. ¿Por qué hay
que negar esta prueba severa a Nicolás II? (...) En él se centraba todo el
embate de las decisiones supremas. En la
cúspide, donde todos los problemas se reducen a un sí o a un no, donde los
sucesos escapan a las facultades humanas y en donde todo es inescrutable, él
era quien tenía que dar las respuestas.
Su función era la de una brújula: ¿guerra o paz? ¿Avanzar o
retroceder? ¿guerra o paz? ¿Avanzar o
retroceder? ¿A la derecha o a la izquierda? ¿Democratizar o aguantar firme?
¿Persistir o abandonar? Tales fueron los
campos de batalla de Nicolás II ¿Por qué no habría de cosechar en ellos algún
honor?
El régimen que personificaba y presidía y
al que su carácter personal daba el aliento vital, había ganado la guerra para
Rusia que en estos momentos estaba, sin embargo, a punto de caer. Una mano
oscura, disimulada al principio bajo un aspecto de locura, interviene de
ponto. El Zar desaparece. Entregadlo a él y a todo cuanto él amó a las
injurias y a la muerte. Empequeñeced sus esfuerzos, reprochad su conducta,
insultad su memoria, pero parémonos un momento para preguntarnos quién habría
sido capaz fuera de él.” [21]
El autócrata, según la concepción
ortodoxa, sólo puede gobernar en asociación o “sinfonía” con la Iglesia.
Además, los líderes de la Iglesia y del Estado no pueden gobernar si el pueblo
los rechaza; ya que en Deuteronomio 17:14
el Señor había establecido que una de las condiciones para la creación de una
monarquía con el beneplácito de Dios sea que el pueblo quisiera un rey
con beneplácito divino.[22] Dada esta situación, el
Zar, que comprendía muy bien el verdadero significado de la autocracia, no
podía seguir gobernando si la Iglesia y el pueblo no lo deseaban.
Así como se
necesitan dos socios con disposición para contraer el matrimonio, de la misma
manera se precisa de una cabeza y de un cuerpo cuya disposición sea la de
trabajar en conjunción para conformar un Estado cristiano. En este caso, el
novio estaba dispuesto y era digno, pero la novia no lo era...
Sin embargo, el Zar entregó su vida por su
novia, el pueblo ruso, para que algún día fueran considerados nuevamente dignos
de recibir el preciado regalo de la autocracia, de parte de la Madre Reinante
de Dios.
En una importante ponencia titulada “Tsar and Patriarch" ("Zar
y Patriarca"), P.S. Lopukhin aborda esta cuestión al señalar que el papel
del Zar era el de servicio, servicio en la Iglesia y para la Iglesia. Y
su propósito era llevar a las personas a la Iglesia y mantenerlas allí, en las
mejores condiciones posibles para su salvación. Pero si la gente de la Iglesia,
en su gran mayoría, cesa de entender el rol del Zar de esta manera, entonces
literalmente él deja de serles de utilidad.
“La comprensión, el amor y el
deseo por el ‘servicio al Zar’[23]
comenzaron a disminuir en Rusia.” Por el
contrario, comenzó a despertarse una simpatía por los fundamentos [del modelo]
de estado racionalista de Europa Occidental. Comenzó a volverse atractiva la
idea del estado democrático desligado de toda obligación con respecto a Dios,
la Iglesia y el estado espiritual del pueblo. El movimiento en esta dirección
en el pueblo ruso era de larga data y persistente, y ya desde hacía mucho
tiempo comenzaba a suscitar una profunda alarma, porque este movimiento no era
tanto ‘político’ sino espiritual y psicológico: los autoproclamados ‘movimiento
de liberación’ ruso y luego el ‘movimiento revolucionario’ eran principalmente,
con raras y atípicas excepciones, movimientos a-religiosos y anti-religiosos.
Fue precisamente esto lo que
suscitó una profunda alarma en los corazones de San Serafín, el Padre Juan de
Kronstadt, Dostoievski y el metropolitano Antonio.
Este movimiento se desarrolló
inexorablemente, y finalmente llegó el día en que su Majestad comprendió que
estaba solo en su ‘servicio al Zar’...”
“El Zar Ortodoxo tiene la
autoridad para que exista un Estado Cristiano, para que allí se dé un ambiente
de Cosmovisión Cristiana” El Zar presta su servicio imperial para tal fin.
Cuando el deseo de un Estado y
entorno cristiano se apaga en el pueblo, la monarquía ortodoxa pierde tanto la
presuposición como el objetivo de su existencia, ya que a nadie se le puede
obligar a convertirse en cristiano.”
El Zar necesita cristianos, no esclavos temblorosos.
En la vida de un pueblo y de un
hombre hay períodos de oscurecimiento espiritual, de ‘pétrea falta de
sensibilidad’, pero esto no significa que el hombre se haya vuelto
completamente pétreo: los días de tentación y oscuridad pasan, y él resurge
nuevamente. Cuando un pueblo es dominado por pasiones, es deber de las
autoridades, mediante medios severos, desintoxicarlo y despertarlo. Y esto debe
hacerse con decisión, y es sanador, al igual que una tormenta eléctrica es
sanadora.
Pero esto solo puede lograrse
cuando la ceguera no es profunda y cuando aquel que es castigado y despertado
comprende la justicia del castigo. Así, un campesino reprochó a un
terrateniente, preguntándole por qué no había comenzado a luchar en contra de
los pogromos con una ametralladora. 'Bueno ¿qué
habría les habría sucedido?' '¡Habríamos recobrado el juicio! Pero ahora
estamos ebrios y nos matamos y nos golpeamos los
unos a los otros'.
Pero cuando la enfermedad
espiritual ha penetrado incluso en el subconsciente, entonces la aplicación de
la fuerza parecerá ser violencia, y no justa retribución, y entonces la gente
enferma no será capaz de ser sanada Estarán en el estado en el que estaba el
pecador a quien el Apóstol Pablo entrego “a Satanás para destrucción de la
carne, a fin de que el espíritu sea salvo” (1 Corintios 5.5).
En el momento de su abdicación,
Su Majestad se sintió profundamente solo, y a su alrededor reinaba ‘traición,
cobardía y engaño’, y ante la pregunta de cómo pudo haber abdicado de su
servicio imperial, es necesario responder: lo hizo porque nosotros habíamos
renunciado a su servicio imperial, a su autoridad sagrada y santificada[24]
Como lo expresó San Juan Maximovich: “La malicia calculadora hizo su
trabajo: separó a Rusia de su Zar, y en ese terrible momento en Pskov, él quedó abandonado... El terrible
abandono del Zar... Pero no fue él quien abandonó a Rusia: Rusia lo abandonó a
él, que amaba a Rusia más que su propia vida”. Al ver esto y con la esperanza
de que su autohumillación calmara las apasionadas emociones del pueblo, su
Majestad renunció al trono... Se regocijaron aquellos que deseaban la
deposición del Zar. Los demás
guardaron silencio. Luego siguió el arresto de su Majestad y los
acontecimientos posteriores fueron inevitables... Su Majestad fue asesinado,
Rusia guardó silencio...
Estas explicaciones sobre por qué el Zar
abdicó concuerdan entre sí y son esencialmente verdaderas. Pero podemos ir aún
más más alla y con mayor profundidad. Michael Nazarov sostiene que el Zar, al
ver que era imposible frenar la marea de apostasía en ese momento, se ofreció a
sí mismo como sacrificio para la iluminación de las generaciones futuras, de acuerdo con la revelación
dada al metropolitano Macario: "Su Majestad Nicolás II sintió muy
profundamente el significado de su servicio como Zar Su tragedia consistía en el hecho de
que, a nivel gubernamental durante la crisis, cada vez aparecían menos
colaboradores que combinaran habilidades administrativas, discernimiento
espiritual y devoción. “A mi alrededor hay traición, cobardía y engaño”, escribió
su Majestad en su diario el día de la abdicación... Por lo tanto, en las
condiciones de casi completa traición, su humilde renuncia a luchar por el
poder no solo estaba dictada por el deseo de evitar una guerra civil, que
debilitaría al país frente al enemigo externo.
Esta renuncia al
poder era de alguna manera similar al rechazo de Cristo a luchar por su vida
antes de su crucifixión, por el bien de la futura salvación de los
hombres. Quizás Su Majestad Nicolás
II, el más ortodoxo de todos los Románov, intuitivamente sintió de que ya no
había otro camino para que Rusia fuera salvada, excepto el camino del sacrificio propio para la iluminación de las generaciones
futuras, confiando en la ayuda y la voluntad de Dios... [25]
Desde este punto de vista, fue la voluntad de Dios que el Zar abdicara,
aunque significara un desastre para el pueblo ruso, de la misma manera que fue
la voluntad de Dios que Cristo fuera crucificado, aunque significara la
destrucción del pueblo judío. Por lo tanto, las
palabras de la anciana Paraskeva (Pasha) de Sarov (+1915), quien había predicho
el destino del Zar durante los Días de Sarov: “Vuestra Majestad, descended del
Trono tu mismo”. [26]
Por un lado, su abdicación fue incorrecta tanto en el sentido legal como en el
sentido histórico, al ser contraria a las Leyes Básicas de la Autocracia, que
no permiten la abdicación del Zar, y al significar “la remoción de aquel que
retiene” la venida del Anticristo (II Tesalonicenses 2.7) con todas las
catástrofes que eso conlleva.
[1] También se ha comentado que, durante el asedio del Kremlin a Moscú en
octubre de 1917, la Madre de Dios ordenó que el icono “Reinante” fuera llevado
en procesión siete veces alrededor del Kremlin, y que luego sería salvado.
monje Epiphany (Chernov), Tserkov’ Katakombnaia na Zemle Rossijskoj (La Iglesia
de las Catacumbas en la Tierra de Rusia), Old
Woking, 1980 (MS), http://www.vs-radoste.narod.ru/photoalbum09.html)
[2] Sin embargo, se discuten tanto los sucesos que rodean la aparición del
icono como su interpretación teológica. See M. Babkin, “2 (15) marta 1917 g.: iavlenie
ikony ‘Derzhavnoj’ i otrechenie ot prestola imperatora Nikolaia II” (March
2/15, 1917: the appearance of the “Reigning’ icon and Emperor Nicholas II’s
abdication from the throne), Posev, March,
2009, pp. 21-24.
[3] Yakovitsky, in S. Fomin (ed.), Rossia pered Vtorym Prishestviem
(Rusia antes de la Segunda Venida), Moscú, 2003, p. 235.
[4] Yakovitsky, “Sergianstvo: mif ili
real’nost’”, Vernost’ (Fidelity), N 100, January, 2008.
[5] I. Kontsevich, Optina Pustyn’ i
ee Vremia (Optina Desert and its Time), Jordanville, N.Y.: Holy
Trinity Monastery, 1977.
[6] Sedova, “Pochemu Gosudar’ ne mog ne otrech’sa?” (Porque su Majestad no podía evitar la abdicación), Nasha Strana,
March 6, 2010, N 2887, p. 2.
[7] Sedova, “Ataka na Gosudaria Sprava” (Un ataque de Su Majestad desde la
Derecha), Nasha Strana, September 5, 2009.
[8] St. John Maximovich, Proiskhozhdenie Zakona o Prestolonasledii v
Rossii (El origen de la ley de sucesión en Rusia), quoted in
“Nasledstvennost’ ili Vybory?” (“Herencia
o Elecciones”), Svecha Pokaiania (Vela del arrepentimiento), N 4,
February, 2000, p. 12. La palabra "multaturba"
fue usada por el Zar Iván el Terrible en su correspondencia con Kurbsky.
[9] Lebedev, Velikorossia (Gran
Rusia), san Petersburgo, 1999, pp. 486-488.
[10] Oldenburg, Tsarstvovanie Imperatora
Nikolaia II (El Reinado del Emperador Nicolás II), Belgrado, 1939, vol. 2,
pp. 641-642.
[11] Alferov, Imperator Nikolaj II kak chelovek sil’noj voli (El
Emperador Nicolas II como hombre de voluntad fuerte), Jordanville, Nueva York.:
Holy Trinity Monastery, 1983, 2004, p. 121.
[12] Katkov, Fevral’skaia Revoliutsia (La
Revolución de Febrero), Paris: YMCA Press, 1974, p. 236.
[13]
Shulgin escribió: “Qué lamentable me pareció el boceto que le habíamos
llevado... Es demasiado tarde para especular si Su Majestad podría no haber
abdicado.” Teniendo en cuenta la posición que ocupaban el general Ruzsky y el
general Alexeyev, se excluía la posibilidad de resistencia: las órdenes de Su
Majestad ya no se transmitían, los telegramas de sus fieles no le eran
comunicados... Al abdicar, Su Majestad al menos retuvo la posibilidad de apelar
al pueblo con su propia última palabra” (en Oldenburg, op. cit., p.
253). (V. M.)
[14] El texto de Lebedev ha sido ligeramente modificado para incluir todo el
texto del manifiesto (V.M.). Por más
información sobre el texto del manifiesto y pruebas de que fue escrito por el
propio Zar, véase: “Manifest ob otrechenii i oktiabrskij perevorot: Kniaz’
Nikolai Davydovich Zhevakov (1874-1939)” en http://www.zhevakhov.info/?p=465.
[15] Lebedev, op. cit., pp. 488-489.
[16] Voeikov, So Tsarem i Bez Tsaria (Con
y sin el Zar), Moscú, 1995, p. 190.
[17] Montefiore, The Romanov, Londres: Weidenfeld and Nicolson, 2016, p. 623.
[18] Alferov, op. cit., p. 105.
[19] Farmborough, Nurse at the Russian Front (Una enfermera en el frente ruso) A Diary 1914-18 (Un Diario 1914-1918), Londres:
Book Club Associates, 1974, pp. 271-272. Alexeyev informó
del último discurso del Zar al ejército a Guchkov, ahora ministro de Guerra.
Guchkov prohibió la distribución del discurso (Alferov, p. 108)
[20] Lebedev, op. cit., p. 491.
[21]
Churchill, The World Crisis. 1916-18, vol.
I, London, 1927, pp. 223-225. Churchill era masón,
maestro de la logia “Rosemary” núm. 2851, desde 1902. Sin embargo, esto no le impidió ser un
admirador del Zar y un feroz anticomunista.
[22] Como Lev Alexandrovich Tikhomirov escribe: "Sin establecer un reino,
Moisés lo vislumbro y se lo señaló de antemano a Israel... Moisés especificó de
antemano dos condiciones para el surgimiento del poder real: En primer lugar,
era necesario que el propio pueblo reconociera su necesidad. En segundo lugar,
no era el pueblo quien debía elegir a un rey sobre sí mismo, sino que debía
dejar eso en manos del Señor. Además de
eso, Moisés también indica el liderazgo para el mismo rey: 'Y cuando se siente
sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de
esta ley, (...) para guardar todas las palabras de esta ley' (Monarkhicheskaia
Gosudarstvennost’ (La Estatalidad Monárquica), san Petersburgo, 1992, pp.
127-129).
[23] N. de T. – En ruso “Tsarskaya Sluzhba” que seria traducible como
“Servicio de Zar” o “Servicio zarista”, nosotros hemos traducido indistintamente
“Servicio Imperial” como “Servicio zarista” para denota el servicio que el Zar
como Autócrata prestaba a todos los súbditos del Imperio. Para ejemplificar
este “servicio”, basta mencionar el renacimiento que se produjo de la escritura
de iconos a nivel popular durante su reinado; en 1901 se establecería un
“Comité para la Custodia de la escritura de Iconos rusos” bajo el patrocinio
del Zar Nicolás II, todo esto en aras de rescatar y preservar antiguas técnicas
de escritura de iconos que se estaban perdiendo en su momento. Esto ocurría
porque todos tenían en cuenta el rol del Zar como custodio de la fe cristiana. A su ves, el “servicio del Zar” no
solo se daba de arriba hacia abajo, sino también desde abajo hacia arriba,
siendo el antes mencionado Piotr Stolypin (como muchos otros) uno de los
referentes más cabales de lo que era una vida puesta al servicio del Zar.
[24] Lopukhin, “Tsar’ i Patriarkh” (El Zar y el Patriarca), Pravoslavnij
Put’ (The Orthodox Way), Jordanville, 1951, pp. 103-104.
[25] Nazarov, Kto Naslednik Rossijskogo
Prestola? (¿Quién es el heredero al trono ruso?), Moscú, 1996, pp. 72-73.
Negritas del autor
[26] N. Gubanov (ed.), Nikolai II-ij i Novie Mucheniki (Nicolás II y los
nuevos martires), san Petersburgo, 2000, p.
70.