lunes, 14 de octubre de 2024

EL CRISTIANISMO Y EL IMPERIO ROMANO

Vladimir Moss


Icono de la legión tebana con san Mauricio   

 

En el pasado los Romanos no habían estado orgullosos de aprender de y unirse con los Griegos quienes conquistaron. De hecho, en realidad, fueron los Griegos que conquistaron Roma culturalmente, al tiempo que se sometieron a ella políticamente. Ni siquiera siglos después, los mejores de ellos rechazaron a los humildes pescadores que predicaban a un Dios Judío que ellos mismos habían crucificado. La penetración de la predicación de los apóstoles, incluso dentro de la misma familia imperial, fue presenciada por San Pablo, quien declaró: “Mis lazos en Cristo son conocidos en todo el palacio [del emperador]” (Filipenses 1,13), y habló de “los santos que son de la casa del César” (Filipenses 4.22). El emperador Felipe el Árabe era cristiano, como lo eran la esposa y la hija del perseguidor Diocleciano...

 

Este proceso se concretó con la conversión de San Constantino. “Se estima - dice Paul Stephenson - “que el número de cristianos creció a un ritmo del cuarenta por ciento por década, a través de la reproducción y la conversión. De un pequeño grupo de creyentes, el número de cristianos creció lentamente en inicio, pero eventualmente lo hizo de forma exponencial. El período de crecimiento acelerado inició a finales del siglo tercero, cuando de alrededor de un millón en el 250 D.C, llegó a casi seis millones de cristianos en el año 300 D.C, y casi treinta y cuatro millones en el 350 D.C”[1].

Incluso cuando el último emperador Romano pagano, Juliano el apóstata, intentó reversar la revolución Constantina, el impulso mostró ser imparable, y como todos los perseguidores previos de los cristianos, murió en agonía, llorando: “¡Has triunfado, Galileo!”. Cuando el último emperador en unir al Oriente con el Occidente, Teodosio el Grande, se inclinó en arrepentimiento ante el Obispo cristiano, Ambrosio de Milán, pareció como si el sueño de Ambrosio de una Roma purgada de sus vicios paganos, y unida con sus virtudes tradicionales a la Cruz de Cristo – una Roma verdaderamente invicta y aeterna porque estaba unida al Dios invencible y Eterno – se hubiera realizado. Tal como dijo San León el Grande, Papa de Roma, dirigiéndose a Roma:

 

“[Los apóstoles] te promovieron a tal gloria, de ser una nación santa, un pueblo elegido, un estado sacerdotal y de realeza, y la cabeza del mundo a través de la santa sede del bendito Pedro, alcanzaste un dominio más extenso mediante la adoración de Dios que por el gobierno terrenal. Porque, aunque te multiplicaste con muchas victorias y extendiste tu dominio sobre tierra y mar, lo que tus esfuerzos en la guerra sometieron es menos que lo que la paz de Cristo ha conquistado… Tal Estado, ignorante del Autor de su engrandecimiento, aunque gobernó a casi todas las naciones, quedó cautivado por los errores de todas ellas y parecía haber fomentado enormemente la religión, ya que no rechazaba falsedad alguna [una excelente definición de ecumenismo]. Y por eso su emancipación a través de Cristo fue tanto más maravillosa dado lo fuertemente atada que había estado por Satanás.”[2]

 

El poder romano ya había comenzado a cumplir el rol de protector de los cristianos, ya en el año 35, cuando sobre la base de un reporte enviado a él por Pilatos, el emperador Tiberio, le propuso al senado, que Cristo debería ser reconocido como un dios. El senado negó esta petición, y declaró que el cristianismo era una “superstición ilícita”; pero Tiberio ignoró esto y prohibió traer cualquier acusación en contra de los cristianos. [3] Además, cuando María Magdalena se quejó al emperador sobre la injusta sentencia de Poncio Pilatos sobre Cristo, el emperador trasladó a Pilatos de Jerusalén a las Galias, donde murió luego de una terrible enfermedad. [4] Nuevamente en 36 o 37, el representante romano en Siria, Vitelio, destituyó a Caifás por su ejecución ilegal del archidiácono y protomártir Esteban (en el 34), y en el 62 el sumo sacerdote Ananías fue similarmente destituido por ejecutar a Santiago el Justo, primer obispo de Jerusalén. Entre estas dos fechas, el Apóstol Pablo fue salvado de un linchamiento a manos de los judíos, por las autoridades Romanas. (Hechos 21, 23.28-29, 25.19).[5]

 

Así que al principio los romanos, estuvieron lejos de ser perseguidores de los cristianos… Fue solo el Emperador Nerón, quien culpó a los cristianos del gran fuego de Roma en el año 64, cuando él llamó la fe superstitio illicita, lo que provocó que la actitud de los romanos hacia la Iglesia se endureciera temporalmente.

La primera epístola de San Pedro fue escrita durante la persecución de Nerón, y el apóstol es insistente en que los cristianos debían permanecer fieles súbditos del Emperador Romano (“Honren al Rey”, dice), sufriendo pacientemente si fuesen tratados injustamente. De modo similar, durante la rebelión judía en 66-70, los cristianos permanecieron leales al poder romano. Esta continuó siendo la actitud de la Iglesia a lo largo del período pre-Constantino.

 

*

 

Edward Gibbon escribe: “Las diversas formas de culto que prevalecieron en el mundo Romano, eran todas consideradas por la gente como igualmente verdaderas, por los filósofos como igualmente falsas, y por los magistrados como igualmente útiles. De tal forma que la tolerancia produjo no solo la indulgencia mutua, sino incluso la concordia religiosa”.[6]

 

Pero el tema no era tan simple como eso…

 

Como escribe Alexander Dvorkin. “El Gobierno Romano en la práctica fue tolerante a cualquier culto si no incitaba a la rebelión y no socavara la moralidad. Además, los romanos pensaban que una de las razones de sus victorias militares era el hecho de que mientras otros pueblos solo rendían culto a sus dioses locales, los romanos mostraban signos de honor a todos los dioses sin excepción y por tal motivo eran recompensados por su especial piedad.  Todos los cultos no establecidos por el Estado eran permitidos, pero teóricamente no tenían el derecho de hacer proselitismo en Roma, sin embargo, sus dioses también entraban en el panteón Romano. En el siglo primero después de Cristo, las religiones conocidas para el romano contemporáneo no eran, como regla, perseguidas por hacer propaganda. Sin embargo, esta ley conservaba su vigencia inicial y teóricamente la posibilidad de ser aplicada. Las religiones permitidas tenían que satisfacer dos criterios: Lugar y tiempo. La religión era siempre un tema local – esto es, era relacionada con gente definida, que vivía en un lugar definido, - y también un tema antiguo, ligado a la historia de tal gente. Era más complicado asimilar el Dios de los Judíos, que no tenía representación en su panteón y que no aceptaba sacrificios en ningún lugar excepto en Jerusalén. Los propios judíos no permitieron que su representación fuese colocada en ningún lugar y se negaron obstinadamente a adorar los dioses romanos. Los judíos eran monoteístas y teóricamente entendieron que su fe en principio excluía cualquier otra forma de religión. Sin embargo, a pesar de todas las complicaciones con los judíos y de lo extraño de su religión, aún así fue tolerada: la religión de los judíos fue de carácter nacional, y además antigua, y fue considerado sacrilegio invadirla. Además, los judíos ocupaban un nicho político importante que para los romanos representaba un baluarte en sus conquistas del este. En vista de todas estas consideraciones, los romanos apretaron los dientes y reconocieron que la religión judía estaba permitida.

 

Se concedieron privilegios a la gente judía también porque sus ritos parecían extraños y sucios. Los romanos pensaban que los judíos simplemente no podían tener prosélitos entre otras gentes y que en cambio repelerían al altivo aristócrata romano. Por lo tanto, se les dio a los judíos el derecho a confesar su creencia en un solo Dios. Hasta la rebelión de los años 66 al 70, las autoridades romanas, los trataron con cautelosa tolerancia. Augusto les dio a los judíos privilegios significativos, que, después de la crisis Calígula, que quería poner su estatua en el templo de Jerusalén (cf. Marcos 13,14 y II Tesalonicenses 2,3-4), fueron nuevamente renovados por Claudio.

 

“Las circunstancias cambiaron cuando la cristiandad apareció. Luego de examinarla, los romanos clasificaron a los cristianos como apóstatas de la fe judía. Fueron precisamente los rasgos que distinguían los cristianos de los judíos los que los mostraron como inferiores a los ojos de los romanos, que inclusive el judaísmo por el cual tenían poca simpatía. El cristianismo no tenía el derecho de pertenecer a la antigüedad histórica; era la ´nueva religión´ por lo que les resultaba desagradable a los romanos conservadores. No era la religión de un pueblo, sino al contrario, vivía únicamente a través de prosélitos de otras religiones. Si el propagandismo de otros cultos por sus servidores era visto como una violación dada en ocasiones, para los cristianos el trabajo misionero fue su único modus vivendi– una necesidad de su posición en la historia. Siempre se les reprocho a los cristianos por su falta de carácter histórico y nacional. Celso, por ejemplo, vio a los cristianos como un partido que se había separado del judaísmo y que había heredado de éste, su inclinación hacia las disputas.

 

Los cristianos podrían exigir tolerancia, bien en el nombre de la verdad o en el nombre de la libertad de conciencia. Pero en la medida en que, para los romanos, uno de los criterios de la verdad era la antigüedad, la Cristiandad, una nueva religión, automáticamente se convertía en una falsa religión. El derecho a la libertad de conciencia que es tan importante para el hombre contemporáneo, no fue siquiera mencionado en aquel tiempo. Solo el Estado, y no los individuos, tenía el derecho de establecer y legalizar cultos religiosos. Al levantarse contra la religión del Estado, los cristianos se volvieron culpables de un crimen de Estado -ellos se volvieron en principio enemigos del Estado- Y con tal visión del cristianismo es posible interpretar una serie de rasgos de su vida de un modo particular: sus reuniones nocturnas, su espera de un cierto rey que habría de venir, la negación de algunos al servicio militar y, sobre todo, su negativa a ofrecer sacrificios al emperador.

 

“Los cristianos se negaron a cumplir ese evidente y sencillo deber estatal. Comenzando con el Apóstol Pablo, afirmaban su lealtad, referida en las oraciones que ofrecían por el emperador, por las autoridades y por la patria. Pero ellos se negaron a reconocer el emperador como ‘Señor’ y a realizar aun una adoración externa de los ídolos, porque conocían solo a un Señor, Jesucristo. Los cristianos aceptaron tanto al Estado como a la sociedad, pero solo en el grado en que ellos no limitaran el Señorío de Cristo, no anegaron la confesión del Reino.

 

“El Reino de Dios había llegado y se había revelado al mundo, y desde ahora se convierte en la medida única de la historia y de la vida humana. En esencia, los cristianos con su negativa mostraron que  – casi en soledad en lo que era entonces un mundo excepcionalmente religioso -  estos creían en la realidad de los ídolos. Honrar los ídolos significa reconocer el poder del demonio, quien había alejado el mundo del conocimiento del único verdadero Dios y lo forzó a adorar estatuas. Pero Cristo había venido a liberar al mundo de ese poder. El paganismo recobró vida bajo su verdadero significado religioso como el reino del demonio, como una invasión demoníaca, con la cual los cristianos habían entrado en un duelo a muerte.

 

“El cristianismo llegó como una revolución de la historia del mundo: fue la aparición en él del Señor para luchar en contra de lo que había usurpado Su poder. La Iglesia se había convertido en el testigo de su venida y presencia. Fue precisamente este testimonio el que proclamó al mundo entero…”[7]

 

La primera persecución contra los cristianos fue la de Nerón en el 64, en la cual los apóstoles Pedro y Pablo fueron asesinados. Fue una persecución local en Roma, y no fue relacionada directamente con religión. La razón real fue que Nerón necesitaba chivos expiatorios para el fuego que él había causado, el cual destruyó gran parte de la Ciudad.

 

No fue hasta la persecución bajo Domiciano en los años noventa, que vimos el primer choque ideológico violento entre Roma y la Iglesia. Domiciano se autoproclamó “señor y dios” y exigió a la gente jurar “por el genio del emperador”. Aquellos que no lo hicieron fueron declarados “ateos”. El Apóstol Juan, fue desterrado a Patmos por su negativa a obedecer al emperador. [8]

 

Sin embargo, entre de los siguientes dos siglos y algo más, hasta la persecución de Diocleciano a comienzos del siglo IV, los períodos de persecución, aunque crueles, fueron esporádicos y de corta duración. Así el emperador Trajano, comenzó persiguiendo cristianos, pero luego, al presenciar el asombroso martirio de San Ignacio el Teoforo, Obispo de Antioquía, (+107), se abstuvo y le recomendó a Plinio no perseguir a los cristianos.

 

De hecho, con frecuencia, los emperadores, al no percibir en la Iglesia ninguna amenaza política para ellos mismos y deseando preservar la paz general, actuaban efectivamente para proteger a los cristianos contra las turbas paganas que a veces se volvían contra los cristianos en tiempos de desastres naturales. Es por esto que, a principios del siglo II, el emperador Trajano ordenó el fin de la persecución luego de la muerte de San Ignacio el Teoforo, ya que, al quedar tan impresionado con la confesión del santo, que aconsejó a Plinio el Joven no buscar a los cristianos para castigarlos… Hasta el tiempo de Decio en la mitad del siglo III, estas persecuciones no amenazaron la existencia de la Iglesia. En realidad, hasta entonces, las persecuciones bajo emperadores paganos romanos, no se pueden comparar en duración ni en sed de sangre, con las mucho más recientes persecuciones en la Rusia Soviética. Al contrario de destruir la Iglesia, ellos derramaron la sangre que, en una frase de Tertuliano, fue la semilla de las futuras generaciones cristianas.

 

 

*

 

Las bases de la teología Política de la Iglesia, fueron establecidas por el mismo Señor, quien aceptó el orden político romano como legítimo, y exhortó a sus discípulos a obedecerle en la medida en que éste no los obligara a desobedecer la Ley de Dios: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22.21).

Aunque los cristianos, siendo en esencia hijos libres del Rey celestial, en su interior no estaban sometidos al yugo de los reyes terrenales, a pesar de que este yugo debía de ser aceptado voluntariamente “para no ofenderles” (Mateo 17.27).

Porque, como escribió San Teófano el Recluso: “El señor pagó el tributo requerido al Templo, y guardo todas las demás prácticas, tanto las civiles como las relacionadas con el Templo. Él cumplió esto y enseñó a los apóstoles a hacer lo mismo, y los apóstoles a su vez transmitieron esta misma ley a todos los cristianos. Sólo el espíritu de vida fue hecho nuevo; externamente todo permaneció como antes, exceptuando lo que claramente estaba en contra de la voluntad de Dios; por ejemplo, participar en sacrificios a los ídolos, etc. Entonces el cristianismo tomó ventaja, al desplazar a todas las prácticas anteriores y establecer las suyas propias.”[9].

Siguiendo las enseñanzas del Señor, el santo apóstol Pedro escribe: “Estad sujetos, por amor del Señor, a toda institución humana, ya sea al emperador como supremo, ya a los gobernadores enviados por él para castigar a los que hacen el mal y alabar a los que hacen el bien... Teme a Dios. Honra al rey”. (I Pedro 2.13, 17) Y el santo apóstol Pablo mando a los cristianos a dar gracias por el emperador “y por todos los que están en [la] autoridad, para que vivamos tranquila y pacíficamente en toda piedad y honestidad” (I Timoteo 2.1-2 ). Porque es precisamente la capacidad del emperador para mantener la ley y el orden, “una vida tranquila y pacífica”, lo que lo hace tan importante para la Iglesia. Y así “Toda persona debe someterse a las autoridades de gobierno, pues toda autoridad proviene de Dios, y los que ocupan puestos de autoridad están allí colocados por Dios.” (Romanos 13. 1-2).[10]

La pregunta emerge: ¿Está el Apóstol diciendo que toda autoridad política es establecida por Dios, sin importar cuál sea la actitud de este hacia el mismo Dios? ¿O existen motivos para afirmar que algunas autoridades no están establecidas por Dios, sino que solo Él las permite, y que estas “autoridades” no deben de obedecerse ya que en realidad están de hecho establecidas por Satanás? Por consenso de los Padres, el Apóstol no estaba diciendo que todo lo que se llama a sí mismo como autoridad esta bendecido por Dios, sino que esa autoridad es en principio buena y establecida por Dios, y que por lo tanto debe ser obedecida; ya que, como él continúa diciendo, el poder político en general, se ejerce en general con el propósito de castigar a los malhechores y proteger al orden público. El poder Romano, dice, es establecido por Dios, y por lo tanto es una autoridad política verdadera que debe ser obedecida en todos sus mandamientos que no caigan en directa contradicción con los mandamientos del mismo Dios. De ahí la veneración y obediencia que le mostraron los primeros cristianos.

Así San Juan Crisóstomo pregunta: “¿Es cada gobernante elegido por Dios para el trono que ocupa? ¿Es cada emperador, rey y príncipe elegido para gobernar? Y siendo así, ¿Debe cada ley y decreto promulgado por un gobernante considerarse como bueno, y por ende ser obedecido de forma incuestionada? La respuesta a todas estas preguntas es no. Dios ha ordenado que toda sociedad tenga gobernantes, cuya tarea es mantener el orden, para que la gente pueda vivir en paz. Dios les permite a los gobernantes tener soldados, cuya tarea es capturar y apresar a aquellos que violen el orden social.

Así Dios bendecirá y guiará a cualquier gobernante o soldado que actúa conforme a estos principios. Pero muchos gobernantes abusan de su autoridad por medio del atesoramiento de enormes riquezas para ellos mismos a costa de su gente; castigando injustamente a aquellos que se atreven a hablar contra su maldad, y haciendo guerras injustas contra sus vecinos. Tales gobernantes no han sido elegidos por Dios, sino que han usurpado la posición que un gobernante justo debería ocupar. Y si sus leyes son incorrectas, no deberíamos obedecerlas. La autoridad suprema en todas las materias no es la ley del territorio, sino la Ley de Dios; y si una entra en conflicto con la otra, debemos obedecer la Ley de Dios”.[11]

Esta “teología de la política”, que ordena la veneración y la obediencia a las autoridades políticas siempre que no obliguen a la transgresión de la Ley de Dios, se encuentra en los primeros Padres. Es así que San Clemente de Roma escribió en el siglo I: “Da concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad con santidad, [para que podamos ser salvos] cuando rendimos obediencia a tu Nombre todopoderoso y sublime y a nuestros gobernantes y superiores sobre la tierra.

Tú, Señor y Maestro, les has dado el poder de la soberanía por medio de tu poder excelente e inexpresable, para que nosotros, conociendo la gloria y honor que les has dado, nos sometamos a ellos, sin resistir en nada tu voluntad. Concédeles a ellos, pues, oh Señor, salud, paz, concordia, estabilidad, para que puedan administrar sin fallos el gobierno que Tú les has dado.”[12]

De nuevo, en el siglo II, San Justino el Mártir escribió: “De ahí que sólo a Dios adoramos; pero en todo lo demás, les servimos a ustedes con gusto, confesando que son reyes y gobernantes de los hombres y rogando en nuestras oraciones que, junto con el poder imperial, se halle que también tienen un sano razonamiento. [13] De forma similar, el santo Mártir Apolonio (+ c. 185) expresó la clásica actitud cristiana hacia el emperador de esta forma: “Con todos los cristianos, yo ofrezco un sacrificio puro y no cruento al Dios Todopoderoso, el Señor del cielo y la tierra y de todo lo que respira, un sacrificio de oración especialmente a nombre de las imágenes espirituales y racionales que han sido dispuestas por la Providencia de Dios para gobernar sobre la tierra. Por lo tanto, obedeciendo un precepto justo, oramos diariamente a Dios, que habita en los cielos, en nombre de Cómodo, quién es nuestro gobernante en este mundo, porque sabemos muy bien que él gobierna la tierra solo por solo por la voluntad del invencible Dios que todo lo comprende.”[14]

Nuevamente, Atenágoras de Atenas escribió a Marco Aurelio que los cristianos oran por las autoridades, para que el hijo herede el reino de su padre y que el poder de los Césares sea continuamente extendido y confirmado, instando a todos a someterse a él. Y San Teófilo de Antioquía escribió: “Por eso prefiero venerar al rey que a vuestros dioses; venerarlo, no adorarlo, sino orar por él... Al rezar de esta manera, cumplís la voluntad de Dios. Porque la ley de Dios dice: ‘Hijo mío, teme al Señor y al rey, y no te mezcles con los rebeldes’ (Proverbios 24.21)”[15].

Tertuliano (+ c. 240) empleo un argumento similar: “Anticipándose a Eusebio, el insto que los cristianos rindieran ‘tan reverencial homenaje como fuese licito para nosotros y bueno para él; considerándole como el humano más próximo a Dios y de quién de Dios recibe todo su poder, y que solamente es menor a Dios’ Los cristianos, Tertuliano argumentó, estaban incluso perfectamente dispuestos a ofrecer sacrificios en nombre del emperador, aunque tenía que ser un Sacrificio cristiano: ‘Por lo tanto, sacrificamos por la seguridad del emperador, pero a nuestro Dios y al vuestro, y de la manera que Dios ha ordenado, con una simple oración.’. Los sacrificios paganos, ‘la comida de los demonios’, son inútiles. Los cristianos apelan a Dios, ‘oramos por el bienestar imperial, como aquellos que lo buscan de manos de Aquel que puede otorgarlo.’ Los cristianos hacen exactamente lo que exige el culto imperial, aunque a su manera.”[16]

En otras palabras, el único sacrificio legítimo que un cristiano puede hacer al emperador es el sacrificio de la oración en su nombre; porque él gobierna, no como un dios, sino “por la voluntad de Dios”. De modo que los cristianos de ninguna manera se negaron de darle a César lo que era suyo. De hecho, el emperador era, en palabras de Tertuliano, “más nuestro (que vuestro), pues nuestro Dios lo hizo César.”, razón por la cual los cristianos oraron para que tuviera “una larga vida, imperio quieto, palacio seguro, ejércitos fuertes, Senado leal, pueblo honrado, un mundo en paz”[17]

En cuanto al sacrificio pagano al propio emperador, el Hieromártir Hipólito de Roma (+235) escribió: “Los creyentes en Dios no deben ser hipócritas ni temer a las personas investidas de autoridad, con excepción de aquellos casos en los que se comete alguna mala acción [Romanos 13.1-4]. Por el contrario, si los líderes, teniendo en cuenta su fe en Dios, los obligan a hacer algo contrario a esta fe, entonces es mejor para ellos el morir que el llevar a cabo el mandato de los líderes. Después de todo, cuando el apóstol enseña la sumisión a ‘todos los poderes existentes’ (Romanos 13.1), no estaba diciendo que debiéramos renunciar a nuestra fe y a los mandamientos divinos, y llevar a cabo con indiferencia todo lo que la gente nos dice que hagamos; sino que nosotros, teniendo miedo de las autoridades, no hagamos nada malo, ni merezcamos castigo de ellas como algunos malhechores (Romanos 13.4). Por eso dice: ‘El siervo de Dios es vengador de [los que hacen] el mal’ (I Pedro 2.14-20) ¿Y entonces? ‘¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada’ (Romanos 13.4)”. [18]

Esta actitud fue bien ejemplificada por San Mauricio y su legión cristiana en Agaunum. Como muchos mártires antes que ellos, no se negaron a luchar en los ejércitos de los emperadores romanos paganos contra los paganos. Pero se negaron a destruir una aldea compuesta de hermanos cristianos. Porque “somos vuestros soldados, sí”, dijo Mauricio, “pero también somos soldados de Dios. A ti te debemos los deberes del servicio militar, pero a Él la pureza de nuestras almas”[19].

De modo que incluso a los emperadores perseguidores se les reconocía autoridad legítima: sólo cuando sus órdenes entraban en contradicción la Ley de Dios es que fueron desafiados. E incluso entonces, no hay ningún indicio de rebelión física contra los poderes establecidos entre los cristianos preconstantinianos. Su actitud hacia Diocleciano fue como la del profeta Daniel hacia Nabucodonosor: su poder proviene de Dios, aunque a veces lo use contra Dios. Y esta actitud dio buenos frutos: Nabucodonosor arrojó al horno a los Tres Niños Santos, pero luego se arrepintió y alabó al Dios de Daniel.

Sin embargo, la mención de Daniel nos recuerda que había entre los escritores cristianos una actitud un tanto más sombría y diferente hacia Roma. Usando como criterio la profecía de Daniel sobre las cuatro bestias (Daniel 7), Roma fue vista como el último de los cuatro reinos (los otros eran Babilonia, Persia y Macedonia) que finalmente serían destruidos en los últimos días por el Reino de Cristo. Según esta tradición, los reyes absolutistas paganos que perseguían al pueblo de Dios no eran gobernantes legítimos sino tiranos. A Nabucodonosor, por ejemplo, se le llama “tirano” en algunos textos litúrgicos: “Atrapados y sujetos por el amor al Rey de todo, los Jóvenes despreciaron las impías amenazas del tirano en su incontenida furia”[20].

Ahora bien, la distinción entre el verdadero monarca, el basileus, y el usurpador ilegal, rebelde o tirano, el tyrannis, no era nueva. Aristóteles escribió: “Existe un tercer tipo de tiranía, que es la forma más típica y es la contraparte de la monarquía perfecta, que ejerce un poder irresponsable sobre todos los ciudadanos, iguales y superiores, con vistas a su propio interés, y no al de sus súbditos; por eso es contra la voluntad de estos, pues ningún hombre libre soporta con gusto un poder de tal clase.”[21].

Nuevamente, el rey Salomón escribió: “Hijo mío, teme al Señor y al rey, y no te mezcles con los rebeldes” (Proverbios 24.21). Después de la muerte de Salomón, hubo una rebelión contra su legítimo sucesor, Roboam, por parte de Jeroboam, el fundador del reino norteño de Israel. Y aunque los profetas Elías y Eliseo vivieron y trabajaron principalmente en el reino del norte, siempre dejaron clara su lealtad a los reyes legítimos de Judá por encima de los reyes usurpadores de Israel. Es así que, cuando ambos reyes, en un momento inusual de alianza, se acercaron al profeta Eliseo para pedirle consejo, este le dijo al rey de Israel: “¿Qué tengo yo contigo? Ve a los profetas de tu padre, y a los profetas de tu madre. (…) en cuya presencia estoy, que si no tuviese respeto al rostro de Josafat rey de Judá, no te mirara a ti, ni te vería.” (II Reyes 3.13, 14) …

Si Roboam y Nabucodonosor eran tiranos, entonces era lógico ver tiranía también en los emperadores romanos que perseguían a la Iglesia. Es así que, algunos de los primeros intérpretes vieron en una u otra de las malvadas figuras simbólicas del Apocalipsis de San Juan el Teólogo, que fue escrito durante la persecución de Domiciano (c. 92), referencias al poder romano.

De hecho, ¿qué cristiano contemporáneo podría dejar de pensar en Roma al leer sobre esa gran ciudad, simbólicamente llamada una prostituta y Babilonia, que se sienta en siete colinas (Roma está situada en siete colinas), que es “la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”, es decir, la multitud de cultos paganos que encontraron refugio en Roma, siendo “una mujer embriagada con la sangre de los santos, y con la sangre de los mártires de Jesús” (17.5, 6)? Es por esto que, el Hieromártir Victorino de Petau escribió que la caída de la ramera fue “la ruina de la gran Babilonia, es decir, de la ciudad de Roma”. [22] En otras palabras, Roma, según esta tradición, no era vista como una monarquía legal o como el modelo de una futura autocracia cristiana, sino como un despotismo sangriento y blasfemo, que seguía la tradición de los antiguos despotismos derivados de la Babilonia de Nimrod.[23]

Esta tradición se hizo más popular a medida que la historia de la Roma pagana alcanzó su clímax sangriento a principios del siglo IV, cuando la Iglesia se vio amenazada, no simplemente por una persecución a manos de criminales locales, sino por un decidido intento de destruirla completamente a manos de hombres que se consideraban dioses y cuyas vidas personales eran a menudo extraordinariamente corruptas. El Imperio concentró en sí mismo, y especialmente en su ciudad capital, todos los demonios de todos los cultos paganos junto con toda la depravación moral, la crueldad y el anticristianismo rabioso que esos cultos alentaban. ¿Cómo tal reino podría ser establecido por Dios? ¿No era esa la bestia tiránica de la que la Escritura habla que fue establecida por el diablo (Apocalipsis 13,2)? Es por esto que la imagen del Imperio era ambigua para los primeros cristianos: era a la vez un reino verdadero, un anti-tipo del Reino de Dios, y una tiranía, precursora del reino del Anticristo que sería aniquilado en la Segunda Venida del Mismo Cristo…

Sin embargo, la imagen más optimista de Roma, la del reino verdadero fue la que prevaleció y la actitud leal de los cristianos hacia Roma queda demostrada por el hecho de que incluso durante la persecución de Diocleciano, cuando la Iglesia estaba amenazada de extinción, los cristianos nunca se rebelaron contra el imperio, sino sólo contra las demandas ilegales de los emperadores. En recompensa por esta paciencia, el Señor finalmente rompió la coraza del antiguo despotismo pagano, dando a luz una nueva creación, diseñada específicamente para la difusión de la Fe en todo el mundo: la Autocracia Cristiana Romana, o Nueva Roma…[24]

 

*

 

Los reinos cristianos y las autocracias pudieron facilitar, y de hecho lo hicieron, la adquisición del Reino interior de la Gracia; y en verdad, esa era su función principal. Pero no pudieron reemplazarlo: el reino de los hombres, por más elevado que sea, no es un substituto del Reino de Dios. Además, la resurrección de los reinos no es nada comparada con la resurrección de las almas y de los cuerpos... La degeneración de estos reinos cristianos en despotismos o democracias anticristianas o pseudocristianos que obstaculizan en lugar de facilitar la adquisición del Reino de Dios, que reside dentro del alma humana redimida y divinizada (porque, como dijo el Señor: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lucas 17,21)), constituye la principal tragedia de la historia en su dimensión social, política y colectiva.

Que el Imperio Romano llegara a existir para el bien de la Iglesia fue, a primera vista, una enseñanza muy audaz y paradójica. Después de todo, el pueblo de Dios al comienzo de la era cristiana eran los judíos, no los romanos, mientras que los romanos eran paganos que adoraban a los demonios, no al Dios verdadero que se había revelado a Abraham, Isaac y Jacob. En el año 63 a. C., de hecho, los romanos habían conquistado al pueblo de Dios; y su general, Pompeyo, había entrado blasfemamente en el Santo de los Santos (esto fue considerado por algunos como “la abominación de la desolación”), y su gobierno fue amargamente resentido. En el año 70 d.C. destruyeron Jerusalén y el Templo en una campaña de terrible crueldad y dispersaron a los judíos por toda la faz de la tierra. ¿Cómo podría interpretarse entonces que la Roma pagana, la Roma de tiranos tan temibles como Nerón, Tito, Calígula, Domiciano y Diocleciano, trabaje con Dios y no contra Él?

Puede llegarse a la solución de esta paradoja en los dos encuentros entre Cristo y dos “gobernantes de este mundo”: Satanás y Poncio Pilato. En el primero, Satanás lleva a Cristo a una montaña alta y le muestra todos los reinos de este mundo para aquel entonces. “Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás’.” (Lucas 4.6-8). Aquí vemos que, para aquel entonces, Satanás tenia el control sobre todos los reinos del mundo, pero por la fuerza, por la fuerza que los pecados de los hombres le concedían, no por derecho. Por eso es que exclama San Cirilo de Alejandría: “¿Cómo prometes lo que no es tuyo? ¿Quién te hizo heredero del reino de Dios? ¿Quién te hizo señor de todo lo que hay debajo del cielo? Te has apoderado de estas cosas mediante fraude. Devuélvelos, pues, al Hijo encarnado, Señor de todos…”[25]

Y ciertamente el Señor no aceptó ni el señorío de Satanás sobre el mundo, ni el satanismo tan estrechamente asociado con los estados paganos del mundo antiguo. Vino a restaurar la verdadera Estatidad, que reconoce la supremacía última sólo en el único Dios verdadero, y que exige la veneración al gobernante terrenal, pero adoración sólo al Rey Celestial. Y dado que, para el momento de la Natividad de Cristo, todos los principales reinos paganos habían sido absorbidos por Roma, fue para la transformación de la Estatidad Romana que vino el Señor.

Porque como K.V. Glazkov escribió: “la buena nueva anunciada por el Señor Jesucristo no podía dejar sin transfigurar ni una sola de las esferas de la vida del hombre. Uno de los actos de nuestro Señor Jesucristo consistió en traer a la Tierra las verdades celestiales, en inculcarlas en la conciencia de la humanidad con el fin de su regeneración espiritual, en reestructurar las leyes de la vida comunitaria sobre nuevos principios anunciados por Cristo el Salvador, en la creación de un orden cristiano de esta vida comunitaria y, en consecuencia, en un cambio radical de la estatalidad pagana. A partir de aquí queda claro qué lugar debe ocupar la Iglesia en relación con el Estado. No es el lugar de un oponente de un campo hostil, no es el lugar de un partido querellante, sino el lugar de un pastor en relación con su rebaño, el lugar de un padre amoroso en relación con sus hijos perdidos. Incluso en aquellos momentos en que no había ni podía haber unanimidad o unión entre la Iglesia y el Estado, Cristo el Salvador prohibió a la Iglesia mantenerse al margen del Estado, y menos aún romper todo vínculo con él, diciendo: ‘Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’ (Lucas 20,25).[26]

Por tanto, Cristo es el verdadero Rey, pero dado que otorga una autoridad limitada a los reyes terrenales, los cristianos debían una lealtad limitada al Imperio sin integrarse totalmente en él. La integración total era imposible, ya que, como escribió el P. Georges Florovsky: “en ‘este mundo’ los cristianos no pueden ser más que peregrinos y extranjeros. Su verdadera ‘ciudadanía’, politeuma, esta ‘en los cielos’ (Filipenses 3,20). La Iglesia misma esta peregrinando en este mundo (paroikousa). ‘La comunidad cristiana era una especie de jurisdicción extraterritorial en la tierra del mundo de arriba’ (Frank Gavin).

La Iglesia es ‘una avanzada del cielo’ en la tierra, una ‘colonia del cielo’. Puede ser cierto que esta actitud de desapego radical tuviera originalmente una connotación ‘apocalíptica’ y estuviera inspirada por la expectativa de una parusía inminente. Porque, incluso como sociedad histórica duradera, la Iglesia estaba destinada a estar separada del mundo. Un ethos de ‘segregación espiritual’ era inherente al tejido mismo de la fe cristiana, como era inherente a la fe del antiguo Israel. La Iglesia misma es ‘una ciudad’, una polis, una ‘entidad política’ nueva y peculiar. En su profesión bautismal, los cristianos tenían que ‘renunciar’ a este mundo, con toda su vanidad, orgullo y pompa, pero incluso a todos sus vínculos naturales, incluso sus vínculos familiares, y prestar un solemne juramento de fidelidad a Cristo Rey, el único Rey verdadero en la tierra y en el cielo, a quien se le es dada toda ‘autoridad’. Mediante este compromiso bautismal los cristianos quedaron radicalmente separados de ‘este mundo’. En este mundo no tenían una ‘ciudad permanente”. Eran ‘ciudadanos” de la ‘Ciudad venidera’, de la cual Dios mismo fue constructor y hacedor (Hebreos 13,14; cf. 11,10).” [27]

En Su juicio ante Pilato, el Señor insiste en que su poder deriva de Dios, el verdadero Rey y Legislador. Porque “ningún poder tendríais contra mí, si no os fuese dado de arriba” (Juan 19,11). Estas palabras paradójicamente limitan al poder del César, en la medida de que está sujeto al de Dios, y a su vez lo fortalecen, al indicar de que en principio tiene el sello y la bendición de Dios. Esta conclusión tampoco entra en contradicción sus palabras anteriores: “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18,36)”

Porque, como escribe el Bienaventurado Teofilacto: “Él no dijo: (que su Reino) no este aquí, ni en este mundo. Él gobierna en este mundo, lo cuida providencialmente y administra todo según su Voluntad. Pero Su Reino ‘no es de este mundo’, sino de arriba y de antes de los siglos, y ‘no de aquí’, es decir, no proviene de la tierra, aunque tiene poder en ella”[28].

El obispo san Nikolai Velimirovič escribe: “Que nadie imagine que Cristo el Señor no tiene poder imperial sobre este mundo porque Él le dijo a Pilato: ‘Mi Reino no es de este mundo’. Quien posee lo duradero tiene también poder sobre lo transitorio. El Señor habla de Su Reino duradero, independiente del tiempo y de la decadencia, la injusticia, la ilusión y la muerte. Alguien podría decir: ‘Mis riquezas no están en papel, sino en oro’. ¿Pero el que tiene oro no tiene también papel? ¿No es el oro como papel para su dueño? Entonces, El Señor, no le dice a Pilato que Él no es rey, sino que, por el contrario, dice que Él es un Rey mayor que todos los reyes, y que su Reino es más grande, más fuerte y duradero que todos los reinos terrenales. Se refiere a Su Reino preeminente, del cual dependen todos los reinos en el espacio y en el tiempo…” [29]

El Señor continúa: “Por tanto, el que a vosotros me entregó, mayor pecado tiene” (Juan 19.11). Quien entregó a Cristo a Pilato fue Caifás, sumo sacerdote de los judíos. Porque, como es bien sabido (excepto para los cristianos ecumenistas contemporáneos), fueron los judíos, su propio pueblo, quienes condenaron a Cristo por blasfemia y exigieron su ejecución a manos de las autoridades romanas en la persona de Poncio Pilato. Como no le era de interés a Pilato el cargo de blasfemia, la única manera en que los judíos podían salirse con la suya era acusar a Cristo de fomentar la rebelión contra Roma, una acusación hipócrita, ya que eran precisamente los judíos, no Cristo, quienes estaban planeando la revolución;  de hecho se rebelaron en el año 66 d.C.[30] Pilato no sólo no creyó en esta acusación: como señaló el apóstol Pedro, hizo todo lo posible para que Cristo fuera liberado (Hechos 3.13), cediendo sólo cuando temió que los judíos estuvieran a punto de amotinarse y de denunciarle ante el emperador en Roma.

En consecuencia, en la medida en que Pilato pudo haber usado el poder que Dios le había otorgado para salvar al Señor de una muerte injusta, el poder del Estado romano aparece en esta situación como culpable, pero también como el protector potencial, si bien no todavía real, de Cristo en contra de los ataques de sus más feroces enemigos. En otras palabras, ya durante la vida de Cristo, vemos el rol futuro de Roma como guardiana del Cuerpo de Cristo y “aquello que retiene” al Anticristo (II Tesalonicenses 2.7).


*


Desde ese momento, como enseñó San Serafín de Sarov, el primer deber de todos los cristianos ortodoxos, luego de la fidelidad a la Ortodoxia, es su lealtad al Autócrata Cristiano Ortodoxo; quien, en su época, fue el Zar Ruso.

 

“Al explicar lo bueno que era servir al Zar, – escribió el amigo del santo, Nicolás Motovilov –  ‘y cuánto debería valorarse su vida, citó como ejemplo a Abisai, comandante de guerra de David.

 

“ ‘Una vez – dijo el batyushka Serafin – ‘para satisfacer la sed de David, a la vista del campamento enemigo se coló en un y consiguió agua, y, a pesar de una lluvia de flechas lanzadas desde el campamento enemigo, regresó completamente ileso, llevando el agua en su yelmo. Había sido salvado de la lluvia de flechas solo debido a su celo hacia el Rey. Tan solo cuando David daba una orden, Abisai respondía: ‘Solo ordena, oh Rey, y todo se hará según tu voluntad’.

 

Pero cuando el Rey expresó el deseo de participar él mismo en alguna hazaña sangrienta para animar a sus guerreros, Abisai le rogó que preservara su salud y, impidiéndole participar en la batalla, le dijo: ‘Hay muchos entre nosotros, su Majestad, pero usted es uno entre los nuestros. Incluso si todos nosotros fuéramos asesinados, mientras usted estuviera vivo, Israel permanecería íntegro e invicto. Pero si usted se va, entonces, ¿qué será de Israel?…’

El batyushka Padre Serafín amaba dar explicaciones con detalle, elogiando el celo y el ardor de los fieles súbditos al Zar, y deseando explicar más claramente cómo estas dos virtudes cristianas son agradables a Dios, dijo:


‘Después de la Ortodoxia, estos son nuestros primeros deberes rusos y la base principal de la verdadera piedad cristiana.’[31]

A menudo, alternaba el tema David con el de nuestro gran Emperador [Nicolás I] y durante horas seguidas me hablaba de él y del reino ruso, lamentando a aquellos que tramaban el mal en contra de su Augusta Persona. Al revelarme claramente lo que querían hacer, me sumía en un estado de horror; al hablar sobre el castigo preparado para ellos por el Señor y para confirmar sus palabras, añadía:

‘Esto sucederá sin falta: el Señor, viendo el rencor impenitente de sus corazones, permitirá que sus empresas se lleven a cabo por un corto período, pero su enfermedad se volverá contra ellos, y la injusticia de sus maquinaciones destructivas recaerá sobre ellos. La tierra rusa se teñirá de torrentes de sangre, y muchos nobles serán asesinados por su gran Majestad y la integridad de su Autocracia: pero hasta el final el Señor no se enfurecerá y no permitirá que la tierra rusa sea destruida hasta el final, porque solo en ella la Ortodoxia y los remanentes de la verdadera piedad cristiana especialmente se preservaran. Antes del nacimiento del Anticristo, habrá una gran y prolongada guerra y una terrible revolución en Rusia que superará todos los límites de la imaginación humana, ya que la efusión de sangre será más terrible: las rebeliones de Ryazan, Pugachov y la revolución francesa no serán nada en comparación con lo que sucederá en Rusia. Muchas personas fieles a la patria perecerán, se saquearán propiedades de la Iglesia y los monasterios; las iglesias del Señor serán profanadas; las buenas personas ricas serán robadas y asesinadas, ríos de sangre rusa fluirán...’ ”[32]



[1] Stephenson, Constantine: Unconquered Emperador, Christian Victor, Londres: Quercus, 2009, p. 38.

[2] San León, Sermón LXXXII, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo.

[3] Sordi, op. cit., pág. 18.

[4] Velimirovič, El prólogo de Ochrid, parte III, 22 de julio, p. 94. Anás y Caifás también tuvieron malos resultados.

[5] Sordi, op. cit., capítulo 1.

[6] Gibbon, La decadencia y caída del imperio romano, capítulo 2.

[7] Dvorkin, op. cit., págs. 79-81.

[8] Domiciano era visto en la antigüedad como el peor de los emperadores romanos, peor incluso que Nerón y Calígula (Peter Heather, The Restoration of Rome, Londres: Pan Books, 2013, p. 114).

[9] San Teófano, Thoughts for Each Day of the Year, Platina, Ca.: Hermandad de San Herman de Alaska, 2010, p. 167.

[10] El Sínodo de los Obispos de la Iglesia Rusa Fuera de Rusia escribió que “los apóstoles Pedro y Pablo exigieron de los cristianos de su tiempo sumisión a la autoridad romana, a pesar de que esta más tarde persiguiera a los seguidores de Cristo. Los romanos por naturaleza se distinguían por su valor moral, por lo que, según palabras de Agustín en su libro Sobre la ciudad de Dios, el Señor los magnificó y glorificó. La humanidad le debe al genio de los romanos la elaboración de una ley más perfecta, que fue el fundamento de su famosa estructura gubernamental, mediante la cual sometió para así al mundo en mayor medida que por vía de su renombrada espada. Bajo la sombra del águila romana muchas tribus y naciones prosperaron, disfrutando de paz y libre autogobierno interno. El respeto y la tolerancia hacia todas las religiones eran tan grandes en Roma que al principio se extendieron también al cristianismo recientemente engendrado. Baste recordar que el procurador romano Pilato trató de defender a Cristo Salvador de la malicia de los judíos, señalando su inocencia y no encontrando nada censurable en la doctrina que predicaba. Durante sus numerosos viajes evangélicos, que lo pusieron en contacto con los habitantes de tierras extranjeras, el apóstol Pablo, como ciudadano romano, apeló a la protección del derecho romano para defenderse tanto de los judíos como de los paganos. Y, por supuesto, pidió que su caso fuera juzgado por César, quién, según la tradición, lo declaró inocente de lo que se le acusaba; sólo más tarde, tras su regreso a Roma desde España, padecería el martirio.

“La persecución de los cristianos nunca impregnó al sistema romano, y fue una cuestión de iniciativa personal de emperadores individuales, que vieron en la amplia difusión de la nueva Fe un peligro para la religión del Estado, y también para el orden del Estado, hasta que uno de ellos, san Constantino, comprendió finalmente que en realidad no sabían lo que hacían, y puso su espada y su cetro a los pies de la Cruz de Cristo…” (Carta Encíclica del Consejo de Obispos Rusos en el Extranjero dirigida a la feligresía ortodoxa, 23 de marzo de 1933; Living Orthodoxy, #131, vol. XXII, N 5, septiembre-octubre de 2001, págs. 13-14)

 

[11] San Juan Crisóstomo, On Living Simply. Triumph Books, 1997

[12] San Clemente de Roma, epístola a los Corintios, 60-61.

[13] San Justino Martir, Primera Apologia, 17 

[14] San Atenágoras, Representation for the Christians, en The Acts of the Christian Martyrs, Oxford: Clarendon Press, 1972, p. 93. 

[15] San Teofilo, Tres libros a Autólico

[16] Peter J. Leithart, Defending Constantine, Downers Grove, Ill.: IVP Academic, 2010, p. 281.

[17] Tertuliano, Apologeticum 33.1.

[18] San Hipólito, en Fomin, S. & Fomina, T. Rossia pered Vtorym Prishestviem (Rusia después de la Segunda Venida), Moscú, 1994, vol. I, p. 56.

[19] San Euquerio de Lyon, La pasión de los mártires.

[20] Menaion Festivo, La Natividad de Cristo, Canon, Canto séptimo, irmos segundo

[21] Aristóteles, Política, IV, 10.

[22] Heromartir Victorino de Petovio, Comentario al Apocalipsis

[23] Algunos vieron en 1 Pedro 5.13 una identificación similar de Roma con Babilonia, pero esto es dudoso. La Babilonia a la que se hace referencia allí probablemente sea Babilonia en Egipto, desde donde San Pedro escribía su epístola. Sin embargo, no cabe duda de que a los primeros lectores de Juan la imagen de Babilonia les habría recordado en primer lugar a la Roma de Nerón y Domiciano.

[24] P. Michael Azkoul, The teachings of the Orthodox Church, Buena Vista, Co.: Publicaciones Dormition Skete, 1986, parte I, p. 110.

[25] San Cirilo de Alejandra, Commentary on the Gospel of Saint Luke, (Comentario al Evangelio de san Lucas) Homilía 12, Nueva York: Studion Publishers, 1983, p. 89.

[26] Glazkov, “Zashchita ot Liberalizma” (“Una defensa desde el Liberalismo”), Pravoslavnaia Rus’ (Rusia Ortodoxa), N 15 (1636), Agosto 1/14, 1999, p. 10.

[27] Florovsky, “Antinomies of Christian History: Empire and Desert” (Antinomias de la Historia Cristiana: Imperio y Desierto), Christianity and Culture, Belmont, Mass.: Nordland, 1974, pp. 68- 69.

[28] Florovsky, Antinomies of Christian History: Empire and Desert (Antinomias de la Historia Cristiana: Imperio y Desierto), Christianity and Culture, Belmont, Mass.: Nordland, 1974, pp. 68- 69.

[29] Obispo san Nicolas Velimirovič, The Prologue from Ochrid (El prólogo de Ochrid), parte III, Birmingham: Lazarica Press, 1986, parte III, correspondiente al día 30 de septiembre, pp. 395-396.

[30] Bienaventurado Teófilacto, On John 18:36 (sobre Juan 18.36).

[31] Yu.K. Begunov, A.D. Stepanov, K.Yu. Dushenov (editores), Tajna Bezzakonia (El misterio de la Iniquidad), san Petersburgo 2000, pags 61-64.

[32] San Serafín, citado por el protopresbitero Victor Potapov, “Dios es traicionado por el silencio”. Véase también en Literaturnaya Ucheba, Enero-Febrero, 1991, pp. 131-134.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL MISTERIO DE LA ABDICACIÓN DEL ZAR

 Vladimir Moss Sin duda la fecha más importante de la historia moderna es el 15/2 de marzo de 1917, fecha de la abdicación del Zar Nicolás I...