Ludmila Perepiolkina
El “misterio
de la iniquidad” ha envuelto al mundo entero. Los enemigos de Cristo, incluidos
los que se llaman a sí mismos “cristianos”, definen cada vez con más frecuencia
nuestra era como “postcristiana”. Y en el siglo XX Rusia se ha vuelto el país
más polarizado entre su devoción y su apostasía. Cuando se piensa en la
Revolución de 1917 con sus crímenes y horrores sin precedentes, en los millones
de confesores y mártires de Cristo, uno piensa invariablemente en el
Apocalipsis. ¿Cómo pudo tener lugar este “ensayo general” de la llegada del
Anticristo en el país que en otro momento fue santo? Y uno no puede evitar
culpar a los seductores malintencionados, aquellos que estaban destruyendo
metódicamente el alma del pueblo.
Solo
con tratar de entender ciertas características del pasado histórico de Rusia,
es posible concebir las trágicas consecuencias del deterioro moral y espiritual
de la elite educada rusa que ocasiono el colapso de un mundo ortodoxo de mil
años. Se necesita un esfuerzo intelectual sincero para tratar de superar los
prejuicios hostiles y arraigados de los chiches que son foráneos (como, por
ejemplo: «los rusos siempre han sido esclavos») y para liberarnos del concepto
que Rusia estaba «atrasada y estancada», un concepto impuesto por el mundo
secular que hace mucho tiempo «sepulto» a Dios de su alma. Esto nos ayudara a
entender por qué Rusia, desde la antigüedad se ha vuelto el objeto de
animosidad y el punto de atención entre la lucha del bien y el mal.
Sin
querer en lo más mínimo menospreciar la piedad de nuestros hermanos ortodoxos
en Cristo, particularmente los griegos, serbios, búlgaros, rumanos, etc., uno
debe, sin embargo, enfatizar los rasgos puramente rusos de la piedad.
Antes
que nada, debemos de tener en mente el periodo moscovita, cuando la vida
cotidiana del pueblo ruso justificaba que Rusia
fuera llamada Santa.[1]
Las
hazañas espirituales y las oraciones practicadas por nuestros ancestros rusos,
que son inimaginables no solo en el Occidente Latino, sino también en el Este
Ortodoxo, esta descripto en el libro del archidiacono Pablo de Alepo, que en
1654 hasta 1656 acompaño al Patriarca Macario de Antioquia en sus viajes a
Rusia: “Estas personas son verdaderamente cristianas y extremadamente
piadosas...” [2] “¿Quién
lo creería? ¡Han superado a los eremitas del desierto!”[3]
La
duración de los servicios, lo estricto de los ayunos y el extenuante esfuerzo
diario de la piedad de los rusos, despertando no solo el asombro y la
admiración de los monjes antioquenos que los visitaban, sino también sus
verdaderos lamentos: “Imagínense, ellos permanecen inmóviles durante todo el
servicio, como rocas, ellos hacen numerosas postraciones, y todos juntos, como
si con una sola voz cantaran las oraciones, y, lo más sorprendente, los niños
pequeños participan de todo esto. Su celo por la fe nos hace maravillar. ¡Oh Dios, oh
Dios! ¡Sus oraciones, cantos y liturgia se prolongan y se prolongan!”[4]
El
modo de vida del pueblo ruso era de carácter acético. Según el archidiacono
Pablo “por la amplitud de sus ruegos los moscovitas probablemente superen a los
mismos santos, y esto no solo se aplica a la gente pobre y sencilla, a los
campesinos, mujeres, niñas y niños pequeños, sino también a los altos
oficiales, a los dignatarios y sus esposas” [5]
De
hecho, tanto personas monásticas como laicas practicaron el ascetismo sin
importar su clase social. Así, grandes ascetas; como los santos José de Volokolamsk
y Nilo de Sora, fueron boyardos. Y ellos no fueron una excepción: muchas
personas distinguidas buscaron su salvación en los monasterios; de los cuales
en ellos había muchos príncipes. La imagen angelical y monástica ha sido
siempre para el ruso, un ideal digno de admiración. La única distinción entre
los laicos de los monjes era solo que ellos no realizaban un voto de celibato,
y que vivían afuera del monasterio. Y si las circunstancias de su vida, o sus
obligaciones familiares los impedían a ellos de volverse monjes durante su
tiempo de vida, al enfrentarse
con la muerte de muchos de los suyos, tanto viejos y jóvenes,
generalmente legaban todas sus posesiones o una parte significativa de las
mismas a la Iglesia y tomaban los votos monásticos. Y muchos Grandes Príncipes
como san Alejandro Nevsky (Alexy en skema) se hicieron monjes.
Las
reglas monásticas eran llevadas a cabo en la vida secular también. Pablo de
Alepo, noto que con frecuencia incluso en el ambiente secular, el “se sentían
como si estuvieran en un monasterio”.[6]
Rusia era radiante en su piedad: “Nos maravillamos con sus costumbres de
Iglesia… no hay diferencia entre el ritual monástico y el de una iglesia
parroquial; son lo mismo”[7]
Todos
los aspectos del antiguo modo de vida ruso – como la organización de los
tiempos, la rutina diaria, las reglas de conducta, la vida social y las
relaciones familiares, la comida, la vestimenta, etc. – fueron inspirados por
las costumbres de la Iglesia. El ideal de la Santa Rusia era la aspiración del
pueblo hacia la santidad, estando para ello hacia Cristo. La fe ortodoxa
determinaba todas las manifestaciones de la vida de la gente y conformaba su
fundamento. Una fe sincera en Cristo y un amor por Él, engendraron el amor al
prójimo, que junto con la compasión y la hospitalidad ha sido la característica
más distintiva del pueblo ruso.
La
historia nos enseña que los Grandes Príncipes a menudo eran los modelos de
caridad. El Gran Príncipe Juan, que popularmente fue apodado como “Kalita” (que
en tártaro es: bolso), porque siempre el llevaba una bolsa llena de dinero para
distribuir la limosna, favoreciendo así la construcción de viviendas,
hospitales y orfanatos para la gente anciana, y las casas de los mercantes y de
los boyardos proporcionaban refugio y alimento a un gran número de vagabundos y
desposeídos.
La
devoción a la Iglesia en la Santa Rusia era notable. Además de la preocupación
general por la construcción y el adorno de las Iglesias y monasterios, así
también los hogares, desde los palacios principescos hasta las cabañas de las
gentes comunes, eran lugares preferidos para la decoración religiosa “Cualquiera
en su casa disponía de numerosos iconos embellecidos en oro, plata y piedras
preciosas, y no solo dentro, sino también a las afueras de la casa…; y este no
es solo el caso de los boyardos, sino también de los campesinos de los pueblos,
ya que su amor por los iconos y su fe es bastante notable”[8]
La
piedad exterior es el resultado del trabajo espiritual interior. Siguiendo las
reglas monásticas, nuestros ancestros no solo rezaban en los servicios de la
Iglesia, sino también en el hogar. La gente laica trataba de ser firme en el
cumplimiento de las normas de oración como se indican indicadas en los libros
de los servicios litúrgicos, a pesar de la dificultad de combinarlas con sus
trabajos diarios. No había nada inusual acerca de una persona ortodoxa rusa completara
la lectura o la escucha del Salterio entero en una semana, muchos de ellos
hacían hasta 1200 postraciones con la Oración de Jesús. La Oración del Señor,
las Oraciones a la Madre de Dios y el Credo eran leídos varias veces al día.
Además de eso, ellos oraban en cualquier momento durante el trabajo, a fin de
no distraerse con pensamientos vanos y pecaminosos[9].
Los
Grandes Príncipes y Zares que fueron sustentados espiritualmente por sus
mentores religiosos, muy a menudo mostraban ejemplos sorprendentes de piedad.
Tales fueron, entre muchos otros, san Andrei Bogolyubsky cuyo nombre ya habla
de su amor por Dios (Bogolyubsky es una palabra rusa que significa “amante de
Dios”); san Daniel, príncipe de Moscú, conocido por su apacibilidad y piedad,
quién recibió la tonsura poco antes de su muerte (en 1303), el recto Zar Fedor
Ioannovich, que figura el calendario de la Iglesia rusa como un gran hacedor de
milagros de Moscú, y el Zar Alexei Mikhallovich[10].
Este último fue una gran autoridad en cuanto al Typicon (El libro litúrgico que
designa las reglas de los servicios litúrgicos de la Iglesia), y a veces
recordaba a los monjes la lectura del Eirmos y el Troparion y sus tonos. (él es
conocido por haber corregido incluso a Pablo de Alepo cuando este último
ocasionalmente cometía algún error pequeño). El Zar podía asistir a veces a
servicios que duraban de seis a siete horas, y pasar la noche entera en
oraciones.[11]
Además el Zar Alexei Mikhallovich era observante un estricto ayuno. Durante la
Cuaresma entera los Lunes, Miércoles y Viernes el se abstenía por completo de
los alimentos, y tomaba parte de una comida sencilla durante los otros días.
“Sus cenas en los ceremoniales festivos, como regla general, no fueron en un
sentido banquetes, sino comidas monásticas, ni siquiera se le ofrecía al Zar
algo de comer estando en presencia del clero, y estas cenas eran acompañadas
por la lectura de la Vida de los Santos del día determinado, como es de
costumbre en los monasterios”.[12]
Al
observar tan confesión de fe en la vida diaria, “inaudita en cualquier otro
país”[13], Pablo de Alepo exclamó: ¿No es este un país bendito? Sin lugar a
dudas lo es, la fe cristiana se observa aquí en toda su pureza. ¡Oh, que
afortunados que son!”[14]
Las
citas de los ejemplos anteriores de ninguna manera son tendientes a idealizar
la vida moral de nuestros ancestros, ni tampoco consideramos que ellos están
exentos de reproches. Después de todo, la naturaleza humana, que está dañada
por el pecado, es la causa de las caídas e impide la realización plena de las
ideas santas. “El alma de un ruso es muy generosa, y, junto con las hazañas de
una gran santidad abundaban en la vida rusa muchos vicios y manifestaciones de
pecados graves. Pero aunque nuestros antepasados eran capaces de cometer graves
pecados, ellos también eran capaces de arrepentirse profundamente”[15].
A través del sincero arrepentimiento como medio de purificación espiritual,
esto perduro con firmeza durante siglos en la fe Ortodoxa ayudando al pueblo
ruso a evitar la perniciosa falta de Dios que se desarrolló en el Occidente
humanista. Todavía existe un abismo entre las creencias de arrepentimiento y
oración de Rusia y del occidente “progresista”. Los antagonistas de Rusia,
ignorando la esencia espiritual de
la sociedad, “declaran que esta preocupación por preservar piadosamente la
integridad religiosa y el temor a Dios, que ellos no pueden entender, es un
retorno a la barbarie, considerando a estas personas como esclavos solo porque,
su principal preocupación por la experiencia de la realidad religiosa los
mantenía ajenos de cualquier ambición política. El Occidente, por el contrario,
persistentemente inculca en las mentes rusas lo que ellos llaman progreso y que
siempre ha causado daños a la integridad del alma rusa y a su aspiración
espiritual.”[16]
La
oración, el ayuno y la caridad: La vida entera del hombre en Rusia fue
construida acorde a los mandamientos de Cristo, junto con la enseñanza de los
Santos Padres y el carácter de la vida eclesial: “Vosotros los que habéis
recorrido el camino angosto de la tristeza; todos los que estáis en la vida han
tomado la cruz como un yugo, y me han seguido en la fe, ven, disfrutad de los
honores y coronas celestiales que he preparado para vosotros” (de el servicio
del entierro en el oficio para los difuntos)
¿Pueden
los occidentales, cuyos ancestros colocaron el principio material antes que el
del espíritu, que prefirieron la estética antes que la ética, el hedonismo
antes que el ascetismo, y cuyas lecturas preferidas no eran la Vida de los
Santos, sino las belle-lettres, tales
como el “Decamerón” comprender este modo de vida y este estado de ánimo?
No es
de extrañar que Rusia fuera estigmatizada y que su periodo grandioso y glorioso
de la historia fuera calificado como “el
peor periodo de la historia Rusa, el más sofocante”[17]
Incontables son todos aquellos quienes teniendo un “ojo para el mal” lanzaron
piedras contra Rusia. Entre ellos se encuentran no solo estos heterodoxos
resentidos del país ortodoxo que no escatimaban al “describir con tonalidades
oscuras varios vicios inmorales y trastornos de la sociedad rusa”[18],
así como el embajador de Holstein, Adam Olearius, o el embajador del Sacro
Imperio Romano, el barón Augustine Meierberg, quienes observaron en las décadas
del 30 y 60 del siglo XVI, como también un gran número de los historiadores de
nuestro país, así como todos aquellos cuyo ideal era el Occidente
"ilustrado", secularizado. Las contradicciones entre los
bienintencionados testimonios del archidiacono Pablo de Alepo y las hostiles
descripciones de la Rusia moscovita por los contemporáneos extranjeros que
describen aspectos turbios que se pueden encontrar en cualquier otro país del
mundo, son por supuesto, contradicciones aparentes. Siendo un clérigo ortodoxo
y compañero de un viajero importante – el Patriarca de Antioquia – Pablo de
Alepo tuvo la oportunidad de observar la vida en la Rusia Ortodoxa en el lugar
donde se concentraba todo lo que era bueno, santo y piadoso de la sociedad
rusa, es decir, en la Iglesia.
Los
enviados extranjeros, sin embargo, ni siquiera tenían el derecho de asistir a
los servicios de las Iglesias rusas, y por lo tanto observaron que la vida en
Rusia “desde otro punto de vista: desde las calles, plazas, bares, mercados,
los lugares de las transacciones comerciales, tiendas extranjeras, etc.”. Por
lo tanto, estos testimonios no solo no contradicen a los otros, sino que cada
uno se complementa. “Aparte de esto, uno debe de tener en cuenta que Pablo,
nuestro hermano en fe, miraba a Rusia con ojos de la amistad y la simpatía,
mientras que los escritores occidentales tratan a las personas y al país que
les ofreció hospitalidad, con desprecio e incluso hostilidad”[19]
También
es digno de atención el hecho de que los investigadores pro-occidentales y
malintencionados de la historia de Rusia, con frecuencia utilizaban criterios
que distorsionaban su pasado sagrado. Ellos se inclinan a dar una importancia
primordial a aquellas obras históricas y literarias que servían de válvula de
escape a los sentimientos de descontento y protesta, que se manifestaban
habitualmente en personas con una conciencia aguda de su personalidad.
“Es
precisamente la personalidad y sus manifestaciones las que recibieron la mayor
importancia a los ojos de nuestros investigadores. Mientras tanto, la formación
espiritual de la Rusia moscovita se basaba en una disposición completamente
diferente, llena de una conciencia de un servicio tan elevado y desinteresado
que dejaba muy poco espacio para algo “personal”.”
Es
precisamente en este servicio que la
calidad espiritual de la sociedad moscovita, manifiesta asimisma con todas sus
clases. Solo esta cualidad espiritual permitió que la Rusia Moscovita pudiera
llevar a cabo su gran tarea de construir un Reino Ortodoxo que de hecho cumplió
los requisitos de la idea de la “Tercera Roma” (La misión de preservar a la Ortodoxia para el mundo – cita de la autora)
que no era percibida como una presumida idealización de una estructura nacional
y terrenal del país, sino como una tarea que determinaba la vida de todo el
pueblo ruso en su conjunto, desde el Zar hasta el último siervo que era devoto
a Dios.[20]
Uno a
menudo escucha que el ideal de santidad
fue el principal y el único mérito de la Santa Rusia. Incluso si fuera solo
eso, uno podría sentirse feliz por tal estado de ánimo del pueblo. Pero, como
hemos visto, junto con el ideal de santidad Rusia tenía un estilo de vida en el
que esta santidad se realizaba, de hecho, ya que “la fe sin obras esta muerta” (Santiago
2, 20 y 26). Precisamente era este hecho que “irritaba a las fuerzas del
demonio” y por eso ha convertido a Rusia en su propio domino “Patria mía, estás
triste y muda, patria mía, has perdido la cabeza”[21]
Durante
el régimen soviético dos pueblos
vivieron lado a lado en un país: el pueblo
soviético y el pueblo ruso. El
primero y el más numeroso ha estado viviendo sin Dios incluso hasta ahora
cuando la URSS no existe, pecando gravemente en su asalto hacia la perdición “«y
a su alrededor, como en un desfile, todo el país marcha en pasos anchos hacia
el infierno”[22]
Pero
el pueblo ortodoxo, aunque pequeño en número y exhausto por una lucha desigual
y casi centenaria, brilla con su vida temerosa de Dios, con el autosacrificio y
la oración, como sus ancestros piadosos. Es este, pues, este pueblo el heredero
inmortal de la Santa Rusia, esta pizca de sal espiritual, acaso ¿la última
esperanza espiritual del mundo que se ha empobrecido en virtud?
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[1] En este breve capítulo no podemos tratar en detalle el amplio
tema de la piedad y santidad rusas
[2] "Puteshestvie Antiokhiiskago Patriarkha Makariia v Rossiiu v
polovine XVII veka, opisannoe ego synom, arkhidiakonom Pavlom Aleppskim"
(El viaje del patriarca Macarios de Antioquía en Rusia a mediados del siglo
XVII, descrito por su hijo, el archidiácono Pablo de Alepo), trad. de G.
Murkos, Moscú, publicado por la Sociedad Imperial de Historia y Antigüedades
Rusas de la Universidad de Moscú, en 5 números. 1896-1900. Número II, pág. 170.
[3] Ibíd., Número III, pág. 44.
[4] Ibíd., Número II, pág. 2.
[5] Ibíd., pág. 94.
[6] Ibíd., pág. 27.
[7] Ibíd., pág.
160.
[8] Ibíd., número III, págs. 31-32.
[9] Véase "Istoricheskii ocherk russkago propovednichestva"
(Ensayo histórico sobre la actividad misionera rusa), San Petersburgo, 1879,
pág. 27.
[10] Aunque
examinamos principalmente el período de la Rusia moscovita, deseamos no
obstante señalar el hecho de gran importancia para la Rusia histórica de que su
último emperador (antes de la catástrofe de 1917), el zar-mártir Nicolás
Aleksandrovich que con su muy augusta familia fue canonizado (por la Iglesia
Ortodoxa Rusa en el Exterior en 1981) no sólo por su martirio, sino también por
su estilo de vida profundamente cristiano.
En relación con esto nos
gustaría recordar al lector un momento en la vida del zar-mártir Nicolás II,
que da testimonio de su piedad personal, puramente rusa. Él era perfectamente
consciente de los errores fatales de Pedro I, que estaba “cegado por los logros
materiales de Occidente”; Uno de estos errores fue la abolición del Patriarcado
(1721) en Rusia, el zar Nicolás Aleksandrovich con todo el poder de su corazón
intentó devolver a Rusia al camino salvador original de la Santa Rusia,
resucitar sus ideales, restablecer su estructura monolítica, recrear y
consolidar la unidad que en el pasado existía entre la Iglesia, el zar y el
pueblo y que formaba la base de su fuerza“ (EE Alfer'ev, “El emperador Nicolás II, como un hombre de fuerte voluntad. Materiales
para la compilación de la vida del piadoso zar-mártir Nicolás”,
Jordanville, 1983, p. 87). Después de profundas reflexiones y de acuerdo con la
emperatriz Aleksandra Fedorovna, estaba dispuesto a dejar el trono del
emperador a su hijo, el príncipe Alexy Nikolaevich (bajo la regencia de la
emperatriz y el gran duque Miguel, hermano del emperador), para recibir la
tonsura, ingresar al rango sacerdotal y luego imponerse la pesada carga del
servicio Patriarcal. En marzo de 1905, el emperador Nicolás II comunicó a los
miembros del Sínodo su deseo de restablecer el patriarcado en Rusia y su
valiente decisión al respecto. No podemos sino lamentar amargamente que esta
propuesta del emperador no haya encontrado una respuesta oportuna y digna en el
Sínodo (véase ibíd., págs. 88-89).
En cuanto a la lista de los príncipes rusos que han sido canonizados, se podría alargar mucho. Sin embargo, sería una tarea bastante difícil, teniendo en cuenta que en el calendario de la Iglesia rusa, como observó V. S. Soloviev, la mitad de los santos son príncipes: “…Todos los santos de nuestra Iglesia rusa pertenecen a dos clases solamente: o son monjes que ocupan diversos cargos eclesiásticos, o príncipes, es decir, según la tradición, son de la clase militar, y no tenemos otros santos, y no tenemos otros santos, es decir, otros santos hombres. O monjes o soldados”. En cuanto a los locos por amor a Cristo, un personaje de las “Tres conversaciones” de Soloviev dice que son “una especie de monjes irregulares. Lo que los cosacos son para el ejército, los locos por amor a Cristo son para el monacato”. (Vladimir Sergeevich Soloviev "Tres conversaciones". Vol. 10, San Petersburgo, 1897-1900, pág. 96)
[11] Puteshestvie...,
Número III, pág. 94.
[12] Arcipreste Lev
Lebedev, “Moskva Patriarshaia” (Moscú patriarcal), publ. Stolitsa, Veche,
Moscú, 1995, pág. 223.
[13] Puteshestvie..., Número III, págs. 11125-126.
[14] Ibíd., Número
II, págs. 109-110.
[15] Arzobispo
Seraphim (Sobolev), “Russkaia ideologiia” (Ideología rusa), Imprenta de San Job
de Pochaev, Monasterio de la Santísima Trinidad, Jordanville, NY, 1987, pág.
29.
[16] Archidiácono Germán
Ivanoff-Trinadtzaty, "Tretii Rim" (La Tercera Roma), publ. por
Acorly, Lyon, 1997, p. 28.
[17] Nicolás
Berdyaev, "Russkaia ideia" (La idea rusa), París, 1971, p. 7.
[18] Arcipreste Lev
Lebedev, "Moskva...", p. 227.
[19] Ibíd.
[20] Archimandrita
Konstantin (Zaitsev), "Lektsii po istorii Russkoi slovesnosti, chitannyia
v Sv.Troitskoi seminarii" (Conferencias de literatura rusa impartidas en
el Seminario de la Santísima Trinidad), Primera parte, Imprenta de San Job de
Pochaev, Monasterio de la Santísima Trinidad, Jordanville, Nueva York, 1967, p.
62.
[21] Véanse las
palabras de las canciones "Rusia" y "Mi Patria" del
conocido poeta ortodoxo Igor Tal'kov, quien en 1991 fue asesinado a plena luz
del día por los enemigos de Rusia.
[22] Ibíd.