padre Serafín Rose
La
creación de Adán de
Miguel Angel; hay quien ha querido ver en la imagen del Dios padre junto con
sus ángeles, la figura del cerebro humano, como si el autor nos quisiera decir
que el don divino no proviene de Dios sino del hombre; el presupuesto
fundamental del Antropocentrismo que inició el Renacimiento.
La vida
del santo que acabamos de escuchar, San Pablo de Obnora.[i] Nos
da una visión de una civilización que es exactamente lo opuesto a la
civilización que estamos estudiando ahora. La civilización occidental desde el
cisma, desde la Edad Media. En las civilizaciones ortodoxas tradicionales como
la de Rusia, se repiten eventos muy similares, es decir; hay invasiones
bárbaras, los monasterios pueden ser devastados, la vida monástica en un
momento florece, en otro se relaja, y luego vuelve a florecer, surgen santos,
el diablo ataca constantemente, hay invasiones desde fuera, y todo esto sucede
sin perturbar la armonía y el equilibrio básicos de la civilización. Lo mismo
ocurre en Bizancio, lo mismo ocurre en Occidente antes del período del Cisma.
Imagen de san Pablo de Obnora
No hay
nada que podamos llamar “nuevo”, porque una vez que el cristianismo ha sido
proclamado, una vez que Cristo vino y estableció su Iglesia, no hay nada más
que pueda ser nuevo. Esta es la preparación para el fin del mundo, y las
personas que están penetradas por los principios de la tradición ortodoxa no
esperan nada nuevo en este mundo.
En
Occidente, por otro lado, comenzando ya como vimos en la última conferencia,
con la Alta Edad Media, con la escolástica Francisco de Asís. Joaquín de Fiore,
el elemento del romance entrando en la religión, las nuevas ideas políticas; ya
existe la idea de que hay algo nuevo que está sucediendo. El cristianismo está
siendo mejorado. Hay una búsqueda de algún tipo de nuevo cristianismo, aunque
aún no usen esa palabra, y este énfasis se incrementa en el periodo que estudiaremos
ahora: El Renacimiento, el periodo después de la Edad Media, entre aproximadamente
los años 1300 a 1600. Encontraremos en este periodo que lo que comenzó en la
Edad Media ya se está convirtiendo en una epidemia. Y hay cosas que suceden que
son totalmente nuevas en la historia de la humanidad. O, si existieron antes,
ahora alcanzan algún tipo de nivel completamente nuevo.
El
propósito de estas conferencias, es decir, por qué deberíamos estudiar el
desarrollo de la mentalidad moderna, es para que podamos entender por qué el
mundo es como es hoy, ver las influencias que han moldeado nuestras mentes,
estudiar el desarrollo de la mentalidad moderna con el fin de que seamos
ortodoxos al oponernos a todas las ideas engañosas, a toda influencia
deformadora en nuestras mentes, y comprendiendo cuál es la genuina mentalidad
ortodoxa y la genuina enseñanza ortodoxa.
Por
desgracia, el final de esta época moderna, que tiene su origen en el Cisma, ha
engendrado una generación de hombres ignorantes del pasado; de modo que aquel
que desconoce lo que es su pasado se vuelve fácilmente presa de un ambiente
edificado sobre una filosofía anticristiana. Esto le sucede por medio de todas
las cosas que constituyen la vida en torno suyo, y estamos tratando de entender
esas cosas que están a nuestro alrededor en la vida desde un ángulo filosófico
más profundo, de tal modo que incluso la música en el supermercado puede ser
vista como un fenómeno filosófico. Tras esa música hay una intención: producir
en nosotros un sentimiento que nos aparte de Cristo.
Y así el
propósito de este estudio es la autodefensa ortodoxa. Todo este curso es un
examen de la historia moderna desde el punto de vista de la Ortodoxia. Lo cual
es una forma bastante novedosa de hacerlo, porque todos los libros de historia
están escritos desde otros puntos de vista. Ya sea que comiencen con la idea de
que hay una Edad Oscura y luego una época moderna “ilustrada”, donde todo se
analiza desde el punto de vista del mundo moderno, ilustrado y científico. O
bien existe otra escuela de pensamiento que sostiene que el cristianismo
católico es el estándar, y que el siglo XIII representa el apogeo de la
historia, después del cual todo constituye una caída. Y también hay otras
perspectivas.
Nuestra
perspectiva, sin embargo, es ortodoxa. Y desde el punto de vista ortodoxo,
debemos decir que el periodo del Renacimiento es, en realidad, mucho menos significativo
que el de la Edad Media. Durante el Renacimiento asistimos a los cambios y
diferencias más espectaculares respecto del antiguo cristianismo. Pero los
grandes cambios que condujeron al Renacimiento y luego al fenómeno moderno
tuvieron lugar, como vimos en la última lección, en el período inmediatamente
posterior al Cisma.
Después
de esto, todo lo demás se convierte en una deducción lógica de ese primer
cambio. Porque una vez que la Ortodoxia ha sido dejada atrás, no queda sino el
desarrollo de los nuevos principios que entraron en juego. Todos los principios
que tienen su origen en la Edad Media se desarrollarán hasta el presente. Desde
este punto de vista, las fuerzas que modelan la historia hoy son las mismas que
las del siglo XIII, solo que ahora se encuentran en una forma más avanzada.
Al
finalizar la Edad Media comienza el Renacimiento, concebido como el resurgir de
la Antigüedad. Es la época del Humanismo, y se ve ya con nitidez cuál en que se
fundamenta esta nueva época.
Vimos
que el periodo de la Edad Media estaba dominado por la escolástica, es decir,
la razón que se vuelve autónoma[ii],
la razón que se coloca por encima de la fe, y esta razón – como Kireyevsky vio muy bien en
el siglo XIX cuando criticaba a Occidente desde el punto de vista ortodoxo – se volvió muy rápidamente en
contra del cristianismo. Primero se suponía que debía ser la sierva de la fe y
servir al cristianismo, demostrar todos los dogmas de la fe y también probar
muchas otras cosas que se fundaban en la autoridad: la autoridad tanto de la
Escritura, de algunos Padres antiguos – sobre
todo Agustín –, como
de Aristóteles, ya que se creía que Aristóteles tenía la visión versión de la
naturaleza.
Pero en
la era del Renacimiento, esta razón se volvió contra la religión. Porque
si es autónoma, puede desarrollar sus principios, y no hay motivo por la cual
deba estar ligada a contenido religioso. Y también vimos en la Edad Media que
los grandes movimientos – Francisco
y Joaquín – eran
de carácter muy monástico y orientados al ascetismo. En el Renacimiento surgió
una reacción vehemente en contra de estas corrientes. El contexto en el que
aparecieron estas nuevas ideas había cambiado. Como resultado, la gente ya no
estaba interesada ni en el monaquismo ni en que la razón sirviera a la
teología, porque el interés sobre el mundo ya se había despertado.
En
consecuencia, era lógico que durante este período el hombre occidental se
distanciara de la Iglesia y recurriera a la herencia de la Grecia y la Roma
paganas, cuyos vestigios arquitectónicos estaban presentes en todo Occidente, y
particularmente en Italia.
Por
tanto, era natural que en este tiempo el hombre occidental se apartara de la
Iglesia y se volviera hacia la Grecia y Roma paganas, cuyos monumentos poblaban
todo el Occidente y, sobre todo, Italia. Un autor incluso dijo que fue en
aquella época cuando la Grecia y la Roma paganas se vengaron en contra el
cristianismo, ya que este ultimo las había derrotado. La antigua civilización pagana, que situaba al
hombre por encima de todo, había sido derrotada por el cristianismo; más cuando
la razón se volvió contra el cristianismo, este paganismo ancestral cobró
revancha al unirse con la razón. A su vez, ese paganismo dio un fuerte empuje
al ideal de un secularismo completo.
Así que
el ideal del Renacimiento es el ideal del hombre natural y también de
una religión natural, que es comprensible para la razón sin ninguna revelación
especial. Uno de los grandes humanistas del norte, Erasmo, encontró en Grecia – es decir, en la antigua Grecia
pagana – lo que él llamó la “filosofía de
Cristo”. Refiriéndose a los antiguos griegos escribía: “Cuando leo ciertos
pasajes de estos hombres sabios, apenas puedo contenerme de no decir: «¡San
Sócrates, ruega por mí!»”.[iii] Por
supuesto, lo más probable es que él no rezara a los santos y tampoco rezara a
Sócrates. Lo que quiere decir es lo siguiente: esos paganos comienzan a ocupar
el lugar de los santos.
Fue en
esta época que se descubrió al hombre y estalló un interés por el
individuo. Hay un muy buen libro sobre el tema del Renacimiento en Italia
escrito por Jacob Burckhardt, un erudito del siglo XIX. Por cierto, hay
bastantes eruditos buenos en el siglo XIX y principios del siglo que estudiaron
sus áreas en profundidad, cosa que rara vez sucede hoy en día. Incluso pese a
que su enfoque sea bastante agnóstico o incluso ateo, dada la profundidad con
la que tratan sus materias, a uno le resulta muy claro que es lo que está
pasando. Y él [Burckhardt] analiza muchas de las ideas que eran predominantes
en la Italia – que
fue el primer lugar del Renacimiento – de
aquel período, y que después se extendieron hacia el norte…
Fama
Por ejemplo,
tiene un capítulo sobre la idea moderna de la fama, que surge ahora por primera
vez, es decir, desde la Antigüedad. Observa, ante todo, que incluso Dante, que
comparte todavía algo con la Edad Media, es la primera persona que se encuentra
visiblemente en busca de la fama. Dice: «se esforzó por la corona del poeta con
todo el poder de su alma, como publicista y hombre de letras, enfatizó el hecho
de que lo que hizo era nuevo, y que deseaba no sólo ser, sino ser estimado como
el primero en su propio ámbito»[iv].
Más
tarde hubo otro, de mayor edad, un «contemporáneo de Dante, Albertinus Musatus
o Musatus, que fue coronado poeta en Padua por el obispo y rector. Disfrutó de
una fama que poco menos que se acercaba a la deificación. Cada día de Navidad,
los doctores y estudiantes de ambos colegios en la universidad venían en una
procesión solemne ante su casa con trompetas y al parecer con velas encendidas
para saludarlo y traerle regalos, su reputación duró hasta que en 1318 cayó en
desgracia…»[v]
«Del
nuevo incienso, que antes sólo se dedicaba a los santos y los héroes, también
disfrutó Petrarca, quien a su edad tardía llegaría a autoconvencerse de lo muy
molesta que le resultaba la fama.»[vi]
Resulta
obvio que se trata de la forma más inferior de mundanidad: la ambición de ser
venerado en el presente y de ser recordado por la posteridad…
«Junto
a semejantes medidas para garantizar externamente la gloria, se descorre aquí y
allá la cortina, y descubrimos entonces, en su pavoneo y verdadera expresión,
la ambición más colosal y la más increíble sed de grandeza, prescindiendo del
objeto y del éxito mismos. Así, Maquiavelo, en el prólogo a sus Historias
florentinas, censura a sus predecesores (Lionardo Aretino, Poggio) por el
silencio, demasiado discreto que guardaron en cuanto refería a los partidos de
la ciudad. “Se equivocaron en muy gran medida, demostrando con ello que lucían
poco la humana ambición y su avidez de perpetuar la fama de su nombre. ¡Cuántos
que no pudieron destacarse por nada loable intentaron hacerlo por la ignominia!
¡No consideraron aquellos escritores que la acción que tiene grandeza, como
ocurre en los actos de los monarcas y de las naciones! Parece traer más gloria
que culpa, cualesquiera que sean su índole y su desenlace”. En ocasión de más
de una empresa sorprendente y terrible, se nos da como motivo, en ecuánimes
historiadores, el deseo ardiente de consumar algo grande y memorable. Se revela
aquí, no una mera degeneración de la vanidad común, sino algo realmente
demoníaco, es decir: una falta de libertad en la decisión, unida al apelar a
recursos extremos, sin que importe el éxito mismo como tal.»[vii]
Este es de
un agnóstico escribiendo, cuando habla de lo “demoníaco”, se refiere a algo que
trasciende y escapa a la comprensión de los motivos humanos.
«Algo
demoníaco que implica una rendición de la voluntad, el uso de cualquier medio
por atroz que sea, e incluso una indiferencia al éxito mismo. En este sentido,
por ejemplo, Maquiavelo concibió el carácter de Stefano Porcaro. De los
asesinos de Galeazzo María Esforza y el asesinato del duque Alessandro de
Florencia, se atribuye por el propio Barchi a la sed de fama que atormentaba al
asesino Lorenzino de Medici.»[viii]
Por
supuesto, conocemos la historia – al
menos en parte – de
los principados italianos de este período, con los infames Médici, que incluso
tuvieron papas entre ellos, envenenándose unos a otros y exterminando a otras
familias, en medio de esas tremendas rivalidades. Hubo incluso un cierto
Lorenzino que «meditaba sobre un hecho cuya novedad hará que su desgracia sea
olvidada. Y estaba en algún tipo de desgracia, y él termina asesinando a su
pariente y príncipe. Estas son características de esta época de pasiones y
fuerzas exageradas y desesperadas.»[ix]
Y por
supuesto, vemos en nuestros propios tiempos personas que están asesinando
presidentes. Son fracasados en la vida. Quieren de alguna manera hacerse
conocidos. Incluso si tienen que ir a prisión, o ser asesinados por ello, con la
idea de que de alguna manera serán inmortalizados, recordados incluso por algún
tipo de hecho infame. Porque ya no creen en la inmortalidad del alma.
Pero
esta actitud de exaltarse a sí mismo, que aparece también en la vida de
Benvenuto Cellini – un
aventurero que andaba por todas partes haciendo de todo para hacerse famoso –, proviene directamente de la
Edad Media. Proviene de lo que vimos ayer, en la última conferencia: la
preocupación de Francisco de Asís consigo mismo, – de autocomplacencia – acompañada por toda clase de gestos dramáticos para
demostrar lo santo que era. Al transformarse el espíritu de la época, ese mismo
impulso degeneró en una autoexaltación mundana, con caracteres sumamente
vulgares.
Esto
está extremadamente alejado de la Ortodoxia, donde los pintores de íconos ni
siquiera firman sus nombres. Y no es solo una cuestión de completo anonimato, después
de todo, a veces se pueden encontrar oraciones firmadas en los libros
eclesiásticos, por ejemplo: «esto fue escrito por cierto monje Germán»; sino es
la falta de deseo de mostrarse a uno mismo como un gran poeta, escritor o
pintor de íconos que coloca su nombre con motivo de deslumbrar a sus coetáneos.
El creador solo se integra en la tradición y la transmite tal como ha sido
hasta entonces.
Ahora
hay un deseo entre los artistas de hacerse de un nombre. Esta tendencia
adquirió en el siglo XX acentos ridículos. Como podemos ver, en la actualidad
la mayoría de estos artistas no tienen talento. Creen que si arrojan pintura
sobre un lienzo, de la manera más violenta posible, lograrán convertirse en
alguien. Se trata de algo muy profundo, pues tiene un trasfondo filosófico e
incluso teológico. En la cosmovisión tradicional ortodoxa, se empieza desde la
revelación, la tradición, por lo que nos ha sido transmitido por los Padres y,
en última instancia, por Dios. Y si le preguntas a alguien cómo sabe algo, te
dirá: «Lo sé porque así es como Dios lo creó, así es como los Santos Padres nos
lo transmitieron, así dicen las Sagradas Escrituras, y esa es la autoridad.»
En la
nueva era hay un deseo de hacer algo más, algún tipo de nueva idea de certeza,
y así un poco después de este periodo viene el filósofo Descartes, quien es el
primer filósofo moderno, y basa toda su filosofía en una cosa. «Pienso luego
existo». Todas las cosas que conocemos como seguras se basan, según él, en esta
primera intuición. Es lo único que sabemos con certeza. Porque los sentidos
pueden estar equivocados, podemos tener revelaciones falsas, pero uno sabe con
certeza que «Yo existo». Esto muestra cómo esta preocupación por el Yo se
convierte ya en el principio teológico primordial, que más tarde alcanzará un
desarrollo asombroso.
Superstición
Es raro
que se note, porque cuando pensamos en el Renacimiento, los libros suelen decir
que esta es la edad, – el
comienzo de la ilustración moderna –,
cuando las supersticiones de la Edad Media y la Edad Oscura, comienzan a ser
dejadas de lado. Entonces, rara vez notamos que lo característico de este
período es el incremento en la superstición. Esta es la gran era de la
astrología, de la cual Nostradamus es su máximo exponente, de la alquimia,
Paracelso y otros, y de la brujería y la hechicería.
Burckhardt
tiene una cita sobre este tema también. En su capítulo, «Influencia de la
antigua superstición». Donde dice:
«La
Antigüedad ejerció una influencia peligrosa, impartió al Renacimiento sus
propias formas de superstición. Algunos fragmentos de esto habían sobrevivido
en Italia durante toda la Edad Media. Y la resucitación de todo esto fue así
mucho más fácil.»[x]
Pero fue en este período del Renacimiento que realmente salió a la luz.
«Al
comienzo del siglo XIII, esta superstición de la astrología, que había
florecido en la Antigüedad, apareció de repente en primer plano de la vida
italiana»
Siglo
XIII es decir, este mismo período de la Alta Edad Media. «El emperador Federico
II llevaba siempre consigo a su astrólogo Teodoro, y Ezzelino da Romano a todo
un séquito de estos personajes, espléndidamente pagados, entre ellos el famoso
Guido Bonatto y el barbudo sarraceno Pablo de Bagdad. Para todas las empresas
de importancia se hacía fijar por ellos el día y la hora, y de la enormidad de
atrocidades por él cometidas habría que cargar muchas a cuenta de la deducción
lógica de los vaticinios de sus astrólogos. A partir de entonces, nadie en
Italia se avergonzó ya de consultar las estrellas.»[xi]
Y debe
notarse que en la Ortodoxia los Padres están muy en contra de esto «A partir de
entonces, nadie en Italia se avergonzó ya de consultar las estrellas. No sólo
lo hacían los príncipes: los municipios tenían astrólogos a sueldo fijo, y en
las universidades de los siglos XIV al XVI profesaban cien maestros especiales
esta vana ciencia, al lado de verdaderos astrónomos. Era bien sabido que
Agustín y otros padres de la Iglesia habían combatido la astrología, pero sus
nociones anticuadas eran desestimadas con fácil desprecio.»
Es
decir, ya no hay una autoridad en los Padres porque están buscando algún tipo
de nueva religión.
«Los
papas, en su mayoría, admitían tales prácticas abiertamente. Pío II constituyó
una hermosa excepción, ciertamente, lo mismo en esto que en su desdén hacia
todo lo que fuese interpretación de sueños, encantamientos y prodigios; pero el
propio León X consideraba una gloria de su pontificado el que en él hubiese
florecido la astrología. Pablo III no convocó ningún consistorio sin que los
escrutadores de las estrellas hubiesen señalado antes la hora.»[xii]
«Por de
pronto, a todos los vástagos de familias distinguidas se les hacía el
horóscopo, dando esto lugar en ocasiones a que algunos se pasaran media vida
bajo la coacción de vaticinios que no se cumplían. Para todas las decisiones
importantes de los poderosos se consultaban, además, las estrellas, siendo del
mayor interés la hora a la que se debía empezar. De esta consulta dependían los
viajes de los príncipes, las recepciones de embajadores y la colocación de la
primera piedra de las grandes obras arquitectónicas dependían de la “respuesta”
de los astrólogos»[xiii]
Uno
podría preguntarse por qué estas supersticiones o pseudo-ciencias empezaron a
multiplicarse en aquel período. La respuesta es la siguiente: cuando la
tradición ortodoxa es la predominante, hay un verdadero conocimiento del bien y
del mal, un discernimiento de las fuerzas del mal y de la manera en que actúan,
así como un criterio que permite distinguirlas. Pero cuando este criterio es
abandonado, cuando la gente empieza a hacerse a la idea de que surge un nuevo
criterio, entonces se crea una brecha para que la ignorancia y la superstición
florezcan. Hablaremos más tarde sobre el problema de la superstición en
nuestros tiempos, que de ningún modo es tan simple como la gente cree. Observaremos,
por ejemplo, la relación tan interesante entre el socialismo y el espiritismo.
Reforma
protestante
El
segundo gran movimiento de este período del Renacimiento, tal como suele ser
interpretado por los historiadores, es la Reforma protestante. Esta solo se
diferencia exteriormente del humanismo; en lo esencial forma parte del mismo
movimiento. De igual forma se trata de la razón que al arremeter en contra de
la escolástica trata de idear un cristianismo cuya simpleza le permita a
cualquier creyente el interpretarlo por si mismo. Este espíritu fue, el que
destruiría más adelante – como muy bien lo dice Kireyevski – al propio
protestantismo. Un hombre perspicaz – dice Kireyevski – podría ver a la
escolástica detrás de Lutero y a Lutero detrás de los cristianos liberales
modernos.[xiv]
El
propio Lutero fue, probablemente, alguien a quien catalogaríamos – sobre todo a
la luz de sus últimos años de vida – como un fanático obtuso; pero, aun así, él
abrió las puertas al subjetivismo total en materia de religión, y por lo tanto nos
ofrece la clave para interpretar la época contemporánea, pues el individuo mismo
– lo que yo creo, lo que yo creo que tiene derecho a ser escuchado – pasa a ser
el criterio. Él mismo finalmente alcanzó a formular algún tipo de sistema
dogmático y trató de imponerlo a sus seguidores. Pero la idea por la cuál él
luchó fue que cada individuo fuera su propio intérprete; por lo tanto, de él provienen
las sectas.
Las
guerras religiosas que comenzaron en este período surgieron porque ahora había
dos religiones: primero Lutero, que en la década de 1520 se separó y ya contaba
con una organización aparte, y luego Calvino y los demás protestantes. Y así
comenzaron a enfrentarse con los príncipes católicos. De este modo estallaron
las guerras religiosas del siglo XVI, que en realidad no concluyeron hasta
mediados del siglo XVII.
Estas
guerras son en sí mismas bastante poco importantes; su principal resultado fue
desacreditar por completo a la religión y conducir, en el siguiente período
histórico – que discutiremos en la próxima lección –, a la búsqueda de una
nueva religión más allá de cualquier tipo de cristianismo, lo cual marca el
comienzo de la masonería moderna.
Tanto el
Humanismo como el Protestantismo continúan la labor de la Escolástica y de
Francisco de Asís; la búsqueda de mejorar la Ortodoxia, de mejorar el
cristianismo tal como nos ha sido transmitido por la tradición. Así pues,
continúan la obra del Gran Inquisidor de Dostoievski. Tanto el humanismo
como el protestantismo son etapas en el proceso de destrucción de la visión
cristiana del mundo. Más adelante vendrán etapas aún más avanzadas.
Ciencia
Ni el
Renacimiento ni la Reforma, aunque son los movimientos más espectaculares de
este período, son en realidad los más relevantes. Ambos continúan la obra de
destrucción del cristianismo ortodoxo iniciada en la Edad Media.
Los dos se interpusieron en el camino de la transformación principal de esta
época: que fue la del ascenso de la visión científica moderna del mundo.
El humanismo se interpuso en su camino, porque estaba preocupado con los textos
antiguos, y estaba convencido de que los antiguos eran más sabios que los
modernos, y el protestantismo se interpuso en el camino de la ciencia por su estrecho
dogmatismo. Es el surgimiento de la nueva ciencia lo que es nuevo e importante
en este periodo, lo que tendrá grandes consecuencias para los siglos futuros.
La
ciencia se volvió importante en este periodo porque el hombre, al ser liberado
de la tradición ortodoxa, dirigió su atención al mundo exterior. Esta atención
al mundo exterior a veces tomó formas notoriamente paganas e inmorales. Pero
este interés mundano también se expresó en el surgimiento de la industria y el
capitalismo y en el movimiento de exploración, el descubrimiento de América y,
de más, estos movimientos que cambiarían la faz de la Tierra en los siglos
futuros. Se podría decir que esto es como una suerte de levadura de mundanidad,
que penetraría en todo el mundo y daría el tono al mundo de la época actual: un
mundo al que le falta por completo el sentido ortodoxo tradicional del temor de
Dios y que, en realidad, está poseído por la trivialidad.
El
protestantismo esta impregnado de ese espíritu que se puede observar al mirar
el comportamiento de cualquier ministro protestante y compararlo con el
comportamiento de un sacerdote ortodoxo. El sacerdote católico también tiene
este mismo espíritu mundano; incluso los sacerdotes ortodoxos que pierden el
sabor de la Ortodoxia caen, a su vez, en esa disposición frívola, ligera,
abigarrada y moderna que representa la influencia de lo mundano que hace
posible algo como Disneyland y todas esas cosas, que cualquier persona sensata
de la Edad Media o del Renacimiento – y, sobre todo, de una civilización
cristiana ortodoxa tradicional – habría considerado una suerte de locura.
Se trata
del descubrimiento de un nuevo camino hacia el conocimiento y la verdad. Pero,
en realidad, es un nuevo escolasticismo: el método científico sustituye al
método escolástico como medio para alcanzar la verdad. Y al igual que la
escolástica lleva la pérdida de todas las verdades que no encajan en su marco,
que es muy rígido y estrecho.
Resulta
extremadamente interesante que la ciencia moderna haya nacido de un supuesto
“misticismo”, tal como el socialismo, que como veremos más adelante nació de
una especie de misticismo. El platonismo y el pitagorismo – principales
representantes de esta concepción mística y resurgidos al calor de un renovado
interés por los estudios del mundo antiguo – trasmitían la creencia de que el
mundo está ordenado conforme al número.
La
filosofía – el sistema de Pitágoras en específico – se basa en que el orden
armonioso de los números haya su correspondencia con el mundo externo, y vemos como
en el mundo moderno la unión de las matemáticas con la observación ha cambiado
de hecho la faz de la tierra. Porque es cierto que el mundo está
ordenado según el número. Pero esto al principio sólo se conocía vagamente y
fue precisamente esa fe de los pitagóricos y de los platónicos – la de que los
números guardaban correspondencia con la realidad – unida a la indagación de
los misterios de la naturaleza, la que llevó a los descubrimientos que
transformaron la visión del mundo.
La
ciencia moderna también nació de los experimentos de los alquimistas
platónicos, los astrólogos y los magos. El espíritu subyacente en esta nueva
concepción científica del mundo es el espíritu de Fausto, es decir, el de la
magia, cuya presencia se manifiesta de manera clara en el trasfondo de la
ciencia contemporánea. El descubrimiento de hecho de la energía atómica habría
deleitado mucho a los alquimistas del Renacimiento. Estaban buscando
exactamente un poder como ese.
El
objetivo de la ciencia moderna es el poder sobre la naturaleza, y Descartes,
quien formuló la visión mecanicista-científica del mundo, dijo que el hombre
debe convertirse en el amo y poseedor de la naturaleza. Debe notarse que esta
es una fe religiosa que toma el lugar de la fe cristiana.
Incluso
el racionalista Descartes que dijo que toda la naturaleza no es más que una
gran maquinaria y dio lugar a la perspectiva científica-mecanicista que
predomina, incluso hoy en día, en la investigación científica, él mismo en
juventud, tuvo sueños y visiones extrañas. Después de haber concebido su nueva
ciencia, tuvo una visión del “ángel de la verdad”; este ángel le ordenó confiar
en su nueva ciencia, pues esta le otorgaría todo el conocimiento.
Y ese conocimiento, por supuesto, tenía por objetivo hacer del hombre el dueño
y poseedor de la naturaleza. Esta naturaleza religiosa de la fe científica
puede verse hoy cuando su colapso, a pesar de haber sido dominante en los
últimos siglos, lleva a una nueva crisis en la religión. Porque el hombre ahora
se pregunta en qué puede uno creer, si incluso la ciencia, que se supone que es
la certeza definitiva, no da certeza alguna. Y así nacen nuevas filosofías
irracionales junto con el deseo de creer en nuevos dioses.
Esta
visión científica del mundo, que ahora se está desmoronando, está produciendo
esta inquietud que hoy sentimos en el aire. Y un número de personas, movidas
por esta inquietud, se está acercando ahora a la Ortodoxia.
De hecho, esa es la situación de muchos de nuestros conversos. Y es muy
importante, por lo tanto, ya que estamos tratando de defendernos contra
filosofías falsas. Entender que, si al llegar a la ortodoxia no entendemos
completamente la visión del mundo ortodoxa, y entramos en ella, nos convertiremos
en peones de estas nuevas filosofías irracionales que tomarán el lugar de la fe
científica.
Los
textos científicos del período del Renacimiento están llenos de misticismo
platónico y pseudo-cristiano, junto con la convicción de que el misterio del
universo, ahora está siendo descubierto. Porque antes de la Edad Media en
tiempos cristianos tradicionales en Bizancio, en Occidente antes del cisma, en
Rusia y otras civilizaciones ortodoxas, no había deseo de desentrañar el
misterio del universo, porque teníamos el conocimiento suficiente de Dios para
la salvación. Y sabíamos qué era el universo; solo que hay diversos aspectos de
él que no comprendemos. Sabemos lo suficiente para salvar nuestras almas. El
resto pertenece al ámbito de la magia, la alquimia y otras ciencias oscuras. Pero
ahora, en el Renacimiento, la fe cristiana es rechazada y el interés religioso
se proyecta hacia el mundo.
Y vemos, así, el triunfo de la idea de que existe un “misterio del universo”,
una idea que comparten muchos científicos modernos.
En la
actualidad el conocimiento científico se siente como un peso casi intolerable
sobre los hombres, y muchas personas sienten que el surgimiento de la ciencia
moderna tiene como objetivo último llevar a la humanidad a la esclavitud total.
Incluso hoy, hay profesores serios en universidades estadounidenses que enseñan
la idea de que el hombre está completamente sometido al determinismo y que los
científicos deben gobernar el futuro. Que se puede poner una especie de
calculadora en el bolsillo, conectarla al cerebro, y cada vez que alguien
realiza un acto que es antisocial, contra lo que los líderes quieren, recibirán
un impulso del cerebro que les dará tal dolor que dejarán de actuar en contra
de la sociedad.
— Estudiante:
está hablando de Skinner.
Padre Serafín
Rose: Skinner y esas personas.
Y así
esta fe científica este conocimiento científico se siente muy frío y pesado hoy
en día. Y por lo tanto es muy interesante entender cómo es que se sentían los
primeros científicos; los que estaban descubriendo la nueva visión científica.
Y hubo algunos en ese momento que sintieron una exaltación misteriosa en esta
nueva religión de la ciencia.
Un muy
buen ejemplo de esto es el astrónomo y filósofo Giordano Bruno, quien fue uno
de los típicos vagabundos de los tiempos modernos. Era un monje dominico que
huyó de su monasterio. Fue al norte, conoció a Lutero. Estaba muy atraído por
el luteranismo, luego por el calvinismo, luego se desilusionó, fue excomulgado
por Lutero, fue excomulgado por Calvino, fue a Inglaterra y se enamoró de la
reina Isabel, y luego descubrió que no era tan popular y maldijo a Oxford.
Luego fue a Francia y el rey lo invitó allí a dar conferencias. Tenía técnicas
especiales en el entrenamiento de la memoria, que la gente pensaba que eran
algo cercano a la magia. Pero también estaba enseñando la nueva astronomía. Es
decir, fue uno de los primeros seguidores de la teoría copernicana, pero en
ningún lugar encontró algún tipo de descanso. Estaba lleno de este espíritu
inquieto de la época, pero en ningún lugar encontró paz.
Pero él
fue uno que sintió las consecuencias de la revolución copernicana, de la cual
hablaremos en un minuto. Es decir, el hecho de que la tierra gira alrededor del
sol y no el sol alrededor de la tierra fue para él un descubrimiento definitivo
que tuvo consecuencias religiosas. Dijo como resultado de esto. «El hombre no
es más que una hormiga en presencia del infinito, y una estrella no es más que
un hombre»[xv].
Eso es
un sentimiento muy contemporáneo en el que el hombre se siente como perdido en
la inmensidad del espacio. Pero él no lo sintió como algo frío. Hoy pensamos en
el universo como un espacio sobrecogedor y frío en el que el hombre se pierde;
él no creía esto, porque veía a Dios en todas partes, o mejor dicho, su
concepción de Dios. Decía que la naturaleza es una manifestación de Dios
en las cosas. Poseía una especie de panteísmo místico y afirmaba que la materia
es divina, y que el Dios que el hombre había perdido al rechazar la cosmovisión
ortodoxa ahora se manifiesta en la materia.
Veía a
Dios en toda la vida del universo y creía que incluso los planetas estaban
vivos quizá no dotados de inteligencia personal, sino con algún tipo de vida
que brillaba a través de esas estrellas y de esas criaturas. Y tal vez con esto
no esté tan lejos de Francisco de Asís.
Cuando
la Tierra es desplazada del centro de las cosas, vio, o pensó que vio,
desaparecer todos los límites. Creía que el universo es infinito, hay un número
infinito de mundos y un número infinito de inteligencias en estos mundos. Otros
tipos de humanidad. Estas ideas que intrigan mucho a las personas modernas.
Según él
conocer la naturaleza es conocer a Dios. Cada avance en la ciencia y el
conocimiento de la naturaleza es una nueva revelación, es decir, algo
religioso. Él mismo dijo que se sentía atraído por la oscuridad de lo
desconocido de la misma manera que una polilla es atraída por la llama que la
devora. Y él con eso, profetizó sin saberlo su propio fin, porque fue arrestado
por la Inquisición y quemado en la hoguera como hereje. Sin embargo, murió como
un mártir: permaneció muy sereno y declaró que no cambiaría sus convicciones,
creyendo de verdad en aquello en lo que creía.
Más
tarde fue casi totalmente olvidado hasta alrededor de 1870, cuando sus escritos
comenzaron a ser publicados. Y ahora se está volviendo más y más conocido. Se
publicaron libros en inglés sobre él y se construyó un pilar en Roma en el
lugar donde estaba su pira.
Este
misticismo de la naturaleza, que él profesaba en los albores de la ciencia
moderna, resulta muy interesante, porque halla su eco en una nueva forma de
misticismo científico que surge hoy, cuando la cosmovisión científica se ha
derrumbado o se aproxima a su fin: el llamado “misticismo” de Teilhard de
Chardin, sobre el cual nos detendremos en un capítulo posterior.
La
Revolución Copernicana
El
momento clave en el ascenso al poder de la fe científica, la visión científica
del mundo, es la llamada Revolución Copernicana.
Giordano
Bruno murió en 1600. Copérnico murió en 1543, y su libro salió en el año de su
muerte, 1543[xvi].
Antes de este tiempo, la astronomía medieval y la astronomía de tiempos
antiguos se habían basado en la teoría geocéntrica de que la Tierra estaba en
el centro del universo y todo giraba a su alrededor. Sin embargo, había ciertos
movimientos irregulares en los planetas; para explicarlos, los astrónomos
idearon ciclos dentro de otros ciclos, tratando de mostrar así cómo es que se
producían esas irregularidades. La
nueva confianza en el misticismo platónico – según la cual los números se corresponden
con la realidad y Dios, al igual que la naturaleza, hace las cosas del modo más
simple posible – llevó a algunos a sentirse insatisfechos con aquella
explicación. Y Copérnico hizo todo tipo de cálculos y finalmente llegó al
descubrimiento, que no se basaba en la observación, sino que se basaba en la fe
matemática, de que, para hacer la explicación más simple posible de los
movimientos en el cielo, uno debe asumir que la Tierra gira alrededor del Sol
junto con los planetas.
En este
contexto, deben hacerse dos precisiones: El descubrimiento de esta nueva verdad
no refuta el hecho de que los cuerpos celestes, de hecho, giran
alrededor de la Tierra, porque cualquiera puede observarlo cada día. La verdad
científica del heliocentrismo – es decir, que la Tierra se mueve alrededor del
Sol – solo explica, a nivel científico, los movimientos complejos que los
cuerpos celestiales realizan entre sí para producir el efecto que vemos cada
día: que el Sol parece moverse alrededor de la Tierra.
Del
mismo modo, la explicación científica del color verde de las hojas – como
resultado de la acción simultánea del sol, de los ojos y de la configuración
molecular de la planta – no cambia el hecho de que yo veo un bosque verde. Y si
soy sensato en mente y alma, me deleito ante ello. Todavía veo el bosque. Se
puede explicar esto en un plano técnico e incluso llegar a una comprensión más
profunda de las causas que producen ese efecto; pero el efecto sigue siendo el
mismo.
La incapacidad de distinguir entre estas dos cosas causó una gran confusión en
aquella época, ya que la teoría científica del heliocentrismo no explica la
esencia misma de las cosas; solo explica que cierto tipo de relaciones
complejas producen determinados efectos.
Así
pues, la teoría copernicana no invalida ni el Libro de los Salmos, que dice:
“el sol conoce su ocaso” (Salmo 104:19), ni contradice nuestra experiencia
cotidiana de ver al sol moverse alrededor de la Tierra. Las personas que modifican
su parecer y piensan solo en los términos – como si fuera cosa de la experiencia
diaria – de que la Tierra gira en torno al Sol, está confundiendo una explicación técnica con lo que
percibimos a diario. Son dos esferas distintas.
Lo
segundo que hay que decir sobre esta Revolución Copernicana es que el llamado
Nuevo Universo que se abre con la Revolución Copernicana no es incompatible con
la Ortodoxia.
En
efecto, Kireyevski decía que los ortodoxos no pueden sino asombrarse al oír que
se quiso quemar en la hoguera a Galileo por la herejía – así la llamaron los
católicos – de que la Tierra gira alrededor del Sol. Kireyevski sostenía que
para un ortodoxo es incomprensible que esto pueda considerarse una herejía. Sin
embargo, el racionalismo escolástico había llegado a dominar hasta tal punto
las mentes occidentales que todos los silogismos de la Escolástica – ya se
basaran en la Escritura o en Aristóteles – tenían el mismo valor. Así, las
teorías sobre si la Tierra se mueve o permanece fija adquirieron el rango de
dogma. En cambio, la Ortodoxia distingue con cuidado las verdades de fe – los
dogmas – de aquellas que le son externas y están abiertas a diversas
interpretaciones y especulaciones.
En los
textos del Hexaemeron de San Ambrosio, Andrés el Grande, Basilio el
Grande y otros Santos Padres, existe un sumo cuidado en distinguir lo revelado
por Dios y lo que no es más que las especulaciones de los hombres.
Ellos
afirman que no es importante especular acerca de cómo llegaron a ocurrir las
cosas, qué se mueve, qué permanece inmóvil o cómo pueden explicarse los
cometas. Todo esto es secundario y no tiene ningún efecto sobre nuestra fe.
La
revolución copernicana dio origen a nuevas perspectivas religiosas en las que
el hombre es destronado y queda solo en un universo frío e infinito. Pero estas
ideas religiosas no provienen de hechos recién descubiertos. Los nuevos
descubrimientos en sí no cambian nada en la religión de nadie. Sólo muestran
que el impulso primario en esta nueva visión científica del mundo era un
impulso religioso, que los hombres estaban buscando una nueva fe
que se puede encontrar al mirar el mundo exterior. Los hombres deseaban una
nueva fe y se sirvieron de los hechos que habían descubierto para dar vida a
esa fe. Lo mismo viene ocurriendo desde entonces en la historia del Occidente
moderno.
El
siguiente tema que abordaremos será algo que, probablemente, no tiene gran
relevancia histórica, pero sí un profundo significado filosófico, pues nos
revela la mentalidad del hombre moderno y anticipa movimientos posteriores. Se
trata de ciertos movimientos religiosos de la época del Renacimiento que se
desarrollaron margen de los de la reforma protestante.
Quilianismo
Puede
decirse que la religión principal de esta época era el protestantismo junto con
un catolicismo cada vez más secular. Ambos al fin y al cabo buscaban reducir la
religión al campo de la razón y al del sentimiento. También puede decirse que
el catolicismo – pese a estar muy legado a la nueva era – intentó preservar
algo del pasado, pero era obvio que estaba cediendo terreno al espíritu de la
época que el mismo catolicismo había iniciado. A su vez, había ciertas
corrientes religiosas subyacentes en aquel periodo que eran muy
características.
Estas
son las corrientes quilianistas. Hay un libro clásico sobre este tema
llamado En Pos del milenio, que es un estudio de los movimientos quilianistas
de este periodo desde la Edad Media hasta la Reforma. Norman Cohn dice, «No
parece haber evidencia de tales movimientos antes de los últimos años del siglo
XI»[xvii].
Ese es precisamente el momento en que Roma dejó la Iglesia. Ese mismo nuevo
espíritu se reveló en el surgimiento de estas nuevas sectas.
Este es
también el mismo periodo, por cierto, en que comenzó la práctica de la
flagelación, después de que Roma dejó la Iglesia. Este autor tiene una
orientación sumamente secular y dice que la práctica se debe a las nuevas
condiciones sociales, es decir, al auge del comercio y la prevalencia de la
industria por sobre la agricultura. Pero podemos afirmar con seguridad que las
nuevas condiciones mentales, el comienzo o el descubrimiento de la posibilidad
de un nuevo tipo de cristianismo, cuando la ortodoxia quedaría atrás, es, más
bien, la causa principal.
Incluso
habla de esto en este libro, contrastando la actitud que había en la alta Edad
Media con la actitud en la baja Edad Media y en el Renacimiento: «Si la
pobreza, las privaciones de todo tipo y, a menudo, la dependencia opresiva
hubiera podido causar esto, el milenarismo revolucionario habría tenido aún más
éxito entre el campesinado de la Europa medieval. De hecho, casi no existía. El
conocido deseo de los esclavos de escapar; los repetidos intentos de las
comunidades campesinas de obtener concesiones mediante negociaciones; los
levantamientos breves y episódicos: todo esto era característico de la vida en
muchas haciendas. En muy raras ocasiones, los campesinos asentados se sentían
inspirados por la búsqueda de un milenio»[xviii]
Lo que
describe Cohn es la civilización de un lugar y de una tierra de tradición
ortodoxa; pero que ahora se encontraba bajo otras condiciones, ante un nuevo
contexto dado por el auge del comercio y la industria, donde muchos de estos
nuevos sectarios estaban en los gremios de tejedores donde corrían el riesgo de
quedar desempleados cuando se cerraban los mercados extranjeros, o casos
similares. La inestabilidad de su vida también ejercía una influencia en sus
convicciones religiosas, pero además irrumpió un nuevo espíritu, lo que
significaba que la Ortodoxia ya no les bastaba.
Y comenzó entonces la búsqueda de un nuevo cristianismo, de una nueva religión.
En la
sociedad tradicional, orientada en torno a la tradición, este mismo autor dice
«incluso el pensamiento de cualquier transformación fundamental de la sociedad
era apenas concebible.»[xix]
Y estos nuevos movimientos comenzaron a concebir la idea de una transformación
fundamental de la sociedad, es decir, el comienzo – que más adelante
descubriremos – como el movimiento revolucionario en los tiempos modernos.
Algunos
de estos sectarios se hacían llamar los hermanos del Espíritu libre, y
florecieron desde el siglo XI en adelante promulgando la doctrina de que Dios
es todo lo que existe, todo lo creado es divino, que una nueva era del Espíritu
Santo está llegando, y cuando Joaquín de Fiore proclamó su enseñanza, la
continuaron, diciendo que cada persona que tiene el Espíritu Santo y es en sí
misma divina, y por lo tanto, puede cometer pecado y aún ser pura. Hay una
cierta hermana Catalina en el siglo XIV que tuvo una experiencia estática
y luego proclamó, «Alégrense conmigo, porque me he convertido en Dios»[xx]. Una
vez más, no estamos muy lejos de Francisco de Asís.
Otro
movimiento es el llamado Movimiento Taborita en el siglo XV, que fue un
movimiento de carácter comunista, representantes de la idea de una (presunta)
vuelta a la edad de oro en la que todos eran iguales. En este momento había un
tal Thomas Müntzer que nació sólo unos años después de Lutero, quien predicó el
milenio y la exterminación masiva de todos aquellos que se oponían a su
doctrina. Según él, todas las cosas debían ser mantenidas en común. Pero fue
capturado y asesinado después de una revuelta que intentó liderar.
Curiosamente, este mismo hombre Thomas Müntzer fue idealizado por Friedrich
Engels, quien escribió un libro completo sobre él, creo. Los historiadores
comunistas rusos hasta el día de hoy dicen que es un precursor del comunismo[xxi],
y veremos más adelante que sus ideas económicas no tienen nada que ver con eso.
Sin embargo, formaba parte del mismo espíritu que el del movimiento comunista,
que es un movimiento milenarista, un movimiento quiliástico, solo que a
diferencia de Müntzer, en el comunismo no hay mención alguna al Espíritu Santo.
En 1534
también había un grupo peculiar, los anabaptistas, es decir, que estaban en
contra del bautismo infantil porque cada persona tiene que saber por sí misma
en qué se está metiendo. Tuvieron un levantamiento armado en Münster, que fue
precedido por hombres salvajes corriendo por las calles llamando al arrepentimiento,
reminiscencia de los acontecimientos apocalípticos que se desarrollaban allí
mismo en las calles de la ciudad. Esta ciudad de Münster fue proclamada como la
Nueva Jerusalén. La mayoría de los luteranos la abandonaron apresuradamente.
Los anabaptistas acudieron en masa a la ciudad desde todos los pueblos de los
alrededores, donde la población total era de aproximadamente diez mil personas.
Los sectarios pasaron por monasterios e iglesias, saqueándolos. Una noche, se
llevaron todas las pinturas, estatuas y libros de la catedral católica y los
destruyeron. Dos supuestos profetas de origen holandés se convirtieron en sus
líderes, Matthys y Bockelson, y convirtieron esta ciudad en una teocracia.
Todos los luteranos y católicos que se quedaron fueron condenados a ser
ejecutados, pero luego suavizaron esto y los expulsaron de la ciudad.
Después
de esto, se estableció un nuevo tribunal de justicia en el que era un delito no
estar bautizado en la fe anabaptista, lo cual era castigable con la muerte. Los
únicos que podían permanecer en la ciudad debían ser hermanos y hermanas, “los
hijos de Dios”. El obispo católico, por supuesto, se opuso a esto y sitió la
ciudad. En ese momento se instauró un estado de perfecto – llamémosle – “comunismo”.
Toda su propiedad fue confiscada por los líderes; todos los que desaprobaban la
doctrina o expresaban cualquier disenso eran encarcelados y ejecutados. Y, en el mismo momento de ser
ejecutados, se entonaban himnos. Se estableció un reinado de terror que se
describe en este libro con cierto detalle:
«El
terror había comenzado y tal fue la atmósfera en que Matthys procedió a hacer
realidad aquel comunismo que hacía ya muchos meses rondaba la imaginación de
los anabaptistas en forma de una espléndida visión milenaria. Matthys, Rothmann
y los demás predicadores lanzaron una campaña de propaganda. Se proclamó que los
verdaderos cristianos no debían tener dinero propio, que todo el dinero debían
tenerlo en común, de lo cual se desprendía que estaban obligados a entregar
todo el dinero y también los adornos de oro y plata. Al principio, esta orden
halló oposición. Algunos anabaptistas escondieron su dinero. Matthys respondió
intensificando el terror. Reunieron a los hombres y mujeres bautizados durante
las expulsiones y les informaron de que, salvo que el Padre quisiera
perdonarlos, debían perecer bajo la espada de los justos. Los encerraron en una
iglesia manteniéndoles víctimas de la incertidumbre hasta desmoralizarles
totalmente. Finalmente, Matthys entró en la iglesia con una banda de hombres
armados. Sus víctimas se arrastraron de rodillas hacia él implorándole que, como
favorito del Padre, intercediese por ellos. Esto hizo o pretendió hacer y al
final informó a los aterrados infelices que había obtenido su perdón estando el
Padre contento en recibirlos en el seno de la comunidad de los justos. Después
de este ejercicio de intimidación, Matthys pudo sentirse mucho más tranquilo
sobre el estado de la moral en la Nueva Jerusalén.
La
propaganda contra la propiedad privada del dinero continuó durante las
siguientes semanas, acompañada por los halagos más seductores y las amenazas
más espantosas. La entrega del dinero se convirtió en una prueba de fraternal
cristiandad. Aquellos que se mostraban reacios fueron declarados merecedores
del exterminio y parece que se llevaron a cabo varias ejecuciones. Después de
dos meses de presión incesante, la propiedad privada del dinero quedó abolida
en la práctica. A partir de entonces el dinero sólo se utilizó para propósitos
públicos relacionados con el mundo exterior; para contratar mercenarios,
comprar provisiones y distribuir propaganda. Dentro de la ciudad no se pagaba a
los artesanos en metálico sino en especie, lo cual contribuía a dar la impresión
de que ya no les pagaba un patrón sino un gobierno teocrático.»[xxii]
«La
abolición de la propiedad privada del dinero, la restricción de la propiedad
privada sobre los alimentos y la vivienda se consideraban los primeros pasos
hacia un estado en el que —según dijo Rothmann— todo pertenecería a todos y
desaparecería la distinción entre lo mío y lo tuyo; o —en posteriores palabras
de Bockelson— en que «todas las cosas se tengan en común, no exista la
propiedad privada y ya nadie trabaje más, sino que únicamente confíe en Dios.»[xxiii]
Un
erudito de Amberes escribió a Erasmo de Rotterdam, quien, por supuesto, no le
gustaban todos estos movimientos irracionales porque creía que los hombres
debían ser racionales, liberales y tolerantes:
«Por
aquí vivimos con una desdichada ansiedad por la manera en que se ha
desencadenado la revuelta de los anabaptistas. Realmente avanza como el fuego.
Creo que son muy pocos los pueblos o las ciudades en las que la tea no arda en
secreto. Predican la comunidad de bienes, por lo que todos aquellos que no
tienen nada acuden en masa.»[xxiv]
Es
evidente, por supuesto, que habrá múltiples motivos secundarios entre los
adherentes; pero el hecho de que este movimiento pueda propagarse como un
reguero de pólvora significa que hay una expectativa profunda: algún tipo de
nueva religión milenarista.
«Finalmente,
durante los últimos días de marzo, Matthys prohibió todos los libros salvo la
Biblia. Todas las demás obras impresas, incluso las que se mantenían en régimen
de propiedad privada, debían trasladarse a la plaza de la catedral y ser
arrojadas a la hoguera.»[xxv]
Entonces
Matthys cometió un error. Recibió una revelación divina que le indicaba que
debía abandonar la ciudad y atacar al enemigo, y el enemigo lo asesino.
Entonces Bockelson tomó el poder y se autoproclamó rey. Su primer acto fue
correr desnudo por la ciudad en un frenesí y caer en un éxtasis durante tres
días.
«Cuando
pudo hablar, ordenó a la población que se congregase y anunció que Dios le
había revelado que la vieja constitución de la ciudad, por ser obra de hombres,
debía sustituirse por una nueva que fuese obra de Dios. Se privó de sus
funciones a los burgomaestres y al consejo. En su lugar se colocó Bockelson
que, además y según el modelo del antiguo Israel, nombró a doce dignatarios.»[xxvi]
«Al
principio, el comportamiento sexual quedó regulado con la misma rigidez que los
otros aspectos de la vida. La única forma permitida de relación sexual era el
matrimonio entre dos anabaptistas. El adulterio y la fornicación —que incluían
el matrimonio con un impío— eran delitos graves. Esto era coherente con la
tradición anabaptista, ya que, igual que los valdenses siglos antes, los
anabaptistas, en general, observaban unas normas de moralidad sexual mucho más
estrictas que las de la mayoría de sus contemporáneos. Sin embargo, este orden
tuvo un súbito final cuando Bockelson decidió instaurar la poligamia.»[xxvii]
«La
poligamia halló cierta resistencia cuando empezó a introducirse, igual como
había sucedido con la comunidad de bienes. Se produjo un levantamiento armado
durante el cual Bockelson, Knipperdollinck y los predicadores fueron encerrados
en la cárcel, pero los rebeldes, que eran una ínfima minoría, pronto fueron
derrotados y cerca de cincuenta lo pagaron con la muerte. Durante los días
siguientes se ejecutó también a otros ciudadanos que osaron criticar la nueva
doctrina. La poligamia quedó establecida en el mes de agosto»[xxviii]
«Desapareció
la ceremonia religiosa del matrimonio, contratándose y disolviéndose éstos con
gran facilidad. Aunque gran parte de los relatos hostiles que poseemos se
descalifiquen por su exageración, parece correcto afirmar que las normas de
comportamiento sexual en el Reino de los Santos sufrieron una progresiva
evolución que fue desde el puritanismo riguroso hasta la casi promiscuidad.»[xxix]
«El
prestigio de Bockelson llegó a su apogeo cuando, a finales de agosto de 1534,
sus hombres repelieron con tal éxito uno de los mayores ataques que, tanto los
mercenarios como los vasallos del obispo, desertaron inmediatamente,
abandonándole. A Bockelson se le presentó entonces la oportunidad de organizar
una salida en la que, seguramente, hubiese capturado el campamento de las
tropas del obispo, pero prefirió aprovechar para proclamarse rey.»[xxx]
«A
principios de septiembre, Dusentschur, orfebre de una ciudad vecina, se erigió
en nuevo profeta. Un día, en la plaza principal, este hombre declaró que el
Padre Celestial le había revelado que Bockelson iba a ser rey de todo el mundo,
dominando a todos los reyes, príncipes y grandes de la tierra. Debía heredar el
cetro y el trono de su predecesor David y retenerlos hasta que Dios le
reclamase el reino para sí.»[xxxi]
«El
nuevo rey hizo todo lo posible para resaltar el singular significado de su
entronización. A las calles y puertas de la ciudad se les dieron nuevos
nombres; se abolieron los domingos y los días de fiesta y los días de la semana
cambiaron sus nombres por otros basados en un sistema alfabético. El rey llegó
incluso a escoger el nombre de los niños recién nacidos según un sistema
especial. Aunque el dinero no tenía ninguna función en Münster, se creó una
nueva moneda puramente ornamental. Se acuñaron monedas de oro y plata con
inscripciones que resumían toda la fantasía milenarista que daba al reino su
significado. «El Verbo se ha hecho Carne y habita en nosotros.» «Un Rey sobre
todos. Un Dios, una Fe, un Bautismo.» Se confeccionó un emblema especial para simbolizar
el derecho de Bockelson al dominio absoluto, espiritual y temporal, sobre todo
el mundo: un globo, representando al mundo, atravesado por dos espadas (las que
hasta entonces habían correspondido, por separado, al papa y al emperador),
coronado por una cruz con la siguiente inscripción: «Un rey de virtud por
encima de todo.» El rey llevaba este emblema, acuñado en oro, colgado de una
cadena también áurea alrededor de su cuello. Sus ayudantes lo portaban en forma
de insignia en las mangas, aceptándose en Münster como emblema del nuevo
estado.»[xxxii]
«En
el centro del mercado se levantó un trono, tapizado con tejidos de oro, que se
erguía sobre los bancos que lo rodeaban, destinados a los consejeros reales y a
los predicadores. A veces el rey iba allí a dictar sentencias en los juicios o
a presenciar la proclamación de nuevas leyes. Llegaba montado a caballo, con
corona y cetro, precedido por una fanfarria de trompetas. En primer lugar
desfilaban los oficiales de la corte y, tras el rey, iban Knipperdollinck,
nombrado primer ministro, Rothmann, orador real, y una larga hilera de
ministros, cortesanos y sirvientes. La guardia real acompañaba y protegía a
toda la comitiva, formando un cordón alrededor de la plaza, mientras el rey
ocupaba el trono. A ambos lados del trono había un paje, uno sosteniendo una
copia del Viejo Testamento —para demostrar que el rey era el sucesor de David y
tenía potestad para interpretar originalmente la Palabra de Dios— y otro
sosteniendo un sable desenvainado
El
rey creó este magnífico estilo de vida para él, sus mujeres y sus amigos,
mientras que, para la masa de la población, impuso una rigurosa austeridad. La
población había entregado ya todo el oro y la plata y se había acomodado a las
requisas de viviendas y alimentos, anunciando ahora el nuevo profeta
Dusentschur que el Padre le había revelado su desagrado por la superfluidad en
el vestir.»[xxxiii]
«La
fantasía de las Tres Edades» de Joaquín de Fiore aparecía ahora bajo una nueva
forma:
«La
Primera Edad era la del pecado y duró hasta el Diluvio; la Segunda era la edad
de la persecución y la Cruz, cuya duración se extendía hasta aquellos días; la
Tercera Edad debía ser la de la venganza y triunfo de los Santos. Cristo, se
decía, intentó una vez recuperar para la verdad al mundo pecador, pero su éxito
no duró mucho: antes de un siglo, la Iglesia Católica había invalidado el
intento».[xxxiv]
Ve uno
ahí, que el nuevo cristianismo debe mejorar el viejo cristianismo.
«El
terror, durante mucho tiempo una característica familiar de la vida en la Nueva
Jerusalén, se intensificó durante el reinado de Bockelson. Dentro de unos días
de su proclamación de la monarquía, Dussenschur», uno de los ministros,
«proclamó que se le había revelado que en el futuro todos los que persistieran
en pecar contra la verdad reconocida debían ser llevados ante el Rey y
sentenciados a muerte. Serían extirpados del pueblo elegido, su misma memoria
sería borrada, sus almas no encontrarían misericordia más allá de la tumba.
Dentro de un par de días comenzaron las ejecuciones»[xxxv]
Enviaban
emisarios, profetas de los Apóstoles, a inducir a revoluciones similares en
otras ciudades.
«El
objetivo de todas estas insurrecciones era el que había marcado Bockelson, que
continuaba siendo idéntico al que inspiró a tantos movimientos milenarios»
desde los días de los pastoureaux: «Matar a todos los monjes, a
todos los sacerdotes y a todos los gobernantes, pues sólo nuestro rey es el
verdadero gobernante.»[xxxvi]
«Fue
durante estas últimas y más desesperadas semanas del sitio, cuando Bockelson
empleó al máximo su maestría en la técnica del terror. A principios de mayo se
dividió la ciudad, con fines administrativos, en doce secciones, colocándose al
mando de cada una de ellas a un oficial real con el título de duque y una
fuerza armada integrada por veinticuatro hombres.»[xxxvii]
Se les
prohibió salir de sus secciones, para que no pudieran rebelarse contra el rey.
«Demostraron
suficiente lealtad ejerciendo sobre el pueblo un terror sin escrúpulos. Para
evitar cualquier posibilidad de oposición organizada, se prohibieron
estrictamente incluso las reuniones de unos cuantos individuos. A cualquiera
que se le descubriese conspirando para abandonar la ciudad, o que se supiese
que había ayudado a otro a escapar, o que hubiese criticado al rey o su
política, se le decapitaba. Fue el rey en persona quien llevó a cabo la mayoría
de estas ejecuciones, declarando que gustosamente haría lo mismo con cualquier
rey o príncipe. En algunos casos descuartizaron el cuerpo de las víctimas
clavando parte de él en lugares destacados a modo de aviso. A mediados de junio
estas escenas tuvieron lugar casi a diario.
Antes
que rendir la ciudad Bockelson hubiese dejado, sin duda, que toda la población
muriese de hambre, pero el cerco tuvo un súbito final. Dos hombres escaparon de
la ciudad durante la noche e indicaron a los sitiadores ciertos puntos débiles
en las defensas. La noche del 24 de junio de 1535, los sitiadores lanzaron un
ataque por sorpresa penetrando en la ciudad. Después de varias horas de lucha
desesperada, los doscientos o trescientos anabaptistas supervivientes aceptaron
una oferta de salvoconducto, depusieron las armas dispersándose hacia sus
casas. Los sitiadores los mataron uno por uno, casi hasta el último hombre, en
una masacre que duró varios días.»[xxxviii]
Podemos
ver en la imagen este tal rey Juan de Leyden
Pintura Juan de Leiden
bautiza a una niña. 1840
Estos
anabaptistas han sobrevivido en la actualidad en comunidades como la de los
Menonitas, los Brethren y los Hermanos Huteritas, pero, por supuesto, como
movimiento histórico perdió su influencia poco después de este tiempo. Pero
incluso Norman Cohn como historiador agnóstico, hace una observación
interesante. En su opinión, los movimientos que estudió son muy similares a los
movimientos del nazismo y el comunismo del siglo XX. Y señala: «Existe cierta
sospecha de esto también les ha ocurrido a los mismos los ideólogos comunistas
y nazis. Una exposición entusiasta – aunque fantasiosa – del misticismo alemán
heterodoxo del siglo XIV, con los debidos elogios a los begardos, las beguinas
y los Hermanos del Espíritu Libre, ocupa un largo capítulo del Mito del
siglo XX de Rosenberg – el principal apologista de Hitler –; mientras que
un historiador nazi dedicó todo un volumen a interpretar el mensaje de los
revolucionarios del Alto Rin. En cuanto a los comunistas, siguen elaborando,
volumen tras volumen, ese culto de Thomas Müntzer inaugurado ya por Engels. Pero mientras en esas obras apologéticas los prophetae
de un mundo desaparecido son presentados como visionarios nacidos antes de su
tiempo, cabe sin embargo extraer la conclusión opuesta: pese a que por mucho
que se valieran de la tecnología más moderna, el comunismo y nazismo se
inspiraron de fantasías francamente arcaicas.»[xxxix]
«En
cualquier caso», en muchos aspectos, «ambos están profundamente en deuda con
ese cuerpo muy antiguo de creencias que constituyó el saber apocalíptico
popular de Europa».[xl]
Al
estudiar todo lo ocurrido en el siglo XX, se podría decir más específicamente
que la expectativa quilianista, la sed de un nuevo tipo de cristianismo, que se
está materializando en nuestra época, es uno de los rasgos dominantes del
pensamiento moderno.
Aquella
primera explosión se desvaneció, pero más tarde volvió a surgir con más fuerza.
Y, de hecho, hoy, aproximadamente la mitad del mundo está en manos de gente que
piensa parecido a estos sujetos y comparten los mismos elementos de terror, de
asesinar al enemigo, el mismo tipo de frenesí.
— Padre
H.: El Gulag
Padre
Serafín Rose: sí, el Gulag, el mismo frenesí al hablar de la
destrucción del enemigo, la burguesía, los explotadores de los obreros en las
fábricas y demás y así sucesivamente.
Este
hombre y otros como él, que encabezaron las rebeliones milenaristas de la época
del Renacimiento – inexistentes en los tiempos consolidados antes del Cisma –
son precisamente los precursores del Anticristo. Y ahora sucede que ciudades enteras, grupos enteros
de personas pueden seguir a estos falsos líderes, que albergan las expectativas
y las pretensiones más fantásticas y desmesuradas de sí mismos; son los
gobernantes de este mundo. Así, aquello que comenzó en la Edad Media ahora se
vuelve más fuerte: la búsqueda de una monarquía universal.
Arte
del Renacimiento
El arte
de esta época – una de las más impresionantes de toda la historia del arte
occidental – pone de relieve ciertos rasgos sobre los cuales no nos
detendremos: el renacimiento de la Antigüedad, las interminables estatuas
desnudas, la resurrección de la
glorificación pagana del cuerpo y este mundo. Nos fijaremos, más bien, en
algunas pinturas religiosas.
Desde el
punto de vista ortodoxo, estas son blasfemas. Sabemos que muchos de los
pintores llevaban una vida muy laxa. Hacían que sus amantes posaran como la
Virgen María.
Y puedes
revisar pintura tras pintura de este periodo y no verás nada que sea
reconocible como algo realmente religioso. Hay varias que son simplemente
paganas e incluso bastante indecentes. Y otras son más refinadas, pero aún así
siguen los mismos principios. Puedes ver al niño gordito y desnudo, y las
mujeres son obviamente mujeres mundanas. A veces son toscas, a veces refinadas,
pero es el mismo tipo de mundanidad. Y puedes revisar todas estas obras,
Rubens, Tintoretto, Rafael, todas tienen el mismo espíritu extremadamente
mundano. Hay otros de los que hablaremos enseguida. Pero ya se puede vislumbrar
en estos cuadros la diversidad de temas. Aquí hay uno de Caravaggio, de más o
menos el 1600. Tiene un cuadro del éxtasis de Francisco, bastante interesante,
y que encuadra con [lo que venimos hablando].
["El
éxtasis de San Francisco", Caravaggio, 1595]
Hay
algunos que intentaron revivir el arte religioso, el principal de ellos fue Fra
Angelico, él se opuso a esta tendencia pagana y trató de volver al arte
religioso. Se puede apreciar la piedad de estos hombres. Muestran señales de
haberse apartado de lo mundano; pero a simple vista salta el cambio espiritual:
hasta el piadoso está embebido del espíritu mundano. Las túnicas son
extremadamente espléndidas. La pintura es extremadamente hermosa. Este
intento de representar algo parecido a la piedad es, simplemente, prelest.
Algunas de estas obras son bastante latinas. Algunos, como El Greco, están claramente
en prelest, en una suerte de distorsión que se aparta mucho de la
verdadera tradición. Se le considera griego, así es como se le presenta. Los
historiadores sostienen que tiene influencia bizantina; pero, por supuesto, no
hay nada de eso.
[La
Virgen con el Niño y las santas Martina e Inés, El Greco, 1597-1599]
— Estudiante:
¿se supone que eso son María y Cristo?
Padre
Serafín: Sí, esos pertenecen a su mejor período.
Algunos
de los cuadros, en especial los procedentes de España y del norte, con el
tiempo se volvieron cada vez más violentos y sobrecogedores. Otros, como los de
Botticelli y Botticini, son muy encantadores si no miras al niño, el niño regordete.
La Virgen y Cristo aparecen convertidos en criaturas refinadas. Si miramos
algunas de las pinturas de Botticelli, no tenemos la que está en color, pero
aquí está esta pintura del nacimiento de Venus que es una cosa extremadamente
encantadora si miras los colores. Aquí está en blanco y negro, pero pueden ver
que está extremadamente bien hecha.
El tema
es que es puro paganismo: el nacimiento de Venus de una concha. Obviamente,
esto apunta a una nueva religión. Es bastante cercano a lo que habíamos hablado
de Bruno, que la materia se torna tan divina, que el mundo ha sido descubierto
y está tan lleno de belleza y de misterios que el artista puede de algún modo
sacarlos a la luz.
["El
Nacimiento de Venus", Botticelli, 1485-1486.]
Algo
semejante transmite Miguel Ángel. Miras a algunos de sus personajes prometeicos
y te das cuenta de que aparece, de algún modo, una nueva religión: una fe no
cristiana según la cual el hombre es divino. Intenta captar una cierta belleza
de este mundo, pero el otro mundo desaparece por completo. En la última escena
de Da Vinci, es todo como algún tipo de drama, una puesta en escena muy bien
dispuesta. En comparación, podéis notar que, cualquiera que fuese el resto de
la herencia bizantina en Giotto y en los artistas de la Edad Media, ahora se ha
perdido por completo.
[La
Última Cena, Leonardo da Vinci, 1495-1498;
Fra
Angelico; Los desposorios de la Virgen, Fra Angelico, 1432]
Aquí
tenemos un cuadro de Fra Angelico, que intentó volver a un sentido religioso de
la pintura. Se nota que es un ejemplo de prelest típicamente católico.
Hermosas personas en tonos rosa y azul. Si observas el original, te parecerá
simplemente perfecto. Pero observa a las personas, qué expresiones tontas en
sus rostros, tan afectadas, tan dramáticas. Es Cristo coronando a la Virgen, pero es muy… no
tiene ningún sentido religioso en absoluto.
[Coronación
de la Virgen, Fra Angelico, 1432]
Y aquí
hay otro. Representa la Crucifixión: ahora ya con una especie de realismo, con
el énfasis puesto enteramente en lo simbólico. El icono…, no hay nada
reconocible como un icono, es totalmente mundano. Toda esta religiosidad es prelest…
[Crucifixión,
Fra Angelico, 1435]
Es muy
probable que algunas de ellas estén mezcladas con todo tipo de elementos
sectarios. He aquí un cuadro de El Bosco sobre el paraíso cargado de símbolos,
en el que aparece Cristo con Adán y Eva en el paraíso. Parece que él formaba
parte de la secta de los Hermanos del Espíritu Libre. El cuadro expresa
claramente todas las fantasías sectarias sobre Adán y Eva. Acabamos de leer
sobre San Pablo, la vida de San Pablo de Obnora, de cómo vivió como Adán en el
paraíso con los animales. Y estas personas, habían, perdido esa idea de la vida
ascética como Adán y Eva. Deberíamos mirar el resto de las pinturas.
[El
Jardín de las Delicias, El Bosco, 1503-1515]
Algunas
son espantosas y no muy apropiadas. Pero esta refleja el espíritu de los
sectarios, pues ellos creían entonces que regresarían al estado paradisíaco de
Adán y Eva. Por ese motivo andaban desnudos, tenían todo en común y pensaban
que establecerían un nuevo paraíso en la tierra.
Aquí hay
otra, una muy encantadora de Fra Angélico con pavos reales y todo tipo de cosas
que están tan llenas de algún tipo de espíritu religioso diferente. Es prelest…
Solo
mirar estas pinturas ya revela que, entre la ortodoxia y esto, ya hay un abismo
tan grande que ya no puede superarse. Si uno va a convertirse en ortodoxo, si
ya es ortodoxo, sólo puede ser un individuo que regresa a la verdad y se da
cuenta de lo que es la verdad, y de cuán lejos se ha apartado de ella. Pretender
hablar de unión con quienes tienen semejantes imágenes religiosas es no saber
de qué lo que estás hablando: es una religión diferente.
Resumen
Entonces,
en resumen, mencionaremos las principales características que surgen en este
periodo:
La
primera es el surgimiento del Yo como el nuevo Dios. Ahora no se había expresado
de esta manera, pero en el periodo posterior ya veremos a personas hablando del
individuo como Dios. Este es el significado del humanismo y el protestantismo,
deshacerse de la tradición religiosa, la tradición ortodoxa para que el nuevo
Dios pueda nacer.
La
segunda idea, muy fuerte, es que así como el Dios individual está naciendo,
también el mundo ahora se vuelve divino. Giordano Bruno expresó esta idea en
repetidas ocasiones: si la materia es divina, entonces Dios está en el mundo,
el mundo es un aliento vivo de Dios y el alma del mundo es el Espíritu Santo. Y
lo ves en algunas de estas pinturas, cuantas personas como Botticelli creían
algo así, que la naturaleza es divina. Es una concepción panteísta. Pero, según
la concepción ortodoxa, esto significa atribuir al mundo un significado que no
puede tener. El mundo procede de la nada, desaparecerá, y ser recreado por Dios
como un nuevo mundo. Sin embargo, ellos desean que este mundo perdure y, por
ese motivo, le atribuyen un significado divino, lo cual se convertirá más tarde
en una doctrina muy importante.
Asimismo,
la búsqueda de un nuevo cristianismo tendrá como resultado experimentos
religiosos mucho más extraños: la Fraternidad del Espíritu Libre, las nuevas
religiones de la Tercera Edad del Espíritu Santo, los anabaptistas. Y estos se
vuelven más fuertes a medida que los antiguos estándares religiosos pasan cada
vez más a un segundo plano.
Más tarde, el intento de crear un nuevo cristianismo apenas podrá reconocerse
ya como algo cristiano.
Y
finalmente, en esta época, aparecen los primeros candidatos serios para el
Anticristo, es decir, sus primeros precursores. Personas como Juan de Leiden se
presentan como si Cristo hubiera regresado a la tierra. Y esta idea de la
monarquía mundial, de la teocracia mundial, aunque aún no se expresa
abiertamente, también se fortalece y ahora es capaz de apoderarse de una ciudad
entera.
Veremos
qué pasa con todos estos movimientos en la próxima época, que es la época del
llamado Iluminismo, que, al igual que la era del Renacimiento, tiene, además de
su corriente principal de racionalismo, esta corriente muy distinta,
subterránea de irracionalismo.
Así, el
desarrollo del Renacimiento muestra el florecimiento de semillas que habían
sido plantadas en el período de la Edad Media con la separación de Roma de la
Iglesia Ortodoxa. Y ya en el periodo del Renacimiento, lo que resulta es
extremadamente diferente de la Ortodoxia. Si miras la Edad Media, hay algunas
cosas que parecen mucho más cercanas. Exteriormente están mucho más cerca, pero
por dentro tienen las semillas que van a producir todas las cosas que vendrán
después. Así que la diferencia entre la Edad Media y el Renacimiento es en
realidad menor que la diferencia entre la de la Roma Ortodoxa y la de Roma durante
la Edad Media. Todas estas corrientes adquieren una importancia creciente:
algunas estallan, como en el caso de los movimientos apocalípticos; otras
irrumpen, luego mueren, pero continúan formando parte de la mentalidad que les
dio origen, para volver más tarde bajo formas muy extrañas que observadas teológica
y filosóficamente se puede ver que conforman un mismo movimiento.
Y así
este hombre, Cohn, aquí que escribe sobre el milenio al pensar que se puede
demostrar que uno es arcaico y el otro es progresivo. Eso es irrelevante; lo
fundamental es que estos movimientos forman parte de una mentalidad que se
estaba gestando. A veces revelan un desarrollo directo, como el desarrollo de
la ciencia; y otras veces surgen con fuerza y luego desaparecen. Sin embargo,
hay ciertos temas recurrentes del pensamiento moderno, y en ellos
concentraremos nuestro estudio.
La
próxima conferencia examinará el periodo del siglo XVIII, bueno, los siglos
XVII y XVIII, cuando la visión científica del mundo se vuelve dominante y
parece establecerse cierto tipo de equilibrio, algún tipo de armonía. Y la
historia del mundo desde entonces es la historia de la caída de esta armonía. Intentaremos
mostrar en qué consistió dicha armonía y por qué tuvo que romperse para lugar
al mundo anárquico en el que vivimos hoy. Todo el recorrido de la humanidad
desde la Edad Media, pasando por el Renacimiento, hacia el Iluminismo el Romanticismo
y llegando hasta hoy, sigue una progresión lógica definida, que nos muestra
que, una vez abandonada la Ortodoxia, entra en acción un cierto proceso natural
que funciona. Y, por supuesto, el diablo está siempre presente. Veremos una y
otra vez cómo destacados pensadores modernos comienzan su obra o predicación
con algún tipo de visión e incluso con algo que nos permite reconocer que el
diablo está actuando. Y
ellos ya no tienen idea de que el diablo pueda obrar de ese modo; por lo que
son mucho más susceptibles a aceptar sus visiones como una especie de revelación.
[i] Lectura en
el refectorio el día de esta conferencia.
[ii] N. de T.
– Kireyevski
denomina a esta razón autónoma, también conocida como “razón discursiva” como dianoia
contraponiéndola a la noesis; la razón y la capacidad intelectiva que es
iluminada por el Espíritu Santo. Véase la
traducción al ingles de su obra: On the Necessity and Possibility of New
Principles in Philosophy (1856)
[iii] Citado en Randall, John Herman, The Making of the
Modern Man, Houghton Mifflin Co., 1926, Boston, p. 134.
[iv] Burckhardt, Jacob. The Civilization of the
Renaissance in Italy, vol. I, Harper Torchbooks, Nueva York, 1958, pág. 151.
[v] Ibid
[vi] Ibíd., pág.
152.
[vii] Ibíd., pág.
162.
[viii] Ibíd.
[ix] Ibíd., pág.
162.
[x] Burckhardt, vol.
II, pág. 484.
[xi] Ibíd.
[xii] Ibíd., pág.
485.
[xiii] Ibíd., pág.
486.
[xiv] N. de T. –
Esta frase se trata tan solo de una paráfrasis hecha por el padre Serafín Rose
de un fragmento de la obra de Iván Kireyevski Sobre el carácter de la
ilustración de Europa y su relación con la ilustración de Rusia (1852).
Véase nota la nota de pie de página ° 9 de la parte II de la presente obra.
[xv] Randall, John Herman, The Making of the Modern Mind,
The Riverside Press, Houghton Mifflin Co., Cambridge, Mass., 1926, pág. 243.
[xvi] N. de T. –
El padre Serafín Rose esta hablando en concreto de la obra de Copérnico
titulada De revolutionibus orbium coelestium, que traducido del latín al
castellano sería; Sobre las revoluciones de las orbes celestes publicado
en efecto en 1543, el año de la muerte de Copérnico.
[xvii] Cohn, Norman, In Search of the Millennium,
Harper Torchbooks, 1961, Nueva York, pág. 22.
[xviii] Ibíd. pág.
24.
[xix] Ibíd.
[xx] Catalina de Siena: El Dialogo, traducción e
introducción por Suzanne Norfke, O. P., Paulist Press, 1980, pp. 25-26.
Catalina dicto El Dialogo durante 5 días de experiencias
estáticas, refiriéndose a si misma en tercera persona o como “el alma”: “Cuando un
alma se eleva a Dios con ansias de ardentísimo deseo de honor a Él y de la
salvación de las almas, se ejercita por algún tiempo en la virtud. Se aposenta
en la celda del conocimiento de sí misma y se habitúa a ella para mejor
entender la bondad de Dios; porque al conocimiento sigue el amor, y, amando,
procura ir en pos de la verdad y revestirse de ella. Y porque de ningún otro
modo gusta y es iluminada tanto de esa verdad como por la oración humilde y
continuada, fundándose en el conocimiento de sí y de Dios, al ejercitarse en
ella del modo dicho, esa alma se une a Dios siguiendo las huellas de Cristo
crucificado. De esta manera, por el deseo perfecto y la unión de amor, hace de
Él un «otro yo». Esto parece que significaba Cristo cuando dijo: «A quien me
ame y atienda mis palabras, a ese me manifestaré yo mismo, y será una cosa
conmigo, y yo con él»
En otros lugares encontramos palabras semejantes. “Por ellas
podemos ver que es cierto que, por el afecto del amor, el alma se convierte en
otro Él. Para verlo con más claridad, recuerdo haber oído de una sierva de
Dios [Catalina se refiere a sí misma], hallándose
en altísima oración, con gran elevación de su espíritu, que Dios no ocultaba a
los ojos de su inteligencia el amor que tiene a sus servidores, sino, más bien,
se lo manifestaba. Le decía entre otras cosas: Abre los ojos de la inteligencia
y mira adentro de mí, y verás la dignidad y belleza de mi criatura, la
racional [la persona humana]. Entre la
belleza que he dado al alma al crearla a imagen y semejanza mía, observa que se
halla vestida con la vestidura nupcial de la caridad, adornada de muchas y
verdaderas virtudes: está unida conmigo por el afecto del amor.” Obras
de Santa Catalina de Siena. págs. 55, 56 y 57. OP-BAC. Madrid, España,
1996
“Advirtiendo que se le renovaba el sentimiento en la eterna
divinidad, creció tanto el santo y amoroso fuego, que sudaba a causa de la
fuerza que el alma hacía sobre el cuerpo. Sudaba por la fuerza y ardor del
amor, pues era más completa la unión efectuada entre ella y Dios que la
existente entre el alma y el cuerpo.” Obras de Santa Catalina de Siena. pág.
91. OP-BAC. Madrid, España, 1996
“Todo se hallará de acuerdo con Él en gozo y alegría: el ojo con
el ojo, la mano con la mano; todos os asemejaréis en todo al cuerpo del dulce
Verbo, mi Hijo. Permaneciendo en mí, permaneceréis en Él, porque es uno
conmigo.” Obras de Santa Catalina de Siena. pág. 125. OP-BAC.
Madrid, España, 1996
También en la página 356 de la edición en castellano que hemos
citado, Dios le habla a ella y le dice: “Tan perfectamente se unió aquella
alma, que el cuerpo quedó suspendido sobre la tierra, pues, como te conté, en
el estado unitivo del alma era más perfecta la unión que ella había hecho
conmigo por medio del amor que la unión que tenía con el cuerpo.”
[xxi] N. de T. –
El libro de Engels del que el padre Serafín Rose hace referencia lleva como título
La guerra campesina en Alemania, al respecto de los historiadores
comunistas posteriores que vindicaron la figura de Müntzer cabe destacar la
figura del historiador Thomas Bloch con su libro sobre la revolución
anabaptista titulado: Thomas Müntzer, teólogo de la revolución.
[xxii] Norman Kohn; The Pursuit of the Millennium. editorial
Harper & Row. Nueva York. Estados Unidos, 1961. pág. 287-288. (Nota de
traductor, para consultar la versión al castellano de la misma obra. Véase
Norman Cohn; En pos del milenio, Alianza editorial. Madrid, España. 1981
pág. 264.)
[xxiii] Ibíd., pág.
288. (pág. 265 en la versión al castellano antes mencionada)
[xxiv] Ibíd., pág.
289-290. (pág. 266 en la versión al castellano antes mencionada)
[xxv] Ibíd., pág.
290. (pág. 266 en la versión en castellano)
[xxvi] Ibíd., pág.
292. (pág. 268. en la versión en castellano)
[xxvii] Ibíd., pág.
293. (pág. 268 en la versión en castellano)
[xxviii] Ibíd., pág.
293. (pág. 269 en la versión en castellano)
[xxix] Ibíd., pág.
294. (pág. 271 en la versión en castellano)
[xxx] Ibíd., pág.
295. (pág. 271 en la versión en castellano)
[xxxi] Ibíd., pág.
296. (pág. 271 en la versión en castellano)
[xxxii] Ibíd., pág.
297. (pág. 272 en la versión en castellano)
[xxxiii] Ibíd., pág.
298. (pág. 273 en la versión en castellano)
[xxxiv] Ibíd., pág. 299.
(pág. 273 en la versión en castellano)
[xxxv] Ibíd., pág.
300. (pág. 275 en la versión en castellano)
[xxxvi] Ibíd., pág.
302. (pág. 276 en la versión en castellano)
[xxxvii] Ibíd., pág.
305. (pág. 278 en la versión en castellano)
[xxxviii] Ibíd., pág.
305. (pág. 279 en la versión en castellano)
[xxxix] Ibíd., pág. 309.
[xl] Ibíd., pág. 309.