martes, 30 de julio de 2024

SOBRE LA ACTIVIDAD DE LOS DEMONIOS







MIGUEL PSELO[1]




Timoteo, Tracio


TIM.- Hace tiempo, Tracio, que no vienes a Bizancio.

TRA.- Vaya si lo hace, Timoteo: dos años o más he es­tado en el extranjero.

TIM.- ¿Y dónde? ¿Y en qué negocios estuviste tanto tiempo metido?

TRA.- Me faltaría tiempo ahora para satisfacer tus pre­guntas: un relato de Alcínoo[2] habría que hacerte pa­ra contar todo lo que pasé y todo lo que soporté jun­to a unos hombres impíos, euquitas y entusiastas los llaman. ¿No has oído hablar de ellos?

TIM.- He oído que un grupo de personas enemigas de Dios y muy extrañas actúa entre los marcados con el cuño de nuestra Iglesia (por hablar como en la co­media[3]), pero sus creencias, costumbres, leyes, obras y planes hasta ahora no he tenido ocasión de oírse­los a nadie. Así que te pido que, todo lo claro que puedas, me expongas cuanto hayas visto, si es que quieres hacer un favor a un familiar y, he de añadir, amigo tuyo.

TRA.- Déjalo, querido Timoteo, que contar esas extra­vagantes creencias y esas diabólicas fechorías a mí me dará náuseas y a ti de nada te servirá. Porque si, como dice Simónides, la palabra es el reflejo de los hechos, de modo que la que trata de cosas prove­chosas es útil y la que no inútil, ¿qué provecho te aportará la que te describa a esos malditos?

TIM.- Mucho, Tracio: si no es inútil a los médicos co­nocer las drogas letales, para no correr el riesgo de verse afectados por ellas (y me permito decir que al­gunas no son inútiles para la salud), habremos de admitir una de dos: o sacaremos algún provecho de este examen o estaremos en guardia si en él hay algo nocivo.

TRA.- Como quieras. Escucharás entonces, como dice el poeta[4], «cosas ciertas, sí», pero no muy agrada­bles. Y si hago mención de hechos indecentes, no te irrites conmigo, que no hago más que referírtelos, sino con quienes los hicieron.

Tiene su origen esta terrible doctrina en el furio­so Manes: de él, como de una fuente hedionda, les ha llegado la mayor parte de sus nociones. Pero mientras este maldito puso dos principios por deba­jo de todos los seres, colocando, erradamente, fren­te a Dios otro dios, frente al Creador de todo lo bueno un artesano de maldad, frente al buen Prínci­pe de los cielos un príncipe de la protervia terrestre, los perversos euquitas aportaron otro más, un terce­ro, siendo los suyos un padre y sus dos hijos, uno mayor y otro menor. Al padre le han asignado cuan­to está por encima del mundo; al menor de los hijos los cielos, y al mayor el poder de todo lo mundano, lo cual en nada difiere de la mitología helena, según el conocido verso «Todo está en tres dividido»[5]. Puesto este pútrido fundamento, hasta él, hombres de pútrida mente, concuerdan todos entre sí, pero a partir de ahí se dividen en tres facciones. Unos ado­ran a ambos hijos, pues, aunque actualmente están reñidos, afirman que a ambos se los debe adorar por igual: hijos de un mismo padre, en el futuro habrán de reconciliarse. Otros están al servicio del más jo­ven, como príncipe de la parte mejor y que está por encima de nosotros, pero sin menospreciar al mayor y guardándose de él en la idea de que puede hacer­les mal. Por último, los peores de ellos en su impie­dad se apartan totalmente del celeste y tan sólo aceptan al terrestre, a Satanael. Hónranlo con los más elogiosos nombres: Primogénito (él, que es hos­til a su padre), Creador de las plantas, los animales y los restantes cuerpos compuestos (él, que es autor de la putrefacción y la muerte) y, deseosos de com­placerle más aún, ¡ay!, ¡qué insultos lanzan al terres­tre!: dicen que es envidioso, que tiene celos de que su hermano dirija tan bien los asuntos de la tierra, y que, cegado de envidia, envía sobre ésta terremotos, granizos y epidemias. Por ello, entre otras cosas le lanzan el terrible anatema.

TIM.- ¿Qué razones, Tracio, les han llevado a creer y afirmar que Satanael es el hijo de Dios cuando pro­fetas y oráculos dijeron por todo el orbe que uno so­lo es el hijo de Dios, y cuando aquel que está en el regazo del Señor[6] exclamó en los Sagrados Evange­lios: «Gloria como la del Unigénito del Padre» y «El Unigénito que está en el seno del Padre»[7]? ¿De dónde les vino tan grande error?

TRA.- ¿De qué otro sitio, Timoteo, más que del Prín­cipe de la mentira, que inventa jactanciosamente esos embustes sobre sí y con ellos engaña las mentes de los necios? En efecto, éste, que se gloria de que pondrá su trono sobre las nubes y asegura que será igual que el Altísimo (por lo que fue expulsado y he­cho tinieblas), éste mismo se les presenta en perso­na y declara ser el hijo primogénito de Dios, el crea­dor de cuanto hay en la tierra y quien dirige cuanto ocurre en el universo. De este modo aborda su ne­cedad y los engaña, insensatos, cuando, compren­diendo que es un fanfarrón y el Príncipe de la men­tira, debían ellos burlarse de su jactancia. Pero en vez de hacerlo le creen cuando les cuenta esto y se dejan llevar como bueyes por las narices. Y eso que sin gran esfuerzo podían descubrir al mentiroso: de haberle pedido que cumpliera con hechos sus pre­tenciosas promesas no habrían encontrado más que al asno de Cumas, envuelto en una piel de león y delatado por sus rebuznos cuando intentaba rugir. Pe­ro no: como si fueran ciegos, sordos o dementes, ni deducen un único Creador de la comunidad de to­das las criaturas ni consideran racionalmente que de haber dos creadores rivales no habría un solo orden y unión que ligara a todos los seres entre sí. «Ni los asnos ni los bueyes, dice el profeta[8], desconocen su dueño y su establo», y éstos, en cambio, se despreo­cupan de complacer a su verdadero Dios y Señor, y han elegido como dios a la más vil de las criaturas, y lo siguen, polillas de la cera que, como dice el pro­verbio, se arrojan al fuego preparado para ellos y sus compañeros de deserción.

TIM.- Pero, ¿qué provecho obtienen a cambio como para renegar del culto recibido de sus mayores y di­rigirse derechos a una ruina manifiesta?

TRA.- No sé si ganan algo, pero creo que no. Porque, aunque los demonios prometan darles riquezas, oro y lo que entre los hombres supone una honrilla, no es posible que den nada, pues nada tienen. Con to­do, a los iniciados les hacen ver visiones diversas y extrañas que, ellos que odian a Dios, llaman «visio­nes divinas». A quienes desean verlas, ¡ay!, ¡ay!, ¡qué indecencias, qué indecibles y repugnantes des­manes los inician! Rechazando todo lo que entre nosotros es legítimo, creencia admitida u obra prac­ticada, enloquecen y desprecian las mismas leyes de la naturaleza. Dar escritura a sus comportamientos propios de beodos sólo podría ser obra de la desvergüenza de Arquíloco[9], e incluso, de estar éste pre­sente, dudaría en considerar dignos de memoria esos despreciables y criminales misterios, no cele­brados nunca antes ni en Grecia ni en tierra del bár­baro. Y es que ¿dónde y cuándo se ha oído de al­guien que, en algún lugar de la tierra o del mar, de­guste el excremento de un hombre, animal noble y sagrado? Lo cual no creo que lo soportaran ni las fieras rabiosas. Y, sin embargo, así se inicia esa ca­nalla.

TIM.- ¿Por qué, Tracio?

TRA.- Su secreto, compañero, sólo lo pueden conocer los iniciados. A mí, por mucho que lo pregunté, no me dijeron más que los demonios se hacen amigos íntimos de quienes han probado los excrementos. Y en este punto me parece que no mienten, pese a que en lo demás no sepan decir nada cierto. Y es que na­da resulta más agradable a los espíritus rebeldes que el hombre, al que envidian por estar honrado con una imagen divina, caiga en tal desvarío. Tal es el resultado de su insensatez, común no sólo a los ca­becillas de la secta, a los que dan el nombre de após­toles, sino también a los euquitas y los gnósticos. En cuanto a su ceremonia secreta, ¿qué palabras, ¡oh Verbo, guardián de males!, podrían describirlo? A mí, por pudor, me da vergüenza describírtela y con gusto la pasaría en silencio. Pero, como tú, Timoteo, te me adelantaste y me convenciste, hablaré, con su­ma moderación, eso sí, y dejando de lado lo más vergonzoso, no vaya a parecer que exagero y que estoy recitando una tragedia.

Por la tarde, a la hora en que se encienden las lu­ces cuando celebramos la Pasión del Salvador, lle­van a un local convenido a las jóvenes que se instru­yen con ellos y tras apagar las lámparas para que la luz no sea testigo de la abominación que van a co­meter, las violentan, cada cual a la primera que en­cuentre, sea su hermana sea su propia hija. Y es que creen complacer a los demonios rompiendo los divi­nos preceptos que vetan los matrimonios consanguí­neos. Terminada la ceremonia se separan, esperan nueve meses y cuando las criaturas de aquella si­miente maldita van a nacer se vuelven a reunir todos en el mismo lugar. El tercer día después del parto arrancan a los cuitados hijos de sus madres y con una daga afilada hieren profundamente sus tiernas carnes. Recogen entonces la sangre derramada en unos jarros y arrojan a los niños, todavía vivos, a una hoguera donde se consumen. Luego empapan sus cenizas con la sangre de los jarros y forman una ma­sa abominable que discretamente echan a comidas y bebidas como quien vierte veneno en el aguamiel, y de ello participan ellos y los que no conocen su se­creto[10].

TIM.- ¿Qué significa para ellos esa horrorosa mancha?

TRA.- Están convencidos, querido compañero, de que con ella borran y expulsan las señales divinas que hay en las almas: estando éstas, como un estandarte real colocado en una choza, el linaje de los demo­nios se asusta y aparta. Por ello, para que los demo­nios puedan quedarse tranquilamente en sus almas, arrojan fuera de sí las señales divinas con estas abo­minaciones, los insensatos. ¿Y a cambio de qué? Y como no les gusta ser ellos los únicos partícipes de esta aberración, para llevar a otros consigo al mismo abismo, tientan a la hez de sus fieles y los regalan, sin que lo sepan, con estos pasmantes platos: Tánta­los sirviendo a Pélope de banquete[11].

TIM.- ¡Oh!, Tracio, esto es precisamente lo que hace tiempo ya me predijo mi abuelo paterno. Quejába­me yo en cierta ocasión de la pérdida de los buenos valores, y sobre todo de las letras, y le pregunté si en lo futuro habría algún progreso. Él, hombre ya muy mayor y diestro en el conocimiento de lo venidero, acarició suavemente mi melena, y tras un profundo suspiro:

«Mi querido hijo, me dijo, muchacho, ¿crees, en verdad, que en el futuro avanzarán los estudios o al­guna otra virtud? Ha llegado una época en que los hombres vivirán peor que las mismas fieras: el reino del príncipe de este mundo está ya en el umbral. Precederá su llegada un cortejo de males, creencias extrañas y prácticas prohibidas, nada mejores de lo que se hacía en las ceremonias de Dioniso y de lo que los trágicos griegos ponían en escena: Crono, Tiestes o Tántalo sacrificando a sus hijos, Edipo uniéndose con su madre y Cíniras con su hija, y todas estas locuras se introducirán en nuestra socie­dad. Tú atiende y estate en guardia, hijo mío: sábete, y sábete bien que no sólo caerán hombres incultos y rústicos, sino también muchos de cultura». Todo es­to es lo que, si no me acuerdo mal, me predijo. Des­de entonces me he acordado siempre de sus pa­labras, y hace un momento, cuando tú decías todo eso, no pude dejar de maravillarme.

TRA.- No es para menos, Timoteo. Muchas cosas har­to extrañas nos cuentan los historiadores de los pue­blos hiperbóreos, muchas de los de Libia y de Sirte, pero ningún tipo de perversión semejante oirás de éstos, ni siquiera de los celtas, ni de los pueblos ig­norantes de las leyes y salvajes que puede haber por Britania.

TIM.- Sería terrible, Tracio, que tal desvarío se esta­bleciera en nuestro imperio. Pero deja que se des­truyan, que, perversos, acaben perversamente por sus prácticas.

En cuanto a los demonios, una duda me trae fati­gado el ingenio desde hace muchos días, y es, en particular, si esos canallas los ven abiertamente.

TRA.- Sin duda, amigo mío, a este fin tiende el esfuer­zo de todos ellos, y su sacrificio, su ceremonia y to­das sus infamias y horrores las llevan acabo para que se les aparezcan.

TIM.- ¿Pero cómo si no tienen cuerpo los pueden ver ojos de fuera?

TRA.- El linaje de los demonios, mi buen amigo, no es incorpóreo: vive con cuerpo y entre cuerpos. Y esto se puede aprender en nuestros santos Padres, con acercarse con un poco de atención a sus escritos, y también puedes oír a muchos que cuentan aparicio­nes de demonios que les han ocurrido. Ade­más el divino Basilio[12], espectador de cosas para no­sotros invisibles e ignotas, afirma que no sólo tienen cuerpo los demonios, sino también los ángeles in­maculados, una suerte de soplo sutil, vaporoso y pu­ro, y de ello pone como testigo al más renombrado entre los profetas, a David: «Tú que haces a las bri­sas sus ángeles y al fuego abrasador tu ministro»[13]. Y es que no podía ser de otro modo: como muestra el divino Pablo[14], los espíritus encargados de una mi­sión y enviados necesitan un cuerpo para moverse, tenerse y mostrarse, dado que eso sólo puede hacer­se por medio de un cuerpo.

TIM.- ¿Por qué entonces en muchos lugares de las Es­crituras se los celebra como incorpóreos?

TRA- Porque es usual así a los cristianos como a los paganos llamar a los cuerpos más densos corpóreos, y al que es sutil y escapa a la vista y al tacto tienen a bien unos y otros llamarlo incorpóreo.

TIM.- Pero, ¿cómo?: ¿es que el cuerpo de los demo­nios es igual que el de los ángeles?

TRA- De ningún modo: son muy diferentes. El angéli­co emite unos extraños resplandores insoportables e irresistibles para ojos de fuera. El demoníaco no sé decirte si alguna vez fue así (parece que sí, pues Isaías llama al caído «Lucifer»[15]), pero ahora, por así decirlo, es sombrío, tenebroso y triste a la vista, una vez despojado de la luz que le era propia. El an­gélico es absolutamente inmaterial, por lo que es ca­paz de introducirse y atravesar cualquier sólido, y es más inalterable que el rayo de sol: éste puede atra­vesar los cuerpos transparentes, pero lo detienen bruscamente los elementos terrosos y opacos, pues contiene materia, mientras que al cuerpo angélico ninguno de éstos le puede cerrar el paso, ya que na­da tiene que pueda ser obstáculo a nada y no tiene ningún elemento en común con nada. Los cuerpos demoníacos, al contrario, aunque por su sutileza se han vuelto invisibles, son materiales y pasibles y so­bre todo los que han descendido a los lugares subte­rráneos. Su constitución es tal que caen cuando se les toca, sienten dolor al ser golpeados y si tocan el fuego se queman, de suerte que algunos de ellos de­jan ceniza, como se cuenta que ocurrió en la Toscana, en Italia[16].

TIM.- Me hago viejo, Tracio, como dice el proverbio, aprendiendo cada día algo nuevo, como ahora eso de que unos demonios son corpóreos y pasibles.

TRA.- Nada nuevo tiene, compañero, que hombres co­mo somos, según dijo uno, ignoremos muchas cosas. Ya es suficiente que, aunque viejos, nos quede algo de inteligencia. Y sábete que no me he inventado estas cosas mintiendo como los cretenses y fenicios, sino que estoy persuadido de ello por las palabras del Salvador que dicen que con fuego se castiga a los demonios[17], y ¿cómo podrían sufrir esto siendo in­corpóreos? Es imposible que lo incorpóreo se vea afectado por un cuerpo. Es, pues, necesario que re­ciban los castigos en un cuerpo, por naturaleza pro­penso a sentir. Además, he oído muchas cosas a quienes los vieron en persona, que yo todavía no he visto nada semejante (y ojalá nunca llegue a ver sus espantosos espectros).

En la península que linda con Grecia[18] traté con un monje. Marcos era su nombre y remontaba su es­tirpe a Mesopotamia. Había sido un iniciado y es­pectador aventajado de las apariciones de los demo­nios, pero entonces las consideraba algo ya pasado y falso: renunció a todo ello, se retractó y se adhirió a nuestras verdaderas creencias, que con gran aplica­ción aprendió de mí. Pues bien, este Marcos me contó muchas extrañas historias de demonios. Una vez le pregunté si había demonios pasibles:

«Por supuesto, me respondió, hasta el punto de que algunos de ellos emiten esperma, del que nacen lombrices»[19].

«Pero resulta increíble, repuse, que produzcan al­gún tipo de excreción y que tengan órganos producto­res de esperma y semejantes a los de los animales».

«Órganos de ese tipo, contestó, efectivamente, no tienen: es de ellos mismos de donde surge la excre­ción, y créeme cuando te digo esto».

«Entonces, insistí, ¿es posible que se alimenten como nosotros?».

«Se aumentan, me dijo Marcos, unos por aspira­ción, como el aire que hay en arterias y nervios[20], otros por la humedad, mas no por la boca como no­sotros, sino aspirando de fuera la humedad que los rodea, como las esponjas y los crustáceos, y expul­sándola de nuevo cuando ha adquirido una consis­tencia espermática. Pero esto no lo hacen todos los demonios, sino tan sólo las especies materiales, esto es, la lucífuga, la acuática y la subterránea».

«¿Son muchas, Marcos, le pregunté de nuevo, las especies de demonios?».

«Muchas, respondió, y variadísimas, así por su as­pecto como por la naturaleza de su cuerpo, tantas que de ellas están llenos los aires, el que está por enci­ma de nosotros y el que nos envuelve, la tierra, el mar y los lugares impenetrables y profundos de la tierra».

«Deberías entonces, le pedí, si no te es molesto, enumerarlas una por una».

«Sin duda que es molesto, repuso, volver a hacer memoria de aquello a lo que ya he renunciado, pe­ro, pidiéndomelo tú, no he de negarme».

Y dicho esto me enumeró muchas especies de de­monios con todo detalle de su nombre, forma y lu­gar en que habitan.

TIM.- ¿Qué te impide entonces, Tracio, contarme a mí cuanto te refirió?

TRA.- Los pormenores de lo que allí se dijo, mi buen amigo, ni me cuidé de recogerlos palabra por pala­bra ni los recuerdo ahora. Además, ¿qué provecho podría aportarnos saber cómo se llama cada especie, dónde vive, cómo se presenta y en qué se diferen­cian entre sí? Por ello no me he preocupado de acordarme de todas aquellas cosas ya pasadas. Con todo, oirás lo poco que recuerdo de todo aquello y lo que me quieras preguntar.

TIM.- Ante todo me interesa saber cuántos órdenes de demonios hay.

TRA.- Seis en total decía que son las especies de de­monios, no sé si de acuerdo al lugar en que habitan o por ser todo el linaje de los demonios amante de los cuerpos y ser la héxada característica de éstos y del universo (en ella, en efecto, están contenidas las dimensiones corporales y conforme a ella se formó el universo)[21]. O quizá por estar en primer lugar ese número, triángulo escaleno, y así como es propio del equilátero lo divino y lo celeste, pues consecuente consigo mismo y apenas se inclina hacia la maldad, y del isósceles lo humano, porque si es defectuoso en su intención por el arrepentimiento se corrige, ni más mi menos es propio del escaleno lo demoníaco, porque es inconsecuente y no tiende en absoluto ha­cia el bien[22]. En fin, sea cual fuere la causa, me enu­meró seis tipos. Helos aquí.

Al primero lo llamaba en su lengua vernácula y bárbara leliurio[23], que significa ígneo. Se mueve por el aire que está por encima de nosotros, pues, según decía, todos los demonios fueron expulsados de las regiones lunares[24] como un profano de un lugar sa­grado. El segundo anda errante por el aire que nos envuelve y muchos lo llaman con propiedad aéreo. El tercero es el terrestre. El cuarto el acuático y ma­rino. El quinto el subterráneo. El último es el lucífu­go, que carece casi por completo de sensibilidad[25]. Todas estas clases de demonios odian a Dios y son enemigos de los hombres, pero, como dicen, siem­pre hay algo peor que lo malo. En efecto, la especie acuática, la subterránea y la lucífuga son extremada­mente maléficas y funestas: no dañan a las almas, me explicó, con fantasías o pensamientos, sino que se les lanzan encima como las más feroces de las fie­ras en busca de su destrucción. El acuático ahoga a los que van por las aguas, el subterráneo y el lucífu­go, si se les consiente, se introducen en las entrañas y asfixian y vuelven epilépticos y dementes a los que han invadido. En cuanto a los aéreos y los terrestres, buscan y engañan taimadamente las mentes de los hombres, y los llevan a inusitados y crueles sufri­mientos.

«¿Pero cómo y por medio de qué, pregunté a Marcos, pueden hacer eso? ¿Es que los demonios nos dominan y nos llevan, como si fuéramos sus es­clavos, a donde quieran?».

«No nos dominan, me explicó, sino que actúan en nuestra memoria. En efecto, se acercan a nuestro espíritu imaginativo y, espíritus como son también ellos, nos susurran palabras sobre sensaciones y pla­ceres, no con voces estridentes ni ruidosas, sino ins­tiladas por ellos sin ruido alguno».

«Es imposible, le dije, que emitan palabras sin sonido».

«No es imposible, me contestó, si consideras lo siguiente: cuando el que habla está muy lejos del que oye, precisa gritos muy fuertes; si está a su lado, le basta susurrar en su oído, y si de algún modo se le pudiera introducir en el espíritu del alma[26], no nece­sitaría ningún sonido, sino que la palabra que quisie­ra llegaría al destinatario por una vía silenciosa. Es­to dicen que ocurre con las almas que han salido ya de los cuerpos, que se relacionan entre sí sin sonido alguno. Pues bien, de este modo tratan con nosotros estos demonios, ocultamente, sin que podamos ver de dónde nos viene la guerra. Y no te debe extrañar esto si consideras lo que sucede con el aire, que de la luz del sol toma colores y formas que transmite a los cuerpos capaces por naturaleza de recibirlos, co­mo puede apreciarse en cristales y espejos. Pues bien, de igual manera los cuerpos de los demonios reciben de su potencia imaginativa figuras, colores y cuantas formas quieran y nos las llevan al espíritu del alma, donde nos producen múltiples males sugi­riéndonos deseos, mostrándonos formas, agitando el recuerdo de placeres y pasiones, estemos despiertos o dormidos. En ocasiones, incluso, excitan con cos­quilleos los miembros del bajo vientre y nos impulsan a locos y execrables amores, sobre todo cuando colaboran con las humedades calientes que hay en nosotros. Y así se endosan el casco de Hades[27] y per­turban taimadamente nuestras almas.

Las demás clases de demonios nada tienen de in­teligente ni saben obrar con soltura, pero son moles­tos, repugnantes y dañinos como el vapor de la gruta de Caronte[28]: así como éste dicen que corrompe cuanto se le acerque, ya sea cuadrúpedo, humano o volátil, de igual modo estos demonios de embestida terrible maltratan despiadadamente a aquellos en los que se han introducido, turbando tanto su cuer­po como su alma, pervirtiendo sus facultades natu­rales y, en ocasiones, destruyendo con fuego, agua o arrojándolos por barrancos y precipicios no sólo a hombres, sino también animales irracionales».

«¿Y qué buscan, le pregunté, cuando se lanzan sobre éstos? Las sagradas escrituras enseñan que por Gerasa ocurrió con puercos[29]. Enemigos de los hombres, nada extraño tiene que les hagan mal a és­tos, pero ¿cuál es la razón de que se arrojen sobre animales irracionales?».

«Ni por odio, me dijo Marcos, ni por deseo de ha­cerles mal se lanzan sobre los animales, sino porque buscan el calor animal. Como pasan la vida en los más profundos lugares, extremadamente fríos y se­cos, están llenos del frío de allí, y, contraídos y enco­gidos por éste, buscan el calor húmedo propio de los animales. Para gozar de él se lanzan sobre los animales o se arrojan a los baños y a las fosas. Y ello porque rehuyen el calor del fuego y del sol, que que­ma y seca, mientras que el de los animales, que es moderado y agradablemente húmedo, lo buscan y ante todo el de los hombres, que es suave y bien temperado. Por esta razón se introducen en ellos y provocan una agitación desmedida una vez se han apoderado de los poros en que se encuentra el espí­ritu del alma, pues el grosor de su cuerpo lo compri­me y rechaza. De donde los cuerpos se ven sacudi­dos, las fuerzas rectoras afectadas y los movimientos se vuelven inconstantes y torpes. Si el demonio ata­cante es de los subterráneos, sacude y debilita al po­seso y habla a través de él sirviéndose de su espíritu como de un órgano propio. Si se ha metido en su cuerpo uno de los lucífugos, produce relajamiento, reprime la voz y deja al poseso como muerto, por­que este demonio, el último de todos, es de natura­leza muy terrosa, sumamente frío y seco, y a sus víc­timas les debilita y embota la fuerza anímica. Este demonio, carente de raciocinio, de cualquier per­cepción del intelecto y regido por una imaginación brutal, como las más embotadas de las bestias ni atiende a razones ni teme los castigos, por lo que, con tino, muchos lo llaman mudo y sordo. Los pose­sos de él no pueden ser librados más que con la fuerza divina nacida de la oración y el ayuno»[30].

«Pero, Marcos, repuse yo, otras cosas muy distin­tas nos enseñan los médicos, que mantienen que tales afecciones no proceden de los demonios, sino de de­sarreglos de los líquidos, los sólidos o los vapores del cuerpo y, naturalmente, intentan curarlas con medicinas y dietas y no con conjuros ni purificacio­nes».

«Nada hay de extraño, me contestó Marcos, en que tal digan los médicos, que no conocen nada más allá de sus sentidos y que atienden sólo a los cuer­pos. Por lo demás, bien está considerar como proce­dentes de desarreglos humorales los sopores, las profundas somnolencias, las melancolías y los deli­rios, que incluso sanan mediante irrigaciones, por evacuación o con apósitos. Mas a las inspiraciones divinas, arrebatos y estados catalépticos, en las que el afectado nada puede pensar, decir, imaginar o sentir, sino que otro ser es el que lo mueve y guía, el que dice cosas que el poseso ni conoce y el que, en ocasiones, predice hechos futuros, a estas afeccio­nes, ¿cómo podemos sin más llamarlas movimientos desordenados de la materia[31]?

TIM.- ¿Estabas tú, Tracio, de acuerdo con Marcos?

TRA.- Vaya si lo estaba, Timoteo. ¿Cómo no iba a es­tarlo acordándome de todo aquello que sobre los endemoniados refieren los sagrados Evangelios; de lo que le pasó a aquel corintio a una orden de Pa­blo[32]; de los numerosos portentos que aparecen en los escritos de los Padres sobre los demonios y, ade­más de todo esto, de lo que yo en persona vi y oí en Elasón[33]? Un hombre poseso de un demonio hacía allí de oráculo profetizando muchas cosas y no poco sobre mí. En efecto, en cierta ocasión que se había reunido junto a él una muchedumbre de iniciados, así les habló:

«Sabed, oh presentes, sabed que van a enviar a un hombre contra nosotros que perseguirá nuestro cul­to y acabará con nuestras ceremonias. Con muchos otros seré su prisionero, pero, pese a sus esfuerzos, no podrá llevarme cautivo a Bizancio».

Esto lo predecía cuando yo no había pasado si­quiera a las aldeas cercanas a Bizancio. Pintaba mi aspecto, mi atuendo, mis actividades y muchos que venían de allí me lo refirieron. Tiempo después lo detuve y le pregunté de dónde le venía el poder de predecir lo futuro. No quiso desvelarme su misterio, pero sometido a coacción «espartana» contó la ver­dad. Decía haber aprendido las artes diabólicas de un vagabundo libio:

«Éste, dijo, de noche me llevó a un monte y me ordenó probar cierta hierba. Luego me escupió en la boca, me untó el contorno de los ojos con unos un­güentos y a continuación me hizo ver una muche­dumbre de demonios. De entre ellos sentí que uno como un cuervo volaba y se metía en mi interior por la boca[34]. De entonces hasta ahora sucede que pro­fetizo sobre cuanto mi agitador quiere y cuando él quiere. En efecto, durante los días de la Crucifixión y de vuestra venerada Resurrección, por mucho que yo me esfuerce, nada quiere profetizar».

Eso declaró. Y en esto, a uno de los míos que le había pegado en la cabeza, le dijo:

«En poco tiempo has de recibir por este único golpe muchos más —y tú, y esto me lo decía a mí —, vas a ser objeto de innumerables desgracias: los de­monios están muy enfadados contigo porque acabas­te con sus ceremonias y, naturalmente, compondrán contra ti penosos y graves peligros, de los que no po­drás escapar a no ser que te libre de ellos una fuerza superior a la suya».

Esto es lo que aquel canalla, como recitando orá­culos desde un trípode, me profetizaba. Todo cuan­to predijo aconteció, y a mí poco me faltó para mo­rir, pues me sobrevinieron innúmeros peligros de los que inesperadamente me libró el Salvador.

¿Quién, pues, que haya visto aquel oráculo que es como una lira que tocan los demonios[35] dirá que to­dos esos arrebatos son simplemente movimientos desordenados de la materia y no afecciones trágicas producidas por los demonios?

TIM.- No es nada nuevo, Tracio, que tal piensen los médicos, que no han visto nada semejante. También yo pensaba así hasta que tuve ocasión de ver algo sencillamente prodigioso e inaudito, que no me pa­rece inoportuno referir aquí. Ni que decir tiene que, hombre como soy de edad ya avanzada (en la cual he tomado el hábito) en modo alguno podría mentirte.

Estaba casado mi hermano mayor con una mujer, prudente por lo demás, pero con grandes dificultades para dar a luz y afectada por toda suerte de en­fermedades. Un día que descansaba en su lecho es­perando el momento del parto, enfermó gravemente y comenzó a desvariar sobremanera, desgarrando su túnica y gritando, con admirable soltura, en una len­gua extranjera que ninguno de los presentes enten­día. Naturalmente, todos quedaron pasmados sin poder hacer nada ante tan irremediable caso. En es­to unas mujeres (sexo ingenioso y, en los imprevis­tos, apañadísimo) nos traen a un extranjero, un hombre calvo por delante y de piel arrugada y casi negra de quemada por el sol. Se colocó al lado del lecho con una espada desenvainada y comenzó a tri­nar y a lanzar gritos y amenazas a la enferma en su lengua, que era armenio. Al principio ella le con­testaba en la misma lengua, se levantó de la cama y se le encaró, pero entonces el extranjero comenzó a lanzar muchos más conjuros y a amenazar, cual atra­biliario, con golpearla y la mujer se acobardó, se pu­so a hablar de manera humilde y por fin se quedó profundamente dormida. A todo esto, nosotros bo­quiabiertos, y no porque la mujer hubiera enloque­cido, pues esto lo vemos en muchas partes, sino por­que hablara en armenio, ella que no conocía ni de vista a éstos y que no sabía de nada fuera de su habi­tación y su lanzadera. Cuando volvió en sí le pregun­té qué era lo que había sucedido y si algo había pa­sado después de lo que he relatado:

«Un espectro demoníaco, me contó, sombrío y con aspecto de mujer, los cabellos agitados por el viento, se me acercó y, aterrorizada, caí en redondo sobre mi lecho». De lo que pasó después, ni se ente­ró. Así me dijo.

Desde entonces me tienen preso algunas dudas: ¿cómo es que el demonio que atormentaba a esta mujer se aparecía como hembra? Sin duda es cues­tión peliaguda saber si hay demonios machos y de­monios hembra como ocurre en los animales terres­tres y mortales. En segundo lugar, ¿cómo es que ha­blaba en lengua armenia? También es difícil esta cuestión, a saber, si de los demonios unos hablan griego, otros caldeo y otros persa o sirio. Y por últi­mo, ¿cómo es que ese demonio retrocedía ante las amenazas del encantador y temía la espada levanta­da?, pues ¿qué puede temer un demonio si no pue­de ser cortado y es incorruptible? Tales son las du­das que me atormentan y me confunden. Preciso, pues, de un alivio a todo ello que creo tú, más capa­citado que ningún otro, me podrás proporcionar, co­mo compendiador que eres de las opiniones de los antiguos y conocedor de muchas noticias.

TRA.- Mucho me gustaría, Timoteo, responder a tus preguntas, pero temo que pequemos de indiscretos, tú por querer saber lo que nadie nunca supo, yo por tratar de decirte lo que debía mantener en secreto, sabiendo como sé que tales cosas la gente las defor­ma fácilmente. Pero en fin, dado que según Antígono no se debe confiar a los amigos tan sólo las cosas fáciles, sino que en ocasiones también alguna de las enojosas, procuraré solucionar tus dudas haciéndote un amasijo de las palabras de Marcos.

Me explicó que ningún tipo de demonio es por naturaleza macho o hembra: tales son propiedades de los cuerpos compuestos, y los de los demonios son simples[36]. Sin embargo, al ser sus cuerpos dúcti­les y flexibles, son capaces de tomar cualquier apa­riencia: como las nubes, que toman aspecto de hom­bres, de osos, de dragones o de cualquier otra cosa, ni más ni menos los cuerpos de los demonios. Mas las nubes adquieren esas apariencias movidas por vientos que vienen de fuera; los demonios, en cam­bio, toman el aspecto que deseen por su propia elec­ción, pues son ellos quienes transforman sus cuer­pos, ya contrayéndolos a un menor volumen ya ex­pandiéndolos a una mayor longitud gracias a su na­turaleza blanda y dúctil, como vemos que ocurre con las lombrices de tierra. Y no sólo cambian de tama­ño, sino también de forma y color, y muy variada­mente, pues para ambas cosas está naturalmente ca­pacitado su cuerpo: al ceder fácilmente, adopta dife­rentes apariencias, y al ser aéreo, toma todo tipo de colores, como el aire, con la diferencia de que éste recibe el color de algún lugar de fuera y el cuerpo de los demonios de su propia potencia imaginativa, que representa en ellos mismos los colores. Como cuan­do tenemos miedo «la palidez ocupa el rostro»[37] y cuando tenemos vergüenza el rubor, porque el alma, según se halle en uno u otro estado, representa esa pasión en nuestro cuerpo, sin duda del mismo modo debemos pensar que ocurre con los demonios: des­de dentro emiten las imágenes de los colores a sus propios cuerpos. Por ello, cada uno de ellos adopta la forma que desee y lleva a la superficie de su cuer­po el color que quiera, y así se presenta como un hombre que se transforma en mujer, se encoleriza como un león, salta como una pantera, embiste co­mo un jabalí y aún, si le parece, puede convertirse en odre y, si tiene la oportunidad, se presenta como un perrillo retozón. Pero aunque pueden tomar cualquiera de estas apariencias, ninguna la conser­van permanentemente, dado que su cuerpo no es tan sólido como para retenerlas. Al contrario, lo mismo que sucede en el aire y en el agua, que si se vierte un color o se dibuja una figura al instante se disuelve y se desparrama, eso mismo se puede ver en los demonios: el color, la forma y cualquier apa­riencia que hayan tomado se escabulle.

Esto, Timoteo, es lo que Marcos me expuso, en mi opinión convincentemente. Después de haberlo oído, no te confunda ninguna historia de que entre los demonios hay diferencia entre macho y hembra, pues ésta no pasa de ser una apariencia, y ninguna de éstas la retienen estable ni es propia de su cons­titución. Por ello, el demonio que atormentó a aque­lla parturienta, aunque se mostrara como una mujer, piensa que no era tal en su constitución, sino que simplemente mostraba aspecto de mujer.

TIM.- ¿Cómo es entonces, Tracio, que no cambia de apariencia una y otra vez como los demás demonios, sino que siempre se muestra igual? Pues he oído de­cir a muchos que a todas las parturientas se les pre­senta con aspecto de mujer.

TRA.- De eso, Timoteo, me dio Marcos una razón muy digna de crédito. Decía que no todos los demonios tienen el mismo poder y la misma voluntad, sino que en esto difieren mucho unos de otros. Y es que, co­mo ocurre entre los animales mortales y compues­tos, también hay demonios irracionales. Fíjate en los animales: el hombre, racional y dotado de fuerza in­telectiva, tiene una imaginativa muy amplia que se extiende a casi todo lo perceptible: lo celeste, lo de los entornos de la tierra y lo terrestre; el caballo, en cambio, el buey y sus semejantes la tienen más limi­tada, activa sólo hacia algunas de las cosas imagina­bles y capaz de reconocer tan sólo a sus compañeros de pasto, su establo y sus dueños; los mosquitos, las moscas y los gusanos, en fin, la tienen muy reducida y confusa, y ninguno de ellos reconoce el agujero de donde han salido, el lugar a donde van o al que de­ben ir y tan sólo pueden imaginar el alimento. Pues bien, así también ocurre con los muy difundidos li­najes de los demonios: los ígneos y los aéreos, po­seedores de una imaginativa variada, pueden con­vertirse en la apariencia imaginada que prefieran; la especie lucífuga, por el contrario, tiene muy reduci­da la imaginativa y no son muchas las apariencias que puede tomar, porque ni posee muchos tipos de imágenes ni su cuerpo puede cambiar con facilidad. Entre los mencionados están los acuáticos y los te­rrestres, que pueden vertirse en más apariencias, pe­ro en aquellas en que se encuentran a gusto se que­dan para siempre. Y así, cuantos viven en lugares húmedos y gustan de una vida más muelle se hacen semejantes a aves y a mujeres. Por eso los griegos los llamaron, en femenino, Náyades, Neríades y Dríades. Los que viven en lugares áridos y tienen el cuerpo extremadamente seco, como se cuenta que deben de ser los onoscelos[38], se convierten en hom­bres y a veces en perros, leones y demás animales de comportamiento masculino[39]. Así pues, no ofrece ninguna dificultad el que el demonio que atormenta a las parturientas se muestre como hembra, pues es un demonio lascivo que se complace en líquidos su­cios: toma la apariencia que corresponde a la vida que más le agrada[40].

En cuanto a que hablara armenio, Marcos nada me explicó, pues no se lo pregunté. Pero creo que la respuesta es que no puede encontrarse una lengua propia de los demonios, por mucho que uno hable hebreo, griego, sirio o alguna otra lengua extraña, responde bien a tu pregunta. Y es que, ¿por qué iban a necesitar una lengua si, como dije antes, se relacionan entre sí sin sonido alguno? Pero así como los ángeles de Dios están al frente unos de unos pueblos y otros de otros, también los demonios es­tán establecidos en distintas naciones y cada uno ha­bla la lengua de su pueblo. Por esta razón unos ha­cían en Grecia profecías en hexámetros, otros en Caldea hacían sus invocaciones en caldeo así como en Egipto llevaban a cabo sus asistencias con voces egipcias. Y exactamente del mismo modo los demo­nios de Armenia, aunque se encuentren en otro lu­gar, utilizan esa lengua como la suya propia.

TIM.- De acuerdo, Tracio. Pero, ¿por qué tienen mie­do de la espada y de las amenazas? ¿Qué temen po­der sufrir de éstas como para retirarse y alejarse?[41]

TRA.- No eres tú, Timoteo, el único en tener esa duda. También yo estaba confundido en ese punto durante mi charla con Marcos. Para sacarme de mi duda me contestó que todos los demonios están llenos de au­dacia y de cobardía y más que ninguno los materia­les. En efecto, los aéreos, sagacísimos, si se les ame­naza saben perfectamente distinguir a quien lo hace y ninguna de sus víctimas se puede librar de ellos más que siendo piadosas en el culto divino y pro­nunciando con fuerza divina el terrible nombre de Dios. Mas los demonios materiales, temerosos de ser expulsados a los abismos y a las profundidades de la tierra y, más aún, temerosos de los ángeles que los expulsan allá, cuando se les amenaza con el apar­tamiento a tales lugares y se invoca a los ángeles que tienen esa misión, se asustan, y se turban sobremanera. Y es que, en su necedad, no pueden siquiera distinguir a quien les amenaza. Es más, con que una vieja o un ufano viejecillo improvise estas amenazas el miedo se apodera de ellos y a menudo se los ex­pulsa en la idea de que la fuerza de las amenazas puede llevarlos a su fin: tan medrosos e incapaces de discernir son. Por ello el impuro linaje de los encan­tadores los maneja fácilmente con excreciones como saliva, con uñas y con cabellos, y con todo esto, una vez unido con plomo, cera o hilo fino y con sus im­píos juramentos, les provoca trágicas afecciones.

«¿Por qué entonces, le pregunté yo, tales como son, tú y muchos otros los venerabais, cuando más bien se debía despreciar su imbecilidad?».

«Ni yo, me contestó Marcos, ni ningún otro, que tenga algo de inteligencia, creo, se acerca a esos malditos. Son encantadores y hombres de mal quie­nes se les muestran favorables. Todos los que nos apartábamos de esas prácticas impías servíamos a los demonios aéreos, y en los sacrificios pedíamos que ninguno de los subterráneos se deslizara a nues­tro lado, porque si, taimadamente, alguno lo hubiera hecho, para asustarnos comenzaba a lanzarnos pie­dras. Y es que apedrear a cuantos se encuentran (con tiros muy flojos) es propio de los subterráneos. También por eso rehuimos su encuentro».

«Pero, insistí, ¿qué provecho sacabais del culto a los aéreos?».

«Nada, me respondió, nada, ni siquiera de éstos, mi noble amigo, pues lo suyo es todo jactancia, or­gullo, mentira y ostentación. Llegan de ellos a quie­nes les rinden culto fulgores ígneos, como las chis­pas de las estrellas fugaces, que los muy locos lla­man "visiones divinas", falsas, inconstantes y volu­bles —¿qué luminosidad puede haber en los tenebrosos demonios?—. Son burlas suyas, como espejismos o trucos de ilusionista, nacidos del enga­ño de quienes lo ven. Y todo eso yo, cobarde de mí, lo descubrí mucho antes y procuré apartarme de ese culto, pero hasta ahora me retenían hechizado y mi perdición estaba cantada de no haberme conducido tú al camino de la Verdad, como un faro que brilla en el mar una noche cerrada».

Dicho esto, las lágrimas humedecieron las meji­llas de Marcos. Lo consolé y luego le dije:

«Más tarde podrás llorar, que ahora es momento de celebrar tu salvación y dar gracias a Dios, el que libró tu alma y tu mente de la perdición. Pero ahora dime, pues me interesa sobremanera, si los cuerpos de los demonios pueden ser golpeados».

«Se les puede golpear, me contestó, de modo que si se lanza algún sólido a su superficie sienten dolor».

«¿Pero cómo, repliqué, si son espíritus y no cuer­pos sólidos ni compuestos? Además, la sensación es propia de los cuerpos compuestos».

«Me extraña, dijo, que no sepas que lo sensible no es un músculo o un nervio, sino el espíritu que hay en éstos. Por ello, si se comprime o enfría el nervio o sufre algo semejante, el dolor se produce al ser expedido este espíritu contra el espíritu. Esta es la razón de que un ser compuesto destrozado o muerto no sea sensible, pues no tiene espíritu. Y el espíritu de los demonios, que es por naturaleza en­teramente sensible, por todas partes ve, oye y sufre las sensaciones táctiles, y si es cortado, al igual que los cuerpos sólidos, siente dolor. Pero a diferencia de éstos, que una vez cortados con dificultad o de ningún modo pueden volverse a unir, el de los de­monios al instante se recompone, como porciones de aire o agua cuando en medio ha caído un sólido. Sin embargo, aunque se reunifique con rapidez in­decible, siente dolor cuando se produce la separa­ción. Y esta es la causa de que teman los filos de los instrumentos metálicos y los rehuyan. Conocedores de esto, los hechiceros ponen agujas y dagas hacia arriba donde no quieren que se acerquen, o maqui­nan alguna otra cosa para ahuyentarlos por sus con­trarios, o aplacarlos por sus semejantes».

Esto es, si no recuerdo mal, lo que me contó, con­vincentemente, Marcos.

TIM.- ¿Te dijo también, Tracio, si el linaje de demo­nios tiene conocimiento del porvenir?

TRA.- Decía que sí, pero ni causal ni intelectual ni científico, sino conjetural, por lo que casi siempre yerra. Y el de los materiales es particularmente dé­bil y poco o nada certero[42].

TIM.- ¿Puedes entonces hablarme de su presciencia?

TRA.- Lo haría si tuviera tiempo, pero ya es hora de volver a casa. Ya ves que el cielo se ha nublado y va a llover, y si nos quedamos aquí sentados al raso nos empaparemos.

TIM.- ¿Qué haces, compañero? ¿Dejas a medias tu discurso?

TRA.- No te enfades, mi buen amigo: si Dios quiere, cuando vuelva a coincidir contigo te expondré lo que falta al discurso, y con mayor riqueza que las dé­cimas de los siracusanos[43].


NOTAS


[1] Gautier da como título Timoteo o sobre los demonios (atesti­guado sólo en los manuscritos más recientes), por titularse una de las obras que en G acompañan a nuestro diálogo Epíscopo o sobre la actividad, y ser ambas, en su opinión, del mismo autor. Sin em­bargo, la tradición más antigua presenta Sobre la actividad de los demonios. Por «actividad» traducimos el término griego enérgeia, propiamente «posesión» (cf. energúmenos = «poseso»). «Activi­dad» es el término que, desde las primeras traducciones latinas a las más recientes en lenguas europeas, aparece invariablemente en el título de la obra.


[2] Largo y verboso como el relato de Odiseo a Alcínoo, rey de los feacios, que ocupa los libros IX-XII de la Odisea.


[3] Aristófanes en Pluto v. 862, utiliza una expresión similar.


[4] Sófocles, Filoctetes v. 1290.


[5] Ilíada 15, v. 189. Se refiere a la división del universo entre Zeus, Posidón y Hades.


[6] Juan 1, 14 y 18.


[7] Isaías 114, 13-14.


[8] La crudeza de los yambos de Arquíloco (fl. 648 a C.) era pro­verbial.


[9] La imputación de tales ceremonias fue un lugar común de la polémica antiherética. Semejantes actos fueron atribuidos a cristia­nos, gnósticos, maniqueos, paulicianos, cátaros etc.


[10] Algunos códices, que Gautier considera «mediocres», presen­tan en este punto una interpolación: «Y Basilio el Grande, comen­tando el '¡Gritad, ídolos!' de Isaías, dice: 'A hurtadillas, algunos de­monios se asientan en los ídolos para gozar de los ritos impuros: así como los perrillos voraces se acercan a los puestos de los carnice­ros, donde hay sangre y humores, de igual modo los demonios go­losos, ansiosos de la sangre y el olor de los sacrificios, merodean los altares y estatuas a ellos consagradas. Y es que con ello nutren sus cuerpos aéreos, ígneos o mezcla de ambos'».


[11] Es conocida la historia de Tántalo: queriendo probar la omnis­ciencia divina, dio a comer a los dioses la carne de su propio hijo, Pélope.


[12] En su tratado Del Espíritu Santo (PG 32, 137), donde afirma que la substancia de los poderes celestes es un soplo aéreo o un fuego inmaterial


[13] Salmos 103, 4.


[14] Hebreos 1, 14.


[15] Isaías 14, 12.


[16] Lo cuenta Proclo en su comentario al Timeo II, p. 11 (Diehl).


[17] Mateo 25, 41.


[18] Puede tratarse de la península de Gallipoli (Obolensky) o de la Calcídica (Mango, Gautier y otros).

La fuente es el pasaje de Proclo ya citado (ver nota 18).


[19] La fuente es el pasaje de Proclo ya citado (ver nota 18). La opinión de que hay aire contenido en las arterias se encuen­tra ya en el tratado pseudo aristotélico De Spiritu, y debe su origen al médico Erasístrato.


[20] La opinión de que hay aire contenido en las arterias se encuen­tra ya en el tratado pseudo aristotélico De Spiritu, y debe su origen al médico Erasístrato. Las seis dimensiones son: delante, atrás, arriba, abajo, izquier­da, derecha. La mística de los números, de origen neopitagórico, consideraba que el seis era un número perfecto (es igual a la suma de sus divisores menores que él y, además, es el primer número «par-impar», o sea, divisible en dos mitades impares), y que con­forme a él se formó el universo.


[21] . Las seis dimensiones son: delante, atrás, arriba, abajo, izquier­da, derecha. La mística de los números, de origen neopitagórico, consideraba que el seis era un número perfecto (es igual a la suma de sus divisores menores que él y, además, es el primer número «par-impar», o sea, divisible en dos mitades impares), y que con­forme a él se formó el universo.

Lo humano se asemeja al triángulo isósceles en que sólo en un lado es defectuoso: en la intención. Lo demoníaco se relaciona con el escaleno por ser defectuoso e inconsecuente en todos sus lados. La relación del seis con el triángulo escaleno se basa en la desigual­dad de todos sus lados, representada por 1 + 2 + 3 (= 6), que es co­mo, respectivamente, han de agruparse las clases de demonios que va a enumerar Pselo. Sin embargo, la idea no es correcta, pues el primer número con que se puede formar un escaleno es nueve: 2 + 3 + 4.


[22] Lo humano se asemeja al triángulo isósceles en que sólo en un lado es defectuoso: en la intención. Lo demoníaco se relaciona con el escaleno por ser defectuoso e inconsecuente en todos sus lados. La relación del seis con el triángulo escaleno se basa en la desigual­dad de todos sus lados, representada por 1 + 2 + 3 (= 6), que es co­mo, respectivamente, han de agruparse las clases de demonios que va a enumerar Pselo. Sin embargo, la idea no es correcta, pues el primer número con que se puede formar un escaleno es nueve: 2 + 3 + 4.

Cf. Svoboda, op.cit., pp. 8-9.


[23] Gaumin (PG 122, col. 843, nota 61) explica este nombre por el hebreo lel, «noche», y ur, «fuego», explicación que, con algunas co­rrecciones, acepta Svoboda.


[24] La Luna, según Plutarco, Porfirio y otros, era sede de las almas beatas.


[25] La última especie, la lucífuga (misophaés), es, según Svoboda (p. 13) innovación de Pselo que sustituye al demonio celeste que apa­rece en su fuente, Olimpiodoro, quizá por razones religiosas.


[26] Expresión utilizada repetidas veces en esta obra. Según Bidez (op.cit., p. 97), significa «el vehículo o espíritu vital invisible que sir­ve de órgano a la imaginación y a la sensibilidad».


[27] Expresión homérica (Ilíada 5, 845), que se hizo proverbial. Con este casco de piel de perro, regalo de los cíclopes, Hades podía ha­cerse invisible.


[28] Grutas infectadas de vapores pestilentes consideradas en la An­tigüedad puertas de los infiernos. Cf. Plinio N.H. 2, 95 y 205.


[29] Lucas 8, 31-33.


[30] Marcos 9, 29: «A esta raza sólo se la puede expulsar con la ora­ción y el ayuno».


[31] La polémica contra los médicos puede venir, según Svoboda, de Porfirio, que estimaba en muy poco la mera percepción. Tam­bién aparece en Pseudo-Clemente y en Orígenes. El primer médico que negó que fueran los demonios los causantes de enfermedades fue el autor del tratado Sobre la enfermedad sagrada.


[32] I Corintios 5, 5, donde Pablo entrega un pecador a Satán «para que lo atormente en el cuerpo».


[33] Ciudad de Tesalia, hoy Elassona. Se ha sugerido que hubiera que leer Ecchasani (= el Hasan), importante centro maniqueo cercano a Babilonia.


[34] Las colinas eran consideradas sagradas entre semitas y griegos. La saliva, aparte de las múltiples virtudes que se le atribuían en la Antigüedad, era un excelente «portador de fuerzas», ideal para es­tablecer el contacto entre el hechicero y el hechizado. En una carta (Sathas, MB V, p. 474) Pselo menciona un ungüento preparado por los egipcios que provocaba visiones. Por lo demás, el cuervo era considerada ave profética y demoníaca. Cf. Svoboda, p. 47.


[35] La metáfora es antigua. Una voz que hablaba por medio de Montano, cuenta Epifanio (Haer. 48, 4), decía: «Mirad, este hom­bre es como una lira y yo la toco como su plectro».


[36] O sea, no compuestos por miembros.


[37] Ilíada 3, 35.


[38] Esto es, «de patas de asno». Se ha observado que esta palabra aparece siempre usada en femenino y generalmente como nombre propio. Por ello se ha sugerido que puede tratarse de una confu­sión con los onocentauros (p.e. en Isaías 34, 11 y 14), que responden mejor a las características que Pselo atribuye a los onoscelos. Cf. Svoboda, p. 20.


[39] La opinión de que los demonios acuáticos toman forma de hembras y los terrestres de machos, concuerda con los problemas pseudo aristotélicos, cuando se afirma que en general los machos tienen el cuerpo más seco y las hembras más húmedo (4, 28).


[40] La idea de la naturaleza cambiante de los demonios coincide con las opiniones cristianas, como puede verse en la Vida de San Antonio de Atanasio. Pero la explicación que da Pselo procede del neoplatonismo, en particular de Porfirio.


[41] Tal creencia ya aparece en Homero (Odisea 11, v. 24 y ss.), donde Odiseo aleja las almas de los muertos con su espada. El po­der maléfico del metal sobre los espíritus está documentado en di­ferentes culturas de todo el mundo. Cf. F.G. Frazer, El folklore del Antiguo Testamento, (tr. esp.), Madrid-México 1981, cap. 27: «Las campanillas de oro», donde también recoge ejemplos de este uso de objetos metálicos durante el parto para ahuyentar a los espí­ritus malignos.


[42] Así se expresa también en sus comentarios a los Oráculos Cal­deos (PG 122, col. 1140). En una carta publicada por Gautier (RSBizS 1, 1980, p. 58), Pselo afirma que los demonios que rondan por las esferas celestes emiten los oráculos más verídicos; los que están en la tierra falsos y engañosos; los de los alrededores de ésta ambiguos y confusos, y los subterráneos muy irracionales.


[43] No se sabe de otra obra de Pselo que trate de la adivinación de­moníaca. En cuanto a «las décimas de los siracusanos», es refrán antiguo que indica gran dispendio.


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