sábado, 31 de diciembre de 2022


LOS 14000 SANTOS INOCENTES Y EL REY HERODES

                                            metropolita Vitaly (Ustinov)

 



Entonces Herodes, como se vio burlado por los magos, se enojó mucho y envió matar a todos los niños que había en Belén y sus alrededores, de edad de dos años para abajo, conforme al tiempo que había entendido de los magos. Entonces fue cumplido lo dicho por el profeta Jeremías: "voz fue oída en Ramá, grandes lamentaciones, lloro y gemido..."

 

(Mt. II, 16: 17).

 

Desde tiempos inmemoriales los apologistas cristianos se han dado cuenta que los hechos históricos mas estremecedores, tanto los de carácter público como los personales, en nadie provocan dudas sobre su veracidad. Por el contrario, los historiadores generalmente recalcan con cierto deleite que, por ejemplo, en la China anterior al año 2000 a.C. ya se conocía una civilización de ciencias y cultura muy elevadas , como también en Egipto 3000 años a.C. se conocían ciertas fórmulas matemáticas secretas, o que en Roma, 250 años antes de Cristo había calefacción central en las casas. Nadie acusa a los historiadores de exagerar los hechos cuando nos describen las crueldades de los reyes antiguos, de los señores y tiranos, quienes por regla general ofrecían en sacrificio a sus falsos dioses, a miles de cautivos y a otros tantos enceguecían, y en general consideraban a los seres humanos como objetos. Y es sorprendente como estos hechos ocurridos hace 3000, 2000 o 250 años a.C., casi adivinados a partir de inscripciones cuneiformes o jeroglíficos semilegibles son aceptados con fe y con gran interés. Pero si el objeto de la discusión pasa a ser algún hecho de la Sagrada Escritura, del Nuevo Testamento o de los primeros tiempos de la Iglesia Apostólica, surgen miles de dudas, reservas y "peros". Súbitamente aparece la crítica negativa, antes tímidamente escondida y ya con perjuicios formados todo se somete a revisión o se opta por la negación.

 

Todos los sucesos del Nuevo Testamento y los primeros pasos de la Iglesia fundada por Jesucristo ocurrieron en una época en que el mundo pagano alcanzó su verdadero apogeo cultural. Nunca pudo elevarse más después de aquel vuelo. Para ese entonces Roma y Grecia ya habían dado a luz a sus sabios, sus filósofos, sus poetas y sus escritores. En las grandes ciudades existían bibliotecas y archivos en el sentido cabal que hoy le damos a estos términos. Parecería que todo lo sucedido en ese periodo, todo lo que conocemos a través de los documentos históricos y las grandes obras de la literatura, no puede ser puesto en duda y debe ser aceptado como algo indiscutible. Pero he aquí que contra toda lógica y sentido común histórico, los hechos evangélicos no son aceptados por los racionalistas de todas las tendencias, y los hechos acaecidos durante la vida de nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles no se aceptan como hechos históricos, sino como algo que pudo suceder, algo legendario, que se rememora gracias a algunos recuerdos queridos de la infancia pero que es algo poco serio desde el punto de vista científico.

 

La ciencia histórica trata de estudiar minuciosamente papiros semidestruidos llenos de jeroglíficos poco legibles, tumbas antiquísimas, y pedazos de alfarería. Se aferra a indicios mínimos para echar luz sobre hechos sumergidos en la profundidad de los siglos. Trata de hilvanar hecho tras hecho, a menudo a tientas y en base a conjeturas. Trata de estructurar la historia de pueblos desaparecidos sin dejar ningún trazo legible. Pero nadie, ningún estudioso o persona culta puede permitirse considerar la historia como algo poco serio o vinculado a la leyenda, pero no les reconoce veracidad a los hechos del Nuevo Testamento a pesar de que de su época han quedado numerosos y variados testimonios escritos. Las dudas respecto a ellos solo se explican por un premeditado antagonismo hacia Dios.

 

Esta actitud premeditada hacia el Nuevo Testamento se le inculca al hombre contemporáneo desde muy temprana edad. Se produce una dualidad en el alma del niño: por un lado la educación religiosa que recibe en el hogar o las ocasionales clases de religión que puede recibir, por otro lado la educación que recibe en la escuela, que contradice sin piedad todo lo que el alma del niño recibió como sagrado, creándole una venenosa sospecha.

Todo esto nos hace reflexionar sobre la educación y en particular sobre la enseñanza impartida en las escuelas.

 

De esta manera, ya desde el banco escolar se forma en el hombre una actitud hacia el cristianismo, como si este fuera un lindo cuento infantil. Por ejemplo: "había una vez un rey malo, llamado Herodes que mato a muchos niños...". Se habla como si fuera el cuento de la "bruja comeniños" y no de un hecho histórico, como fue la matanza de 14000 niños, en Belén y sus alrededores. "Permítame -interviene la critica negativa- no se puede tomar en serio esta leyenda! Solo en el Evangelio se habla de esto y aun habría que comprobarlo. Aparte tamaña crueldad es inverosimil!".

Hemos mencionado precisamente este hecho del nuevo Testamento ya que en la época navideña, la Santa Iglesia conmemora a esos primeros mártires que

derramaron su sangre ¡nocente por Cristo y les reza para que Intercedan ante Dios por nosotros. Pero resulta que aparecen los defensores de Herodes que niegan su horrendo crimen llevándolo al ámbito de los mitos y las ficciones. Parecería que la Iglesia de Cristo, la única verdad concreta sobre la tierra, no rezara a los 14000 niños mártires sino a mitos y leyendas. Pero antes de defender a Herodes y poner en duda la matanza de los niños en Belén valdría la pena conocer la personalidad de este rey poco común, al cual la historia adjudicó el nombre de "grande", y solo entonces decidir quien esta en lo cierto: el Evangelio o los defensores de Herodes.

 

Herodes, mitad árabe y mitad hebreo, se encontró en el centro de los acontecimientos que sucedieron en la patria de Jesucristo en el momento de Su venida al mundo, fue en el fondo de su alma un árabe salvaje e irrefrenable. Su padre Antipatro, fue jefe del pueblo idumeo y tenía un gran ascendiente sobre quien fuera primero rey y luego supremo sacerdote, Hircano II, hermano mayor del rey de judea, Aristóbulo. Con sus artimañas consiguió enemistar a los dos hermanos que se embarcaron en una guerra fratricida por el trono y luego les aconsejo buscar apoyo en los romanos, los que aprovechando la cómoda ocasión se apoderaron de una nueva nación, de manera que Judea per-dio su independencia en el año 63 antes de Cristo.

Pompeyo, apoderándose de Judea, privó a Hircano de su dignidad real pero lo dejó como sumo sacerdote, mientras su hermano Aristóbulo fue llevado prisionero con toda su familia a Roma. El astuto Antipatro supo ganarse la confianza de Pompeyo y se hizo nombrar tutor del débil Hircano. Cuando César llegó al poder, Antipatro fue elevado a gobernador de todo el país.

El segundo hijo de Antipatro -Herodes- fue nombrado por su padre gobernador de Galilea. Muy astuto y ambicioso, devorado por la pasión del poder, concentró todas las fuerzas de su carácter poco común, en alcanzar el poder de toda Judea. Aun en vida de su padre había comenzado a £ar pasos en ese sentido, apartando de su camino a todos aquellos que pudieran ser sus oponentes. Comenzó aniquilando a todos los allegados al rey Aristóbulo. Llamado al Sanedrín para ser juzgado por estos crímenes, Herodes se presentó allí no como un acusado sino como un poderoso señor, vestido con un manto de púrpura. Con su comportamiento descarado y presuntuoso dejó confundidos a los miembros del Sanedrín que no se animaron a acusarlo. Por esta arbitraria eliminación de los patriotas judíos César lo recompensó poniéndolo al mando de toda Saleucia, que incluía a Judea. En el año 40 antes de Cristo Herodes se dirige a Roma y allí consigue el título de rey de Judea. Pero su reino debía ser reconquistado ya que Antígono -hijo del rey Aristóbulo- se había apoderado de toda Judea con la ayuda de los partos. Tan solo después de una tenaz guerra que duró tres años y culminó con la toma de Jerusalem, con la ayuda de los romanos, Herodes ocupa el trono.

Su reinado comienza con otro crimen: asesina a su rival y legítimo heredero al trono de Judea, Antigono Hasmoneo y a todos sus allegados. También mata a todos los miembros del Sanedrín apoderándose de todas sus riquezas. Para afirmarse en el trono, se casa con la nieta de Hircano II, la princesa Mariam. De esta manera se hizo realidad su ambición, de ser rey de Judea, sin importarle que la haya logrado a costa de tantas muertes y el odio de sus súbditos. Ahora, el problema era mantenerse en el poder. Por un lado estaba Roma, de cuya benevolencia y buena disposición dependía enteramente;

por el otro lado estaba la constante amenaza de algún complot contra su persona por parte de los Judíos que lo odiaban.

 

Con su formidable astucia Herodes consiguió agradar al poder romano por mucho tiempo. Fueron sucediéndose Julio César, Casio, Marco Antonio y Octaviano Augusto y muchos otros gobernadores del imperio romano pagaban con sus vidas o con el destierro la lealtad o la amistad con el anterior emperador. En el caso de Herodes estos cambios no se reflejaban, en todos los casos conseguía el beneplácito y la amistad de los meros dictadores. En ocasión de la victoria de Octaviano, en Accio, Herodes, que se jactaba de su amistad con Marco Antonio, tuvo que presentarse ante el vencedor. Sus enemigos se regocijaban de antemano y manifestaban casi abiertamente su alegría ya que suponían que era el fin del reinado. Sin embargo, una vez más, Herodes pudo ganarse la confianza del emperador, quien desde ese momento lo patrocinó públicamente. Ni Federico II ni Talleyrand juntos con toda la destreza y la falta de principios que los caracterizaban hubiesen sido capaces de salir tan brillantemente de la difícil situación. Y fue alto el precio con el que pagaron su prematura alegría los dignatarios hebreos: todos fueron muertos por su pérfido señor.

 

Sabiendo como era odiado, Herodes continuamente se torturaba por el miedo de perder el trono. Es por ello que ante la más mínima sospecha actuaba de raíz. Así, con falsas promesas convenció a Hircano II que vivía en Parfia, de viajar a Jerusalem y allí lo mandó matar.

Su bienamada esposa Mariam, por pertenecer a la estirpe real de los Hasmoneos, confería cierta legalidad a su poder pero también fue víctima de sus sospechas y fue ejecutada por su orden. Anteriormente corrió la misma suerte su suegra. Herodes tuvo diez esposas pero ninguna fue tan querida como Mariam a quien lloró hasta la muerte.

El hermano de Mariam fue nombrado por Herodes sumo sacerdote. Cuando ese espléndido joven apareció en el templo con todo el esplendor sacerdotal para oficiar su primer liturgia fue aclamado por el pueblo. Herodes no pudo tolerar semejante manifestación hacia un Hasmoneo y poco después organizó una gran fiesta en su palacio de las afueras de la ciudad en honor al flamante sumo sacerdote. Luego de un opíparo banquete los invitados pasaron a refrescarse a una magnifica piscina. Alli varios hombres rodearon a Aristóbulo y simulando jugar con él, lo ahogaron.

Durante su reinado Herodes estuvo dos veces al borde de la muerte, lo que provocaba una gran alegría en su pueblo. Pero en ambas ocasiones se levantó de su lecho de muerte y se vengó salvajemente de sus súbditos.

Poco antes de. su muerte, los dos hijos que tuvo con Mariam, Aristóbulo y Alejandro, regresaron de Roma donde eran instruidos en la corte del César. El padre, desconfiando de ellos por las calumnias del hijo mayor Antipatro, mandó matar a estos dos inocentes jóvenes. Muy pronto también el pérfido hijo mayor comparte el trágico fin de sus hermanos menores. Cuando Octaviano Augusto se entera de este asesinato comenta despectivamente que es mejor ser un cerdo (en griego "us") en la corte de Herodes, que ser un hijo (en griego "oius"). Augusto sabia que Herodes cumplía estrictamente el ritual de la religión judía y no comía carne prohibida, es decir, no mataba cerdos.

 

El rey Herodes se vanagloriaba de su amistad con el emperador Augusto. Para congraciarse con el reconstruyó la destruida ciudad de Samaría y en honor del mismo Augusto la llamó Sebastia (en griego Augusto se llamaba "sebast"). También

en su honor construyó a orillas del lago Genezaret la formidable ciudad Cesárea.

Deseando recuperar aunque fuere en parte la simpatía de su pueblo que sufría bajo el yugo de los tributos y era obligado a adoptar costumbres romanas, reformó los impuestos y con la dirección de los sacerdotes comenzó la reconstrucción del templo de Jerusalem. Una vez terminado se lo consideró una de las construcciones más bellas de la época, al igual que muchas otras obras de arquitectura. Por esta razón y por la de haber ensanchado las fronteras de su reino, fue llamado Herodes "el grande".

Los innumerables crímenes, la sangre, el miedo a perder el poder, la tristeza por su amada esposa Mariam, esa atmósfera de Macbeth donde vivía destruyeron su fuerte salud y lo transformaron en un ser sombrío y terriblemente desconfiado.

Su última enfermedad fue espantosa, sus entrañas se pudrían y todo el cuerpo se pudrió en llagas purulentas cubiertas de gusanos. Presintiendo su fin y sabiendo de la gran alegría que provocaría su muerte, hizo llamar a su lecho a todos los notables desde Judea a Jericó. Previamente impartió a su hermana la orden secreta de matarlos para que el día de su muerte fuese un día de dolor en su tierra. Murió a los 80 años de edad maldito por todo su pueblo.

Durante toda su vida fue carcomido por una pasión mortal, por la cual estuvo dispuesto a eliminar cualquier obstáculo; esa pasión era su poder real.

¿Hubiera podido Herodes, que llegó al poder por medios tan terribles y que lo mantuvo con tantos sacrificios, convertirse en un ser sumiso y resignado al tener conocimiento del nacimiento, en Belén, del Rey de Judea? ¡Obviamente, no! Todo su ser se estremeció de temor por su trono y comenzó a buscar la forma de librarse de su presunto rival. La única salida lógica para él era el ya usual asesinato. Por eso, sin ningún titubeo da la orden de matar a todos los niños de sexo masculino, en Belén y sus alrededores, para estar seguro de la muerte del niño Jesús, al cual consideró, exclusivamente, su propio rival. ¿Qué podría significar para él, que no tuvo compasión ni con sus parientes, ni con su esposa, ni sus hijos, la vida de 14000 inocentes?¿Era Herodes psicológicamente capaz de cometer tamaño crimen? ¡Evidentemente, si! Y lo cometió sin titubeos ni escrúpulos. Cabe, entonces, una preguntaba quien creerle? ¿A los defensores de Herodes o al Santo Evangelio que es un documento histórico de esa época?


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