sábado, 31 de diciembre de 2022

 ES MAS TARDE DE LO QUE USTED CREE

                                                Orthodox America, vol. 10, N° 6 (96), enero 1990




Hemos entrado en esta nueva década, la última antes de un nuevo milenio, impulsados por un torrente de sucesos en Europa Oriental y en la ex Unión Soviética. Su inesperada magni­tud y la velocidad con que se desenvuelve la his­toria aumentan el aura apocalíptica que rodea al año 2000, ya a menos de diez años de esa fecha.

El hombre nunca podrá refrenar el tiempo. Éste marcha inexorablemente. Todos envejecemos, acercándonos al fin de nuestros días, así como también el mundo llegará un día a su fin. Para muchas personas el tiempo es una maldición: intentan aventar sus efectos y recha­zan su paso. Pero para nosotros los cristianos el tiempo es un don que nos acerca con su trans­currir hacia una vida bendita con Nuestro Señor Jesucristo en la eternidad, siempre que usemos ese don sabiamente para prepararnos para el Reino venidero.

“Alma mía, alma mía, levántate; ¿Por qué duermes? El fin se acerca...” (kondakio del Gran Cánon de San Andrés de Creta).

Desafortunadamente, nos inclinamos más a seguir los caminos del mundo y sus preocupaciones, en que siempre hay un mañana. Vivimos sin un fin a la vista y por ello somos parcos en nuestras labores espirituales. Necesitamos un preclaro recordatorio. El padre Serafín Rose decía a menudo "es más tarde de lo que Usted cree " y no hace muchos años un sacerdote de la Unión Soviética escribía desde la prisión a sus hijos espirituales:" el fin no está en algún punto bajo el horizonte; está justo sobre vuestros hombros".

Tales admoniciones se tornan más gra­vosas cuando examinamos las profecías ortodo­xas concernientes a los tiempos finales.

Una cantidad de hombres santos y justos - San Nifon de Constantinopla (t 1508), el santo mártir Agatangelo (t 1592), San Nilo el vertedor de miro del Monte Athos, San Cosme Aitolos (t 1799), San Calínico de Rumania (t 1860)- seña­laron al año 1992 como año de rendición de cuentas. La unificación económica y política de los patees del Mercado Común, prevista para 1992, junto a los cambios de la Unión Soviética lleva a muchos a esperar mayor seguridad y prosperidad material en el futuro cercano. Sin embargo, un monje del Monte Athos - de la ermi­ta rumana del Precursor - el monje-sacerdote Petronio, comentó en un artículo reciente (Pravoslavnaya Rus, 28/11/89) que “el mundo cristiano sabe que el bienestar material no marcha mano a mano con el progreso espiritual (por lo contrario - como escribió el Apóstol San Pa­blo - cuando aumenta el materialismo declina la espiritualidad) y por ello el mundo cristiano mira a 1992 con preocupación, temiendo que la cre­ciente atención a los bienes materiales pueda llevar al incremento del mal que mora en nuestro mundo actual”.

El padre Petronio continúa describiendo la visión de San Calínico, que demoró la expan­sión de su monasterio porque "en ese tiempo cir­culaban predicciones en Rumania en el sentido de que en 1848 ocurrirían sucesos terribles que marcarían el fin de esté mundo..." Este Santo fue digno de una visión de los cielos con la Santísi­ma Trinidad "tal como está descripta en los ico­nos y debajo de Ella una inscripción grande y luminosa: 7500 años desde Adán". San Jorge y San Nicolás, presentes en la visión, urgieron a San Calínico a comenzar la construcción: "Ves que el fin del mundo no vendrá en 1848, sino 7500 desde Adán". De acuerdo con la Iglesia, el año 7500 desde Adán corresponde al año 1992 d.C.


                                             icono del santo padre Calinico de Cernica, Rumania

"En vistas de la elevada espiritualidad de San Calínico - escribe el padre Petronio - no puede dudarse de su revelación; y ello nos llena de temor. Pero debemos comprender esta visión sabiendo por las Sagradas Escrituras que el Sal­vador mismo dijo: ’de ese día y hora ningún hombre sabe, ni los ángeles del cielo, sino sólo Mi Padre’ (San Mateo 24:36)".

La solución de este dilema nos la da San Juan Crisóstomo en su comentario del libro de Génesis:

"Si Dios deseare destruir el mundo, lo po­dría hacer muy fácilmente. Nada hay más fácil para el Creador de todo que con una palabra lle­var todo a la nada, de la cual fue creado el mundo. Pero en Su gran preocupación por nues­tra salvación, Dios nos anticipa el castigo que nos tiene preparado, para así tal vez evitar enviarlo. Nos lo dice precisamente para que se­pamos y temamos Su ira, para que nos alejemos del pecado y no nos queden dudas de Su sentencia.

Así, por ejemplo, actuó contra la gran ciudad de Nínive cuyas iniquidades sobrepasa­ban toda medida. Envió al Profeta Jonás para decir al pueblo: '¡Cuarenta días más y Nínive se­rá destruida!’. Sin embargo, los ninivitas no per­dieron las esperanzas al oír esto. Confiando en Dios decretaron un estricto ayuno para personas y animales y se arrepintieron con cilicios y cenizas. Y Dios, viendo su arrepentimiento, tuvo piedad de ellos y el castigo que debían haber su­frido fue evitado.

Similarmente, antes del Diluvio la tierra se llenó con las acciones inicuas de los hombres y Dios decidió destruirlos. Empero, no lo hizo de inmediato sino que informó al pueblo con 120 años de anticipación. Mandó entonces a Noé construir el Arca y Noé trabajó 100 años en ella, de manera que su pueblo, al verlo, se convirtiese y retomase el camino recto. Fue tan sólo des­pués que Dios viese que pese a las advertencias el pueblo no se corregía ni dejaba lo malo, que los destruyó por medio del Diluvio".

Es en este sentido que debemos inter­pretar la visión antes relatada de San Calínico y asimismo la serie de signos de los últimos tiempos: apariciones de la Madre de Dios para persuadir al mundo para que se arrepienta; apa­rición de iconos que lloran y vierten miro, lámpa­ras votivas que oscilan, etc. Porque en nuestro tiempo las iniquidades de la humanidad han au­mentado inconmensurablemente y Dios en Su misericordia y amor al hombre, por medio de si­milares profecías y señales, nos recuerda que a menos que nos alejemos de lo malo, seremos castigados. Nos lo dice con anticipación precisa­mente no para castigarnos, sino para que des­pertemos y nos alejemos del mal.

Debemos oír estas admoniciones y ejer­cer en nosotros mismos la vigilancia espiritual. Sólo así evitaremos dilapidar lo que nos queda de vida. Y si nos aplicamos diligentemente a cul­tivar la salvación de nuestra alma, podremos sa­ludar al futuro con esperanza, seguros de que Dios en Su Supremo Amor, premia a quienes le buscan con todo lo bueno de esta tierra y del mundo venidero. Amén.

 

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