ES MAS TARDE DE LO QUE USTED CREE
Orthodox America, vol. 10, N° 6 (96), enero 1990
Hemos entrado en esta nueva década, la última antes de un nuevo milenio, impulsados por un torrente de sucesos en Europa Oriental y en la ex Unión Soviética. Su inesperada magnitud y la velocidad con que se desenvuelve la historia aumentan el aura apocalíptica que rodea al año 2000, ya a menos de diez años de esa fecha.
El hombre nunca podrá refrenar el tiempo. Éste marcha inexorablemente. Todos envejecemos, acercándonos al fin de nuestros días, así como también el mundo llegará un día a su fin. Para muchas personas el tiempo es una maldición: intentan aventar sus efectos y rechazan su paso. Pero para nosotros los cristianos el tiempo es un don que nos acerca con su transcurrir hacia una vida bendita con Nuestro Señor Jesucristo en la eternidad, siempre que usemos ese don sabiamente para prepararnos para el Reino venidero.
“Alma mía, alma mía, levántate; ¿Por qué duermes? El fin se acerca...” (kondakio del Gran Cánon de San Andrés de Creta).
Desafortunadamente, nos inclinamos más a seguir
los caminos del mundo y sus preocupaciones, en que siempre hay un mañana. Vivimos
sin un fin a la vista y por ello somos parcos en nuestras labores espirituales.
Necesitamos un preclaro recordatorio. El padre Serafín Rose decía a menudo
"es más tarde de lo que Usted cree " y no hace muchos años un
sacerdote de la Unión Soviética escribía desde la prisión a sus hijos
espirituales:" el fin no está en algún punto bajo el horizonte; está justo
sobre vuestros hombros".
Tales admoniciones se tornan más gravosas cuando examinamos las profecías ortodoxas concernientes a los tiempos finales.
Una
cantidad de hombres santos y justos - San Nifon de Constantinopla (t 1508), el
santo mártir Agatangelo (t 1592), San Nilo el vertedor de miro del Monte Athos,
San Cosme Aitolos (t 1799), San Calínico de Rumania (t 1860)- señalaron al
año 1992 como año de rendición de cuentas. La unificación económica y política
de los patees del Mercado Común, prevista para 1992, junto a los cambios de la Unión Soviética lleva a
muchos a esperar mayor seguridad y prosperidad material en el futuro cercano.
Sin embargo, un monje del Monte Athos - de la ermita rumana del Precursor - el
monje-sacerdote Petronio, comentó en un artículo reciente (Pravoslavnaya Rus,
28/11/89) que “el mundo cristiano sabe que el bienestar material no marcha mano
a mano con el progreso espiritual (por lo contrario - como escribió el Apóstol
San Pablo - cuando aumenta el materialismo declina la espiritualidad) y por
ello el mundo cristiano mira a 1992 con preocupación, temiendo que la creciente
atención a los bienes materiales pueda llevar al incremento del mal que mora en
nuestro mundo actual”.
El padre Petronio continúa describiendo la visión de San Calínico, que demoró la expansión de su monasterio porque "en ese tiempo circulaban predicciones en Rumania en el sentido de que en 1848 ocurrirían sucesos terribles que marcarían el fin de esté mundo..." Este Santo fue digno de una visión de los cielos con la Santísima Trinidad "tal como está descripta en los iconos y debajo de Ella una inscripción grande y luminosa: 7500 años desde Adán". San Jorge y San Nicolás, presentes en la visión, urgieron a San Calínico a comenzar la construcción: "Ves que el fin del mundo no vendrá en 1848, sino 7500 desde Adán". De acuerdo con la Iglesia, el año 7500 desde Adán corresponde al año 1992 d.C.
icono del santo padre Calinico de Cernica, Rumania
"En vistas de la elevada espiritualidad de
San Calínico - escribe el padre Petronio - no puede dudarse de su revelación;
y ello nos llena de temor. Pero debemos comprender esta visión sabiendo por las
Sagradas Escrituras que el Salvador mismo dijo: ’de ese día y hora ningún
hombre sabe, ni los ángeles del cielo, sino sólo Mi Padre’ (San Mateo
24:36)".
La solución de este dilema nos la da San Juan Crisóstomo en su comentario del libro de Génesis:
"Si Dios deseare destruir el mundo, lo podría hacer muy fácilmente. Nada hay más fácil para el Creador de todo que con una palabra llevar todo a la nada, de la cual fue creado el mundo. Pero en Su gran preocupación por nuestra salvación, Dios nos anticipa el castigo que nos tiene preparado, para así tal vez evitar enviarlo. Nos lo dice precisamente para que sepamos y temamos Su ira, para que nos alejemos del pecado y no nos queden dudas de Su sentencia.
Así, por ejemplo, actuó contra la gran ciudad de
Nínive cuyas iniquidades sobrepasaban toda medida. Envió al Profeta Jonás para
decir al pueblo: '¡Cuarenta días más y Nínive será destruida!’. Sin embargo,
los ninivitas no perdieron las esperanzas al oír esto. Confiando en Dios
decretaron un estricto ayuno para personas y animales y se arrepintieron con
cilicios y cenizas. Y Dios, viendo su arrepentimiento, tuvo piedad de ellos y
el castigo que debían haber sufrido fue evitado.
Similarmente, antes del Diluvio la tierra se llenó con las acciones inicuas de los hombres y Dios decidió destruirlos. Empero, no lo hizo de inmediato sino que informó al pueblo con 120 años de anticipación. Mandó entonces a Noé construir el Arca y Noé trabajó 100 años en ella, de manera que su pueblo, al verlo, se convirtiese y retomase el camino recto. Fue tan sólo después que Dios viese que pese a las advertencias el pueblo no se corregía ni dejaba lo malo, que los destruyó por medio del Diluvio".
Es en este
sentido que debemos interpretar la visión antes relatada de San Calínico y
asimismo la serie de signos de los últimos tiempos: apariciones de la Madre de
Dios para persuadir al mundo para que se arrepienta; aparición de iconos que
lloran y vierten miro, lámparas votivas que oscilan, etc. Porque en nuestro
tiempo las iniquidades de la humanidad han aumentado inconmensurablemente y
Dios en Su misericordia y amor al hombre, por medio de similares profecías y
señales, nos recuerda que a menos que nos alejemos de lo malo, seremos castigados.
Nos lo dice con anticipación precisamente no para castigarnos, sino para que despertemos y
nos alejemos del mal.
Debemos oír estas admoniciones y ejercer en
nosotros mismos la vigilancia espiritual. Sólo así evitaremos dilapidar lo que
nos queda de vida. Y si nos aplicamos
diligentemente a cultivar la salvación de nuestra alma, podremos saludar al
futuro con esperanza, seguros de que Dios en Su Supremo Amor, premia a quienes
le buscan con todo lo bueno de esta tierra y del mundo venidero. Amén.
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