COMPRENSIÓN DE NUESTRO CALENDARIO ECLESIASTICO (fundamentos científicos e históricos)
p. Boris Molchanov
El difunto Muy Rev. Boris Molchanov compuso este estudio del desarrollo de los calendarios civil y eclesiástico y del Pascalion o Ciclo Pascual, y concluye demostrando profundamente los indisolubles lazos entre el Calendario Juliano y el Calendario Eclesiástico.
Indica claramente por qué no es posible un
compromiso entre el Pascalion de la Santa Iglesia y el mal concebido Calendario
Gregoriano.
No sería posible comprender la cuestión del calendario sin estudiar minuciosamente estos fundamentos materiales y ponderando las conclusiones.
Prefacio:
En vistas de la falta de literatura popular sobre el Calendario Eclesiástico, uno frecuentemente debe oír como gente que es completamente incompetente en esta cuestión expresa insatisfacción con la obstinación de nuestra jerarquía eclesiástica que adhiere al Calendario Juliano y que no desea saber de sus inconvenientes prácticos - y esto ocurre especialmente entre nuestra juventud que estudia en un medio no-ortodoxo. Sus frívolas demandas para la celebración de nuestros días santos al mismo tiempo que los heterodoxos - de acuerdo al Calendario Gregoriano - para nuestro pesar y vergüenza, testifica elocuentemente la completa falta de comprensión del valioso tesoro que quieren desechar. Tal evaluación incorrecta de nuestro Calendario, sutilmente enraizada en la conciencia de miembros de nuestra Iglesia, puede fácilmente traemos grandes y catastróficas divisiones.
El autor considera oportuno empeñarse en su modesto intento por dar una explicación popular de nuestro Calendario Eclesiástico, de la que surja toda la importancia de su preservación.
Como base para su obra, el autor utilizó “La
Cronología de la Iglesia”, obra del sabio astrónomo A. Predtechensky del
Observatorio de Pulkova. Todos los cálculos y citas son de la edición original
de este libro.
1. El calendario lunar
“La
melancólica luminaria de nuestras noches”, que fue creada según las palabras
del salmista “para los tiempos y estaciones”, es decir, para la medida del
tiempo, atrajo muy tempranamente la atención del hombre por los cambios en su
aspecto. Desde tiempos inmemoriales comenzó a servir para la medida de
períodos de tiempo que excedían un día entero. El uso de la luna para este
propósito era lo más racional y natural hasta que el hombre aprendió a hacer
complejas observaciones astronómicas.
Definir la duración del tiempo que pasa entre dos
lunas llenas es incomparablemente más fácil que computar el número de días en
que el sol retoma al punto del mismo equinoccio o estación.
Por eso, el calendario lunar era de uso general en todos los países del antiguo Oriente mucho antes del nacimiento de Cristo.
Hacia el comienzo del cuarto siglo antes de Cristo, después del descubrimiento del ciclo de 19 años por el astrónomo griego Meton, el calendario lunar tenía forma tan perfecta que se conservó sin cambios hasta el presente. Los antiguos griegos adhirieron al año lunar a través de su historia, y los judíos adhieren a él aún hoy. Como calendario bíblico de acuerdo al cual Nuestro Señor Jesucristo vivió, sufrió por nosotros y resucitó, la cronología lunar entró en el calendario de la Iglesia Cristiana desde su mismo principio.
La duración del mes lunar, entonces, fue definida
con gran precisión. En nuestro calendario Eclesiástico se cita que “cada luna
tiene 29 días y medio día, y media hora, y la quinta parte de una hora”, es
decir, 29 días, 12.7 horas o 29.52 días. Ahora, la extensión del mes lunar con
precisión astronómica, es definida como igual a 29.530588 días.
Tal exactitud astronómica no tiene significado para el calendario lunar, desde que, si se tabulasen no sólo los días sino las horas con sus miles de fracciones, sería necesario (con cualquier tipo de calendario) iniciar cada nuevo mes en diferentes horas del día.
“Era muy
natural empezar a contar los meses alternativamente en 29 y 30 días. Es evidente
que tal alternación en los meses lunares es más racional que nuestros meses
solares que están sujetos a mayores alternaciones -31, 30, 29 y 28 días,
siguiendo uno a otro en una secuencia completamente arbitraria”.
El Inicio del año lunar es la luna nueva del
primer mes de primavera (en el hemisferio Norte. N. del T.) - (esto corresponde
a marzo del año solar). Desde que esta nueva luna puede ocurrir en cualquier día
del 1er al 29 de marzo, el principio del año lunar raramente coincide con el
inicio del año solar en marzo.
El primer mes de primavera del año lunar es
llamado Nisán por los judíos. El año lunar tiene 12 meses, de 30 o 29 días, y
es igual a 354 días. Al ser más corto en 11 días que el año solar, un año lunar
no puede comenzar siguiendo inmediatamente el fin del precedente. Por ello,
respecto al inicio del año solar, 1a de marzo, siempre queda un
corto resto del año limar como una décimo tercera luna incompleta.
Esto no
entra en el cálculo del año lunar dado.
2.
El
calendario solar
a) El año sótico: Los eruditos sacerdotes-astrónomos egipcios comenzaron a usar adicionalmente al calendario lunar, otro método de cronología. En la remota antigüedad, establecieron la duración del tiempo entre dos sucesivas inundaciones del Nilo y de dos advenimientos del equinoccio vernal, (que calcularon como un poco más que 365 días y seis horas). Por lo tanto, cada cuatro años su equinoccio vernal (primavera) ocurre un día más tarde. A causa de tal incremento del retardo del año sótico egipcio, el día fundamental (el día en que la estrella Sirio aparece por primera vez en el año, y en que con precisión matemática comienza el desborde del Nilo) caía en diversas fechas de varios meses. Retomaba al punto de partida sólo después de 365 períodos de cuatro años, es decir, después de 1461 años. Pero este tiempo consistía sólo en 1460 verdaderos años solares. Los egipcios resolvieron este problema simplemente ignorando el año calculado superfluo, y comenzando de nuevo, corrigiendo así el error.
b) El año Juliano: Cuando los romanos conquistaron Egipto, se
acostumbraron a la cronología egipcia que era nueva para ellos. Julio César
decidió introducirla, en una forma más precisa, en Roma.
Entre otras
cosas, era necesario correlacionar el año solar con la posición del sol en
Europa y con las estaciones europeas. “El año que fue adoptado por Julio César,
por consejo del astrónomo alejandrino Sosogenes, era de 365 días y seis horas.
Para mantener la precisión en el trato con las seis horas extras, se acordó
que por periodos de tres años fuesen contados 365 días, pero al cuarto año se
agregaba un día, compuesto de las cuatro fracciones de seis horas acumuladas.
Este año bisiesto contaba 366 días. Este arreglo continúa al presente”.
La nueva cronología juliana fue aceptada por los egipcios que comenzaron un nuevo calendario con la “Era de Actium”, es decir, desde el tiempo de la batalla de Actium en la cual los romanos conquistaron Egipto.
Esta batalla ocurrió en los últimos días de agosto - 29 de agosto en el Calendario Juliano. Pareciera que fue esta circunstancia, entre otras, la causa de que nuestro Calendario Eclesiástico sea calculado de acuerdo a las indicciones romanas, comenzando el 1ero de septiembre.
Es así que nuestro calendario de la Iglesia
contiene en sí vestigios de todos los desarrollos de la cronología desde el
mismo principio de la civilización.
3. Concordancia del calendario lunar con el solar.
a) El año lunar en relación con el
año sótico:
No era necesario poseer un especial talento de observación para darse cuenta que de una primavera a otra, de una inundación del Nilo a otra, pasaban más de doce pero menos de trece lunas o meses lunares.
Para ecualizar los cálculos de los años lunares
(más cortos) con el cálculo de los años solares (más largos), los egipcios
decidieron contar los años alternadamente, dos por doce meses y el tercero por
trece meses, y los si- ' guien tes dos de doce meses y así sucesivamente. En un
período lunar de diecinueve años, el 8a, el 11a, el 14a,
el 17a y el 19a años eran contados por trece meses.
Cuando totalizamos la suma de días de tal período lunar de 19 años y la suma
de días contenidos en 19 años del calendario solar egipcio, ambas cifras son
iguales.
Tal igualdad de días llevó el inicio del año
lunar y el inicio del año solar a un mutuo orden de partida, cuando el primer
mes del año lunar y el primer mes del año solar empiezan, en el período del
equinoccio de primavera.
Este
sistema y el ciclo lunar de 19 años fueron creados por el astrónomo griego
Meton cuatro siglos antes de la era cristiana. (Una tabla del ciclo lunar de
19 años está dada en el original, pero aquí se omite).
“Así, cuando el primer mes de un año lunar coincide con el primer mes del año sótico, la coincidencia se repetirá cada 19 años, sirviendo como indicación visible de la precisión de los cálculos por años lunares”.
b)
El año
lunar en relación con el año Juliano:
Gracias a Meton, la concordancia del año lunar con el sótico (Solar Egipcio), fue fácilmente realizada. En los ciclos lunar y solar de 19 años, había idéntico número de días - 6935.
“La adaptación del calendario lunar al Juliano fue más dificultoso. En el ciclo de 19 años Julianos, había no 6935, sino 6939 días, y 18 horas. Esto significa que, respecto al verdadero cálculo del tiempo, el año lunar avanza cuatro días, mientras que el año Juliano retarda cerca de cinco días. En consecuencia, si en algún año el 12 de Nisán coincide con el 1ero de marzo, (el primer día del año lunar con el primer mes del año Juliano solar) entonces 19 años después, el l2 de Nisán ocurrirá seis horas antes del inicio del 1ero de marzo.
Sin embargo, era fácilmente observable que tal variación no era incesante, sino que ocurría sobre un muy pequeño período. Ciertamente, en cuatro ciclos de 19 años (76 años lunares), se cuentan 27740 días, pero en 76 años solares Julianos, hay 19 días más (como resultado de la adición de un día en cada año bisiesto), es decir 27759 días.
Como resultado, en 76 años, el cálculo limar avanza 19 días (es decir, el equinoccio de primavera ocurre 19 días después) mientras que el calendario Juliano, por la adición de 19 días en 76 años, retarda el equinoccio de primavera en 19 días.
Por ello, en 76 años, el inicio del año lunar coincide en precisión con el comienzo del Juliano, de tal manera que las fases lunares, calculadas por ciclo, ocurrirán en las mismas fechas Julianas en que lo hicieron 76 años antes.
En 76 años solares, trascurren con precisión 76 años lunares y 76 años Julianos. 76 años después de que los años Juliano y solar comienzan juntos, terminarán juntos uno y otro ciclo. El 772 año empezará no sólo en uno y el mismo día, sino precisamente a la misma hora.
El resultado del cálculo de años lunares junto con los Julianos produce exactamente el mismo resultado que si uno adicionase 4 días, o mejor aún, que uno adicionase 19 días sobre el cumplimiento de 76 años. Así, en comparación de años lunares con años solares Julianos, en el ciclo Metónico, no es necesario tomar en cuenta los años bisiestos para la cuenta, sino sencillamente contar todos los 19 años como simples, de 365 días”.
4.
Nuestro Calendario Eclesiástico.
En algunos antiguos iconos de la Crucifixión del Hijo de Dios, puede verse la ilustración del Sol y de la Luna. Esto habla del hecho que ambos calendarios, solar y lunar, con su infalible concordancia mutua, deben participar en la glorificación por la Iglesia de los eventos de nuestra salvación. En nuestro calendario eclesiástico, que responde plenamente a nuestros divinos servicios, ambos cálculos, solar y lunar, participan simultáneamente. Algunos de los Libros de Servicios de la Iglesia contienen divinos Oficios que son efectuados de acuerdo al calendario solar (los Mineas Mensual y Festivo, por ejemplo), mientras en otros, están contenidos Servicios que se celebran de acuerdo al calendario lunar (el Triodion de cuaresma, el Pentecostarion y el Octoecos). Calculamos de acuerdo al calendario lunar nuestro más importante día festivo, la Resurrección de Cristo, así como todos los días santos estrechamente ligados a él en contenido y dependientes de él de acuerdo con la cronología (la Gran Cuaresma con las semanas preparatorias, la Ascensión del Señor, el comienzo del Ayuno de San Pedro y su duración, y todo el cálculo de Pentecostés).
Dado que el principio del año lunar (1ero de
Nisán) raramente coincide con el comienzo del año solar Juliano (1ero de
marzo), la fiesta de la Pascua Cristiana ocurre en diversas fechas de los meses
Julianos de marzo y abril. El cálculo del tiempo de Pascua de acuerdo a la cronología
lunar y solar, se convirtió en una compleja ciencia denominada Pascalion. En
esta área de precisa e indisoluble concordancia lunar con la cronología
Juliana, tenemos la insuperada obra de los astrónomos alejandrinos (fines del
tercer siglo) que la Iglesia preserva cuidadosamente y que está impresa en
diversos libros de divinos Servicios en forma de “Almanaque Pascual”.
5. Los vínculos del calendario lunar con el Juliano en el Pascalion cristiano ortodoxo.
Habiendo
estudiado nuestro Pascalion. estamos irresistiblemente asombrados por la
ingeniosa obra de los científicos alejandrinos que lograron, en el Pascalion,
una inalterable unión del calendario solar Juliano con el lunar. Los astrónomos
alejandrinos del siglo III conocían bien el retraso del calendario Juliano respecto
del Sol.
Sin embargo, ellos no rechazaron el calendario Juliano sino que sabiamente hicieron uso de sus errores para una estable concordancia con el año lunar, lo que está en la base de nuestro Pascalion.
El calendario Juliano permanece atrasado
respecto al verdadero tiempo solar, y el calendario lunar también, junto con el
calendario Juliano. “El año lunar está eternamente ligado al Juliano, y una
perpetua retardación del primero respecto del segundo no es posible. El retraso
del año Juliano es igual al retraso del lunar. El equinoccio retarda igualmente
en ambas cronologías”.
La diferencia entre el calendario lunar y nuestro calendario Juliano no excede una hora y media en el lapso de un milenio.
Podemos ver por nosotros mismos como todas las lunas llenas Pascuales calculadas para mil años anticipadamente en nuestro Pascalion, caen precisamente en todas las fechas indicadas en el calendario Juliano, pero de ninguna manera coinciden con el calendario Gregoriano.
La inalterable ligazón del calendario Juliano con el lunar se hace especialmente vivida por el siguiente fenómeno constante y periódico:
sabemos que el ciclo lunar es igual a 19 años,
mientras que el ciclo solar es igual a 28 años. Analicemos estas cifras por
elementales multiplicaciones: 19 = 1 x 19; 28 = 4 x 7. ¿Qué ocurre cuando los
multiplicamos cruzados? 19 x 4 = 76, es decir, tal período de 76 año en cuyo
lapso o intervalo el inicio del año lunar coincide con precisión con el
principio del Juliano (como se mostró en el capítulo tres).
Ahora, si multiplicamos 76 por 7 obtenemos 532,
es decir el período en cuyo lapso Pascua ocurre en los mismos días y meses en
que fue celebrada desde el mismo principio y durante toda la duración de la
indicción. En vista de tan estable relación entre el año lunar con el Juliano,
no puede hablarse de ningún cambio del calendario Juliano, pues de otra manera
inevitablemente ocurriría una violación de todo el bien formado y armonioso
sistema de nuestro Pascalion, y la introducción de una gran confusión en todos los cálculos Pascuales,
Lamentablemente, el atolondrado experimento de
cambiar el calendario Juliano fue hecho en Roma, y ahora podemos ver sus lastimosas
consecuencias. (Hizo imposible la obediencia de Roma a los Santos Cánones,
dados a la Santa Iglesia por el Espíritu Santo, viéndose forzada por el nuevo
calendario a abandonar el Pascalion canónico)
6. La reforma latina del calendario y sus consecuencias sobre la armonía litúrgica
En el Vaticano, en la torre de los cuatro
vientos, hay una habitación que ha conservado el nombre de “Sala del Calendris”
- la Sala del Calendario. En 1582, el Papa Gregorio XIII estaba sentado en
esta sala y observó con interés el rayo de sol que pasaba sobre el piso donde
había dibujada una línea de norte a sur.
En esos tiempos, los científicos italianos Ignacio Dante, Aloisio Lilio, Cristóforo Clavio y Pedro Cicchone, convencieron al Papa que el calendario cae retrasado respecto del sol y que necesitaba corrección.
El Papa exigió pruebas. Entonces los científicos
trazaron una línea en el piso de la Sala del Calendario, y atravesaron con una
perforación la pared del sur, para la entrada a la Sala del rayo del sol.
El Papa fue invitado a convencerse visualmente de la corrección de sus aserciones.
Ellos probaron tener razón: los días de los
solsticios y equinoccios fueron distanciados en diez días. El sol mismo
testificaba sobre la retardación del calendario Juliano. El Papa fue
convencido.
En 1582, la reforma del calendario fue aprobada.
Después del 4 de octubre, se pasó al 15 de octubre.
Si el conocimiento de los científicos italianos del siglo XVI se hubiese siquiera acercado al conocimiento de los compiladores del Pascalion (los científicos alejandrinos del siglo III) entonces ellos mismos hubiesen rechazado su plan de reforma del calendario.
Desafortunadamente, estaban lejos de la iluminación de los científicos alejandrinos, que ya en el siglo III sabían muy bien lo que los científicos italianos entendieron recién en el siglo XVI: la retardación del calendario.
La reforma
misma fue instituida primitiva y toscamente. Porque en lugar de ordenar que el
5 de octubre sea el 15 de octubre, la reforma podía haberse introducido
gradual y ordenadamente en un espacio de 40 años simplemente no contando un
día demás en los años bisiestos y considerando todos los años como simples en
ese período de 40 años. Pareciera, en realidad, que gracias a tan primitivo
método de reforma, los primeros violadores de la misma fueron los
reformadores, es decir, los astrónomos italianos, que se vieron pronto con múltiples
dificultades prácticas. ¿Cómo podían llevar el diario de sus observaciones
astronómicas en el cual debían anotar no sólo los días sino las horas y
minutos, habiendo creado una brecha de diez días? ¿Cómo podían hacer sus cálculos
después de que por medio de su reforma rompieron todos los lazos con la
uniformidad del anterior calendario? El único medio para salir de este aprieto
hubiese sido el retomo al calendario Juliano y la continuación de su uso en
todos los cálculos con un simple cambio de los resultados de sus cálculos
obtenidos en las fechas del calendario Juliano por nuevas cifras (es decir, se
hubiese obtenido la misma exactitud de cronología, y no se hubiese roto la cronología
solar y lunar).
¿Valía la pena hacer una reforma del calendario porque había un retardo en la cronología Juliana?
El más decisivo oponente a la reforma latina
resultó ser la cronología lunar que de ninguna manera podía tener alguna unión
con el nuevo calendario. Por ello los reformadores italianos se vieron forzados
a cambiar todo el Pascalion. La más bella obra de los científicos de Alejandría
fue mutilada y distorsionada. Su ingeniosamente simple y preciso sistema fue
reemplazado por un nuevo y engorroso sistema, que no alcánzó los elevados
designios del anterior.
La armonía del año lunar con el año solar fue violada.
“El orden de los cálculos de los ciclos lunares
fue cambiado y los reformadores comenzaron a calcular los movimientos de la
luna artificialmente mediante la introducción de una aceleración de un día en
310 años. El resultado fue que su Pascua, en algunos años, coincide con la
Pascua Judía, un evento que está específicamente condenado y prohibido por el
Primer Concilio Ecuménico...
Si los demasiado confiados en sí mismos
compiladores del nuevo calendario, Aloisio Lilio y sus colegas, se hubiesen
preocupado en estudiar el calendario judío contemporáneo, no hubiesen
introducido la desafortunada alteración lunar”.
El reemplazo del calendario Juliano por el Gregoriano, fue como reemplazar una elevada creación artística por un pobre y crudo tallado. Los científicos italianos del siglo XVI, con su nuevo calendario, erigieron un monumento a su propia y autoconfíada ignorancia.
7.¿Es posible un compromiso?
Los reformadores latinos, como hemos visto, habiendo cambiado el calendario solar, se vieron forzados a alternar la cronología lunar también, y junto con el año lunar, todo el Pascalion.
Muchos cristianos ortodoxos, a la vez que entienden la completa imposibilidad para la Santa Iglesia de rechazar el calendario lunar y las reglas canónicas para la celebración de la Pascua, no se dan cuenta de los indisolubles lazos de nuestro Pascalion con el calendario Juliano. Tales personas, mal informadas, frecuentemente hablan acerca de la propuesta de un compromiso: dejar nuestro Pascalion sin modificaciones, es decir, celebrar Pascua y todas las fiestas y días relacionados con ella, de acuerdo al calendario lunar; pero llevar a cabo los Divinos Servicios de acuerdo al nuevo calendario Gregoriano.
Tal propuesta es reforzada por nociones acerca de la necesidad para nuestros hijos que concurren a escuelas no ortodoxas, de celebrar todos los días santos de acuerdo a las vacaciones legales de los no-ortodoxos, según el cómputo Gregoriano.
No desean los inconvenientes de celebrar los
días santos de acuerdo al calendario de la Santa Iglesia, que no es usado por
las autoridades seculares aquí.
No queremos argüir contra ciertas dificultades que nuestros hijos en edad escolar pueden tener al observar las fiestas cristianas ortodoxas según nuestro calendario eclesiástico. Existen dichos inconvenientes, por supuesto, pero es necesario no exagerarlos. Los niños judíos y musulmanes hallan posible observar sus días festivos sin cambiar su calendario. (¿Si hasta los no-cristianos tienen el coraje de mantener sus ayunos cuando otros están festejando, y de mantener fielmente su cronología, qué excusa podemos tener de hacer menos?).
¿Por qué es que sólo entre nosotros crecen tales deseos de rendir nuestro calendario Juliano?
Viendo la
maravillosa armonía entre los calendarios lunar y Juliano, puede notarse que es
completamente imposible cambiar este último sin alterar el primero. La
desmañada experiencia latina de reforma del calendario solar, que no puede
evitar alterar (artificialmente) el año limar, debe ser una constante
advertencia para nosotros.
Los autores de propuestas de acuerdos no pueden
desestimar las completamente inadmisibles situaciones que surgen de intentar
el uso del Pascalion canónico en conjunción con el calendario Gregoriano.
Un ejemplo de tal situación ocurrió en 1959. En ese año, Pascua fue en Abril 20. El día de Pentecostés cayó el 8 de junio (todas las fechas del año lunar están indicadas de acuerdo a las fechas del calendario Juliano). Ocho días después, el 16 de junio, comenzó el ayuno de San Pedro y continuó hasta el día de los santos apóstoles San Pedro y San Pablo (29 de junio).
Si hubiese sido usado el nuevo calendario
Gregoriano, el comienzo del ayuno de San Pedro hubiera caído el 29 de junio, el
mismo día de la fiesta de San Pedro y San Pablo, y así el ayuno de San Pedro no
hubiese sido observado del todo.
Esto ocurriría en todos los casos en que Pascua cayese entre el 20 y el 25 de abril (del viejo modo). El ayuno de San Pedro desaparecería bajo el calendario Gregoriano.
La Santa Iglesia no puede de ninguna manera
renunciar a las ordenanzas apostólicas. En consecuencia, no puede aceptar el
calendario Gregoriano, ni bajo condiciones de compromiso.
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