viernes, 30 de diciembre de 2022

 COMPRENSIÓN DE NUESTRO CALENDARIO ECLESIASTICO (fundamentos científicos e históricos)

                                                p. Boris Molchanov



El difunto Muy Rev. Boris Molchanov compuso este estudio del desarrollo de los ca­lendarios civil y eclesiástico y del Pascalion o Ciclo Pascual, y concluye demostrando profun­damente los indisolubles lazos entre el Calen­dario Juliano y el Calendario Eclesiástico.

Indica claramente por qué no es posible un compromiso entre el Pascalion de la Santa Iglesia y el mal concebido Calendario Gregoriano.

No sería posible comprender la cuestión del calendario sin estudiar minuciosamente es­tos fundamentos materiales y ponderando las conclusiones.

Prefacio:

En vistas de la falta de literatura popu­lar sobre el Calendario Eclesiástico, uno frecuentemente debe oír como gente que es com­pletamente incompetente en esta cuestión ex­presa insatisfacción con la obstinación de nues­tra jerarquía eclesiástica que adhiere al Calen­dario Juliano y que no desea saber de sus in­convenientes prácticos - y esto ocurre especial­mente entre nuestra juventud que estudia en un medio no-ortodoxo. Sus frívolas demandas para la celebración de nuestros días santos al mismo tiempo que los heterodoxos - de acuerdo al Calendario Gregoriano - para nuestro pesar y vergüenza, testifica elocuentemente la com­pleta falta de comprensión del valioso tesoro que quieren desechar. Tal evaluación inco­rrecta de nuestro Calendario, sutilmente enrai­zada en la conciencia de miembros de nuestra Iglesia, puede fácilmente traemos grandes y ca­tastróficas divisiones.

El autor considera oportuno empeñarse en su modesto intento por dar una explicación popular de nuestro Calendario Eclesiástico, de la que surja toda la importancia de su preservación.

Como base para su obra, el autor utilizó “La Cronología de la Iglesia”, obra del sabio as­trónomo A. Predtechensky del Observatorio de Pulkova. Todos los cálculos y citas son de la edición original de este libro.

 

1.                   El calendario lunar

“La melancólica luminaria de nuestras noches”, que fue creada según las palabras del salmista “para los tiempos y estaciones”, es decir, para la medida del tiempo, atrajo muy tempranamente la atención del hombre por los cambios en su aspecto. Desde tiempos inme­moriales comenzó a servir para la medida de períodos de tiempo que excedían un día entero. El uso de la luna para este propósito era lo más racional y natural hasta que el hombre apren­dió a hacer complejas observaciones astronó­micas.

Definir la duración del tiempo que pasa entre dos lunas llenas es incomparablemente más fácil que computar el número de días en que el sol retoma al punto del mismo equinoc­cio o estación.

Por eso, el calendario lunar era de uso general en todos los países del antiguo Oriente mucho antes del nacimiento de Cristo.

Hacia el comienzo del cuarto siglo antes de Cristo, después del descubrimiento del ciclo de 19 años por el astrónomo griego Meton, el calendario lunar tenía forma tan perfecta que se conservó sin cambios hasta el presente. Los antiguos griegos adhirieron al año lunar a tra­vés de su historia, y los judíos adhieren a él aún hoy. Como calendario bíblico de acuerdo al cual Nuestro Señor Jesucristo vivió, sufrió por nosotros y resucitó, la cronología lunar entró en el calendario de la Iglesia Cristiana desde su mismo principio.

La duración del mes lunar, entonces, fue definida con gran precisión. En nuestro ca­lendario Eclesiástico se cita que “cada luna tie­ne 29 días y medio día, y media hora, y la quin­ta parte de una hora”, es decir, 29 días, 12.7 horas o 29.52 días. Ahora, la extensión del mes lunar con precisión astronómica, es definida como igual a 29.530588 días.

Tal exactitud astronómica no tiene sig­nificado para el calendario lunar, desde que, si se tabulasen no sólo los días sino las horas con sus miles de fracciones, sería necesario (con cualquier tipo de calendario) iniciar cada nuevo mes en diferentes horas del día.

“Era muy natural empezar a contar los meses alternativamente en 29 y 30 días. Es evi­dente que tal alternación en los meses lunares es más racional que nuestros meses solares que están sujetos a mayores alternaciones -31, 30, 29 y 28 días, siguiendo uno a otro en una secuencia completamente arbitraria”.

El Inicio del año lunar es la luna nueva del primer mes de primavera (en el hemisferio Norte. N. del T.) - (esto corresponde a marzo del año solar). Desde que esta nueva luna puede ocurrir en cualquier día del 1er al 29 de marzo, el principio del año lunar raramente coincide con el inicio del año solar en marzo.

El primer mes de primavera del año lu­nar es llamado Nisán por los judíos. El año lu­nar tiene 12 meses, de 30 o 29 días, y es igual a 354 días. Al ser más corto en 11 días que el año solar, un año lunar no puede comenzar si­guiendo inmediatamente el fin del precedente. Por ello, respecto al inicio del año solar, 1a de marzo, siempre queda un corto resto del año limar como una décimo tercera luna incompleta.

Esto no entra en el cálculo del año lu­nar dado.

2.                   El calendario solar

 

a)                    El año sótico: Los eruditos sacer­dotes-astrónomos egipcios comenzaron a usar adicionalmente al calendario lunar, otro méto­do de cronología. En la remota antigüedad, es­tablecieron la duración del tiempo entre dos sucesivas inundaciones del Nilo y de dos adve­nimientos del equinoccio vernal, (que calcula­ron como un poco más que 365 días y seis horas). Por lo tanto, cada cuatro años su equi­noccio vernal (primavera) ocurre un día más tarde. A causa de tal incremento del retardo del año sótico egipcio, el día fundamental (el día en que la estrella Sirio aparece por primera vez en el año, y en que con precisión matemática co­mienza el desborde del Nilo) caía en diversas fe­chas de varios meses. Retomaba al punto de partida sólo después de 365 períodos de cuatro años, es decir, después de 1461 años. Pero este tiempo consistía sólo en 1460 verdaderos años solares. Los egipcios resolvieron este problema simplemente ignorando el año calculado superfluo, y comenzando de nuevo, corrigiendo así el error.

b)            El año Juliano: Cuando los romanos conquistaron Egipto, se acostumbraron a la cronología egipcia que era nueva para ellos. Ju­lio César decidió introducirla, en una forma más precisa, en Roma.

 

Entre otras cosas, era necesario correla­cionar el año solar con la posición del sol en Europa y con las estaciones europeas. “El año que fue adoptado por Julio César, por consejo del astrónomo alejandrino Sosogenes, era de 365 días y seis horas. Para mantener la preci­sión en el trato con las seis horas extras, se acordó que por periodos de tres años fuesen contados 365 días, pero al cuarto año se agre­gaba un día, compuesto de las cuatro fraccio­nes de seis horas acumuladas. Este año bisies­to contaba 366 días. Este arreglo continúa al presente”.

La nueva cronología juliana fue acepta­da por los egipcios que comenzaron un nuevo calendario con la “Era de Actium”, es decir, desde el tiempo de la batalla de Actium en la cual los romanos conquistaron Egipto.

Esta batalla ocurrió en los últimos días de agosto - 29 de agosto en el Calendario Juliano. Pareciera que fue esta circunstancia, entre otras, la causa de que nuestro Calendario Eclesiástico sea calculado de acuerdo a las in­dicciones romanas, comenzando el 1ero de septiembre.

Es así que nuestro calendario de la Igle­sia contiene en sí vestigios de todos los desarrollos de la cronología desde el mismo prin­cipio de la civilización.

 

3.                   Concordancia del calendario lunar con el solar.

    a)            El año lunar en relación con el año sótico:

 

No era necesario poseer un especial ta­lento de observación para darse cuenta que de una primavera a otra, de una inundación del Nilo a otra, pasaban más de doce pero menos de trece lunas o meses lunares.

Para ecualizar los cálculos de los años lunares (más cortos) con el cálculo de los años solares (más largos), los egipcios decidieron contar los años alternadamente, dos por doce meses y el tercero por trece meses, y los si- ' guien tes dos de doce meses y así sucesivamente. En un período lunar de dieci­nueve años, el 8a, el 11a, el 14a, el 17a y el 19a años eran contados por trece meses. Cuando totalizamos la suma de días de tal período lu­nar de 19 años y la suma de días contenidos en 19 años del calendario solar egipcio, ambas ci­fras son iguales.

Tal igualdad de días llevó el inicio del año lunar y el inicio del año solar a un mutuo orden de partida, cuando el primer mes del año lunar y el primer mes del año solar empiezan, en el período del equinoccio de primavera.

Este sistema y el ciclo lunar de 19 años fueron creados por el astrónomo griego Meton cuatro siglos antes de la era cristiana. (Una ta­bla del ciclo lunar de 19 años está dada en el original, pero aquí se omite).

“Así, cuando el primer mes de un año lunar coincide con el primer mes del año sótico, la coincidencia se repetirá cada 19 años, sirviendo como indicación visible de la preci­sión de los cálculos por años lunares”.

      b)                   El año lunar en relación con el año Juliano:

 

Gracias a Meton, la concordancia del año lunar con el sótico (Solar Egipcio), fue fácil­mente realizada. En los ciclos lunar y solar de 19 años, había idéntico número de días - 6935.

“La adaptación del calendario lunar al Juliano fue más dificultoso. En el ciclo de 19 años Julianos, había no 6935, sino 6939 días, y 18 horas. Esto significa que, respecto al ver­dadero cálculo del tiempo, el año lunar avanza cuatro días, mientras que el año Juliano retar­da cerca de cinco días. En consecuencia, si en algún año el 12 de Nisán coincide con el 1ero de marzo, (el primer día del año lunar con el pri­mer mes del año Juliano solar) entonces 19 años después, el l2 de Nisán ocurrirá seis ho­ras antes del inicio del 1ero de marzo.

Sin embargo, era fácilmente observable que tal variación no era incesante, sino que ocurría sobre un muy pequeño período. Ciertamente, en cuatro ciclos de 19 años (76 años lunares), se cuentan 27740 días, pero en 76 años solares Julianos, hay 19 días más (como resultado de la adición de un día en cada año bisiesto), es decir 27759 días.

Como resultado, en 76 años, el cálculo limar avanza 19 días (es decir, el equinoccio de primavera ocurre 19 días después) mientras que el calendario Juliano, por la adición de 19 días en 76 años, retarda el equinoccio de pri­mavera en 19 días.

Por ello, en 76 años, el inicio del año lu­nar coincide en precisión con el comienzo del Juliano, de tal manera que las fases lunares, calculadas por ciclo, ocurrirán en las mismas fechas Julianas en que lo hicieron 76 años antes.

En 76 años solares, trascurren con pre­cisión 76 años lunares y 76 años Julianos. 76 años después de que los años Juliano y solar comienzan juntos, terminarán juntos uno y otro ciclo. El 772 año empezará no sólo en uno y el mismo día, sino precisamente a la misma hora.

El resultado del cálculo de años luna­res junto con los Julianos produce exactamen­te el mismo resultado que si uno adicionase 4 días, o mejor aún, que uno adicionase 19 días sobre el cumplimiento de 76 años. Así, en com­paración de años lunares con años solares Julianos, en el ciclo Metónico, no es necesario tomar en cuenta los años bisiestos para la cuenta, sino sencillamente contar todos los 19 años como simples, de 365 días”.

4.                    Nuestro Calendario Eclesiástico.

 

En algunos antiguos iconos de la Cruci­fixión del Hijo de Dios, puede verse la ilustra­ción del Sol y de la Luna. Esto habla del hecho que ambos calendarios, solar y lunar, con su infalible concordancia mutua, deben participar en la glorificación por la Iglesia de los eventos de nuestra salvación. En nuestro calendario eclesiástico, que responde plenamente a nues­tros divinos servicios, ambos cálculos, solar y lunar, participan simultáneamente. Algunos de los Libros de Servicios de la Iglesia contienen divinos Oficios que son efectuados de acuerdo al calendario solar (los Mineas Mensual y Festivo, por ejemplo), mientras en otros, están contenidos Servicios que se celebran de acuer­do al calendario lunar (el Triodion de cuaresma, el Pentecostarion y el Octoecos). Calculamos de acuerdo al calendario lunar nuestro más importante día festivo, la Resu­rrección de Cristo, así como todos los días san­tos estrechamente ligados a él en contenido y dependientes de él de acuerdo con la cronología (la Gran Cuaresma con las semanas preparatorias, la Ascensión del Señor, el co­mienzo del Ayuno de San Pedro y su duración, y todo el cálculo de Pentecostés).

Dado que el principio del año lunar (1ero de Nisán) raramente coincide con el comienzo del año solar Juliano (1ero de marzo), la fiesta de la Pascua Cristiana ocurre en diversas fechas de los meses Julianos de marzo y abril. El cál­culo del tiempo de Pascua de acuerdo a la cro­nología lunar y solar, se convirtió en una com­pleja ciencia denominada Pascalion. En esta área de precisa e indisoluble concordancia lu­nar con la cronología Juliana, tenemos la insuperada obra de los astrónomos alejandrinos (fines del tercer siglo) que la Iglesia preserva cuidadosamente y que está impresa en diversos libros de divinos Servicios en forma de “Almanaque Pascual”.

 

5.                    Los vínculos del calendario lunar con el Juliano en el Pascalion cristiano ortodoxo.

Habiendo estudiado nuestro Pascalion. estamos irresistiblemente asombrados por la ingeniosa obra de los científicos alejandrinos que lograron, en el Pascalion, una inalterable unión del calendario solar Juliano con el lunar. Los astrónomos alejandrinos del siglo III cono­cían bien el retraso del calendario Juliano res­pecto del Sol.

Sin embargo, ellos no rechazaron el ca­lendario Juliano sino que sabiamente hicieron uso de sus errores para una estable concordan­cia con el año lunar, lo que está en la base de nuestro Pascalion.

El calendario Juliano permanece atra­sado respecto al verdadero tiempo solar, y el calendario lunar también, junto con el calenda­rio Juliano. “El año lunar está eternamente li­gado al Juliano, y una perpetua retardación del primero respecto del segundo no es posible. El retraso del año Juliano es igual al retraso del lunar. El equinoccio retarda igualmente en am­bas cronologías”.

La diferencia entre el calendario lunar y nuestro calendario Juliano no excede una hora y media en el lapso de un milenio.

Podemos ver por nosotros mismos como todas las lunas llenas Pascuales calculadas pa­ra mil años anticipadamente en nuestro Pascalion, caen precisamente en todas las fe­chas indicadas en el calendario Juliano, pero de ninguna manera coinciden con el calendario Gregoriano.

La inalterable ligazón del calendario Ju­liano con el lunar se hace especialmente vivida por el siguiente fenómeno constante y periódico:

sabemos que el ciclo lunar es igual a 19 años, mientras que el ciclo solar es igual a 28 años. Analicemos estas cifras por elementales multiplicaciones: 19 = 1 x 19; 28 = 4 x 7. ¿Qué ocurre cuando los multiplicamos cruzados? 19 x 4 = 76, es decir, tal período de 76 año en cu­yo lapso o intervalo el inicio del año lunar coin­cide con precisión con el principio del Juliano (como se mostró en el capítulo tres).

Ahora, si multiplicamos 76 por 7 obte­nemos 532, es decir el período en cuyo lapso Pascua ocurre en los mismos días y meses en que fue celebrada desde el mismo principio y durante toda la duración de la indicción. En vista de tan estable relación entre el año lunar con el Juliano, no puede hablarse de ningún cambio del calendario Juliano, pues de otra manera inevitablemente ocurriría una violación de todo el bien formado y armonioso sistema de nuestro Pascalion, y la introducción de una gran confusión en todos los cálculos Pascuales,

Lamentablemente, el atolondrado expe­rimento de cambiar el calendario Juliano fue hecho en Roma, y ahora podemos ver sus lasti­mosas consecuencias. (Hizo imposible la obe­diencia de Roma a los Santos Cánones, dados a la Santa Iglesia por el Espíritu Santo, viéndose forzada por el nuevo calendario a abandonar el Pascalion canónico)

 

6.                   La reforma latina del calendario y sus conse­cuencias sobre la armonía litúrgica

En el Vaticano, en la torre de los cuatro vientos, hay una habitación que ha conservado el nombre de “Sala del Calendris” - la Sala del Calendario. En 1582, el Papa Gregorio XIII es­taba sentado en esta sala y observó con interés el rayo de sol que pasaba sobre el piso donde había dibujada una línea de norte a sur.

En esos tiempos, los científicos italianos Ignacio Dante, Aloisio Lilio, Cristóforo Clavio y Pedro Cicchone, convencieron al Papa que el calendario cae retrasado respecto del sol y que necesitaba corrección.

El Papa exigió pruebas. Entonces los científicos trazaron una línea en el piso de la Sala del Calendario, y atravesaron con una per­foración la pared del sur, para la entrada a la Sala del rayo del sol.

El Papa fue invitado a convencerse vi­sualmente de la corrección de sus aserciones.

Ellos probaron tener razón: los días de los solsticios y equinoccios fueron distanciados en diez días. El sol mismo testificaba sobre la retardación del calendario Juliano. El Papa fue convencido.

En 1582, la reforma del calendario fue aprobada. Después del 4 de octubre, se pasó al 15 de octubre.

Si el conocimiento de los científicos ita­lianos del siglo XVI se hubiese siquiera acercado al conocimiento de los compiladores del Pas­calion (los científicos alejandrinos del siglo III) entonces ellos mismos hubiesen rechazado su plan de reforma del calendario.

Desafortunadamente, estaban lejos de la iluminación de los científicos alejandrinos, que ya en el siglo III sabían muy bien lo que los científicos italianos entendieron recién en el si­glo XVI: la retardación del calendario.

La reforma misma fue instituida primiti­va y toscamente. Porque en lugar de ordenar que el 5 de octubre sea el 15 de octubre, la re­forma podía haberse introducido gradual y or­denadamente en un espacio de 40 años simplemente no contando un día demás en los años bisiestos y considerando todos los años como simples en ese período de 40 años. Pareciera, en realidad, que gracias a tan primitivo método de reforma, los primeros violadores de la mis­ma fueron los reformadores, es decir, los astró­nomos italianos, que se vieron pronto con múl­tiples dificultades prácticas. ¿Cómo podían lle­var el diario de sus observaciones astronómicas en el cual debían anotar no sólo los días sino las horas y minutos, habiendo creado una bre­cha de diez días? ¿Cómo podían hacer sus cál­culos después de que por medio de su reforma rompieron todos los lazos con la uniformidad del anterior calendario? El único medio para salir de este aprieto hubiese sido el retomo al calendario Juliano y la continuación de su uso en todos los cálculos con un simple cambio de los resultados de sus cálculos obtenidos en las fechas del calendario Juliano por nuevas cifras (es decir, se hubiese obtenido la misma exacti­tud de cronología, y no se hubiese roto la cro­nología solar y lunar).

¿Valía la pena hacer una reforma del calendario porque había un retardo en la cro­nología Juliana?

El más decisivo oponente a la reforma latina resultó ser la cronología lunar que de ninguna manera podía tener alguna unión con el nuevo calendario. Por ello los reformadores italianos se vieron forzados a cambiar todo el Pascalion. La más bella obra de los científicos de Alejandría fue mutilada y distorsionada. Su ingeniosamente simple y preciso sistema fue reemplazado por un nuevo y engorroso sistema, que no alcánzó los elevados designios del anterior.

La armonía del año lunar con el año so­lar fue violada.

“El orden de los cálculos de los ciclos lunares fue cambiado y los reformadores co­menzaron a calcular los movimientos de la luna artificialmente mediante la introducción de una aceleración de un día en 310 años. El resultado fue que su Pascua, en algunos años, coincide con la Pascua Judía, un evento que está espe­cíficamente condenado y prohibido por el Pri­mer Concilio Ecuménico...

Si los demasiado confiados en sí mis­mos compiladores del nuevo calendario, Aloisio Lilio y sus colegas, se hubiesen preocupado en estudiar el calendario judío contemporáneo, no hubiesen introducido la desafortunada altera­ción lunar”.

El reemplazo del calendario Juliano por el Gregoriano, fue como reemplazar una eleva­da creación artística por un pobre y crudo tallado. Los científicos italianos del siglo XVI, con su nuevo calendario, erigieron un monu­mento a su propia y autoconfíada ignorancia.

7.¿Es posible un compromiso?

Los reformadores latinos, como hemos visto, habiendo cambiado el calendario solar, se vieron forzados a alternar la cronología lunar también, y junto con el año lunar, todo el Pascalion.

Muchos cristianos ortodoxos, a la vez que entienden la completa imposibilidad para la Santa Iglesia de rechazar el calendario lunar y las reglas canónicas para la celebración de la Pascua, no se dan cuenta de los indisolubles lazos de nuestro Pascalion con el calendario Juliano. Tales personas, mal informadas, fre­cuentemente hablan acerca de la propuesta de un compromiso: dejar nuestro Pascalion sin modificaciones, es decir, celebrar Pascua y to­das las fiestas y días relacionados con ella, de acuerdo al calendario lunar; pero llevar a cabo los Divinos Servicios de acuerdo al nuevo ca­lendario Gregoriano.

Tal propuesta es reforzada por nociones acerca de la necesidad para nuestros hijos que concurren a escuelas no ortodoxas, de celebrar todos los días santos de acuerdo a las vacacio­nes legales de los no-ortodoxos, según el cóm­puto Gregoriano.

No desean los inconvenientes de cele­brar los días santos de acuerdo al calendario de la Santa Iglesia, que no es usado por las autoridades seculares aquí.

No queremos argüir contra ciertas difi­cultades que nuestros hijos en edad escolar pueden tener al observar las fiestas cristianas ortodoxas según nuestro calendario eclesiástico. Existen dichos inconvenientes, por supuesto, pero es necesario no exagerarlos. Los niños judíos y musulmanes hallan posible ob­servar sus días festivos sin cambiar su calendario. (¿Si hasta los no-cristianos tienen el coraje de mantener sus ayunos cuando otros están festejando, y de mantener fielmente su cronología, qué excusa podemos tener de hacer menos?).

¿Por qué es que sólo entre nosotros cre­cen tales deseos de rendir nuestro calendario Juliano?

Viendo la maravillosa armonía entre los calendarios lunar y Juliano, puede notarse que es completamente imposible cambiar este últi­­mo sin alterar el primero. La desmañada expe­riencia latina de reforma del calendario solar, que no puede evitar alterar (artificialmente) el año limar, debe ser una constante advertencia para nosotros.

Los autores de propuestas de acuerdos no pueden desestimar las completamente inad­misibles situaciones que surgen de intentar el uso del Pascalion canónico en conjunción con el calendario Gregoriano.

Un ejemplo de tal situación ocurrió en 1959. En ese año, Pascua fue en Abril 20. El día de Pentecostés cayó el 8 de junio (todas las fechas del año lunar están indicadas de acuer­do a las fechas del calendario Juliano). Ocho días después, el 16 de junio, comenzó el ayuno de San Pedro y continuó hasta el día de los santos apóstoles San Pedro y San Pablo (29 de junio).

Si hubiese sido usado el nuevo calenda­rio Gregoriano, el comienzo del ayuno de San Pedro hubiera caído el 29 de junio, el mismo día de la fiesta de San Pedro y San Pablo, y así el ayuno de San Pedro no hubiese sido observa­do del todo.

Esto ocurriría en todos los casos en que Pascua cayese entre el 20 y el 25 de abril (del viejo modo). El ayuno de San Pedro desapare­cería bajo el calendario Gregoriano.

La Santa Iglesia no puede de ninguna manera renunciar a las ordenanzas apostólicas. En consecuencia, no puede acep­tar el calendario Gregoriano, ni bajo condicio­nes de compromiso.


Formatos de descarga



No hay comentarios:

Publicar un comentario

CURSO DE SUPERVIVENCIA ORTODOXA; LA REVOLUCIÓN EN EL SIGLO XIX. Parte VII

    padre Serafín Rose Comenzaremos esta lectura con una cita de metropolitano Anastasi, de sus memorias, que es simplemente una colección d...