INTRODUCCIÓN
Ya casi todo el mundo esta bajo las garras
del mal y la locura. El infierno se ha acercado a nosotros como nunca
antes. Hemos entrado en una prolongada
Semana Santa Aterrorizados contemplamos las “burlas constantes, los escupitajos
y crucifixión de Cristo”[1] (Justin Popovich) Todos
aquellos que sientan compasión y amor por Cristo están llamados a confesar su
fe. No tenemos otro camino, estamos bajo
asedio: "Me rodearon y me asediaron; Mas en el nombre del Señor yo las
destruiré." (Salmo. 117,11)
Sólo un puñado de los que amaban al Salvador
se apiñaron ante la Cruz en la que Él sufrió.
De la misma manera, ahora, 2000 años después, ha quedado en el mundo un
pequeño rebaño de Cristo, disperso en muchos países, pero todavía fiel al Señor
que había prometido no dejarlos huérfanos "porque el Señor no desechará a
su pueblo, ni abandonará su herencia" (Sal. 93,14).
Creyendo firmemente en la promesa del Señor:
"y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella" (Mt. 16,18) confiamos que: "incluso en los
tiempos terribles que ahora esta experimentando la Iglesia, cuando todo parece
perecer bajo los ataques del enemigo, el Señor le ofrece su ayuda y la salva de
la ruina" (arzobispo Serafin Sobolev)
Por el bien de nuestros confesores de Cristo
contemporáneos y de aquellos que sinceramente intentan comprender la situación
actual de la Iglesia, hemos emprendido el presente trabajo y también su
traducción al inglés.
Aunque la autora es consciente de su
indignidad, se toma la libertad de escribir sobre el ecumenismo apóstata
basándose únicamente en las enseñanzas de la Iglesia y en los hechos,
absteniéndose, en la medida de lo posible, de conjeturas y valoraciones
personales. Encontramos en las palabras de nuestro compatriota amante de Dios,
Alexei Khomyakov, como requisito previo a la hora de inspirarnos en este
atrevimiento referentes a la obligación que tiene cada miembro de la Iglesia de
defenderla cuando sea necesario, ya que la Iglesia no tiene defensores
oficiales.
La traducción de la primera versión de
"Ecumenismo...", realizada por Olga I. Koshansky en Australia, nos
impulsó a revisar completamente la original y a escribir una nueva obra. El
texto actual tiene aproximadamente cinco veces el tamaño del anterior y
presupone un gran trabajo de traducción que, sin falta ni reproche, fue
realizado por O. I. Koshansky. Algunas de las numerosas notas y referencias de
este libro dentro del libro, con las que hemos equiparado y documentado nuestro
texto, fueron traducidas por Dimitri M. Hintze, quien también aceptó
amablemente ofrecer asesoramiento en el proceso de lectura del manuscrito en
inglés. A ambos les estamos profundamente agradecidos por el trabajo realizado.
Agradecemos sinceramente los invaluables
comentarios y la cooperación brindados por el archidiácono Germán
Ivanoff-Trinadzaty, Dr.phil. (Lyon, Francia).
Sin la participación de aquellos cuya ayuda,
consejo, guía espiritual y oraciones desinteresadas y constantes nos apoyaron,
este libro simplemente habría quedado sin publicarse. Cuyo primer lugar concierne al padre
archimandrita Alexy (Makrinov), quien no sólo guió al autor sino que también
complementó sustancialmente muchos capítulos.
PREFACIO
Al
alejarse el siglo XX, muchos fenómenos se llevaron a cabo bajo el signo de la
mentira, bajo el signo de una fe falsificada. El Ecumenismo, anatematizado en 1983 por los obispos del Concilio de
la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero, en nuestros días se ha convertido en
un gran enemigo, la herejía de las herejías, por así decirlo. Desde entonces ha
sido señalado repetidamente como la Primera Herejía de la Iglesia Ortodoxa Rusa
en el Extranjero, el anatema, confronta desde entonces, la conciencia de aquel
ortodoxo que ha caído bajo el movimiento mundial de carácter ecuménico.
En
Rusia, gracias a las parroquias de la ROCA (siglas en ingles de la Iglesia
Ortodoxa Rusa en el Extranjero, “Russian Orthodox Church Abroad”) y sus
publicaciones, el Ecumenismo es percibido como algo sumamente inaceptable y
peligroso para la fe ortodoxa.
No es
así en Occidente, cada vez cuando el Ortodoxo crítica al Ecumenismo, sus
hermanos heterodoxos se mofan por su “arrogancia”, “conservadurismo”,
“intolerancia” o bien nos acusan de falta de sensibilidad o de ser muy
estrictos.
Para
ellos, el Ecumenismo significa, antes que nada, amor y unidad de todos bajo el
amor… (Estamos hablando de los heterodoxos cristianos que son sinceros, no
sobre aquellos que trabajan para la creación de una Iglesia apocalíptica, “la
gran ramera”, y que son muy conscientes de lo que están haciendo en nombre del
Anticristo).
Según
el Apóstol Pablo, quién protegió la pureza de la Ortodoxia cuando expreso,
“siguiendo la Verdad en amor” (Efesios 4,15). La verdad es nuestro lenguaje de
amor en Cristo. Nosotros, los Cristianos Ortodoxos, tratamos no como lo hizo
Pilatos y sus falsos sabios al preguntar, “¿Cuál es la verdad?”, conociendo que
nuestro Señor Jesucristo es “El camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6).
Ortodoxia,
de acuerdo al origen etimológico del griego y eslavo, es lo recto, la fe correcta por la cual
glorificamos a Dios. ¿En
donde entonces hacemos lo correcto? Nuestra rectitud yace en los fieles salvaguardia
de todo lo que el Señor legó a sus discípulos.
Por dos mil años la Iglesia Ortodoxa estuvo
guardando fielmente la Sagrada Tradición y la sucesión apostólica. Nosotros no
queremos ni presumimos cambiar nada de la tradición legada por nuestro Señor
Jesucristo, no estamos adaptándolo a él para nosotros, de acuerdo al “espíritu
del tiempo”, el espíritu de este mundo.
Nuestra Iglesia conoce que eso no es lo
correcto y que termina diluyendo la pureza de las enseñanzas dadas por Dios por
peligrosas falsas doctrinas y herejías invocadas para preservar una unidad
imaginaria. No es aceptable la enseñanza de los católicos que tuvieron el
atrevimiento de cambiar el dogma del Espíritu Santo (Filioque) en el Credo
Niceno-Constantinopolitano (a pesar del hecho de que ni un ápice del Credo
puede ser cambiado), y que, persistiendo en su herejía han adherido eventualmente
a otras falsas doctrinas también. También para los Cristianos Ortodoxos nos
resulta inconcebible la unión con los protestantes que no veneran a la Madre de
Dios, y que no reconocen la Sagrada Tradición y la autoridad de los Padres de
la Iglesia, rechazando de la misma forma a los santos. No podemos ser parte de
aquellos que – como los protestantes – rechazan la veneración de las reliquias
sagradas y de los iconos sagrados. Es decir, de aquellos que pertenecen a la
herejía iconoclasta condenada y anatematizada por el Séptimo Concilio
Ecuménico. No podemos rezar tampoco con los monofisitas, que por 1500 años han
adherido a la herejía cristológica. Y finalmente, queremos distanciarnos
de todos aquellos que minan los fundamentos mismos del cristianismo
con sus innovaciones impías.
El
preservar significa, “el proteger”. Los cánones de la Iglesia Ortodoxa protegen
su santidad. Por lo
tanto, de acuerdo con las Reglas Apostólicas 45 y 65,
obispos, presbíteros y diáconos, que han rezado simplemente junto a herejes, o
que han entrado en una sinagoga judía para rezar, son depuestos del servicio y los laicos que recen junto a los herejes
son excomulgados de la Iglesia. Los
cánones 6 y 33 del Concilio de Laodicea, prohíben a los herejes no solo estar
presentes en las Iglesias sino que incluso se les imposibilita entrar en ellas.
También hay otros cánones que cuidan a la Iglesia Ortodoxa de la usurpación
herética de ella y que de hecho son estrictos.
Después de todo, cualquier custodio que cuida un tesoro debe de ser vigilante y
estricto, ser estricto – sin embargo – no significa ser cruel. La protección de
nuestro tesoro más preciado – la santa Ortodoxia – está muy lejos de sentir
arrogancia e insensibilidad de la cual se nos acusa. No es la falta de
sensibilidad la razón por la cual resistimos al Ecumenismo.
En nuestras oraciones privadas como cuando
oramos en comunidad bajo la Iglesia, imploramos al Señor que “calme la disputa
entre las iglesias” y también para que “vuelvan a la senda de la verdad y de la
salvación para aquellos que se han extraviado de la fe ortodoxa”. Oramos para
que aquellos que se han alejado de la Una, Santa, Católica y
Apostólica Iglesia, se arrepientan y
vuelvan a ella. La unión de todos en verdad y amor es la esperanza sincera de
los cristianos ortodoxos.
Algunos de nuestros hermanos y hermanos
heterodoxos que fueron educados en tradiciones ajenas a la Ortodoxia y que se
sienten atraídos por la belleza de
nuestra Iglesia, pueden conocer que la verdad y la gracia son a la vez una
garantía y la causa de esta belleza sobrenatural. De todas formas, que no
se preocupen cuando se enteren a través de las páginas de este libro que casi
todas las iglesias ortodoxas locales (o sus jerarquías, para ser más precisos),
están envueltas en el Ecumenismo bajo el liderazgo de los Patriarcados de
Constantinopla y Moscú. Después de haber violado los cánones sagrados, cayendo fuera de la plenitud de la
ortodoxia. Sin embargo, no constituyen toda la Iglesia, “La Iglesia está donde
se mantenga inalterada la Fe Ortodoxa y la vida acorde a esta fe”[2].
La Iglesia está formada por aquellos
griegos, rusos, americanos, rumanos,
búlgaros, serbios, franceses
y otras personas ortodoxas de diferentes países, que tienen una Patria
espiritual en común: La Sagrada Ortodoxia. La Iglesia se compone de todas
las personas que fielmente preservar la pureza de la fe, tal
como se nos ha transmitido por los Santos Apóstoles y Padres
de la Iglesia. La sal de su fe pura es la sal de la tierra,
"La Iglesia es la comunidad divinamente establecida de
personas unidas por la fe ortodoxa, la Ley de Dios, la jerarquía y los sacramentos. (Metropolita Filareto; “Catecismo cristiano..."). Si reconocemos a nuestros jerarcas
como los apóstatas que confunden la fe con la falsa fe, que tienen comunión sacramental con los herejes anatematizados, y que
instruyen a la gente a hacer lo mismo ¿esto no nos colocan fuera de
los muros de la iglesia y en peligro de ser separados de la
Fuente de la vida eterna?
Creemos que Dios le conceda el
espíritu de arrepentimiento a los que luchan por la verdadera ortodoxia y que Él los
guiará a lo largo de su propio camino elegido
para el único refugio sagrado. Y la Iglesia Ortodoxa acepta con amor.
Más allá de la belleza visible
de la Iglesia Ortodoxa se encuentra la belleza
que según Fiodor Dostoievsky, podrá “salvar al mundo”. Sólo la
Iglesia, que verdaderamente ama a Cristo, es capaz de resistir al
Anticristo cuyo advenimiento está cerca, y salvarse
de él.
Casi 7 años han pasado desde que “Ecumenismo;
camino a la perdición” fue por primera vez publicado en ruso, es un periodo
largo de tiempo que se acelera cada día más de forma apocalíptica, preludio de
su fin. Al observar lo que está pasando en la actualidad, sobre nuestra vida
cotidiana, que es escatológica (tiene un fin en el mundo terreno), y ver el
desarrollo de los acontecimientos diarios bajo un ritmo cada vez más rápido y
demencial, como fondo de los elementos desestabilizadores del mundo, podemos
preguntarnos si esta vida no es también el cumplimiento
de cosas predichas en las Sagradas Escrituras y otras
profecías.
En
“Las profecías póstumas de San Nilo el vertedor de mirra” se lee: "Un
día será
como una hora, una semana como un día, un mes como
una semana y un año como un mes, debido a la astucia de los
hombres que ocasiono la tensión de los elementos, y ellos, también comenzaron a
acelerar sus esfuerzos para completar, lo más antes posible, el numero predicho
por Dios para la octava edad.”
La aceleración del tiempo que estamos
viviendo, es causada por la apostasía acelerada y total de
Dios: esta apostasía del futuro, que sólo
hace poco era todavía un
concepto abstracto, se ha convertido en nuestra realidad siniestra, un
"síntoma del fin".
En el
curso de la década de los 90’s, la apostasía de las iglesias ecuménicas, lideradas
bajo los Patriarcados de Constantinopla y Moscú, ha adquirido un carácter francamente
descarado. Esto está evidenciado por documentos de las uniones llevados a cabo
con herejes y enemigos de la Fe Ortodoxa – monofisitas y católicos -, por
numerosos artículos y papeles, así como también la aparición de forma pública
en televisión y radio de los apostatas “ortodoxos” como el Patriarca Alejo II,
que “peregrino” en una sinagoga así como las resoluciones del Consejo de
Obispos del Patriarcado de Moscú en 1994.
Los apostatas impenitentes, vestidos con mitras y mantos de obispo,
habiéndose acostumbrado al pecado al traicionar a Cristo, no han dejado de lado
los recursos demagógicos utilizados anteriormente. Ahora tenemos ante nosotros
una apostasía descarada, que declara con insolencia “mentiras saludables” y la
conveniencia del ecumenismo en el pasado, el presente y el futuro[3].
La apostasía del Patriarcado de Moscú y de las iglesias locales – Miembros del
Concilio Mundial de Iglesias (“World Council of Churches”, o WCC según sus
siglas en inglés) –, que cooperan con él, es solo desapercibida por quienes por
sus pecados están probados de la capacidad dada por el Señor de discernir sobre
los espíritus. Esta ceguera espiritual ha golpeado a millones que ven una
“prueba” sobre el caso, en los números.
Esta apostasía no está limitada solo a las
palabras. Obispos heréticos en el poder y apostatas de
todas las tendencias y en todos
los niveles se han convertido en perseguidores de los cristianos ortodoxos. Al
igual que antes, se apoyan en el poder desnudo del príncipe
de este mundo; la policía, los destacamentos del
Escuadrón Policial para Propósitos Especiales (OMON en sus siglas en ruso), o
simples sicarios. Es suficiente
recordar los hechos de violencia en contra de las parroquias
de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero (ROCA), y
la incautación de sus iglesias en Moscú,
San Petersburgo, el distrito de Novgorod, Oboyan, Valishchevo y en las
otras ciudades y pueblos de Rusia que se lleva a cabo con la bendición del pseudo-Patriarca Alejo II y los
pseudo-obispos del MP (siglas en inglés del
Patriarcado de Moscú, “Moscow Patriarchate”) y que no es diferente de los
crímenes cometidos por los uniatas en contra de los ortodoxos en el sur-oeste
de Rusia.
Existen
pues, persecuciones abiertas en contra de los cristianos ortodoxos que no
quieren caminar en “en
el consejo de los impíos”, dispuestos a refutar los
discursos engañosos y las apelaciones de todo el mundo sobre el amor y la
tolerancia que tanto gustan a los ecumenistas. ¿No es “amor” y “tolerancia” la
del Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, un ferviente ecumenista y sus
cómplices demostraron en la primavera de 1992, cuando a la fuerza se apoderaron
de la skete de San Elías (de
jurisdicción de la ROCA) en Monte Athos, que pertenecía a los
rusos desde tiempos inmemoriales, y expulsó a sus monjes
residentes por su fidelidad a los cánones de la
Iglesia Ortodoxa?
Junto con la violencia y la
persecución de los cristianos estamos siendo testigos de los
efectos de la "tierna iniquidad" (San Juan de Shanghái y San
Francisco). Los seductores del pueblo de la
iglesia han desarrollado su propio lenguaje universal, y sus
propias tácticas ecuménicas de la mentira y el compromiso.
El amor ecuménico, la
tolerancia y el
respeto se muestran no sólo a los distorsionadores "tradicionales"
de la Sagrada Escritura y de los abusadores de los
Santos Padres. Los apóstatas
han abierto sus brazos
para acoger a los idólatras y magos,
así como a los pervertidos - sodomitas
y lesbianas
- , a cuyas “misas” asisten y anuncian con deferencia en sus propias publicaciones.
Casi todo el mundo está en las garras del mal
y la locura. El infierno se ha acercado tanto a nosotros como nunca antes.
Hemos entrado en una Semana Santa prolongada. Aterrorizados, presenciamos la
"burla constante, los escupitajos y la crucifixión de Cristo" (Justin
Popovich). Todos los que sienten compasión y amor por Cristo están llamados a
confesar su fe. No tenemos otro camino, estamos sitiados: «Me han cercado, me han cercado, pero en el nombre del Señor los
destruiré» (Sal 117,11).
Sólo un puñado de los que amaron al Salvador
se acurrucaron junto a la cruz en la que Él sufrió. Del mismo modo, ahora, 2000
años después, ha quedado en el mundo un pequeño rebaño de Cristo, disperso por
muchos países, pero todavía fiel al Señor que había prometido no dejarlos
huérfanos «porque el Señor no abandonará
a su pueblo ni abandonará a su heredad» (Sal 93,14).
Creyendo firmemente en la promesa del Señor: “
Yo edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”
(Mt. 16,18), confiamos en que “aún en los tiempos terribles que vive la
Iglesia, cuando parece perecer bajo el ataque del enemigo, el Señor le ofrece
su ayuda y la salva de la ruina” (Arzobispo Seraphim Sobolev).
Por el bien de nuestros contemporáneos
confesores de Cristo y de aquellos que sinceramente tratan de entender la
situación actual de la Iglesia, hemos emprendido el presente trabajo y también
su traducción al inglés.
Aunque la autora es muy consciente de su
indignidad, se toma la libertad de escribir sobre el ecumenismo apóstata
apoyándose únicamente en la enseñanza de la Iglesia y en los hechos,
absteniéndose, en la medida de lo posible, de conjeturas y evaluaciones
personales. Encontramos un prerrequisito para esta inspirada osadía en las
palabras de nuestro compatriota amante de Dios, Alexei Khomyakov, sobre la
obligación de cada miembro de la Iglesia de defenderla cuando sea necesario, ya
que la Iglesia no tiene defensores oficiales[4].
La traducción de la primera versión de
"Ecumenismo...", hecha por Olga I. Koshansky en Australia, nos
impulsó a revisar completamente el original y, de hecho, a escribir una nueva
obra. El presente texto es aproximadamente cinco veces más grande que el anterior
y presupuso un gran trabajo en la traducción que, sin falta ni reproche, fue
realizada por OI Koshansky. Algunas de las numerosas notas y referencias que
hemos incluido en este libro dentro del libro y que nos han servido para
documentar nuestro texto han sido traducidas por Dimitri M. Hintze, quien
también tuvo la amabilidad de ofrecer consejos en el proceso de lectura del
manuscrito en inglés. A ambos les estamos profundamente agradecidos por el
trabajo realizado.
Agradecemos sinceramente los inestimables
comentarios y la cooperación brindada por el Archidiácono Germain
Ivanoff-Trinadzaty, Dr.phil. (Lyon, Francia).
Sin la participación de aquellos cuya ayuda desinteresada y constante, consejos, guía espiritual y oraciones nos apoyaron, este libro simplemente habría permanecido inédito. En primer lugar, se trata del Padre Archimandrita Alexy (Makrinov), quien no sólo guió al autor, sino que también complementó sustancialmente muchos capítulos.
Ludmilla Perepiolkina, Dra. phil.
PARA VER OTROS CAPITULOS DEL LIBRO HAGA CLIK AQUI: Ecumenismo camino a la perdición
[1] Véase Archimandrita Justin Popovich, "Pravoslavnaia Tserkov'
i Ekumenizm" (La Iglesia Ortodoxa y el Ecumenismo), publicado por el
Monasterio Hilandari, El Santo Monte Athos, Tesalónica, 1974. Aquí y más
adelante citamos de la traducción abreviada y enmendada del serbio, Moscú,
1993, p. 2.
[2] Arcipreste Lev Lebedev,
"Pochemu is pereshel v Zarubezhnuiu chast' Russkoi Pravoslavnoi
Tserkvi" (Por qué me uní a la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero),
Montreal, Hermandad de San Job de Pochaev, 1991, p. 30.
[3] Véase "Consejo de Obispos de la
Iglesia Ortodoxa Rusa. Documentos, 29 de noviembre - 2 de diciembre de
1994". Moscú, MP, Publ. "Khronika", 1994, p. 26 ao
[4] La idea expresada por AS
Khomyakov hace más de cien años ha adquirido hoy un significado particular y
merece ser citada en su totalidad. "Cuando
se calumnia a un país entero, los
particulares que son ciudadanos de ese país tienen el derecho incuestionable de
defenderlo, pero tienen el mismo derecho de afrontar la calumnia en silencio,
permitiendo que el futuro exonere a su patria... No ocurre así en materia de fe
o de Iglesia. Siendo la revelación de la verdad divina en la tierra, la
Iglesia, en su esencia misma, está destinada a convertirse en la patria común
de todos los pueblos, y no permite que ninguno de sus hijos permanezca en
silencio ante las calumnias dirigidas contra ella y dirigidas a la distorsión
de sus dogmas y principios... La única espada que Ella (la Iglesia - LP) puede
usar... es la palabra. Por esta razón, cada miembro de la Iglesia no sólo puede
por derecho responder a la calumnia de que es objeto, sino que está obligado a
hacerlo. El silencio, en este caso, sería una transgresión no sólo contra
aquellos que tienen la felicidad de pertenecer a la Iglesia, sino también, y
aún en mayor medida, contra aquellos que podrían haber sido bendecidos con la
misma felicidad, si los falsos conceptos no los hubieran desviado de la verdad.
"Todo cristiano, al oír ataques contra la fe que profesa, está obligado a
defenderla en la medida de sus posibilidades y sin esperar una sanción
especial, porque la Iglesia no tiene defensores oficiales". AS Khomyakov,
"Obras teológicas", Praga, 1867, vol. II, págs. 31-32. La cita
anterior está tomada de AS Khomyakov "Neskol'ko slov pravoslavnago
khristianina o zapadnykh veroispovedanijakh" (Unas palabras de un
cristiano ortodoxo sobre las confesiones occidentales).
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