jueves, 19 de enero de 2023

  ALEXANDER DUGIN Y EL SIGNIFICADO DE LA HISTORIA RUSA

                                                Vladimir Moss



El “Rasputín de Putin”: ese es el nombre que le dio un comentarista a Alexander Dugin, el ideólogo más influyente de la Rusia contemporánea. Y así como fue difícil determinar exactamente quién fue Rasputín en su vida, también ha sido difícil precisar y clasificar a Dugin. Profesor de sociología y geopolítica en la Universidad Estatal de Moscú, ha influido y en un momento se ha aliado con casi todos los principales políticos de Rusia. Se le ha relacionado con la extrema derecha y con la extrema izquierda, con el fascismo y con el comunismo, con la ortodoxia y con el paganismo; más constantemente - con el eurasianismo. Una cosa de la que nunca se le podría acusar es de liberal, y en un país donde el “extremismo” es un crimen, uno puede estar seguro de una cosa: que Dugin es un extremista (aunque se llama a sí mismo “un centrista radical”)…

Sin embargo, él no es un extremista estúpido, y solo por momentos uno vulgar. Cuando recientemente apareció en las pantallas de televisión en el este de Ucrania, incitando a los separatistas y diciendo: “¡Putin es TODO!”, uno podría pasarlo por alto al pensar de que aquí estamos tratando con un loco a quién se le puede descartar como de menor importancia. Pero eso sería un error; y, a juzgar por la cantidad de artículos académicos que han aparecido en los últimos años tratando de resumir su muy amplia y compleja visión del mundo, los comentaristas de todo el mundo se han dado cuenta de que para entender a Putin hay que entender a su Rasputín., Alexander Duguin.

      Una aproximación al enigma de Dugin es a través de una discusión de su poco conocida “eclesiología escatológica”, y en particular su comprensión del papel de la Iglesia Ortodoxa y de Rusia en los últimos tiempos. En 1999, Dugin se convirtió en viejo creyente; no está claro si realmente se unió al cisma o solo a la sección yedinoverie (viejo creyente) del patriarcado oficial de Moscú. Lo que está claro es que la comprensión Viejo Creyente de la historia rusa y mundial le ha influido profundamente en su pensamiento. De hecho, el presente escritor iría tan lejos como para decir que es más fructífero y preciso ver su pensamiento como un producto de una especie de Viejo Ritualismo modernizado que como una especie de política de derecha o de izquierda. De ello se deduce que, para contrarrestar su indudable influencia maligna en el pensamiento ruso contemporáneo, es necesario dilucidar su escatologismo y someterlo a crítica sobre la base de la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa.

Eclesiología escatológica de Dugin

      La “eclesiología escatológica” de Dugin se expone en su libro Absoliutnaia Rodina (La patria absoluta). Divide la historia de la Iglesia en tres fases: la fase preconstantiniana (hasta el Edicto de Milán en 312), la fase bizantina (hasta la caída de Constantinopla en 1453), que según Dugin es el "reinado de Cristo de mil años", mencionado en el capítulo 20 del Apocalipsis, y la fase moderna posbizantina. En esencia, la tercera, fase contemporánea a la historia de la Iglesia, que viene después del "reino de mil años de Cristo", es el reinado del Anticristo...

En la segunda fase bizantina de la historia de la Iglesia, según Dugin, hubo una relación casi ideal entre la Iglesia y el Estado que hizo posible el máximo número de conversos a la fe y la preservación de una vida verdaderamente cristiana tanto en esferas públicas como privadas. Cierto, la Iglesia Occidental de la Antigua Roma cayó en 1054, convirtiéndose a partir de entonces en la cuna de la civilización anticristiana de Occidente. Pero en Oriente se preservó la verdadera piedad, y los emperadores bizantinos, actuando como los “restrictores” de la profecía de San Pablo (II Tesalonicenses 2.7), retuvieron la aparición del Anticristo.

Sin embargo, en 1453 el Imperio Bizantino cayó, después de lo cual, según la profecía, no hubo “restrictor” y debería haber aparecido el Anticristo. Pero luego, según la gran misericordia de Dios, una especie de “veranillo” de un estado verdaderamente ortodoxo, la “Tercera Roma” de Moscú, prolongando el “reinado de Cristo de mil años” hasta el período moderno. Pero solo por un corto tiempo, hasta 1656, al introducir el Patriarca Nicon el Nuevo Rito, o en el concilio de 1666-67, que colocó a el Antiguo Rito bajo anatema, o en el reinado de Pedro el Grande, quien removería al patriarcado dando rienda suelta a las influencias anticristianas occidentales en Rusia.

Al ser un viejo creyente, Dugin puede ver muy pocas cosas buenas en el período de San Petersburgo de la historia rusa. Para él, este es el período de la “Iglesia de Laodicea”, que no es ni fría ni caliente, sino tibia. Es cierto que hay destellos de piedad "filadelfiana" aquí, especialmente entre los viejos creyentes. E incluso en la Iglesia Ortodoxa Rusa oficial hay “una comprensión de la necesidad de dar una respuesta eclesiológica teológica adicional al poder cada vez mayor del Anticristo, y a su penetración profunda en la realidad social y natural” (p. 517). Sin embargo, Dugin no reconoce en absoluto el sorprendente hecho de que se registran muchos más santos en el periodo de San Petersburgo que en el período de Moscú, que el imperio de San Petersburgo, a pesar de todas sus tendencias occidentalizadoras, llevó la luz de la ortodoxia a muchos pueblos nuevos y protegió a la totalidad de la vasta comunidad ortodoxa, y que la gran gloria del siglo XX, el coro de los santos nuevos mártires y confesores del yugo soviético, fue en gran parte fruto del Imperio y la Iglesia de San Petersburgo.

La actitud de Dugin hacia la era soviética es ambigua. Por un lado, no niega los horrores de las persecuciones y el intento de destruir los últimos vestigios de la fe y la piedad ortodoxa. Por otro lado, en marcado contraste con la escatología de la Iglesia Ortodoxa Verdadera, él no ve la revolución de 1917 como el comienzo de los últimos días dada la remoción de “aquel que retiene” y la aparición del “Anticristo colectivo”. (a pesar de que ese término es en origen Viejo Creyente). La revolución le parece menos tragedia que la fecha que contiene los fatídicos números “666”, el comienzo del cisma del Viejo Creyente de 1666. De hecho, ve elementos positivos en el período posterior a 1917, especialmente porque en 1971 el Patriarcado de Moscú (seguido por la Iglesia Rusa en el Extranjero en 1974) eliminó los anatemas sobre el Antiguo Rito.

En general, Dugin trata de suavizar las grandes diferencias entre la realidad ortodoxa zarista y la soviética. Por lo tanto, discierne características positivas similares en los eslavófilos prerrevolucionarios y sus seguidores, por un lado, y en los revolucionarios social-revolucionarios, euroasiáticos y bolcheviques nacionales, por el otro. El hecho de que los eslavófilos fueran súbditos fieles del zar ortodoxo, mientras que los euroasiáticos y los bolcheviques nacionales lo fueran de los bolcheviques antiortodoxos no parece ser una distinción importante a los ojos de Dugin, quien, a pesar de su reconocimiento del rol vital del “restrictor” en la historia cristiana, no ha mostrado celo por el monarquismo contemporáneo, sino que ha pertenecido en diferentes momentos al Partido Comunista, a los nacionalbolcheviques y a los euroasiáticos (especialmente a estos últimos, su lealtad más constante)… En cuanto al régimen soviético en sí mismo, Dugin admite que “derrocó a la monarquía y puso a la Iglesia prácticamente al margen de la ley. Pero aquí nuevamente apareció esa idea providencial que es compleja y a menudo inaccesible al humilde razonamiento humano: que los bolcheviques a el nivel secular y con el uso de consignas profundamente ajenas al pueblo establecen de forma extrema un orden marcadamente antioccidental, y la contradicción entre el Imperio Romano de Oriente y Occidente estalló con renovada fuerza en el enfrentamiento entre el socialismo y capitalismo. Por un lado, los bolcheviques eran incluso peores que los Romanov, ya que el ateísmo, el mecanicismo, el materialismo y el darwinismo están mucho más lejos de la verdad que de una si bien mutilada, ortodoxia. Por otro lado, incluso a través de los bolcheviques funcionó un poder extraño que asombrosamente recordaba en algunos aspectos al reinado de Iván el Terrible, la oprichnina y el retorno a elementos popular-religiosos arcaicos” (p. 517).

Está claro que Dugin tiene una actitud positiva hacia este “poder extraño”. Incluso parece ver en él el tema unificador de la historia rusa. Aquí llegamos al meollo de la comprensión de Dugin de la historia rusa: que la verdadera ruptura en esa historia se produjo, no en 1917, sino dos siglos y medio antes, y que el "Imperio Romano de Oriente" no solo no llegó a terminó en 1917, sino que de alguna manera misteriosa continuó existiendo bajo el poder soviético y continuó sirviendo a Dios y a la Iglesia Verdadera al oponerse al verdadero Anticristo: el poder estadounidense.

Con respecto a la Iglesia, mientras que los patriarcas soviéticos comenzando con Sergio (Stragorodsky) son levemente golpeados en los nudillos por Dugin por colocar a la Iglesia ortodoxa en sujeción al poder soviético, este acto es considerado no tanto peor que el “completo conformismo espiritual” de los jerarcas de la Iglesia que condenaron el Antiguo Rito en 1666-67 (p. 518). Habiendo absuelto a la Iglesia Ortodoxa Rusa oficial (sergianista) de todo pecado mortal, Dugin considera que la Verdadera Iglesia de Filadelfia del futuro debería combinar la Iglesia oficial, a los Viejos Creyentes y a la Iglesia Rusa en el Extranjero (esto fue antes de la rendición de la Iglesia en el Extranjero a Moscú en 2007): “Por sí solas, las tres corrientes principales de la ortodoxia rusa contemporánea… son insuficientes, pero llevan dentro de sí aspectos separados de la verdad eclesiológica. Los Viejos Creyentes tienen una evaluación correcta del cisma. La ROC (N. de T. – siglas en inglés de Iglesia Ortodoxa Rusa) tiene el hecho de la presencia del patriarcado ruso, la plenitud jerárquica y la solidaridad nacional con los destinos del Estado ruso a toda costa. Los 'extranjeros' poseen el énfasis sobre el papel de la monarquía como 'aquello que restringe'". (pág. 519).

Y así, más de 560 años después del final del supuesto “reino de mil años de Cristo”, Dugin cree que todos estos elementos sobrevivientes del pasado apóstata soviético han “permanecido fieles a pesar de todo a la Iglesia Verdadera y al Reino Verdadero, el Último Reino de la Santa Rus invicta e indestructible” (p. 521), todo bajo el liderazgo del agente de la KGB que es “todo”, ¡Vladimir Vladimirovich Putin!

Es obvio que la "eclesiología escatológica" de Dugin está plagada de inconsistencias. Sin embargo, podemos ver en él una idea general que ha sido adoptada por Putin y que parece haberse convertido en una especie de "ortodoxia" entre los comentaristas y analistas políticos rusos: que el estado actual de la Federación Rusa está legitimado y fortalecido por su unión dentro de sí de todo lo mejor de la historia de Rusia de antes y después de la revolución.

Putin, siguiendo la concepción general de Dugin en una forma secularizada, se ve a sí mismo como el heredero tanto de los zares rusos como de los comisarios soviéticos, tanto de los comunistas como de los demócratas; él es todo para todos los hombres: un ortodoxo con los ortodoxos, un nacionalista con los nacionalistas, un estalinista con los estalinistas y un demócrata con los demócratas.

    Sin embargo, hay que hacer una matización importante a esta afirmación. Ni Putin ni Dugin son demócratas liberales. Putin llama a su tipo de democracia “democracia soberana”, en otras palabras, democracia controlada y limitada por un soberano, es decir, él mismo; mientras que Dugin cree en una especie de democracia elemental y “orgánica” que puede tener algunas raíces en la “democracia teocrática” de las comunidades sin sacerdotes del Viejo Ritualismo, pero que es bastante compatible con una forma de gobierno totalitaria. Porque, como escribe Laruelle, “este tipo de democracia se expresaría tanto en la unanimidad política como en el retorno a una 'jerarquía natural' de castas sociales, y en una corporación (profesional, regional o confesional) que no dejaría espacio para el individuo fuera de la colectividad”. Lo que ninguno de los dos puede tolerar es la forma liberal de democracia basada en los derechos humanos que domina en Europa Occidental y Estados Unidos. Putin ha hablado de boquilla sobre la democracia liberal y los derechos humanos en el pasado, cuando intentaba unirse a clubes liberales como el G8 y la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, siempre ha sostenido que de la caída de la Unión Soviética a la democracia liberal en 1991 ha habido “una tragedia geopolítica” de primer orden. Que ahora ha entrado en curso de colisión con Occidente en Crimea y Ucrania, su desprecio por el liberalismo occidental es evidente...

En Absoliutnaia Rodina, Dugin expresa un odio hacia Estados Unidos tan intenso como para demostrar que, si bien él, con la mayoría de sus compatriotas, puede haber abandonado la ideología de la era soviética, de ninguna manera ha sido exorcizado de su espíritu dominante, su odio al enemigo colectivo: “Un país ominoso y alarmante al otro lado del océano. Sin historia, sin tradición, sin raíces. Una realidad artificial, agresiva, impuesta, completamente desprovista de espíritu, concentrada sólo en el mundo material y la eficacia técnica, fría, indiferente, un anuncio que brilla con luces de neón y un lujo sin sentido; oscurecido por la pobreza patológica, la degradación genética y la ruptura de todas y cada una de las personas y cosas, de la naturaleza y de la cultura. Es el resultado de un puro experimento de los utopistas racionalistas europeos.


Tapa del libro "Absoliutnaia Rodina" (La patria absoluta)


“Hoy está estableciendo su dominio planetario, el triunfo de su forma de vida, su modelo civilizatorio sobre todos los pueblos de la tierra. Y sobre nosotros. En sí mismo y sólo en sí mismo ve ‘progreso’ y ‘normas civilizatorias’, negando a todos los demás el derecho a su propio camino, su propia cultura, su propio sistema de valores.

 

      “Cuán exactamente maravilloso todo esto nos recuerda a la profecía acerca de la venida al mundo del Anticristo… El rey del muerto ‘país verde’, que surgió del abismo del antiguo crimen…

      “Terminar América es nuestro deber religioso…” (pp. 657-658)

      No en vano Dugin procedía de la familia de un Coronel General del Ejército Soviético, estudiaba en un Instituto de Aviación militar (hasta su expulsión por sus inclinaciones ocultistas) y escribió el manifiesto del líder del Partido Comunista Ruso, Gennady Ziuganov. . Su odio por América lo bebe de la leche de su madre; es el espíritu soviético “puro” que, si bien reconoce la derrota de la Rusia soviética en la Guerra Fría, arde con el deseo de vengar esa derrota, si es necesario en la más caliente de las guerras calientes, el Armagedón nuclear (como Dmitri Kiselev recientemente lo dejó bien claro en la televisión rusa). La única diferencia significativa entre este espíritu y el espíritu de la era soviética es que en esta mutación del virus el “termino” (en otro lugar dice abiertamente “destrucción”) de América no es nuestro “patriótico”, sino nuestro “deber religioso”. Porque la principal diferencia entre la Rusia soviética y postsoviética es que la religión ahora se ha integrado en la ideología antiestadounidense dominante. Tal unión antinatural entre el ateísmo militante y la religión fue prefigurada por la alianza de Stalin con la Iglesia ortodoxa oficial en 1943; pero es solo desde 1991, y especialmente desde el ascenso a la prominencia de Putin (y Dugin) a principios de siglo, que la religión y la política realmente han crecido juntas en la conciencia soviética rusa.

      Pero, ¿qué religión exactamente? Como hemos visto, Dugin probablemente pertenece a la Iglesia Ortodoxa oficial, pero en su espiritualidad es Viejo Creyente (con abundantes mezclas de tonterías esotéricas ocultistas). Este Viejo Ritualismo le da a su pensamiento un matiz escatológico, del fin del mundo. Debido a que, a fines del siglo XVII, los viejos creyentes huyeron a los bosques y se inmolaron precisamente para escapar del “Anticristo”: el Estado ruso.

Como el p. George Florovsky escribe, “la nota clave y el secreto del Cisma de Rusia no fue el 'ritual' sino el Anticristo, y por lo tanto puede denominarse una utopía socio-apocalíptica. Todo el significado y el pathos de la primera oposición cismática radica en su intuición apocalíptica subyacente (“el tiempo se acerca”), más que en cualquier apego ‘ciego’ a ritos específicos o a pequeños detalles de costumbres. Toda la primera generación de raskolouchitelei [‘maestros del cisma’] vivió en esta atmósfera de visiones, señales y premoniciones, de milagros, profecías e ilusiones. Estos hombres estaban llenos de éxtasis o poseídos, en vez de ser pedantes… Basta leer las palabras de Avvakum, sin aliento por la emoción: ‘¿Qué Cristo es este? Él no está cerca; sólo huestes de demonios’. No solo Avvakum sintió que la Iglesia ‘Nikon’ se había convertido en una cueva de ladrones. Tal estado de ánimo se volvió universal en el Cisma: ‘el incensario es inútil; la ofrenda abominable’.

      El Cisma, un estallido de hostilidad y oposición sociopolítica, fue un movimiento social, pero derivado de la autoconciencia religiosa. Es precisamente esta percepción apocalíptica de lo sucedido lo que explica el distanciamiento decisivo o rápido entre los cismáticos. ‘Fanatismo en pánico’ es la definición de Kliuchevskii, pero también era pánico ante ‘la última apostasía’…

      El Cisma soñaba con una Ciudad actual, terrenal: una utopía teocrática y milenarista. Se esperaba que el sueño ya se hubiera cumplido y que el ‘Reino de Dios’ se hubiera realizado en el Estado moscovita. Puede haber cuatro patriarcas en Oriente, pero el único zar ortodoxo está en Moscú. Pero ahora incluso esta expectativa había sido engañada y hecha añicos. La ‘apostasía’ de Nikon no inquietó a los viejos creyentes tanto como la apostasía del zar, que en su opinión impartió una final desesperanza apocalíptica a todo el conflicto.

      ‘En este momento no hay zar. Un zar ortodoxo se había quedado en la tierra y, aunque él no lo sabía, los herejes occidentales, como nubes oscuras, extinguieron este sol cristiano. Amados, ¿no prueba esto claramente que el engaño del Anticristo está mostrando su máscara?’

La historia había llegado a su fin. Más precisamente, la historia sagrada había llegado a su fin; había dejado de ser sagrado y se había vuelto sin Gracia. En adelante el mundo parecería vacío, abandonado, abandonado por Dios, y así seguiría. Uno se vería obligado a retirarse de la historia al desierto. El mal había triunfado en la historia. La verdad se había retirado a los cielos brillantes, mientras que el Reino Santo se había convertido en el reino del Anticristo…”

      Sin embargo, a pesar de este apocalipticismo, algunos de los viejos creyentes llegaron a aceptar el Estado ruso como el imperio ortodoxo legítimo. Así, un investigador del Antiguo Rito en la década de 1860, V.I. Kel'siev, afirmó que “la gente sigue creyendo hoy que Moscú es la Tercera Roma y que no habrá una cuarta. Rusia es, pues, el nuevo Israel, un pueblo elegido, una tierra profética, en la que se cumplirán todas las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en la que aparecerá incluso el Anticristo, como apareció Cristo en la anterior Tierra Santa. El representante de la ortodoxia, el zar ruso, es el emperador más legítimo de la tierra, pues ocupa el trono de Constantinopla…”

      Dugin ha adoptado esta versión del Antiguo Ritualismo apocalíptico que ha llegado a un acuerdo con el Zar. Solo que el Zar ahora es Putin, y es la Federación Rusa moderna el último reino verdadero en la tierra. Estados Unidos es el Anticristo, y será destruido, si no por las armas nucleares rusas, al menos por la Segunda Venida de Cristo...

      Si esto parece suicida, entonces debemos recordar que el suicidio en masa era parte de la cultura del Antiguo Ritualismo temprano, como se dramatiza en la ópera Jovánschina de Músorgski … Además, hace algunos años, en Munich, Putin hizo algo que no hizo ninguno de los primeros ni de los más cautelosos líderes soviéticos; reivindicó el derecho de primer golpe en una guerra nuclear… No en vano el presidente ucraniano dijo recientemente que las acciones de Putin podrían conducir al estallido de la Tercera Guerra Mundial; Dugin ha dicho algo similar.


El anticristo americano

      Dugin presta mucha atención a “la idea americana”, y la analiza en dos componentes: el liberalismo, cuya esencia es el individualismo, y el mesianismo o escatologismo protestante, que es una especie de imagen especular de su escatologismo ruso. El análisis de Dugin del liberalismo estadounidense es interesante. Él lo ve como el enemigo final, algo mucho más que la simple economía del laissez-faire y la democracia política, una ideología que ha sido sutil, hábil y persistentemente insinuada en todos los países. Su esencia es la promoción del individuo por encima del colectivo en todas sus formas; Los “derechos humanos” son siempre los derechos del individuo frente al colectivo.

      En una reciente conferencia dada en Suecia, Dugin mostró cómo incluso algunos desarrollos sorprendentes recientes en la ideología liberal, como los derechos de los homosexuales, pueden explicarse en términos de esta enemistad liberal hacia el colectivismo y los colectivos. Ya que el individualismo llevado a su extremo no sólo niega la relevancia de cualquier hecho que haga de un individuo un individuo como cualquier otro individuo, sino también miembro de un grupo que lo diferencia de otros individuos. Entonces, la religión es irrelevante para los derechos humanos porque diferencia a las personas; también lo es la nacionalidad; también lo es el sexo… Estas identidades colectivas o grupales no sólo son irrelevantes sino que deben ser destruidas: la religión es reemplazada por el ecumenismo, la nacionalidad por el internacionalismo, el sexo por el unisex… “El hombre es la medida de todas las cosas”, como dijo una vez Protágoras, y “el hombre” aquí, según la ideología liberal, se entiende a el hombre como individuo despojado de toda característica diferenciadora…

      Dugin ve el fascismo y el comunismo como intentos fallidos de contrarrestar el liberalismo al exaltar las nociones colectivistas de la clase trabajadora y la raza aria, respectivamente. El fascismo fue destruido en 1945 y el comunismo en 1991. Dugin afirma no querer volver a ninguna de estas alternativas fallidas. Habla en cambio de una “cuarta vía” o “cuarta teoría”, que está en proceso de desarrollar. Sin embargo, se puede perdonársele a los comentaristas el que piensen que se engaña a sí mismo o a los demás o a ambos en esta afirmación; porque no es solo que su “cuarta vía” hasta ahora desarrollada no contenga alternativas claras y consistentes al individualismo estadounidense o al colectivismo nazi o soviético: él mismo ha hablado sobre crear un “fascismo verdaderamente fascista”…

      También contenida en la idea americana, según Dugin, está la idea mesiánica de “América, la tierra prometida”, “América, el Nuevo Israel” (las diez tribus perdidas en lugar de los judíos de Judá), “América la Nueva Jerusalén” (George Washington), la “república pura y virtuosa” cuyo “destino manifiesto” es “gobernar el mundo y llevar a la gente a la perfección” (John Adams).

      Las ideas mesiánicas estadounidense y rusa son diametralmente opuestas, estando “arraigadas en la oposición entre el catolicismo (+protestantismo) y la ortodoxia, el Imperio Romano Occidental y Bizancio. Las formas occidental y oriental del cristianismo constituyen dos opciones, dos caminos, dos ideales mesiánicos incompatibles, mutuamente excluyentes. La ortodoxia se orienta en la transfiguración espiritual del mundo dentro de los rayos de la luz increada del Tabor, y el catolicismo en la reestructuración material de la tierra bajo la dirección administrativa del Vaticano. Los ortodoxos valoran sobre todo la contemplación, los católicos – la acción. La enseñanza política ortodoxa insiste en ‘la sinfonía de los poderes’, que separa estrictamente los principios seculares (el basileo, el zar) y los principios espirituales (el patriarca, el clero). Pero el catolicismo se esfuerza por difundir el poder del Papa en la vida secular, provocando un movimiento inverso y usurpador por parte de los monarcas seculares, que están ansiosos por someter el Vaticano a sí mismos. Los ortodoxos consideran a los católicos como ‘apóstatas’ que se han entregado a la ‘apostasía’; los católicos ven a los ortodoxos como ‘una secta espiritualista bárbara’.

      Los rasgos más antiortodoxos –hasta el punto de rechazar el servicio [¿obras?] y muchos dogmas– han sido desarrollados hasta su límite por los protestantes…

      La historia no es lineal, a menudo hace desvíos, se va al costado, fuerza los detalles, acentúa las paradojas y las anomalías. Sin embargo, una línea axial es evidente. Sin duda existe un cierto ‘Destino Manifiesto’ en sentido amplio. – Occidente lo atribuye al modelo americano, al estilo de vida americano, a una superpotencia, mientras que Oriente (en todo caso el Oriente cristiano) se encarna a lo largo de los siglos en Rusia [la sucesora de Bizancio]. La fe socialista en la edad de oro de los soviéticos rusos es como una antítesis absolutamente simétrica del escatologismo de mercado. 'El fin del mundo' según el escenario liberal y su opuesto: 'el fin del mundo' según el escenario ortodoxo ruso, socialista, euroasiático, oriental. Para ellos este es una completa esclavización y racionalización, para nosotros es una transfiguración y liberación completa.

La lógica de la historia en los más variados niveles ilumina constante e insistentemente el dualismo básico: Estados Unidos y la URSS, Occidente y Oriente, América y Rusia…” (págs. 665, 666)

      Hay mucho en lo que el cristiano ortodoxo puede estar de acuerdo con Dugin en su análisis de la polaridad entre Oriente y Occidente, y especialmente entre el cristianismo oriental y occidental. Pero cuando en “Oriente” llega a incluir, no solo a Bizancio y la Santa Rusia, sino también al socialismo soviético, esa construcción utópica completamente occidental soñada por un judío alemán en la Sala de Lectura de la Biblioteca Británica, entonces comenzamos a sospechar que esta es la retórica de la Guerra Fría reelaborada para atraer a lectores ortodoxos semi-educados. Y, de hecho, se podría decir sobre todo el proyecto y la ideología de Putin-Dugin lo mismo: es esencialmente una resurrección de la Guerra Fría, su recalentamiento, reencendido y reformulación ideológica como resultado de circunstancias políticas cambiantes. Al quebrar con el marxismo-leninismo y todo el bagaje del materialismo dialéctico, en el que ya nadie cree más allá de Corea del Norte. Llegan a pensamientos pre-digeridos sobre la luz increada y la sinfonía de poderes, condimentados con la nostalgia por los ‘buenos viejos tiempos’ de las salchichas soviéticas y con una gran dosis de ‘fascismo verdaderamente fascista’ y de histeria colectiva del Viejo Ritualismo...

 

      La ironía, y la hipocresía, es que la Federación Rusa de hoy parece estar muy lejos de proporcionar algún tipo de alternativa ideológica creíble al americanismo. Todos los vicios de Occidente están allí en abundancia. En casi todos los índices sociales (corrupción, desigualdad, suicidio, embriaguez, consumo de drogas, mortalidad infantil, incluso ateísmo), Rusia está muy por debajo de Estados Unidos y al mismo nivel que los peores países del Tercer Mundo. La iglesia oficial contempla, no a la Luz Divina, sino sus propios saldos bancarios obscenamente inflados. En cuanto a una “sinfonía de poderes” con el Estado, es una broma de mal gusto: la iglesia dirigida por la KGB está completamente subordinada al Estado dirigido por la KGB...

Dispensacionalismo protestante

      Dugin completa su análisis de la idea estadounidense con un estudio esclarecedor del lugar del “dispensacionalismo” en la psique político-religiosa estadounidense. “Existe una enseñanza escatológica protestante especial llamada 'dispensacionalismo', de la palabra latina dispensatio, que podría traducirse como 'providencia' o 'plan'. Según esta teoría, Dios tiene un “plan” en relación con los cristianos anglosajones, otro en relación con los judíos y un tercero en relación con todos los demás países. Se considera que los anglosajones son “los descendientes de las diez tribus de Israel, que no regresaron a Judea del cautiverio en Babilonia”. Estas diez tribus “recordaron su origen y aceptaron a el protestantismo como su principal confesión”.

      “El ‘plan’ para los protestantes anglosajones, en opinión de los seguidores del dispensacionalismo, es el siguiente. – Antes del fin de los tiempos debe venir a época de inestabilidad (‘el gran dolor’ o tribulación). En este punto las fuerzas del mal, del 'imperio del mal' (cuando Reagan llamó a la URSS 'el imperio del mal', tenía en mente precisamente este sentido bíblico escatológico), caerán sobre los protestantes anglosajones (y también sobre los demás que han 'nacido de nuevo') y por un corto tiempo reinará la 'abominación desoladora'. El principal antihéroe del 'período de la tribulación' es el 'Rey Gog'. Ahora aquí hay un punto muy importante: esta persona es persistente y constantemente identificada en la escatología de los dispensacionalistas con Rusia.

      Esto fue claramente formulado por primera vez durante la guerra de Crimea, en 1855, por el evangelista John Cumming. En ese momento identificó al zar ruso Nicolás I con el bíblico 'Gog, príncipe de Magog', líder de la invasión de Israel predicha en la Biblia [Ezequiel 38-39]. Este tema volvió a explotar con particular fuerza en 1917, mientras que en la era de la ‘Guerra Fría’ se convirtió de facto en la posición oficial de la ‘mayoría moral’ de la América religiosa.

      Dios tiene otro ‘plan’, en la enseñanza de los dispensacionalistas, con respecto a Israel. Por ‘Israel’ entienden el restablecimiento literal de un estado judío antes del fin del mundo. A diferencia de los ortodoxos y todos los demás cristianos normales, los fundamentalistas protestantes están convencidos de que las profecías bíblicas relativas a la participación del pueblo de Israel en los acontecimientos de ‘los últimos tiempos’ deben entenderse literalmente, en un sentido estrictamente del Antiguo Testamento, y que se refieren a aquellos judíos que continúan confesando el judaísmo aún en nuestros días. Los judíos en los últimos tiempos deben volver a Israel, restablecer su estado (esta ‘profecía dispensacionalista’ se cumplió de manera extraña literalmente en 1947) y luego ser sometidos a la invasión de Gog, es decir, los ‘rusos’, ‘los euroasiáticos’.

      Entonces comienza la parte más extraña del 'dispensacionalismo'. En el momento de la ‘gran tribulación’ se supone que los cristianos anglosajones serán ‘llevados’ al cielo (el arrebatamiento) – 'como en una nave espacial o en un platillo' – y allí esperarán el final del guerra entre Gog (los rusos) e Israel. Entonces ellos (los anglosajones), junto con el 'Cristo' protestante, descenderán de nuevo a la tierra, donde serán recibidos por los israelitas que habían conquistado a Gog e inmediatamente se convertirían al protestantismo. Entonces comenzará el ‘reino de los mil años’ y Estados Unidos junto con Israel gobernarán sin límites en un paraíso estable de ‘la sociedad abierta’ y ‘un único mundo’”. (págs. 667-668)

      Dugin continúa explicando cómo el dispensacionalismo ha sido difundido y fortalecido por figuras como Cyrus Scofield (de la Biblia de referencia Scofield), Hal Lindsey y Jerry Falwell.

 

      Luego concluye su diatriba contra el Anticristo estadounidense de la siguiente manera: “Llegamos a una imagen terrible (para los rusos). Los poderes, grupos, cosmovisiones y conformaciones estatales que en su conjunto se denominan 'Occidente', y que tras su victoria en la 'Guerra Fría' son los únicos gobernantes del mundo, detrás de la fachada del 'liberalismo' confiesan una armónica doctrina teológica escatológica en la que los acontecimientos de la historia secular, el progreso tecnológico, las relaciones internacionales, los procesos sociales, etc. se interpretan bajo una perspectiva escatológica. Las raíces civilizatorias de este modelo occidental se remontan a la más profunda antigüedad y, en cierto sentido, aquí se ha conservado un definido arcaísmo hasta nuestros días en paralelo a la modernización tecnológica y social. Y estos poderes nos identifican persistente y consistentemente, los rusos, con ‘los espíritus del infierno’, con las ‘hordas demoníacas del rey Gog de la tierra de Magog’, con los portadores del ‘mal absoluto’. La referencia bíblica a los apocalípticos ‘príncipes de Ros, Mesech y Tubal’ se interpreta como una referencia inequívoca a Rusia: 'Ros' (= ‘Rusia’), 'Meshech' (= ‘Moscú’) y ‘Tubal’ (= el antiguo nombre de Escitia). En otras palabras, la rusofobia de Occidente y especialmente de los EE.UU. de ninguna manera procede de una preocupación farisaica por “las víctimas del totalitarismo” o los notorios “derechos del hombre”. Estamos hablando de una demonización doctrinal consistente y ‘justificada’ de la civilización de Europa del Este en todos sus aspectos: histórico, cultural, teológico, geopolítico, social, económico, etc.” (págs. 669-670)

      Dugin ha llevado a cabo una talentosa crítica feroz sobre el escatologismo protestante estadounidense. Sin embargo, si rechaza la interpretación protestante de la profecía, debería, como supuesto creyente ortodoxo, poder proporcionar una interpretación ortodoxa; pero él no lo hace. Además, no tiene en cuenta el hecho llamativo de que, cualesquiera que sean los defectos de la visión escatológica estadounidense, la profecía de Ezequiel sobre Gog y Magog parece señalar a Rusia como su contexto geográfico...

      Los más antiguos exegetas colocaron a Gog en la región al norte del Mar Negro, que ahora es el sur de Rusia y Ucrania. Algunos colocan a Gog en Armenia. Así Plumptre escribe: “El nombre Gog parece encontrarse en el nombre Gogarene, un distrito de Armenia, al oeste del Caspio (Estrabón, XI, 528)”. En todo caso, “Gog” parece ser el nombre de un hombre, el Anticristo, según el bienaventurado Jerónimo, mientras que “Magog” (el nombre aparece por primera vez en Génesis 10,2 como hijo de Jafet) es su pueblo o su ejército. Josefo, seguido por San Andrés de Cesarea, dice que Magog fue el antepasado de los escitas, quienes también habitaron originalmente el área del Mar Negro.

      Las tierras sobre las que Gog gobierna se llaman “Ros, Mesec y Tubal”. “Ros” en el griego del Antiguo Testamento griego, la Septuaginta, es el nombre antiguo de Rusia. La identificación con Rusia se ve reforzada por el hecho de que se dice que Gog y Magog provienen del “extremo norte” “durante los últimos tiempos” (Ezequiel 38.6, 39.2). “Meshech” puede referirse a Moscú, según algunos comentaristas, y “Tubal”, según el bienaventurado Teodoreto de Ciro, a Georgia.

      En su comentario sobre Ezequiel, M. Skaballanovich cita, contra la identificación con Rusia, la observación de un erudito alemán: “Los rusos no pueden ser incluidos entre los enemigos del Reino de Dios”. Pero esa observación se hizo antes de la Primera Guerra Mundial: un siglo después, tras la mayor persecución de los cristianos ortodoxos de la historia, la idea de que los rusos del régimen neosoviético de Putin o su sucesor pudieran ser incluidos entre los enemigos de Dios es mucho más plausible, y especialmente desde un punto de vista ortodoxo. Además, los aliados y oponentes de Gog en su invasión del Medio Oriente encajan bastante bien con el actual sistema de alianzas en la región. Por lo tanto, se puede discernir una correspondencia aproximada entre los aliados de Gog en la forma de los armenios (“Togarmah”), los persas chiítas y los libios, por un lado, y sus enemigos en la forma de Israel y los musulmanes sunitas de Turquía. y la península arábiga (“Sheba” y “Dedan”), por el otro. Estas dos coaliciones ya están librando una sangrienta guerra de poder en Siria, y es completamente factible que Putin, quien declaró en agosto de 2013 que “destruiría” a Arabia Saudita, intente llevar a cabo su amenaza con una invasión al Medio Oriente..

      Los nombres “Gog y Magog” también aparecen en el capítulo veinte del Apocalipsis de San Juan. Hay dos diferencias importantes entre las profecías del Antiguo y Nuevo Testamento. La primera es que mientras el Gog y el Magog de Ezequiel provienen del “extremo norte”, los de San Juan provienen de “las cuatro partes de la tierra”. La segunda es que mientras que a la destrucción de Gog y Magog de Ezequiel le siguen varios años más de vida terrestre, a la descripta en San Juan le sigue el Juicio Final. Así que el Gog y Magog de Ezequiel vienen antes en la historia terrestre que San Juan. Evidentemente, sin embargo, son espiritualmente afines; ambos representan poderes anticristianos, quizás los anticristos, el colectivo (soviético) y el personal (judío) respectivamente.


19 de abril /  2 de Mayo, 2014.

Nuevo hieromártir Víctor, Arzobispo de Vyatka

 

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