Vladimir
Moss
La cuestión sobre los límites adecuados de obediencia al
poder político ha preocupado a los cristianos desde el tiempo de los primeros
mártires, quienes confesaron lealtad al emperador romano pagano, pero se
negaron a obedecerle en aquello que conflictuaba con la suprema soberanía de
Dios. Este problema; el problema, por así decirlo, de trazar la línea entre
aquello de lo que es de Dios y aquello de lo que es del Cesar (o del Faraón) se
ha vuelto particularmente difícil y disyuntivo en los últimos dos siglos, desde
que la Revolución Francesa infecto a todo el mundo con el afán de libertad.
Tanto las iglesias griegas como las rusas han sufrido grandes cismas debido a
sus divergentes respuestas en torno a la cuestión de: ¿Cuál es el poder de
Dios? Es así que cuando los griegos del Peloponeso se levantaron en contra del
poder turco en 1821, terminaron siendo anatematizados por el Patriarcado
Ecuménico de Constantinopla, conllevando a un cisma entre las Iglesias de
Grecia y Constantinopla que duro hasta 1852. De nuevo, cuando la Iglesia Rusa
se levantó en contra del poder soviético en 1918 y lo anatematizó, se conformó
una reacción de jerarcas pro-soviéticos, quienes arrojaron hacia las catacumbas
a los fieles de los decretos de 1918.
En el siglo XIX, el estudio más profundo y extenso sobre
esta cuestión provino de la pluma del metropolita Filareto de Moscú, quien
refuto a la propaganda anti-zarista de la intelligentsia
liberal rusa al demostrar que el poder del Zar en el Estado, al ser – por así
decirlo – una extensión del poder del Padre en la familia (ya que el Estado se
conforma a través de un amalgama de muchas familias) es natural y está
establecido por Dios.[1] Sin
embargo, el metropolita respondió directamente tan solo a una mitad, y la mitad
menos difícil, de la cuestión. Concediendo que el poder del Zar, y el poder
monárquico en general, es de Dios ¿Qué hay del poder que lucha en contra de
este poder establecido por Dios, que lo usurpa y lo derroca? ¿Debemos verlo de
forma tan tolerante como así vio la Iglesia a los múltiples golpes de Estado que elevaron hacia el
trono a sucesivos emperadores de la Nueva Roma de Constantinopla? ¿Cómo debemos de considerar a los regímenes
democráticos actuales, que no solo llegaron al poder sobre los cadáveres de los
legítimos monarcas, sino que incluso niegan el principio monárquico en sí
mismo? Aún más pertinente para los actuales cristianos ortodoxos rusos es ¿Qué
decir del poder soviético, que no solo asesino a los monarcas y negó el
principio monárquico, sino que renegó del mismísimo origen y fuente de toda
autoridad legítima, Dios Mismo?
Ya que algunos dicen que el poder soviético, también, fue (o
es) legítimo y tuvo que obedecerse en medida de que “todo poder es de Dios” (Romanos
13.1)
Otros afirman que el poder soviético era el Anticristo, no
en el sentido de que era el último gobernante anticristiano, “el hombre impío,
el hijo de perdición”, (II Tesalonicenses 2:3) a quien el Señor
destruirá en Su Segunda Venida, sino más bien en el sentido de que era una de
las cabezas o cuernos de esa bestia cuyo “poder y trono y gran autoridad” no
provienen de Dios, sino del “dragón”, es decir, Satanás (Apocalipsis
13:3).
Esta Bestia del comienzo del libro del Apocalipsis, según el
común consenso de los Santos Padres, es de hecho el Anticristo, cuyas siete
cabezas y diez cuernos representan una serie de reinos anticristianos que
culminan en “otro cuerno pequeño (...) y he aquí que este cuerno tenía ojos
como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas” (Daniel 7.8): el
falso rey de los judíos.
Por esto la pregunta es la siguiente: ¿Puede el poder
soviético ser interpretado como “¿el Anticristo colectivo” quién antecede al
último Anticristo “individual”, que, al compartir su esencia, que se puede
decir que se establecerá no por Dios, sino por Satanás?
*
Pero como, se puede preguntar ¿Puede ser algún poder de Satanás cuando tenemos la
explicita declaración de san Pablo de que todo
poder es de Dios?
Para entender el verdadero significado de las palabras de
san Pablo, tenemos que tomar en cuenta el contexto en el que fueron escritos
estos versos. En el capítulo anterior (Romanos 12), san Pablo había
elaborado la enseñanza cristiana sobre el amor, la unidad y la no resistencia
al mal “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los
hombres” (vv. 17, 21).
Habiendo elaborado esta enseñanza sobre la esfera personal, en la esfera de las relaciones
entre los individuos, san Pablo procede a elaborar la misma enseñanza en la
esfera política, la esfera de las
relaciones entre los grupos de individuos y el Estado. Así como nos exhorta a
no resistir a el Mal con el Mal en la esfera personal, ahora nos exhorta a no
resistir a el Mal con el Mal en la esfera política. Como Vladimir Rusak explica
en otros términos, estas palabras constituyen un llamado a la obediencia condicional y a una renunciación de la acción revolucionaria.[2]
¿Sobre qué se basa la obediencia condicional? Para el
gobernante en ser, en palabras de san Pablo: “castigo de los malhechores y
alabanza de los que hacen bien” (1 Pedro 2:14). Solo tal gobernante es
“establecido por Dios”; solo tal gobernante recibe su autoridad de Dios.
En acuerdo con esta definición, Pilatos debió de ser un
gobernante verdadero a quien se le debía haber obedecido justo hasta antes de
que condenase a muerte a Cristo. Pero cuando este condeno al Único Justo,
Cristo, y elevo al injusto, Barrabas, perdió toda autoridad real. Porque “Sin
la justicia – escribe san Agustín – ¿qué serían en realidad los reinos sino
bandas de ladrones?”[3]
Sin embargo esto no significa que una rebelión armada en
contra de dicho gobernante estuviese necesariamente justificada; al debe ser
resistido por medios que sean buenos, y la guerra civil, como señala el
Metropolitano Antonio Khrapovitsky, está entre los males más grandes.[4] Pero si
significa que debemos resistir espiritualmente
a la injusticia de tal gobernante. Es más, si el mal al obedecer a un
gobernante cuya injusticia y blasfemia en demasía se sobrepasa, puede ser
correcto resistir a tal gobernante incluso por medios físicos, al ser el mal
menor de entre los males. Es así que
San Hermógenes, Patriarca de Moscú, llamo a la lucha armada en contra del falso
zar Dimitri en 1611. Y el metropolita Antonio y el Concilio de la Iglesia
Ortodoxa Rusa en el Exilio llamaron a una Cruzada en contra del poder soviético
en 1921…
A pesar de esto, grosso modo todas las autoridades, incluso aun cuando estas cometen injusticia
– y todos los gobernantes son injustos en ocasiones – aún pueden considerarse
como establecidas por Dios.
En este sentido san Juan Crisóstomo explica, que la
autoridad política como tal y en
principio es buena y necesaria en nuestro mundo caído con el fin de
refrenar nuestra naturaleza caída. En la vida del mundo que vendrá no habrá
necesidad de política, así como no habrá necesidad del matrimonio. Pero hasta
ese tiempo, el poder político será necesario para sofrenar la tendencia caída
del hombre a la rebeldía y a la perfidia, así como el matrimonio lo es para su
tendencia a la fornicación y la conscuspisencia. “La anarquía” escribe san Isidoro de Pelusio
“es siempre el peor de los males (…) Y esto es porque, aunque el cuerpo es un
todo, no todo es de un idéntico honor, porque algunos miembros rigen mientras
que otros se encuentran en sujeción. Por eso estamos en lo correcto cuando
decimos que las autoridades – esto es, las autoridades y el poder real – son
establecidas por Dios para que la sociedad no pueda caer en desorden”[5].
“Pero – continua San Isidoro – si algún malvado se apodera
ilegalmente del poder, no decimos Dios lo ha establecido, mas decimos que ha
sido permitido, ya sea para escupir toda su argucia, o para escarmentar a
aquellos para los que la crueldad es necesaria, tal como el rey de Babilonia
dio escarmiento a los judíos”[6] En otras
palabras, se puede decir que Dios le permite a cualquier gobernante el gobernar
de la misma manera que a los pecadores se les permite pecar. Es en este
sentido, por así decirlo, que Dios no les impide a estos el ejercicio de su
libre albedrio, ya sea para que colmen la medida de sus pecados antes de ser
llevados a juicio, o en orden de castigar a quienes se encuentran sometidos a
estos por sus pecados.[7] Es así que
el poder soviético, aunque no ha sido establecido por Dios, puede decirse que
ha sido permitido por Él con el fin de castigar al pueblo ruso por sus pecados.
Ahora San Pablo exhorta a los cristianos no solo a orar por
los reyes, que eran paganos impíos y enemigos de la Iglesia en ese momento,
sino incluso a dar gracias por ellos “y por todos los que están en autoridad,
para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y
dignidad” (1 Timoteo 2.1). ¿Pero existe la posibilidad de que san Pablo
pudiese haber dado sinceramente las gracias por las sangrientas persecuciones a
la Iglesia? ¡Ciertamente no! Sus palabras pueden interpretarse de dos maneras,
o bien él da gracias por el principio de autoridad, de la ley y del orden, que
los emperadores paganos generalmente —cuando no estaban persiguiendo a la
Iglesia— encarnaban, y que de la misma manera preservo al propio san Pablo de
la ira de los judíos de Jerusalén y favoreció en el expandir rápidamente hacia
todos lados al Cristianismo desde las fronteras de Persia en el Este y hasta el
muro de Adriano en el Oeste. Esta interpretación es la más obvia.
Sin embargo, hay otra una profunda interpretación sugerida
por el metropolita Filareto de Moscú: “El Espíritu de Dios en su providencia
mostró de manera más o menos visible la luz futura de los Reinos Cristianos. Su
visión divinamente inspirada, penetrando a través de los futuros siglos,
encontró a Constantino, quién brindo paz a la Iglesia y santifico al reino por
la fe; y a Teodosio y Justiniano, quienes defendieron a la Iglesia de la
imprudencia de los herejes. Por supuesto él va a ver a Vladimir y Alejandro
Nievsky y a muchos otros como propagadores de la fe, defensores de la Iglesia y
guardianes de la Ortodoxia. Después de esto no es sorpresa alguna que San Pablo
pudiera escribir: Yo los exhorto no solo a orar, sino también a dar gracias al
rey y a todos los que tienen autoridad porque no solo es necesario rezar con
pena por aquellos reyes y autoridades…, sino también por aquellos a quienes
debemos agradecer con gozo a Dios por Su don precioso”[8].
En general, le es atribuida una autoridad al Imperio Romano,
del que Mismo Señor estaba registrado como ciudadano, y que en sus
reencarnaciones cristianas como la Nueva Roma de Constantinopla y la Tercera
Roma de Moscú desempeñó un papel tan importante en la preservación del
cristianismo ortodoxo, y del cual su remoción final, de acuerdo con los Santos
Padres, marcará el comienzo del reino del Anticristo. Esta es la causa de que
el gobernante británico Ambrosio Aureliano se autoproclamara como “el último de
los romanos”, a pesar de que en su época, ya a finales del siglo V, las
legiones romanas, ya hace mucho tiempo que se habían marchado de Bretaña. Y
este también es la causa, de que ya tan lejos como en el siglo X, el rey ingles
Atlestan se autoproclamara como “Basileo”, declarando de este modo que su
Estado de alguna manera seguía siendo romano.
Todos los cristianos estaban obligados a reverenciar la
autoridad del emperador romano cristiano por encima de cualquier otra autoridad
política, aun a pesar de que estos vivieran bajo la autoridad de otros
gobernantes. Fue así que cuando el Patriarca Jeremías II de Constantinopla
estableció el Patriarcado Ruso en 1589, el confirmó que el Zarato Ruso era “la
Tercera Roma” y declaro, al dirigirse al Zar: “Eres el único autócrata del
universo, el único zar de todos los cristianos del mundo”[9]
No todos los líderes cristianos mantuvieron esta legado, y hay un incidente
interesante de la vida del esquema-hieromonje Hilarión el Georgiano, que
ilustra cuán peligroso podría ser tal olvido.
Durante la guerra de Crimea de 1854-1856, cuando los
ejércitos rusos estaban peleando en contra de los turcos y sus aliados
occidentales en suelo ruso, el Patriarca Ecuménico emitió una orden a todos los
monasterios de Monte Athos para que rezaran por el triunfo de los ejércitos
turcos durante la guerra. Al escuchar esto, el anciano georgiano, Hilarión dijo
sobre el Patriarca: “Él no es cristiano”[10]
y cuando el escucho que los monjes del monasterio de Gregoriu, habían llevado a
cabo las órdenes del Patriarca, dijo: “Usted ha sido privado de la gracia del
santo Bautismo, y han privado a su monasterio de la gracia de Dios”. Y cuando
el Abad llego al anciano para arrepentirse, él le dijo al Abad: ‘¿Cómo te has
atrevido, desgraciado, a elevar a Mahoma por sobre Cristo? Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, le dice a su Hijo: «Siéntate a mi diestra. Hasta que
ponga a tus enemigos a tus pies» (Salmos 109:1). ¡Pero tú le pides que ponga a Su hijo bajo los
pies de Sus enemigos! Además, en una carta al jefe de la cancillería del Santo
Sínodo ruso, el anciano Hilarión escribió: “Los reyes de los otros pueblos [es
decir, no el Zar ruso] a menudo se hacen pasar por algo grande, pero ninguno de
ellos es un rey en realidad, solo se adornan y se halagan a sí mismos con un
gran nombre, pero Dios no está favorablemente dispuesto hacia ellos y no mora
en ellos. Reinan solo en parte, por la condescendencia de Dios. Por lo tanto,
aquel que no ama a su Zar por Dios establecido no es digno de ser llamado
cristiano...”[11]
Esta autoridad permaneció a pesar de que en ciertos momentos
el Imperio Romano adquirió más la forma de la bestia que la del “ministro de
Dios”. Mientras que algunos de los frutos del árbol estaban infectados por
influencias malévolas desde afuera, su raíz y tronco permanecieron buenos al
estar establecidos por el único Bueno. Esta es la razón de porque era de
incumbencia a todos los cristianos el orar y dar gracias por los Emperadores
romanos, sean los de la Antigua, los de la Nueva, o los de la Tercera Roma,
así, como san Serafín expresaba: “Después de la Ortodoxia, la celosa devoción
al Zar es el primer deber del ruso y el fundamento principal de la verdadera
piedad cristiana”[12]
En otras palabras, la autoridad establecida por Dios, al ser
uno de los dones del Espíritu Santo (1 Corintios 12.27), es potestad en
primer lugar solo a los Emperadores Romanos Cristianos y a aquellos otros
regentes cristianos que recibieran la unción verdadera de la Santa Iglesia. En
un sentido secundario, puede decirse también que es potestad
de otros regentes, quienes pueden se gobernantes no cristianos que mantienen el
principio básico de la ley y el orden en contra de las fuerzas de la anarquía y
la revolución. Sin embargo, esta clase secundaria de autoridad es solo parcial
y relativa; y la autoridad de los verdaderos regentes cristianos es la que debe
de ser reverenciada por los cristianos más allá de cualquier otro tipo de
autoridad política, aun si esta última fuese la autoridad bajo la cual ellos
viven.
¿Hubo gobernantes por los cuales la Iglesia primitiva se
negó a orar y dar gracias? Sí: en el siglo IV, San Basilio el Grande oró por la
derrota de Juliano el Apóstata, y fue a través de sus oraciones que el apóstata
fue asesinado, como Dios se lo reveló al santo eremita Julián de Mesopotamia[13]. Esto
plantea la interesante pregunta: ¿Qué era diferente en Juliano el Apóstata que
lo hizo mucho peor a los perseguidores anteriores e indigno inclusive de las
gracias y los honores que a estos se les tributaba? ¿Fue porque era un apóstata
de la fe cristiana? ¿O porque intentó ayudar a los judíos a reconstruir el
Templo[14]
y, de esa manera, se convirtió de manera muy directa en un precursor del
Anticristo?
*
Debemos de revisar cada una de estas cuestiones por
separado. De la primera se puede decir lo siguiente. Un gobernante es una
autoridad verdaderamente establecida por Dios, si este proporciona un grado
mínimo de ley y orden. Tal gobernante puede ser uno cristiano o incluso uno
pagano; porque inclusive los paganos pueden ser buenos gobernantes en un
sentido meramente político, y los primeros cristianos no encontraron dificultad
en obedecer y honrar a los emperadores paganos en todo excepto en sus políticas
religiosas.
No obstante, un apostata de la fe verdadera representa una
amenaza mucho más peligrosa para el pueblo cristiano. Ya que los feligreses más
débiles pueden ser tentados a obedeceré, no tan solo en sus demandas políticas,
sino también en su política religiosa, al considerarle como un cristiano
bautizado. Es más, el gobernante apostata puede atacar a la autoridad de
gobernantes ortodoxos anteriores, al declarar que estos no solo eran herejes
religiosos, sino que también eran traidores políticos u usurpadores. Por lo
tanto, un gobernante apostata dispone la habilidad de socavar tanto los
cimientos del Estado como los de la Iglesia.
Ciertamente es verdad que algunos de los periodos más
críticos en la historia de la Iglesia han coincidido con los reinados de
gobernantes apóstatas. Es por esto que fue muy tenaz la Iglesia en su
condenación a los gobernantes del siglo IX y X, más aún que con los gobernantes
paganos de los tres primeros siglos cristianos. Al mismo tiempo, no existe
evidencia de que la Iglesia conminara a los fieles de aquellas épocas a que se
negasen a pagar impuestos o dar servicio militar a los emperadores iconoclastas,
aun menos de que se levantaran en una rebelión abierta en contra de estos. De
hecho, las Actas del Séptimo Concilio Ecuménico dejan claro que los
confesores de la verdad oraban por el éxito de los emperadores iconoclastas en
asuntos militares mientras los reprendían por su impiedad. Quizás esto fuese
porque si bien los emperadores iconoclastas no continuaron con las tradiciones
religiosas de la Roma Cristiana, si con sus tradiciones políticas, por lo que
podían seguirse considerando como autoridades en el sentido político.
O tal vez la Iglesia pudo providenciar que el último de los
gobernantes iconoclastas moriría y que sería sucedido por los regentes
ortodoxos Miguel y Teodora; es decir, que el barco del Estado podría estar a
tiempo de enderezarse a sí mismo sin que fuese necesaria ningún tipo de acción
para su corrección.
Un ejemplo más ambiguo es el de la invasión normanda a
Inglaterra en 1066. El regente normando, Guillermo el Conquistador, fue
coronado como primer rey católico de
Inglaterra el 6 de enero de 1067, un año y un día antes del 5 de enero del año
1066, cuando Rey Eduardo el Confesor, el antecesor de Harold, antes de morir
profetizo: “Dado que aquellos que han alcanzado los más altos cargos en el
reino de Inglaterra, los condes, obispos y abades, y todos aquellos en órdenes
sagradas, no son lo que parecen ser, sino, por el contrario, son siervos del
diablo, en un año y un día después del día de tu muerte, Dios habrá entregado
todo este reino por Él maldecido en manos del enemigo, y los demonios vendrán
sobre esta tierra con fuego y espada y estragos de guerra”[15].
Guillermo no solo impuso la herejía del Papismo sobre sus nuevos súbditos. Sino
que rechazo la legitimidad del último regente ortodoxo, el Rey Harold, quien
había sido ungido por la Santa Iglesia, e impuso una cultura “totalitaria”
[16] – así es
de la mejor forma que se la puede describir –
completamente nueva sobre Inglaterra.”
Viendo por lo tanto, que se estaba por perder todo lo verdaderamente valioso, los
ingleses ortodoxos resistieron, cuerpo a cuerpo, y cuando fueron derrotados
emigraron en gran número hacia tierras extranjeras, principalmente a
Constantinopla (donde los soldados ingleses formaron el núcleo de guardaespaldas
del emperador hasta la Cuarta Cruzada en 1209) y a la Rus’ de Kiev (donde la
hermana del último rey ortodoxo inglés, Gytha, se casó con el gran príncipe
Vladimir Monomaco, y una colonia llamada “Nueva Inglaterra” fue fundada en
Crimea).
¿Se podría decir, entonces, que a partir del año 1066
Inglaterra entro en la era del Anticristo y que todos los creyentes cristianos
estaban obligados a negarle obediencia a la pseudo-autoridad representada por
Guillermo y sus sucesores?
Britania comenzó su pertenencia al Imperio Romano desde el
año 43, y la cristianización comenzó más o menos en la misma época. Los diez
siglos subsiguientes, a pesar de las caídas y las apostasías, Britania
permaneció no políticamente, pero si cultural y religiosamente dentro de la
órbita de Roma, tanto de la Vieja Roma como del Imperio Cristiano Ortodoxo de
la Nueva Roma.
A pesar de esto, cuando el papado romano se apartó de la
Verdad en el año 1054, y todos los reinos del Occidente fueron gradualmente
forzados a someterse bajo los gobernantes papistas, de los cuales Guillermo el
Conquistador fue uno de ellos, “aquel que retiene” el advenimiento del
Anticristo fue “quitado de en medio” de los pueblos occidentales. (II
Tesalonicenses 2.7).
Fue así que, como escribió el proto-protestante inglés John
Wycliffe en 1383, «el orgullo del Papa es la causa del porque los griegos están
divididos con los auto-proclamados creyentes... Es que nosotros occidentales,
por lejos muy fanáticos, somos quienes nos hemos dividido de los creyentes
griegos y de la fe del Señor Jesucristo»[17]
Por esto quizás la rebelión contra la pseudo-autoridad de
Guillermo fuese de hecho imprescindible para la primera generación de los
ingleses a los que gobernó, quienes habían nacido en la Ortodoxia y sobre
quienes un poeta inglés anónimo escribió: «los maestros se han perdido así como
muchas de las personas» Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y nacían
nuevas generaciones que nunca habían conocido la ortodoxia, la cuestión de
resistencia a los gobernantes dejo de tener sentido; ¿en nombre de qué, y por
el bien de que, deberían los herejes levantarse en contra de los herejes? Y en
la actualidad, hace más de novecientos años después, cristianos ortodoxos,
tanto nativos como extranjeros, viven en las naciones apostatas de Occidente en
general, reflexionar sobre la legitimidad o ilegitimidad de sus
gobernantes. Esto se da así, no, por
supuesto, porque el Occidente se hubiese arrepentido de su apostasía, sino
porque como esta apostasía se ha tornado menos agresiva hacia la Ortodoxia, y
porque gobernantes actuales, a diferencia de los de finales del siglo XI, son –
por el momento – garantía de aquel mínimo de ley y de orden del cual, como
hemos visto, es la esencia de la autoridad en el sentido apostólico de la
palabra.
Avanzando hacia unos 300 años, llegamos al primer claro
ejemplo de una exitosa rebelión armada de un pueblo cristiano ortodoxo en
contra de sus gobernantes: la de los rusos contra los tártaros. En el momento
cuando los tártaros invadieron por primera vez Rusia, en el siglo XIII, san
Alejandro Nievsky, había decidido en luchar contra los caballeros teutónicos
católicos, pero en someterse a los tártaros ya que estos últimos amenazaban a
la fe de sus súbditos mientras que los primeros tan solo amenazaban su independencia
política. Por eso se les garantizo a los tártaros poseyeran una mayor
legitimidad política que a los católicos, tan solo mientras que sus
pretensiones fuesen únicamente políticas. ¿Por qué 150 años después, los rusos
se levantaron en contra de los gobernantes que ellos habían aceptado como
legítimos por tanto tiempo, con la bendición, además, de san Sergio de Radonezh
uno de los hombres más santos que jamás hayan vivido? No existe evidencia que
los tártaros se hubieran vuelto significativamente más intolerante hacia la
Ortodoxia, ni que ellos apostataran de aquella fe ya que nunca la habían
confesado.
Es tentador concluir que la diferencia aquí consistió en el
hecho de que san Sergio pre-vio, a través del Espíritu de Dios que era con él,
que en ese momento una rebelión triunfaría y que tendría a largo plazo buenas
consecuencias para toda la Iglesia. Pero ¿eso no significa que a la hora de
evaluar la legitimidad o la ilegitimidad de un gobernante, de si es o no
correcto permanecer en obediencia a él, – en cualquier caso, de que este no
fuese uno cristiano ortodoxo – no es meramente una cuestión meramente moral,
sino que contiene algún elemento de cálculo político u militar?
Por supuesto, la prudencia y pre-visión no son solo
cualidades que no tengan que ver con la moralidad; pero podríamos suponer
razonablemente que, si un gobernante es legítimo, es decir, establecido por
Dios, sería incorrecto rebelarse y tratar de derrocarlo sea cual sea la
circunstancia, incluso si pudiéramos estar seguros de que nuestro intento sería
exitoso y no conduciría a represalias terribles para el pueblo ortodoxo.
Consideremos otro ejemplo de una exitosa y justa rebelión en
contra de los poderes preexistentes; aquella del pueblo ruso en contra de los
poderes católicos en 1612. Por supuesto, los católicos son herejes, y con razón
se esperaba que el falso Dimitri, incluso si se convertía formalmente a la
ortodoxia, protegería a los jesuitas, cuyo objetivo era catolicizar a Rusia.
Por otro lado, la empresa estaba llena de gran riesgo, los rusos entre sí
estaban divididos, y otros poderes foráneos como los suecos, estaban esperando
para abalanzarse.
¿Por qué entonces, bendijo el santo patriarca Hermogenes lo
que era, en efecto, una guerra civil? ¿Fue nuevamente porque él pre-vio por el
Espíritu de Dios en él, que los ejércitos rusos triunfarían y marcarían el
comienzo de la dinastía ortodoxa de los Romanov?
Si los tártaros en 1380 y los católicos en 1612 (y
nuevamente en 1812) eran poco menos que
gobernantes que carecían de legitimidad, contra quienes el mismo Señor,
a través de Sus santos, orquestó exitosas rebeliones en momentos específicos,
no cabía duda alguna de que una rebelión en contra el poder soviético podría
haber sido tanto legítima como exitosa. Además, una bendición implícita para la
rebelión estaba contenida en el decreto del Concilio Local de la Iglesia
Ortodoxa Rusa del 22 de enero de 1918, que confirmó la anatematización del
poder soviético por parte del Patriarca Tijón tres días antes y su exhortación
a: “no comulgar con tales los parias de la raza humana de ninguna forma. “quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros”
(1 Corintios 5.13) y continuó declarando: “¡Ortodoxos! A Su Santidad el
Patriarca le ha sido concedido el derecho de atar y desatar, en concordancia
con las palabras del Salvador... No destruyáis vuestras almas, cesad comunión
con estos siervos de Satanás; los bolcheviques. Padres, si vuestros hijos son
bolcheviques, demandad con autoridad a que renuncien a sus errores, para que se
arrepientan de su eterno pecado, y si no os obedecen, renunciad a ellos.
Esposas, si sus maridos son bolcheviques y tercamente continúan sirviendo a
Satanás, dejadlos, salvad a vosotras mismas, y a vuestros hijos, de esta
infección destructiva para alma. Un cristiano ortodoxo no puede tener comunión
con los siervos del diablo... Arrepentíos, y con ferviente oración clamad por
la ayuda del Señor de los Ejércitos, y quitad de vosotros “la mano de los
extraños”; los enemigos antiguos de la Fe Cristiana, quienes se han
autoproclamado, de manera autoimpuesta como el “poder del pueblo” ... Si
vosotros no obedecéis a la Iglesia, no seréis sus hijos, mas seréis participes
en la crueles y satánicas acciones llevadas a cabo por los enemigos abiertos y
solapados de la Verdad Cristiana... ¡Sed valientes! ¡No os demoréis! No
destruyáis vuestra alma, entregándola al diablo y sus adláteres”[18]
Más aún, en su Epístola al Consejo de Comisarios del Pueblo
en octubre de 1918, el Patriarca escribió: “No es asunto nuestro juzgar a las
autoridades terrenales; cada poder permitido por Dios podría atraer nuestra
bendición si fuera realmente ‘el ministro de Dios’ para el bien de aquellos
sujetos a él y ‘porque los magistrados no están para infundir temor al que hace
el bien, sino al malo.’ (Romanos 13.3,4)”, lo que claramente implicaba
que el poder soviético, que era terrible para las buenas obras y no para el
mal, no era “el ministro de Dios”.
Sin embargo, a pesar de todas estas justificaciones
históricas, conciliares y escritúrales, el Patriarca no bendijo al final a los
ejércitos blancos que luchaban en contra de los soviéticos; ni esos ejércitos
fueron bendecidos con la victoria desde lo alto. ¿Por qué? ¿Fue porque el
Patriarca pre-vio, por el Espíritu de Dios en él, que estos no tendrían éxito?
Muy probablemente, pero esto lleva a la pregunta del porque no fueron exitosos,
del porque Dios no los bendijo. ¿Fue porque, de hecho, el poder soviético era
de Dios, y por ende la rebelión en contra de este era una rebelión en contra de
Dios como lo sostendrían los renovacionistas y sergianistas? Ya hemos dado
suficientes razones del porque este argumento es invalido. En todo caso, si
este fuera valido, los sergianistas debieran de verse forzados a reconocer que
las rebeliones del pueblo ruso en el año 1380 y en el 1612, a pesar de ser
bendecidas por los más grandes santos rusos, fueron también perversas
rebeliones en contra de las legítimas autoridades establecidas por Dios.
Los ejércitos blancos fracasaron, no porque el poder
soviético fuese de Dios, y por ende no se le debiera haber resistido, sino
porque, como el sabio Aristocles de Moscú señalo: «el espíritu no es recto» y
el espíritu no era recto porque, a pesar de que hubiese muchos verdaderos
ortodoxos y monarquistas en el lado de los blancos, dentro de las metas de sus
líderes no estaba la restauración de lo Sagrado. Es decir; la Rusia Ortodoxa y
Zarista. Sino más bien el restablecimiento de la propiedad de los terratenientes
o la reanudación de la Asamblea Constituyente, u algún otro objetivo
no-espiritual.[19]
La Rebelión de la Iglesia de las Catacumbas, que comenzó
entre 1927 y 1928, fue más espiritual, y por lo tanto más exitosa; a la que se
le puede atribuir miles, quizás millones, de martilles y confesores de la
Iglesia de las Catacumbas, hasta caída del poder soviético en 1991. Al no tener
nada que perder, no buscaban la restauración de bienes materiales; al no tener
fe en las democracias, no abogaban por “derechos humanos”. Simplemente se
arrepintieron, sufrieron y murieron; y con cada muerte, las paredes del reino
del Anticristo se iban debilitando...
Y es a un documento de la Iglesia Clandestina a la que
debemos la explicación más clara y teológicamente convincente del porque el
poder soviético no fue una autoridad verdadera que funcionaba mal, o un simple
gobierno que abusaba de su autoridad dada por Dios, sino que era precisamente
una anti-autoridad. Aquí hay un extracto de este documento:
“¿Cómo deberíamos ver la autoridad soviética, siguiendo la
enseñanza apostólica sobre las autoridades (Romanos 13)? De acuerdo con
la Enseñanza Apostólica que hemos expuesto, uno debe reconocer que la autoridad
soviética no es autoridad. Es anti-autoridad. No es una autoridad porque no
está establecida por Dios, sino insolentemente creada por una agregación de las
acciones malvadas de los hombres, y se consolida y sostiene con estas acciones.
Si las acciones malvadas se debilitaran, la autoridad soviética, cual
representa una condensación del mal, también se debilitará... Esta autoridad
fue consolidada con el fin de destruir todas las religiones, simplemente para
erradicar la fe en Dios. Su esencia es la guerra contra Dios, porque su raíz
viene de Satanás. La autoridad soviética no es autoridad, porque por su propia
naturaleza no puede cumplir con lo que es legítimo, porque la esencia de su
existencia proviene del mal.
Puede decirse que la autoridad soviética, al condenar
diversos crímenes humanos, puede aún ser considerada como autoridad. No decimos
que una autoridad gobernante carece totalmente de legitimidad. Sólo afirmamos
que es una anti-autoridad. Uno debe conocer que los fundamentos del poder real
están ligados a ciertas acciones de los hombres, para quienes el instinto de
preservación es natural. Y ellos tienen en cuenta las leyes morales que han
sido inherentes a la humanidad desde épocas pasadas. Pero, en esencia, esta
autoridad sistemáticamente incurre en el homicidio, física y espiritualmente.
En realidad, un poder hostil, que se denomina autoridad soviética, esta acción.
El enemigo se esfuerza con astucia para obligar a la humanidad a reconocer este
poder como autoridad. Pero la Enseñanza Apostólica acerca de la autoridad es
irreconciliable en este caso, tal como el mal es irreconciliable respecto a
Dios y al justo, porque el mal yace fuera de Dios; pero los enemigos con
hipocresía pueden refugiarse en las bien conocidas Enseñanzas Apostólicas y
decir que todo proviene de Dios. Esta anti-autoridad soviética es precisamente
el Anticristo colectivo, en guerra contra Dios”[20]
Suponiendo que el poder soviético fuera antiautoridad, ¿era
pecado recibir la ciudadanía soviética? Los cristianos de las catacumbas no
alcanzaron unanimidad sobre esta cuestión. Los cristianos de las catacumbas no
llegaron a una unanimidad sobre este problema. Algunos tomaron el muy
dificultoso, el muy sacrificial, camino de los “besspassortnij”, “aquellos sin
pasaporte”. Otros no fueron tan estrictos, al insistir que un cristiano solo no
debía simpatizar con el poder soviético o colaborar con este. El último grupo
señalaba que no se podía condenar a aquellos quienes hubiesen aceptado la
ciudadanía soviética mientras que ellos mismos aceptasen los beneficios (aunque
fuesen lo pequeño que fuesen) de dicha ciudadanía.
Es así que en 1960 el archimandrita Hilarion (Andrievsky)
líder de la Iglesia de las Catacumbas en Voronez, escribió lo siguiente a una
monja de “línea dura”:
“El llamarse a sí mismo ‘ciudadano del Estado Soviético’ de
ninguna manera significa reconocerse a sí mismo como un ‘individuo soviético’.
Esto no significa comprometerse con los comunistas, esto no significa ir junto
con ellos, esto no significa trabajar en concierto con ellos y simpatizar con
todas sus empresas… ‘un ciudadano del estado soviético’ y ‘una persona
soviética’ no son de ninguna manera idénticos conceptos; el primero es
reconocer y someterse al poder soviético, y el segundo; es un consentimiento
interno, una sensación en el alma del hombre. Hay una gran diferencia entre
estos conceptos. Experimenté esto mismo en 1928, hace treinta y dos años.
Después de un largo convoy, mientras esperaba una decisión sobre mi destino
junto con otros prisioneros en la prisión de Samarcanda, me dijeron que se me
dejaba para cumplir mi condena de exilio en la misma ciudad de Samarcanda
misma. Muchos prisioneros dentro de la prisión me envidiaron por esto, habiendo
sido la antigua capital de Asia Central, era una ciudad grande, culta e
interesante con sitios antiguos. Pero entonces, cuando fui conducido al GPU
para llenar ahí un cuestionario, mi situación cambio bruscamente. Ya que mis
respuestas no les agradaban. A la pregunta ‘¿Cuál es su relación con las
autoridades?’ Yo conteste: ‘Yo la reconozco y me someto a esta en los asuntos
civiles’. Entonces ellos dijeron que ‘esto no es mucho’. Pero cuando yo
pregunte: ‘¿Qué más quieren ustedes?’ Ellos respondieron con otra pregunta
‘¿Pero usted simpatiza con esta?’ Y yo respondí directamente: ‘No, yo no
simpatizo con esta, y como creyente yo no puedo simpatizar en general con esta.
Además, como voy a simpatizar personalmente con esta, ¡cuando esta me trae aquí
completamente en contra de mi voluntad, separándome de mis parientes y
amigos!’. A esto dijeron: ‘Probablemente busques la autoridad del Zar’ Y yo
conteste: ‘No, ustedes se equivocan. Lean historia, y ustedes podrán ver que
hubieron tiempos de los cuales los zares también persiguieron ferozmente a los
cristianos.’ Todas aquellas respuestas fueron escritas y firmadas. Un tiempo
poco después se me dijo que habría un brusco cambio en cuanto a mi lugar de
condena; de la gran y hermosa ciudad de la cual se me había asignado antes se
me envió a la estepa remota, de la cual, luego de haber estado por 5 años, se
me despacho a otro exilio, en la distante Siberia. Se me hizo claramente
evidente que en base a ese cuestionario el poder soviético hacia una profunda
distinción entre ‘simpatía’ y ‘ciudadanía’ y que no se fusionan ni se confunden
necesariamente estos dos conceptos en uno solo. Sino otra manera, después de mi
respuesta sobre el reconocimiento y la sumisión al poder soviético. Ellos no
debiesen de haber avanzado en preguntarme sobre mi ‘simpatía’, si esta
‘simpatía’ realmente se vinculara con la ‘ciudadanía’. Después de todo, ellos
no solo me inquirieron sobre mi ‘simpatía’ sino que me castigaron por mi
respuesta negativa, y cambiaron el lugar de mi condena de Samarcanda hacia una
remota estopa a 400 kilómetros de distancia.
Por esto, un ‘ciudadano’ no es siempre y necesariamente un
‘simpatizante’ de todas las medidas comunistas, que ya por si el concepto de
‘ciudadano’ no apareja esta ‘simpatía’; '; y por esa razón, no hubo pecado en
participar en el censo y dar una respuesta positiva a la pregunta sobre la
'ciudadanía' en el estado soviético, en el cual, como usted bien sabe, en estos
ciudadanos comunistas quienes son completamente devotos y simpatizantes del
mismo, así como hay simples ciudadanos tan solo en el sentido de súbditos; y
estos últimos son la absoluta mayoría, en cuyo lugar estamos usted y yo, esto
lo atestigua claramente su pasaporte, que usted ha recibido y vive a través de
él con los derechos [inherentes] de ‘ciudadanía’ para determinados en casos
necesarios (recepción de pensión, etc.) Y es mucho más inusual el decir que no
hay pecado cuando uno toma de las ventajas de los derechos del ciudadano, ¡pero
en su opinión, el llamarse a sí mismo ‘ciudadano’, es un pecado tan terrible
que usted inclusive ha excluido de la Ortodoxia a todos los que han sido
participes del censo! ¡Qué increíble
miopía! Es esto lo que ha engendrado un error tan profundo, que incluso
contradice la simple lógica común, ni que hablar del gran error sobre el que ya
he escrito antes y que no repetiré. Solo agregaré que tal ceguera espiritual a
Dios no le complace.
Si, en su opinión, es pecaminoso el llamarse ‘ciudadano’ del
Estado soviético en un censo, entonces el tomar ventajas, así como usted lo
hace, mas entonces aprovechar, como lo hace, de esta ciudadanía es un hecho aún
más amargo y serio, aunque usted como tal no lo reconozca. (Su pasaporte, su
pensión, etc. ¡le reprochan!) ¡¿Qué beneficios son estos?! Y cuánto se dice en
los servicios divinos del Menaion de diciembre sobre la participación de
nuestro Señor Jesucristo mismo en el censo de Herodes, lo que demuestra la
ausencia de pecado en nuestra participación en el censo que ha tenido lugar. Y
en el Menaion del 5 de enero se dice de Cristo: ‘Él fue registrado, pero no
obro, obedeciendo los mandatos del César’. Así como puede ver usted, dicha
‘registración’ de ninguna manera estaba ligada con el ‘obrar’ por el César. Por ende, nuestra participación en el
censo no necesariamente nos obliga a nosotros a obrar por el poder soviético,
mucho menos en simpatizar con el comunismo, como usted erróneamente piensa. En
conclusión, yo no voy a citar un argumento más a favor de nuestra respuesta
positiva a la cuestión de la ‘ciudadanía’. Nosotros los rusos hemos recibido
nuestra santa fe ortodoxa de los griegos, de Constantinopla, mientras que la
condición civil de los griegos era de sometimiento hacia los turcos-musulmanes.
A pesar de esto, esta ciudadanía turca no impidió a los griegos de preservar la
fe ortodoxa a lo largo de muchos siglos. Hasta el día de hoy Constantinopla es
considerada como cuna de la santa ortodoxia, un centro de la Iglesia Universal
de Cristo. Y este ejemplo histórico claramente demuestra que la ciudadanía
turca no necesariamente implicaba en si misma simpatía a los musulmanes, así
como la ciudadanía soviética no implica en si misma simpatía al comunismo; que
es pecaminoso…”[21]
La observación del Padre Hilarión es acertada. Sin embargo,
como este artículo ha tratado de mostrar, él erra al no ver una diferencia
esencial entre los regímenes de la Roma Imperial pagana y el sultanato turco,
por un lado, y el poder soviético, por el otro. Quizás uno pueda de hecho haber
sido un ciudadano soviético sin simpatizar, u colaborar, con el poder soviético
de ninguna manera. Pero era extremadamente difícil; y si
"reconocimiento" implicaba aceptar la legitimidad del régimen soviético,
entonces esto, por sí mismo, ayudaba al poder soviético hasta cierto punto. Más
aun, cuando todo tipo de reconocimiento o sumisión estaba en contradicción
directa con el anatema del patriarca Tijón de 1918, el cual llamaba a los
ortodoxos de que de ninguna manera obedecieran
a los Soviets.
Esta disyuntiva permaneció sin resolverse hasta la caída de
la Unión Soviética en 1991. Lo vemos resurgir en los comienzos de 1990 con el
argumento del Metropolita Vitaly el primer jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa
en el extranjero en la correspondencia con los representantes de los
sin-pasaporte. El metropolita comparo a la Unión Soviética con el Imperio
Romano. San Pablo se había enorgullecido de su ciudadanía romana, escribió él,
por lo cual ¿qué tenía de malo tener un pasaporte soviético y ser llamado
ciudadano soviético?[22] Los
cristianos sin-pasaporte quedaron horrorizados ante tal comparación; como si
Roma, el estado en el que el mismo Cristo nació y fue registrado en un censo, y
que más tarde se convirtió en los grandes imperios cristianos ortodoxos de
Bizancio, la Nueva Roma, y Rusia, la Tercera Roma, pudiera compararse con el
anti-estado, el colectivo Anticristo establecido, no por Dios, sino por Satanás
(Apocalipsis 13.2) ¡que destruyo al Imperio Ruso![23] Roma, inclusive en su fase pagana; protegió a
los cristianos de la furia de los judíos; la Unión Soviética, fue, en su más
temprana fase, el instrumento de los judíos en
contra de los cristianos. Roma, incluso en su fase pagana, garantizo un
marco de ley y orden del cual los apóstoles rápidamente pudieron difundir la fe
de un extremo al otro del mundo: la Unión Soviética forzó a la población que ya
era en su gran mayoría ortodoxa a renunciar a su fe u ocultarse “por desiertos
y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra.” (Hebreos 11.38)
*
Retomemos ahora el segundo posible criterio indicado más
atrás para la legitimidad o la no legitimidad del poder político: su relación
con “el misterio de iniquidad” (II Tesalonicenses 2.7), la Revolución Judía.
Juliano el Apostata fue singularmente repugnante para la
Iglesia no sólo porque fuese un apostata al cristianismo, sino porque, y esto
es mucho más importante, él ayudo a los judíos en su intento de reconstruir el
Templo de Salomón. Si Dios no hubiera frustrado el plan de los judíos haciendo
que emergiera fuego desde los cimientos del Templo, es muy posible que estos
hubiesen proclamado al mismo Juliano como el Mesías, así como el Gran Sanedrín
se ofreció a proclamar a Napoleón como el Mesías cuando este, unos mil
quinientos años después les propuso el completar el proyecto de Juliano. Es así
que, cuando san Basilio, cuyo nombre significa “rey”, rezo por la destrucción
de Juliano, él en efecto estaba llevando consigo, en ausencia de un verdadero
rey, el papel regio de aquel “quien retiene” la aparición del Anticristo (II
Tesalonicenses 2.7)
La potencia pagana romana, a pesar de todos sus atropellos,
no apoyo a la Revolución Judía, sino que la freno[24],
a través de la destrucción de Jerusalén y la represión de las sucesivas
rebeliones judías.[25] Puede
decirse lo mismo de las potencias católicas e islámicas que, a pesar de ser
apostatas y anticristianas en el sentido de que convirtieron a países que
anteriormente fueron cristianos ortodoxos en enemigos de Dios, permanecieron
hostiles a las ambiciones de los aún más apostatas y anticristianos judíos. Fue
así como el poder árabe islámico expulso a los judíos de Babilonia en el año
1040, y el poder islámico tártaro echo a los judíos de Jasaría en el siglo XIII
(de donde emigraron a la Polonia católica). Y es así como el poder de la
Inglaterra católica expulso de Inglaterra a los judíos en la Edad Media, y las
potencias católicas de España y Portugal expulsaron a los judíos en la
península ibérica en el siglo XV[26]. Esto se
debió a que todas estas potencias, más allá de que fuesen anticristianas o
heréticas, entendieron por la amarga experiencia (y por tener conocimiento del
Talmud) de que los judíos no reconocen más autoridad que la suya propia, y que
eran esencialmente revolucionarios al empeñarse en establecer el dominio judío
sobre todo el resto de las naciones.[27]
El primer poder político en la historia que reconoció y
apoyo a la revolución judía fue la revolución socialista europea en sus
principales fases de sucesión: la revolución inglesa de 1642, la revolución
francesa de 1789 y la revolución rusa de 1917. Fue así que Cromwell, después de
asesinar al rey Carlos I e introducir la revolución puritana con sus caracteres
fuertemente socialistas y comunistas, invitó a los judíos a retornar a
Inglaterra. Nuevamente, los jacobinos franceses les dieron plenos derechos a los
judíos, que fueron confirmados y extendidos por Napoleón. Esto fue seguido, en
el transcurso del siglo XIX, con la emancipación de los judíos en todos los
países de Europa excepto España y Portugal en Occidente y Rusia y Rumania en
Oriente. Fue así que inmediatamente después de que las naciones ortodoxas
balcánicas fuesen libertadas de los turcos, otorgaron a los judíos los
privilegios que los turcos otomanos les habían negado.
Fue en 1917 cuando la revolución judía emergió completamente
de las sombras y tomó un poder político significativo, no solo en Rusia. Por
una de esas extraordinarias “coincidencias” de la Divina Providencia, la
Revolución de Octubre en Petrogrado y la promesa de una patria para los judíos
en Palestina por parte del Secretario de Relaciones Exteriores británico, Lord
Balfour, ocurrieron exactamente al mismo
tiempo, siendo informados en la misma columna de papel de periódico en el London Times del 9 de noviembre de 1917.
Fue como si la bestia emergiera repentinamente del mar de los pueblos gentiles,
siendo visible con dos de sus cuernos; uno situando en la Moscú Bolchevique,
sobre las ruinas del último Imperio Cristiano Ortodoxo, y el otro en la
Jerusalén Sionista. De hecho, así como Chain Wietzmann el primer presidente de
Israel, atestigua en su autobiografía, los orígenes de los líderes de los
movimientos sionistas y bolcheviques fueron, no solo del mismo territorio y
raza - los a otrora judíos jazaritas de la Zona de Asentamiento Rusa - sino que, inclusive, de las mismas familias.[28] El hecho
de que la gran mayoría de los líderes del partido bolchevique fueran judíos, es
actualmente aceptado incluso por historiadores “pro-semitas” tales como el
profesor de Harvard Richard Pipes. [29]
Los “pro-semitas” señalan que los judíos bolcheviques son
muy distintos a los judíos sionistas-talmúdicos, siendo ateos opuestos a lo
teísta, internacionalistas opuestos a lo nacionalista, y que estos persiguieron
a la religión judía con una severidad un poco menor que al Cristianismo
Ortodoxo. Esto fue así, pero las similitudes resultan aún más sorprendentes y
profundas que las diferencias.
Primero; el Bolchevismo puede ser descripto como teísta
antes que como anti-teísta, al haber tenido un intenso odio cuasi religioso
hacia Dios que no es común entre los no-creyentes. Fuese como si los
bolcheviques, como así los demonios que en ellos habitaban, a la vez creían y
temblaban; pero ahogaban su temor con el intenso odio a todo aquello que les
permitiese recordar a Dios. Con similitud, los sionistas talmudistas pueden ser
descriptos como antiteístas antes que teístas, al basarse en un odio intenso al
Dios verdadero, Jesucristo (quien se le describe en el Talmud como un hechicero
nacido de una prostituta y de un soldado romano), y a la raza de los
cristianos, de una manera tal que incluso con mucha dificultad se pueda
encontrar en otra religión o cosmovisión.
Segundo, como Bertrand Russell señaló, muchos elementos del
sistema marxista son reminiscencias del judaísmo; la misma lucha por el paraíso
terrenal (la abolición del Estado y el comunismo); la misma división del mundo
entre los pueblos elegidos (el proletariado) y los goim (los explotadores), en
el odio incitado contra estos últimos, el mismo culto al falso Mesías; el líder
infalible o el partido[30].
Tercero, existe una evidencia considerable de que la
revolución bolchevique fue concebida tras bambalinas por el Sionismo. Así es
como se conoce bien que los banqueros judíos occidentales financiaron la
revolución bolchevique (así como estos financiaron el temprano asenso de
Hitler, según con el propio Hitler[31]).
Y que el asesinato del Zar y su familia fue no solo perpetrado por los judíos,
sino de una manera religiosa judía específicamente ritualista[32].
El punto más álgido entre la cooperación
sionista-bolchevique fue en 1948, cuando la Unión Soviética se convirtió (junto
con Gran Bretaña) en uno de los garantes del recién nacido Estado de Israel,
pagando así la deuda de 1917 que los bolcheviques le debían a sus financistas
judeo-americanos. A pesar de esto, Stalin y sus secuaces se hicieron cada vez
más “antisemitas”, hasta incluso en la era Breznev; la Unión Soviética, paso a
ser vista, junto con los árabes, como la principal amenaza a la existencia de Israel.
Esto es significativo ya que este cambio de dirección coincide con una limitada
pero definitiva relajación de la presión sobre la Cristiandad Ortodoxa (del
tipo oficial) en la Unión Soviética, y una gradual regresión a la conciencia
nacional rusa. Esto sin lugar a dudas debe de ser visto como una reacción en
contra de los principios foráneos de ordenamiento nacional que habían destruido
a la Santa Rusia.
En este punto el reino de Satanás en la tierra pareció
mostrarse peligrosamente dividido entre sí; los dos cuernos de la bestia
comenzaron a tornarse en contra, amenazándose con la “destrucción mutualmente
asegurada”. Es que, la guerra nuclear entre Israel y sus aliados, por un lado,
y la Unión Soviética y sus aliados, por el otro, no estaba en los planes de los
Sabios de Sion. Así fue que los líderes de la mitad sur y oeste de la
conspiración debían de tomar el control de la mitad norte y del este: “la “perestroika”
había nacido. Bajo Gorgachev el oso bolchevique habiendo cumplido muy bien con
su propósito; fue amordazado, y bajo Yeltsin, el “imperio del mal” se terminó
convirtiendo en un páramo de gánsters o en mejor de los casos en un centro
comercial más.
Yeltsin, como se anunció abiertamente en Pradva, era un masón, y la masonería fue
establecida en Rusia bajo su protección. Además, sus políticas promovieron la
occidentalización de Rusia de la cual ya había sido el objetivo de los masones
desde antes de la revolución. Es de tal forma que la profecía del hieroconfesor
Teodoro (Rafanovich) (+
1975) de la Iglesia Ortodoxa de las Catacumbas, se cumplió: “Los
comunistas se arrojaron a la Iglesia, como un perro rabioso. Su emblema
soviético – la cruz y el martillo – corresponde a su misión. Con el martillo
han golpeado a la gente en la cabeza, y con la hoz ellos guadañaron a las
iglesias. Pero luego los masones removerán a los comunistas y tomarán el
control de Rusia…”
Mientras tanto, la judaización del Occidente alcanza su
cenit: el ecumenismo ya ha destruido cualquier “remanente perjudicial” en
contra de la religión judía, y el Vaticano ha reconocido a Israel; muchas
sectas protestantes han comenzado a argüir que el Israel anti-cristiano es “la
Novia de Cristo” y los Estados Unidos se están preparando para reconocer a
Jerusalén como la capital de Israel a pesar de las protestas palestinas; los
asesinatos a los sacerdotes ortodoxos y monjes han comenzado nuevamente en Israel;
y los judíos extremistas construyen un túnel sobre el Domo de la Roca con la
intención de destruirlo, para
reconstruir el Templo de Salomón en su lugar; un pre-requisito esencial
para la entronización del Anticristo.
Así es que la situación religioso-política en torno al fin
del siglo XX puede resumirse de la siguiente manera. El Imperio Cristiano
Ortodoxo, “aquello que retiene” la venida del Anticristo está muerto y
enterrado; y solo un pequeño remanente aguarda su resurrección. La primera gran
potencia que comenzó el desmembramiento de sus territorios orientales y
meridionales, el Islam es más poderoso que nunca, a pesar de que se mantenga
amargamente opuesto al Anticristo Judío. El poder que desmonto sus territorios occidentales,
el catolicismo, con su hijo bastardo, el protestantismo es también muy
poderoso, y ya política como espiritualmente está preparado para entregar su
patrimonio al Anticristo. Y el poder que destruyo sus territorios del norte, el
bolchevismo, ha sido puesto a dormir como si fuese un perro que amenazaba con
morder la mano de quien le daba de comer.
*
Entonces ¿qué se puede concluir de esto sobre la legitimidad
de la democracia rusa actual? ¿Rusia ha adquirido nuevamente un poder que es de
Dios? ¿O no es la sucesora de la bestia soviética mejor que la misma bestia?
Para responder a esta pregunta, volvamos al fatídico año
1917. Se suele asumir que, si bien la revolución democrática de Febrero de 1917
allanó el camino para la revolución comunista de octubre, fue más legítima que
esta última porque fue menos feroz y más expresiva de la voluntad del pueblo.
Pero debería estar claro a estas alturas que ni la amabilidad ni la popularidad
son criterios de legitimidad en un sentido teológico. Después de todo, no
estamos buscando el mandato de la tierra, sino el del cielo. El propio
Anticristo, según la Tradición de la Iglesia, traerá tanto la paz como la
prosperidad y será muy popular en la primera parte de su reinado.
Muchos de los más distinguidos hombres se negaron en
reconocer la legitimidad del Gobierno Provisional, de entre ellos el
Metropolita Macario (Parvitsky), el Apostol de el Atai, el general Teodoro
Keller y el Conde Pablo Grabbe. Nuevamente, el Metropolita Antonio
(Khrapovitsky) escribió en 1922: “¿Quién puede negar que la Revolución de
Febrero fue teomaquista y anti-monarquista (como la Revolución de Octubre)?
¿Quién puede condenar al movimiento bolchevique y al mismo tiempo aprobar al
Gobierno Provisional? Este levantó su mano en contra del Ungido de Dios.
Aniquiló el principio eclesiástico en el ejército. Al introducir el juramento
civil. En una palabra, todo esto es el triunfo de aquel nihilismo que la
sociedad rusa conoce desde hace tres cuartos de siglo”[33].
Por lo tanto, si la transición de la democracia al comunismo
en 1917 no fue de ninguna manera una transición de la luz a la oscuridad, sino
de una fase de la revolución a otra, no podemos suponer que la transición del
comunismo a la democracia en 1991 fue en principio algo diferente. Ciertamente,
esta democracia rusa no ha traído paz o prosperidad, sino división y pobreza
extrema. No ha restaurado la religión verdadera, sino ha confirmado la
autoridad de los agentes con sotana de la KGB. No ha elevado la moral de la
gente, sino que la ha hundido en profundidades nunca antes vistas. No ha
restaurado la ley y el orden, sino que ha creado a un Estado criminal por
excelencia, un Estado manejado por ex comunistas quienes usan su poder en
aras de darse a los excesos capitalistas más bajos.
En este contexto, es muy significativo que el mismo
comunista que destruyó la casa Ipatiev, donde fue asesinado el último zar, sea
ahora el presidente democrático de Rusia.[34]
En última instancia, es por su actitud hacia los eventos que tuvieron lugar en
esa casa que cada gobierno ruso desde 1917 debe ser juzgado. Lamentar la
barbaridad del hecho no es suficiente; La asistencia al entierro de los restos
del Zar, o su canonización oficial, no es suficiente. Lo que se requiere es el
arrepentimiento y la reversión de la
revolución por la restauración de la Monarquía Ortodoxa. Así es que, en el
presente, solo un Gobierno Provisional Ruso puede ser legítimo, provisional, en
el sentido de que este fuese uno meramente preparatorio para el futuro gobierno
del Zar...
Octubre 15/28 de 1996; revisado
en Enero 3/16 de 2009
[1] Metropolitano Filareto, Sochinenia (Obras), vols. II, pp.
133-137, 193-196, 183-186, 141-143, 168-170,171-173, 179-183; III, pp. 290-292,
251-255, 302, 300-301 (en ruso).
[2] Rusak, Svidetel'stvo Obvinenia (Testigo de la acusación), Holy Trinity
Monastery Press, Jordanville, 1987, vol. 1, pp. 32-33, 38-39, 40, 42, 43 (en
ruso).
[3] San Agustín, Ciudad de Dios. II,29.
[4]
Khrapovitsky, The Christian Faith and War
(La Guerra y la fe Cristiana), Holy Trinity Monastery Press, Jordanville. (en inglés)
[5] san Isidoro, epístola 6, a Dionisio
[6] san Isidoro, epístola 6, a Dionisio
[7] Arzobispo Teofano de Poltava, Pis'ma (Cartas), Holy Trinity Monastery
Press, Jordanville, 1976 (en ruso).
[8] Metropolitano Filareto, Sochinenia (Obras), vols. II,
paginas 171-173 (en ruso)
[9]
Jeremiah II (Tranas), en Sir Steven Runciman, The Orthodox Churches and the Secular State (en ingles), Oxford
University Press, 1971, p. 51.
[10] N. de T. – Este sentimiento de
catolicidad o mejor dicho “conciliaridad” o sobornost
en ruso, atestiguado por san Gregorio, quién a pesar de tener como nación
terrena a Georgia, tenia sus ojos puestos en la nacionalidad cristiana,
espiritual, mas allá de las distancias espacio-temporales es expuesto con
claridad también por el metropolita Antonio Krapovitsky cuando menciono que “En
vano algunas personas han comenzado a hablar de una especie de Iglesia nacional
rusa, tal Iglesia no existe: solo la nacionalidad eclesiástica existe, nuestro
pueblo eclesiástico (y en un grado aún mayor, nuestra sociedad eclesial), es
reconocido como nuestro solo en la medida que este en acuerdo con la Iglesia y
sus enseñanzas, y por eso no consideramos a los stundistas rusos [protestantes
de origen ruso] como rusos, y por eso no vemos diferencia alguna entre nosotros
y los ortodoxos del extranjero; como los griegos, árabes o serbios.
Dile a
cualquier campesino nuestro: ‘No deben de maldecir a los judíos, ¿No sabes que
la Madre de Dios y todos los Apóstoles eran judíos?’ ¿Y qué te responderá? El
dirá: ‘Eso no es verdad, ellos vivieron en el tiempo cuando los judíos eran
rusos’ El sabrá muy bien que los Apóstoles no podían hablar ruso, que los rusos
no existían en aquel tiempo, pero él querrá expresar una verdad, tratando de
decir que en ese tiempo los judíos habían creído en Cristo bajo la misma
Iglesia y con la misma fe con la cual el pueblo ruso ahora se ha fundido y de
la cual los judíos contemporáneos como sus ancestros por ser desobedientes al
Señor se han alejado de ella” Vladimir Moss; Christ and the Nations; 25 de septiembre/ 6 de octubre año 2006
[11] Hieromonje Antonio de la Montaña, Ocherki zhizni i podvigov Startsa
Ieroskhimonakha Ilariona Gruzina (Bocetos de la Vida y Hazañas del anciano hieroesquemanonje
Hilarión el Georgiano), Holy Trinity Monastery, Jordanville, 1985, pp. 68-74,
95 (en ruso).
[12] San Serafin, en Sergei Nilus, “Chto zhdet Rossiu?” (“¿Que está
esperando Rusia?”), Moskovskie Vedomosti (La Gaceta de Moscú), № 68, 1905 (en
ruso).
[13] V.A. Konovalov, Otnoshenie Khristianstva
k Sovetskoj Vlasti (La relación del Cristianismo hacia el Poder Soviético), Montreal,
1936, p. 35 (en ruso).
[14] Nota de editor – de acuerdo a Eusebio
de Cesárea y otros escritores eclesiásticos, la destrucción de los cimientos
del fallido Tercer Templo de Jerusalén y la dispersión de sus constructores
judíos, no solo se habría debido a un terremoto, sino que también a fuego que
caída del cielo. también, de acuerdo con la tradición eclesiástica ortodoxa,
respecto a la muerte de Juliano el Apostata, esta se habría producido por un
lanzazo, dado por el Santo Gran Mártir Mercurio de Cesárea en Capadocia (+250
d.C), cuando Juliano estaba retornando de su guerra contra los persas, y el
Santo habría aparecido milagrosamente para tal fin. El hecho se habría
producido luego de que San Basilio el Grande rece ante un Icono de la Sma.
Madre de Dios, donde también se encontraba el Santo, pues San Basilio no
deseaba que Juliano retorne para continuar con sus vituperios contra los
cristianos.
[15] Anonimo, Vita Aedwardi Regis (vida del Rey Eduardo) (en latín).
[16]Así es como un historiador ha escrito
“aparentemente como fruto de un día de lucha (del 14 de Octubre de 1066),
Inglaterra recibió una nueva dinastía real, una nueva aristocracia,
virtualmente una nueva Iglesia, un arte nuevo, una arquitectura nueva, y un
nuevo lenguaje” R.H.C. Davies, The
Normans and Their Myth (Los
Normandos y su Mito), Londres: Thames & Hudson, 1976, p. 103 (en inglés).
[17] Wyclif, De Christo et Suo Adversario (Sobre Cristo y su Adversario), 8; en
R. Buddensig (ed.), Obras Polémicas de John Wiclif en latín, Londres: The
Wycliffe Society, 1883, vol. II, p. 672.
[18] “Iz
sobrania Tsentral'nogo gosudarstvennogo arkhiva Oktiabr'skoj revolyutsii:
listovka bezvykhodnykh dannykh, pod №
1011” (“De la Colección del Archivo Central del Estado de la Revolución de
Octubre: folleto sin fecha, № 1011”), Nauka
i Religia (Ciencia y Religión), 1989, № 4 (en ruso).
[19] Véase las citas del Metropolita Antonio
(Khrapovitsky) y del Padre Vladimir Vostokov en Hieromonk Euthymius (Trofimov),
“O tropare prazdniku Vozdvizhenia”
(“Sobre el Tropario de la Fiesta de la Exaltación”), Pravoslavnaia Rus' (Rusia Ortodoxa), № 17 (1566), 1/14 Septiembre,
1996, p. 3 (en ruso).
[20] I.M. Andreev, Russia's Catacomb Saints (Santos rusos de las Catacumbas), Platina:
St. Herman of Alaska Press, 1982, pp. 541-42. (en ruso)
[21] Sacerdote Alejo, “Sv. Osty-ispovedniki ob otnoshenii k vlastiam”
http://priestalexei.livejournal.com/2197.html
[22] Metropolitan Vitaly, “Otvet bespasportnomu” (Respuesta a los sin-pasaportes),
Pravoslavnij Vestnik (Heraldo Ortodoxo), Febrero-Marzo, 1990; Petrova, op. cit.
[23] Petrova, op. cit
[24] Nota de Traductor – Remitimos al lector
en el capítulo IV “El cristianismo y el Imperio Romano” para tener una mirada
mucho más amplia sobre el rol protector de la Roma pagana para con los primeros
cristianos.
[25] I. Antonopoulos, Synomosia kai Agape (Amor y Conspiración), Atenas, 1979, pp. 36-37
(en griego).
[26] Douglas Reed, La Controversia de Sion, Durban, S.A.: Dolphin Press, 1978. (en
inglés)
[27] Vease Metropolitano Antonio
(Khrapovitsky), “Cristo el Salvador y la Revolución Judía” (Christ the Saviour and the Jewish Revolution),
Orthodox Life, vol. 35, № 4,
Julio-Agosto, 1988, pp. 11-31.
[28] Trial
and Error: The Autobiography of Chaim Weitzmann (Prueba y Error: La
Autobiografia de Chaim Weitzmann), Nueva York: Harper, 1949 (en inglés)
[29] Pipes,
Russia under the Bolshevik Regime, 1919-1924 (Rusia bajo el Régimen
Bolchevique), Londres: Fontana, 1994, pp. 112-113. (en ingles)
[30] Russell, Historia de la Filosofía Occidental, Londres: Allen Unwin, 1947 (en
ingles)
[31] Pipes, op. cit., p. 113.
[32] Vease Nikolai Kozlov, Krestnij Put' (El Camino de la Cruz),
Moscú, 1993; En el, “Zhertva”
(“Sacrificio”), Kolokol' (La
Campana), Moscú, 1990, № 5, pp. 17-37, y en Michael Orlov, “Ekaterinburgskaia Golgofa” (El Golgota de Ekaterimburgo”), Kolokol' (La Campana), 1990, № 5, pp.
37-55 (en ruso).
[33] Khrapovitsky, “Tserkovnost'
ili politika?” (“¿Iglesia o Política?”), Pravoslavnaia Rus' (Orthodox Russia), № 9 (1558), May 1/14, 1996,
p. 4 (en ruso).
[34] Nota del traductor - En el momento que el
autor escribió esto, Boris Yeltsin era el presidente de la Federación Rusa,
quién bajo su puesto de primer secretario de la URSS, ejecuto la orden en 1977
de destruir la casa Ipatiev
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