sábado, 10 de diciembre de 2022

LA SIGNIFICANCIA DOGMATICA DE LA AUTOCRACIA ORTODOXA


                                                Vladimir Moss

 

Es un cliché de los académicos occidentales el decir que durante la Edad Media la Iglesia de Occidente fue papocesarista en estructura y espíritu y en cambio la Iglesia de Oriente fue cesaropapista. Esto da a entender que mientras la sociedad católica-romana se rigió por el Papa en aspectos tanto políticos como eclesiásticos, la sociedad oriental se rigió de manera similar pero por el Emperador. En la actualidad no es muy difícil demostrar que esta apreciación no es verdadera en lo que respecta a Oriente, y que ambos, tanto el papocesarismo como cesaropapismo son meros conceptos occidentales e invenciones. 

Sin embargo, el lugar exacto del Emperador en la sociedad ortodoxa no es fácil de determinar; la separación de la Iglesia y el Estado en la Ortodoxia no esta tan claramente delimitada como la mentalidad occidental le gustaría entenderlo, y no existe dudas que el Emperador, además de tener una incuestionable supremacía en el Estado, tiene también un papel importante de liderazgo en la Iglesia.

Por otra parte, es precisamente en la diferencia entre la posición del Papa en el Catolicismo y del Emperador en la Ortodoxia que la significancia dogmática y misteriosa de la visión Ortodoxa sobre la sociedad Cristiana es revelada. 

Por supuesto, los Protestantes (Y “los protestantes de Rito Oriental”, como el Padre George Florovsky llama a los ortodoxos modernistas) niegan que haya alguna significancia dogmática o misteriosa en la Autocracia Ortodoxa. Ellos dicen que, como no hubo ningún Papa infalible en la Iglesia primitiva, tampoco existió ningún Emperador.

Y que por eso no podemos aceptar ninguna adición al original “depósito de la Fe”, debemos rechazar la doctrina de la Autocracia como anticristiana o en el mejor de los casos, como innecesaria.

No obstante, al realizar esta afirmación, los protestantes cometen un grave error. Ya que si bien no existió ninguna doctrina de un Papado infalible y universal en la iglesia primitiva, había una doctrina sobre el liderazgo de la Iglesia en un orden local y ecuménico a la vez. 

Y con similitud, mientras que no hubo una Autocracia Cristiana en la iglesia primitiva,  había una doctrina concerniente a la significancia moral y escatológica del Imperio Romano.

Examinemos esta cuestión en un contexto histórico, comenzando con la Natividad del Rey de reyes. Cristo nació cuando el Imperio Romano estaba conformando.[1]La significancia de esta coincidencia no se le escapo a los Santos Padres, habiéndose encapsulado sus pensamientos en los versos para los Divinos Servicios de la Natividad:

“Cuando el Augusto reinó sólo sobre la tierra, se acabaron los muchos reinos de los hombres. Y Tú, cuando Te hiciste hombre encarnándote de la Virgen Purísima, se destruyeron los muchos dioses de la idolatría. Las ciudades del mundo pasaron a estar bajo una sola soberanía mundana, y las naciones vinieron a creer en una sola soberanía divina. Los pueblos se inscribieron por el decreto de César; pero nosotros los fieles fuimos inscriptos en el Nombre de Tu Divinidad. Grandes son Tus Misericordias ¡Encarnado Dios nuestro! Gloria a Ti.”[2]

 


 

Monumento romano que da la espalda a la Catedral de san Isaac el sirio en San Petersburgo, Rusia

 

En este verso establece un cierto paralelismo providencial entre el nacimiento de la Iglesia en el Cuerpo del Dios-Hombre, y el nacimiento del Imperio. La Iglesia y el Imperio nacieron  y crecieron juntos, por así decirlo, Cristo era un ciudadano de ambos mientras que al mismo tiempo era el Señor de los dos. Así el Imperio entro en existencia precisamente para el bien de la Iglesia, creando una unidad política que podría ayudar y proteger a la unidad espiritual creada por la Iglesia.

 

En similitud, acuerdo con la enseñanza apostólica, la muerte del Imperio podría presagiar la muerte de la Iglesia; o mejor dicho, su aparente desaparición durante el tiempo del Anticristo. Este es el significado de las palabras de san Pablo: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo retiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio”. (2 Tesalonicenses 2:7)

Acorde con los testimonios manifestados con unanimidad por los Santos Padres desde san Juan Crisóstomo hasta san Teofano el Recluso y san Juan de Kronstadt, “quién lo retiene” es el Emperador Romano, o el poder monárquico en general[3]. El Emperador Romano retiene la aparición del mal en su forma más radical; el Anticristo. Por lo tanto, su remoción hará posible la aparición del Anticristo dando paso al fin del mundo y a la Segunda Venida de Cristo.

 

Desde comienzo de la existencia del Imperio y de la Iglesia sobre la tierra estos estuvieron muy cercanamente vinculados, no es de extrañar que los apóstoles exhortaran a los cristianos a venerar y obedecer al Imperio, de cualquier manera, para no entrar en ningún conflicto con la Ley de Dios. San Pablo conmina a los cristianos a dar gracias al Emperador “Porque la habilidad del Emperador es precisamente el mantener la ley y el orden una vida tranquila y pacífica” (1 Timoteo 2.1-2) que se hace tan importante para la Iglesia. “La anarquía” escribe san Isidoro de Pelusio “es siempre el peor de los males (…) Y esto es porque aunque el cuerpo es un todo, no todo es de un idéntico honor, porque algunos miembros rigen mientras que otros se encuentran en sujeción. Por eso estamos en lo correcto cuando decimos que las autoridades – esto es, las autoridades y el poder real – son establecidas por Dios para que la sociedad no pueda caer en desorden”.[4]

 

“Someteos por causa del Señor” dice san Pedro “a toda institución humana, ya sea al rey, como autoridad, o a los gobernadores, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien. (…) temed a Dios, honrad al rey” (1 Pedro 13-17). El Emperador debe de ser obedecido “no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.” (Romanos 13:5) Porque él es: “servidor de Dios para tu bien.” y “no en vano lleva la espada”. (Romanos 13:4)

 

Por supuesto que la Autocracia en el tiempo de los apóstoles no era cristiana. Pero si los apóstoles hablaron con tal reverencia hacia la autoridad pagana, que es calificada como una “institución humana” a priori ellos hubieran hablado aun con mayor reverencia sobre la Autocracia Cristiana, creada como lo fue por el llamamiento directo de Dios a Constantino. De hecho, acorde con algunos de los Santos Padres, en estos pasajes san Pablo estaba hablando desde una perspectiva escatológica, precisamente de la Autocracia Cristiana.

 

Así el Santo Metropolita Filareto de Moscú escribió: “El Espíritu de Dios en su providencia mostró de manera más o menos visible la luz futura de los Reinos Cristianos. Su visión divinamente inspirada, penetrando a través de los futuros siglos, encontró a Constantino, quién brindo paz a la Iglesia y santifico al reino por la fe; y a Teodosio y Justiniano, quienes defendieron a la Iglesia de la imprudencia de los herejes. Por supuesto el va a ver a Vladimir y Alejandro Nievsky y a muchos otros como propagadores de la fe, defensores de la Iglesia y guardianes de la Ortodoxia. Después de esto no es sorpresa alguna que San Pablo pudiera escribir: Yo los exhorto no solo a orar, sino también a dar gracias al rey y a todos los que tienen autoridad porque no solo es necesario rezar con pena por aquellos reyes y autoridades…, sino también por aquellos a quienes debemos agradecer con gozo a Dios por Su don precioso”.[5]

 

              *

 

Miremos más de cerca el rol del Emperador en la Iglesia. Históricamente hablando, su más importante contribución era la de convocar a los concilios de la Iglesia, y la de aplicar sus resoluciones. Todos los Concilios Ecuménicos fueron convocados por los Emperadores, así como también muchos de los Concilios Locales.

 

Ahora, los de mentalidad protestante no ven gran importancia a esta contribución. Después de todo, ellos dicen, la Iglesia no precisa de un Emperador para convocar un concilio, ya que, en el primer Concilio de Jerusalén, como en todos los concilios de los primeros tres siglos de la Cristiandad, ningún Emperador estuvo presente. Los Concilios Eclesiales eran asunto de la Iglesia, no del Estado.

 

Y sin embargo la influencia del Emperador es perceptible incluso en el primer Concilio de Jerusalén.

Es improbable que a los Apóstoles y a los Padres que los precedieron a estos pudieran haber podido realizar algún concilio por los judíos si el Poder Romano no hubiera tenido existencia para someter y retener a la Revolución Judía.[6] Y luego, en los Hechos de los Apóstoles Pablo usa su ciudadanía romana para escapar de los intentos de los judíos de asesinarlo. Ambos retenían las fuerzas oscuras que intentaban dispersar el rebaño de Cristo, creándose condiciones que permitieron a los cristianos unirse y reforzar su unidad.[7]

 

Así como la Iglesia crecía y se expandía a través del mundo inexplorado, el problema de preservar esta unidad se convertía en más preocupante. En los comienzos del siglo IV, ya no había más posibilidades de lidiar con los problemas que se presentaban a través de los Concilios Locales presididos bajo un solo obispo o metropolitano.

 

Los herejes que eran condenados por una Iglesia local podían huir hacia otra y esparcir su veneno ahí, así como cuando Arrio que huyo fuera del país, cuando fue condenado por la Iglesia de Alejandría. Y los conflictos que se presentaron entre las Iglesias Locales, como cuando entraron en desacuerdo las Iglesias de Roma y Asia Menor sobre la fecha de la Pascua, requería todo esto una autoridad más alta para que se resolviese.

Fue así necesario buscar un mecanismo o un eje central de unidad que pudiera convocar a los Concilios Ecuménicos con fin de reunir a los líderes de todas las Iglesias locales en todo el Imperio.

 

A través del obrar misterioso de la Divina Providencia, este eje central de unidad resulto ser el Emperador Constantino el Grande que convoco el Primer Concilio Ecuménico en orden de tratar con los problemas del Arrianismo y el Priscilianismo; problemas que ya resultaban demasiado grandes de tratar en los Concilios Locales. 

 

Es en este punto en que las primeras semillas de la herejía papista aparecen. Porque mientras los Papas aceptaban la autoridad política del Emperador, se volvió cada vez más evidente en la mentalidad romana que el centro de la unidad de la Iglesia solo podía provenir desde dentro de la Iglesia y de su mayor y más reputado obispo de la Iglesia: El Papa de Roma.

Los emperadores podrían estar todos muy bien, pero ellos no tendrían que interferir en los asuntos de la Iglesia[8].

 

El hecho de que cada uno de los Siete Concilios Ecuménicos fueran convocados por los Emperadores, y que el obispo quien presidía no fuera siempre el Papa o su legado, y que algunos Papas fueron condenados incluso por estos (por ejemplo, el Papa Honorio por el Sexto Concilio Ecuménico), todo esto fue tomado – para los papistas - como coincidente; si los Emperadores habían tenido un rol importante, decían los Papas, esto era porque ellos estaban en realidad oficiando como delegados o hijos espirituales del Papado; una falsedad evidente. (Este alegato es probablemente el origen del mito que San Constantino había sido bautizado por San Silvestre, Papa de Roma). Los Papas después trataron de demostrar, a través de falsificaciones tales como la Donación de Constantino y los Decretos Pseudoisidorianos, que ellos habrían recibido de san Constantino su jurisdicción sobre el mundo. Pero estos argumentos derrotaban sus propios propósitos, porque si fuera real, esto mostraría que el Emperador tenía originalmente la jurisdicción universal y, por lo tanto, era una autoridad superior a la del Papa.

 

Un argumento que fue superficialmente más plausible de los Papas era el que, cuando Constantino convocó el Primer Concilio Ecuménico, su autoridad no residía en el hecho de su convocatoria sino en la confirmación de los Papas a la misma.

 

Les resultaba inaceptable a los Papas que la autoridad de los Concilios se basara simplemente en estar conforme con la Sagrada Tradición; ya que el criterio interno que fue utilizado como adecuado para realizar el Concilio de Jerusalén “Nos pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros” (Hechos 15:28) no les parecía a ellos suficientemente bueno.

Buscaron entonces un “sello” externo y visible; dicho “sello” no podría venir de un mero laico, o de un hombre poderoso o de un mero devoto, menos aun de uno que no se había bautizado, como fue el caso de Constantino que había permanecido así hasta aun cuando realizo su convocatoria al Concilio de Nicea. Y puesto que los obispos “ordinarios” podían errar, y ya que los sínodos de obispos podían caer en desacuerdo entre ellos, la única solución era reconocer que Dios había determinado a un obispo particular con el carisma de la infalibilidad que lo ponía encima del resto y garantizaba así la unidad e infalibilidad de la Iglesia como un todo.

 

Aunque el Oriente no estaba más inclinado que el Occidente a considerar a los Emperadores como alguna forma de garantía (en contraposición al enfoque) de la unidad o infalibilidad de la Iglesia, varios hechos históricos demostraron que la Iglesia de Oriente se inclinó hacia el oficio del Emperador en mayor medida de la que lo hicieron los romanos.

 

En primer lugar, los Padres del Primer Concilio Ecuménico no solo respondieron a la invitación de Constantino para reunirse en un Concilio, sino que también le otorgaron una autoridad muy considerable en el Concilio, es evidente por cómo se dirigieron a él: “Bendito es Dios, Que te ha elegido a ti como rey de la tierra, habiendo destruido por tu mano la adoración de los ídolos y que a través de ti confieres paz sobre los corazones de los creyentes…En esta enseñanza de la Trinidad, su Majestad, está establecida la grandeza de tu piedad. Presérvala firmemente por todos nosotros, para que ninguno de los herejes, después de haber penetrado dentro de la Iglesia, pueda someter a burla nuestra fe… Vuestra Majestad, ordena que Arrio se aparte de su error y ya no se levante más en contra de la Enseñanza Apostólica. So pena de apartarle fuera de la Iglesia Ortodoxa si permaneciese obstinado en su sacrilegio” Como Tuskarev observa, “este es un claro reconocimiento de la elección divina de Constantino como un defensor externo a la Iglesia, que está obligado a trabajar con ella para preservar la fe correcta, correspondiéndole mediante la sentencia conciliar a estar autorizado para echar afuera a los heréticos de la Iglesia”[9] Como, Eusebio dice, Constantino, “emulando el ejemplo divino, remueve cada mancha de error impío que haya en su reino terrenal”.[10]

 

 



icono de san Constantino el Grande junto con su madre santa Elena



Esto no significa, por supuesto, que los Emperadores estuvieran autorizados a imponer sus propias creencias a la Iglesia; para ellos, como para cada miembro de la Iglesia desde el más poderoso obispo hasta el más humilde laico, todos están sujetos a la verdad revelada, “por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Además como señalo el historiador británico Sir Arnold Toynbee, “en los conflictos entre los Emperadores Romanos de oriente con los patriarcas de Constantinopla, los primeros ganaron muchas batallas, pero no pudo ganar ni una sola guerra.[11] Así la Iglesia gano la guerra en contra de los emperadores arrianos en el siglo IV, los emperadores monofisitas en el siglo V, los emperadores iconoclastas en los siglos VIII y IX, y los emperadores latinizantes en el siglo XIV.

 

Sin embargo, – este es el segundo punto importante –  también hubo momentos en los que el liderazgo de la Iglesia flaqueó, y ahí fue cuando los Emperadores fueron quienes jugaron un rol decisivo protegiendo la fe verdadera. Por ejemplo, cuando los devotos emperadores Marciano y Pulquería ascendieron al trono en el año 450, ellos eran de hecho más ortodoxos que los principales jerarcas de la época, que estaban infectados con el monofisismo y fue por la iniciativa de esos Emperadores que el Cuarto Concilio Ecuménico fue convocado y se restauró la ortodoxia. Por lo tanto puede sugerirse que la relación entre la Iglesia y el Emperador están cercanas a una simple formula: La Iglesia para asuntos espirituales y el Emperador para asuntos terrenales.

 

En tercer lugar, en el orden litúrgico les está dado a los Emperadores un lugar completamente igual que a los obispos. San Constantino fue llamado “igual a los apóstoles”; el esta “ungido como sacerdote y rey con el aceite de la misericordia”, siendo “obispo de aquellos quienes están fuera” de la Iglesia, y sus sucesores reciben los Santos Misterios en el Santo Altar, junto con los jerarcas, en el día de su coronación.[12] En las panijidas (responsos) los soberanos son conmemorados luego de los jerarcas de la Iglesia y en las procesiones litúrgicas ellos caminan atrás, significando su preeminencia.[13]

 

En cuarto lugar, el Emperador Justiniano dio una clásica definición de “sinfonía” entre la Iglesia y el Estado y sus determinados lugares de responsabilidad para el mantenimiento de la sinfonía entre ambos; Iglesia y Estado. Como Andrushkevich señala, la palabra “sinfonía” en los textos griegos denota mucho más que una simple concordia o acuerdo. Iglesia y Estado pueden acordar en un propósito malo, con un fin malvado; la verdadera sinfonía es posible solo donde la Iglesia “está fuera de reproche y adornada con la fidelidad a Dios”, en las palabras del Sagrado Emperador, y el Estado es regido “recta y decentemente”, es decir, en acuerdo con los mandamientos de Dios.[14]

 

Por consiguiente la rígida separación de las funciones entre la Iglesia y el Estado se ajusta en teoría y no en la práctica entre las relaciones Iglesia-Estado en la Ortodoxia. La Iglesia puede “interferir” en los dominios del Emperador al criticar sus acciones desde el punto de vista del Evangelio, y puede negarse a reconocer su autoridad si su fe no es Ortodoxa, de la misma forma, el Emperador también puede “interferir” sobre los dominios espirituales si las oleadas de la herejía o el cisma amenazan con abrumar la nave de la Iglesia; y por lo tanto también del Estado.

 

Y esto es porque ambos, Iglesia y Estado se consideran como sometidas a Cristo y solo sirviendo a Él, y porque ambos, tanto los obispos y el Emperador son vistos de la misma manera como miembros de el mismo organismo místico de la Iglesia en donde todos son responsables, aunque de diferentes maneras, de conservar la correcta confesión de la fe.

 

De hecho, desde el punto de vista de la confesión de la fe, el Emperador tiene una posición más prominente y crítica que los principales jerarcas. Cualquiera, tanto en el interior como en el exterior del Imperio, lo mira a él como el representante de la fe oficial del Imperio. Y es por esto que los piadosos reyes son el primer blanco de los enemigos de la verdad, porque la labor del Emperador es considerada como la de aquel que lleva la Cruz más pesada, y porque la muerte o la destitución del Ungido del Señor es un crimen aún más grande que el de matar a un obispo, dirigiendo como consecuencia al inexorable colapso del Estado Cristiano, así como paso en Inglaterra después del asesinato de San Eduardo el Mártir y la rebelión en contra de su hermano el Rey Etelredo, y en Rusia después del asesinato del Zar-Mártir Nicolás II. Por esto san Juan Maximovitch dice: “Esto no pudo ser de otra manera. Él fue derrocado al tener a todos unidos en su contra, manteniéndose en defensa de la Verdad”[15]

 

Así como el sacerdocio es, sobre todo indispensable porque concede los sacramentos vivificadores, la monarquía es indispensable porque a través del monarca la Verdad es proclamada al mundo. Así como el Rey de reyes dijo a Pilato: “Tu lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37).

 

La verdad se atestigua a una escala local por cada creyente individual, y por cada Iglesia Local encabezada por un obispo. Pero a nivel ecuménico, la Verdad requiere presentarse en todo esplendor como la salvación de todo el mundo bajo la imagen de un rey a imagen de Cristo el Rey. Es por esto que no están asociados accidentalmente los Concilios Ecuménicos a los Emperadores que convocaron a los mismos, y es por esto que la fiesta de la Exaltación de la Cruz, dada para celebrar el establecimiento de la verdaderamente primera Autocracia Cristiana y ecuménica, es una de las grandes festividades de la Iglesia.

 

Por supuesto, sabemos que la Iglesia prevalecerá incluso contra las puertas del infierno, como ha prometido el Salvador (Mateo 16:18), no habiéndose otorgado esta promesa a ningún reino terrenal. Sin embargo, como se puede ver, la caída del ultimo Imperio Cristiano llevará a la caída final de la Iglesia sobre la tierra, que será interrumpida solo por la Segunda venida de Cristo, el Rey de reyes. Por otra parte, la Iglesia no es solo la jerarquía; y es muy posible que, durante los tiempos del Anticristo, la jerarquía pueda caer, mientras que solamente algunos laicos individualmente permanezcan como representantes de la Iglesia. Así, según algunas interpretaciones de Daniel 12.1, “a partir del momento en que será abolido el sacrificio perpetuó” se da como significado a estas palabras a la remoción del Sacrificio de la Eucaristía, que implica  la caída del sacerdocio o por lo menos su inhabilitación para llevar a cabo sus funciones sacramentales.[16] Por eso tal vez, como el Nuevo Hieromartir José, Metropolitano de Petrogrado, escribió, “Los últimos ‘rebeldes’ contra los traidores de la Iglesia y de los cómplices de su ruina no solo serán obispos y archipastores, sino también simples mortales, así como ocurrió sobre la Cruz de Cristo, en el último grito de su sufrimiento en el que solo unas pocas simples almas estaban junto a Él…[17]

 

La posición papista implica renunciar a esta posibilidad. No se puede concebir la existencia de la Iglesia sin una jerarquía (esto es, el Papa), salvo por un corto periodo de tiempo.

Por el cual, cuando un Papa muere y su sucesor todavía no ha sido electo, la Iglesia Romana entra en una especie de limbo metafísico, cuyo reflejo puede verse en el extraño estado psicológico de algunos papistas durante el interregno. Estrictamente hablando, de hecho, acorde a la doctrina papista la Iglesia cesa su existencia en este periodo; ya que si la Iglesia fue fundada por Pedro, y si Pedro no está presente, ni en su propia persona ni en la persona de su sucesor ¿Cómo puede decirse que existe?

 

Esto sigue, acorde a la enseñanza papista, que todo puede ser sujeto a su jerarquía, incluyéndose los asuntos del Estado. Así el papa Gregorio VII en una carta de Agosto de 1076: “Si la Sede Apostólica, por voluntad de Dios, tiene la potestad de juzgar sobre las cosas espirituales, con mayor razón podrá juzgar sobre las cosas seculares”[18] Entonces ¿Cómo podrá ser correcto a los laicos resistir a la jerarquía, o a el Emperador resistir al Papa, si la verdad y la salvación están solo en el Papa?

De hecho, si el Papa es el primer obispo y el Emperador es solo el primer laico, y si el Papa es infalible y el Emperador es claramente falible, ¿Por qué el papa no podría ser también Emperador?

 

Por lo tanto hay una progresión lógica desde las primeras manifestaciones de la herejía papista, así lo podemos encontrar en las escrituras de algunos de los Papas del siglo XV, como la blasfemia que el Papa Gregorio (Hildebrand) proclamo en el Primer Concilio de Letrán de 1076 : “Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará nunca, que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por el Señor, Que él sólo puede deponer o reponer obispos, Que sólo al Papa le es lícito, según necesidad del tiempo, dictar nuevas leyes, formar nuevas comunidades, convertir una fundación en abadía y, recíprocamente, dividir un rico obispado y reunir obispados pobres, Que le es lícito trasladar a los obispos de una sede a otra, si le obliga a ello la necesidad, Que él sólo puede llevar las insignias imperiales, Que le es lícito deponer a los emperadores, Que el Papa puede eximir a los súbditos de la fidelidad hacia príncipes inicuos, Que todos los príncipes deben de besar los pies solamente del Papa, Que su legado está en el concilio por encima de todos los obispos aunque él sea de rango inferior; y que puede dar contra ellos sentencia de deposición, Que el Pontífice Romano, una vez ordenado canónicamente, es santificado indudablemente por los méritos del bienaventurado Pedro”[19]

 

Semejante locura cesaropapista estaba destinada a provocar una reacción; esta es la razón por la que el Papa Gregorio fue expulsado de Roma por el emperador alemán, y la causa de porqué la historia de la Edad Media en Occidente es una de continuas luchas entre Papas y Emperadores, por el definitivo gobierno sobre el pueblo cristiano. Pero si bien algunos reyes de Occidente rechazaron la herejía “papocesarista”, ésta ya había echado profundas raíces en la Iglesia en su conjunto. Así, cuando Gregorio agonizaba en su exilio en Salerno, dijo: "He amado la justicia y aborrecido la iniquidad'; por eso muero en el exilio", un monje, quien se encontraba a su servicio, continuando la cita del Salmo, respondió lo que correctamente podría tomarse como una referencia a Cristo: "Tú no estás en el exilio, porque 'Dios te ha dado por herencia las naciones, y por posesión vuestra, los confines de la tierra'” (Salmo 2:8)

Los Papas herejes fueron los primeros revolucionarios políticos de la historia cristiana; porque al incitar a los pueblos de Occidente a levantarse contra sus legítimos soberanos, transgredieron el mandamiento apostólico de estar sujetos a los poderes establecidos.

 

Esto es claramente evidente por primera vez en 1066, cuando el Papa, incitado por el Archidiacono Hildebrand, anatematizó al Rey Haroldo de Inglaterra y a todos aquellos que lo apoyaran a él, al bendecir la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, invasión que se consideró necesaria porque la Iglesia de Inglaterra y el pueblo se negó a romper su alianza con el Rey Haroldo y su predecesor, san Eduardo el Confesor, cuando a este le fue retirada la unión con Roma.

Ellos, estaban profundamente imbuidos en los principios de la Autocracia ortodoxa desde tiempos del Rey Alfredo el Grande, cuando restauraron la Ortodoxia después de las invasiones vikingas en el siglo XI, y al haber producido al menos un santo en persona del rey Eduardo, el Mártir. Por lo que, cuando el rey Haroldo fue asesinado en la Batalla de Hastings, el murió en defensa, no solo de su poder personal, sino también por la doctrina ortodoxa de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

 

Pero una forma de totalitarismo engendra a otra contraria y opuesta. Y la herejía papocesarista de Hildebrand engendro el primer Estado puramente cesaropapista en la historia cristiana habiéndose dado bajo la forma de la Inglaterra de Guillermo el Conquistador. Después de aquella invasión de Guillermo sobre Inglaterra en la que él había sido bendecido por Hildebrand, a quién le debía una fidelidad nominal, procedió a rechazar la autoridad del Papa en su tierra conquistada. Sobre esto, Eadmer de Canterbury escribió: “Todas las cosas, tanto las temporales como las espirituales, esperan el asentimiento del Rey, él no puede, permitir a toda persona bajo todo su dominio que, habiendo exceptuado sus instrucciones, reconozca a el Pontífice de Roma o bajo cualquier circunstancia acepte una carta de él, sin presentársela primeramente al mismo Rey. También el no podrá conceder que el primado de su reino, por el cual me refiero al Arzobispo de Canterbury, si este estuviera presidiendo un concilio general de obispos, la potestad de establecer cualquier ordenanza o prohibición al menos que estas sean agradables a los deseos del Rey, habiendo sido primeramente resueltas por él. Luego de nuevo, el no permitirá que cualquiera de sus obispos, exceptuando si actúan con sus expresas instrucciones, procedan en contra o excomulguen a alguno de sus barones u oficiales por incesto, adulterio, o alguna otra ofensa capital, aun incluso cuando se encuentren en notoria culpa, sin poder imponerles tampoco a ellos ningún otro tipo de castigo o disciplina eclesiástica.”[20]

 

La similitud con Rusia en 1917 es desconcertante. Porque en Inglaterra, como en Rusia, el derrocamiento de la Autocracia rusa por las fuerzas anti-monarquistas llevo a la imposición de una dictadura cesaropapista con una crueldad sin paralelo, lo que llevo a su vez, a la caída de la iglesia oficial, la remoción de los verdaderos obispos, la muerte de los fieles creyentes, y la profanación de las reliquias sagradas y de las iglesias. Y como para enfatizar este paralelismo, una hija sobreviviente del último Rey ortodoxo de Inglaterra, Gytha, viajo a Kiev y se casó con el Gran príncipe Vladimir II Monómaco, generando al Zar-mártir Nicolás II un parentesco directo con los reyes mártires ingleses. Es como si el ultimo vástago de la Autocracia Ortodoxia de la “Primera Roma” fuera salvado a través de su unión con la nueva Autocracia Ortodoxa de la “Tercera Roma”, tal como el ultimo vástago de la “Segunda o Nueva Roma”, Sofía Paleóloga, termino unida con otro Gran Príncipe como, Iván III…

 

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Volvamos ahora a la contribución especifica hecha por Rusia a la comprensión ortodoxa de las relaciones entre Iglesia-Estado. La santa Rusia, “la Tercera Roma”, comenzó a nacer en los últimos 10 siglos al mismo tiempo que el Occidente Cristiano, “la Primera Roma”, estaba entrando en su descenso final a la apostasía. Este hecho ha llevado a algunos a especular sobre si Rusia ha tomado el lugar de Occidente en el Plan Divino y si será precisamente Rusia quién lograría dar una victoria final sobre la apostasía occidental.

 

Por supuesto, esta suposición no niega el gran mérito que tuvo la Gran Iglesia de Constantinopla en exponer y anatematizar las herejías occidentales del Filoque (en el siglo IX), de los panes sin levadura y la omisión de la epíclesis (en 1054) y la gracia creada (en el siglo XIV). Pero, acorde a una  profecía griega del siglo IX o X “El centro del reino ortodoxo, caerá de las manos debilitadas de los emperadores bizantinos, cuando ellos no puedan probarse capaces de mantener la sinfonía entre el Estado y la Iglesia. Por lo tanto, el Señor en Su Providencia enviará a un Tercer Pueblo Elegido para tomar el lugar del pueblo griego que ha sido elegido pero que esta espiritualmente decrépito”.[21]

 

Por los griegos, podemos discernir claramente la apostasía de Occidente, siguiendo más que nada los últimos dos de sus emperadores, Juan VIII y Constantino XI, que entraron en unión con Occidente en el Concilio de Florencia de 1439 en aras de preservar su imperio de los turcos. Desagradando a sus grandes ancestros, que a menudo desafiaban a los emperadores herejes en aras de su fidelidad a la verdad, estos últimos trataron de preservar su reino terrenal al precio de perder el Reino celestial, olvidándose que toda la gloria del Reino Cristiano reside en prepararse para vivir y morir por el Rey Celestial. “Porque no tenemos aquí abajo una ciudad permanente, sino que buscamos la futura”. (Hebreos 13:14)

 

El padre Alexander Schmemann trazo el comienzo de esta caída en el siglo XI: “Luego de 1081, cuando Alejo Comneno ascendió al trono, los patriarcas parecieron retirarse hacia un segundo plano. Podemos encontrar muy poca información sobre ellos en las crónicas bizantinas a través de las cuales se pueden establecer sus nombres, sus ‘actas’, y los años en los cuales ellos fueron designados patriarcas o murieron. Se podría trazar una curva que disminuye gradualmente una imagen descolorida del patriarca, estando lado a lado junto con el creciente esplendor del basileus, como los emperadores orientales eran llamados. Y esto no es accidental. Da prueba de que las escalas de la armonía inasequible se inclinaban en la dirección del poder imperial.

 

Es importante enfatizar que esta dolorosa debilidad no puede ser explicada solamente en términos de coerciones del gobierno a la Iglesia; en términos de una de una fuerza física, o en una condición de superioridad. Esto era por una inherente debilidad interna y orgánica de los representantes de la Iglesia. Su situación dual no los convertía a ellos solamente en victimas sino también en participes de su propio destino. Por la sed de una teocracia sagrada, en aras de iluminar a los elementos pecaminosos de la historia con la luz de Cristo, cualquier cosa puede justificar la unión de la iglesia con el Imperio; este ideal requería para su concreción una muy clara y sutil distinción entre la iglesia y el mundo. Solo la Iglesia puede cumplir plenamente su misión de transformar el mundo cuando se reconoce como parte de un reino que no es de este mundo.

 

La tragedia de la Iglesia Bizantina consistió precisamente en el hecho de que devino en mera Iglesia Bizantina, al haber fusionado con el imperio no tan administrativamente, sino más que nada, psicológicamente, su conciencia sobre sí misma. El Imperio se volvió para esta en el valor absolutamente supremo, inviolado, incuestionable, y evidente.”[22]

 

Si bien tomamos en cuenta que se comete una cierta exageración, podemos aceptar el análisis de Schmemann, que resulta acorde al testimonio de la profecía griega antes citado. El imperio bizantino falló porque pese a que permanecía en si, como ortodoxo, y que el Patriarca y el Emperador se mantuvieron en armonía hasta el fin, esta armonía no suponía una verdadera “sinfonía”, al basarse en una visión de corto alcance, que no era verdaderamente ecuménica y misionera, tendió a degenerar en un nacionalismo estrecho que se volvió cada vez más notorio durante la era post-bizantina, cuando el Helenismo y las ideas revolucionarias de la libertad fueron vistas en ocasiones como adecuadas para suplantar a la Ortodoxia del sentir de las personas. Por lo tanto, viéndose incapacitados de presentar una visión verdaderamente católica y ecuménica de la sociedad cristiana al mundo, los bizantinos cayeron en una falsa unión con Occidente, con su herética, y a la vez más explícita visión universal.

 

¿Acaso Rusia tuvo éxito donde Bizancio fallo? Schmemann ve que los rusos no tenían menos corrompido el ideal de la sinfonía entre la Iglesia-Estado que los bizantinos, evidentemente más aun en los reinados de Iván el Terrible y Pedro el Grande. Sin embargo, aquí debemos de discrepar con el ilustre teólogo, quién revela el sesgo de su formación parisina[23] al manifestar su ceguera en torno a las “curvas” de la historia rusa. Pese a que Rusia sucumbió algunas veces al cesaropapismo y a un estrecho nacionalismo, ella siempre se recuperó de estos temperamentos como el resultado de determinados factores que distinguieron a la historia rusa de la bizantina.

 

Primero, Rusia tuvo un largo entrenamiento en humildad, casi de 500 años, bajo la sombra del imperio bizantino, años de los cuales, a pesar de su grandioso y vasto tamaño y de su independencia política de Bizancio, sus metropolitanos estuvieron siempre (hasta el concilio de Florencia) determinados por el Patriarca constantinopolitano, y sus princesas, siempre (hasta los últimos días de Bizancio) miraron a los emperadores bizantinos como si se tratara de sus hermanos mayores.

Esto significa que, cuando Rusia viene a tomar el lugar de Bizancio como el portador de la cruz del Imperio Cristiano, no se tentó en pensarse asimismo como el primero o el único o el mejor pueblo cristiano. Y cuando esta tentación apareció bajo la forma del cisma viejo-creyente, este fue rechazado por la conciencia ecuménica de la Iglesia Rusa y el Estado. 

 

Segundo, mientras que los griegos tuvieron una larga y refinada historia como paganos antes de aceptar el Cristianismo, los rusos aceptaron la fe en la flor de su juventud. Esto significa, que los vestigios del culto idolátrico de los emperadores paganos de Roma, que algunos académicos afirman encontrarlo inclusive en los tiempos finales de Bizancio, no fue parte de la herencia del reciente pueblo cristianizado de la Rus’. Algunos han afirmado que el posterior yugo mongol pudo haber introducido ciertas actitudes paganas e idolátricas dentro de la vida rusa; pero existe muy poca evidencia para sostener esta idea.

 

Tercero, mientras que el Imperio Bizantino paso del vasto y multi-nacional dominio de Constantino a contraerse en el pequeño y exclusivo dominio griego de Constantino XI, el Imperio Ruso creció en una dirección opuesta, expandiéndose desde su heartland moscovita hasta las fronteras de Suecia y Alemania en el Occidente y hasta China y América en el Oriente. Esto significa que el Imperio Ruso siempre fue un estado multi-nacional en constante crecimiento, con un gran número de santos no-rusos y con fuerte compromiso a la actividad misionera hasta 1917 y (con la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero) hasta el presente. Este carácter verdaderamente ecuménico, no nacionalista del Imperio Ruso que fue enfatizado en sus tres últimas guerras: la guerra de Crimea, la Guerra Ruso-Turca de 1877-78 y la Primera Guerra Mundial, en la cual se combatió con un espíritu de sacrificio propio por el bien de los ortodoxos no-rusos de los Balcanes y el Oriente Medio.

 

Cuarto, la historia del Imperio Ruso ha sido marcada por las guerras en contra de los occidentales heréticos. De este modo se define la historia de Rusia en un grado más alto que la Bizantina, en su relación con Occidente. Cuando Bizancio eligió su compromiso con el Occidente en caso de recibir su ayuda en contra de los musulmanes (ayuda que nunca llego), Rusia en la persona de Alexander Nevsky , tomó la elección opuesta de prioridades, y el Imperio Ruso pereció durante una guerra en contra de ambos: tanto en contra de Occidente: Alemania y Austria-Hungria, como en contra de los musulmanes; el Imperio Otomano.

 

Y sin embargo, Rusia cayo finalmente bajo la herejía occidental: la herejía de la social-democracia, o de su manifestación extrema: la del comunismo. Y ahora su Iglesia esta cautiva a una forma más específica de herejía eclesiástica: el ecumenismo. Así que la promesa de que ella está en cierto sentido destinada a ser la conquistadora de la Antigua Roma sigue sin cumplirse hasta ahora.

 

¿Cómo puede entonces cumplir Rusia su destino en relación con Occidente, de convertirse en la verdadera “luz de Oriente”? Solo demostrando en su propia vida la vitalidad de aquella forma ideal de vida social cristiana, la sinfonía entre el Imperio y la Iglesia, que Bizancio no pudo alcanzar y cuyas formas occidentales son distorsiones heréticas. Por lo que podemos decir que la raíz de la herejía de Occidente, mucho más fundamental que cualquier otra herejía de la cual los bizantinos hayan luchado en contra, es precisamente la falsa comprensión entre las relaciones de la Iglesia y el Estado, que termino por dar a luz en primero lugar al papocesarismo católico, luego al cesaropapismo protestante y finalmente, en nuestros tiempos, al ecumenismo democrático.

 

En el intento de definir el trayecto de la herejía en Occidente, una pista nos es proporcionada por una frase en el famoso discurso del Patriarca Ecuménico Jeremías II al Zar Teodoro Ivanovich, donde enuncio y dio su bendición a la idea de que Rusia es la Tercera Roma:

 

“La iglesia de la Primera Roma cayó debido a la impía herejía de Apolinario. Los ismaelitas cerraron las puertas de la Segunda Roma en Constantinopla. Hoy la Santa Iglesia Apostólica de la Tercera Roma tu imperio resplandece en el mundo entero en la gloria de la Fe Cristiana. Sabed, oh piadoso Zar, que todos los imperios de los cristianos ortodoxos convergieron en el vuestro. Eres el único autócrata del universo, el único Zar de todos los cristianos.”[24]

 

Ahora bien, la herejía apolinarista rara vez, si es que alguna, figura en listas de herejías occidentales. Y todavía el patriarca indica que es esta la herejía que dio como resultado la caída de la Primera Roma. Por ende debemos de encontrar alguna correspondencia si no es por lo menos en lo sustancial, al menos en la forma, entre el Apolinarismo y los herejes papistas. La definición de Smirnov nos da una pista: “al aceptar la composición tripartita de la naturaleza humana - espíritu, alma irracional y cuerpo - [Apolinario] afirmaba que en Cristo solo el cuerpo y el alma eran humanos, siendo Su mente Divina”.[25] En otras palabras, Cristo no tenía una mente humana como la nuestra; esta era remplazada, según Apolinario, por el Logos Divino. Esto nos sugiere inmediatamente un paralelo con el papismo; como el Logos Divino remplaza a la mente humana en la Cristología Apolinarista, así también un cuasi-Divino e infalible Papa reemplaza al episcopado completamente humano y, por lo tanto, en todo momento falible en la herética eclesiología papista.

 

La raíz herética de Occidente consiste por lo tanto en la exaltación ilegitima de la mente del Papa sobre las otras mentes de la Iglesia, sean estas, tanto laicas como clericales, y esta cuasi-divinización que lo eleva a un nivel igual hasta del Mismo Cristo.

 

Desde la matriz de esta herejía proceden todas las demás herejías de Occidente.

Siendo que el Filioque fija implícitamente la degradación del Espíritu Santo a un nivel inferior que el del Padre y el Hijo, siendo el Espíritu Santo necesario en la medida de que es el Espíritu de la Verdad que constantemente dirige a la Iglesia hacia toda verdad, ahora se vuelve innecesario; la Mente Divina del Papa es perfectamente capaz de realizar su Función.

 

Del mismo modo, la Epiclesís, la invocación del Espíritu Santo sobre los Santos Dones también resulta innecesaria: Si Cristo es el gran sumo sacerdote, que santifica los Santos Dones por Su propia palabra, entones su Vicario Divino sobre la tierra es seguramente capaz de hacer lo mismo sin invocar a ninguna otra divinidad, especialmente a una que meramente está subordinada como el Espíritu Santo.

 

Por esto, si está acordado que el Papa puede suplicarle al Espíritu Santo que descienda para luego dispensar su gracia directamente, se debe de acordar también que dicha gracia debe de ser creada – incluso los Papas nunca pretendieron que fuera increada –   ya que es paradójico que un ser creado pueda dispensar a la gracia increada. O dicho de mejor manera, los Papas son seres creados que participan en la esencia de la Deidad a través de sus mentes infalibles. Es así que, como lo expresó recientemente una publicación oficial del Vaticano, el Papa “es la garantía final de la Enseñanza y la Voluntad del Divino Fundador”[26]

 

No solo los papistas, sino también los herejes protestantes proceden de esta raíz amarga. Las principales diferencias entre el Protestantismo del Papismo se dan en que, bajo el espíritu de la democracia racionalista, ellos buscan extender los privilegios de la Divina Mente Papal – con su infalible acceso a lo verdadero y con una cierta garantía de su salvación – a las mentes de todos los cristianos. Así es como el Nuevo Mártir el Arzobispo Hilarión Troitsky escribió: “El protestantismo objeta solamente esto: ‘¿Porque la Verdad es solo dada por el Papa?’ (Así) Cualquier individuo puede ser promovido al rango de un Papa Infalible. El Protestantismo puso la tiara papal sobre cualquier profesor alemán”[27]

 

Ahora bien, si la verdad es dada a cada hombre en vista de su mente naturalmente infalible, no existe necesidad, de un Papa, o de una Iglesia, o aun del Mismo Cristo.  De hecho ¿Por qué puede ser necesaria cualquier revelación o religión organizada si el hombre con tan solo penetrar en su divinidad personal puede encontrar todas las riquezas del Reino Celestial?

 

¿Por qué no reconocer todas las religiones y todas las revelaciones, siendo que todas ellas manifiestan que: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.” (Juan 1:9)?

 

Por lo tanto, la herejía papista de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, cuyas primeras semillas ya eran evidentes para el siglo V, llevaron inexorablemente, no solo a las flagrantes herejías del Papismo en el siglo XIX y del protestantismo en el siglo XVI, sino también a las modernas pan-herejías del Ecumenismo y el New Age.

 

Más que eso: esto podría llegar a ser la base teoría de la “divinidad” del Anticristo. Porque ya que se considera que el Papa tiene una mente infalible, así como el judío considera que el tiene un Alma Divina: y más aun la tendrá, por supuesto, el que aquel vendrá como el falso rey de los judíos, el Anticristo. Así, podemos leer en un periódico judío contemporáneo: “Cuando el Creador en el Monte Sinaí nos ELIGIÓ para una misión, allí surgió completamente una nueva forma de conexión entre Él y el pueblo judío. La distinción entre el pueblo judío y los demás pueblos fue conformada en dos eras. La primera era fue la era de nuestros Patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, que gracias a su desinteresada devoción al Amo del Universo, se levantaron por encima de las limitaciones de su naturaleza y sentaron las bases de un nuevo tipo de realidad: el pueblo judío.

 

La segunda era fue cumplida por la revelación del Sinaí. Gracias a su inspiración especial y su completa devoción a la voluntad del Creador, los Patriarcas del pueblo judío merecieron, no solo para ellos, sino para sus descendientes, una substancia espiritual especial: un Alma Divina. Por esto el pueblo judío está separado dentro de una especial categoría distinta a la de los otros pueblos. Esta distinción no es cuantitativa sino cualitativa.

 

El Alma Divina a la que pertenecen los judíos es la una única característica suprema. Todas las criaturas, incluida la humanidad, son partes de la creación del mundo con sus regularidades y limitaciones. Pero los Judíos se mantienen por fuera del mundo creado gracias a su Alma Divina. Esta particularidad del pueblo judío que ya había sido formada en el tiempo de los Patriarcas, y por ellos nos ha sido trasmitida por herencia a cada judío, que lleva dentro de si esta manifestación la del alma judía (que es): una partícula del mismo Dios.

 

De esto se deduce que la verdadera libertad de elección pertenece sólo a aquellos poseen una partícula de Mismo Dios: un Alma Divina. Como esta dicho en el libro del profeta Ezequiel, en el capítulo 34, versículo 31: ‘Ustedes son mi pueblo, mi rebaño. Tu nombre es hombre’. Se deduce el significado de estas palabras a partir de la definición de ‘hombre’ en el más amplio sentido de la palabra y en consecuencia a la libertad de elección refiere en su más amplio sentido a los únicos poseedores del Alma divina.”[28]

 

Podríamos especular que la “tercera Era” de la supuesta superioridad de los judíos sobre todas las demás naciones ocurrirá cuando el Anticristo llegue al poder, momento en el que será proclamado, mediante de una nueva revelación aún mayor que la de la Ley y los Profetas, que él posee un Alma Divina de un grado aún mayor que la de los demás judíos, siendo de hecho, no solo una partícula del mismo Dios, sino toda la Divinidad,

ya que él: “se sentará en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4)

 

La advertencia del Papa Ortodoxo San Gregorio Magno que el papismo es “el precursor del Anticristo” demuestra ser verdadera. El anticristianismo judío puede definirse como una forma nacionalista de Papismo o Apolinarismo, en esencia es lo mismo a la doctrina hindú del hombre como Dios por naturaleza, que es la misma mentira primordial que Satanás susurró en los oídos de Eva en el Jardín del Edén.

 

En contra de los primeros y quizás también los últimos de los herejes teomaquistas[29] la Iglesia Ortodoxa enseña que el hombre no es dios por naturaleza, pero que puede hacerse dios por gracia, dándose su unión a través del temor de Dios, la fe y el amor al Único hombre-Dios, el Señor Jesucristo y a través de la participación en el Espíritu Santo.

 

Pero la Ortodoxia no demuestra esto solo con palabras, sino también en sus estructuras divinamente inspiradas. Bajo la división de poderes entre el Emperador y el Patriarca, que ya ha sido abolida por el Papado y que será nuevamente abolida por el Anticristo, demuestra que ningún hombre, por santo que sea, puede tener la plenitud de la gracia, que solo le pertenece a Dios. Porque como se le prohíbe al Emperador el ofrecer el sacrificio de sangre en el Altar (más allá de que como hemos visto, él en cierto sentido es un sacerdote) se le prohíbe al Patriarca asumir cargos políticos. Y si algunos Patriarcas en la historia de la Ortodoxia se han visto forzados a asumir un rol que va más allá de su potestades sacerdotales, esto ha sido excepcional, un ejercicio de oekonomia [30]. Si en los hechos el trono del emperador permaneciera vacante en algún momento, ningún Patriarca, por más distinguido que fuera, puede ocupar el trono.

 

Así el rol del Emperador en la Iglesia, podría ser comparado con el del Arcángel Miguel en la jerarquía angélica. Justo un gran arcángel fue llamado a tomar el liderazgo de los ángeles de Dios, aunque no perteneciera dentro del rango celestial de los Querubines y los Serafines, el piadoso Emperador está llamado a tomar el liderazgo de la Iglesia, aunque él no esté dentro del rango de los santos obispos. Y justo como el arcángel fue llamado a resistir al orgullo luciferino del primer ángel caído, así el Emperador está llamado a resistir a “las profundidades de Satanás” (Apocalipsis 2:24) cuya manifestación se dio en los primeros jerarcas que cayeron en el Occidente y del pueblo que había sido elegido en el Oriente (los judíos). Ya que el nombre “Miguel” significa “¿Quién como nuestro Dios?”, máxima que es precisamente utilizada por los Empedradores Ortodoxos en su la lucha contra el Papismo y el Judaísmo. Corresponde entonces ver al Arcángel Miguel como el protector especial de los Emperadores ortodoxos, siendo el “maravilloso campeón de los luchan contra los espíritus malignos en los lugares elevados”[31]


                                                      *

 

Ahora podemos ver por qué las diferencias en cuanto al monarquismo en general, y al Zar Mártir Nicolás II en particular, entre el actual Patriarcado de Moscú, por un lado, y la Verdadera Iglesia Rusa, por el otro, no son en absoluto insignificantes ni secundarias, sino que, de hecho, subyacen en todas las diferencias restantes.

 

Los principales logros del Zar-Mártir consistieron en resistir frente al resurgimiento del poder de los judíos y los papistas, y de motus proprio, superar el legado cesaropapista del siglo XVIII. Por supuesto, que sus predecesores del siglo XIX, comenzaron a armar el camino hacia la restauración de la verdadera sinfonía entre las relaciones Iglesia-Estado. Pero, fue el Zar Nicolás II quien mostro una excepcional devoción a la Iglesia, construyendo iglesias, glorificando a los santos y, lo fue más significativo, aprobando la restauración del patriarcado.

 

El hecho es que el patriarcado no fue restaurado durante su reinado, sino que algunos meses después del mismo, esto no fue un error, sino que el error fue el de aquellos que habiendo roto en interiormente los vínculos que les ligaban a la Iglesia, intentaron también socavar los cimientos del Estado. Algunos sostenían que era el poder avasallante de la monarquía lo que inhibía la restauración del Patriarcado, por

lo que fue posible tan solo después de la caída de la monarquía.

 

Pero esto no fue de hecho el caso: más bien, fue la debilidad de la Iglesia, especialmente la de sus estratos más educados, lo que socavó la fuerza de la monarquía, lo que a su vez hizo necesaria la restauración del Patriarcado para que la sociedad cristiana poseyera un claro enfoque de unidad y liderazgo. Porque, como dijo un delegado campesino al Concilio Local de 1917-18: “Ahora ya no tenemos más un Zar; ningún padre a quién podamos amar. Es imposible el amar a un sínodo, por lo tanto, los campesinos deseamos a un Patriarca”. De hecho, la restauración del patriarcado puede considerarse como los primeros frutos del derramamiento de la sangre del Zar Mártir.

 

Durante ese tiempo de ausencia del Zar, el Patriarca llevó la carga colosal de representar y defender al pueblo cristiano. Esto inevitablemente lo involucraba en ciertas acciones cuasi-políticas, como la anatematización del poder soviético y la condenación del tratado de Brest-Litovsk. Ahora bien, esta acusación de “politización” que se ha lanzado en contra del Patriarca esta fuera de lugar, no solo porque estas acciones fueron necesarias para los intereses de la Iglesia, competiéndole por ende al Patriarca, sino porque también, en la ausencia del Zar, alguien tenía que llevar el peso de la cruz como confesor de la verdad al condenar a la revolución públicamente y en el escenario mundial.

 

No obstante, la tensión de esta situación anómala comenzó a notarse, y empezó a acrecentarse el número de los testigos de la Iglesia que callaban en contra de la revolución. Nuevamente, este no fue tanto un error del Patriarca sino más bien del conjunto de la sociedad cristiana, porque así como el Zar no podía gobernar si nadie le obedecía, el Patriarca no pudo atestiguar de manera efectiva si la sociedad civil estaba persuadida a perseguir otros ideales.[32] Mientras que “el espíritu no fuera recto” en los Blancos, como expresará el Sabio Aristocles de Moscú: “Muchos de ellos se están apuntando, no para la restauración de la dinastía Romanov, sino para la convocatoria de una Asamblea Constituyente o para la restitución de las tierras de los terratenientes”, el patriarca se sintió en consecuencia incapaz de dar su inequívoca bendición a dichos líderes.[33]

 

Por eso en el fin de la Guerra Civil el espíritu del Monarquismo Ortodoxo no se podía concebir sin contar con la restauración de la Santa Rusia, habiéndose tan solo impulsado en gran medida de manera clandestina y en el extranjero, manifestándose solo en raras ocasiones en público, como en el Primer Concilio de Toda la Emigración de la Iglesia Rusa en el Exilio en 1921. Y unos años después la misma Iglesia fue forzada a la clandestinidad.

 

Ya que al estar privado de todo apoyo público, el Patriarcado se vio forzado a realizar concesiones muy perjudiciales a los ateos: primero en el asunto de la confiscación de los bienes de la Iglesia[34] después, el de asumir una postura “final y decisivamente” ajena “a los contrarrevolucionarios monarquistas del Ejercito Blanco tanto externos como internos”, en la anulación del anatema en contra de los bolcheviques,  la introducción del nuevo calendario, y en la admisión del renovacionista Krasnitsky a un lugar en el Sínodo.

 

Pero, aunque el patriarca cedió a la presión abrumadora de los bolcheviques, él no se quebró. El mismo previó, como está demostrado en una conversación con el futuro hiero-mártir de las catacumbas, Máximo de Serpukhov, que la Iglesia no podía hacer tales compromisos sin sacrificar su libertad interna, y por ende, su unidad interna con Cristo en el Espíritu Santo. Y por eso bendijo la formación de la Iglesia de las Catacumbas, que podría preservar el espíritu del Monarquismo Ortodoxo como una fuerza de oposición clandestina del Estado.

 

El “logro” del Metropolita Sergio, el fundador del sovietizado Patriarcado de Moscú, fue el de darle un fundamento dogmático a la herejía que concierne a las relaciones Estado-Iglesia bajo el nombre de: Sergianismo. De hecho, el Sergianismo es una sutil y paradójica forma de Papismo. Esta paradoja consiste en el hecho de que es al mismo tiempo ambos, papocesarismo y cesaropapismo, pues mientras, como ya podremos ver, se crea para la Iglesia una estructura completamente papal, y al mismo tiempo, se subordina a toda la Iglesia a la estructura del Estado. 

 

Como el Papismo, el Sergianismo comienza negando los derechos del Emperador y del monarquismo en general sobre la Iglesia. Yendo en esta dirección fue de hecho más allá que cualquier otro de los Papas: bajo el espíritu de la Revolución denuncio al más manso y menos sanguinario de los Zares como si fuese un criminal político y un tirano sediento de sangre. Tampoco esto puede excusarse como si estas palabras fueran fingidas solo con el fin de complacer a los bolcheviques ya que: Luego de la caída del Bolchevismo, los líderes actuales del Sergianismo no han devuelto al monarquismo a su recto lugar dentro de la doctrina de la Iglesia, sin reconocer oficialmente el martirio del Zar[35].


 

 

imagen del artista ruso Dmitry Dyachko que parodia al "patriarca" Kiril, jugando con la imagen de este y la imagen del emblemático Darth Veder de las películas de Star Wars

 

A diferencia del Papismo, el Sergianismo no quiso poner al primer-jerarca de la Iglesia como sustituto del Emperador derrocado. Esto obviamente no era ni posible ni deseable en el contexto de la revolución. Más bien, asignó los roles tanto del Emperador como del Patriarca al Líder del Estado Soviético. Y si a Sergio le fue otorgado más tarde el título de patriarca, todos entendieron quién fue el verdadero “Padre”: José Stalin. Aquel “sabio Líder Supremo establecido por Dios”, aquel “Líder Supremo que Dios nos otorgó”, que había servido como “instrumento de la Divina Providencia”, para salvaguardar a la Santa Rusia (al extender el rol del ateísmo militante desde Berlín hasta Pekín). Así como los Papas introdujeron la herejía dentro de la Iglesia al proclamarse ellos como Vicarios de Cristo. El Papismo de Sergio consistía en convertirse en Vicario del Anticristo. Y como los Papas, justifico su herejía argumentando que solo de esta forma la Iglesia podía ser salvada.

 

Así, Sergio de esta manera real sometió a Rusia al papismo. Tal como la Vieja Roma había caído al aceptar que la verdad estaba en el Papa, así también la Tercera Roma, Rusia, cayó al aceptar que toda salvación se encuentra en el “Patriarca”.

 

El hieromonje Nectario (Yashunsky) había descrito como Sergio introdujo el papismo dentro del Patriarcado de Moscú: “El entendimiento de él ‘Metropolita Sergio’ sobre la Iglesia (y por lo tanto, de la salvación) es herético. El sinceramente, nos parece a nosotros, cree que la Iglesia es la primera de todas las organizaciones, un aparato que no puede funcionar sin su unidad administrativa. De ahí el esfuerzo de preservar su unidad administrativa a cualquier costo, aun a costa de vulnerar la verdad contenida en ella.

 

Y esto se puede ver no solo en la política eclesiástica que llevó a cabo, sino también en la teología [que desarrolló] correspondiente a ella.

 

En este contexto dos de sus trabajos son especialmente orientadores: ‘¿Hay un Vicario de Cristo en la Iglesia?’ (La herencia espiritual del Patriarca Sergio, Moscú 1946) y ‘La Relación de la Iglesia con las Comunidades que se han separado de Ella’ (Periódico del Patriarcado de Moscú). En el primero, pese a que el Metropolita Sergio nos da una respuesta negativa a la pregunta (en relación con el Papa, antes que nada) esta respuesta negativa no se debe tanto a una cuestión de principios sino de empirismo. El Papa no es la cabeza de la Iglesia Universal solo porque es herético. Ya que, en principio el Metropolita Sergio considera que es posible y también deseable que la totalidad de la Iglesia sea encabezada por una sola persona. Es así que, en los momentos difíciles de la vida eclesiástica esta persona puede asumir tales privilegios incluso no poseyendo los derechos canónicos correspondientes. Y aunque el metropolita declare que este líder universal no es el Vicario de Cristo, no parece sincera en el contexto tanto de sus otras opiniones teológicas como de sus acciones acordes a dicha teología.

 

En el segundo artículo citado, el Metropolita Sergio explico las diferencias existentes para el recibimiento tanto de los cismáticos como de los herejes. No en la base de su objetiva confesión de fe, sino del subjetivo (y por ende cambiante) relacionamiento de él con el principal jerarca de la otra Iglesia. En consecuencia ‘podremos recibir a los latinos dentro de la Iglesia a través de su arrepentimiento, pero aquellos que fueran del Cisma de Karlovtsy a través de la crismación.’ Y por eso, Sergio – concluye el Padre Nectario – no es por la verdad de la Santa Ortodoxia que uno se salva, sino por pertenecer a una legalizada organización administrativa de la Iglesia que es necesaria”.[36]

 

En los últimos años ha quedado demostrado que el Sergianismo no depende de la existencia del poder soviético,  pero este ha internalizado dentro del cuerpo y la sangre del Patriarcado. Por eso, recientemente el Patriarca dijo sobre las declaraciones de Sergio: “Yo no renunciare a ellas, ya que es imposible que uno renuncie a su propia historia…  Creo que en el año presente hemos logrado liberarnos de la insignificante [sic] carga del Estado y que, por lo tanto, tenemos el derecho moral de afirmar el hecho de que la declaración del Metropolita Sergio pertenece al pasado, y ya no nos guiamos más por ella. Y al mismo tiempo, sin embargo, esto no significa que nosotros estamos en contra del gobierno…” [37]

 

Pero, por supuesto, el Patriarca Alexei jamás estuvo bajo el gobierno, porque su último fin, como el Padre Peter Perekrestov señala, es todo una cuestión de poder para él: “No es importante para él si un sacerdote queda involucrado en negocios turbios o en actividades puramente eclesiales; si el es demócrata o monarquista; si él es un zelote[38] o un ecumenista; si el sirve la Víspera por seis horas o por una; si el sacerdote celebra una panijida por las victimas que defendieron la Casa Blanca, o un moleben por quienes se pusieron de parte de Yeltsin; si un sacerdote quiere bautizar por inmersión o por aspersión, si sirve en las catacumbas o abiertamente, si el venera a los Mártires de la  Familia Real o no; esto realmente no importa. Lo principal es conmemorar al Patriarca Alexis. Dejará a la Iglesia en el Extranjero tener su autonomía, dejándola inclusive expresarse como lo era en el pasado, solo bajo una condición: conmemorar al Patriarca Alexis. Esto es una forma de Papismo: dejar que los sacerdotes sean casados, permitiendo que sirvan de acuerdo al Rito Oriental; esto no hace a la diferencia, lo importante es que conmemoren al Papa de Roma.”[39]

 

¿Cómo puede ser derrotada la herejía neo-papista del Sergianismo en Rusia? Solo al reconocer con claridad al origen de la herejía en el derrocamiento de la Autocracia Ortodoxa y en el rechazo de la doctrina Ortodoxa sobre las relaciones iglesia-estado. Tal reconocimiento implica mucho más que la nostalgia por la monarquía o la veneración al Zar-Mártir. Significa el reconocer que la Autocracia Ortodoxa es la corona de la sociedad cristiana, su cumplimiento dogmático. Porque, como Patriarca Antonio de Constantinopla escribió al Gran Príncipe Basilio Dmitrievich en 1393: “Es imposible que los cristianos tengan una Iglesia y no un rey, pues Reino e Iglesia se hallan en estrecha relación y comunión, y no se les puede separar”.[40]

 

Es imposible para los cristianos tener una Iglesia y no tener un rey porque “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. (Mateo 12:25), y solo un rey ortodoxo, reinando a imagen del Rey Celestial y solo elegido por El puede restaurar la unidad de una nación desgarrada por una multitud de autoproclamados líderes de la Iglesia y el Estado. Es imposible para los cristianos tener una Iglesia y no tener un rey porque solo en obediencia a la autoridad autocrática y paternal del rey se puede establecer la obediencia a todas las legítimas autoridades, desde el paterfamilias hasta nuestro Padre en los Cielos

 

Es imposible para los cristianos el tener una Iglesia y no un rey ya que solo un rey ortodoxo reinando en obediencia a Cristo el hombre-Dios es capaz de defenderla contra de aquellas falsas autoridades que intentan derrotarla, y en particular de la falsa autoridad basada en la doctrina Hindú-Apolinaria-Papista-Talmudica de la divinidad innata del hombre: el dogma del Hombre-Dios; el Anticristo.

 

Y si algunos dicen: entonces no hay esperanza, porque no tenemos rey, responderemos: aunque no tengamos rey, el misterio de la reyecía ortodoxa no ha sido destruido y puede restaurar si fervientemente imploramos a Dios por ello; porque la Madre de Dios reveló en su milagroso Icono Reinante, que apareció en el mismo momento de la abdicación del último zar, con los atributos de la autoridad real en sus manos…

 

Una vez los judíos apostatas dijeron: “No tenemos rey, porque no hemos temido al Señor. Pero el rey ¿qué podría hacer por nosotros?”. (Oseas 10:3) Y el Señor, el Rey de Reyes, dijo: “Entronizaron un rey por ellos mismos y no a través de Mí; (…) por eso serán entregados entre las naciones. Ahora les recibiré, y estarán abatidos un corto tiempo para ungir a un rey y a príncipes” (Oseas 8:4-10)

 

Pero entonces el Señor, escucho el arrepentimiento de los judíos en Babilonia y les dio nuevamente a ellos un rey de la casa de David, del cual Él dijo: “Y él estará en posesión de la virtud y se sentará y gobernará sobre su trono y el sacerdote estará a su derecha y habrá un consenso pacífico entre ambos” (Zacarías 6:13) Ahora, como antes, el arrepentimiento como la restauración son posibles. Ahora, como lo era antes, todavía podemos decir “el rey se alegrará en Dios; Será alabado cualquiera que por Él jura” (Salmo 62:10).

Escrito en Septiembre 4/17, 1996.

Día de san Moisés

 

 

(Publicado en ruso como Dogmaticheskoe Znachenie Pravoslavnogo Samoderzhavia,

Moscú, 1997)

 

 



[1] Nota de traductor – Roma dejaba de ser República y pasaba a conformarse bajo un Imperio por aquellas épocas.

[2] Menaion Gran Víspera por la Natividad de Cristo “Gloria...  Ahora…Amén” (Puede consultarse en español en: http://www.acoantioquena.com/sites/default/files/ServLiturgicos/Oficio%2052%20a%2024-12-2011%20V%C3%ADsperas%20y%20liturgia.doc)

[3] Arzobispo Averky, Rukovodstvo k izucheniu Sviashchennykh Pisanii Novago Zaveta (Manual de Estudio de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento). Monasterio de la Santísima Trinidad, (Holy Trinity Monastery), Jordanvielle, vol. II, 1956, pp. -308 (en ruso)

[4] San Isidoro, carta 6, a Dionisio

[5] Metropolita Filareto Sochinenia (Trabajos), vol. II, pp. 171-173 (en ruso)

[6] Nota de Traductor – recomendamos al lector la lectura del capítulo El Cristianismo y el Imperio Romano.. Del presente libro, para una mayor comprensión sobre esta protección que la Roma Imperial pagana otorgaba a los cristianos.

[7] Así san León Magno escribió: “La Divina Providencia moldeo al Imperio Romano, el crecimiento con el cual se extendió hasta límites tan amplios convirtió a todas las razas de todo el mundo en sus vecinos cercanos. Por esto, fue particularmente afín al esquema divino del cual muchos reinos debían de estar unidos bajo un solo gobierno, para que pudiera existir un rápido acceso a la predicación hacia todos los pueblos, estando estos sujetos bajo el dominio de un solo Estado.” (Sermón 32, P.L. 54, col. 423)

[8]Pues has de saber, clementísimo hijo”, escrito por el Papa Gelasio I a el Emperador Anastasio: “aunque tengas el primer lugar en dignidad sobre la raza humana, empero tienes que someterte fielmente a los que tienen a su cargo las cosas divinas” ( En español: Carta del Papa Gelasio I al Emperador Anastasio I, año 494 consultar: http://www.e-libertadreligiosa.net/index.php/temas-historicos4/documentos-historicos/271-carta-del-papa-gelasio-al-emperador-anastasio-i.html )

[9] Eusebio de Cesárea, Oración de los Tricenalios, pronunciada en el 336 con ocasión del trigésimo aniversario del reinado de Constantino, 2.

[10] Tuskarev (ahora obispo Dionisio [Alferov] de Novgorod), Tserkov' o gosudarstve (La Iglesia en el Estado), Tver, 1992, p. 75 (en ruso)

[11] Toynbee, en I.N. Andrushkevich, “Doktrina sv. Imperatora Iustiniana Velikago” (“La doctrina del santo emperador Justiniano”), Pravoslavnaia Rus’ (Rusia Ortodoxa), N° 4 (1529), Febrero 15/28, 1995, p. 10 (en ruso)

[12] San León el Grande escribió al Emperador Teodosio II que su alma imperial era: “no solo imperial, sino también sacerdotal”. Y al emperador Marciano él le deseo: “además de la corona imperial, la palma del sacerdocio”. Véase: Meyendorff, Rome, Constantinople, Moscow, Crestwood, NY, St. Vladimir Press, 1996 (para referencias en español, de la carta de san León a Marciano: https://w2.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_11111961_aeterna-dei.html) Nuevamente el Patriarca Teodoro Balsamón de Antioquia escribió en el siglo XII “por alguna razón el Zar es adornado con los dones jerárquicos” y el arzobispo Demetrio Chomatianos, arzobispo de Ochrid escribió en el siglo XIII: “con la excepción de lo que únicamente le compete a la Iglesia, el rey claramente tiene todos los demás derechos restantes del episcopado” (citado en el libro del protopresbitero Valentine Asmus, "O Monarkhii i nashem k nej otnoshenii" (“Sobre la Monarquía y nuestra relación con ella”), Radonezh, № 2 (46), Enero, 1997, p. 5 (en ruso).

[13] Archimandrita Panteleimon, “On the Royal Martyrs", Orthodox Life, vol. 31, N°4, Julio-Agosto,1981.

[14] Andrushkevich, op. cit.

[15] San Juan, “sermón posterior a la panigida al Zar-Mártir” Arkhiepiskop Ioann, Arkhipastyr, Molitvennik, Podvizhnik (Arzobispo Juan, Archipastor, Asceta y Hombre de Oración), San Francisco,, 1991, p. 125. (en ruso). Cf. Arzobispo Serafin (Sobolev): “No hay necesidad de decir cuan terrible y ‘tocante’ es para el Ungido por Dios, el derrocamiento del Zar por sus súbditos. Aquí la trasgresión del mandato dado por Dios alcanza el más alto rango de criminalidad, arrastrándose luego de este hecho la destrucción del mismo Estado.” (Russkaia Ideologia (La Ideología Rusa), San Petersburgo, 1992, pp. 50-51)

[16] Véase en el libro de Sergio Fomin,  Rossia pered Vtorym Prieshestviem (Rusia antes de la Segunda Venida) Sergiev Posad, 1994, p. 268 (en ruso), para la cita de San Hipólito. Sin embargo, el Metropolita Filaret de Moscú en su comentario sobre Corintios 11:26: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga.” Disputa esta interpretación: “aquí podemos encontrar una importante verdad en la pequeña palabra ‘hasta’, con el fin de comprender mejor esto, yo dirijo esta pregunta sobre el discurso del Apóstol; ¿Pueden los cristianos comer el pan místico y beber del Cáliz del Señor?, podemos encontrar una respuesta a esta pregunta en las palabras del apóstol ‘hasta que Él venga’, i.e. el misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo tendrá lugar sin interrupción en la verdadera Iglesia de Cristo hasta el segundo advenimiento de Cristo, o hasta el fin de los tiempos, que significa lo mismo. Dado que esto no puede darse sin la gracia del sacerdocio, y la gracia del sacerdocio no puede existir sin la gracia de alguna jerarquía, entonces queda claro que la gracia del oficio de obispo, de acuerdo con la previsión del Apóstol, será posible en la Iglesia durante todos los tiempos e ininterrumpidamente sus canales podrán inclusive fluir para siempre trayendo el acercamiento al reino de gloria.” Luego de citar este pasaje, el heromonje Ignacio (Trepatschko) escribe: “Los antiguos Padres de la Iglesia expresan la misma opinión. San Juan Crisóstomo dice: ‘Demostrando que la Sagrada Eucaristía sería hasta el fin del mundo, el apóstol Pablo dijo: ‘hasta que Él venga’’. San Juan Damasceno y san Efrén el Sirio coincidieron con este punto de vista. ("The Church of Christ in the Time of the Antichrist", Orthodox Life, vol. 41, № 2, Marzo-Abril, 1991, p. 40).

[17] Metropolita José, en I.M. Andreev, Russia’s Catacomb Saints, Platina: St. Herman of Alaska Press,1982, p. 128.

[18] N de T. – V. Moss se refiere a la carta al Obispo Ermano de Metz 25.08.1076.

[19] N. de T. - Es la Dictatus Papae del mismo Papa y escrita anteriormente a la carta al Obispo Ermano refleja el mismo espíritu cesaropapista.

[20] Eadmer, Historia Novorum in Anglia (The History of Recent Events in England), traducido al ingles por Henry Bettensen, The Documents of the Christian Church, Oxford University Press, 1963, pp. 155-156.

[21] Arzobispo Serafín "Sud'by Rossii" (“Los destinos de Rusia”) Pravoslavnij Vestnik (Boletín Ortodoxo), N°87, Enero-Febrero, 1996, pp 6-7 (en ruso)

[22] Schmemann, The Historical Road of Eastern Orthodoxy, Londres: Harvill Press, 1963, pp. 222-223.

[23] Nota de Traductor – Se refiere a su formación de Schmemann en el Instituto de Teología Ortodoxa de San Sergio de París.

[24] Jeremiah II (Tranas), en Runciman, Sir Steven, The Orthodox Churches and the Secular State, Oxford University Press, 1971, p. 51.

[25] Apéndice de Smirnov a la Teología Dogmatica del protopresbitero Miguel Pomazanksy, Platina, Ca.: St. Herman of Alaska Brotherhood, 1984, p. 379.

[26] Mgr. Oliveri, The Representatives, Apostolic Legation of London, 1980.

[27] Troitsky, Christianity or the Church?, Holy Trinity Monastery, Jordanville, 1971, p. 28. En español: Sin Iglesia no hay cristianismo, san Hilarion Troitsky; https://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/christianity_church_s.htm

[28] Aleph, N°451, Octubre 1992; citado en A.S. Shmakov, Rech' Patriarkha Alekseya II k ravvinam g. Nyu Yorka (S.Sh.A.), 13 noyabrya, 1991 goda i yeres' zhidovstvuyushchikh (El discurso del Patriarca Alexei II a los Rabinos de Nueva York (U.S.A.), segunda edición, U.S.A., 1993, p. 13 (en ruso)

El versículo de Ezequiel citado aquí tiene las palabras “tu nombre es hombre”, no aparece ni en la traducción de la Septuaginta griega del Antiguo Testamento, que es el único texto aceptado en la Iglesia Ortodoxa, ni en la Vulgata latina. En la traducción autorizada de King James, que es en base a el texto hebreo Masorético se lee: “Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Dios”. Una clara refutación a la atribución judía de pertenecer a la naturaleza divina.

[29] N de T. - término que significa en griego “Theo” (Dios) makhia (lucha). Literalmente se traduce como “lucha contra Dios”. Originalmente fue empleado en los escritos de mitología y filosofía griega para relatar las luchas entre las deidades de los antiguos griegos. En La República 378d de Platón por ejemplo, se menciona; “las teomaquias de Homero”

[30] N de T. – economía en español, pero cuyo significado teológico denota la necesidad de contemplar con misericordia, por ejemplo, la admisión de personas de otras comunidades al seno de la Iglesia o algunas otras cuestiones eclesiales cuando existe un conflicto aparente entre las exigencias de la ley (lo que denominaría Akrivia) y la llamada de la condescendencia cristiana. Es decir, en este sentido, Akrivia sería la regla general y la Oekonomia, la excepción a la regla.

[31] Himno Akathisto al Santo Archiestratega Miguel Arcángel, ikos IV

[32] P.S. Lopukhin, “Tsar i Patriarch” (“El Zar y el Patriarca”), Pravoslavnij Put’ (La Vía Ortodoxa), 1951, p. 104 (en ruso).

[33] El Metropolita Antonio (Khrapovitsky) de Kiev escribió: “Desafortunadamente, el mas noble y devoto líder de este ejercito [Blanco] escucho a aquellos concejeros que eran extraños a Rusia, que se sentaban en su Concejo Extraordinario y dieron por tierra la iniciativa. El pueblo ruso, el pueblo real, el pueblo creyente y luchador, no necesitaba la formula vacía de: ‘una unida e indivisible Rusia’. Tampoco no necesitaban ellos a ‘Rusia Cristiana’, ni a ‘Rusia Infiel’, ni a ‘Rusia Zarista’, ni a ‘los terratenientes’ o a ‘Rusia’ (de la cual siempre ellos entendían a una republica). Sino que ellos necesitaban la combinación de las tres queridas palabras: ‘por la Fe, el Zar y la Patria’. Sobre todo, necesitaban la primera palabra, ya que la fe rige toda la vida del Estado; la segunda palabra era necesaria ya que el Zar custodia y protege la primera; y la tercera era necesaria ya que el pueblo es el portador de las primeras palabras” Pravoslavnaia Rus' (Rusia Ortodoxa), № 1558, Mayo 1/14, 1996, p. 4 (en ruso).

[34] El santo sabio Nectario de Optina una vez le dijo a la esposa del Padre Adrian Rymarenko, o sea, del futuro Arzobispo Andrés de Rockland: “Tu puedes ver ahora, el patriarca dio la orden de ceder lo que hay de valor de las Iglesias, ¡pero ellos siguen perteneciendo a la Iglesia!” (Matushka Evgenia Grigorievna Rymarenko, "Remembrances of Optina Staretz Hieroschemamonk Nektary", Orthodox Life, vol. 36, № 3, Mayo-Junio, 1986, p. 39)

[35] Nota de Traductor – El artículo es del año 1997, tres años antes de la canonización por parte del Patriarcado de Moscú del Zar-Mártir Nicolás II y su familia. Ya antes (en 1981) había sido canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero.

[36] Hierodiacono Jonás (ahora hiero-monje Nectario) (Yashunsky) "Sergianstvo: Politika ili Dogmatika?" (Sergianismo: ¿Política o Dogma?”) (MS), 29 Abril / Mayo 12, 1993, pp. 2-3, 5 (en ruso).

[37] Patriarca Alexis, en Golos (The Voice), № 33, p. 11; citado por el Padre Pedro Perekrestov, "Why Now?" Orthodox Life, vol. 44, № 6, Noviembre-Diciembre, 1994, p. 40.

[38] Nota del Traductor – “zelote” en el sentido de mantenerse observante y custodio con respecto a las cuestiones de la fe ortodoxa

[39] Perekrestov, op. cit., p. 43.

[40] N. de T. - Para consultar en español: “Ensayos sobre la Filosofía de la Historia Rusa”. Pág. 52 Autores: Mijail Malishev, Boris Emelianov, Manola Sapúlveda Garza. Ed. Plaza y Valdés 

    

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