Vladimir Moss
La historia rusa entera desde
Riurik hasta Nicolás II (862-1917) es la historia de solo dos, dinastías
interrelacionadas – la Rurikoda y los Romanov. Solo en la Época de
Inestabilidad (1598-1612) se interrumpió brevemente esta continuidad dinástica.
Dicha continuidad del principio hereditario en la historia rusa no tiene
parangón en la historia humana quizás con la posible excepción del muy
diferente caso de China.
Y aun en si la Inestabilidad
no puede entenderse si no se toma en cuenta la constante importancia del
principio hereditario en la mente rusa en aquel periodo. De acuerdo con V.O.
Kliuchevsky, el terreno para la Época de Inestabilidad “estaba preparado por el
estado atormentado de la mentalidad de la gente, por un general estado de
descontento con el reinado de Iván el Terrible; descontento que aumento bajo
Boris Gudonov. El fin de la dinastía y el subsecuente intento de resucitarla
mediante las figuras de pretendientes promovieron un estímulo para la
Inestabilidad. Sus causas elementales fueron, primero, la percepción del pueblo
sobre la relación de la antigua dinastía con el Estado moscovita y, por lo
tanto, su dificultad para entender la idea de un Zar elegido, y en segundo
lugar; la estructura política del Estado, que creaba discordia social dadas sus
elevadas demandas al pueblo y la poca equidad en cuanto a las demandas
impositivas del Estado. La primera causa
dio lugar a la necesidad de revivir la extinta línea de regencia, y por esto
favoreció así al éxito de los pretendientes; la segunda transformo una reyerta
dinástica en anarquía social y política”[1]
El pueblo ruso entendía al
Estado como parte de la propiedad personal del Zar y de sus descendientes de
sangre. No podían concebir un Zar no hereditario, un heredero legítimo que no
fuese heredero por la sangre del Zar previo, de ahí la confusión cuando el
último Zar de Riurik, Teodoro, murió sin descendencia. Boris Godunov estaba
emparentado con los Riurik por matrimonio, pero es posible que haya matado al
Zarevich Dmitri.
Por esto es que termino
rechazado por el pueblo. El Zar Vasili Shuisky no era un Riurik, pero era de “
’los boyardos’ del Zar”.
Por lo que, él también, no era
aceptable. Se les seguía a los pretendientes porque decían ser el Zarevich.
Pero sus afirmaciones eran, por supuesto, falsas.
El Zar tenía que “nacer Zar”.
Solo Miguel Romanov cumplía tal rol ya que su familia estaba emparentada a los
Riuriks a través de la primera esposa de Iván IV, Anastasia Romanova… Y es por
esto en la mayoría de sus proclamaciones Miguel se llamaba así mismo el nieto
de Iván el Terrible.
Ya que el principio
hereditario es considerado comúnmente como irracional en medida de que
supuestamente coloca al gobierno del Estado “a merced del azar”, valdrá la pena
examinar su significado en el sistema estadual Ortodoxo Ruso más de cerca.
Algunos puntos necesitan
enfatizarse.
En primer lugar, el principio
hereditario esta sostenido por un principio aún más profundo: de que el Zar
debe de ser ortodoxo. El segundo falso Dimitri y el Rey polaco Segismundo hijo
de Vladislav fueron ambos rechazados por san Hermogen, patriarca de Moscú, ya
que eran católicos.
En segundo lugar, después de
elegir al primer zar Romanov, el pueblo no retuvo el derecho de deponerlo a él
o a ninguno de sus sucesores. Por el contrario, ellos eligieron a una dinastía
hereditaria, y específicamente se ataron a sí mismos mediante un juramento de
ser leales a tal dinastía para siempre.
De ahí el horror y en específico, la maldición[2] que trae aparejada su rechazo al Zar Nicolás
II en 1917… como el Metropolita Filaret de Moscú dijo en 1851: “Dios estableció
un rey en la tierra a imagen de su único gobierno en los cielos: El concertó
por un rey autocrático en la tierra a imagen de su poder omnipotente; y Él
coloco un rey hereditario en la tierra a imagen de Su inmarcesible Reino, que
durara por los siglos de los siglos”[3]
De ello se deduce que el reino
hereditario del Zar es inviolable. Como el metropolita Filaret escribió: “Un
gobierno que no esté cercado por una inviolabilidad que sea venerada
religiosamente por la totalidad del pueblo no puede actuar con la plenitud de
poder o con aquella libertad de celo que le es necesaria para la construcción y
la preservación de la seguridad y el bien público. ¿Cómo puede desarrollar su
pleno poder en la dirección más beneficiosa, cuando su poder se encuentra constantemente en
una posición insegura, luchando con otros poderes que limitan su accionar en
direcciones tan divergentes como las de las opiniones, los prejuicios y las
pasiones más o menos dominantes en la sociedad? ¿Cómo puede someter la fuerza plena con celo,
cuando necesariamente debe dividir sus atenciones entre el cuidado de la
prosperidad de la sociedad y la preocupación por su propia seguridad? Si el
gobierno carece de tal firmeza, entonces el Estado es también carece de
firmeza. Tal Estado es como una ciudad edificada sobre una montaña volcánica:
¿Qué importancia tiene su tierra firme cuando en esta se oculta un poder que en
cualquier minuto puede convertirlo todo en ruinas? Los súbditos que no
reconocen la inviolabilidad de los regentes son estimulados por la esperanza de
la licencia para obtener predominio y consentimiento, y entre los horrores de
la anarquía y la preeminencia, ellos no podrán establecer para sí esta libertad obediente que es
el centro y el alma de la vida pública”[4]
En tercer lugar, mientras que
el Zemsky Sobor de 1613 fue, por supuesto, una elección, no fue de
ninguna manera una elección democrática en el sentido moderno, sino más bien un
reconocimiento de la elección de Dios a un regente en base al modelo de la
elección de Jefté por parte de los israelitas (Jueces 11.11). Porque,
como el padre Lev Lebedev escribe: “¡Los zares no son elegidos! Y un Consejo,
incluso un Zemsky Sobor, no puede ser la fuente de su poder. El reino es
un llamado de Dios, el Consejo puede determinar quién es el Zar legítimo y
convocarlo”[5].
Nuevamente, como Iván
Solonevich escribe: “cuando, luego de la Época de Inestabilidad, se planteó la
cuestión referente a la restauración de la monarquía, no hubo un ápice de una
‘elección para el reino’. Hubo una ‘búsqueda’ de las personas que tuviesen los
derechos hereditarios más elevados para el trono. Y no una ‘elección’ por el
más digno. No hubo, y no pudo haber
habido, ningún ‘merito’ en el joven Miguel Fyodorovich. Pero ya que solo el
principio hereditario otorga la ventaja de la indiscutibilidad absoluta, fue
esto es que se basó la ‘elección’.”[6]
San Juan Maximovich escribe:
“Es casi imposible el elegir a alguna persona como Zar por sus cualidades; Ya
que cada uno evalúa a sus candidatos desde su propio punto de vista...
“¿Qué atrajo los corazones de
todos hacia Michael Romanov? No tenía experiencia en el arte de gobernar, ni
había hecho ningún servicio al Estado. No se distinguía por la sabiduría de
estadista de Boris Godunov o por la eminencia de su raza, como era la de
Basilio Shursky. Tenía dieciséis años, y ‘Misha Romanov’, como generalmente se
le conocía, todavía no había administrado para demostrarse digno de algo. Pero,
¿por qué el pueblo ruso se apoyó en él y por qué con su coronación terminaron
todas las disputas y disturbios relacionados con el trono real? El pueblo ruso
anhelaba un Soberano legítimo, ‘nativo’, y estaba convencido de que sin él no
podía haber orden ni paz en Rusia. Cuando Boris Godunov y el príncipe Basilio
Shuisky fueron electos, a pesar de que tenían, en cierto grado, derechos al
trono por su parentesco con los zares anteriores, no fueron elegidos en razón
de sus derechos exclusivos, sino que se tomó en cuenta sus personalidades. No
había en su caso una estricta sucesión legal. Esto explica el éxito de los
pretendientes. Sin embargo, es casi imposible el elegir a alguien como zar por
sus cualidades. Cada cual evaluaba a los candidatos desde su punto de vista. No
obstante, la ausencia de una ley definitiva que hubiera proporcionado a un
heredero en el caso de que se cortara la línea sucesoria de los Grandes
Príncipes y Zares de Moscú hizo necesario que el mismo pueblo indicara a quién
querían como Zar. Los descendientes de los príncipes infantes, [7] a
pesar de que viniesen de la misma raza que la de los zares de Moscú (y nunca
olvidaban esto), eran a ojos de la gente simples nobles, ‘siervos’ de los
soberanos de Moscú; su lejano parentesco con la línea real ya había perdido su
significancia. Además, era difícil establecer con precisión cuál de los
descendientes de San Vladimir por parte masculina tenía más motivos para ser
reconocido como el heredero más cercano a la extinta línea real. En tales
circunstancias, todos se unieron en sugerir que la extinta rama real debería
ser continuada por el pariente más cercano del último ‘nativo’ legitimo Zar.
Los parientes más cercanos del zar Teodoro Ioannovich eran sus primos por parte
de madre: Teodoro, como monje; Filareto, e Ivan Nikitich Romanov, ambos que tenían
hijos. En ese caso, el trono tenía que pasar a Teodoro, como el mayor, pero su
condición de monje y el rango de Metropolita de Rostov eran un obstáculo para
ello. Su heredero fue su único hijo Miguel. Así, la cuestión ya no era sobre la
elección de un Zar, sino sobre el reconocer de si una persona determinada tenía
los derechos al trono. El pueblo ruso, atormentado por el la época de
inestabilidad y la anarquía, acogió con satisfacción esta decisión, ya que vio
que el orden solo podía ser restaurado por un zar ‘nativo’ legítimo. El pueblo
recordó los servicios de los Romanov a su patria, sus sufrimientos por la
misma, la mansa zarina Anastasia Romanova, la firmeza de Filareto Nikitich.
Todo esto atrajo aún más fuertemente los corazones de la gente hacia el zar
anunciado. Pero estas cualidades también las poseían algunos otros estadistas y
afligidos por Rus. Y esta no fue la razón de la elección del Zar Miguel
Romanovich, sino el hecho de que en él Rus vio a su Soberano más legítimo y
nativo.”
“En las actas sobre la
elección al reino de Miguel Fyodorovich, se evitó cuidadosamente la idea de que
ascendía al trono en virtud de su elección por el pueblo, y se señaló que el
nuevo zar era el elegido de Dios, el descendiente directo del último Soberano
legítimo”[8].
Cuarto, el zar está por encima
de la ley. Como Solonevich escribe: “La fundamental idea de la monarquía rusa
esta vivida y claramente expresada por A.S. Pushkin justo antes del fin de su
vida: ‘Debe haber una persona que esté por encima de todos, incluso por encima
de la ley’. En esta formulación, ‘un hombre’, el Hombre es colocado con letras
mayúsculas por encima de la ley. Para el tipo de mentalidad romano-europea,
para la cual la ley lo es todo, esta formulación es completamente inaceptable: dura lex, sed lex. La mentalidad rusa
coloca, al hombre, a la humanidad, al alma por encima de la ley, dándole a la
ley solo el lugar que debe ocupar: el lugar ocupado por las normas de tránsito.
Con sus correspondientes sanciones – por supuesto – cuando uno conduce sobre el
lado izquierdo. El hombre no es para el Sabbath, sino que el Sabbath es para el
hombre. No es que el hombre sea para el cumplimiento de la ley, sino que la ley
es para la conservación del hombre...
“La historia entera de la
humanidad está llena de luchas entre tribus, pueblos, naciones, clases,
estados, grupos, partidos, religiones y de lo que quieras. Casi como lo
expresara Hobbes: ‘la guerra entre todos en contra de todos’ ¿Cómo vamos a
encontrar un punto de apoyo neutral en esta lucha? ¿Un árbitro por encima de
las tribus, naciones, pueblos, clases, estados, etc.? ¿Uniendo al pueblo,
clases y religiones en un todo común? ¿Sometiendo a los intereses de las partes
a los intereses del todo? ¿Y que posicione a los principios morales por sobre
el egoísmo, que es siempre lo que caracteriza a cualquier grupo de personas que
se arroja hacia la cima de la vida pública?”[9]
Pero si el Zar está por encima
de la ley, como puede que no sea un tirano, en base a las famosas palabras de
Lord Acton; “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”?
Para responder a esta pregunta
debemos recordar. Primero; que como hemos visto, el poder del Zar no es
absoluto en la medida en que está limitado por la ley de Dios y la Ortodoxia.
Segundo, no son solo los
zares, sino los regentes de todos los tipos los que son sujeto de tentaciones
de poder. De hecho, estas tentaciones pueden incluso ser peores con gobernantes
democráticos; porque mientras que el Zar está por encima de todos los intereses
de las facciones, un presidente electo representa necesariamente los intereses
sólo de su partido a expensas de la totalidad del país. “El pensamiento
occidental” escribe Solonevich “oscila entre la dictadura del capitalismo a la
doctrina del proletariado, pero nada de lo que este pensamiento representa ha
pensado siquiera sobre ‘la dictadura de la conciencia’.”[10]
“La característica distintiva
de la monarquía rusa, que le fue conferida en su nacimiento, consiste en el
hecho de que la monarquía rusa expresó la voluntad no de los más poderosos,
sino la voluntad de toda la nación, moldeada religiosamente por la Ortodoxia y
moldeada políticamente por el Imperio. La voluntad de la nación, moldeada
religiosamente por la Ortodoxia debe ser ‘la dictadura de la conciencia’. Solo
de esta forma podemos explicar la posibilidad del manifiesto del 19 de febrero
de 1861 [cuando el Zar Alejandro II liberó a los campesinos]: ‘la dictadura de
la conciencia’ fue capaz de sobreponerse a la oposición de la clase dominante,
y la clase dominante se mostró impotente. Siempre debemos tener presente esta
distinción: la monarquía rusa es la expresión de la voluntad, es decir: de la
conciencia, de la nación, no de la voluntad de los capitalistas, que expresaron
los dos Napoleones franceses, ni de la voluntad de la aristocracia, que todas
las demás monarquías de Europa expresaron: la monarquía rusa es la aproximación
más cercana al ideal de la monarquía en general. Este ideal nunca fue alcanzado
por la monarquía rusa, por la conocida razón de que ningún ideal es realizable
en nuestra vida. En la historia de la monarquía rusa, así como en la totalidad
de nuestro mundo, hubo períodos de decadencia, de desviación, de fracaso, pero
también hubo períodos de recuperación como nunca ha conocido la historia
mundial”.[11]
Ahora el poder estatal, que,
como el poder en la familia o en la tribu, siempre incluye siempre en sí mismo
un elemento de coerción, “se construye de tres maneras: por herencia, por
elección y por golpe de Estado: monarquía, republica, dictadura. En practica
todas estas cambian de posiciones: el hombre que se apodera del poder se
convierte en un monarca hereditario (Napoleón I), el presidente electo se
convierte en lo mismo (Napoleón III), o lo intenta (Oliver Cromwell). El
‘canciller’ elegido, Hitler, se convierte en un apoderado del poder. Pero, aun
así, estas en general son excepciones.
“Tanto una república como una
dictadura presuponen una lucha por el poder, democrática en el primer caso y
necesariamente sangrienta en el segundo: Stalin – Trotsky, Mussolini-Matteotti,
Hitler-Röhm. En una república, por regla general, la lucha es incruenta. Sin
embargo, incluso una lucha incruenta no es completamente sin costo alguno.
Aristide Briand, quien llego a ser Primer Ministro francés varias veces,
admitió que el 95% de su fuerza se gastó en la lucha por el poder y solo el
cinco por ciento en el trabajo del poder. E incluso este cinco por ciento fue
excepcionalmente efímero.
“Elección y apoderamiento son,
por así decirlo, métodos racionalistas. El poder hereditario es, estrictamente
hablando, el poder del azar, indiscutible, tan solo porque lo azaroso del
nacimiento es completamente indiscutible. Uno puede reconocer o no reconocer el
principio de la monarquía en general. Pero nadie puede negar la existencia del
derecho positivo que otorga el derecho de heredar el trono al primogénito del
monarca reinante. Recurriendo a una comparación algo burda, esto es algo así
como un as en las cartas… Un as es un as. Sin elección, sin mérito y, en
consecuencia, sin disputa. El poder pasa sin pelea ni dolor: el rey ha muerto,
¡larga vida al rey!”.[12]
Uno debe aquí de interrumpir
el argumento de Solonevich para considerar su uso de la palabra “azar”. El
hecho de que un hombre herede el trono sólo por ser el primogénito de su padre
puede ser “por azar” desde el punto de vista humano. Pero desde el punto de
vista Divino es elección. Porque,
como escribe el obispo san Ignacio Brianchaninov: “¡No hay ciego azar! Dios
gobierna el mundo, y todo lo que toma lugar en el cielo y todo lo que sucede en
el cielo y debajo de los cielos sucede según el juicio del Dios Omnisapiente y
Todopoderoso”.[13]
Además, como el obispo Ignacio
también escribe: “en la santa Rusia, en virtud del espíritu del pueblo piadoso,
el Zar y la patria constituye un todo, como en la familia los parientes y sus
hijos constituyen un todo”[14] Siendo así, era natural que la ley de
sucesión debiese ser hereditaria, de padre a hijo.
Solonevich continua: “El
humano individual, nacido por azar como heredero al trono, es colocado en
circunstancias que le garantizan a él la mejor preparación profesional posible
desde un punto de vista técnico. Su Majestad el Emperador Nicolás Alexandrovich
era probablemente una de las personas más cultas de su tiempo. Los mejores
profesores de Rusia le enseñaron derecho y estrategia e historia y literatura.
Él hablaba con completa desenvoltura en tres lenguas extranjeras. Su
conocimiento no era unilateral… y era, si se pudiese expresar así, un
conocimiento viviente…
“El zar ruso estaba a cargo de
todo y estaba obligado a conocerlo todo; por supuesto, en la medida de lo
humanamente posible. Él era un ‘especialista’ en esa esfera que excluye toda
especialización. Esta era una especialidad que estaba por encima de todas las
especialidades del mundo y las abarcaba a todas. Es decir, el volumen general
de erudición del monarca ruso abarcaba aquello que toda filosofía tiene en
mente: la concentración en un punto de la suma total del conocimiento humano.
Sin embargo, con esta cualificación colosal, el acrecentamiento de ‘la suma de
conocimientos’ de los zares rusos se daba de manera continua y partía de la
práctica viva del pasado y se constataba con la práctica viva del presente.
Cierto, así es como se chequea
casi toda la filosofía, por ejemplo, con la de Robespierre, Lenin y Hitler,
pero, afortunadamente para la humanidad, tal chequeo se lleva a cabo con
relativa rareza...
“El heredero al Trono, luego poseedor del
Trono, es puesto en tales condiciones bajo las cuales las tentaciones son
reducidas… al mínimo. Se le da todo lo que necesita de antemano. Al nacer
recibe una orden que, por supuesto, no es meritoria, y la tentación de la
vanagloria queda liquidada desde el embrión.
Está absolutamente provisto
materialmente: la tentación de la avaricia queda liquidada desde el embrión. Él
es el único que tiene el Derecho, y así la competencia se desvanece, junto con
todo lo relacionado a esta. Todo está organizado de tal manera que el destino
personal del individuo debe fundirse en un todo con el destino de la nación. Todo
lo que una persona querría tener para sí mismo, ya le se le es dado. Y la
persona se funde automáticamente con el bienestar general.
“Uno puede decir que todo esto
lo han poseído también dictadores del tipo de un Napoleón, Stalin o Hitler.
Pero esto sería menos de la mitad de la verdad: todo lo que tiene el dictador
lo conquistó, y todo esto lo debe defender constantemente, tanto contra los
competidores como contra la nación. El dictador se ve obligado a demostrar cada
día que él es precisamente el más brillante, grande, magnánimo e inimitable,
pues si no es él, sino otro, el más brillante, entonces es evidente que ese
otro tiene el derecho al poder…
“Podemos, por supuesto,
querellar en contra del principio del mismo ‘azar’. Un punto de vista banal,
racionalista, lastimosamente científico, suele formularse así: el azar del
nacimiento puede producir un hombre defectuoso. Pero nosotros, elegiremos a los
mejores... Por supuesto que, ‘la casualidad del nacimiento’ puede producir un
hombre defectuoso. Tenemos ejemplos de esto: el Zar Teodoro Ivanovich. Nada
terrible paso. Porque la monarquía ‘no es la arbitrariedad de un solo hombre’,
sino ‘un sistema de instituciones’, un sistema puede funcionar temporalmente
incluso sin un ‘hombre’. Pero las simples estadísticas muestran que las
probabilidades de eventos de tal ‘causalidad’ son muy pequeñas. Las probabilidades de que aparezca ‘un
genio en el trono’ es aún menor.
“Procedo del axioma de que un
genio en política es peor que la peste. Porque un genio es una persona que
piensa en algo
que en un principio es nuevo. Al idear algo que en un principio es nuevo, este invade
la vida orgánica del país y lo paraliza, como lo hicieron Napoleón, Stalin y
Hitler…
“El poder del Zar es el poder
del promedio, del hombre de inteligencia promedio sobre doscientos millones de
personas de inteligencia promedio… V. Klyuchevsky dijo con cierta perplejidad
que los primeros príncipes moscovitas, los primeros unificadores de la tierra rusa, eran
gente completamente promedio: - y, sin embargo, mirad, unificaron a la tierra rusa. Esto es
bastante simple: la gente de la media ha actuado en interés de la gente de la media
y la línea de la nación ha coincidido con la línea del poder. Así es que, la
gente de la media del ejército novogorodiano se pasó al lado de la gente de la
media de Moscú, mientras que la media de la URSS está huyendo en todas
direcciones del genio de Stalin”[15]
El metropolita Filaret de
Moscú expreso la superioridad del principio hereditario sobre el electivo en lo
siguiente: ““¡Qué conflicto produce la elección de cargos públicos en otros
pueblos! ¡Con qué conflicto y a veces también con qué alarma estos logran la
legalización del derecho de elección pública! Entonces comienza la lucha, a
veces extinguiéndose ya veces resurgiendo, a veces por la extensión ya veces
por la restricción de este derecho. A la extensión incorrecta del derecho de
elección social le sigue su uso incorrecto. Sería difícil creerlo si no
leyéramos en periódicos extranjeros que se venden los votos electivos; que la
simpatía o falta de simpatía por los que buscan la elección se expresa no sólo
con votos a favor y votos en contra, sino también con palos y piedras, como si
un hombre pudiera nacer de una bestia, y de un asunto racional saliese la furia
de las pasiones; así es que la gente ignorante elige entre aquellos en los que
se prevé sabiduría del Estado, la gente sin ley participa en la elección de los
futuros creadores de leyes, los campesinos y los artesanos discuten y votan, no
sobre quién podría mantener mejor el orden de la villa o de la sociedad de
artesanos, sino sobre quién es capaz de administrar el Estado.”
“¡Gracias a Dios! Esto no es
en nuestra patria. El poder Autocrático, establecido sobre la antigua ley de
heredad, la cual una vez, en un tiempo en que una heredad fue menester, se ha
renovado y fortalecido sobre sus bases anteriores por una elección pura y
racional, se mantiene en firmeza inviolable y actúa con tranquila majestad. Sus
súbditos no piensan en luchar por el derecho a la elección de los cargos
públicos en la seguridad de que las autoridades velan por el bien común y saben
a través de quién y cómo construirlo.”[16]
“Dios, a imagen de su único
gobierno en los cielos: ha establecido a un Zar en la tierra; a imagen de su
poder omnipotente; Él ha establecido un zar autocrático; a imagen de Su Reino
eterno, que continúa por los siglos de los siglos, Él ha establecido a un zar
hereditario.”[17]
Un presidente electo es
instalado por la voluntad del hombre, y puede decirse que es instalado por la
voluntad de Dios solo indirectamente, por permiso. En contraste, la
determinación de quién nacerá como heredero al trono está completamente más
allá del poder del hombre, y por lo tanto completamente dentro del poder de
Dios. Por lo tanto, el principio hereditario asegura que el Zar será de hecho
elegido; pero por Dios, no por el hombre.
[1]
Kliuchevsky, A Course in Russian History:
The Seventeenth Century, (en español:
Un curso de Historia rusa; El siglo diecisiete) Armonk, NY: M.E. Sharpe,
1994, p. 60.
[2] Nota de Traductor – El lector en el
capítulo VII “El misterio de la abdicación del Zar” podrá interiorizarse más
aun sobre el alcance de esta maldición.
[3] Metropolita Philaret, "Slovo v den'
Blagochestivejshego Gosudaria Imperatora Nikolaia Pavlovich" (Sermón en el
día de su más piadosa majestad el Emperador Nicolas Pavlovich)
[4] Metropolita Philaret, Sochinenia (Obras), 1848, vol. 2, p.
134; Pravoslavnaia Zhizn’ (Orthodox
Life), 49, N 9 (573), Septiembre, 1997, p. 6.
[5] Lebedev, Velikorossia, San Petersburgo, 1999, p. 126.
[6] Solonevich, Narodnaia Monarkhia (Monarquía Popular), Minsk, 1998, pp. 82-83.
[7] N. de T. – En ingles figura como “appanage princes”, la palabra “appenage”
en inglés, es tomada directamente del francés (apenage) y hace alusión a los hijos más jóvenes de los reyes
europeos, a quienes, mediante este sistema, se les garantizaba un título, ya
que no tenían posibilidad de heredar el trono bajo el sistema de primogenitura,
que hacía que le correspondiese en la sucesión del reino al hijo más antiguo;
al primogénito. En español se traduce como infantazgo.
[8] San Juan Maximovich, Proiskhozhdenie zakona o prestolonasledii v Rossii (El origen de la
Ley de sucesión en Rusia), Podolsk, 1994, pp. 13, 43-45.
[9]
Solonevich, op. cit., pp. 84, 85.
[10]
Solonevich, op. cit., pp. 85-86.
[11]
Solonevich, op. cit., p. 86.
[12]
Solonevich, op. cit., p. 87.
[13] san Ignacio Brianchaninov, “Sud’by
Bozhii” (Los juicios de Dios), Polnoe
Sobranie Tvorenij (Colección de obras completas), volumen II, Moscú, 2001,
p. 72.
[14]san Ignacio Brianchaninov, Pis’ma (Cartas), Moscú, 2000, p. 781.
[15] Solonevich, op. cit. ,
pp. 87-88, 89-90, 91-92.
[16] Metropolitano Filaret, Sochinenia (Obras), 1861, vol. 3, pp.
322-323; Pravoslavnaia Zhizn’ (Orthodox
Life), 49, N 9 (573), Septiembre, 1997, p. 9.
[17] Metropolita Filaret, Sochinenia (Obras), 1877, vol. 3, p. 442; Pravoslavnaia Zhizn’ (Orthodox Life), 49, N 9 (573), Septiembre,
1997, p. 5.
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